sábado, 15 de junio de 2013

Moisés ¿mito o realidad?



(Texto de Fernando Pérez Cárceles, marzo de 2013)

Coronel Jessep.- ¿Quieres respuestas?
Teniente Kaffee.- ¡Quiero la verdad!
   Del film Algunos hombres buenos

           
Hace muchos años asistí a una charla sobre la conversión (metanoia) y en cierto punto el conferenciante la ilustró con una graciosa anécdota:
            En el tiempo de Cuaresma en el pueblo X se celebraban diversos actos religiosos que culminaron con una función solemne con confesión general de todo el pueblo, incluido el “pecador oficial” don N.N. Este hecho intrigó mucho al párroco y se atrevió a preguntarle qué le había movido a convertirse, a lo que el libertino le respondió:
            - Cuando desde el púlpito en medio del sermón usted levantó los brazos y gritó enardecido ¡Nabucodonosor! ¡Nabucodonosor!
            Dios escribe derecho con renglones torcidos dice el adagio popular y eso mismo lo podría aplicar en mi caso: mi interés en estos últimos años por el estudio de la Biblia ha sido provocado por el compositor Johannes Brahms. Los últimos lieder que compuso fueron los Cuatro cantos serios, op. 121 con textos extraídos de la Biblia; el tercero está tomado del Eclesiástico (o Sirácida). Al estudiar este lied descubrí que dicho libro no formaba parte de la Biblia protestante. Brahms había nacido en Hamburgo, había asistido a la catequesis y hay que recordar que en el norte de Alemania imperaba el luteranismo ortodoxo, pero entonces ¿cómo podía ser aquello?
Pese a que Juan Pablo II había dicho que Lutero tenía razón (los obispos españoles chirriaron y dieron explicaciones ambiguas del tipo: sí, pero…), cuando pregunté  sobre la Biblia luterana era como si nombrara la bicha, todo eran largas cambiadas: el problema que estaba estudiando era bibliográfico, no doctrinal. Afortunadamente supe por fin que entre el Antiguo y el Nuevo Testamento iban incluidos una serie de libros (el Eclesiástico entre ellos) que Lutero había aconsejado conservar por ser útiles, pero decía que no estaban inspirados por Dios. Los anglosajones fueron más radicales y a partir del Concilio de Westminster convocado por el Parlamento inglés en  1643 esos libros fueron borrados de la Biblia.
La vida es un puñado de cerezas, coges una y otras le siguen; así ocurre con los interrogantes, que pueden llegar hasta el infinito. El canon bíblico católico fue definido en el Concilio de Trento, ¿por qué unos libros sí y otros no? Lutero, Trento, Westminster…¿Quién puede asegurar los libros que Dios ha inspirado? La autoridad no es un principio de certeza, ni la tradición, aunque ciertamente ayudan. Pero está la gran pregunta:

La Biblia ¿es palabra de Dios o palabra del hombre?

            Tengo que decir que me siento cercano al apóstol Tomás, tal vez como consecuencia de mi formación científico-matemática y por ello todo ha de ser examinado, incluso lo evidente. Todas las ciencias aportan nuevos datos que hacen que nos replanteemos las viejas preguntas desde la aparición del Homo Sapiens.
Benedicto XVI ha denominado este año como “Año de la Fe” y ello es una gran noticia porque es un acicate para el estudio siempre apasionante de la Biblia. Pienso que la fe no es algo que se posee definitivamente, sino que es un camino que hay que recorrer y que está marcado por los mojones de las dudas. Hay que avanzar sin miedo al error (?), hay que utilizar, y no enterrar, los talentos que Dios nos ha dado. La fe es una cosa y las creencias otra.
He asistido a un cursillo bíblico impartido apasionadamente por el padre Abel Rosa y hemos estudiado el Génesis completo. El curso que viene comenzaremos con el Éxodo. Así es que como una preparación preliminar he estudiado la figura de Moisés. He escrito este trabajito como si fuera una redacción escolar, buceando en los datos bíblico-históricos, comparando otros escritos y leyendas. Actuando, eso sí, como una especie de “abogado del diablo” (o promotor de la fe que es como se llamaba oficialmente el procurador fiscal en los casos de canonización, cargo que eliminó Juan Pablo II y tal vez por ello el número de santos oficiales se centuplicó en pocos años). Por ejemplo, ¿acaso la orden del faraón de matar a todos los niños hebreos no nos hace pensar que es similar a la matanza de los niños inocentes ordenada por Herodes el Grande? Este relato aparece únicamente en el Evangelio de San Mateo, escrito en Antioquía sobre el año 80 y aunque este evangelio sigue el esquema del de San Marcos, es un evangelio “judeocristiano” que polemiza con la poderosa secta de los fariseos y siempre procura demostrar que en Jesús se cumple el Antiguo Testamento.
Vuelvo a plantear la pregunta del título: Moisés, ¿mito o realidad? Cada uno ha de responderse en conciencia, y sea cual sea nuestra respuesta, no podemos ni debemos renunciar a todo lo hermoso, noble y ejemplar que nos sirva para nuestra vida. El oro de una joya sigue siendo oro aunque quitemos los adornos. Y nuestra obligación es hallar el oro.
                       
Murcia, invierno del año de la dimisión del cargo por el Papa Benedicto XVI



L
a mañana se desarrolló como había previsto. Siempre que voy a hacer un viaje turístico me gusta documentarme y planificar las visitas y los recorridos. Así es que en esta primera mañana en la Ciudad Eterna, una Roma que presentía la primavera, habíamos visitado los Museos Vaticanos y la Basílica de San Pedro. Tras la abrumadora carga de arte decidimos pasar una tarde más tranquila, así es que después de comer en un restaurante de la plaza Venecia, que viene a ser el centro como en Madrid la Puerta del Sol, caminamos sin prisas por el Foro rememorando tiempos remotos y personajes gloriosos de esta ciudad y torcimos por la via Cavour. Apenas a unos quinientos metros nos encontramos con una escalera que daba la impresión de ser más angosta al ascender por una especie de túnel. Al final de la misma desembocamos en una plaza en cuyo fondo de la izquierda se alzaba la iglesia de San Pietro in Vinculi (San Pedro encadenado). Aunque pequeña, es sin embargo una basílica importante, no solo por el turismo, sino por ser la sede del cardenal- obispo de San Pedro ad vincula.
            Sin detenernos ante los puestos de recuerdos que estaban delante del atrio, entramos en el interior del templo y sin dilación nos colocamos ante la maravilla que íbamos buscando. Allí estaba la estatua de Moisés de Miguel Ángel, majestuosa, imponente. Una verdadera obra de arte que teníamos casi al alcance de la mano. Poco después recorrimos la iglesia admirando la bella factura y en el altar mayor reparamos en el objeto para el que se había hecho este templo: las cadenas de San Pedro. En realidad era una sola, pues según la leyenda, se unieron milagrosamente la de su encarcelamiento en Jerusalén rota por el ángel para librarlo (Hechos de los Apóstoles, 12, 6-10), y la de su prisión en la cárcel Mamertina de Roma. Otra reliquia importante era un sarcófago conteniendo restos de los siete hermanos Macabeos.
            Al ver estas reliquias pensé en las de la Catedral de Murcia, donde además de un Lignum Crucis, tenemos reliquias de los cuatro santos cartageneros, de San Pedro, San Esteban, de los Santos Inocentes y de otros muchos más; hay además un trozo de la esponja de la que bebió Cristo en el Calvario, otro de la columna donde fue azotado y un pelo “Vultus Divini Jesuchristi” (de la barba del divino Jesucristo), estos últimos enviados por el cardenal Belluga desde Roma. Pero sin duda la joya es la reliquia que donó la marquesa de los Vélez: una ampolleta con leche de los virginales pechos de María.
Copio del artículo “Arcas de prodigios” de Manuel Pérez Sánchez en el número 14 de la revista Imafronte (año 1999):
“La reacción del cabildo ante el legado que recibía el templo catedral fue, como no podía ser menos, de intenso alborozo, ordenándose de inmediato los preparativos para el gran acontecimiento de la entrada en la ciudad de tan importante recuerdo de la Virgen. Se dispuso un recibimiento similar al que años atrás se había dispensado al Lignum Crucis, con procesión general con asistencia de todas las autoridades, clero parroquial, órdenes religiosas, cofradías y gremios así como el consabido adorno de la carrera a base de colgaduras y altares, el habitual repique de campanas y las luminarias y fuegos artificiales.
El itinerario llevó la reliquia desde el convento de San Jerónimo de La Ñora hasta el Convento de las Capuchinas donde se depositó el siete de septiembre de 1715, dejándose para el día siguiente, fiesta de la Natividad de la Virgen, su solemne traslado a la Catedral. Este fue practicado bajo palio, llevado por diez caballeros regidores, y precedido por la tarasca, gigantes y cabezudos y acompañamiento de danza”.  
Aunque no lo he visto se cuenta que el día de la Asunción se obra el milagro de la licuación, prodigio semejante al de la sangre de San Genaro en Nápoles o la de San Pantaleón en Madrid. Nuestro milagro es desconocido salvo por algún erudito, pero no me extraña porque los murcianos desconocemos gran parte de nuestra historia, incluso la inmensa mayoría ignora que nuestro patrón es San Patricio. De todos modos, el 15 de agosto suelo estar en la playa y en Murcia hace demasiado calor para venir a comprobar esta maravilla. 


Vista de la custodia en la que se engarza la ampolleta con la leche de la Virgen María que se conserva en el Museo Diocesano de la Catedral de Murcia.
         

            Pero tras esta enorme digresión vuelvo a contemplar la magnífica imagen esculpida en mármol blanco por el genial Miguel Ángel en 1509 para la tumba del Papa Julio II, “el Papa guerrero”, enemigo acérrimo de Alejandro VI (el Papa Borgia) y mecenas de artistas como Rafael y Miguel Ángel, y me adentro en la historia de nuestro personaje.


          Grosso modo conocemos la historia de Moisés, salvador, legislador y caudillo, venerado por judíos, cristianos y musulmanes:
Los judíos vivían en la esclavitud en Egipto, cuyo faraón mandó matar a los niños judíos, pero Moisés fue depositado en el Nilo en una canasta de mimbre; fue recogido por una princesa real que lo adoptó como hijo suyo. Ya adulto, tuvo que huir de Egipto porque mató a un hombre y se refugió en Madián, donde se casó y pastoreó los rebaños de su suegro. Tras el episodio de la zarza ardiente, marchó a Egipto enviado por Dios para liberar a su pueblo, pero el faraón endureció su corazón y desoyó la petición de Moisés. Dios envió diez plagas, la más terrible fue la última en la que perecieron los primogénitos de los egipcios. Por fin abandonaron Egipto, pero el faraón los persiguió y cuando todo parecía perdido, el mar Rojo se abrió y el pueblo elegido pasó “a pie enjuto” volviéndose a cerrar tras ellos y pereció todo el ejército egipcio capitaneado por el faraón. Jehová le entregó las Tablas de la Ley en el monte Sinaí, pero castigó al pueblo judío a errar por el desierto durante cuarenta años (a una velocidad media aproximada de 25 Km/año) antes de alcanzar Canaán, sin embargo Moisés murió antes de entrar en la tierra prometida.
Lo que sabemos acerca de de Moisés lo encontramos por primera vez en el Éxodo, segundo libro del Pentateuco (o Torah para los judíos), colección de cinco libros pertenecientes al Antiguo Testamento o Biblia hebrea. Pero el texto definitivo del Pentateuco fue fijado con toda posibilidad en el siglo V a.C., bastantes siglos después de cuando ocurrieron los hechos que allí se narran.
De la película “Todos los hombres del presidente” de Alan J. Pakula, recreación de la  investigación periodística sobre el caso Watergate, recuerdo dos frases que siempre procuro aplicar, sobre todo en los casos de corrupción: “Una negación que no niega” y “Siga el rastro del dinero”. Haciendo caso de la segunda podemos leer en el libro sagrado lo siguiente[1]:
‒ Génesis, 20, 16: A Sara le dijo:«He entregado a tu hermano mil monedas de plata: serán como un velo en los ojos para ti y para todos los que están contigo. Quedas rehabilitada». (Palabras de Abimélec a Sara, a quien Abraham había hecho pasar –por segunda vez‒ por su hermana, y en realidad era su hermanastra y esposa).
‒ Génesis, 23, 12-15: Abraham hizo una inclinación ante la gente del país y habló a Efrón de forma que le oyese la gente del país: «Escúchame tú, por favor: yo te doy el precio del campo, acéptalo y enterraré allí a mi difunta». Efrón contestó a Abraham: «Señor mío, escucha: el terreno vale unas cuatrocientas monedas de plata. ¿Qué es eso entre nosotros dos? Entierra, pues a tu difunta».
 ‒ Génesis, 37, 28: Al pasar unos mercaderes madianitas, tiraron de su hermano; y sacando a José del pozo, lo vendieron a unos ismaelitas por veinte monedas de plata. Estos se lo llevaron a Egipto[2]».
         La primera moneda de la historia es el electrum, formada por una aleación de oro y plata y fue acuñada en el siglo VI a.C. en el reino de Lidia (en la actual Turquía asiática) durante el reinado del rey Aliates (h. 610-560 a. C.), cuyo nombre en lidio significa león. Fue el padre de Creso, cuyo nombre es sinónimo de potentado. Después de esta aparecieron el dracma griego y el dárico persa.


[1] Todas las citas bíblicas están tomadas de la Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Madrid, 2010.
[2] Está claro que hay dos fuentes y  por eso en una José es vendido a los madianitas y en otra a los ismaelitas.



          Es un hecho contrastado que hay héroes cuyo origen es desconocido y por ello ha de inventarse poéticamente, mezclándose, ya sea mito o cuento, motivos literarios acerca de su concepción, nacimiento (“El cuento del héroe abandonado al nacer”) y crianza adobándolos con oráculos y apariciones divinas. A nosotros nos llega un mito que ha sido transmitido en forma oral hasta pasar el tamiz de algún escritor (conocido o anónimo) que le da forma definitiva y se convierte en “literatura popular”. Vamos a ver algunos ejemplos:

1. La leyenda acádica de Sargón
            (Copio del artículo de Pablo R. Andiñach aparecido en el número 50 (año 1992/93) de Revista Bíblica.)
            Sargón el Grande (Shar-ru-ki-in o Sharru-kinu o Shar-ru-GI) fue el primer rey y fundador de la dinastía sargónida de Acad y reinó entre los años 2334 y 2279 a.C. Es considerado el creador del primer imperio de la historia, pero sobre él hay escasísimos textos de carácter histórico y muchos de espíritu literario y legendario. Uno de ellos es el que nos ocupa y por ello a Sargón se le ha llamado el Moisés acádico.
Austen Henry Layard (París, 1817-Londres, 1894) viajaba por Oriente Medio camino de Ceilán            cuando oyó que había antigüedades enterradas en los montes de Mosul. En 1844 comenzó las excavaciones y bajo aquellos montículos descubrió la ciudad de Nínive y la biblioteca del último rey asirio, Asurbanipal (668-627 a.C.) en la que había ingentes tablillas de arcilla en escritura cuneiforme (entonces se desconocía tal escritura) con relatos de mitos, rituales religiosos, escritos administrativos y muchos más temas. Más de 25.000 fueron enviadas al Museo Británico. Muchas de estas tablillas eran reediciones de otros escritos anteriores, por lo que la leyenda de Sargón fue escrita entre el 2100 y el 650 a.C. (probablemente en torno a los siglos XIX y XVIII a.C.). Mejor que contar la leyenda prefiero transcribir parte del texto que aparece en la página 109 de la citada Revista Bíblica.

Sargón, el poderoso rey, rey de Agadé[1], soy yo.
            Mi madre fue una cambiante[2] a mi padre no lo conocí.
Los hermanos de mi padre amaron las colinas.
Mi ciudad es Azupiranu, la cual está ubicada en los márgenes del Eúfrates.
Mi cambiante madre me concibió, en secreto me dio a luz.
Ella me puso en una canasta de juncos, con betún selló mi tapa.
Ella me echó al río, el cual no se elevó sobre mí.
El río me sostuvo y me condujo hasta Akki, el depositario del agua,
Akki, el depositario del agua, me levantó cuando él sumergió su jarro,
Akki, el depositario del agua, él me tomó como su hijo y me apoyó.
Akki, el depositario del agua, me designó su jardinero.
Mientras yo fui su jardinero, Ishtar[3] me concedió su amor,
Y por cuatro años yo ejercí el reinado.

            Vemos el siguiente esquema: extranjero ‒ adoptado ‒ jardinero ‒ amante ‒ rey.
En realidad, Sargón fue de humilde cuna, hijo de un tal La'ibum, de profesión cultivador de dátiles. Es muy probable que Sargón hubiese sido jardinero en su juventud y que aprendiera el oficio de copero, cargo con el que aparece en la corte del rey de Kish, Ur-Zababa. Sin que se sepan las causas, Sargón se rebeló contra su rey, apoderándose de Kish. Desde esta ciudad pasó a zonas más norteñas, consolidándose como rey independiente.

 [1] La ciudad de Agadé o Akkadé no se ha localizado todavía.
[2] ¿Sacerdotisa? ¿Cambio de nacionalidad o de religión?
[3] Ishtar es la diosa babilónica del amor y la sexualidad. Es la Astarté o Aserá judeo-fenicia, similar a Afrodita e Isis.  

2. Rómulo y Remo
            La tradición romana sobre la fundación de Roma es muy conocida y ha sido descrita por muchos autores de la antigüedad con ligeras variantes: Tito Livio (Ab urbe condita), Ovidio (Fastos), Plutarco (Vidas Paralelas), Dionisio de Halicarnaso (Historia antigua de Roma), Higino (Fábulas), Tácito, Virgilio…
            El héroe troyano Eneas pudo escapar de la destrucción de Troya y tras un largo viaje lleno de aventuras se refugió en el Lacio. Su hijo Ascanio fundó la ciudad de Alba Longa. Varios siglos después, el rey Numitor fue destronado por su hermano Amulio, y para estar seguro en su trono mató a todos los hijos de Numitor; a su sobrina Rea Silvia la obligó a ser vestal (especie de “monjas” vírgenes al servicio de la diosa Vesta) . La versión más corriente es que un día que fue a coger agua para los sacrificios, el dios Marte la sedujo y quedó encinta (otra versión dice que fue su propio tío quien la violó). Rea dio a luz a dos gemelos, Rómulo y Remo, y el rey ordenó que fueran arrojados al río y a Rea Silvia la encerró en una prisión. Un criado los colocó en una canasta y los depositó en las aguas del Tiber que iba crecido. Pero en vez de llegar al mar, milagrosamente la barquilla tropezó en una piedra, volcó y los bebés fueron arrojados a la orilla. Entonces se acercó una loba que acababa de parir y los amamantó. Luego llegó Faústulo, que cuidaba de la piara del rey y se los llevó a su esposa Aca Laurencia que había parido un bebé muerto. Otra versión apunta a que Faústulo convivía con una prostituta de nombre “Lupa” que se ofrecía en los alrededores del Palatino. De ahí viene la palabra lupanar que equivale a prostíbulo.




El final de la historia es que cuando los gemelos crecieron, mataron a Amulio, liberaron a su madre y repusieron en el trono a su abuelo Numitor. Más tarde abandonaron Alba Longa y fundaron Roma y para ponerle nombre examinaron los augurios. Rómulo vio 12 buitres frente a los 6 de Remo. Rómulo fue el primer rey de Roma y son curiosas las coincidencias, pues la caída definitiva de Roma ocurrió 12 siglos después y el último emperador fue Rómulo Augústulo.

3. Perseo
            El rey de Argos, Acrisio (hermano gemelo de Preto), tenía una hija, Dánae, pero ningún hijo varón. Consultó a un oráculo si podría tener un heredero; la respuesta fue: «No tendrás hijos y tu nieto te matará». Para evitar el destino, encerró a Dánae en un calabozo subterráneo con puertas de bronce y guardado por perros feroces. Pero a pesar de todas las precauciones, Zeus se metamorfoseó en lluvia de oro y la poseyó (otras versiones dicen que fue su tío Preto quien la forzó antes de su encierro). Dánae dio a luz a Perseo y Acrisio encerró a ambos en un arca de madera y la arrojó al mar. El arca fue a la deriva y varó en la isla de Sérifos, donde un pescador abrió el arca y llevó a Dánae y su hijo al rey Polidectes quien cuidó a Perseo como si fuera su propio hijo.

 Tiziano: Dánae recibiendo la lluvia de oro. Museo del Prado

            Cuando llegó a adulto fue a combatir a la Gorgona Medusa, y para ayudarle, Atenea le entregó un escudo pulido brillantemente, Hermes una hoz irrompible, y a Hades le arrebató unas sandalias aladas, un zurrón mágico y el yelmo de la invisibilidad. Ya en el país de los Hiperbóreos encontró dormidas a las Gorgonas, puso delante de Medusa el bruñido escudo y de un golpe de hoz le cortó la cabeza y la introdujo en el zurrón. Del cadáver surgió el caballo alado Pegaso. Gracias al yelmo que le hacía invisible escapó de la guarida y voló hasta llegar a una roca donde estaba atada totalmente desnuda Andrómeda, la hija del rey de Yope, la cual iba a ser devorada por un monstruo marino enviado por Posidón. Perseo se precipitó desde lo alto y mató al monstruo de un golpe certero de hoz y se casó con Andrómeda.
            En cuanto al vaticinio del oráculo, se cumplió inexorablemente. Cuando Acrisio se enteró de que iba a llegar Perseo, huyó a Larisa; allí llegó Perseo para participar en los Juegos que se estaban celebrando y cuando en la competición de disco lanzó el suyo, una ráfaga de viento lo desvió y vino a caer encima de Acrisio, que estaba de incógnito entre el público y que murió en el acto.    
            El historiador y geógrafo Heródoto (484 a. C.-425 a.C.) nos narra en el capítulo 91 de su libro segundo de su Historia la relación de Perseo con Egipto:
            Cerca de Neápolis hay una gran ciudad, se trata de Quemis[1]; en esta ciudad hay un santuario de Perseo, hijo de Dánae, de planta cuadrangular rodeado de palmeras silvestres. (…) Dentro de este recinto hay un templo y, en su interior, se alza una estatua de Perseo. (…) Los habitantes de esta ciudad, los quemitas, aseguran que se aparece frecuentemente en su región, especialmente en el interior del santuario.


[1] Quemín (la ciudad de Min) estaba situada a unos 500 Km al sur de El Cairo. La ciudad egipcia de Neápolis no está identificada. 



Perseo con la cabeza de Medusa. Obra de Benvenuto Cellini.
Galería de esculturas de la Piazza della Signoria (Florencia)


4. Ciro II el Grande
            Este rey de Persia, Ciro II (h.600/575 a.C.-530 a.C.), fue el fundador del Imperio persa, el mayor de la antigüedad hasta la llegada de Alejandro Magno. Sus dominios alcanzaban las orillas del Mediterráneo y el Océano Índico y llegaba hasta la cordillera Hidu Kuh (una estribación del Himalaya); su sucesor lo ampliaría con la conquista de Egipto. Tras derrotar al imperio babilónico, Ciro autorizó el regreso de los judíos a Palestina y permitió la reconstrucción del Templo de Jerusalén.
Jenofonte (h. 431 a.C.-354 a.C.), historiador, militar y filósofo griego, hace la siguiente descripción en el capítulo segundo del libro primero de su Ciropedia:
Se dice que el padre de Ciro fue Cambises, rey de los Persas; este Cambises era de la estirpe de los Perseidas, y los Perseidas reciben su nombre por Perseo. Su madre, está generalmente admitido, fue Mandane; y esta Mandane era hija de Astiages, rey de los medos. Todavía en la actualidad entre los bárbaros se mantiene la tradición, en relatos y canciones, de que Ciro era muy bien parecido y muy generoso de corazón, muy amante del estudio y muy ávido de gloria, hasta el punto de soportar toda fatiga y de afrontar todo peligro con tal de recibir alabanzas.   



Tumba de Ciro en Pasargada, Irán

El motivo literario que estamos contemplando aparece también en Ciro y es narrado por Heródoto en Historia, libro I, cap. 108-122.
El rey medo Astiages tuvo un sueño en el que vio cómo del sexo de su hija salía una cepa de vid que cubría toda Asia; los magos a su servicio le auguraron que el fruto de su hija Mandane (que estaba embarazada) llegaría a reinar en su lugar. Conmovido por ello hizo llegar a su hija y cuando dio a luz a Ciro, Astiages encargó a su ministro Harpago que matara al niño. Para cumplir la orden, Harpago se lo entregó a Mitrídates, un boyero a su servicio, para que ejecutara el mandato del rey. Este se dirigió a su cabaña donde convivía con una mujer llamada Espaco (espaca = perra en medo) que casualmente había parido un niño muerto, con lo que el cambio de identidades de los bebés fue muy fácil. Cuando Ciro cumplió diez años todo se descubrió (esto es digno de una novela de intriga) y Astiages lo envió con sus padres para quienes la felicidad fue completa. Finalmente Ciro depuso a su abuelo y el imperio medo fue anexado al persa.

5. Edipo
            El mito de Edipo y de todo el ciclo tebano nos es conocido fundamentalmente por  el gran  dramaturgo Sófocles (496 a.C.?-406 a.C.).
Básicamente es el siguiente: El rey de Tebas, Layo, estaba casado con Yocasta; pasaba el tiempo y no tenían un heredero, por lo que decidió consultar con el Oráculo de Delfos, el cual le informó que el hijo nacido de Yocasta mataría a su padre. Layo repudió secretamente a su esposa, pero cierta noche, ella le emborrachó y aprovechó la ocasión para yacer con él. Nueve meses después Yocasta daba a luz un varón. Layo lo arrebató de los brazos de la nodriza, le taladró los pies con un clavo y lo dejó abandonado en el monte Citerón.
            Un pastor corintio encontró al niño y le puso por nombre Edipo (que significa “pies hinchados”); lo llevó a Corinto y se lo entregó a la reina Peribea, esposa del rey Pólibo.
            En otra versión de la historia, Layo encerró a Edipo en un arcón y lo arrojó al mar. El arcón llegó a la costa de Corinto, en cuya playa se encontraba Peribea supervisando a las lavanderas. Recogió a Edipo y sin que todas las mujeres se dieran cuenta, se escondió tras los matorrales y fingió en medio de grandes gritos que había parido un niño. Al llegar a palacio le contó a su esposo la verdad y como no tenían descendencia, criaron al niño como si fuera su propio hijo.
            Cuando Edipo creció, empezaron a surgirle dudas sobre sus orígenes, pues no se parecía en nada a sus supuestos padres, dudas que sus amigos fomentaban. Se decidió ir a consultar con el Oráculo de Delfos y allí, la pitonisa airadamente le gritó:
“¡Aléjate del altar, desgraciado! ¡Matarás a tu padre y te casarás con tu madre!”
            Edipo salió horrorizado y tomó la decisión de no volver jamás a Corinto. En una encrucijada de caminos se topó con un carro y le conminaron para que se apartara; hubo una discusión acalorada y el carro le pasó por encima de un pie. Se entabló una lucha en la que perecieron el cochero y el señor, que resultó ser el rey Layo, extremo que Edipo desconocía.

En una montaña cerca de Tebas moraba la esfinge, un monstruo que había llegado de Etiopía. Tenía cabeza de mujer, cuerpo de león, cola de serpiente y alas de águila. A todos los viandantes les planteaba un acertijo, y si no acertaban la solución, la esfinge los devoraba. La ciudad había prometido que quien les librara de la esfinge sería coronado rey y se desposaría con la reina viuda Yocasta.


            Camino de Tebas, Edipo se topó con la esfinge y ella le planteó el siguiente enigma:
            “¿Qué ser hay en la Tierra que tiene dos pies, cuatro pies y tres pies y un solo nombre, y es más débil cuantos más pies tiene?”
            Edipo contestó: “¡El hombre!”
            La esfinge se despeñó y Tebas recibió a su salvador. Fue coronado rey y se casó con Yocasta, que le dio dos hijos, Eteocles y Polinices y dos hijas, Antígona e Ismene.
            Pasaron los años y una peste terrible asoló Tebas. Efectuada la correspondiente consulta con el Oráculo de Delfos, este contestó que la plaga desaparecería cuando fuera expulsado de Tebas el asesino del rey Layo. Edipo mandó a hacer pesquisas por todo el reino sin ningún éxito, pero al final, gracias a un mensajero que llegó a Corinto para comunicarle la muerte de Pólibo y por el relato del pastor que lo recogió, se supo la verdad y se precipitó la tragedia: Yocasta se ahorcó usando su cinturón y Edipo se cegó al clavarse en los ojos un alfiler del vestido de su esposa. Edipo abandonó la ciudad y se fue por los caminos mendigando acompañado por su hija Antígona que le servía de lazarillo. La magnífica tragedia de Sófocles termina con estas palabras del Corifeo:

            ¡Habitantes de Tebas, mi patria! Mirad: ese Edipo, que resolvió los famosos enigmas y era un hombre poderosísimo, cuya fortuna todos los ciudadanos mirabais con envidia, ha caído en un oleaje de terrible desgracia. De suerte que, siendo uno mortal y considerando el último día, no proclame a nadie feliz hasta que no haya traspasado el término de su vida sin haber sufrido dolor alguno.   
       

Moisés            (מֹשֶׁה)
            Ya es momento de estudiar a este gran personaje, verdadero catalizador religioso y político. No hay ningún dato histórico sobre Moisés y el Éxodo, la Biblia es la única fuente de información. Tampoco hay restos arqueológicos que corroboren estos hechos. Por tanto es lógico que surja la pregunta de si Moisés es real o si es otro mito más como el de la creación, Adán y Eva, el diluvio y un largo etcétera, en el que se incluye el del pueblo escogido o el monoteísmo del pueblo judío desde el origen.
Admitamos como base que existió Moisés y abramos el Éxodo tratando de estudiar todo lo objetivamente posible este personaje y tratemos de responder a los interrogantes que el relato bíblico nos plantee, esas preguntas que según los anglosajones empiezan con w tales como quién, cómo, cuándo, por qué… Debemos abandonar prejuicios, clichés y, por supuesto, olvidar uno de los grandes iconos de Moisés, el de la película “Los diez mandamientos” con un soberbio Charlton Heston como Moisés y con la réplica de Yul Brinner como Ramsés II.  



            Dice el Éxodo, 1, 8-11:
Surgió en Egipto un faraón nuevo que no había conocido a José, y dijo a su pueblo: «Mirad, el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y fuerte que nosotros; obremos astutamente contra él, para que no se multiplique más; no vaya a declararse una guerra y se alíe con nuestros enemigos, nos ataque y después se marche del país».
Así pues, nombraron capataces que les oprimieran con cargas en la construcción de las ciudades granero, Pitón y Ramsés.
En estos pocos versículos surgen varios interrogantes que hacen imposible la datación. ¿Quién era ese faraón? Precisamente la ausencia del nombre invita a pensar, pues en otros lugares de la Biblia aparecen nombres de reyes extranjeros, incluso el nombre de un faraón, Neco II, que cuando iba a combatir a Asiria, mató a Josías, el rey reformador de Judá (2 Reyes, 23, 29),  cuando este se le enfrentó con un ejército inferior en la ciudad de Megido, que quedó también destruida. Neco II dominó Palestina y Siria, pero finalmente fue derrotado por Nabucodonosor
La cronología bíblica no es fidedigna hasta la época de los reyes, cuando una serie de tribus con un sentimiento religioso común o, al menos, que entre sus dioses tribales habían aceptado a Jehová (el gran mérito de Moisés fue convencer de que este era el Dios común y, además, el único Dios), se aglutinaron bajo Saúl sobre el año 1010 a.C.

Las ciudades de Pitón y Ramsés estaban situadas en la zona oriental del delta del Nilo; esta última fue la capital durante el reinado de Ramsés II y su nombre era Pi-Ramsés Aa-najtu que significa "la Casa/Dominio de Ramsés, Grande en victorias". Pero a Ramsés II, tercer faraón de la XIX dinastía, que reinó en Egipto desde el 1279 hasta el 1213 a.C., se le atribuyen muchas obras que en realidad eran reconstrucciones. Ese es el caso de la ciudad Avaris (la antigua capital de los hicsos) que se pensaba que era Pi Ramsés por sus monumentos con el nombre del faraón, pero recientes excavaciones identifican a Qantir como la magnífica ciudad granero de Ramsés. Dado que muchos han tratado de identificar a Ramsés II como al faraón de Éxodo, debemos suponer que el faraón que se menciona en el citado versículo 8 de Éxodo es su padre, Seti I, quien reinó desde el 1294 al 1279 a.C.   


          Hay una época muy confusa de la historia de Egipto debido a una gran anarquía bajo las dinastías XIII y XIV a causa de las numerosas revoluciones y enfrentamientos. Grupos asiáticos se asentaron en el delta y fundaron un reino que asimiló las tradiciones egipcias y nombraron sus propios faraones (XV dinastía). Son los hicsos (“Grandes hicsos” hasta 1610 a.C. y “pequeños hicsos” hasta su expulsión en 1580 a.C.), cuyo origen supone un gran problema histórico, incluso su nombre. En su libro Contra Apión, el historiador judío Flavio Josefo[1] recoge y comenta el relato del libro Historia de Egipto, escrito en griego por el sacerdote Manetón para el faraón Ptolomeo II Filadelfo (283 a.C.-246 a.C.):
            Durante el reinado de Tutimeo, no sé cómo, se hizo sentir contra nosotros la cólera de Dios y, de improviso, desde el Oriente, unos hombres de raza desconocida tuvieron la audacia de invadir nuestro país y, fácilmente, y sin combate, se adueñaron de él por la fuerza. Hicieron prisioneros a sus gobernantes, incendiaron salvajemente las ciudades, arrasaron los templos de los dioses y trataron con gran crueldad a todos los naturales del país. (…) A este pueblo, en su totalidad se le daba del nombre de hicsos, es decir, “reyes pastores”.
            En realidad los hicsos no era un pueblo concreto, sino un conglomerado de cananeos, de semitas procedentes de Siria, de hurritas y otros de procedencia indoeuropea, los cuales aportaron una nueva táctica militar basada en los carros tirados por caballos. Es posible que vinieran paulatinamente, pues los mercados se habían hundido y Egipto era un país rico por ser eminentemente agrícola (fue el granero de Roma) y en un momento dado de la anarquía imperante dieron un golpe de estado y crearon un reino independiente formado por el alto Egipto y gran parte de Canaán con capital en Avaris. Los hicsos fueron derrotados por Amosis I (1550 a.C.-1525 a.C.) y expulsados de Egipto casi doscientos años después. Manetón cita una segunda expulsión posterior de una horda de leprosos, hecho que refuta Flavio Josefo quien finaliza así su argumentación:
Creo que resulta suficientemente claro que mientras Manetón sigue los documentos antiguos, no se aparta mucho de la verdad, pero cuando recurre a leyendas carentes de autoridad, las ha mezclado de modo inverosímil o ha hecho caso de afirmaciones dictadas por el odio.
            Manetón también cita a los apiru o habiru[2] en forma despectiva, que fueron expulsados de Egipto. Eran asaltantes, bandidos y gente desclasada. Según algunos historiadores los habiru del norte conquistaron algunas ciudades cananeas y se juntaron con los provenientes de Egipto o los que vivían en el sur, creándose una confederación PROTO-HEBREA. Pero esto no es más que otra hipótesis. El nombre de Israel (y no como nación, sino como gentilicio) aparece por primera vez en la llamada estela de la victoria o estela del faraón Merenptah, hijo de Ramsés II, que gobernó Egipto desde el 1213 al 1203 a.C. y cuyo texto en su parte final dice:         
           
Los príncipes están postrados, diciendo: ¡clemencia!
Ninguno alza su cabeza a lo largo de los Nueve Arcos.
Libia está desolada, Hatti está pacificada,
Canaán está despojada de todo lo que tenía malo,
Ascalón está deportada, Gezer está tomada,
Yanoam parece como si no hubiese existido jamás,
ysyriar (Israel) está derribado y yermo, no tiene semilla
Siria se ha convertido en una viuda para Egipto.
¡Todas las tierras están unidas, están pacificadas!


[1] FLAVIO JOSEFO (37/38- ¿Siglo II?). Historiador y militar judío. Después de sus experiencias con los fariseos, saduceos y esenios, finalmente se adscribió a los fariseos. Debía gozar de gran prestigio porque fue enviado a Roma para apelar ante el emperador por la suerte de unos sacerdotes acusados injustamente. Cuando en el año 66 comenzaron las revueltas judías contra los romanos, las autoridades de Jerusalén le enviaron a Galilea como general en jefe de las tropas que se iban a enfrentar a las legiones comandadas por Vespasiano y Tito. Resistió el asedio en Jotapata y aunque sus compañeros se juramentaron en un suicidio colectivo, él no lo hizo y se entregó a los romanos. Este hecho, repudiable a los ojos judíos, no lo ocultó, por lo que su fiabilidad como historiador es comúnmente aceptada. Su suerte cambió cuando pidió audiencia a los generales y les dijo que Dios le había confirmado que ambos llegarían a ser emperadores. Flavio llegó a Roma en el 71, fue manumitido y tanto Vespasiano como Tito le colmaron de regalos y alcanzó la ciudadanía romana. En agradecimiento cambió su nombre por el de Tito Flavio Josefo en honor de la casa Flavia a la que pertenecía Vespasiano. Es autor de La Guerra de los judíos, Antigüedades Judías, Contra Apión y también su Autobiografía. Su rastro se pierde a partir del año 91 y se supone que murió durante el mandato de Nerva.
[2] La primera mención a los habiru en los textos egipcios es en 1440 a.C. durante el reinado de Amenhotep II.


            Veamos nuevamente la Biblia:
- Génesis, 15, 13: El Señor dijo a Abrán: «Has de saber que tu descendencia vivirá como forastera en tierra ajena, la esclavizarán y la oprimirán durante cuatrocientos años».
- Éxodo, 12, 40: La estancia de los hijos de Israel en Egipto duró cuatrocientos treinta años.
            Si aceptamos estos datos y suponemos que los judíos llegaron con los hicsos, podrían encajar Seti I o Ramsés II. Vamos a sumar los años de la genealogía de Moisés (Éxodo, 6, 16-20): Leví vivió 137 años, su segundo hijo, Queat, 133 años, y el hijo de este, Amrán, padre de Moisés, 137 años, con lo que la suma es un total entre 400 y 430. Si reducimos las edades a otras más reales, alcanzaríamos la cifra de 150 o 200 aproximadamente, que corresponde con la expulsión o derrota de los hicsos. Aunque esto es otra hipótesis. Pero la Biblia nos aporta otra fecha en 1 Reyes, 6, 1:
            El año cuatrocientos ochenta de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, el cuarto año del reinado de Salomón en Israel, en el segundo mes, en el de ziv[1], Salomón construyó el templo del Señor.
            Según los eruditos, eso ocurrió en el año 967, con lo que sumando los 480 resulta que el Éxodo sucedió en el año 1447 a.C., bajo el reinado de Tutmosis III  (o Menjeperra Dyehutymose, Thutmose III). Volvamos otra vez a Flavio Josefo en Contra Apión quien vuelve a citar a Manetón:
            Después que el pueblo de los pastores salió de Egipto hacia Jerusalén, el rey que los había expulsado de Egipto [Tetmosis] reinó veinticinco años y cuatro meses.
En el momento del Éxodo, Moisés tenía 80 años y Aarón, 83, por lo que si sumamos los guarismos resulta que el posible año del nacimiento de Moisés sería el 1447 + 80 = 1527 a.C. y por lo tanto el faraón al que se refiere Éxodo I, 8 podría ser Amosis (o Ahmose) I, fundador de la Dinastía XVIII del Imperio Nuevo y cuyo nombre completo es Nebpehtyra Ahmose.
Vemos que hay una contradicción y además, la arqueología apunta más interrogantes. Amosis destruyó la ciudad de Avaris, la futura Pi Ramsés, que fue reconstruida probablemente en la primera mitad del reinado de Ramsés II. Entonces, ¿quién es el faraón del Éxodo?
            Sigamos con el relato bíblico:
            Además, el rey de Egipto dijo a las comadronas hebreas, una de las cuales se llamaba Sifrá y otra Puá: «Cuando asistáis a las hebreas, y les llegue el momento del parto: si es niño, lo matáis; si es niña, la dejáis con vida». Pero las comadronas temían a Dios y no hicieron lo que les había ordenado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los recién nacidos. (Éxodo, 1, 15-17).
            En el versículo 22 hay una orden del faraón más imperativo. Pienso que ello obedece a otra fuente y que un amanuense pensó que había que recargar las tintas:
            Entonces el faraón ordenó a todo su pueblo: «Cuando nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida».
            Sigamos leyendo en Éxodo, 2, 1-6:
            Un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de la misma tribu. Ella concibió y dio a luz un niño. Viendo que era hermoso, lo tuvo escondido tres meses. Pero, no pudiendo tenerlo por más tiempo, tomó una cesta de mimbre, la embadurnó de barro y pez, colocó en ella a la criatura y la depositó entre los juncos, junto a la orilla del Nilo. Una hermana del niño observaba a distancia   para ver en qué paraba todo aquello.
            La hija del faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas le seguían por la orilla del río. Al descubrir ella la cesta entre los juncos, mandó una criada a recogerla. La abrió, miró dentro y encontró un niño llorando. Conmovida comentó: «Es un niño de los hebreos».  
            El relato bíblico no nos da el nombre de los protagonistas, bueno, un capítulo posterior (¿por qué el desorden del relato?) nos dice el nombre del padre, Amrán. Por Flavio Josefo en Antigüedades judías, Libro II, 217-227, sabemos que su madre se llamaba Jocabel y que el nombre de la hija del faraón era Termutis.
            Acerca de la canasta sobre el Nilo, ya hemos visto anteriormente otras leyendas. Pero hay algunas preguntas en el aire, como, por ejemplo, ¿por qué esta orden del faraón no implicó a Aarón? ¿Por qué la hija del faraón conoció que el niño era hebreo?
            Desde Abraham, todos los varones debían ser circuncidados (desde una perspectiva moderna ¿no puede ser esto interpretado como un gesto de afianzar la primacía del varón?), como podemos leer en Génesis, 17, 9-10:
            El Señor añadió a Abraham: «Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones. Esta es la alianza que habréis de guardar, una alianza entre yo y vosotros y tus descendientes: sea circuncidado todo varón entre vosotros».
            Parece lógico que Moisés debía estar circuncidado y por eso lo conocería la princesa real, pero leemos un pasaje oscuro cuando Moisés, su mujer Séfora y su hijo están regresando a Egipto para cumplir el mandato de Dios. Se trata del texto del Éxodo, 4, 24-26:
            Por el camino, en una posada, el Señor le salió al encuentro para darle muerte. Séfora tomó entonces un pedernal, cortó el prepucio de su hijo, lo aplicó a las partes de Moisés y dijo: «Ciertamente eres mi esposo de sangre». Y el Señor lo dejó cuando ella dijo «esposo de sangre», debido a la circuncisión.
            ¿Moisés desconocía la alianza de Abraham puesto que no circuncidó a su hijo? ¿Acaso este pasaje ha sido añadido en la época de alguna reforma religiosa, como la del rey Josías? ¿O tal vez es una traslación de la lucha de Jacob (Israel) con Dios de la cual quedó cojo, tal como se relata en Génesis, 32, 25-33) para mostrar que Moisés tiene pedigrí?
            ¿Era egipcio Moisés? El nombre lo es pues se lo puso la princesa tal como se lee en el Éxodo, 2, 10: Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la hija del faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, diciendo: «lo he sacado del agua».
            Flavio Josefo escribe en Antigüedades judías, II, 228: “Y la princesa puso este nombre de Moisés al que había caído al río, por su relación a los propios hechos, ya que los egipcios llaman moi al agua y esés a los salvados”. También en Contra Apión refiere otra vez a Manetón, el cual dice que era un sacerdote de Heliópolis, que encabezó una revuelta y fue expulsado con los leprosos, pero Flavio Josefo lo refuta muy inteligentemente, pues un leproso no habría legislado tan duramente contra los leprosos.
            La madre de Moisés lo crio, ¿cómo lo llamó durante todo el tiempo? ¿Podría ser que en realidad Moisés fuera hijo de la princesa y la madre fuera solamente la nodriza?
            Llama la atención el silencio de la Biblia sobre la vida de Moisés, pues a continuación, el versículo 27 del capítulo 4º del Éxodo empieza: Pasaron los años. Un día cuando Moisés era ya mayor… 
            Flavio Josefo en Antigüedades judías, II, 238-253, nos habla de la campaña de Egipto contra los etíopes siendo Moisés el general en jefe, que se saldó con la victoria egipcia y el casamiento de Moisés con Tarbis, la hija del rey etíope. En Números, 12, hay una referencia a ello:
            María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita[2] que había tomado por esposa. Decían: «¿Ha hablado el Señor solo a través de Moisés? ¿No ha hablado también a través de nosotros?». El Señor lo oyó (versículos 1-2). (…) La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó. Al apartarse la Nube de la Tienda, María estaba leprosa, con la piel como la nieve. Aarón se volvió hacia ella y vio que estaba leprosa[3] (versículos 9-10).
            ¿Pudo ser por otra parte un militar hebreo que luchó con los egipcios? En la isla Elefantina se ha descubierto una fortaleza del siglo V a.C. con una colonia de mercenarios judíos que junto a Yahvé adoraban otras divinidades: Anath-Bethel[4] y Asma-Bethel. El mismo David fue mercenario al servicio de los filisteos en su guerra contra el legítimo rey, Saúl (1 Samuel, 27 y 29). 
            Respecto al exilio de Moisés, Flavio Josefo nos narra en Antigüedades judías, II, 254-257 que debido a su éxito militar, los egipcios temían una sublevación y aconsejaron al faraón en su contra, pero Moisés descubrió la conspiración y huyó por el desierto hacia la región de Madián, que que debía su nombre a uno de los hijos de Abraham que, según Génesis, 25, 1-2, tuvo con su segunda mujer, Queturá.
            Algún investigador ha lanzado la hipótesis de que Moisés era un descendiente del faraón Akenatón (Amenofis IV), quien proclamó que Atón (el sol) era el único Dios, o si no era un príncipe quizás era un seguidor del culto a Atón que tuvo que huir antes las “purgas” efectuadas tras el triunfo de los poderosos sacerdotes de Amón. Además de su revolución religiosa, el reinado de Akenatón es interesante pues en arte se impone un hiperrealismo como se aprecia en la representación del faraón (su busto no aparece hermoseado) y gracias a ello conocemos la belleza de su esposa Nefertiti.
La revolución religiosa de este faraón, ¿puede ser un precedente del monoteísmo del pueblo judío?


[1] Mes de las flores.
[2] Cusita equivale a etíope. La Nubia que nombran los egipcios es el reino de Kush.

[3]  ¿Dios castiga solo a la mujer, pese a que el hombre había cometido el mismo delito?  Afortunadamente el ciudadano debe cumplir las leyes civiles que deben inspirarse como mínimo en los Derechos del Hombre (que por cierto no ha firmado la Iglesia Católica).

[4]  Anat, es el nombre de una de las diosas del cielo. Es un diosa semítica pues aparece en tablillas de Urgarit asociada a Baal y que posiblemente fue introducida en Egipto por los hicsos. En tiempos de Ramsés II era la diosa protectora de la guerra.


El faraón Amenofis IV o Akenatón
                           
            El relato en Éxodo 2, 11-15 es diferente. Moisés mató a un egipcio y el hecho fue conocido por el faraón; ante el temor de una posible delación, huyó a Madián y se sentó en un pozo. Continúa el relato bíblico en los versículos 16-19:
            El sacerdote de Madián tenía siete hijas, que salían a sacar agua y a llenar los abrevaderos para abrevar el rebaño de su padre. Llegaron unos pastores e intentaron echarlas. Entonces Moisés se levantó, defendió a las muchachas y abrevó su rebaño. Ellas volvieron a casa de su padre Reuel, que les preguntó: «¿Cómo habéis vuelto hoy tan pronto?». Contestaron: «Un egipcio nos ha librado de los pastores, nos ha sacado agua y ha abrevado el rebaño».
            Es cierto que como en las películas de cine negro, uno tiene la tentación de jugar a detectives, y aquí es una ocasión que ni pintiparada. En primer lugar, las chicas reconocen en Moisés a un egipcio, ¿por las ropas, por el físico, por el habla? En segundo lugar, hay una confusión en el nombre del padre (no olvidemos que hay varias fuentes de la Biblia [J, E, P, D...] que se yuxtaponen en su redacción final), y el nombre de Reuel se transforma así:
- Éxodo, 3, 1: Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián.
- Éxodo, 4, 18: Moisés regresó a casa de Jetró, su suegro, y le dijo: «Permíteme volver a mis hermanos que están en Egipto para ver si aún viven». Jetró le respondió: «Vete en paz».
- Éxodo, 18: Aparece el nombre de Jetró también en los versículos 1, 2, 5, 6, 9 y 12.
- Números, 10, 29: Dijo Moisés a su suegro, Jobab, hijo de Regüel el madianita…
- Jueces, 1, 16: Los hijos de Jobab el quenita, suegro de Moisés…
- Jueces, 4, 11: Jéber, el quenita, se había separado de Caín, de los hijos de Jobab, suegro de Moisés.
            En el capítulo tercero del Éxodo encontramos el episodio de la zarza ardiendo. Moisés se acercó a ver el prodigio y “viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza”.  
            Pese a que Dios dice a Moisés «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob», su forma de presentarse es majestuosa e intimidante, no como la del Dios amigo del Génesis que come en la tienda con Abraham, o que hace vestidos a Adán y Eva cuando los expulsa del Paraíso. Así que es lógico que Moisés le pregunte  que cuál es su nombre, a lo que Dios responde «Yo soy el que soy (Ehyeh asher ehyeh)». Siempre me ha intrigado la respuesta, nunca creí que Dios filosofara sobre la esencia del Ser como he tenido que escuchar en tantos sermones que querían remedar una clase de metafísica. Por ello me ha gustado la sugestiva explicación que da la teóloga Karen Armstrong quien dice algo más simple, que Ehyeh asher ehyeh es una locución hebrea que expresa una vaguedad deliberada y añade que “cuando Moisés preguntó a Dios quién era, Yahweh respondió, en realidad: «¡No importa quién soy!». No debe haber ninguna discusión sobre la naturaleza de Dios, ni ningún intento de manipular a Dios, como hacían los paganos cuando llamaban a sus deidades por el nombre. Finalmente, los judíos se negarían a pronunciar el nombre «Yahweh», como admisión tácita de que cualquier intento de expresar la realidad divina resultaba tan insuficiente que era casi blasfemo[1]”.  
            Hacia el 1400 a.C. hay una primera mención a los shasu (“los que mueven los pies” en egipcio) en expedientes egipcios encontrados al sur del Mar Muerto. En el templo de Soleb se lee la inscripción de Amenhotep III (o Amenofis III):  "Yhw en la tierra del Shasu". Para los egipcios son beduínos nómadas, pero lo sorprendente es que son grupos yahvistas que tuvieron asentamientos en Moab y Edom, al sur de la Transjordania. Hicsos, shasu, habiru, semitas originarios de Mesopotamia… ¿quiénes eran los judíos? Puede que en realidad fueran diversos pueblos o clanes que tenían en común la idea de un solo Dios o que evolucionaron desde un Dios que reinaba sobre los demás dioses hasta suprimirlos.
            Volvamos a Moisés. Dios le dio el mandato de volver a Egipto para liberar a su pueblo oprimido y ante las pegas que pone para cumplir la misión, Dios le dice que su hermano Aarón será el portavoz. Ambos se presentaron ante el faraón y ante la negativa de dejar marchar al pueblo elegido, Dios mandó la diez plagas (Éxodo, 7, 14 hasta 12, 30) de las que salvaron los judíos:
1ª: El agua del Nilo se convirtió en sangre.
2ª: La tierra de Egipto se cubre de ranas.
3ª: El polvo del suelo se convirtió en mosquitos.
4ª: Toda la tierra de Egipto es invadida por enjambres de tábanos.
5ª: Una peste mata el ganado de Egipto.
6ª: Los hombres y el ganado (?) se llenan de úlceras.
7ª: Tormenta con granizada.
8ª: Invasión de langostas.
9ª: Las tinieblas cubren la tierra de Egipto.
10ª: Muerte de los primogénitos de los egipcios.
            Para las nueve primeras plagas hay una explicación de fenómenos naturales. La décima hiere la sensibilidad actual. ¿Alguien puede aceptar hoy día que Dios pueda ser tan cruel como son los hombres, hacedores de guerras en las que mueren niños inocentes a causa de lo que eufemísticamente llaman daños colaterales o (esto es aún mejor) bajas por fuego amigo? 
            Como en todo relato de intriga que se precie, el final no es avisado previamente. Después de la novena plaga leemos en Éxodo, 10, 27-29:
            Pero el Señor hizo que el faraón se obstinara en no dejarlos marchar. El faraón, pues, le dijo: «Sal de mi presencia y cuidado con volver a presentarte; si te vuelvo a ver, morirás inmediatamente». Respondió Moisés: «Lo que tú dices: no volveré a presentarme ante ti»,
            En secreto hicieron los preparativos para la marcha según se lee desde el capítulo undécimo y siguen las normas de Moisés para la celebración de la Pascua en el duodécimo. Así dice Moisés:
Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año (Exodo, 12, 2). Este mes recibe el nombre de nisán, nombre que deriva del acadio, pues posiblemente el origen de la pascua sea mesopotámico.  
En la ciudad santa de Babilonia[2] durante el mes de nisán (tal vez entre marzo y abril), se celebraba una fiesta en la que se entronizaba solemnemente al rey y su reinado se confirmaba un año más. La fiesta duraba siete días y en ella se sacrificaba un chivo expiatorio, se humillaba al rey al elegir un “rey de carnaval” que lo suplantaba durante un día, se fingía una batalla para representar la lucha de los dioses que vencían el caos y las fuerzas destructoras. El cuarto día, sacerdotes y cantores recitaban el Enuma Elish (Desde lo alto), un poema épico en el que narraba la creación (El capítulo segundo del Génesis narra la creación guardando un paralelismo enorme con el Enuma Elish y cuya narración es diferente de la del capítulo primero). El concilio de Nicea del año 325 estableció para los cristianos que la fecha de la Pascua fuera el primer domingo después de la primera luna llena de  primavera.
La Biblia nos dice que cuando llegó la noche anunciada por el Señor, los judíos untaron las jambas de las puertas de sus casas con la sangre de la res que habían sacrificado previamente para que Dios los salvara.
A medianoche el Señor hirió de muerte a todos los primogénitos de la tierra de Egipto: desde el primogénito del faraón que se sienta en el trono, hasta el primogénito del preso encerrado en el calabozo; y todos los primogénitos de los animales, Aquella noche se levantó el faraón, sus servidores y todos los egipcios, y se oyó un clamor inmenso en todo Egipto, pues no había casa en que no hubiera un muerto. El faraón llamó a Moisés y Aarón de noche y les dijo: «Levantaos, salid de en medio de mi pueblo, vosotros con todos los hijos de Israel, id a ofrecer culto al Señor, como habéis pedido. Llevaos también las ovejas y las vacas, como habéis dicho, marchad y rogad por mí» (Éxodo, 12, 29-32).
Los hijos de Israel marcharon de Ramsés, hacia Sucot: eran seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. Además, les seguía una multitud inmensa, con ovejas y vacas, y una enorme cantidad de ganado (Éxodo, 12, 37-38).
¡Qué escenas tan extraordinarias en las que se mezclan drama y gloria! Son de una tremenda fuerza que en nuestra retina las ha remarcado la película Los Diez Mandamientos.
Esta salida la podemos leer también en Números, 33, 3-5:
Partieron de Ramsés el mes primero. El día 15 del mes primero, el día siguiente de la Pascua, salieron los hijos de Israel, la mano en alto, ante la mirada de todos los egipcios. Los egipcios estaban enterrando a todos sus primogénitos, que habían sido heridos por el Señor, haciendo así justicia de sus dioses. Partieron los hijos de Israel de Ramsés y acamparon en Sucot.
Desde Éxodo 12, 43 hasta el 13, 16, el relato intercala más normas sobre la Pascua. La narración retoma la salida de Egipto y dice que Dios no los guía por el llamado camino de los filisteos, es decir, el camino más corto que sigue la dirección de la costa con el Mediterráneo.
Partieron de Sucot y acamparon en Etán, al borde de desierto (Éxodo, 13, 20).
El Señor dijo a Moisés: «Di a los hijos de Israel que se vuelvan y acampen en Piajirot, entre Migdal y el mar, frente a Baalsefon. Acampad allí mirando al mar» (Éxodo, 14, 1-2).
Ahora la acción se acelera, el dramatismo va aumentando y lo que en el cine se llama acción paralela nos muestra al mismo tiempo que ocurre con el faraón. Se siente burlado y está preso de la ira:
Hizo preparar su carro y tomó consigo sus tropas: tomó seiscientos carros escogidos y los demás carros de Egipto con sus correspondientes oficiales. El Señor hizo que el faraón, rey de Egipto, se obstinase en perseguir a los hijos de Israel, mientras estos salían triunfantes. Los egipcios los persiguieron con todos los caballos y los carros del faraón, con sus jinetes y su ejército, y les dieron alcance mientras acampaban en Piajirot, frente a Baalsefon (Éxodo, 14, 8-9).
El momento es angustioso, los israelitas no tienen escapatoria: ante sí está el mar y a su espalda todo un bien adiestrado ejército vencedor en mil combates  con  el faraón al frente, que vengativamente desea aniquilarlos. Los israelitas están aterrorizados, claman contra Moisés, se quejan amargamente, pero entonces surge el deus ex maquina[3]:  
Una nube se interpuso entre los egipcios y los israelitas y Moisés siguió el consejo de Dios:
Moisés extendió su mano sobre el mar con un fuerte viento del Este que sopló toda la noche; el mar se secó y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, en lo seco, y las aguas les hacían muralla a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar: todos los caballos del faraón, sus carros y sus jinetes (Éxodo, 14, 21-23). 
Moisés extendió su mano sobre el mar; y al despuntar el día el mar recobró su estado natural, de modo que los egipcios, en su huida, toparon con las aguas. Así precipitó el Señor a los egipcios en medio del mar. Las aguas volvieron y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar. Ni uno solo se salvó. Mas los hijos de Israel pasaron en seco por medio del mar, mientras las aguas hacían de muralla a derecha e izquierda. Aquel día  salvó el Señor a Israel del poder de Egipto, e Israel vio a los egipcios muertos, a la orilla del mar. Vio, pues, Israel la mano potente que el Señor había desplegado contra los egipcios, y temió el pueblo del Señor y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo (Éxodo, 14, 27-31).
Veamos algunos interrogantes que surgen:
Ramsés II no era el primogénito y tal vez esta es una razón que podrían esgrimir los defensores de que él era el faraón del Éxodo, pero sabemos que la política guerrera le llevó a luchar contra Nubia, Libia y tras sofocar rebeliones en Canaán, alguna de ellas provocado por los shasu, llegó a Siria para combatir a los hititas a los que venció en la batalla de Kadesh. Finalmente los dos reinos firmaron el tratado de paz de Kadesh. Ramsés II construyó una serie de fortificaciones en Canaán para controlar este territorio.


[1] Karen Armstrong: En defensa de Dios, página 65. Ed. Paidós. Barcelona, 2009.
[2] Datos tomados del libro de Karen Armstrong, Una historia de Dios. Paidós. Barcelona, 2006.
[3] DEUS EX MACHINA. Locución latina perteneciente al vocabulario teatral que significa “dios que desciende de la máquina”, ya que en las antiguas tragedias griegas era un dios que descendía por medio de una grúa a la escena y resolvía todos los problemas “en menos que tarda en santiguarse un cura loco” como dice el refrán. El término se generalizó y es la intervención inopinada de un personaje o algo capaz de desenredar o resolver una situación complicada: el regreso de un personaje, una carta, una herencia, el Séptimo de Caballería…


Imperio hitita

            Su sucesor, Merenptah, tuvo que combatir entre otros a los llamados pueblos del mar (griegos, filisteos y varios más) y de él se conoce la “estela de Israel”. Ramsés III, faraón de la Dinastía XX que reinó desde el 1184 al 1153 a. C., llegó en sus conquistas hasta Siria, pero los problemas internos motivados por los enfrentamientos con los nobles y los sacerdotes condujeron  a partir de 1150 a.C. a la retirada de las guarniciones egipcias asentadas en Bet She'an, en el valle del Jordán, Megido y Gaza, y perdiéndose después Palestina y Nubia.
            Otro dato curioso afecta a la logística. La Biblia habla de 600.000 hombres en el libro del Éxodo (se supone que son los que están en edad de combatir), más toda la multitud de niños, mujeres y ancianos (lo que supondría algo más de un millón de personas), además del ganado e impedimenta. Me parece que Aarón y Moisés de 83 y 80 años respectivamente no estarían para muchos trotes ni para largas caminatas, ¿o sí? Los números en la Biblia no son aceptables por lo ilógicos. Además de los números, ¿qué otra cosa hay que rectificar?
            Sorprende que el faraón disponga de un ejército casi por arte de magia y además en tiempo de luto. ¿No habían muerto los primogénitos de los hombres y el ganado, caballos incluidos?
            Hay otros puntos en los que los historiadores bíblicos no se ponen de acuerdo, en el lugar del paso y las causa de la anomalía marítima. En algún documental he visto un experimento con simulaciones a escala, pero si fuese así, el viento tendría que haber sido superior a 100 Km/h y entonces, ¿cómo podría andar todo ese gentío? En el mapa puede verse la posible ruta que describe el libro del Éxodo y el capítulo 33 del libro Números, el penúltimo del Pentateuco.


            Pi RamsésSucotEtán al borde del desiertoPiajirot → Cruzan el mar  y tras tres días de camino por el desierto de Etán llegaron a Mará, donde el agua amarga se convirtió en agua dulce (allí el Señor dio leyes y mandatos) Elín (un oasis) → acamparon junto al mar Rojo (o mar de Cañas o mar de Juncos, según el traductor) → desierto del Sinaí. Se alimentan de maná→ DofcáAlúsRefidín, donde Moisés hizo que brotara agua de la roca (desde entonces, Masá y Meribá); victoria contra Amalec con Josué como jefe militardesierto del Sinaí (aquí ocurren los acontecimientos del Sinaí: Teofanía, ley, alianza,…). Se hace un censo (Números, 1, 1-46) y resultó que habían seiscientos tres mil quinientos cincuenta hombres aptos para la guerra. → Desierto de FaránKibrot-HataváJaserot (incidente de María leprosa) RitmáRimón PeresLibnáRisáQueletámonte SéferJaradáMacelotTajatTarajMitcáJasmonáMoserotBené Jacán monte GuidgadJotbatáAbroná Esionguéberdesierto de Sin, es decir, en CadésMonte Hor (Aarón, el sacerdote, subió por orden del Señor al monte Hor y allí murió a los cuarenta años de la salida de los israelitas del país de Egipto, en el primer día del quinto mes. Tenía pues 123 años ¡nada menos!)SalmonáPunónObotIyé-AbarínDibón GadAlmón Diblatáinmontes de Abarín, frente a Nebo estepas de Moab, junto al Jordán, a la altura de JericóFinalmente acamparon junto al Jordán, desde Bet Jesimot hasta Abel Sitín, en las estepas de Moab.


             Leamos la finalización de esta epopeya en el final del Pentateuco. Así dice el capítulo 34, versículos 1-7 del Deuteronomio:
            Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisgá, frente a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan, todo Neftalí, el territorio de Efraín y de Manasés, y todo el territorio de Judá hasta el mar occidental, el Negueb y la comarca del valle de Jericó (la ciudad de las palmeras) hasta Soar; y le dijo: «Esta es la tierra que prometí con juramento a Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: “Se lo daré a tu descendencia”. Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella».
            Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en el territorio de Moab, como había dispuesto el Señor, Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Peor; y hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba.
            La opinión sobre la existencia real de Moisés está dividida; personalmente opino que no existió este personaje histórico, un personaje que fue engrandeciéndose por los sucesivos escritos  a partir de leyendas y tradiciones orales. No existen restos arqueológicos, pese a estar haciéndose  excavaciones desde 1967, ni tampoco hay documentación egipcia sobre un éxodo judío, pese a que nunca ocultaron lo que no era bueno para ellos, como la primera huelga de los trabajadores de Deir el-Medina durante el reinado de Ramsés X (1108-1099 a. C.), ni tampoco hay registro alguno en los pasos de Sucot u otras ciudades fronterizas.  Es posible que los habitantes de Canaán se sintieran libres y hablaran de un caudillo que derrotó al faraón, leyendas sobre su nacimiento y sobre unas piedras que volaron desde el cielo, piedras que los sucesivos escritos imaginaron que contenía las leyes dictadas por Jehová, el Dios del Sinaí. Y que ese Jehová, dios guerrero, era el mismo que el “El” del que hablaban los habitantes de algunas tribus al norte de Canaán.
También es muy confuso el relato de las subidas al Sinaí, la entrega de las Tablas, y los Mandamientos. Porque se habla solamente de diez, pero en realidad son muchísimos más, pues se regula la alimentación, el sacerdocio, la vida sexual y hasta el diseño de objetos sagrados, incluida el Arca de la Alianza que, curiosamente, lleva esculpida dos querubines, con lo que el mismo Dios se contradice con el segundo de los mandamientos, según Éxodo, 20, 4:
No te fabricarás ídolos, ni figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra.
Los querubines eran unos seres híbridos que guardaban las puertas de los templos y palacios de Babilonia. Dios puso a los querubines para guardar las puertas del Edén y vigilar el camino que llevaba hasta allí (Génesis, 3, 24).
Por eso es absurdo, por no decir irracional, tomar el Antiguo Testamento al pie de la letra como si esa fuera la palabra de Dios. Con la Biblia se puede demostrar interesadamente la desconsideración a la dignidad de la mujer (nunca será ministra de Dios, según la tradición), el expansionismo de Israel, la guerra santa y hasta la justificación del racismo. Es sorprendente que los movimientos creacionistas se aferren a la Biblia para contradecir la ciencia. En vez de investigar y hacer una catequesis a partir del Big Bang y la evolución, seguimos aferrándonos a lo de los siete días obviando intencionadamente el capítulo segundo del Génesis. Ese Dios es pequeño, corto de miras, vengativo, demasiado humano. Incluso se admite que Dios escoge interesadamente a sus elegidos, pero la misma Escritura desmiente esa exclusividad:   
- Amós, 9, 7: ¿No sois para mí como etíopes, hijos de Israel? ‒oráculo del Señor‒. ¿No saqué a Israel de Egipto, como a los filisteos de Caftor y a los sirios de Quir?
            Puestos a elegir me quedo con la metáfora de la zarza ardiendo: el despojarse del calzado que es como el despojarse del hombre viejo (como dice Jesús), es la imagen de la necesaria metanoia. También aprecio la separación de poderes entre gobernantes y sacerdotes que propugna el Éxodo, aunque vemos que siempre se ha buscado juntar bajo la misma bandera el trono y el altar, lo que siempre ha sido perjudicial para el pueblo. Y por encima de todo, me quedo con la imagen del un Dios compasivo de su pueblo, un Dios de los exiliados y de los pobres. Cuando Benedicto XVI visitó Auschwitz e hizo aquella pregunta “¿Dónde estabas, Dios?” (que a mí me pareció una boutade), la respuesta era muy sencilla: dentro de los hornos y entre los gaseados, mientras todos callaban, incluso el Papa de Roma.

            Ahora que estamos ante el cónclave espero que el Papa elegido sea un nuevo Moisés, y como él, grite al Faraón: “En nombre de Dios, ¡deja de atormentar a mi pueblo!” 


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