jueves, 19 de marzo de 2015

Miguel Hernández y la naturaleza




            Al hablar de la relación entre Miguel Hernández y la naturaleza, la crítica coincide en afirmar que entre el poeta y la naturaleza se produce una fusión: primero como un ser cósmico, telúrico y posteriormente, a partir de Viento del pueblo, como un ser social.
            Ferris afirma que “la naturaleza es la escuela de Miguel Hernández”. Los primeros años del poeta están ligados a ella. Nace en una vivienda rústica, hoy desaparecida, en el marco de una población rural, perteneciente a la Vega Baja y rica en cultivos. El espacio limitado y el aumento de la familia obligan al traslado a la casa en la que hoy se ubica la Casa Museo. En ella encontramos un patio con un pozo, establos para los animales (su padre era tratante de ganado), que el poeta sacaba a pastar, y desde esa vivienda observaba el poeta la Sierra de la Muela. Estos son los primeros contactos con una naturaleza a la que se ve vinculada su infancia. Es una naturaleza viva, que le va a proporcionar el conocimiento de la vida: el paso del tiempo, el cambio de las estaciones, los nombres de animales y plantas, el nacimiento y la muerte de los seres vivos.
            En estos primeros años asiste al colegio de Nuestra Señora de Monserrate y posteriormente a las Escuelas del Ave María, a la que asistían los niños pobres y dependientes del Colegio de Santo Domingo de los jesuitas. Deja de asistir al colegio y empieza a leer a los clásicos (Virgilio, Horacio, Garcilaso, Góngora,…) en la llamada “Cueva Forat”.
            A los quince años comienza a escribir sus primeros versos. Estamos ante una poesía sensorial y cotidiana, pues el poeta convierte en materia poética la realidad circundante, local y sin universalidad. Son poemas-ensayos escritos con mucho entusiasmo y fruto de sus grandes dotes de observación; poemas inmaduros dada la formación autodidacta del poeta. Ahora sus lecturas están guiadas por el canónigo Almarcha y su amigo Carlos Fenol, y accede a ellas a través de la biblioteca de Orihuela. Zorrilla, Campoamor, Bécquer, Espronceda y Rubén Darío son ahora sus modelos a imitar. Miguel Hernández reconoce que sus versos adolescentes están creados con muchas lecturas que imita e incluso copia. El Poema oriental es una imitación de la Sonatina de Rubén Darío: el mismo número de estrofas, la temática, el vocabulario y el escapismo modernista. Federico Balart le aporta el uso del dodecasílabo y los paisajes locales y Salvador Rueda, los paisajes coloristas: el azul del cielo oriolano, el verde de la vegetación y, sobre todo, el amarillo, asociado al símbolo del limón, que será fundamental en sus primeros versos para expresar la amargura y que serena su estridencia en Perito en lunas y en El rayo que no cesa.
            Así en los versos de Miguel Hernández van apareciendo el huerto, descrito de forma minuciosa y casi realista; la palmera, que irá desde la referencia al paisaje levantino a las connotaciones eróticas de Perito en lunas; la higuera, que es un símbolo fálico; el limonero, del que afirma que le influyó más que ningún poeta; la luna, símbolo de la fecundidad; la flora, nardos, azucenas, claveles, rosas; la fauna, oveja, toro, ruiseñor, gallo, expresión de la pasión amorosa; el agua, el río Segura y el Mediterráneo, que en palabras de Leopoldo de Luis, refleja su levantismo; la lluvia, vinculada a la sangre, acompañada a veces de truenos (como en la Elegía primera a Federico García Lorca), de rayos, símbolo de amor trágico en El rayo que no cesa y en tormentas, como en la Elegía a Ramón Sijé; el viento que anticipa los valores de paz y libertad de Viento del pueblo; el sol, motor de la vida; los bueyes, que nos hablarán de la labor de arar la tierra y, en su etapa comprometida, de un pueblo manso; la siega y las espigas, que son una reivindicación del trabajo campesino, y la tierra, elemento básico que nos habla del inicio del hombre, nacido del barro (“Me llamo barro aunque Miguel me llame”). La tierra es madre, es fecundidad y seno de muerte, es un motivo primigenio que cruza su obra. Desde el primer poema que publica (Pastoril) hasta los poemas finales, Miguel Hernández se acerca a la naturaleza para convertirla en materia poética.
            La naturaleza está también presente en su teatro y en su prosa, en sus dramas El labrador de más aire e Hijos de la piedra y en un artículo publicado en La verdad y que lleva por título Momento campesino.

            El motivo de la naturaleza se acompaña de un léxico con algunos regionalismos (no fonéticos), la polisemia, los cultismos que aprende de los clásicos, y los neologismos. Miguel Hernández se caracteriza por un rebuscamiento léxico que conduce al hermetismo poético. Consciente de su rusticidad (y así se lo reconoce a Juan Ramón Jiménez), sabe que la única manera de escribir poesía es con este rebuscamiento. Estilísticamente utiliza imágenes muy variadas y visuales, preferentemente metáforas, que nacen de forma innata del poeta y serán cada vez más elaboradas. Son prácticamente el único recurso que utiliza para crear su propio mundo, basado en lo material y lo humilde. Y todo ello, en versos que van desde el bisílabo hasta el alejandrino y en estrofas variadas como el romance, la redondilla, la octava o el soneto. Y aunque la crítica afirma que hay un desgarrón entre el paisaje y el hombre en Perito en lunas, los elementos naturales no abandonan los versos del poeta.

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