martes, 22 de abril de 2014

Literatura barroca: sor Juana Inés de la Cruz




            Doña Juana de Asbayo y Ramírez de Santillana, sor Juana Inés de la Cruz, nació el 12 de noviembre de 1651 en la alquería o hacienda de San Miguel Nepantla (actual México), de padre vasco y madre criolla.
            Se crio al lado de su abuelo materno, don Pedro Ramírez. A los tres años ya leía, a los seis o siete años rogó en vano a su madre para que “mudándole el traje” la mandara a la Universidad y ya a los ocho rimaba una loa eucarística, mientras saciaba su sed de leer con los libros del abuelo.
            Han sido muchos los críticos que han valorado a Sor Juana Inés de la Cruz. Según Vossler, “amaba todas las ciencias con una fresca manera femenina… para alegrar, consolar y sorprender…, en una cacería de extrañas asociaciones de ideas”. Y según Calleja, era mujer en todo caso que no podía hallar “par ni paz en el mundo”.
            Ella misma decía “Entreme religiosa porque… para la total negación que tenía al matrimonio, era lo más decente que podía en materia de mi salvación”. Y debido a su vocación religiosa, sor Juana consideraba que su genio era “una impertinencia”.
            En agosto de 1667 entró como carmelita descalza, pero su salud no resistió y a los tres meses tuvo que dejar el convento. Al año siguiente volvió a ser monja en la orden Jerónima.
            Hasta 1690 es difícil diferenciar su vocación religiosa de su vocación intelectual. Y en su convento llegó a ser una de las piezas centrales de la cultura mexicana.
            A partir de 1667 y durante doce años fue protegida por sucesivos virreyes, que fueron sus mecenas más importantes y que publicaron los dos primeros tomos de sus obras en la España peninsular.
            Su éxito y su prestigio invadían su celda, tras la muralla de una biblioteca que se calcula de cuatro mil volúmenes.
            Sor Juana podría haber sido filósofa, pero resultó ser una ingeniosa proveedora de versos con la excepción de un gran poema filosófico (El primero sueño) y de otros pocos poemas nacidos de una profunda necesidad: así ocurre con la famosa redondilla contra los hombres por su manía de acusar de livianas a las mujeres después de procurar que lo sean:

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
el niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan a vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que cuelga de raído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues, ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuera a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

            Los versos de amor profano de sor Juana Inés son suaves y delicados. En los de arte mayor puede encontrarse cierta afectación, pero en el romance de la Ausencia (que podría llamarse de la despedida) y en las redondillas en que describe los efectos del amor, todo parece espontáneo y salido del alma. Por eso acierta tantas veces sor Juana con la expresión feliz y única, la verdadera piedra de toque de la sinceridad de la poesía afectiva.
            Y no es menor en sus versos místicos, que son la expresión de un estado muy diverso de su ánimo, nacida a veces de esa reacción enérgica que dos años antes de su muerte, en 1693, llegó a su punto álgido.
            Lo mejor de su espiritualidad se encuentra en las canciones que intercala en el auto El divino Narciso, publicado en 1689, lleno de imitaciones del Cantar de los Cantares y de otros lugares de la poesía bíblica. En este auto, Sor Juana aprovecha un rito azteca, representado por un tocotín (un baile dramatizado), para introducir la veneración a la Eucaristía y ligar las creencias precolombinas con el catolicismo hispánico. Por otra parte, la obra es pionera al representar una conversión colectiva, ya que en el teatro europeo era común representar solo la conversión individual.
            Las canciones intercaladas en El divino Narciso parecen más del siglo XVI que del XVII y podrían parecer de algún discípulo de San Juan de la Cruz o de Fray Luis de León.
            El poema capital de sor Juana Inés de la Cruz es el Sueño o como dice la primera edición, Primero sueño, que compuso imitando a Góngora. Sin embargo esta imitación es más que formal y superficial. Aparte de la alusión del título a la  Primera Soledad, el paralelo se encuentra en la imaginería mitológica, en la frase solemne y la abundancia de hipérboles, además de en la ingeniosidad elusiva. Pero el problema es sustancialmente el contrario de las Soledades, ya que consiste en el relato de una experiencia intelectual en pleno sentido filosófico.

Que como sube en piramidal punta
al Cielo la ambiciosa llama ardiente,
así la humana mente
su figura trasunta,
y a la Causa Primera siempre aspira
—céntrico punto donde recta tira
la línea, si ya no circunferencia,
que contiene, infinita, toda esencia—.
                                                                      
            De acuerdo con los críticos, es el poema más importante de sor Juana, y de acuerdo con lo que ella misma dijo, el único que escribió por gusto.
            Fue publicado en 1692, consta de 975 versos y trata un tema recurrente en la obra de la autora: el potencial intelectual del ser humano.
            Se ha querido ver en la obra un paralelismo con el Discurso del método y las meditaciones filosóficas de Descartes. También un símbolo de un fracaso: en su afán ilimitado por saber, sor Juana habría sido llamada al orden, teniendo que conformarse con una vida espiritual menor.
            El poema tiene una estructura rica, lenta y alguna vez digresiva. Sorprende en él la imaginación astronómica. El poema se hace más original cuando se entra en la descripción del sueño humano con un insólito uso de términos científicos combinado con metáforas líricas:

La cuantidad inmensa de la esfera,
ya el curso considera
regular, con que giran desiguales
los cuerpos celestiales [...]
pues las nubes -que opaca son corona
de la más elevada corpulencia,
del volcán más soberbio que en la tierra
gigante erguido intima al cielo guerra-,
apenas densa zona
de su altiva eminencia,
 o a su vasta cintura
cíngulo tosco son, que -mal ceñido-
o el viento lo desata sacudido,
o vecino el calor del sol lo apura.

            La crisis decisiva del poema está en la sombra, ese despliegue de entendimiento que no se atreve a llegar a la cegadora intuición total y suprema del ser.
            Sor Juana enumera las cosas que no entiende y querría entender, haciéndonos pensar en Fray Luis de León y en su esperanza de poder saber en la vida futura los sonetos de la naturaleza.

El conticinio casi ya pasando
iba, y la sombra dimidiaba, cuando
 de las diurnas tareas fatigados,
--y no sólo oprimidos
del afán ponderoso
del corporal trabajo, mas cansados
del deleite también, (que también cansa
 objeto continuado a los sentidos
 aun siendo deleitoso:
que la Naturaleza siempre alterna
ya una, ya otra balanza,
 distribuyendo varios ejercicios,
ya al ocio, ya al trabajo destinados,
 en el fiel infïel con que gobierna
la aparatosa máquina del mundo)--;
 así, pues, de profundo
sueño dulce los miembros ocupados
quedaron los sentidos
del que ejercicio tienen ordinario,
 --trabajo en fin, pero trabajo amado
 si hay amable trabajo--,
si privados no, al menos suspendidos,
 y cediendo al retrato del contrario
de la vida, que--lentamente armado—
cobarde embiste y vence perezoso
con armas soñolientas,
desde el cayado humilde al cetro altivo,
sin que haya distintivo
que el sayal de la púrpura discierna:
pues su nivel, en todo poderoso,
gradúa por exentas
 a ningunas personas,
desde la de a quien tres forman coronas
soberana tiara,
 hasta la que pajiza vive choza;
desde la que el Danubio undoso dora,
a la que junco humilde, humilde mora;
y con siempre igual vara
(como, en efecto, imagen poderosa
 de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual con el brocado.

El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno,--en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el día por gastado--,
solamente dispensa
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal opresos
 lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor vegetativo
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
 un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo,
 de lo segundo dando tardas señas
el del reloj humano
vital volante que, si no con mano,
con arterial concierto, unas pequeñas
 muestras, pulsando, manifiesta lento
de su bien regulado movimiento.


                 El valor poético del Primero sueño se apoya en su carácter de narración de fábula sin moraleja.
            La obra se ha comparado con Muerte sin fin de Valèry. También se ha puesto de relieve su significado filosófico. Y se ha destacado el hecho único del poema científico en la literatura barroca.
            Esta silva de casi un millar de versos está construida sobre un pensamiento sistemático: el alma gracias al sueño nocturno se encumbra para alcanzar en un solo rapto la visión de todo lo creado y, fracasada, regresa para con más humildad, emprender el conocimiento conceptual y metódico de lo simple a lo complejo, con dudas, contradicciones, escrúpulos y miedos hasta que ella despierta y abre los ojos al mundo, iluminado por el sol del nuevo día.
            Sor Juana Inés simpatiza con la aventura del conocimiento, que se atreve a todo sin miedo al fracaso (“El mundo iluminado y yo despierta”, dice sor Juana al final de su poema).
            La autora gongoriza, pero ella es en el fondo muy distinta a Góngora. Es un estilo de época: versos bimembres y correlaciones, latinismos, neologismos, dislocaciones sintácticas, tropos y metáforas, ornamentos cromáticos, efectos musicales, charadas difíciles y deliberadas oscuridades.
            Poemas barrocos hubo muchos, pero en Primero sueño nos encontramos con una sincera identificación entre una vida personal y un estilo colectivo.
            Sor Juana Inés de la Cruz sintetizó las corrientes tradicionales, renacentistas y barrocas, populares, cultas y vulgares.
            Por la importancia de su obra, la autora recibió los sobrenombres de “el Fénix de América” o “la Décima musa”.
            Murió en México el 17 de abril de 1695, víctima de una epidemia. Había dejado de escribir dos años antes, aunque no se conocen los motivos. 








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