(Texto de Fernando Pérez Cárceles, marzo de 2013)
Coronel Jessep.- ¿Quieres
respuestas?
Teniente Kaffee.- ¡Quiero
la verdad!
Del film Algunos hombres buenos
Hace muchos años
asistí a una charla sobre la conversión (metanoia)
y en cierto punto el conferenciante la ilustró con una graciosa anécdota:
En
el tiempo de Cuaresma en el pueblo X se celebraban diversos actos religiosos
que culminaron con una función solemne con confesión general de todo el pueblo,
incluido el “pecador oficial” don N.N. Este hecho intrigó mucho al párroco y se
atrevió a preguntarle qué le había movido a convertirse, a lo que el libertino
le respondió:
-
Cuando desde el púlpito en medio del
sermón usted levantó los brazos y gritó enardecido ¡Nabucodonosor! ¡Nabucodonosor!
Dios
escribe derecho con renglones torcidos dice el adagio popular y eso mismo lo
podría aplicar en mi caso: mi interés en estos últimos años por el estudio de
la Biblia ha sido provocado por el compositor Johannes Brahms. Los últimos
lieder que compuso fueron los Cuatro
cantos serios, op. 121 con textos extraídos de la Biblia; el tercero está tomado
del Eclesiástico (o Sirácida). Al estudiar este lied descubrí que dicho libro
no formaba parte de la Biblia protestante. Brahms había nacido en Hamburgo,
había asistido a la catequesis y hay que recordar que en el norte de Alemania
imperaba el luteranismo ortodoxo, pero entonces ¿cómo podía ser aquello?
Pese a que Juan
Pablo II había dicho que Lutero tenía razón (los obispos españoles chirriaron y
dieron explicaciones ambiguas del tipo: sí, pero…), cuando pregunté sobre la Biblia luterana era como si nombrara
la bicha, todo eran largas cambiadas: el problema que estaba estudiando era
bibliográfico, no doctrinal. Afortunadamente supe por fin que entre el Antiguo
y el Nuevo Testamento iban incluidos una serie de libros (el Eclesiástico entre
ellos) que Lutero había aconsejado conservar por ser útiles, pero decía que no
estaban inspirados por Dios. Los anglosajones fueron más radicales y a partir
del Concilio de Westminster convocado por el Parlamento inglés en 1643 esos libros fueron borrados de la
Biblia.
La vida es un
puñado de cerezas, coges una y otras le siguen; así ocurre con los
interrogantes, que pueden llegar hasta el infinito. El canon bíblico católico
fue definido en el Concilio de Trento, ¿por qué unos libros sí y otros no?
Lutero, Trento, Westminster…¿Quién puede asegurar los libros que Dios ha
inspirado? La autoridad no es un principio de certeza, ni la tradición, aunque
ciertamente ayudan. Pero está la gran pregunta:
La Biblia ¿es
palabra de Dios o palabra del hombre?
Tengo
que decir que me siento cercano al apóstol Tomás, tal vez como consecuencia de
mi formación científico-matemática y por ello todo ha de ser examinado, incluso
lo evidente. Todas las ciencias aportan nuevos datos que hacen que nos
replanteemos las viejas preguntas desde la aparición del Homo Sapiens.
Benedicto XVI ha
denominado este año como “Año de la Fe” y ello es una gran noticia porque es un
acicate para el estudio siempre apasionante de la Biblia. Pienso que la fe no
es algo que se posee definitivamente, sino que es un camino que hay que
recorrer y que está marcado por los mojones de las dudas. Hay que avanzar sin
miedo al error (?), hay que utilizar, y no enterrar, los talentos que Dios nos
ha dado. La fe es una cosa y las creencias otra.
He asistido a un
cursillo bíblico impartido apasionadamente por el padre Abel Rosa y hemos estudiado
el Génesis completo. El curso que viene comenzaremos con el Éxodo. Así es que
como una preparación preliminar he estudiado la figura de Moisés. He escrito
este trabajito como si fuera una redacción escolar, buceando en los datos bíblico-históricos,
comparando otros escritos y leyendas. Actuando, eso sí, como una especie de
“abogado del diablo” (o promotor de la fe que es como se llamaba oficialmente
el procurador fiscal en los casos de canonización, cargo que eliminó Juan Pablo
II y tal vez por ello el número de santos oficiales se centuplicó en pocos
años). Por ejemplo, ¿acaso la orden del faraón de matar a todos los niños
hebreos no nos hace pensar que es similar a la matanza de los niños inocentes
ordenada por Herodes el Grande? Este relato aparece únicamente en el Evangelio
de San Mateo, escrito en Antioquía sobre el año 80 y aunque este evangelio sigue
el esquema del de San Marcos, es un evangelio “judeocristiano” que polemiza con
la poderosa secta de los fariseos y siempre procura demostrar que en Jesús se
cumple el Antiguo Testamento.
Vuelvo a
plantear la pregunta del título: Moisés, ¿mito o realidad? Cada uno ha de
responderse en conciencia, y sea cual sea nuestra respuesta, no podemos ni
debemos renunciar a todo lo hermoso, noble y ejemplar que nos sirva para
nuestra vida. El oro de una joya sigue siendo oro aunque quitemos los adornos.
Y nuestra obligación es hallar el oro.
Murcia, invierno
del año de la dimisión del cargo por el Papa Benedicto XVI
L
|
a mañana se desarrolló como había previsto.
Siempre que voy a hacer un viaje turístico me gusta documentarme y planificar
las visitas y los recorridos. Así es que en esta primera mañana en la Ciudad
Eterna, una Roma que presentía la primavera, habíamos visitado los Museos
Vaticanos y la Basílica de San Pedro. Tras la abrumadora carga de arte
decidimos pasar una tarde más tranquila, así es que después de comer en un
restaurante de la plaza Venecia, que viene a ser el centro como en Madrid la
Puerta del Sol, caminamos sin prisas por el Foro rememorando tiempos remotos y
personajes gloriosos de esta ciudad y torcimos por la via Cavour. Apenas a unos
quinientos metros nos encontramos con una escalera que daba la impresión de ser
más angosta al ascender por una especie de túnel. Al final de la misma desembocamos
en una plaza en cuyo fondo de la izquierda se alzaba la iglesia de San Pietro
in Vinculi (San Pedro encadenado). Aunque pequeña, es sin embargo una basílica
importante, no solo por el turismo, sino por ser la sede del cardenal- obispo
de San Pedro ad vincula.
Sin
detenernos ante los puestos de recuerdos que estaban delante del atrio,
entramos en el interior del templo y sin dilación nos colocamos ante la
maravilla que íbamos buscando. Allí estaba la estatua de Moisés de Miguel
Ángel, majestuosa, imponente. Una verdadera obra de arte que teníamos casi al
alcance de la mano. Poco después recorrimos la iglesia admirando la bella
factura y en el altar mayor reparamos en el objeto para el que se había hecho
este templo: las cadenas de San Pedro. En realidad era una sola, pues según la
leyenda, se unieron milagrosamente la de su encarcelamiento en Jerusalén rota
por el ángel para librarlo (Hechos de los Apóstoles, 12, 6-10), y la de su
prisión en la cárcel Mamertina de Roma. Otra reliquia importante era un
sarcófago conteniendo restos de los siete hermanos Macabeos.
Al
ver estas reliquias pensé en las de la Catedral de Murcia, donde además de un
Lignum Crucis, tenemos reliquias de los cuatro santos cartageneros, de San
Pedro, San Esteban, de los Santos Inocentes y de otros muchos más; hay además
un trozo de la esponja de la que bebió Cristo en el Calvario, otro de la
columna donde fue azotado y un pelo “Vultus
Divini Jesuchristi” (de la barba del divino Jesucristo),
estos últimos enviados por el cardenal Belluga desde Roma. Pero sin duda la
joya es la reliquia que donó la marquesa de los Vélez: una ampolleta con leche
de los virginales pechos de María.
Copio
del artículo “Arcas de prodigios” de
Manuel Pérez Sánchez en el número 14 de la revista Imafronte (año 1999):
“La reacción del cabildo ante el legado que recibía el
templo catedral fue, como no podía ser menos, de intenso alborozo, ordenándose de inmediato los preparativos para
el gran acontecimiento de la entrada en la ciudad de tan importante recuerdo de la Virgen. Se
dispuso un recibimiento similar al que años atrás se había dispensado al Lignum Crucis, con procesión general con
asistencia de todas las autoridades, clero parroquial, órdenes religiosas,
cofradías y gremios así como el consabido adorno de la carrera a base de
colgaduras y altares, el habitual repique de campanas y las luminarias y fuegos
artificiales.
El itinerario llevó la reliquia desde el convento de San Jerónimo de La
Ñora hasta el Convento de las Capuchinas donde se depositó el siete de
septiembre de 1715, dejándose para el día siguiente, fiesta de la Natividad de
la Virgen, su solemne traslado a la Catedral. Este fue practicado bajo palio,
llevado por diez caballeros regidores, y precedido por la tarasca, gigantes y cabezudos
y acompañamiento de danza”.
Aunque no lo he
visto se cuenta que el día de la Asunción se obra el milagro de la licuación,
prodigio semejante al de la sangre de San Genaro en Nápoles o la de San
Pantaleón en Madrid. Nuestro milagro es desconocido salvo por algún erudito, pero
no me extraña porque los murcianos desconocemos gran parte de nuestra historia,
incluso la inmensa mayoría ignora que nuestro patrón es San Patricio. De todos
modos, el 15 de agosto suelo estar en la playa y en Murcia hace demasiado calor
para venir a comprobar esta maravilla.
Vista de la custodia en la que se
engarza la ampolleta con la leche de la Virgen María que se conserva en el
Museo Diocesano de la Catedral de Murcia.
Pero
tras esta enorme digresión vuelvo a contemplar la magnífica imagen esculpida en
mármol blanco por el genial Miguel Ángel en 1509 para la tumba del Papa Julio
II, “el Papa guerrero”, enemigo acérrimo de Alejandro VI (el Papa Borgia) y
mecenas de artistas como Rafael y Miguel Ángel, y me adentro en la historia de
nuestro personaje.
Grosso modo conocemos la historia de
Moisés, salvador, legislador y caudillo, venerado por judíos, cristianos y
musulmanes:
Los judíos
vivían en la esclavitud en Egipto, cuyo faraón mandó matar a los niños judíos,
pero Moisés fue depositado en el Nilo en una canasta de mimbre; fue recogido
por una princesa real que lo adoptó como hijo suyo. Ya adulto, tuvo que huir de
Egipto porque mató a un hombre y se refugió en Madián, donde se casó y pastoreó
los rebaños de su suegro. Tras el episodio de la zarza ardiente, marchó a
Egipto enviado por Dios para liberar a su pueblo, pero el faraón endureció su
corazón y desoyó la petición de Moisés. Dios envió diez plagas, la más terrible
fue la última en la que perecieron los primogénitos de los egipcios. Por fin
abandonaron Egipto, pero el faraón los persiguió y cuando todo parecía perdido,
el mar Rojo se abrió y el pueblo elegido pasó “a pie enjuto” volviéndose a
cerrar tras ellos y pereció todo el ejército egipcio capitaneado por el faraón.
Jehová le entregó las Tablas de la Ley en el monte Sinaí, pero castigó al
pueblo judío a errar por el desierto durante cuarenta años (a una velocidad media
aproximada de 25 Km/año) antes de alcanzar Canaán, sin embargo Moisés murió antes de
entrar en la tierra prometida.
Lo que sabemos
acerca de de Moisés lo encontramos por primera vez en el Éxodo, segundo libro
del Pentateuco (o Torah para los judíos), colección de cinco libros
pertenecientes al Antiguo Testamento o Biblia hebrea. Pero el texto definitivo
del Pentateuco fue fijado con toda posibilidad en el siglo V a.C., bastantes
siglos después de cuando ocurrieron los hechos que allí se narran.
De la película
“Todos los hombres del presidente” de Alan J. Pakula, recreación de la investigación periodística sobre el caso
Watergate, recuerdo dos frases que siempre procuro aplicar, sobre todo en los
casos de corrupción: “Una negación que no niega” y “Siga el rastro del dinero”.
Haciendo caso de la segunda podemos leer en el libro sagrado lo siguiente[1]:
‒ Génesis, 20,
16: A Sara le dijo:«He entregado a tu
hermano mil monedas de plata: serán como un velo en los ojos para ti y para
todos los que están contigo. Quedas rehabilitada». (Palabras de Abimélec a
Sara, a quien Abraham había hecho pasar –por segunda vez‒ por su hermana, y en
realidad era su hermanastra y esposa).
‒ Génesis, 23,
12-15: Abraham hizo una inclinación ante
la gente del país y habló a Efrón de forma que le oyese la gente del país:
«Escúchame tú, por favor: yo te doy el precio del campo, acéptalo y enterraré
allí a mi difunta». Efrón contestó a Abraham: «Señor mío, escucha: el terreno
vale unas cuatrocientas monedas de plata. ¿Qué es eso entre nosotros dos?
Entierra, pues a tu difunta».
‒ Génesis, 37,
28: Al pasar unos mercaderes madianitas,
tiraron de su hermano; y sacando a José del pozo, lo vendieron a unos
ismaelitas por veinte monedas de plata. Estos se lo llevaron a Egipto[2]».
La primera moneda de la historia es el electrum,
formada por una aleación de oro y plata y fue acuñada en el siglo VI a.C. en el
reino de Lidia (en la actual Turquía asiática) durante el reinado del rey
Aliates (h. 610-560 a. C.), cuyo nombre en lidio significa león. Fue el padre
de Creso, cuyo nombre es sinónimo de potentado. Después de esta aparecieron el dracma griego y el dárico persa.
[1]
Todas las citas bíblicas están tomadas de la Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Biblioteca
de Autores Cristianos (BAC). Madrid, 2010.
[2] Está
claro que hay dos fuentes y por eso en
una José es vendido a los madianitas y en otra a los ismaelitas.
Es un hecho contrastado que hay héroes
cuyo origen es desconocido y por ello ha de inventarse poéticamente,
mezclándose, ya sea mito o cuento, motivos literarios acerca de su concepción,
nacimiento (“El cuento del héroe abandonado al nacer”) y crianza adobándolos
con oráculos y apariciones divinas. A nosotros nos llega un mito que ha sido
transmitido en forma oral hasta pasar el tamiz de algún escritor (conocido o anónimo)
que le da forma definitiva y se convierte en “literatura popular”. Vamos a ver
algunos ejemplos:
1.
La leyenda acádica de Sargón
(Copio del artículo de Pablo R.
Andiñach aparecido en el número 50 (año 1992/93) de Revista Bíblica.)
Sargón el Grande (Shar-ru-ki-in o
Sharru-kinu o Shar-ru-GI) fue el primer rey y fundador de la dinastía sargónida
de Acad y reinó entre los años 2334 y 2279 a.C. Es considerado el creador del
primer imperio de la historia, pero sobre él hay escasísimos textos de carácter
histórico y muchos de espíritu literario y legendario. Uno de ellos es el que
nos ocupa y por ello a Sargón se le ha llamado el Moisés acádico.
Austen Henry
Layard (París, 1817-Londres, 1894) viajaba por Oriente Medio camino de Ceilán cuando oyó que había antigüedades
enterradas en los montes de Mosul. En 1844 comenzó las excavaciones y bajo
aquellos montículos descubrió la ciudad de Nínive y la biblioteca del último
rey asirio, Asurbanipal (668-627 a.C.) en la que había ingentes tablillas de
arcilla en escritura cuneiforme (entonces se desconocía tal escritura) con
relatos de mitos, rituales religiosos, escritos administrativos y muchos más
temas. Más de 25.000 fueron enviadas al Museo Británico. Muchas de estas
tablillas eran reediciones de otros escritos anteriores, por lo que la leyenda
de Sargón fue escrita entre el 2100 y el 650 a.C. (probablemente en torno a los
siglos XIX y XVIII a.C.). Mejor que contar la leyenda prefiero transcribir parte
del texto que aparece en la página 109 de la citada Revista Bíblica.
Sargón, el poderoso rey, rey de Agadé[1], soy
yo.
Mi
madre fue una cambiante[2] a mi
padre no lo conocí.
Los hermanos de mi padre amaron las colinas.
Mi ciudad es Azupiranu, la cual está ubicada en los
márgenes del Eúfrates.
Mi cambiante madre me concibió, en secreto me dio a
luz.
Ella me puso en una canasta de juncos, con betún
selló mi tapa.
Ella me echó al río, el cual no se elevó sobre mí.
El río me sostuvo y me condujo hasta Akki, el
depositario del agua,
Akki, el depositario del agua, me levantó cuando él
sumergió su jarro,
Akki, el depositario del agua, él me tomó como su
hijo y me apoyó.
Akki, el depositario del agua, me designó su
jardinero.
Mientras yo fui su jardinero, Ishtar[3] me
concedió su amor,
Y por cuatro años yo ejercí el reinado.
Vemos
el siguiente esquema: extranjero ‒ adoptado ‒ jardinero ‒ amante ‒ rey.
En realidad,
Sargón fue de humilde cuna, hijo de un tal La'ibum, de profesión cultivador de
dátiles. Es muy probable que Sargón hubiese sido jardinero en su juventud y que
aprendiera el oficio de copero, cargo con el que aparece en la corte del rey de
Kish, Ur-Zababa. Sin que se sepan las causas, Sargón se rebeló contra su rey,
apoderándose de Kish. Desde esta ciudad pasó a zonas más norteñas,
consolidándose como rey independiente.
[1] La ciudad de Agadé o Akkadé no se ha localizado todavía.
[2] ¿Sacerdotisa? ¿Cambio de nacionalidad o de religión?
[3] Ishtar es la diosa babilónica del amor y la sexualidad. Es la Astarté o Aserá judeo-fenicia, similar a Afrodita e Isis.
2.
Rómulo y Remo
La tradición romana sobre la
fundación de Roma es muy conocida y ha sido descrita por muchos autores de la
antigüedad con ligeras variantes: Tito Livio (Ab urbe condita), Ovidio (Fastos),
Plutarco (Vidas Paralelas), Dionisio
de Halicarnaso (Historia antigua de Roma),
Higino (Fábulas), Tácito, Virgilio…
El
héroe troyano Eneas pudo escapar de la destrucción de Troya y tras un largo
viaje lleno de aventuras se refugió en el Lacio. Su hijo Ascanio fundó la
ciudad de Alba Longa. Varios siglos después, el rey Numitor fue destronado por
su hermano Amulio, y para estar seguro en su trono mató a todos los hijos de
Numitor; a su sobrina Rea Silvia la obligó a ser vestal (especie de “monjas”
vírgenes al servicio de la diosa Vesta) . La versión más corriente es que un
día que fue a coger agua para los sacrificios, el dios Marte la sedujo y quedó
encinta (otra versión dice que fue su propio tío quien la violó). Rea dio a luz
a dos gemelos, Rómulo y Remo, y el rey ordenó que fueran arrojados al río y a
Rea Silvia la encerró en una prisión. Un criado los colocó en una canasta y los
depositó en las aguas del Tiber que iba crecido. Pero en vez de llegar al mar,
milagrosamente la barquilla tropezó en una piedra, volcó y los bebés fueron
arrojados a la orilla. Entonces se acercó una loba que acababa de parir y los
amamantó. Luego llegó Faústulo, que cuidaba de la piara del rey y se los llevó
a su esposa Aca Laurencia que había parido un bebé muerto. Otra versión apunta
a que Faústulo convivía con una prostituta de nombre “Lupa” que se ofrecía en
los alrededores del Palatino. De ahí viene la palabra lupanar que equivale a
prostíbulo.
El final de la
historia es que cuando los gemelos crecieron, mataron a Amulio, liberaron a su
madre y repusieron en el trono a su abuelo Numitor. Más tarde abandonaron Alba
Longa y fundaron Roma y para ponerle nombre examinaron los augurios. Rómulo vio
12 buitres frente a los 6 de Remo. Rómulo fue el primer rey de Roma y son
curiosas las coincidencias, pues la caída definitiva de Roma ocurrió 12 siglos
después y el último emperador fue Rómulo Augústulo.
3. Perseo
El
rey de Argos, Acrisio (hermano gemelo de Preto), tenía una hija, Dánae, pero
ningún hijo varón. Consultó a un oráculo si podría tener un heredero; la
respuesta fue: «No tendrás hijos y tu nieto te matará». Para evitar el destino,
encerró a Dánae en un calabozo subterráneo con puertas de bronce y guardado por
perros feroces. Pero a pesar de todas las precauciones, Zeus se metamorfoseó en
lluvia de oro y la poseyó (otras versiones dicen que fue su tío Preto quien la
forzó antes de su encierro). Dánae dio a luz a Perseo y Acrisio encerró a ambos
en un arca de madera y la arrojó al mar. El arca fue a la deriva y varó en la
isla de Sérifos, donde un pescador abrió el arca y llevó a Dánae y su hijo al
rey Polidectes quien cuidó a Perseo como si fuera su propio hijo.
Cuando
llegó a adulto fue a combatir a la Gorgona Medusa, y para ayudarle, Atenea le
entregó un escudo pulido brillantemente, Hermes una hoz irrompible, y a Hades le
arrebató unas sandalias aladas, un zurrón mágico y el yelmo de la
invisibilidad. Ya en el país de los Hiperbóreos encontró dormidas a las
Gorgonas, puso delante de Medusa el bruñido escudo y de un golpe de hoz le
cortó la cabeza y la introdujo en el zurrón. Del cadáver surgió el caballo
alado Pegaso. Gracias al yelmo que le hacía invisible escapó de la guarida y
voló hasta llegar a una roca donde estaba atada totalmente desnuda Andrómeda,
la hija del rey de Yope, la cual iba a ser devorada por un monstruo marino
enviado por Posidón. Perseo se precipitó desde lo alto y mató al monstruo de un
golpe certero de hoz y se casó con Andrómeda.
En
cuanto al vaticinio del oráculo, se cumplió inexorablemente. Cuando Acrisio se
enteró de que iba a llegar Perseo, huyó a Larisa; allí llegó Perseo para
participar en los Juegos que se estaban celebrando y cuando en la competición
de disco lanzó el suyo, una ráfaga de viento lo desvió y vino a caer encima de
Acrisio, que estaba de incógnito entre el público y que murió en el acto.
El
historiador y geógrafo Heródoto (484 a. C.-425 a.C.) nos narra en el capítulo
91 de su libro segundo de su Historia la
relación de Perseo con Egipto:
Cerca de Neápolis hay una gran ciudad, se
trata de Quemis[1];
en esta ciudad hay un santuario de Perseo, hijo de Dánae, de planta
cuadrangular rodeado de palmeras silvestres. (…) Dentro de este recinto hay un
templo y, en su interior, se alza una estatua de Perseo. (…) Los habitantes de
esta ciudad, los quemitas, aseguran que se aparece frecuentemente en su región,
especialmente en el interior del santuario.
[1] Quemín
(la ciudad de Min) estaba situada a unos 500 Km al sur de El Cairo. La ciudad
egipcia de Neápolis no está identificada.
Perseo con la
cabeza de Medusa. Obra de Benvenuto Cellini.
Galería de
esculturas de la Piazza della Signoria (Florencia)
4. Ciro II el
Grande
Este
rey de Persia, Ciro II (h.600/575 a.C.-530 a.C.), fue el fundador del Imperio
persa, el mayor de la antigüedad hasta la llegada de Alejandro Magno. Sus dominios
alcanzaban las orillas del Mediterráneo y el Océano Índico y llegaba hasta la
cordillera Hidu Kuh (una estribación del Himalaya); su sucesor lo ampliaría con
la conquista de Egipto. Tras derrotar al imperio babilónico, Ciro autorizó el
regreso de los judíos a Palestina y permitió la reconstrucción del Templo de
Jerusalén.
Jenofonte (h.
431 a.C.-354 a.C.), historiador, militar y filósofo griego, hace la siguiente descripción
en el capítulo segundo del libro primero de su Ciropedia:
Se dice que el padre de Ciro fue Cambises, rey de
los Persas; este Cambises era de la estirpe de los Perseidas, y los Perseidas
reciben su nombre por Perseo. Su madre, está generalmente admitido, fue
Mandane; y esta Mandane era hija de Astiages, rey de los medos. Todavía en la
actualidad entre los bárbaros se mantiene la tradición, en relatos y canciones,
de que Ciro era muy bien parecido y muy generoso de corazón, muy amante del
estudio y muy ávido de gloria, hasta el punto de soportar toda fatiga y de
afrontar todo peligro con tal de recibir alabanzas.
Tumba de Ciro en
Pasargada, Irán
El motivo
literario que estamos contemplando aparece también en Ciro y es narrado por
Heródoto en Historia, libro I, cap.
108-122.
El rey medo
Astiages tuvo un sueño en el que vio cómo del sexo de su hija salía una cepa de
vid que cubría toda Asia; los magos a su servicio le auguraron que el fruto de
su hija Mandane (que estaba embarazada) llegaría a reinar en su lugar.
Conmovido por ello hizo llegar a su hija y cuando dio a luz a Ciro, Astiages
encargó a su ministro Harpago que matara al niño. Para cumplir la orden,
Harpago se lo entregó a Mitrídates, un boyero a su servicio, para que ejecutara
el mandato del rey. Este se dirigió a su cabaña donde convivía con una mujer
llamada Espaco (espaca = perra en
medo) que casualmente había parido un niño muerto, con lo que el cambio de
identidades de los bebés fue muy fácil. Cuando Ciro cumplió diez años todo se
descubrió (esto es digno de una novela de intriga) y Astiages lo envió con sus
padres para quienes la felicidad fue completa. Finalmente Ciro depuso a su
abuelo y el imperio medo fue anexado al persa.
5. Edipo
El
mito de Edipo y de todo el ciclo tebano nos es conocido fundamentalmente
por el gran dramaturgo Sófocles (496 a.C.?-406 a.C.).
Básicamente es
el siguiente: El rey de Tebas, Layo, estaba casado con Yocasta; pasaba el
tiempo y no tenían un heredero, por lo que decidió consultar con el Oráculo de
Delfos, el cual le informó que el hijo nacido de Yocasta mataría a su padre.
Layo repudió secretamente a su esposa, pero cierta noche, ella le emborrachó y
aprovechó la ocasión para yacer con él. Nueve meses después Yocasta daba a luz
un varón. Layo lo arrebató de los brazos de la nodriza, le taladró los pies con
un clavo y lo dejó abandonado en el monte Citerón.
Un
pastor corintio encontró al niño y le puso por nombre Edipo (que significa
“pies hinchados”); lo llevó a Corinto y se lo entregó a la reina Peribea,
esposa del rey Pólibo.
En
otra versión de la historia, Layo encerró a Edipo en un arcón y lo arrojó al
mar. El arcón llegó a la costa de Corinto, en cuya playa se encontraba Peribea
supervisando a las lavanderas. Recogió a Edipo y sin que todas las mujeres se
dieran cuenta, se escondió tras los matorrales y fingió en medio de grandes
gritos que había parido un niño. Al llegar a palacio le contó a su esposo la
verdad y como no tenían descendencia, criaron al niño como si fuera su propio
hijo.
Cuando
Edipo creció, empezaron a surgirle dudas sobre sus orígenes, pues no se parecía
en nada a sus supuestos padres, dudas que sus amigos fomentaban. Se decidió ir
a consultar con el Oráculo de Delfos y allí, la pitonisa airadamente le gritó:
“¡Aléjate del altar, desgraciado! ¡Matarás a tu
padre y te casarás con tu madre!”
Edipo
salió horrorizado y tomó la decisión de no volver jamás a Corinto. En una
encrucijada de caminos se topó con un carro y le conminaron para que se
apartara; hubo una discusión acalorada y el carro le pasó por encima de un pie.
Se entabló una lucha en la que perecieron el cochero y el señor, que resultó
ser el rey Layo, extremo que Edipo desconocía.
En una montaña
cerca de Tebas moraba la esfinge, un monstruo que había llegado de Etiopía.
Tenía cabeza de mujer, cuerpo de león, cola de serpiente y alas de águila. A
todos los viandantes les planteaba un acertijo, y si no acertaban la solución, la
esfinge los devoraba. La ciudad había prometido que quien les librara de la
esfinge sería coronado rey y se desposaría con la reina viuda Yocasta.
Camino
de Tebas, Edipo se topó con la esfinge y ella le planteó el siguiente enigma:
“¿Qué
ser hay en la Tierra que tiene dos pies, cuatro pies y tres pies y un solo
nombre, y es más débil cuantos más pies tiene?”
Edipo contestó: “¡El hombre!”
La esfinge se despeñó y Tebas
recibió a su salvador. Fue coronado rey y se casó con Yocasta, que le dio dos
hijos, Eteocles y Polinices y dos hijas, Antígona e Ismene.
Pasaron
los años y una peste terrible asoló Tebas. Efectuada la correspondiente
consulta con el Oráculo de Delfos, este contestó que la plaga desaparecería
cuando fuera expulsado de Tebas el asesino del rey Layo. Edipo mandó a hacer
pesquisas por todo el reino sin ningún éxito, pero al final, gracias a un
mensajero que llegó a Corinto para comunicarle la muerte de Pólibo y por el relato
del pastor que lo recogió, se supo la verdad y se precipitó la tragedia: Yocasta
se ahorcó usando su cinturón y Edipo se cegó al clavarse en los ojos un alfiler
del vestido de su esposa. Edipo abandonó la ciudad y se fue por los caminos
mendigando acompañado por su hija Antígona que le servía de lazarillo. La
magnífica tragedia de Sófocles termina con estas palabras del Corifeo:
¡Habitantes de Tebas, mi patria! Mirad: ese
Edipo, que resolvió los famosos enigmas y era un hombre poderosísimo, cuya
fortuna todos los ciudadanos mirabais con envidia, ha caído en un oleaje de
terrible desgracia. De suerte que, siendo uno mortal y considerando el último
día, no proclame a nadie feliz hasta que no haya traspasado el término de su
vida sin haber sufrido dolor alguno.
Moisés (מֹשֶׁה)
Ya
es momento de estudiar a este gran personaje, verdadero catalizador religioso y
político. No hay ningún dato histórico sobre Moisés y el Éxodo, la
Biblia es la única fuente de información. Tampoco hay restos arqueológicos que
corroboren estos hechos. Por tanto es lógico que surja la pregunta de si Moisés es
real o si es otro mito más como el de la creación, Adán y Eva, el diluvio y un
largo etcétera, en el que se incluye el del pueblo escogido o el monoteísmo del
pueblo judío desde el origen.
Admitamos como
base que existió Moisés y abramos el Éxodo tratando de estudiar todo lo
objetivamente posible este personaje y tratemos de responder a los
interrogantes que el relato bíblico nos plantee, esas preguntas que según los
anglosajones empiezan con w tales como quién, cómo, cuándo, por qué… Debemos
abandonar prejuicios, clichés y, por supuesto, olvidar uno de los grandes
iconos de Moisés, el de la película “Los diez mandamientos” con un soberbio
Charlton Heston como Moisés y con la réplica de Yul Brinner como Ramsés II.
Dice
el Éxodo, 1, 8-11:
Surgió en Egipto un faraón nuevo que no había conocido
a José, y dijo a su pueblo: «Mirad, el pueblo de los hijos de Israel es más
numeroso y fuerte que nosotros; obremos astutamente contra él, para que no se
multiplique más; no vaya a declararse una guerra y se alíe con nuestros
enemigos, nos ataque y después se marche del país».
Así pues, nombraron capataces que les oprimieran con
cargas en la construcción de las ciudades granero, Pitón y Ramsés.
En estos pocos
versículos surgen varios interrogantes que hacen imposible la datación. ¿Quién
era ese faraón? Precisamente la ausencia del nombre invita a pensar, pues en
otros lugares de la Biblia aparecen nombres de reyes extranjeros, incluso el
nombre de un faraón, Neco II, que cuando iba a combatir a Asiria, mató a
Josías, el rey reformador de Judá (2 Reyes, 23, 29), cuando este se le enfrentó con un ejército
inferior en la ciudad de Megido, que quedó también destruida. Neco II dominó
Palestina y Siria, pero finalmente fue derrotado por Nabucodonosor
La cronología
bíblica no es fidedigna hasta la época de los reyes, cuando una serie de tribus
con un sentimiento religioso común o, al menos, que entre sus dioses tribales habían
aceptado a Jehová (el gran mérito de Moisés fue convencer de que este era el Dios
común y, además, el único Dios), se aglutinaron bajo Saúl sobre el año 1010
a.C.
Las ciudades de
Pitón y Ramsés estaban situadas en la zona oriental del delta del Nilo; esta
última fue la capital durante el reinado de Ramsés II y su nombre era Pi-Ramsés
Aa-najtu que significa "la Casa/Dominio de Ramsés, Grande en
victorias". Pero a Ramsés II, tercer faraón de la XIX dinastía, que reinó
en Egipto desde el 1279 hasta el 1213 a.C., se le atribuyen muchas obras que en
realidad eran reconstrucciones. Ese es el caso de la ciudad Avaris (la antigua
capital de los hicsos) que se pensaba que era Pi Ramsés por sus monumentos con
el nombre del faraón, pero recientes excavaciones identifican a Qantir como la
magnífica ciudad granero de Ramsés. Dado que muchos han tratado de identificar a
Ramsés II como al faraón de Éxodo, debemos suponer que el faraón que se
menciona en el citado versículo 8 de Éxodo es su padre, Seti I, quien reinó
desde el 1294 al 1279 a.C.
Hay una época muy confusa de la historia
de Egipto debido a una gran anarquía bajo las dinastías XIII y XIV a causa de las
numerosas revoluciones y enfrentamientos. Grupos asiáticos se asentaron en el
delta y fundaron un reino que asimiló las tradiciones egipcias y nombraron sus
propios faraones (XV dinastía). Son los hicsos (“Grandes hicsos” hasta 1610
a.C. y “pequeños hicsos” hasta su expulsión en 1580 a.C.), cuyo origen supone
un gran problema histórico, incluso su nombre. En su libro Contra Apión, el historiador judío Flavio Josefo[1]
recoge y comenta el relato del libro Historia
de Egipto, escrito en griego por el sacerdote Manetón para el faraón
Ptolomeo II Filadelfo (283 a.C.-246 a.C.):
Durante el reinado de Tutimeo, no sé cómo,
se hizo sentir contra nosotros la cólera de Dios y, de improviso, desde el
Oriente, unos hombres de raza desconocida tuvieron la audacia de invadir
nuestro país y, fácilmente, y sin combate, se adueñaron de él por la fuerza.
Hicieron prisioneros a sus gobernantes, incendiaron salvajemente las ciudades,
arrasaron los templos de los dioses y trataron con gran crueldad a todos los
naturales del país. (…) A este pueblo, en su totalidad se le daba del nombre de
hicsos, es decir, “reyes pastores”.
En
realidad los hicsos no era un pueblo concreto, sino un conglomerado de
cananeos, de semitas procedentes de Siria, de hurritas y otros de procedencia
indoeuropea, los cuales aportaron una nueva táctica militar basada en los
carros tirados por caballos. Es posible que vinieran paulatinamente, pues los
mercados se habían hundido y Egipto era un país rico por ser eminentemente
agrícola (fue el granero de Roma) y en un momento dado de la anarquía imperante
dieron un golpe de estado y crearon un reino independiente formado por el alto
Egipto y gran parte de Canaán con capital en Avaris. Los hicsos fueron
derrotados por Amosis I (1550 a.C.-1525 a.C.) y expulsados de Egipto casi doscientos años después.
Manetón cita una segunda expulsión posterior de una horda de leprosos, hecho
que refuta Flavio Josefo quien finaliza así su argumentación:
Creo que resulta suficientemente claro que mientras
Manetón sigue los documentos antiguos, no se aparta mucho de la verdad, pero
cuando recurre a leyendas carentes de autoridad, las ha mezclado de modo
inverosímil o ha hecho caso de afirmaciones dictadas por el odio.
Manetón
también cita a los apiru o habiru[2] en
forma despectiva, que fueron expulsados de Egipto. Eran asaltantes, bandidos y
gente desclasada. Según algunos historiadores los habiru del norte conquistaron algunas ciudades cananeas y se
juntaron con los provenientes de Egipto o los que vivían en el sur, creándose
una confederación PROTO-HEBREA. Pero esto no es más que otra hipótesis. El
nombre de Israel (y no como nación, sino como gentilicio) aparece por primera
vez en la llamada estela de la victoria o estela del faraón Merenptah, hijo de
Ramsés II, que gobernó Egipto desde el 1213 al 1203 a.C. y cuyo texto en su
parte final dice:
Los príncipes están postrados, diciendo: ¡clemencia!
Ninguno alza su cabeza a lo largo de los Nueve
Arcos.
Libia está desolada, Hatti está pacificada,
Canaán está despojada de todo lo que tenía malo,
Ascalón está deportada, Gezer está tomada,
Yanoam parece como si no hubiese existido jamás,
ysyriar (Israel) está derribado y yermo, no tiene
semilla
Siria se ha convertido en una viuda para Egipto.
¡Todas las tierras están unidas, están pacificadas!
[1]
FLAVIO JOSEFO (37/38- ¿Siglo II?). Historiador y militar judío. Después de sus
experiencias con los fariseos, saduceos y esenios, finalmente se adscribió a
los fariseos. Debía gozar de gran prestigio porque fue enviado a Roma para
apelar ante el emperador por la suerte de unos sacerdotes acusados
injustamente. Cuando en el año 66 comenzaron las revueltas judías contra los
romanos, las autoridades de Jerusalén le enviaron a Galilea como general en
jefe de las tropas que se iban a enfrentar a las legiones comandadas por
Vespasiano y Tito. Resistió el asedio en Jotapata y aunque sus compañeros se
juramentaron en un suicidio colectivo, él no lo hizo y se entregó a los romanos.
Este hecho, repudiable a los ojos judíos, no lo ocultó, por lo que su
fiabilidad como historiador es comúnmente aceptada. Su suerte cambió cuando
pidió audiencia a los generales y les dijo que Dios le había confirmado que
ambos llegarían a ser emperadores. Flavio llegó a Roma en el 71, fue manumitido
y tanto Vespasiano como Tito le colmaron de regalos y alcanzó la ciudadanía
romana. En agradecimiento cambió su nombre por el de Tito Flavio Josefo en
honor de la casa Flavia a la que pertenecía Vespasiano. Es autor de La Guerra de los judíos, Antigüedades Judías, Contra Apión y también su Autobiografía.
Su rastro se pierde a partir del año 91 y se supone que murió durante el
mandato de Nerva.
[2] La primera mención a
los habiru en los textos egipcios es en
1440 a.C. durante el reinado de Amenhotep II.
Veamos
nuevamente la Biblia:
- Génesis, 15,
13: El Señor dijo a Abrán: «Has de saber
que tu descendencia vivirá como forastera en tierra ajena, la esclavizarán y la
oprimirán durante cuatrocientos años».
- Éxodo, 12, 40:
La estancia de los hijos de Israel en
Egipto duró cuatrocientos treinta años.
Si
aceptamos estos datos y suponemos que los judíos llegaron con los hicsos,
podrían encajar Seti I o Ramsés II. Vamos a sumar los años de la genealogía de
Moisés (Éxodo, 6, 16-20): Leví vivió 137 años, su segundo hijo, Queat, 133
años, y el hijo de este, Amrán, padre de Moisés, 137 años, con lo que la suma
es un total entre 400 y 430. Si reducimos las edades a otras más reales,
alcanzaríamos la cifra de 150 o 200 aproximadamente, que corresponde con la
expulsión o derrota de los hicsos. Aunque esto es otra hipótesis. Pero la Biblia
nos aporta otra fecha en 1 Reyes, 6, 1:
El año cuatrocientos ochenta de la salida de
los hijos de Israel de la tierra de Egipto, el cuarto año del reinado de
Salomón en Israel, en el segundo mes, en el de ziv[1],
Salomón construyó el templo del Señor.
Según los eruditos, eso ocurrió
en el año 967, con lo que sumando los 480 resulta que el Éxodo sucedió en el
año 1447 a.C., bajo el reinado de Tutmosis III (o Menjeperra Dyehutymose, Thutmose III). Volvamos
otra vez a Flavio Josefo en Contra Apión quien
vuelve a citar a Manetón:
Después que el pueblo de los pastores salió
de Egipto hacia Jerusalén, el rey que los había expulsado de Egipto [Tetmosis]
reinó veinticinco años y cuatro meses.
En el momento
del Éxodo, Moisés tenía 80 años y Aarón, 83, por lo que si sumamos los
guarismos resulta que el posible año del nacimiento de Moisés sería el 1447 + 80
= 1527 a.C. y por lo tanto el faraón al que se refiere Éxodo I, 8 podría ser
Amosis (o Ahmose) I, fundador de la Dinastía XVIII del Imperio Nuevo y cuyo
nombre completo es Nebpehtyra Ahmose.
Vemos que hay
una contradicción y además, la arqueología apunta más interrogantes. Amosis
destruyó la ciudad de Avaris, la futura Pi Ramsés, que fue reconstruida probablemente
en la primera mitad del reinado de Ramsés II. Entonces, ¿quién es el faraón del
Éxodo?
Sigamos
con el relato bíblico:
Además, el rey de Egipto dijo a las
comadronas hebreas, una de las cuales se llamaba Sifrá y otra Puá: «Cuando
asistáis a las hebreas, y les llegue el momento del parto: si es niño, lo
matáis; si es niña, la dejáis con vida». Pero las comadronas temían a Dios y no
hicieron lo que les había ordenado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida
a los recién nacidos. (Éxodo, 1, 15-17).
En
el versículo 22 hay una orden del faraón más imperativo. Pienso que ello
obedece a otra fuente y que un amanuense pensó que había que recargar las
tintas:
Entonces el faraón ordenó a todo su pueblo:
«Cuando nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida».
Sigamos leyendo en Éxodo, 2, 1-6:
Un hombre de la tribu de Leví se casó con
una mujer de la misma tribu. Ella concibió y dio a luz un niño. Viendo que era
hermoso, lo tuvo escondido tres meses. Pero, no pudiendo tenerlo por más
tiempo, tomó una cesta de mimbre, la embadurnó de barro y pez, colocó en ella a
la criatura y la depositó entre los juncos, junto a la orilla del Nilo. Una
hermana del niño observaba a distancia
para ver en qué paraba todo aquello.
La hija del faraón bajó a bañarse en
el Nilo, mientras sus criadas le seguían por la orilla del río. Al descubrir
ella la cesta entre los juncos, mandó una criada a recogerla. La abrió, miró
dentro y encontró un niño llorando. Conmovida comentó: «Es un niño de los
hebreos».
El relato bíblico no nos da el
nombre de los protagonistas, bueno, un capítulo posterior (¿por qué el desorden
del relato?) nos dice el nombre del padre, Amrán. Por Flavio Josefo en Antigüedades judías, Libro II, 217-227,
sabemos que su madre se llamaba Jocabel y que el nombre de la hija del faraón
era Termutis.
Acerca
de la canasta sobre el Nilo, ya hemos visto anteriormente otras leyendas. Pero
hay algunas preguntas en el aire, como, por ejemplo, ¿por qué esta orden del
faraón no implicó a Aarón? ¿Por qué la hija del faraón conoció que
el niño era hebreo?
Desde
Abraham, todos los varones debían ser circuncidados (desde una perspectiva
moderna ¿no puede ser esto interpretado como un gesto de afianzar la primacía
del varón?), como podemos leer en Génesis, 17, 9-10:
El Señor añadió a Abraham: «Por tu parte,
guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones. Esta es la
alianza que habréis de guardar, una alianza entre yo y vosotros y tus
descendientes: sea circuncidado todo varón entre vosotros».
Parece lógico que Moisés debía
estar circuncidado y por eso lo conocería la princesa real, pero leemos un
pasaje oscuro cuando Moisés, su mujer Séfora y su hijo están regresando a
Egipto para cumplir el mandato de Dios. Se trata del texto del Éxodo, 4, 24-26:
Por el camino, en una posada, el Señor le
salió al encuentro para darle muerte. Séfora tomó entonces un pedernal, cortó
el prepucio de su hijo, lo aplicó a las partes de Moisés y dijo: «Ciertamente
eres mi esposo de sangre». Y el Señor lo dejó cuando ella dijo «esposo de
sangre», debido a la circuncisión.
¿Moisés desconocía la alianza de
Abraham puesto que no circuncidó a su hijo? ¿Acaso este pasaje ha sido añadido
en la época de alguna reforma religiosa, como la del rey Josías? ¿O tal vez es
una traslación de la lucha de Jacob (Israel) con Dios de la cual quedó cojo,
tal como se relata en Génesis, 32, 25-33) para mostrar que Moisés tiene pedigrí?
¿Era egipcio Moisés? El nombre lo es
pues se lo puso la princesa tal como se lee en el Éxodo, 2, 10: Cuando
creció el muchacho, se lo llevó a la hija del faraón, que lo adoptó como hijo y
lo llamó Moisés, diciendo: «lo he sacado del agua».
Flavio Josefo
escribe en Antigüedades judías, II,
228: “Y la princesa puso este nombre de Moisés
al que había caído al río, por su relación a los propios hechos, ya que los
egipcios llaman moi al agua y esés a los salvados”. También en Contra Apión refiere otra vez a Manetón,
el cual dice que era un sacerdote de Heliópolis, que encabezó una revuelta y fue
expulsado con los leprosos, pero Flavio Josefo lo refuta muy inteligentemente,
pues un leproso no habría legislado tan duramente contra los leprosos.
La madre de Moisés lo crio, ¿cómo lo
llamó durante todo el tiempo? ¿Podría ser que en realidad Moisés fuera hijo de
la princesa y la madre fuera solamente la nodriza?
Llama la atención el silencio de la
Biblia sobre la vida de Moisés, pues a continuación, el versículo 27 del
capítulo 4º del Éxodo empieza: Pasaron
los años. Un día cuando Moisés era ya mayor…
Flavio Josefo en Antigüedades judías, II, 238-253, nos
habla de la campaña de Egipto contra los etíopes siendo Moisés el general en jefe,
que se saldó con la victoria egipcia y el casamiento de Moisés con Tarbis, la
hija del rey etíope. En Números, 12, hay una referencia a ello:
María
y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita[2] que
había tomado por esposa. Decían: «¿Ha hablado el Señor solo a través de Moisés?
¿No ha hablado también a través de nosotros?». El Señor lo oyó (versículos
1-2). (…) La ira del Señor se encendió
contra ellos, y el Señor se marchó. Al apartarse la Nube de la Tienda, María
estaba leprosa, con la piel como la nieve. Aarón se volvió hacia ella y vio que
estaba leprosa[3] (versículos 9-10).
¿Pudo
ser por otra parte un militar hebreo que luchó con los egipcios? En la isla
Elefantina se ha descubierto una fortaleza del siglo V a.C. con una colonia de
mercenarios judíos que junto a Yahvé adoraban otras divinidades: Anath-Bethel[4]
y Asma-Bethel. El mismo David fue mercenario al servicio de los filisteos en su
guerra contra el legítimo rey, Saúl (1 Samuel, 27 y 29).
Respecto
al exilio de Moisés, Flavio Josefo nos narra en Antigüedades judías, II, 254-257 que debido a su éxito militar, los
egipcios temían una sublevación y aconsejaron al faraón en su contra, pero
Moisés descubrió la conspiración y huyó por el desierto hacia la región de
Madián, que que debía su nombre a uno de los hijos de Abraham que, según
Génesis, 25, 1-2, tuvo con su segunda mujer, Queturá.
Algún
investigador ha lanzado la hipótesis de que Moisés era un descendiente del
faraón Akenatón (Amenofis IV), quien proclamó que Atón (el sol) era el único
Dios, o si no era un príncipe quizás era un seguidor del culto a Atón que tuvo
que huir antes las “purgas” efectuadas tras el triunfo de los poderosos
sacerdotes de Amón. Además de su revolución religiosa, el reinado de Akenatón es
interesante pues en arte se impone un hiperrealismo como se aprecia en la
representación del faraón (su busto no aparece hermoseado) y gracias a ello
conocemos la belleza de su esposa Nefertiti.
La revolución
religiosa de este faraón, ¿puede ser un precedente del monoteísmo del pueblo
judío?
[1] Mes
de las flores.
[2] Cusita equivale a
etíope. La Nubia que nombran los egipcios es el reino de Kush.
[3] ¿Dios castiga solo a la mujer, pese a que el
hombre había cometido el mismo delito?
Afortunadamente el ciudadano debe cumplir las leyes civiles que deben
inspirarse como mínimo en los Derechos del Hombre (que por cierto no ha firmado la Iglesia Católica).
[4] Anat,
es el nombre de una de las diosas del cielo. Es un diosa semítica pues aparece
en tablillas de Urgarit asociada a Baal y que posiblemente fue introducida en
Egipto por los hicsos. En tiempos de Ramsés II era la diosa protectora de la
guerra.
El faraón
Amenofis IV o Akenatón
El relato en Éxodo 2, 11-15 es
diferente. Moisés mató a un egipcio y el hecho fue conocido por el faraón; ante
el temor de una posible delación, huyó a Madián y se sentó en un pozo. Continúa
el relato bíblico en los versículos 16-19:
El
sacerdote de Madián tenía siete hijas, que salían a sacar agua y a llenar los
abrevaderos para abrevar el rebaño de su padre. Llegaron unos pastores e
intentaron echarlas. Entonces Moisés se levantó, defendió a las muchachas y
abrevó su rebaño. Ellas volvieron a casa de su padre Reuel, que les preguntó:
«¿Cómo habéis vuelto hoy tan pronto?». Contestaron: «Un egipcio nos ha librado
de los pastores, nos ha sacado agua y ha abrevado el rebaño».
Es cierto que como en las películas
de cine negro, uno tiene la tentación de jugar a detectives, y aquí es una
ocasión que ni pintiparada. En primer lugar, las chicas reconocen en Moisés a
un egipcio, ¿por las ropas, por el físico, por el habla? En segundo lugar, hay
una confusión en el nombre del padre (no olvidemos que hay varias fuentes de la
Biblia [J, E, P, D...] que se yuxtaponen en su redacción final), y el nombre de
Reuel se transforma así:
- Éxodo, 3, 1: Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro
Jetró, sacerdote de Madián.
- Éxodo, 4, 18: Moisés regresó a casa de Jetró, su suegro, y
le dijo: «Permíteme volver a mis hermanos que están en Egipto para ver si aún
viven». Jetró le respondió: «Vete en paz».
- Éxodo, 18:
Aparece el nombre de Jetró también en los versículos 1, 2, 5, 6, 9 y 12.
- Números, 10,
29: Dijo Moisés a su suegro, Jobab, hijo
de Regüel el madianita…
- Jueces, 1, 16:
Los hijos de Jobab el quenita, suegro de
Moisés…
- Jueces, 4, 11:
Jéber, el quenita, se había separado de
Caín, de los hijos de Jobab, suegro de Moisés.
En el capítulo tercero del Éxodo encontramos el episodio de la zarza ardiendo.
Moisés se acercó a ver el prodigio y “viendo
el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza”.
Pese
a que Dios dice a Moisés «Yo soy el Dios
de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob», su
forma de presentarse es majestuosa e intimidante, no como la del Dios amigo del
Génesis que come en la tienda con Abraham, o que hace vestidos a Adán y Eva cuando
los expulsa del Paraíso. Así que es lógico que Moisés le pregunte que cuál es su nombre, a lo que Dios responde
«Yo soy el que soy (Ehyeh asher ehyeh)».
Siempre me ha intrigado la respuesta, nunca creí que Dios filosofara sobre la
esencia del Ser como he tenido que escuchar en tantos sermones que querían
remedar una clase de metafísica. Por ello me ha gustado la sugestiva
explicación que da la teóloga Karen Armstrong quien dice algo más simple, que Ehyeh asher ehyeh es una locución hebrea
que expresa una vaguedad deliberada y añade que “cuando Moisés preguntó a Dios
quién era, Yahweh respondió, en realidad: «¡No importa quién soy!». No debe haber
ninguna discusión sobre la naturaleza de Dios, ni ningún intento de manipular a
Dios, como hacían los paganos cuando llamaban a sus deidades por el nombre.
Finalmente, los judíos se negarían a pronunciar el nombre «Yahweh», como
admisión tácita de que cualquier intento de expresar la realidad divina
resultaba tan insuficiente que era casi blasfemo[1]”.
Hacia
el 1400 a.C. hay una primera mención a los shasu
(“los que mueven los pies” en egipcio) en expedientes egipcios encontrados al
sur del Mar Muerto. En el templo de Soleb se lee la inscripción de Amenhotep
III (o Amenofis III): "Yhw en
la tierra del Shasu". Para los egipcios son beduínos nómadas, pero lo
sorprendente es que son grupos yahvistas que tuvieron asentamientos en Moab y
Edom, al sur de la Transjordania. Hicsos, shasu, habiru, semitas originarios de
Mesopotamia… ¿quiénes eran los judíos? Puede que en realidad fueran diversos
pueblos o clanes que tenían en común la idea de un solo Dios o que
evolucionaron desde un Dios que reinaba sobre los demás dioses hasta
suprimirlos.
Volvamos
a Moisés. Dios le dio el mandato de
volver a Egipto para liberar a su pueblo oprimido y ante las pegas que pone
para cumplir la misión, Dios le dice que su hermano Aarón será el portavoz.
Ambos se presentaron ante el faraón y ante la negativa de dejar marchar al
pueblo elegido, Dios mandó la diez plagas (Éxodo, 7, 14 hasta 12, 30) de las
que salvaron los judíos:
1ª: El agua del Nilo se convirtió en
sangre.
2ª: La tierra de Egipto se cubre de ranas.
3ª: El polvo del suelo se convirtió en
mosquitos.
4ª: Toda la tierra de Egipto es invadida
por enjambres de tábanos.
5ª: Una peste mata el ganado de Egipto.
6ª: Los hombres y el ganado (?) se llenan
de úlceras.
7ª: Tormenta con granizada.
8ª: Invasión de langostas.
9ª: Las tinieblas cubren la tierra de
Egipto.
10ª: Muerte de los primogénitos de los
egipcios.
Para
las nueve primeras plagas hay una explicación de fenómenos naturales. La décima
hiere la sensibilidad actual. ¿Alguien puede aceptar hoy día que Dios pueda ser
tan cruel como son los hombres, hacedores de guerras en las que mueren niños
inocentes a causa de lo que eufemísticamente llaman daños colaterales o (esto
es aún mejor) bajas por fuego amigo?
Como
en todo relato de intriga que se precie, el final no es avisado previamente.
Después de la novena plaga leemos en Éxodo, 10, 27-29:
Pero el Señor hizo que el faraón se
obstinara en no dejarlos marchar. El faraón, pues, le dijo: «Sal de mi
presencia y cuidado con volver a presentarte; si te vuelvo a ver, morirás
inmediatamente». Respondió Moisés: «Lo que tú dices: no volveré a presentarme
ante ti»,
En
secreto hicieron los preparativos para la marcha según se lee desde el capítulo
undécimo y siguen las normas de Moisés para la celebración de la Pascua en el
duodécimo. Así dice Moisés:
Este mes será para vosotros el principal de los meses;
será para vosotros el primer mes del año (Exodo, 12, 2). Este mes recibe el nombre
de nisán, nombre que deriva del acadio, pues posiblemente el origen de la
pascua sea mesopotámico.
En la ciudad santa de
Babilonia[2] durante el mes de nisán
(tal vez entre marzo y abril), se celebraba una fiesta en la que se entronizaba
solemnemente al rey y su reinado se confirmaba un año más. La fiesta duraba
siete días y en ella se sacrificaba un chivo expiatorio, se humillaba al rey al
elegir un “rey de carnaval” que lo suplantaba durante un día, se fingía una
batalla para representar la lucha de los dioses que vencían el caos y las
fuerzas destructoras. El cuarto día, sacerdotes y cantores recitaban el Enuma Elish (Desde lo alto), un poema
épico en el que narraba la creación (El capítulo segundo del Génesis narra la
creación guardando un paralelismo enorme con el Enuma Elish y cuya narración es diferente de la del capítulo
primero). El concilio de Nicea del año 325 estableció para los cristianos que
la fecha de la Pascua fuera el primer domingo después de la primera luna llena de
primavera.
La Biblia nos dice que cuando llegó la noche anunciada por el Señor, los judíos untaron las jambas
de las puertas de sus casas con la sangre de la res que habían sacrificado
previamente para que Dios los salvara.
A medianoche el Señor hirió
de muerte a todos los primogénitos de la tierra de Egipto: desde el primogénito
del faraón que se sienta en el trono, hasta el primogénito del preso encerrado
en el calabozo; y todos los primogénitos de los animales, Aquella noche se
levantó el faraón, sus servidores y todos los egipcios, y se oyó un clamor
inmenso en todo Egipto, pues no había casa en que no hubiera un muerto. El
faraón llamó a Moisés y Aarón de noche y les dijo: «Levantaos, salid de en
medio de mi pueblo, vosotros con todos los hijos de Israel, id a ofrecer culto
al Señor, como habéis pedido. Llevaos también las ovejas y las vacas, como
habéis dicho, marchad y rogad por mí» (Éxodo, 12,
29-32).
Los hijos de Israel
marcharon de Ramsés, hacia Sucot: eran seiscientos mil hombres de a pie, sin
contar los niños. Además, les seguía una multitud inmensa, con ovejas y vacas,
y una enorme cantidad de ganado (Éxodo, 12,
37-38).
¡Qué escenas tan extraordinarias en las que se mezclan drama y gloria! Son
de una tremenda fuerza que en nuestra retina las ha remarcado la película Los Diez Mandamientos.
Esta salida la podemos leer también en Números, 33, 3-5:
Partieron de Ramsés el mes
primero. El día 15 del mes primero, el día siguiente de la Pascua, salieron los
hijos de Israel, la mano en alto, ante la mirada de todos los egipcios. Los
egipcios estaban enterrando a todos sus primogénitos, que habían sido heridos
por el Señor, haciendo así justicia de sus dioses. Partieron los hijos de
Israel de Ramsés y acamparon en Sucot.
Desde Éxodo 12, 43 hasta el 13, 16, el relato intercala más normas sobre la
Pascua. La narración retoma la salida de Egipto y dice que Dios no los guía por
el llamado camino de los filisteos, es decir, el camino más corto que sigue la
dirección de la costa con el Mediterráneo.
Partieron de Sucot y
acamparon en Etán, al borde de desierto (Éxodo, 13, 20).
El Señor dijo a Moisés: «Di
a los hijos de Israel que se vuelvan y acampen en Piajirot, entre Migdal y el
mar, frente a Baalsefon. Acampad allí mirando al mar» (Éxodo, 14, 1-2).
Ahora la acción se acelera, el dramatismo va aumentando y lo que en el cine
se llama acción paralela nos muestra al mismo tiempo que ocurre con el faraón.
Se siente burlado y está preso de la ira:
Hizo preparar su carro y
tomó consigo sus tropas: tomó seiscientos carros escogidos y los demás carros
de Egipto con sus correspondientes oficiales. El Señor hizo que el faraón, rey
de Egipto, se obstinase en perseguir a los hijos de Israel, mientras estos
salían triunfantes. Los egipcios los persiguieron con todos los caballos y los
carros del faraón, con sus jinetes y su ejército, y les dieron alcance mientras
acampaban en Piajirot, frente a Baalsefon (Éxodo,
14, 8-9).
El momento es angustioso, los israelitas no tienen escapatoria: ante sí
está el mar y a su espalda todo un bien adiestrado ejército vencedor en mil
combates con el faraón al frente, que vengativamente desea
aniquilarlos. Los israelitas están aterrorizados, claman contra Moisés, se
quejan amargamente, pero entonces surge el deus
ex maquina[3]:
Una nube se interpuso entre los egipcios y los israelitas y Moisés siguió
el consejo de Dios:
Moisés extendió su mano
sobre el mar con un fuerte viento del Este que sopló toda la noche; el mar se
secó y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar,
en lo seco, y las aguas les hacían muralla a derecha e izquierda. Los egipcios
los persiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar: todos los caballos
del faraón, sus carros y sus jinetes (Éxodo, 14,
21-23).
Moisés extendió su mano
sobre el mar; y al despuntar el día el mar recobró su estado natural, de modo
que los egipcios, en su huida, toparon con las aguas. Así precipitó el Señor a
los egipcios en medio del mar. Las aguas volvieron y cubrieron los carros, los
jinetes y todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar. Ni uno solo
se salvó. Mas los hijos de Israel pasaron en seco por medio del mar, mientras
las aguas hacían de muralla a derecha e izquierda. Aquel día salvó el Señor a Israel del poder de Egipto,
e Israel vio a los egipcios muertos, a la orilla del mar. Vio, pues, Israel la
mano potente que el Señor había desplegado contra los egipcios, y temió el
pueblo del Señor y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo (Éxodo, 14, 27-31).
Veamos algunos interrogantes que surgen:
Ramsés II no era el
primogénito y tal vez esta es una razón que podrían esgrimir los defensores de
que él era el faraón del Éxodo, pero sabemos que la política guerrera le llevó
a luchar contra Nubia, Libia y tras sofocar rebeliones en Canaán, alguna de
ellas provocado por los shasu, llegó a Siria para combatir a los hititas a los que
venció en la batalla de Kadesh. Finalmente los dos reinos firmaron el tratado
de paz de Kadesh. Ramsés II construyó una serie de fortificaciones en Canaán
para controlar este territorio.
[1] Karen Armstrong: En defensa de Dios, página 65. Ed. Paidós. Barcelona, 2009.
[2]
Datos tomados del libro de Karen Armstrong, Una
historia de Dios. Paidós. Barcelona, 2006.
[3] DEUS EX MACHINA. Locución latina perteneciente al vocabulario
teatral que significa “dios que desciende de la máquina”, ya que en las
antiguas tragedias griegas era un dios que descendía por medio de una grúa a la
escena y resolvía todos los problemas “en menos que tarda en santiguarse un
cura loco” como dice el refrán. El término se generalizó y es la intervención
inopinada de un personaje o algo capaz de desenredar o resolver una situación
complicada: el regreso de un personaje, una carta, una herencia, el Séptimo de
Caballería…
Imperio hitita
Su
sucesor, Merenptah, tuvo que combatir entre otros a los llamados pueblos del mar (griegos, filisteos y varios
más) y de él se conoce la “estela de Israel”. Ramsés III, faraón de la Dinastía
XX que reinó desde el 1184 al 1153 a. C., llegó en sus conquistas hasta Siria,
pero los problemas internos motivados por los enfrentamientos con los nobles y
los sacerdotes condujeron a partir de
1150 a.C. a la retirada de las guarniciones egipcias asentadas en Bet She'an,
en el valle del Jordán, Megido y Gaza, y perdiéndose después Palestina y Nubia.
Otro
dato curioso afecta a la logística. La Biblia habla de 600.000 hombres en el
libro del Éxodo (se supone que son los que están en edad de combatir), más toda
la multitud de niños, mujeres y ancianos (lo que supondría algo más de un
millón de personas), además del ganado e impedimenta. Me parece que Aarón y
Moisés de 83 y 80 años respectivamente no estarían para muchos trotes ni para
largas caminatas, ¿o sí? Los números en la Biblia no son aceptables por lo
ilógicos. Además de los números, ¿qué otra cosa hay que rectificar?
Sorprende
que el faraón disponga de un ejército casi por arte de magia y además en tiempo
de luto. ¿No habían muerto los primogénitos de los hombres y el ganado,
caballos incluidos?
Hay
otros puntos en los que los historiadores bíblicos no se ponen de acuerdo, en
el lugar del paso y las causa de la anomalía marítima. En algún documental he
visto un experimento con simulaciones a escala, pero si fuese así, el viento
tendría que haber sido superior a 100 Km/h y entonces, ¿cómo podría andar todo
ese gentío? En el mapa puede verse la posible ruta que describe el libro del Éxodo y el capítulo 33 del libro Números, el penúltimo del
Pentateuco.
Pi Ramsés → Sucot → Etán al borde del desierto → Piajirot → Cruzan el mar y tras tres
días de camino por el desierto de Etán llegaron a Mará, donde el agua amarga se convirtió en agua dulce (allí el
Señor dio leyes y mandatos) → Elín (un oasis) → acamparon junto al
mar Rojo (o mar de Cañas o mar de Juncos, según el traductor) → desierto del Sinaí. Se alimentan de
maná→ Dofcá → Alús → Refidín, donde Moisés hizo que brotara agua de la roca (desde entonces,
Masá y Meribá); victoria contra Amalec con Josué como jefe militar → desierto del Sinaí (aquí
ocurren los acontecimientos del Sinaí: Teofanía, ley, alianza,…). Se hace un
censo (Números, 1, 1-46) y resultó que habían seiscientos tres mil quinientos
cincuenta hombres aptos para la guerra. → Desierto
de Farán → Kibrot-Hatavá → Jaserot
(incidente de María leprosa) → Ritmá → Rimón
Peres → Libná → Risá → Queletá → monte
Séfer → Jaradá → Macelot → Tajat → Taraj → Mitcá → Jasmoná → Moserot → Bené
Jacán → monte Guidgad → Jotbatá → Abroná →
Esionguéber → desierto de Sin, es decir, en Cadés → Monte Hor (Aarón, el sacerdote, subió por orden del Señor al monte Hor y allí
murió a los cuarenta años de la salida de los israelitas del país de Egipto, en
el primer día del quinto mes. Tenía pues 123 años ¡nada menos!) → Salmoná → Punón → Obot → Iyé-Abarín → Dibón
Gad → Almón Diblatáin → montes de Abarín, frente a Nebo →
estepas de Moab, junto al Jordán, a la
altura de Jericó → Finalmente acamparon
junto al Jordán, desde Bet Jesimot
hasta Abel Sitín, en las estepas de Moab.
Leamos
la finalización de esta epopeya en el final del Pentateuco. Así dice el
capítulo 34, versículos 1-7 del Deuteronomio:
Moisés
subió de la estepa de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisgá, frente a Jericó;
y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan, todo Neftalí, el
territorio de Efraín y de Manasés, y todo el territorio de Judá hasta el mar
occidental, el Negueb y la comarca del valle de Jericó (la ciudad de las
palmeras) hasta Soar; y le dijo: «Esta es la tierra que prometí con juramento a
Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: “Se lo daré a tu descendencia”. Te la
he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella».
Y
allí murió Moisés, siervo del Señor, en el territorio de Moab, como había
dispuesto el Señor, Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Peor; y
hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba.
La opinión sobre la existencia real
de Moisés está dividida; personalmente opino que no existió este personaje
histórico, un personaje que fue engrandeciéndose por los sucesivos
escritos a partir de leyendas y
tradiciones orales. No existen restos arqueológicos, pese a estar haciéndose excavaciones desde 1967, ni tampoco hay
documentación egipcia sobre un éxodo judío, pese a que nunca ocultaron lo que
no era bueno para ellos, como la primera huelga de los trabajadores de Deir
el-Medina durante el reinado de Ramsés X (1108-1099 a. C.), ni tampoco hay
registro alguno en los pasos de Sucot u otras ciudades fronterizas. Es posible que los habitantes de
Canaán se sintieran libres y hablaran de un caudillo que derrotó al faraón,
leyendas sobre su nacimiento y sobre unas piedras que volaron desde el cielo,
piedras que los sucesivos escritos imaginaron que contenía las leyes dictadas
por Jehová, el Dios del Sinaí. Y que ese Jehová, dios guerrero, era el mismo
que el “El” del que hablaban los habitantes de algunas tribus al norte de
Canaán.
También es muy confuso el relato de las subidas al Sinaí, la entrega de las
Tablas, y los Mandamientos. Porque se habla solamente de diez, pero en realidad
son muchísimos más, pues se regula la alimentación, el sacerdocio, la vida
sexual y hasta el diseño de objetos sagrados, incluida el Arca de la Alianza
que, curiosamente, lleva esculpida dos querubines, con lo que el mismo Dios se
contradice con el segundo de los mandamientos, según Éxodo, 20, 4:
No te fabricarás ídolos, ni
figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua
debajo de la tierra.
Los querubines eran unos seres híbridos que guardaban las puertas de los
templos y palacios de Babilonia. Dios puso a los querubines para guardar las
puertas del Edén y vigilar el camino que llevaba hasta allí (Génesis, 3, 24).
Por eso es absurdo, por no decir irracional, tomar el Antiguo Testamento al
pie de la letra como si esa fuera la palabra de Dios. Con la Biblia se puede
demostrar interesadamente la desconsideración a la dignidad de la mujer (nunca
será ministra de Dios, según la tradición), el expansionismo de Israel, la
guerra santa y hasta la justificación del racismo. Es sorprendente que los
movimientos creacionistas se aferren a la Biblia para contradecir la ciencia. En
vez de investigar y hacer una catequesis a partir del Big Bang y la evolución,
seguimos aferrándonos a lo de los siete días obviando intencionadamente el
capítulo segundo del Génesis. Ese Dios es pequeño, corto de miras, vengativo,
demasiado humano. Incluso se admite que Dios escoge interesadamente a sus
elegidos, pero la misma Escritura desmiente esa exclusividad:
- Amós, 9, 7: ¿No sois para mí como etíopes, hijos de
Israel? ‒oráculo del Señor‒. ¿No saqué a Israel de Egipto, como a los filisteos
de Caftor y a los sirios de Quir?
Puestos a elegir me quedo con la
metáfora de la zarza ardiendo: el despojarse del calzado que es como el
despojarse del hombre viejo (como dice Jesús), es la imagen de la necesaria metanoia. También aprecio la separación
de poderes entre gobernantes y sacerdotes que propugna el Éxodo, aunque vemos
que siempre se ha buscado juntar bajo la misma bandera el trono y el altar, lo
que siempre ha sido perjudicial para el pueblo. Y por encima de todo, me quedo
con la imagen del un Dios compasivo de su pueblo, un Dios de los exiliados y de
los pobres. Cuando Benedicto XVI visitó Auschwitz e hizo aquella pregunta
“¿Dónde estabas, Dios?” (que a mí me pareció una boutade), la respuesta era muy sencilla: dentro de los hornos y
entre los gaseados, mientras todos callaban, incluso el Papa de Roma.
Ahora que estamos ante el cónclave espero
que el Papa elegido sea un nuevo Moisés, y como él, grite al Faraón: “En nombre
de Dios, ¡deja de atormentar a mi pueblo!”
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