Durante las últimas semanas anduve haciendo un curso en internet, de esos que probablemente no cuenten para nada en materia de puntos, traslados, expediente académico, pero que me hizo aprender y divertirme.
El trabajo final debía versar sobre la aplicación del pensamiento científico en la vida cotidiana y a mí se me ocurrió que no había más cotidianeidad que un día de nuestra vida. Este es el trabajo que presenté:
UN DÍA CUALQUIERA
Cuando empecé
el curso sobre Pensamiento Científico lo hice porque sentía una necesidad
imperiosa por conocer. Pasaba por una época en que veía escandalizada cómo las
supersticiones y el pensamiento acrítico parecían pasearse impunemente por el
mundo que me rodeaba. Homeopatía, acupuntura, bebidas oxigenadas o hechas con
agua de mar, movimientos antivacunas, creencias poderosas en el mal de ojo o
nacer con gracia, curaciones milagrosas por imposición de manos…
Lo primero que
me llamó la atención en los vídeos fue el hecho de que se me planteaba la
historia de la ciencia de una forma global, mucho más ampliamente de lo que
había visto nunca. Y eso rompió mis esquemas de forma muy gratificante. El
contacto con otras mentalidades, gente variada, me hizo disfrutar
intelectualmente. Pero hubo una frase chiquitita en uno de los vídeos, una de
esas dichas casi de casualidad: “desde que nacemos la ciencia está presente en
nuestras vidas”. Eso es. Y es tan así, que cuando releí el título del proyecto
final, sea cual sea el resultado, apareció esa “lucecita”: ciencia aplicada a
la vida cotidiana… ¿qué hay más cotidiano que un día de nuestra vida? Algo
simple, en principio, y sin embargo tuve que estudiar, debatir, pensar cada uno
de los detalles de un día cualquiera.
Hice una lista
de acciones. Y ahí comenzó una andadura apasionante, porque ¿podía acaso
imaginar siquiera Tales de Mileto que sería considerado el primero en observar
un fenómeno como la electricidad? Desde aquel paño frotado con ámbar hasta mi
despertador enchufado a la red hay historias apasionantes e increíblemente
maravillosas de hombres que observaron, analizaron, comprendieron y explicaron
a los demás los fenómenos eléctricos. Y es curioso que nunca me hubiera
acercado a esa historia, cuando yo misma tuve que explicarles hace un año a mis
alumnos cómo Mary Shelley acudía a los espectáculos teatrales que mostraban los
experimentos con electricidad y supo recoger esos aspectos científicos en su Frankenstein.
El sonido de
ese despertador es mi primer contacto con la realidad. Es un sonido
desagradable, nada armónico, que llega hasta mi cerebro a través del oído. Es
impresionante la perfección del oído, cómo las ondas producen vibraciones que
se convierten en impulsos nerviosos que al final comprende el cerebro. Una va
tomando conciencia de que es hora de levantarse, y avanzo lentamente hasta el
baño. Una ducha. Vivo en un lugar seco, donde el agua es un bien escaso. Un
compuesto más valioso que casi ningún otro. Desde siempre nos educan recordándonos
que entre ducha y baño podemos ahorrar 50 litros, incluso más.
La ciencia y
la tecnología han hecho mucho por esta zona. Seca y fácilmente inundable, hay
toda una historia acerca de norias, presas, acueductos y canalizaciones de
lluvias y ríos, desde el siglo II hasta el XXI.
En la ducha,
usamos un jabón bastante avanzado, el gel. En la etiqueta siempre visible
aparece el detalle de ph neutro. Nunca me había planteado lo del ph. Resulta
que se refiere a “potencial hidrógeno”. Es una medida de acidez y se refiere a
la concentración de iones hidronio. Lo de neutro es porque es un nivel ph 5,5,
el de la piel humana. Eso se traduce grosso modo en que no provocará agresiones
cuando entre en contacto con nuestra piel. Y pueden llevar componentes como aloe
vera. Un descubrimiento el de esta planta. Tiene tres capas, la exterior es una
protección, pero las otras dos se usan en farmacia. En la segunda contiene
aloína que se usa en laxantes. La tercera, que es su reserva de agua, es de la
que se extrae la pulpa utilizada en geles.
¿Y lavarse los
dientes? Aún recuerdo cuando estudiaba la literatura latina. Catulo criticaba a
los hispanos el sonreír en exceso para mostrar la blancura de sus dientes. El
motivo era claro: los dientes entonces se lavaban con orina. Así que el
sarcástico autor tenía el chiste hecho con esa costumbre. De todas formas,
parece que fueron los egipcios los que de verdad inventaron un dentífrico, y a
partir del siglo XIX, había antisépticos. En las pastas de dientes se regula
especialmente la cantidad de flúor, porque previene la caries si no es en
exceso.
Cuando ya
estoy lista me preparo el desayuno, aunque me acompaña en los últimos años
también el ibuprofeno, por los dolores de espalda, musculares. Es definido como
un medicamento de los antiinflamatorios no esteroides y actúa, según dicen en
medlineplus, deteniendo la producción de la sustancia que provoca el dolor o la
inflamación.
Y mientras
desayuno para poder trabajar sin problemas, me paro a pensar en lo fácil que es
ahora estar bien alimentado. Y cómo se ha avanzado no solo en nutrición,
también en higiene. Algo tan sencillo como tomar un vaso de leche sin riesgos.
Mi madre era la pequeña de seis hermanos. Vivían en el campo, tenían un huerto,
y llevaban a la casa leche recién sacada. Me contaba que entonces había que
hervir varias veces la leche para poder consumirla. Ahora yo solo tengo que
abrir el envase. Siempre miro un poco la apariencia. Si no estoy muy segura, de
mi madre me quedó esa costumbre de hervirla si uno tiene dudas, pero sé que en
el peor de los casos, si no está en perfecto estado, se cortará en ese punto de
ebullición.
El caso es que
ahora he sabido que la primera pasteurización se realizó el 20 de abril de 1864
y fue el propio Pasteur, junto con su colega Claude Bernard, quien llevó a cabo
ese proceso. Eso sí, el método UHT (ultapasteurización), no se empezó a desarrollar hasta los años 40 del
siglo XX, y ya se consiguió el éxito al envasar los alimentos a partir de 1961.
Compruebo que
aún no he salido de casa y ya he estado rodeada de adelantos científicos y
tecnológicos. Y apenas he comenzado, porque ahora debo ir al garaje. Aún me
separan cuarenta kilómetros del instituto donde trabajo. Tengo que usar el
mando para abrir la puerta. Hay un código, un mini-idioma entre el mando y la
puerta del garaje. Igual que existe entre la llave y el vehículo. Son
diferentes a los infrarrojos de otros mandos a distancia como el de las
televisiones, porque esos códigos puedo cambiarlos, mientras que los de
electrodomésticos son fijos. Ahora he aprendido a “ver” si uno de esos mandos
funciona. Como el ojo no puede percibirlos, un compañero de Tecnología me
enseñó cómo hacerlo. Simplemente lo miro a través de la cámara de fotos de mi
teléfono móvil. Pulso el botón de ese mando y entonces veo esa luz blanca
parpadeando.
Mi coche
funciona con gasoil. Sé que en el motor diesel no se produce una chispa como en
el de gasolina. El gasoil entra pulverizado y mezclado con aire. Al aumentar la
presión, el combustible se quema por compresión. Hay un aumento de temperatura al comprimirlo
de esa forma. Aún recuerdo lo que me costó estudiar esa parte en el manual que
te daban en la autoescuela, cuando luchaba por obtener el permiso de conducir.
Cuando
atravieso la ciudad para llegar hasta la autovía, debo pasar por tres cruces
regulados por semáforos. Este aparato estoy acostumbrada a explicarlo en mis
clases. Forma un código completo. Las tres luces, rojo, ámbar y verde no tienen
sentido si no es en conjunto. Y tanto si se usan las tres, como si se limitan
al rojo y al verde, deben estar colocadas siempre en la misma posición, ya sea
en vertical o en horizontal. De esta forma, cualquier persona puede circular
sin problemas. En especial los daltónicos. La luz roja arriba. O bien la luz
roja a la izquierda. Un compañero de Biología me explicó hace tiempo que el
daltonismo es una alteración genética que afecta a los conos, unas células
sensoriales que permiten percibir los colores. Si los encargados de regular
esos semáforos no piensan en esos detalles, no colocan siempre los colores de
forma ordenada, podría provocarse algún accidente.
Ya en la
autovía debo pasar por un puente sobre el río. Siempre me ha gustado ese puente
por el arco que tiene en el centro, con varios tensores, en colores plateados y
azules. Un ingeniero me habló de las juntas de dilatación en los puentes,
varias, tantas como apoyos tenga ese puente. Están hechas con caucho, aunque a
veces pueden estar delimitadas o ancladas por medio de una pieza metálica. Por
eso al pasar por encima de ellas, sientes ese golpeteo metálico. Son elementos
importantes en esos puentes, ya que permiten absorber los movimientos de las
vigas, debidas a la dilatación o a las oscilaciones a las que las somete el
tráfico rodante. Más que importantes, por tanto, son imprescindibles.
Y si tengo que
observar la ciencia y la tecnología a diario, ¿qué decir en cuanto atravieso
las puertas de mi lugar de trabajo? Hay un sistema de cámaras de seguridad, que
registran todos los movimientos de las diferentes personas que están ahí cada
día. Esas imágenes quedan grabadas durante veinticuatro horas. Si no hay que
revisarlas, se borran.
Pero es que
además, están todos los instrumentos que utilizamos en la enseñanza, y eso que
la asignatura que imparto no parece necesitar muchos elementos. Pero solo en
una enumeración somera, ya encuentro lápices, bolígrafos, libros,
fotocopiadoras, impresoras, ordenadores, conexión a internet, pizarras
digitales, teléfonos fijos y móviles. La verdad es que cuando preparo las
clases con el libro de texto, me gusta señalar y hacer las anotaciones en él
con el lápiz, por aquello de no estropearlo demasiado. Casi todos sabemos que
la mina es de grafito, mezclado con arcilla, pero fue gracias a un compañero de
Física que conseguí comprender algo tan sencillo. El rozamiento entre el lápiz
y el papel es lo que hace que el grafito se rompa, y esos trocitos se adhieren
al papel. Más curioso aún me pareció el hecho de mirar esa realidad aumentada.
No es un continuo. En las zonas donde el grafito no llega a adherirse, se puede
ver que no se ha llegado a pintar. Y el bolígrafo es sorprendente, solo una
bolita (ahora sé que normalmente es de acero) que rueda sobre el papel
descargando la tinta.
Y está el
papel, la imprenta, las ondas hasta repetidores, la fibra óptica, los cables...
A media mañana
hay un recreo, así la jornada se divide en dos mitades, tres horas de clase
antes y otras tres después del recreo. Está bien poder descansar así, se rinde
más y mejor. Sobre todo los adolescentes. Algunos compañeros aprovechamos para
tomar un café. Y yo, por desgracia, fumo un cigarrillo en esa pausa. Cuando vi
ese vídeo sobre redes sociales… pensé enseguida en las adicciones. Empecé a
fumar por imitación, por inclusión en un grupo. Todos los miembros de la pandilla
fumaban, menos yo. Y entonces no nos advertían tanto sobre los peligros o los
riesgos del tabaquismo. De hecho, con solo 17 años, pude comprar libremente mi
primer cigarrillo. Con el tiempo, muchos de los amigos han ido dejándolo, y eso
hace que al menos te plantees abandonar este hábito, igual que ellos. Pero sé
que aún me queda un camino largo hasta conseguir abandonar esa droga. Y eso que
también sé que en cuestión de días me sentiré mejor, aunque la adicción a la
nicotina dure más tiempo.
En España (y
creo que en todo el mundo) al menos se ha avanzado mucho en información en este
sentido. La Sociedad de Neumología y Cirugía torácica edita una guía sobre el
tratamiento del tabaquismo. Y ahí hace hincapié en que el tabaquismo es una
enfermedad crónica, en la que suele haber muchos intentos de abandono sin
obtener resultados. Pero tanto el médico como el farmacéutico me animan
diciendo que al menos yo ya lo he intentado dejar. Así es, más de una vez. Y
solo lo conseguí en los dos años en que estaba embarazada y luego amamantaba.
Necesitaré una fuerte motivación, igual que en esas ocasiones. Aunque eso de
las redes sociales me hizo pensar… intentaré apoyarme también en esos amigos
que ya consiguieron abandonar el tabaco.
Sigo con mis
clases. Hoy hablo sobre publicidad engañosa, a través de un anuncio que promete
salud con solo colocarse unos anillos de silicona en los dedos de los pies. El
producto se ofrece a buen precio en apariencia, aunque si uno lo piensa bien…
30 euros por unos siete centímetros de silicona… comparamos con otros productos
(tetinas, tubos…). Es carísimo. Observamos si los argumentos y los enunciados
son veraces, si no contradicen el sentido común, si de la causa se infiere la
conclusión, si el texto aprovecha nuestras debilidades. Intentamos, en fin,
aplicar el pensamiento crítico y nuestros conocimientos lingüísticos.
Cuando termino
la jornada en el instituto, regreso a casa. Lo más importante al llegar y sobre
todo antes de comer, de saludar en casa o de por supuesto meterme en la cocina
es lavarme las manos. Las manos sucias pueden propagar infecciones, muchos
gérmenes pueden estar en ellas, así que es un ritual muy necesario. En este
sentido, recuerdo siempre la historia de I.F.Semmelweiss, un médico que
consiguió reducir la mortalidad en las parturientas en el hospital donde
trabajaba. El método consistió en lograr que los médicos que las atendían se
lavaran las manos antes de asistirlas en el parto. Por desgracia, él murió sin
que se le reconociera ese logro.
Una vez metida
en la cocina, podemos encontrar varias lecciones de química cotidiana.
Conservantes, antioxidantes, vitaminas, conservas en las que se ha extraído el
oxígeno, emulsiones como la mayonesa, disoluciones,… Hay un acompañamiento que
me gusta especialmente en los guisos: la cebolla. Pero siempre hay que pasar
por ese llanto cuando se corta. Y es que en las células de la cebolla existen
compuestos que contienen azufre. Cuando la cortas, se rompen las células y esos
compuestos sufren una reacción química que los transforma en moléculas
sulfuradas, que reaccionan con la humedad de los ojos y así se produce ácido
sulfúrico. Nuestra córnea lo detecta y comienza el picor de ojos. Así que casi
es inevitable llorar al pelar la cebolla. Aunque precisamente por la
solubilidad, puedes evitar el lagrimeo si cortas la cebolla bajo un chorro de
agua.
Me gusta
sofreírla un poco antes de incorporarla al plato que sea. Y aunque aún se usan
sartenes de hierro, es preferible tener antiadherentes, esas sartenes
recubiertas de teflón. Ese es un nombre comercial, porque lo que realmente
tienen esas sartenes es una capa muy fina de un plástico denominado
politetrafluoretileno (sí, he tenido que mirarlo varias veces hasta aprender
esa palabra). Es un compuesto de carbono y flúor y tiene una energía
superficial muy baja.
Y después de
comer, recoger la cocina. Usar para fregar la vajilla ese jabón especial y un
estropajo de níquel. Y lejía, un desinfectante muy antiguo, aunque como
compuesto ha ido evolucionando con el tiempo.
Después me
gusta conectarme a través de internet para mantener charlas con amigos que
están a muchos kilómetros. Antes era imposible, pero ahora puedo mantener el
contacto con ellos y comunicarme a través de redes sociales o de programas como
skype.
A veces, veo
algo de deporte en televisión. Ahora hay varios partidos de fútbol que se
transmiten vía satélite. Me gusta al mismo tiempo escuchar los comentarios
sobre los partidos a través de la radio. Siempre me había preguntado cómo era
posible que si la velocidad de la luz y la del sonido eran tan distintas… yo
escuchara un par de segundos antes las jugadas a través de la radio, para casi
de inmediato verlas por el televisor. Pero es que el sonido es vía terrestre y
la imagen es a través del satélite. Incluso se retarda un poco el sonido para
que en la emisión estén sincronizados.
Siempre me
reservo una hora para pasear. Dicen que media hora ayuda a mantenerse sano,
pero no lo hago solo por eso. Me gusta pensar y hablar con la gente, así que
durante esa hora puedo hacer ambas cosas. Es una actividad suave, pero creo que
me ayuda a reducir el estrés. Estos
beneficios tendré que estudiarlos más. Sé que es recomendable en caso de
hipertensión porque los médicos se lo han aconsejado a algunas personas de mi
familia.
Como me gusta tanto el cine, procuro ver
al menos una película al día. Esa ilusión óptica. Varios fotogramas que al
pasar producen la ilusión de movimiento. Hoy toca “Criadas y señoras”. La
película retrata problemas raciales en el sur de Estados Unidos en los años 50
del siglo XX. La discriminación que se plantea tiene raíces históricas, las de
la esclavitud. Hasta la abolición tras la guerra de Secesión estadounidense, se
justificaba la existencia de esa esclavitud en las llamadas “marca de Caín” y “maldición
de Ham” que aparecían en el Génesis bíblico. Pero en la Biblia aparecen también
pasajes en que la esclavitud se condena, como cuando en Hechos se dice que Dios
“de una sangre ha hecho a todos los hombres” ¿Y si pienso científicamente? No
hay base científica para la discriminación. El ser humano es una especie. Homo
erectus, homo ergaster, Neandertales, homo floresiensis… De todas las especies
de humanos que han existido solo el Homo Sapiens sobrevivió. Y los estudios
sobre el genoma humano nos han llevado a comprobar que las diferencias
aparentes, las puramente físicas, son una parte trivial de los pares base del
ADN humano.
Hace tiempo que en clase les explico a
mis alumnos que el término “raza” está obsoleto. Es una palabra imprecisa, no
es científica. Y repasamos algún concepto como el de especie, ya que sabemos
que dos humanos pueden reproducirse entre sí, sean como sean en apariencia.
Ya es de noche. Mañana compartiré el café
con mis compañeros, esos pacientes sabios a los que agradezco su inestimable
ayuda, en forma de conversación y de referencias bibliográficas.
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