Camilo José Cela (1916-2002)
presentó en Madrid su “Dodecálogo de Deberes del periodista” en Madrid, en septiembre
de 1992, según recogían los diarios de la época, con el que les recomendaba “ser tan objetivo como un espejo plano”:
I.- Decir lo que acontece, no lo
que quisiera que aconteciese o lo que se imagina que aconteció.
II.- Decir la verdad,
anteponiéndola a cualquier otra consideración y recordando siempre que la
mentira no es noticia y, aunque por tal fuere tomada, no es rentable.
III.- Ser tan objetivo como un
espejo plano; la manipulación y aun la mera visión especular y deliberadamente
monstruosa de la imagen o la idea expresada con la palabra cabe no más que a la
literatura y jamás al periodismo.
IV.- Callar antes que deformar;
el periodismo no es ni el carnaval, ni la cámara de los horrores, ni el museo
de figuras de cera.
V.- Ser independiente en su
criterio y no entrar en el juego político inmediato.
VI.- Aspirar al entendimiento
intelectual y no al presentimiento visceral de los sucesos y las situaciones.
VII.- Funcionar acorde con su
empresa –con la línea editorial- ya que un diario ha de ser una unidad de
conducta y de expresión y no una suma de parcialidades; en el supuesto de que
la no coincidencia de criterios fuera insalvable, ha de buscar trabajo en otro
lugar ya que ni la traición (a sí mismo, fingiendo, o a la empresa, mintiendo)
ni la conspiración, ni la sublevación, ni el golpe de estado son armas
admisibles.
VIII.- Resistir toda suerte de
presiones: morales, sociales, religiosas, políticas, familiares, económicas,
sindicales, etc, incluidas las de la propia empresa.
IX.- Recordar en todo momento que
el periodismo no es el eje de nada sino el eco de todo.
X.- Huir de la voz propia y
escribir siempre con la máxima sencillez y corrección posibles y un total
respeto a la lengua. Si es ridículo escuchar a un poeta en trance, ¡qué
podríamos decir de un periodista inventándose el léxico y sembrando la página
de voces entrecomilladas o en cursiva!
XI.- Conservar el más firme y
honesto orgullo profesional a todo trance, manteniendo siempre los debidos
respetos, no inclinarse ante nadie.
XII.- No ensayar la delación ni
dar pábulo a la murmuración ni ejercitar jamás la adulación: al delator se le
paga con desprecio y con la calderilla del fondo de los reptiles; al murmurador
se le acaba cayendo la lengua y al adulador se le premia con una cicatera y
despectiva palmadita en la espalda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario