Doña
Juana de Asbayo y Ramírez de Santillana, sor Juana Inés de la Cruz, nació el 12
de noviembre de 1651 en la alquería o hacienda de San Miguel Nepantla (actual
México), de padre vasco y madre criolla.
Se
crio al lado de su abuelo materno, don Pedro Ramírez. A los tres años ya leía,
a los seis o siete años rogó en vano a su madre para que “mudándole el traje”
la mandara a la Universidad y ya a los ocho rimaba una loa eucarística,
mientras saciaba su sed de leer con los libros del abuelo.
Han
sido muchos los críticos que han valorado a Sor Juana Inés de la Cruz. Según
Vossler, “amaba todas las ciencias con una fresca manera femenina… para
alegrar, consolar y sorprender…, en una cacería de extrañas asociaciones de
ideas”. Y según Calleja, era mujer en todo caso que no podía hallar “par ni paz
en el mundo”.
Ella
misma decía “Entreme religiosa porque… para la total negación que tenía al
matrimonio, era lo más decente que podía en materia de mi salvación”. Y debido
a su vocación religiosa, sor Juana consideraba que su genio era “una
impertinencia”.
En
agosto de 1667 entró como carmelita descalza, pero su salud no resistió y a los
tres meses tuvo que dejar el convento. Al año siguiente volvió a ser monja en
la orden Jerónima.
Hasta
1690 es difícil diferenciar su vocación religiosa de su vocación intelectual. Y
en su convento llegó a ser una de las piezas centrales de la cultura mexicana.
A
partir de 1667 y durante doce años fue protegida por sucesivos virreyes, que
fueron sus mecenas más importantes y que publicaron los dos primeros tomos de
sus obras en la España peninsular.
Su
éxito y su prestigio invadían su celda, tras la muralla de una biblioteca que
se calcula de cuatro mil volúmenes.
Sor
Juana podría haber sido filósofa, pero resultó ser una ingeniosa proveedora de
versos con la excepción de un gran poema filosófico (El primero sueño) y de otros pocos poemas nacidos de una
profunda necesidad: así ocurre con la famosa redondilla contra los hombres por
su manía de acusar de livianas a las mujeres después de procurar que lo sean:
Hombres necios que
acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la
ocasión
de lo mismo que
culpáis:
si con ansia sin
igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que
obren bien
si las incitáis al
mal?
Combatís su
resistencia
y luego, con
gravedad,
decís que fue
liviandad
lo que hizo la
diligencia.
Parecer quiere el
denuedo
de vuestro parecer
loco
el niño que pone el
coco
y luego le tiene
miedo.
Queréis, con
presunción necia,
hallar a la que
buscáis,
para pretendida,
Thais,
y en la posesión,
Lucrecia.
¿Qué humor puede ser
más raro
que el que, falto de
consejo,
él mismo empaña el
espejo,
y siente que no esté
claro?
Con el favor y desdén
tenéis condición
igual,
quejándoos, si os
tratan mal,
burlándoos, si os
quieren bien.
Siempre tan necios
andáis
que, con desigual
nivel,
a una culpáis por
cruel
y a otra por fácil
culpáis.
¿Pues cómo ha de
estar templada
la que vuestro amor
pretende,
si la que es ingrata,
ofende,
y la que es fácil,
enfada?
Mas, entre el enfado
y pena
que vuestro gusto
refiere,
bien haya la que no
os quiere
y quejaos en hora
buena.
Dan a vuestras
amantes penas
a sus libertades
alas,
y después de hacerlas
malas
las queréis hallar
muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha
tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que cuelga de
raído?
¿O cuál es más de
culpar,
aunque cualquiera mal
haga:
la que peca por la
paga,
o el que paga por
pecar?
Pues, ¿para qué os
espantáis
de la culpa que
tenéis?
queredlas cual las
hacéis
o hacedlas cual las
buscáis.
Dejad de solicitar,
y después, con más
razón,
acusaréis la afición
de la que os fuera a
rogar.
Bien con muchas armas
fundo
que lidia vuestra
arrogancia,
pues en promesa e
instancia
juntáis diablo, carne
y mundo.
Los
versos de amor profano de sor Juana Inés son suaves y delicados. En los de arte
mayor puede encontrarse cierta afectación, pero en el romance de la Ausencia (que podría llamarse de
la despedida) y en las redondillas en que describe los efectos del amor, todo
parece espontáneo y salido del alma. Por eso acierta tantas veces sor Juana con
la expresión feliz y única, la verdadera piedra de toque de la sinceridad de la
poesía afectiva.
Y
no es menor en sus versos místicos, que son la expresión de un estado muy
diverso de su ánimo, nacida a veces de esa reacción enérgica que dos años antes
de su muerte, en 1693, llegó a su punto álgido.
Lo
mejor de su espiritualidad se encuentra en las canciones que intercala en el
auto El divino Narciso,
publicado en 1689, lleno de imitaciones del Cantar
de los Cantares y de otros lugares de la poesía bíblica. En este auto, Sor
Juana aprovecha un rito azteca, representado por un tocotín (un baile
dramatizado), para introducir la veneración a la Eucaristía y ligar las creencias
precolombinas con el catolicismo hispánico. Por otra parte, la obra es pionera
al representar una conversión colectiva, ya que en el teatro europeo era común
representar solo la conversión individual.
Las
canciones intercaladas en El divino
Narciso parecen más del siglo XVI que del XVII y podrían parecer de
algún discípulo de San Juan de la Cruz o de Fray Luis de León.
El
poema capital de sor Juana Inés de la Cruz es el Sueño o como dice la primera edición, Primero sueño, que compuso imitando a Góngora. Sin embargo
esta imitación es más que formal y superficial. Aparte de la alusión del título
a la Primera
Soledad, el paralelo se encuentra en la imaginería mitológica, en la frase
solemne y la abundancia de hipérboles, además de en la ingeniosidad elusiva.
Pero el problema es sustancialmente el contrario de las Soledades, ya que consiste en el relato de una experiencia
intelectual en pleno sentido filosófico.
Que como sube en
piramidal punta
al Cielo la ambiciosa
llama ardiente,
así la humana mente
su figura trasunta,
y a la Causa Primera
siempre aspira
—céntrico punto donde
recta tira
la línea, si ya no
circunferencia,
que contiene,
infinita, toda esencia—.
De
acuerdo con los críticos, es el poema más importante de sor Juana, y de acuerdo
con lo que ella misma dijo, el único que escribió por gusto.
Fue
publicado en 1692, consta de 975 versos y trata un tema recurrente en la obra
de la autora: el potencial intelectual del ser humano.
Se
ha querido ver en la obra un paralelismo con el Discurso del método y las meditaciones filosóficas de Descartes.
También un símbolo de un fracaso: en su afán ilimitado por saber, sor Juana
habría sido llamada al orden, teniendo que conformarse con una vida espiritual
menor.
El
poema tiene una estructura rica, lenta y alguna vez digresiva. Sorprende en él
la imaginación astronómica. El poema se hace más original cuando se entra en la
descripción del sueño humano con un insólito uso de términos científicos combinado
con metáforas líricas:
La cuantidad inmensa
de la esfera,
ya el curso considera
regular, con que
giran desiguales
los cuerpos
celestiales [...]
pues las nubes -que
opaca son corona
de la más elevada
corpulencia,
del volcán más
soberbio que en la tierra
gigante erguido
intima al cielo guerra-,
apenas densa zona
de su altiva
eminencia,
o a su vasta cintura
cíngulo tosco son,
que -mal ceñido-
o el viento lo desata
sacudido,
o vecino el calor del
sol lo apura.
La
crisis decisiva del poema está en la sombra, ese despliegue de entendimiento que
no se atreve a llegar a la cegadora intuición total y suprema del ser.
Sor
Juana enumera las cosas que no entiende y querría entender, haciéndonos pensar
en Fray Luis de León y en su esperanza de poder saber en la vida futura los
sonetos de la naturaleza.
El conticinio casi ya
pasando
iba, y la sombra
dimidiaba, cuando
de las diurnas tareas fatigados,
--y no sólo oprimidos
del afán ponderoso
del corporal trabajo,
mas cansados
del deleite también,
(que también cansa
objeto continuado a los sentidos
aun siendo deleitoso:
que la Naturaleza
siempre alterna
ya una, ya otra
balanza,
distribuyendo varios ejercicios,
ya al ocio, ya al
trabajo destinados,
en el fiel infïel con que gobierna
la aparatosa máquina
del mundo)--;
así, pues, de profundo
sueño dulce los
miembros ocupados
quedaron los sentidos
del que ejercicio
tienen ordinario,
--trabajo en fin, pero trabajo amado
si hay amable trabajo--,
si privados no, al
menos suspendidos,
y cediendo al retrato del contrario
de la vida,
que--lentamente armado—
cobarde embiste y
vence perezoso
con armas
soñolientas,
desde el cayado
humilde al cetro altivo,
sin que haya
distintivo
que el sayal de la
púrpura discierna:
pues su nivel, en
todo poderoso,
gradúa por exentas
a ningunas personas,
desde la de a quien
tres forman coronas
soberana tiara,
hasta la que pajiza vive choza;
desde la que el
Danubio undoso dora,
a la que junco
humilde, humilde mora;
y con siempre igual
vara
(como, en efecto,
imagen poderosa
de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual
con el brocado.
El alma, pues,
suspensa
del exterior
gobierno,--en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el
día por gastado--,
solamente dispensa
remota, si del todo
separada
no, a los de muerte
temporal opresos
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor
vegetativo
el cuerpo siendo, en
sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a
la muerte vivo,
de lo segundo dando tardas señas
el del reloj humano
vital volante que, si
no con mano,
con arterial
concierto, unas pequeñas
muestras, pulsando, manifiesta lento
de su bien regulado
movimiento.
El
valor poético del Primero sueño
se apoya en su carácter de narración de fábula sin moraleja.
La
obra se ha comparado con Muerte sin
fin de Valèry. También se ha puesto de relieve su significado
filosófico. Y se ha destacado el hecho único del poema científico en la
literatura barroca.
Esta
silva de casi un millar de versos está construida sobre un pensamiento
sistemático: el alma gracias al sueño nocturno se encumbra para alcanzar en un
solo rapto la visión de todo lo creado y, fracasada, regresa para con más
humildad, emprender el conocimiento conceptual y metódico de lo simple a lo
complejo, con dudas, contradicciones, escrúpulos y miedos hasta que ella
despierta y abre los ojos al mundo, iluminado por el sol del nuevo día.
Sor Juana
Inés simpatiza con la aventura del conocimiento, que se atreve a todo sin miedo
al fracaso (“El mundo iluminado y yo
despierta”, dice sor Juana al final de su poema).
La
autora gongoriza, pero ella es en el fondo muy distinta a Góngora. Es un estilo
de época: versos bimembres y correlaciones, latinismos, neologismos,
dislocaciones sintácticas, tropos y metáforas, ornamentos cromáticos, efectos
musicales, charadas difíciles y deliberadas oscuridades.
Poemas
barrocos hubo muchos, pero en Primero
sueño nos encontramos con una sincera identificación entre una vida
personal y un estilo colectivo.
Sor
Juana Inés de la Cruz sintetizó las corrientes tradicionales, renacentistas y
barrocas, populares, cultas y vulgares.
Por
la importancia de su obra, la autora recibió los sobrenombres de “el Fénix de
América” o “la Décima musa”.
Murió
en México el 17 de abril de 1695, víctima de una epidemia. Había dejado de
escribir dos años antes, aunque no se conocen los motivos.
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