miércoles, 30 de septiembre de 2015

Para elaborar un comentario crítico



(PAU)

            Para elaborar un comentario de este tipo debes analizar desde un punto de vista crítico las diferentes ideas expuestas en el texto, reforzar las tesis del autor con argumentos propios o bien refutar esas ideas a partir de las nuestras, relacionar el tema con otros temas y con autores que lo hayan tratado, y además relacionar el texto con lecturas o películas que conozcas y que traten el mismo tema.

            Para redactar el comentario crítico puedes tener en cuenta una serie de consejos. Antes de la elaboración del comentario debemos interpretar las ideas del texto. Se puede elaborar un esquema previo con las ideas que desarrollaremos. Tendremos en cuenta las que nos hayan resultado más interesantes.
           
Seguiremos la estructura de un texto expositivo-argumentativo al redactar nuestro comentario: introducción, tesis, argumentación y conclusión. Se dice cuál es el tema del texto, cuál es la postura del autor, nuestra postura sobre ese tema, argumentamos nuestra tesis mostrando las razones que la apoyan (podemos corroborar, refutar o matizar lo que aparece en el texto), y elaboraremos un párrafo de cierre.

            Se debe ser respetuoso con el autor, que es una persona bien informada. No se debe ser demasiado polémico. Las opiniones deben fundamentarse en argumentos sólidos y convincentes. Se pueden relacionar las ideas expuestas con diferentes elementos de la realidad (lecturas, cine, acontecimientos históricos, etc.)
           
No se debe explicar de nuevo lo que aparece en el texto.
           
Podemos aprovechar los conocimientos adquiridos en cualquier materia para apoyar nuestros argumentos y fundamentar nuestra opinión. Para avalar nuestra tesis podemos usar citas, ejemplos o recoger informaciones recientes sobre el tema.
            Las ideas deben presentarse con claridad, coherencia y cierto grado de originalidad. El léxico debe ser variado y culto. Debemos cuidar la organización sintáctica y textual.
            Si el texto lo permite, demuestra que tienes asumidos los valores de una sociedad democrática y los derechos humanos.
            Evita los comentarios agresivos y categóricos.
            Si deseas evitar alusiones directas, puedes emplear el plural de modestia o las preguntas retóricas.
            No debes emplear frases hechas, muletillas o expresiones coloquiales.
            Emplea diferentes adjetivos para referirte al texto objeto del comentario (interesante, sugerente, oportuno, adecuado, conveniente, atractivo, novedoso, razonable, crítico, apasionado, vehemente, tópico, recurrente, tendencioso, parcial, oportunista, clásico, amplio de miras, ambiguo, etc).
            Emplea marcadores textuales variados y adecuados (adición, oposición, consecuencia, orden, resumen, objeción, etc.)
            

lunes, 28 de septiembre de 2015

Gramática histórica: las conjunciones




            Las conjunciones aparecen en la coordinación. En esta lo fundamental es que las proposiciones del enunciado tienen las mismas funciones: son oraciones independientes cuya estructura es semejante. Veremos esos elementos que enlazan estas oraciones desde su perspectiva histórica.
            En latín la suma de valores a un elemento primario se hacía con la partícula et. Era la más usada de todas las copulativas y la que fue eliminando a las demás, y por eso se perpetuó en romance. Las formas que atestiguan las hablas hispánicas se derivan de hechos fonéticos. Lo normal es que la partícula sea átona, por lo que se documenta et a la manera latina, y e (con pérdida de –t). Esta última se conocía en latín vulgar, de acuerdo con varias inscripciones. Esta e átona en la cadena hablada se mantuvo como tal cuando la palabra siguiente empezaba por “i”, y pasó a “i” si la palabra comenzaba por vocal.
            Este uso se generalizó en el siglo XVI. Aún así debemos recordar aquellos casos en que et diptongó en ye, cuando se consideraba acentuada (tanto en el castellano primitivo como en el leonés). El diptongo se podía reducir a i cuando precedía a una e (“el uno y el otro”, por ejemplo).
            Cuando et se veía como átono, también e ante vocal se hacía i para evitar el hiato (“uno e otro”/ “uno y otro”).
            La y se generalizó y hoy domina salvo por disimilación, cuando sigue una palabra que empieza por i.
            Por otra parte, señalaremos que cuando decimos de alguien algo, por ejemplo que es “amable”, podemos añadir algo más, como que es “vanidoso”. Pero si consideramos que la segunda calificación destruye de algún modo a la primera, aunque solo sea parcialmente, esa sustracción se manifiesta a través del empleo de la conjunción pero (“es amable, pero vanidoso”).
            Esta construcción puede hacerse con un verbo pero no con un sustantivo. En latín este concepto se expresaba con la conjunción sed, que introducía el significado de rectificación, limitación o corrección en la frase anterior. Sed desapareció y su lugar fue ocupado por formaciones tardías (“sed certe”>”pero por cierto”; “non solum, sed etiam”>”no solo, sino también”).
            Pero remonta a per hoc, compuesto que se forma en época protorromance y que en los documentos hispánicos se acredita desde el siglo VI. En el siglo XIII es un rasgo castellano frente a las hablas occidentales. Dado el carácter átono con que se usó la partícula, el acento se perdió. Pero no solo significó “por eso”, sino que también sustituyó a tamen y se empleó con la acepción de sin embargo (arcaico en el siglo XIII, pero que resultó en la Crónica general de Alfonso X el Sabio). Originariamente pero tuvo un significado diferente de mas (mas
era opositivo.
            El empleo de mas se explica a partir de un movimiento de adición en el que el contexto se encarga de crear una sustracción subjetiva.
            De los compuestos de pero hay que señalar que “pero que” tiene valor concesivo y “empero” un prefijo procedente de “inde”.
            Como conjunción adversativa sino apareció en época muy antigua bajo la forma de si non. Su formación puede explicarse como una elipsis. La forma “sinon” aparece en el Poema de Mío Cid. La forma “sino” es ligeramente posterior, dentro del siglo XIII, y la variante leonesa “senon”, del siglo XII, presenta la alternancia I/E (como “sen”/”sin”) propia del dialecto.
            Vel, posiblemente de un primitivo velsi (aut.Tenía que reforzarse con otras palabras (rectificación, introducción de un concepto importante: vel potius, vel etiam, etc.). Iba unida a superlativos, intensificándolos o restringiéndolos, y en latín decadente se igualaba con et. Estos diferentes motivos muestran su debilidad y lo proclive que era a la desaparición. Su puesto fue ocupado por aut.
            Aut tenía el valor de elección exclusiva, entre otros, Gozó de una gran vitalidad, como acredita su persistencia en todas las lenguas románicas. La reducción del diptongo fue muy antigua, ya que o aparece en las Glosas silentes y así se transcribe en todos los documentos. La variante u está explicada por Juan de Valdés, que en el Diálogo de la lengua rechazaba el uso de u salvo que la palabra siguiente empezara por “o”.
            Las otras conjunciones conservadas son:
-         Nec: antiguo “nec”/”nin”, moderno ni, con “i” inexplicada, quizás debida al cruce con el adverbio “ni”.
-         Aut: o
-         Si: si
-         Quare: antiguo ca
            Entre las conjunciones perdidas encontramos:
-         Etsi: aunque, antiguo Moguer
-         Etiam: también
-         Otras como utque, sed, nam, quia, igitur y ergo.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Comentario de textos específicos



Comentario de textos específicos

            En el comentario de textos específicos hay cuatro pautas a seguir: título, resumen del contenido, esquema del mismo y comentario crítico.

Título

            El título debe servir para concretar la idea principal del texto. Debe responder a su significación básica.
            A veces el título se puede resumir en una sola palabra. En otras ocasiones deberá ser de mayor extensión, pero siempre hay que buscar la concisión y no sobrepasar las cinco palabras.

            Resumen del contenido

            El resumen mide la capacidad de comprensión de un texto. Normalmente si necesitamos muchas frases para resumir es que no hemos entendido bien el texto.
            Es muy importante recordar que resumir no es parafrasear, sino elaborar un texto propio en que queden sintetizadas las ideas básicas del texto analizado. Suelen ser suficientes cinco líneas para resumir, pero podemos elaborar hasta diez.
            En un resumen se valora sobre todo la brevedad y la adecuación entre este resumen y las ideas básicas del texto.
            En este apartado debemos evitar cualquier comentario personal.

            Esquema del contenido

            Podemos definir el esquema como el esqueleto de un texto y ha de reflejar la estructura del mismo.
            Un texto no es algo desordenado. Su autor ha ido componiéndolo, colocando las partes de un todo, estructurándolo.
            Tendremos que observar cuáles son los distintos apartados del texto y de qué trata cada uno.
            El esquema debe realizarse de forma gráfica, mediante llaves, croquis, diagramas, etc.

            Comentario crítico

            Es la fase fundamental del ejercicio, ya que en ella debemos probar nuestra capacidad crítica y de análisis.
            Las fases anteriores se ocupaban de los aspectos receptivos de la información, pero ahora nos convertimos en emisores críticos que evalúan la información recibida y sintetizada. Ahora hay que esforzarse en emitir juicios críticos.
            Se realizará el comentario en dos partes: un juicio personal acerca de la condición del texto (si es coherente, si es claro, si es original, si tiene vigencia, etc.) y la opinión personal acerca de los contenidos del texto (la posible refutación de las ideas que presenta, exposición de ideas contrarias a las que no nos parezcan defendibles, etc.)


martes, 15 de septiembre de 2015

Preceptistas del siglo XVI: Francisco Cascales




            Francisco Cascales nació en Murcia y fue bautizado en la parroquia de Fortuna el 13 de marzo de 1564. Se ignora en qué escuela cursó sus primeras letras y en qué universidad española completó su educación.
            Sabemos que hacia 1585 se alistó en el ejército de Flandes, donde permaneció varios años. Residió también en Francia y en Nápoles. Soldado y poeta, él mismo aludió en sus Cartas filológicas a su juventud errante y azarosa (“he andado las siete partidas del infante don Pedro, y no he dejado en el discurso de mi vida por andar las romerías de Ulises ni las estaciones de Apolunio Tineo”). En 1594 se encontraba en Murcia y ocupó en Cartagena una plaza de profesor de humanidades. En 1598 se publicó su Discurso de la ciudad de Cartagena. A partir de 1601 y hasta su muerte (el 30 de noviembre de 1642) residió en Murcia. El ayuntamiento de la ciudad le encargó escribir la historia de la ciudad en 1608. Fruto de este encargo fueron los Discursos históricos de Murcia y de su reino (1621).
            Lope de Vega, a quien debió conocer en la corte hacia 1614, le dedicó un cálido elogio en su Laurel de Apolo (1630). A ello correspondió Cascales con una epístola de sus Cartas filológicas (1634).
            La obra de Francisco Cascales cobra trascendencia en sus teorizaciones preceptivas que se encuentran en las Tablas poéticas y en su miscelánea erudita de las Cartas filológicas. Su estilo ameno y la claridad en la exposición de sus doctrinas lo convierten en una figura destacada en el humanismo español del siglo XVI.

            La redacción de las Tablas poéticas terminó en 1604, aunque vieron la luz en 1617. Constan de diez tablas divididas en dos partes de cinco tablas cada una, que tratan respectivamente de la poesía en general y de la poesía en especie. En esta obra Cascales utiliza la forma dialogada entre Pierio, que simboliza la curiosidad del profano, y Castalio, nombre poético que oculta al propio autor.
            La obra no constituye un tratado completo de arte poética. Cascales sigue en principio las ideas de Horacio, pero ello es el esquema de algunos pasajes de la obra. Las tablas son producto de un denso repertorio de doctrinas aristotélicas, inspiradas en su obra directamente o en las de sus comentaristas.
            Por esta filiación, las Tablas poéticas inciden en el principio de imitación. La poética es el arte de imitar con palabras, de representar y pintar al vivo las acciones de los hombres, la naturaleza de las cosas y los diferentes géneros de personas. Sometiéndose a este principio y a la doctrina aristotélica, Cascales pasa a estudiar la materia poética, todo cuanto puede recibir imitación.
            Se opone al simbolismo sacro, a la introducción de personas divinas, a los poetas didácticos y a la exposición en verso de doctrinas científicas o relatos históricos.

            Analiza los elementos esenciales de la poesía y define la forma poética como “la imitación que se hace con palabras”. Siguiendo la doctrina de Aristóteles, afirma categóricamente que el metro no es esencial a la poesía: “Hay buena poesía sin verso, pero no sin imitación”.
            Para Cascales la diferencia entre la poesía y la historia estriba en que los historiadores tienen amplia licencia, mientras que los poetas deben seguir unas estrechas leyes que no pueden quebrantarse. Aún así afirma que la fábula debe ser en verso.
           
            Aunque se declara enemigo de la poesía didáctica, admite la teoría pedagógica del arte, afirmando que la poesía tiene como fin “agradar y aprovechar imitando”. El poema debe ser agradable, pero también provechoso y moral.
            Cascales tiene presente de manera especial la poesía dramática. Sustenta la tesis de que leyendo las obras poéticas o presenciando las representaciones dramáticas, los hombres se acostumbran a tener misericordia y miedo. Los poemas nos enseñan el camino de la virtud mediante el ejemplo de los buenos y el final infeliz de los malos.

            La poesía se divide en tres especies: épica, escénica y lírica, que difieren en los instrumentos, las materias, la frase y los fines. En su definición de la poesía parece tener presente especialmente la poesía épica y la dramática: “la poesía es imitación de las acciones y vida del hombre, bien sea su fin alegre, bien sea doloroso”. Las acciones y la fábula son el blanco de la poesía. Se puede encontrar poesía que carezca de afectos y costumbres, pero no puede carecer de acción. La fábula es el alma de la poesía y consiste en la imitación de una acción “entera y de justa grandeza”. Por imitar la acción, Cascales entiende “representar al vivo algún hecho como debiera pasar, o como fingimos haber pasado según lo verosímil y necesario”. Esta es una doctrina aristotélica aplicable al poema épico y a la poesía dramática, aunque no resulta compatible con la lírica.
           
            Cascales considera más aptos los temas históricos que los de invención propia. Defiende el realismo artístico. Pero el preceptista no establece una identidad entre la historia y la poesía, sino que sigue la distinción aristotélica, por la que se considera que el historiador y el poeta son muy diferentes al escribir. El uno la escribe narrando y el otro imitando. La narración y la imitación siguen distintos caminos. El historiador mira un objeto particular, mientras que el poeta observa uno universal.

            Después de tratar la unidad de la fábula como suma de diversas acciones encaminadas a un mismo fin, Cascales afirma que el poeta debe mirar con atención los hechos principales y más maravillosos de la historia y tomar de ellos la mejor parte para componer la acción, desechando los hechos secundarios.
            El autor explica que la fábula debe ser una, entera y de “conveniente grandeza”, y diserta sobre la necesidad de atenerse con rigor a las normas y preceptos del arte poética.

            Las tablas III y IV de la primera parte están consagradas respectivamente al estudio de las Costumbres y de las Sentencias. La tabla V está dedicada al estudio de la Dicción, y en ella se analizan las clases de palabras, los cambios semánticos, los tropos y figuras, con lo que estamos ante un breve compendio de retórica. Después Cascales estudia la versificación castellana (tanto los metros italianos como los tradicionales). Se fija especialmente en la octava rima como arquetipo del metro heroico.

            Al hablar de la poesía, el preceptista presenta la claridad como la principal de sus virtudes. Censura la oscuridad intrincada y enigmática (“¿Cómo me puede agradar a mí la cosa que no entiendo?”).

            La segunda parte de las Tablas poéticas nos permite conocer la historia de las ideas estéticas en el siglo XVII.
            Podemos destacar cómo Cascales critica severamente la falta de unidad y la abundancia de digresiones que afecta a los libros de caballerías, aunque disculpa la fantasía de Ariosto en el Orlando furioso, sin compartir la admiración por el Amadís de sus modelos. Ni siquiera menciona esta obra.

            Por otra parte, Cascales, a propósito de si es o no lícito tratar temas religiosos en un poema épico, concluye que conviene que la materia épica se base en “historia verdadera de nuestra religión cristiana”. A pesar de eso, la materia no ha de ser muy sagrada.

            Cascales considera compatible la teoría pedagógica del arte y su fin moral con su objetivo principal de provocar admiración y deleite. Según comenta, la admiración es muy importante en cualquier especie de poesía, pero mucho más en la heroica. Esa admiración nace de las palabras, del orden y de la variedad. Todo ello sin transgredir la verosimilitud.

            En la tabla II de la segunda parte, el autor trata de las épicas menores: égloga, elegía y sátira.
            En la tabla III inicia el estudio de la poesía dramática, manifestando su disconformidad con la falta de reglas del teatro español. Recuerda a Aristóteles al definir la tragedia como la “imitación de una acción ilustre, entera y de justa grandeza, en suave lenguaje dramático, para limpiar las pasiones del ánimo por medio de la misericordia y miedo”. Censura la denominación de comedias con que se designa en España cualquier género de drama o tragedia. Quizás deberían denominarse “tragedias dobles” y eso a pesar de que carecen del efecto trágico capaz de suscitar terror o compasión.
            Cascales considera que la tragicomedia es un monstruo dramático, que va contra la naturaleza y contra el arte.
            A pesar de todo lo anterior, debemos señalar que este preceptista no considera la absoluta sumisión a la ley de las tres unidades aristotélicas. No menciona la unidad de lugar y, en cuanto a la de tiempo, extiende la acción a diez días.

            La tabla IV está dedicada a la comedia, la “imitación dramática de una entera y justa acción humilde y suave, que por medio del pasatiempo y la risa limpia el alma de los vicios”. El lenguaje que se utilice en la comedia debe ser por tanto humilde y familiar. Los personajes deben ser de condición humilde, ya que solo este tipo de hombres pueden provocar hilaridad al espectador.
            La tragicomedia tiene elementos contradictorios que son los fines de la tragedia y de la comedia (provocar el terror y la risa, respectivamente).
            Cascales considera que el teatro de Terencio es el modelo insuperable de la comedia antigua.

            La tabla V recoge el estudio de la poesía lírica, que se inicia con una exposición de sus doctrinas sobre el concepto y la palabra. Estudia también la canción y el soneto. La quinta y última tabla de la segunda parte cierra las Tablas poéticas.

            El diálogo de la obra es ameno y los conceptos y preceptos poéticos aparecen ordenados de una forma clara y sencilla. No hay afectación o pedantería. Las Tablas poéticas son un resumen de las doctrinas literarias y estéticas de los preceptistas del siglo XVI. Por esto, las doctrinas de Cascales carecen de originalidad y novedad.
            Aunque fueron escritas en 1609, al no ver la luz hasta 1617, ignora la definitiva desaparición y el descrédito de los libros de caballerías, al haberse publicado el Quijote. Condena el Arte de hacer comedias de Lope de Vega cuando la comedia española ha alcanzado su consagración. La originalidad de los escritores del barroco desbordará los límites impuestos a la creación literaria.

            Publicadas en Murcia en 1634, las Cartas filológicas de Cascales son una expresión genuina de la ambición de saber enciclopédico que caracteriza el humanismo europeo de los siglos XVI y XVII.
            En ellas el autor desdeña el cultivo de epístolas familiares y políticas y se interesa exclusivamente por las doctas, aquellas epístolas que contienen ciencia y sabiduría. Estas epístolas pueden ser de tres tipos: filosóficas, como las de Séneca y Platón, teológicas como las de San Jerónimo, y filológicas, como las de Varro, Valgio Rufo o Justo Lipsio.
            Utiliza el término “filológicas” como “eruditas”, partiendo del sentido de miscelánea y enciclopedia de los conocimientos humanos. Todas las materias que la erudición humanística del siglo XVII considera parte de las humanidades clásicas son objeto de atención en las Cartas filológicas.
            Las treinta epístolas que componen la obra son auténticas epístolas dirigidas a personajes existentes y reales. Pero debemos recordar que Cascales las escribe para divulgarlas posteriormente. A través de sus epístolas, Cascales, revestido de un sólido prestigio de humanista y erudito, interviene en las luchas literarias de su tiempo.
            El editor de las Cartas filológicas, Justo García Soriano, clasificó las epístolas contenidas en esta obra en seis clases o grupos, de acuerdo con las materias en que se inspiran:
a)      de polémicas y crítica literaria
b)      de erudición humanística
c)      de curiosidades y costumbres coetáneas
d)      pruebas de ingenio
e)      cartas político-morales o instrucciones
f)        cartas históricas y genealógicas
g)      la epístola décima de la década II constituye un grupo aparte, es un adjunto en el que Cascales envía una colección de epigramas latinos compuestos por él.
            Las más importantes son las que se agrupan bajo la primera denominación, porque son las que mejor permiten comprender las ideas estéticas y las polémicas literarias de la época. Quizá la más relevante sea la que el autor dirige al humanista Luis Tribaldos de Toledo sobre la oscuridad del Polifemo y las Soledades de Góngora, escrita en 1613 o 1614. Esta epístola constituye un documento característico de la sátira anticulterana. Cascales impugna el hermetismo y la oscuridad gongorina y abomina de esta “nueva secta de poesía ciega, enigmática y confusa, engendrada en mal punto y nacida en cuarta luna”. No escatima en elogios hacia el poeta de Córdoba, pero considera que su genio es un arbitrario capricho destinado a suscitar la maravilla y el estupor de sus contemporáneos.
            Recordemos que la clave central de su argumentación es su defensa de la claridad poética, apoyado en la opinión de los retóricos de la antigüedad clásica.
            A pesar de lo anterior, Cascales considera lícita la oscuridad poética cuando esta proviene de alguna doctrina exquisita o cuando una palabra ignorada oscurece la oración. Tampoco la considera viciosa cuando sirve para disimular algún concepto deshonesto o cuando se utiliza en los poemas satíricos.
            Lo que desazona al humanista murciano en Góngora es el hipérbaton y la audacia metafórica y no la utilización de cultismos.
            Muy importante es la epístola Al Apolo de España, Lope de Vega Carpio, en defensa de las comedias y representación dellas, que es una apología del arte escénico en contra de las frecuentes prohibiciones con que las autoridades eclesiásticas intentaban suprimir las representaciones teatrales.

            La aparición de las obras de Garcilaso con las anotaciones de Tomás Tamayo de Vargas dio origen a la epístola En defensa de ciertos lugares de Virgilio.

            La epístola dirigida al licenciado Andrés de Salvatierra, Sobre el lenguaje que se requiere en el púlpito entre los predicadores, también es interesante. Se trata de uno de los primeros textos del siglo XVII en que se debate la gradual infiltración del culteranismo en la elocuencia sagrada. Cascales rechaza la denominación de lenguaje culto vulgarmente aplicada al estilo gongorino. Las denominaciones de “crítico” y “culto” para el preceptista no deben aplicarse a la elocuencia sagrada y docta en sentido despectivo.

            Interesante desde el punto de vista gramatical es la epístola dirigida a Nicolás Dávila Sobre la ortografía castellana. Cascales ataca la ignorancia ortográfica de los españoles de su tiempo.

            Contra las letras y todo género de artes y ciencias es una imitación de la burlesca inventiva contra la sabiduría que desarrolla Erasmo en el Elogio de la locura.

            La obra de Cascales es un producto característico de la decadencia del humanismo español. Las Cartas son amenas y están escritas en un estilo correcto. Pero las ideas del autor son limitadas y eso hace que de sus reflexiones no se pueda sacar una conclusión universal y profunda.


            

jueves, 10 de septiembre de 2015

Estructura y contenido en “El amor en tiempos del cólera”




            García Márquez publicó El amor en tiempos del cólera en 1985. La mayor parte de la acción transcurre en una ciudad sin nombre, pero que se modela sobre Cartagena de Indias, entre 1870 y 1930, aproximadamente. La obra gira en torno al amor entre Florentino Ariza y Fermina Daza. A los dieciocho años, ella rompe ese compromiso y se casa con el doctor Juvenal Urbino. Este muere a los setenta y dos años en un accidente doméstico. Florentino, que tiene setenta y seis años, sigue enamorado de Fermina, con la que conseguirá consumar ese amor.
            Aunque el resumen de la novela es breve, ello no oculta la densidad temática de la obra, en la que se entretejen episodios y reflexiones en torno a la vida, el amor, la vejez y la muerte, junto al análisis social y político de la reciente historia hispanoamericana, especialmente la del Caribe (guerras civiles, contrabando, devastación de la naturaleza, etc.), en contraposición con los modos de vida europeos, representados en la novela por el doctor Urbino. Entre estos temas destaca la creación literaria dentro de la propia novela, a cargo de Florentino Ariza, quien escribe epístolas, poemas y reflexiones sobre el amor.
            Todos los temas que hemos mencionado se desarrollan en la novela a través de una serie de núcleos argumentales:
-         el relato del largo matrimonio de Fermina Daza y el doctor Juvenal Urbino.
-         El proceso de soledad, amor obstinado y lujuria de Florentino Ariza, que acecha a Fermina durante más de cincuenta años.
-         La reconstrucción de los hábitos íntimos y sociales del Caribe entre (aproximadamente) 1870 y 1930.
-         Los pormenores de una sexualidad generalmente sofocante y triste.
-         Los diversos y restringidos espacios de las mujeres.
-         Las transformaciones de una zona, que son al mismo tiempo reales y legendarios.
            Estructuralmente, la novela se divide en seis capítulos de sinuosa organización narrativa en la que se pueden destacar dos planos temporales:
1)      Plano temporal del presente, que se corresponde con la vejez de los protagonistas (capítulos I y VI).
2)      Plano temporal retrospectivo, que recupera el pasado de los personajes y la evolución geográfica de los lugares que habitan, esos más de cincuenta años entre el comienzo y el final de la novela (capítulos II, III, IV y V).
            Esta organización produce altibajos en la materia narrativa. Se produce una acumulación de episodios e historias que complementan a la principal, y en ella unos episodios destacan sobre otros. Los capítulos centrales (III y IV) entretienen al lector, pero no se concentran en el desarrollo de la historia, que se desmenuza en anécdotas y episodios laterales que parecen alargar el relato para sugerir el paso de ese medio siglo. A partir del capítulo V la novela regresa al rumbo de los dos primeros. El capítulo VI nos devuelve al momento evocado por el curso narrativo del primero. La historia de amor culmina en uno de los momentos álgidos y magníficos de la obra de García Márquez.
            Para muchos críticos el capítulo más destacable es el VI, hasta el punto de que todo lo anterior se puede entender como una preparación del último. Otros señalan la especial importancia de los capítulos primero y último, que son los que aportan el equilibrio verdadero en la novela.
            La estructura interna se corresponde con el desarrollo del contenido por capítulos:
-         Capítulo I: la novela comienza con la muerte de Jeremiah Saint-Amour y después se centra en el doctor Juvenal Urbino, en particular en su vida matrimonial, sus inquietudes sociales y las contribuciones a su ciudad. Se describe también la propia ciudad, su fisonomía de barrios pobres y ricos y su animación colectiva. El capítulo se cierra con la muerte del propio Juvenal Urbino, a cuyo entierro asiste Florentino Ariza para reencontrarse con la ya viuda Fermina Daza.
-         Capítulo II: se centra en Florentino Ariza, en su entorno familiar (hijo natural del naviero don Pío Quinto y de Tránsito Ariza, costurera y prestamista) hasta el enamoramiento de Fermina Daza, su correspondencia amorosa, las amenazas del padre de Fermina y el alejamiento de esta durante más de un año. Solo el desencanto de Fermina a su regreso y al ver de nuevo el rostro de Florentino pone fin a la relación. A partir de ese momento Fermina evitará todo encuentro con él.
-         Capítulo III: aparecen sucesivamente los tres personajes principales. Se nos narra la juventud del doctor Urbino (su preparación académica en París, su familia, sus inquietudes sociales), la visita médica a Fermina, la petición de mano. Florentino viaja y aprende a sustituir el recuerdo de Fermina por el erotismo con otras mujeres. Se presentan también los inicios eróticos en solitario de Fermina hasta su matrimonio y viaje de novios con Juvenal. El capítulo se cierra con el regreso de París.
-         Capítulo IV: ofrece los sucesivos amores de Florentino Ariza y después se centra en Juvenal y Fermina, con esa perfecta acomodación a la relación conyugal.
-         Capítulo V: aparece la crisis matrimonial a causa de la infidelidad del doctor Juvenal Urbino y la marcha de Fermina. Hay un minucioso análisis de la pasión y el dolor por el engaño, la humillación sentida por Fermina y su padecimiento. Por otra parte, continúa el largo historial amoroso de Florentino. El envejecimiento de los tres protagonistas ocupa una parte importante de este capítulo, que se cierra con la muerte de Juvenal y el reencuentro de Florentino y Fermina.
-         Capítulo VI: se inicia con la condición de viuda de Fermina y sigue con las aproximaciones calculadas de Florentino, que escribe más de cien cartas y realiza varias visitas. La consumación del amor de los dos personajes se produce a bordo del buque Nueva Fidelidad en el río Magdalena.

            Con respecto al narrador, en la novela es omnisciente. La historia está narrada en tercera persona. El narrador es capaz de dominar este mundo narrativo y adentrarse en la intimidad de los personajes, incluso en los episodios de alcoba, en los sueños o en los secretos de confesión.
            Lo que eleva la novela es sin duda el estilo, el manejo y uso magistral del lenguaje. En El amor en los tiempos del cólera el personaje central es el idioma. Gracias a la perfección de los sonidos y a la sucesión de frases inmejorables, los hechos adquieren un mayor relieve.
            Por otra parte, la realidad y la ficción se mezclan en las coordenadas espacio-temporales de la novela. La libertad creativa está al servicio de la acción narrativa, junto a la fidelidad histórica a una época y un tiempo precisos.
            García Márquez explicó que la ciudad era una ciudad imaginaria, que tenía elementos de tres ciudades del Caribe colombiano (Cartagena de Indias, Santa Marta y Barranquilla) que están muy cercanas unas de otras. El Caribe colombiano se parece al venezolano y al resto de las zonas caribeñas y más que la reconstrucción histórica de una ciudad concreta, al autor le interesaban las costumbres de la época de esa región.
            Pero la mayoría de los rasgos corresponden a Cartagena de Indias: calles estrechas, plazas con árboles, la catedral, la iglesia de San Pedro Claver, la bahía de las Ánimas, el muelle de los Pegasos, la playa del Arsenal, el barrio Getsemaní, el Palacio de la Inquisición, el mercado público, el Portal de los Escribanos o el barrio residencial de la Manga.
            El espacio inicial se ve ampliado por los lugares por los que viajan los personajes: Sierra Nevada, Manaure, Fonseca, Riohacha, el cabo de la Vela, el río Magdalena, el puerto Nare, la Dorada, etc.

            La novela se desarrolla como hemos dicho en el marco temporal de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. Hay algunas referencias en el libro que sirven para fijar esas fechas. Por ejemplo, el personaje Rafael Núñez, padrino de boda de Juvenal y Fermina, fue presidente de la República entre 1880 y 1882, la referencia de los años que Florentino espera para poder amar a Fermina suponen otro detalle temporal importante, la navegación por el río Magdalena con hidroaviones nos sitúa hacia 1919 y la muerte de obreros en la plantación de San Juan de la Ciénaga sucedió en 1928.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Gramática histórica: Formas nominales




            Clases de morfemas

Frente al lexema, los morfemas se presentan con un número limitado de sustituciones. Dentro de cada uno de los grupos de morfemas las posibilidades de elementos combinatorios son también escasas.
            Si vemos, por ejemplo, los prefijos que se pueden aplicar al adjetivo bueno, vemos que son muy pocos (re-bueno, requete-bueno, etc.). Igual nos ocurre con los infijos (cas-it-a, cas-uch-a, etc.) y los sufijos (caz-a-dor, cac-e-ría). Y ello sin aludir a morfemas que, por naturaleza, tienen un número limitado de posibilidades, como el género (gato/a) o el número (gato/os).

            Estructura morfémica nominal

            Los morfemas nominales o intensos afectan a las palabras, no a las frases. El mayor número de tales morfemas que pueden aparecer en un sustantivo lo encontramos en palabras como “destornilladorcitos”, cuya descomposición formal sería la siguiente:

Prefijo
Lexema primario
Infijo primario
Sufijos aspectivos
Infijos secundarios
Género
Número
Des-
torn-
ill-
ad-or-
c-it-
o-
s

            Las posibilidades morfémicas nominales serían: prefijo, lexema, infijo, sufijo, género, número e incidencias.

            Lexemas nominales

            El lexema es el elemento más significativo de la palabra, que pertenece a una clase abierta y no finita. Se pueden distinguir morfológicamente varias clases:
1)      Lexemas arbitrarios fijos: cuando están constituidos por elementos aislados, que ni enlazan con otros, ni están motivados por otras normas que las de la evolución de la lengua. Son las palabras que encierran los elementos primarios, los que son entendidos por el hablante en su propia individualidad (árbol o pan, por ejemplo).
2)      Lexemas arbitrarios polimorfos: cuando en la estructura del lexema se producen alteraciones motivadas por causas externas al propio lexema, motivados por hechos diacrónicos o sincrónicos. El lexema de “ciert-o” se opone a “cert-eza” porque la alternancia /ie/-/e/ está condicionada por el hecho de la historia lingüística: la ĕ breve latina, al pasar al español, diptongaba si sobre ella recaía el acento, pero no si quedaba en posición inacentuada. Esta sería una causa diacrónica que hace que se produzca alternancia en el lexema.
3)      Lexemas diferenciados sintagmáticamente: son los que se oponen por constituir con otras palabras sintagmas unitarios: gran(de) libro/ libro grande. Estas formas se producen en el tipo normal de habla y en la lengua escrita, sobre todo cuando se pretende conseguir unos determinados efectos: “el Quijote es un grande libro”.

Este tipo de diferenciación sintagmática de los lexemas se cumple también en los pronombres demostrativos.


            Los casos y la suerte de la declinación latina

            El sistema latino nominal tenía cinco casos: nominativo, acusativo, genitivo, dativo y ablativo. Los morfemas utilizados se repartían en cinco tipos o grupos de declinación.
            El latín hablado dio preferencia al acusativo sobre los demás casos y no solo por la pérdida de la –m final y la desaparición de la cantidad, sino porque la propia sintaxis latina distaba de haber llegado a expresar cada función con una sola forma. En latín clásico el nominativo era sujeto, pero en las oraciones de infinitivo tal función era propia del acusativo. El acusativo de tiempo podía sustituir al ablativo, el acusativo de dirección compartía sus oficios con el ablativo, había un genitivo y un ablativo de cualidad, también había un genitivo y un dativo posesivos. Toda esta confusión, unida a la confusión fonética, obligó al desarrollo del sistema proposicional, con lo que las desinencias causales perdieron eficacia. Así, de+sustantivo reemplaza a los muchos finales distintos del genitivo latino (rosae, domini, etc.).
            Desarrollado el sistema preposicional y caracterizados los casos por la preposición en vez de por la desinencia, la declinación latina quedó así:
            Se redujo a un caso de sujeto (nominativo) y a otro regido que si no llevaba preposición era el acusativo y si llevaba la preposición, era cualquier forma de dativo, ablativo o acusativo.

            Restos de la declinación latina en español

Nominativo
            Se ha conservado en algunos nombres propios destinados a ser agentes de verbos. Los más significativos son los de origen eclesiástico o francés: Dios, Pilatos, Marcos, Longinos, etc. Se le añaden a estos nombres otros venidos del catalán y términos dialectales. Hay nominativos en muchos cultismos (pubis, detritus, virus, etc.) que no afectan a la estructura de la lengua.
            Muchos de estos nominativos son galicismos, otros podrían ser tecnicismos. Es el caso de “juez” que se explica desde un acusativo. En toponimia quedan algunos fósiles en nominativo, como Santocildes

Vocativo

            Los herederos en español son escasos. En latín sus funciones eran usurpadas por el nominativo.
            Menéndez Pidal señalaba la persistencia de Yagüe, Sixte y Iessucriste: Yagüe>Jacobe, en el siglo XIII “Sancti Yagüe” que es el moderno Santiago. En un refrán andaluz aparece “San Sixte, busca las uvas donde las viste”. Otros estudiosos añaden la forma “maese”, inspirada en un vocativo.

Genitivo

            La sustitución del genitivo por el acusativo con de acarreó la pérdida de este caso. En español quedan algunos restos, como los días de la semana (martescondestable), algún extranjerismo (capuz scholae>capiscol) o algún dialectalismo (candelorum>candelor).
            En cuanto a los topónimos son frecuentes los restos de genitivo en las formaciones de nombre común+nombre propio en genitivo, que se usaron para indicar el poseedor de una villa, como Villa Valerii>Villavaler. El genitivo plural se emplea para designar poseedores colectivos, como en Gothorum>Toro. Los hagiotopónimos abundan en construcciones de nombre común+nombre propio en genitivo y en ellas se elide el sustantivo (ermita, monasterio) y queda el nombre del santo: Sancti victoris>Sanchechores. Otras veces en toponimia el genitivo sirve para describir los exteriores del lugar, como en rivi angulu>Riaño, Rianjo. También quedan restos en la antroponimia, ya que un modo de formar el apellido del individuo era poner el nombre del padre en genitivo precedido del nombre del individuo (Sancia Poncii>Pontius, Ponce). El genitivo –ici es el antecedente de los apellidos en –ez.

Ablativo

            El acusativo ocupó sus puestos. En cuanto a las pervivencias del ablativo, se encuentran en algunos sintagmas de carácter adverbial (hoc anno>hogaño). En la toponimia de la península Ibérica queda algún rastro de construcciones en ablativo, como Somonte o Solago, que se explican por el uso de in o sub+acusativo.

            Evolución de las declinaciones latinas

            La primera declinación (nombre en –a) se conservó porque tenía la característica del género femenino. Quedó reducida a un singular en –a y un plural en –as.
            Nombres de la quinta declinación (-ies, -es) pasaron a la primera. Esto favoreció los hechos analógicos: caria en vez de caries, o saniam y sanies (moderno saña). La primera declinación se enriqueció con algunos nombres de la tercera, así cinis se convirtió en cinera, de donde el castellano cendra y el asturiano cerna. Algunos nombres en –x crean femeninos de esta declinación (tenax>tenaza).
            La aparición de –a en las voces que mantienen género femenino se aplica por la pretensión de cohonestar el género gramatical y la forma que lo expresa. En otros casos, la dualidad latina de género se ha mantenido y las voces son unas veces masculinas y otras femeninas. Se incorporaron a esta declinación algunas voces griegas que, o no eran femeninas, o no tenían la terminación de tales (anphora, por ejemplo).
            La segunda declinación latina se mantuvo como heredera del género masculino. En ella se vació íntegramente la cuarta (temas en –u), ya que se confundió fonéticamente con la segunda (marum-dominum). Muchos sustantivos de la tercera pasaron a la segunda: los femeninos abies>abeto, los neutros que adoptaron forma masculina (vas>vasum>vaso). También se incorporaron a esta declinación algunos sustantivos de la quinta (scabies>escazo). Pertenecen a esta declinación todos los neutros en –o y los falsos nominativos.
            Las declinaciones tercera y quinta se confundieron en sus formas de acusativo (legem, leges; rabiem, rabies). Hasta los temas en –i hicieron un acusativo plural en –es, que eliminó al de –is.
            Dieron forma a los sustantivos que terminaban en consonante. Se enriqueció con los casos de apócope final (apóstol), con los galicismos en –e o con las voces patrimoniales que han cambiado la –o latina en –e (colpu>golpe).
            Los tipos morfológicos en español que resultan de la evolución latina se pueden agrupar en:
1)      –a/-as
2)      –o/-os

3)      –e/-es, consonante/-es.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Notas para un comentario pragmático de "El obispo leproso"




Pablo vio un zapato de María Fulgencia. Lo vio, lo tomó y lo tuvo. No lo había soltado el pico de un águila desde el cielo, como la sandalia de la «Bella de las mejillas de rosa» del cuento egipcio, sino que lo cogieron sus manos de la tierra. Tampoco era un zapato, sino un borceguí de tafilete. Y no vio un borceguí, sino el par. Se había quedado solo en el estudio haciendo una copia, y al salir asomose a la sala. La muñeca del sofá le llamó tendiéndole sus bracitos; y en la alfombra del estrado estaban las botinas de la Monja. ¡Qué altas y suaves! Muy juntas, un poco inclinadas por el gracioso risco del tacón. Sumergió su índice en la punta; allí había un tibio velloncillo. La señora necesitaba algodones para los dedos; y el suyo salió con un fino aroma de estuche de joyero. Pies infantiles; y arriba, la bota se ampliaba para ceñir la pierna de mujer. Se acercó el borceguí a los ojos, emocionándose de tenerlo como si la señora, toda la señora, vestida y calzada, descansase en sus manos. Y de repente se le cayó. La señora estaba a su lado, mirándole. Le había sorprendido como la primera mañana de lección. Para disculparse le mostró en su solapa una gota de tinta, y dijo que entró buscando agua y un paño...
-¿Tinta? ¡Y aquí también, en esa mano! Tráigame usted mismo un limón. No es menester que baje al huerto. Hay cuatro o cinco muy hermosos en los fruteros.
Fue Pablo al comedor y vino con un limón como un fragante ovillo de luz.
-¿Y para partirlo? No vaya. No vaya otra vez.
Y María Fulgencia hundió sus uñas en la corteza carnal. Saltó más fragancia.
-¡No puede usted!
-¿No puedo? ¡Sí que puedo!
Y mordía deliciosamente la pella amarilla.
Pablo se la quitó. Les parecía jugar en la frescura de todo el árbol.
-¡Tampoco puede usted!
La fruta juntaba sus manos y sus respiraciones. Recibían y transpiraban el mismo aroma, pulverizado en el aire húmedo y ácido de su risa. Y entre los dos rasgaron los gajos sucosos. María Fulgencia los exprimió encima de la mancha y de los dedos de Pablo. Pero tuvo que llevarle al tocador.
Allí él se aturdió más y quiso crecerse diciendo:
-¡Yo me lavaré; yo solo!

(Fragmento del episodio V de El obispo leproso, novela de Gabriel Miró, 1925)

            Nos encontramos ante un fragmento literario, por lo que debemos recordar que cuando hablamos desde un punto de vista pragmático tratamos de los diferentes elementos y mecanismos que forman parte de la comunicación y, concretamente, del macroacto de habla que supone cada uno de los establecimientos de dicha comunicación.
            Consideramos la pragmática como la ciencia que se ocupa del establecimiento de un diálogo, de lo que llamamos un macroacto de habla en tanto que implica y es comunicación.
            En el caso de los textos literarios nos encontramos ante lo que se ha llamado “pacto narrativo”, terminología usada por varios autores y que recoge por ejemplo José María Pozuelo en su Teoría del lenguaje literario.
            Mediante ese pacto, un emisor-autor real de un texto ficcional se sitúa fuera del macroacto de habla presentado. El receptor-lector real de ese texto acepta esa historia verosímil o no como si fuera real.
            Desde el punto de vista del comentario y del macroacto de habla que supone este texto, nos interesa considerar los elementos que forman parte de la obra literaria en su propio marco.
            Recordemos que el texto literario supone precisamente la existencia de un mundo propio, y su conocimiento proviene del texto mismo, que es quien lo crea.
            Estamos ante una superestructura principalmente narrativa, aunque vemos que se combinan tres géneros (narración, descripción y diálogo). La narración comienza in medias res. El comienzo y el final truncados nos señalan que es tan solo un fragmento inserto en un texto narrativo más amplio.
            Tanto el autor real como el narrador (que puede o no ser una proyección del anterior) se sitúan en una posición de superioridad con respecto a los receptores-lectores, aunque partamos de la idea de que el narrador no conoce el desenlace de la historia que cuenta.
            Debemos recordar que la narración supone la existencia de una serie de acciones ya pasadas, incluso cuando son narradas en presente.
            En el fragmento que nos ocupa asistimos a una escena entre dos personajes, Pablo y María Fulgencia. Esta sorprende a Pablo curioseando entre sus cosas, concretamente cuando toma un borceguí en sus manos. La excusa del personaje masculino (haberse manchado de tinta) lleva a otra microestructura textual basada en otro elemento: un limón que abren entre los dos.
            Hay una macroestructura textual, que es la relación entre Pablo y María Fulgencia, compuesta por dos ejes temáticos que girarían alrededor de dos elementos materiales, el borceguí y el limón.
       El concepto de microestructura puede considerarse desde un punto de vista semántico, pero también como base estructural. En este sentido podríamos señalar una división del fragmento en diversas partes. Desde el principio (Pablo vio un zapato de María Fulgencia) hasta la línea 15 asistimos a la emoción del personaje masculino desde que ve ese zapato hasta que se atreve a examinarlo. Se produce un cambio brusco en esta situación (de repente se le cayó), que supone un enlace con la microestructura siguiente mediante la excusa dada por Pablo (dijo que entró buscando agua y un paño...). La tercera parte está marcada formalmente por el cambio desde la voz del narrador a la inclusión del diálogo (-¿Tinta?), que da lugar también al episodio del limón, donde se produce la alternancia entre el diálogo y los fragmentos o párrafos narrativos.
            De lo anterior deducimos que aparecen tres voces distintas en el texto: la del narrador, la de María Fulgencia y la de Pablo.
            Podemos señalar que la intercambiabilidad emisor-receptor característica de la conversación solo aparece reflejada en una ocasión a lo largo de este fragmento:
       -¡No puede usted!
-¿No puedo? ¡Sí que puedo!
            El narrador, que utiliza la tercera persona, es heterodiegético. Podemos considerarlo omnisciente porque es capaz de plasmar las emociones de los personajes. Así, Pablo está emocionándose de tener el borceguí. Incluso se nos presentan sus deducciones (La señora necesitaba algodones para los dedos) y sus apreciaciones (¡Qué altas y suaves!).
       Por otra parte, el narrador se nos presenta como el dominador absoluto en la forma de tratar y presentar las acciones, ya que además de los rasgos anteriores, alterna el estilo directo con el indirecto y el indirecto libre, según conviene o interesa. Así encontramos que los verba dicendi aparecen o no, según los casos: “dijo que entró buscando agua y un paño...”, “-¿Tinta? ¡Y aquí también, en esa mano!” o “-¿Y para partirlo? No vaya. No vaya otra vez.
            Los personajes de Pablo y María Fulgencia son los dos actantes. Ambos tienen una relación profesional en el terreno de la educación, como profesora y alumno.
            En este sentido, María Fulgencia se encuentra en una situación de poder frente a Pablo. Esta situación supone la existencia de una presuposición, una idea que proviene del conocimiento del mundo tradicional. Ese poder frente a Pablo queda marcado por las actitudes y sentimientos del muchacho. Así, cuando ella le sorprende con el borceguí, él se disculpa, y cuando María Fulgencia lo lleva al tocador, Pablo se aturdió más y quiso crecerse…
            Podemos añadir que la relación entre ambos es distante desde un punto de vista formal, ya que en las intervenciones los personajes utilizan el tratamiento de respeto: “Tráigame usted mismo un limón” o “No vaya otra vez”, por ejemplo.
            Ese respeto que existe sobre todo por parte de Pablo queda reflejado incluso en las palabras del narrador (como si la señora…).
            Debemos señalar no obstante que alterna en la voz del narrador ese tratamiento con la aparición del nombre de pila, que implica mayor confianza, de María Fulgencia e incluso de lo que podríamos denominar mote (“la Monja”), que aparece además resaltado tipográficamente.
            La acción se sitúa en el ámbito doméstico, pero con una consideración didáctica. Las clases, las lecciones de María Fulgencia a Pablo son en la casa, de manera que él ha salido del estudio donde se encontraba “haciendo una copia” a la sala donde encuentra los borceguíes.
            Un recuerdo de los dos personajes (Le había sorprendido como la primera mañana de lección) nos devuelve como lectores a la relación entre ambos. Esa misma relación y ese mismo ámbito sirven como excusa de la indiscreción (le mostró en su solapa una gota de tinta).
            Los dos contextos sirven como cadenas isotópicas en el texto. Muestran y explican el contraste entre la relación aparente entre Pablo y María Fulgencia y la que los lectores podemos presuponer en el episodio del limón: “Recibían y transpiraban el mismo aroma, pulverizado en el aire húmedo y ácido de su risa. Y entre los dos rasgaron los gajos sucosos”.
            Y si podemos dudar de una relación distinta por parte del personaje femenino, podemos presuponer unos sentimientos amorosos y de admiración en Pablo, que se muestra aturdido y quiere “crecerse”.
            Por los rasgos que se nos muestran en lo referente al lugar donde se dan las lecciones, podemos hablar de la existencia de otras implicaturas y presuposiciones. Así podemos interpretar que María Fulgencia es una institutriz, una mujer encargada de la educación de Pablo y que vive en la misma casa familiar. Si es así, se explicarían algunos aspectos que suponen un cierto nivel económico en el entorno de Pablo. Hay estancias diferentes (estudio, sala, huerto, comedor, tocador), pero además aparecen elementos como “la alfombra del estrado” que suponen amplitud.
            En otro sentido debemos recordar la distinción entre la voz del narrador y la de los personajes, pero en general podemos señalar que el lenguaje utilizado es el español culto que se muestra a través de la sintaxis, del tratamiento de los estilos narrativos y a través del vocabulario, donde destacan “borceguí”, “tafilete”, “risco” o “velloncito”. Por otra parte hay dos referencias también cultas sobre un cuento egipcio (la sandalia de la «Bella de las mejillas de rosa») y sobre mitología griega (ese “velloncito”).
            Por último, podríamos señalar el predominio en el texto de las funciones poética, referencial y emotiva, así como la posibilidad de que en el texto exista la intención de que nos sintamos identificados con el personaje de Pablo.