El Romanticismo nace como fruto de una época de
inestabilidad política y económica. La burguesía que a lo largo del siglo XVIII
ha escalado los peldaños que llevan al poder, libra su última batalla contra el
antiguo régimen. El arte equilibrado que predicaba el clasicismo no era el más
adecuado para la expresión de los conflictos de una etapa histórica que había
presenciado el triunfo de la primera revolución moderna. En las postrimerías
del siglo de las luces se vuelve la mirada hacia modelos que en su
desequilibrio y en su deformidad proporcionan una imagen más exacta del agitado
tiempo de lucha para conseguir el nuevo estado liberal y burgués.
El movimiento romántico es la réplica y la culminación de
los ideales ilustrados. Rousseau había lanzado sus teorías filosóficas que
exaltaban lo natural y libre frente a lo artificial y reglado.
También en la etapa anterior se habían preparado otros
rasgos importantes del Romanticismo, como la exaltación de la Edad Media. Durante el siglo XVIII los eruditos
habían recuperado y editado códices y manuscritos medievales hasta entonces
prácticamente desconocidos. También son fruto de la Ilustración los viajes
realizados para catalogar los tesoros artísticos e históricos del país.
Aparición
y difusión del Romanticismo
El movimiento se originó en Alemania. El Sturm
und Drang renovó la percepción artística de su tiempo. Se exaltó la
belleza del teatro inglés isabelino y de la comedia española; Shakespeare y
Calderón se convirtieron en héroes de las nuevas generaciones. Goethe destacaba
con admiración el arte gótico de la catedral de Estrasburgo. Muy importante es
el sentimiento de libertad creadora, al igual que el rechazo a las normas
morales establecidas.
En Inglaterra también se produjo un movimiento artístico
medievalizante y renovador de la expresión artística. Destacaron por otra parte
los poemas que James Mcpherson atribuyó a Ossián,
un pretendido poeta céltico. Las nuevas doctrinas, de la mano de Madame Stäel,
saltaron a Francia, Italia, España, y al resto de países europeos.
Variantes
y unidad del Romanticismo
Podemos distinguir dos tipos esenciales de Romanticismo:
liberal y conservador. La vuelta al pasado histórico característica de este
movimiento adquiere sentidos distintos según se enfoque desde una u otra
perspectiva. Para unos es la nostalgia de la edad heroica en que dominaban los
principios cristianos y caballerescos. Para los otros, la Edad Media es el
amplio escenario irreal en que los protagonistas libraban la batalla por un
destino libre y feliz. No es infrecuente que en una misma obra o autor se
presenten aspectos contradictorios y que exprese al mismo tiempo el anhelo de
un orden perdido y la angustia ante una realidad represora. Un ejemplo significativo
en don Juan, para unos exaltación de
la rebeldía frente al orden divino y humano y para otros una parábola de la
justicia divina, un pecador arrepentido que obtiene el perdón en el último
momento.
Se ha establecido una división paralela a la anterior
entre el Romanticismo histórico, el Romanticismo
de las ruinas, y el Romanticismo contemporáneo o de combate. El primero es una evasión hacia el pasado, una huida de
los conflictos del presente. El segundo se encara con la sociedad de su tiempo,
exalta comportamientos antisociales e inicia una poesía comprometida
políticamente.
Algunos críticos establecen una división diferente: según
su hondura y aporte a la renovación de los medios expresivos, existen dos
romanticismos. Uno es brillante y caduco porque remite a la superficie de una
crisis sin entenderla ni superarla (en Lamartine, Rivas o Zorrilla), el grupo
más tradicional que se enmascara tras ademanes declamatorios y escenografía
histórica. Otro, subterráneo, menos apreciado en su tiempo, es del que surge la
gran literatura de vanguardia posterior (Hölderlin, Coleridge, Poe), con una
visión más personal de la realidad. Entre uno y otro se sitúan los románticos
en sentido estricto (Byron, Keats, Shelley, Goethe, Victor Hugo), con la expresión
de un yo que vive intensamente la
crisis con que se abrió el siglo XIX.
En el Romanticismo estamos ante sentimientos y actitudes
que resulta difícil reducir. Entre los principios esenciales se cuentan
términos antitéticos como la exaltación del pasado y el impulso progresivo
hacia el futuro, el cosmopolitismo y el nacionalismo exacerbado, la angustia
existencial que arrastra al suicidio y al entusiasmo revolucionario, el
satanismo y la religiosidad, el liberalismo y el absolutismo, lo sentimental y
la burla sarcástica del sentimiento,…
También los aspectos formales merecen tratamientos
antitéticos. El tono de los poemas románticos oscila entre lo
patético-declamatorio y lo íntimo apenas susurrado; la prosa va desde la
descripción morosa de algunas novelas hasta el tono sarcástico de los artículos
de costumbres.
El
sentimiento del pasado: nacionalismo y exotismo
El fervor por el
pasado es un punto esencial del programa romántico. La Edad Media atrae a
los creadores de todos los países. En ella encuentran sus raíces.
El pasado tiene un ingrediente de evasión y huida de la
realidad. El orientalismo responde a esa necesidad. El lujo, sensualidad, colorido,
las actitudes caballerescas están en las antípodas de la vida burguesa que se
abre paso. Los escenarios orientales son el marco en que se desenvuelven los
conflictos y anhelos de los autores: el ansia de libertad, el amor imposible,
las guerras civiles,…
Un último tema ligado al sentimiento del pasado es la
presencia de las ruinas, motivo que
ya era habitual en el siglo XVIII. La melancolía,
producto de la conflictiva realidad social y de las frustraciones personales,
se recrea en el ambiente lúgubre de los monumentos en ruinas. A menudo surge el
tópico del Ubi sunt?, más desgarrado y patético que en otros tiempos.
La
angustia existencial
La angustia llegó a ser una divisa de la época. El mal
del siglo, que arrastró a muchos jóvenes al suicidio, es la desazón ante los
conflictos de la existencia.
Esta vivencia no es ajena al entorno político. El mito
del amor imposible quizá sea metáfora de la actitud de los liberales bajo la
amenaza absolutista. El equilibrio se quiebra por casualidades trágicas o por
presiones sociales que siguen las normas del antiguo régimen, como en Don Álvaro o en Don Juan.
La melancólica contemplación de las ruinas es la
expresión más serena de esta angustia. Un sentido similar tiene la búsqueda de
la muerte como recuperación de la paz perdida. En otras ocasiones el poeta
querría disolverse en la naturaleza. No es ajeno a este sentimiento el culto a la noche de la época.
La calma de los cementerios se transforma en la
exageración voluntaria de lo lúgubre y lo macabro.
La placidez nocturna se puebla de horrores, voces
misteriosas, brujas en aquelarre, espectros,… La estética del terror fue uno de los descubrimientos del
Romanticismo, de la que el mejor ejemplo es Edgar Allan Poe (1809-1849). Las
visiones macabras quizá plasmen el fracaso de las aspiraciones humanas.
Por otra parte, el temperamento romántico es
esencialmente religioso. El movimiento tiene un primer punto de inspiración en
el cristianismo medieval.
El idealismo frustrado y en tensión de la época buscaba
el apoyo de un misticismo que suavizara la angustia.
El gusto por lo esotérico
y paranormal de estos autores encontró un filón en las tradiciones milagreras.
Los espíritus más convencionales, como Zorrilla, cimentaron su fama sobre las
narraciones de leyendas piadosas.
El reverso y complemento de esta actitud lo constituye el
satanismo. Es una religiosidad de signo negativo en la que el hombre se
enfrenta al creador, se rebela contra el orden por Él establecido y exalta el
propio yo en un acto de orgullo y desafío. El satanismo ve al hombre como un ser injustamente condenado, traído a
un mundo de horrores. La respuesta es la blasfemia
y el sarcasmo. Al concebir la
creación como imperfecta y desquiciada, se genera un arte que refleja y
expresa. El ideal de belleza es sustituido por el de la expresividad. El artista distorsiona sus materiales para ajustarse
con mayor fidelidad al universo caótico que quiere plasmar. En Goya, por ejemplo, encontramos una
protesta por el dolor y la angustia que acompañan al hombre.
Por otra parte, el titanismo
romántico expresa el ideal de progreso, del esfuerzo del hombre por dominar el
mundo prescindiendo de los poderes ultranaturales. Es el planteamiento ante los
viejos dioses del Prometeo de Goethe de que no tenemos nada que
compartir con ellos, que no hay nada tan miserable como su poder despótico.
El Prometeo liberado de Shelley convierte al protagonista en
símbolo de la humanidad torturada por los dioses (personificación del mal) y
liberada por su propia fuerza (representada por Hércules) y por el primigenio
poder de la tierra (Demogorgón).
El concepto de superhombre
de Nietzsche es la pervivencia y la
formulación teórica del mito romántico de Prometeo, de su voluntad de dominar
el mundo con la fuerza de la razón y de regirse por una moral interior, libre
de imposiciones externas.
Las consecuencias estéticas del titanismo son la hipervaloración de la imaginación y la subjetividad, la ruptura con las recetas,…
El
determinismo social en el arte romántico
La rebeldía presenta dimensiones sociales. El héroe
romántico suele ser un desclasado que se mantiene al margen de las leyes y
normas imperantes y que, finalmente, es aplastado por la máquina social
opresiva, convertida en trágica representación del destino.
Como los planteamientos de la época son idealistas, el
determinismo social se combinará con un destino individual que, a través de
azares, provoca la perdición del protagonista, y así en Don Álvaro o la fuerza del sino una pistola se dispara por
casualidad, en Los amantes de Teruel
se produce un desafortunado retraso. Los personajes se consideran perseguidos
por un hado funesto y maldicen de su origen y existencia.
La palabra maldición
fue un motivo recurrente.
No solo los seres nobles y justicieros, marginados por la
incomprensión colectiva, son objeto de veneración. Hay toda una corriente
patibularia dentro del Romanticismo que exalta los comportamientos antisociales
y denigra, como moralmente corruptos, los papeles rectores de la sociedad. Los personajes predilectos pueden dividirse
en dos clases, los rebeldes
(criminales, corsarios, bandoleros, piratas, aventureros,…) y los desvalidos (mendigos, huérfanos,
muchachas inocentes, peregrinos, cautivos, suicidas,…).
Una parte del Romanticismo tenía intenciones
revolucionarias y voluntad de compromiso social. El texto que se puede poner de
ejemplo en este caso es Literatura
de Larra, publicado en El español el 18 de enero de 1836. Sus
ideas, ligadas al liberalismo progresista, se recogen en el último párrafo: “no queremos esa literatura reducida a las
galas del decir (…), sino una
literatura apostólica y de propaganda”.
La época romántica es quizá el momento histórico en que los
literatos están más vinculados al
devenir político. Los románticos liberales lucharon por establecer el sistema
constitucional. Una vez triunfaron, se escindieron en dos grupos. Unos
entendieron que se había consumado la evolución deseada y otros persistieron en
la actitud revolucionaria. Los primeros evolucionaron hacia el conservadurismo
y los segundos apostaron por la república.
La
ruptura de los moldes
Hay unanimidad en romper con los moldes y pies forzados
del Neoclasicismo, en nombre de la naturaleza multiforme y variopinta, de forma
que se mezcla lo grave y lo cómico. Todo ello se hace en nombre de la libertad,
signo determinante de los nuevos tiempos.
La ruptura del decoro
es un axioma romántico que se expresa de forma precisa en el Prefacio de la obra de Victor Hugo, Cromwell:
“de la íntima unión entre lo grotesco y
lo sublime surge el genio moderno, complejo, vario, alejado de la simplicidad
de lo antiguo”.
El contraste entre lo monstruoso y lo sentimental cobra
tonos melodramáticos en personajes de Hugo o Espronceda.
El movimiento romántico rompe los esquemas monolíticos
del clasicismo. La estructura del poema salta en pedazos. Se abandonan las
unidades aristotélicas: tiempo y lugar varían a lo largo de la pieza, la unidad
de acción aparece a veces comprometida por intrigas y episodios secundarios.
Los satíricos se cebaron en la parodia de semejante
técnica. Los géneros pierden sus límites tradicionales.
Otro rasgo importante es la mezcla de verso y prosa, y la
polimetría. Se trata de un medio
para conseguir una nueva expresividad.
En los dramas,
que han abandonado la separación de géneros, la prosa se emplea en las escenas
de ambiente y en los diálogos cotidianos, el verso se reserva para momentos más
intensos y líricos, para los monólogos que explican las pasiones de los
personajes. La oposición entre el lenguaje rítmico y la secuencia libre es un
signo más dentro del entramado dramático para llamar la atención del espectador
y subrayar el sentido de la escena.
Los poetas crearon nuevas combinaciones estróficas. El
logro más llamativo fueron las escalas
métricas, la serie libre de versos que aumentan o disminuyen su medida. Con
este artificio se refleja onomatopéyicamente un proceso (por ejemplo, la
galopada de Al-Hamar en una leyenda
de Zorrilla o la muerte del
protagonista en El estudiante de
Salamanca). Estos medios expresivos tienen como finalidad conseguir una
comunicación más viva con el receptor y darle una imagen más exacta de la
realidad.
Cronología
de la época romántica
En el romanticismo pueden distinguirse tres etapas:
-
Prerromanticismo,
a fines del siglo XVIII.
-
Romanticismo,
entre 1800 y 1850
-
Pervivencia
del Romanticismo, desde 1850 hasta la implantación de la
estética realista.
Las
raíces del movimiento hay que buscarlas en Alemania e Inglaterra, en el último
tercio del siglo XVIII. El resto de países europeos llegará a la nueva estética
tras las guerras napoleónicas que propiciaron el desarrollo del nacionalismo
liberal.
En
Francia constituyen hitos fundamentales los escritos teóricos de Madame Stäel, De la Literatura (1800), que inaugura
una visión social del arte literario, y De
Alemania (1810), cuya edición parisina fue prohibida y destruida por el
gobierno de Napoleón. Pero la verdadera generación romántica aparece en torno a
1820, con Victor Hugo o Stendhal.
En Alemania, tras el grupo Sturm und Drang y las obras críticas y
de creación de principios del siglo (Schlegel, Grimm,…) surgen en torno a
1820-30 autores como Heine o Wagner.
En
Inglaterra, entre 1800 y 1820, se producen obras de Walter Scott, Byron o
Shelley, y entre 1820 y 1840 se enmarca el desarrollo del Romanticismo italiano
(con Manzoni), norteamericano (con Poe, Irving…) y portugués.
El
límite final del movimiento se coloca en 1850.
El
Romanticismo español
La opinión de los críticos está dividida. Para unos se
trata de un movimiento paralelo al del resto de Europa y con antecedentes
similares. Para otros, el romanticismo español apenas existió. Y hay quien
opina que nuestro Romanticismo es un movimiento tardío que triunfó cuando en el
resto de Europa estaba ya en decadencia.
En cualquier caso, parece que la explosión romántica solo
se dio tras la muerte de Fernando VII (1833), cuando los liberales llegan al
poder. El impulso liberador y exaltado del romanticismo quedó pronto cortado.
Sus representantes más destacados mueren (Larra y Espronceda) o evolucionan
hacia posiciones conservadoras (Rivas, Zorrilla). La efervescencia del momento
dura aproximadamente una década, entre el estreno de La conjuración de Venecia (1834) y el de Don Juan Tenorio (1844).
A ese fervor romántico le siguió una pervivencia de
esquemas formales, aunque se integraron algunos aspectos como la libertad creadora, el medievalismo, la fantasía, o el acercamiento al entorno a través del costumbrismo.
Desde 1850 se observa la aparición de concepciones
próximas al Realismo, tendencias que triunfaron definitivamente a partir de
1875.
La
literatura española en la época romántica
En la literatura de la primera parte del siglo XIX
podemos distinguir dos grupos:
-
La generación
del Duque de Rivas (1798-1865) y
Martínez de la Rosa (1787-1862), que podría denominarse generación de transición y que forman autores nacidos
en el siglo XVIII, que tuvieron una formación neoclásica y cuya obra se reparte
entre formas clasicistas y románticas. El caso de Fernán Caballero es peculiar, ya que por su fecha de nacimiento
(1796) pertenece a este grupo, pero la edición de su obra es tardía.
-
La generación
plenamente romántica o de Larra (1809-1837) y Espronceda (1808-1842) nace a
principios del siglo XIX y se desarrolla durante la década progresista
(1834-1844).
En lo que respecta a la evolución de los géneros
literarios en esta época podemos señalar en primer lugar el auge del periodismo. Larra convierte el artículo
periodístico en creación estética. Destaca el costumbrismo en su doble faceta
de crítica social y de reflejo nostálgico de tipos populares
en trance de desaparecer.
La novela resurge. Es la época en la que se originan los
grandes relatos decimonónicos. Las primeras muestras fueron traducciones del
francés y del inglés. Más tarde se desarrolló una producción autóctona. Los
géneros dominantes fueron la novela moral, sentimental, de terror,
anticlerical, histórica, social, de sucesos contemporáneos y costumbrista. Los
tres tipos que lograron mayor difusión fueron la histórica, la social y
la costumbrista.
En el teatro se produjo un enfrentamiento entre la
estética neoclásica y la romántica. El influjo clasicista persistió en especial
a través de la comedia moratiniana, pero el drama histórico adoptó pronto las
nuevas fórmulas, con el abandono de las unidades.
La época romántica se caracteriza en su dimensión
escénica por el apogeo de la ópera, especialmente la italiana.
La lírica y la épica se funden y ramifican en distintos
subgéneros. Proliferan las canciones,
eminentemente líricas, las leyendas
de ambiente histórico tocado por el ala de lo misterioso, milagroso o terrorífico
y el poema filosófico, que pretende
dar una visión patética y sarcástica del conjunto de la realidad.
Paralelamente nace una corriente intimista que irá
conformando el estilo de la lírica becqueriana. También se creará una poesía
retórica y altisonante, de ideología reaccionaria que dará origen a un sector
de la lírica realista.
La lengua literaria amplía las posibilidades expresivas
acogiendo todo género de voces y locuciones.
El Romanticismo abandona el culto de la belleza por el de
la expresividad. Cuanto pueda sacudir la sensibilidad del lector es idóneo para
la creación artística.
Lo cómico y lo trágico se funden. Se mezclan las voces
altas y nobles con las vulgares e indecorosas.
En el lenguaje periodístico, que se acerca al habla
cotidiana, encontramos vulgarismos en los artículos de Larra. Los barbarismos
son frecuentes. Los anglicismos y galicismos se encuentran en poemas
filosóficos de la época. Los arcaísmos están a tono con la moda medievalizante.
El escritor romántico se permite toda clase de
libertades, como construcciones analógicas y contracciones (“alredor”).
Se introducen en la lengua literaria modernos tecnicismos
de la ciencia y la filosofía. Los tópicos literarios tienen su réplica en los
clichés lingüísticos. La noche, la luna, las ruinas, las pasiones desbocadas
generan una expresión verbal tópica y reiterada. También encontramos el gusto
por los esdrújulos, unidos casi siempre a un ambiente de terror y misterio.
Encontramos un vocabulario de valor sentimental que
expresa desequilibrio e insatisfacción. A los elementos tópicos se suma el tono
enfático representado gráficamente con puntos suspensivos, admiraciones e
interrogaciones. Hay una prosa corrosiva y directa, lo que preludia la
renovación literaria del Realismo.
Valoración
de nuestro romanticismo
Algunos críticos juzgan la etapa romántica como una época
de esplendor, y en esa valoración pesa el desdén por el siglo XVIII, considerado
afrancesado y frío.
Los protagonistas se consideraban herederos y
continuadores de un glorioso pasado cultural.
A pesar de algunos excesos y carencias, el Romanticismo
español es un paso importante en la evolución literaria. Trae temas inéditos y
formas nuevas que fructifican en el Realismo y la generación de fin de siglo
que hunde sus raíces en las posibilidades abiertas por el romanticismo. Incluso
el surrealismo tiene vinculaciones con la libertad creadora que trajeron los
románticos.
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