sábado, 5 de septiembre de 2015

Gramática histórica: Formas nominales




            Clases de morfemas

Frente al lexema, los morfemas se presentan con un número limitado de sustituciones. Dentro de cada uno de los grupos de morfemas las posibilidades de elementos combinatorios son también escasas.
            Si vemos, por ejemplo, los prefijos que se pueden aplicar al adjetivo bueno, vemos que son muy pocos (re-bueno, requete-bueno, etc.). Igual nos ocurre con los infijos (cas-it-a, cas-uch-a, etc.) y los sufijos (caz-a-dor, cac-e-ría). Y ello sin aludir a morfemas que, por naturaleza, tienen un número limitado de posibilidades, como el género (gato/a) o el número (gato/os).

            Estructura morfémica nominal

            Los morfemas nominales o intensos afectan a las palabras, no a las frases. El mayor número de tales morfemas que pueden aparecer en un sustantivo lo encontramos en palabras como “destornilladorcitos”, cuya descomposición formal sería la siguiente:

Prefijo
Lexema primario
Infijo primario
Sufijos aspectivos
Infijos secundarios
Género
Número
Des-
torn-
ill-
ad-or-
c-it-
o-
s

            Las posibilidades morfémicas nominales serían: prefijo, lexema, infijo, sufijo, género, número e incidencias.

            Lexemas nominales

            El lexema es el elemento más significativo de la palabra, que pertenece a una clase abierta y no finita. Se pueden distinguir morfológicamente varias clases:
1)      Lexemas arbitrarios fijos: cuando están constituidos por elementos aislados, que ni enlazan con otros, ni están motivados por otras normas que las de la evolución de la lengua. Son las palabras que encierran los elementos primarios, los que son entendidos por el hablante en su propia individualidad (árbol o pan, por ejemplo).
2)      Lexemas arbitrarios polimorfos: cuando en la estructura del lexema se producen alteraciones motivadas por causas externas al propio lexema, motivados por hechos diacrónicos o sincrónicos. El lexema de “ciert-o” se opone a “cert-eza” porque la alternancia /ie/-/e/ está condicionada por el hecho de la historia lingüística: la ĕ breve latina, al pasar al español, diptongaba si sobre ella recaía el acento, pero no si quedaba en posición inacentuada. Esta sería una causa diacrónica que hace que se produzca alternancia en el lexema.
3)      Lexemas diferenciados sintagmáticamente: son los que se oponen por constituir con otras palabras sintagmas unitarios: gran(de) libro/ libro grande. Estas formas se producen en el tipo normal de habla y en la lengua escrita, sobre todo cuando se pretende conseguir unos determinados efectos: “el Quijote es un grande libro”.

Este tipo de diferenciación sintagmática de los lexemas se cumple también en los pronombres demostrativos.


            Los casos y la suerte de la declinación latina

            El sistema latino nominal tenía cinco casos: nominativo, acusativo, genitivo, dativo y ablativo. Los morfemas utilizados se repartían en cinco tipos o grupos de declinación.
            El latín hablado dio preferencia al acusativo sobre los demás casos y no solo por la pérdida de la –m final y la desaparición de la cantidad, sino porque la propia sintaxis latina distaba de haber llegado a expresar cada función con una sola forma. En latín clásico el nominativo era sujeto, pero en las oraciones de infinitivo tal función era propia del acusativo. El acusativo de tiempo podía sustituir al ablativo, el acusativo de dirección compartía sus oficios con el ablativo, había un genitivo y un ablativo de cualidad, también había un genitivo y un dativo posesivos. Toda esta confusión, unida a la confusión fonética, obligó al desarrollo del sistema proposicional, con lo que las desinencias causales perdieron eficacia. Así, de+sustantivo reemplaza a los muchos finales distintos del genitivo latino (rosae, domini, etc.).
            Desarrollado el sistema preposicional y caracterizados los casos por la preposición en vez de por la desinencia, la declinación latina quedó así:
            Se redujo a un caso de sujeto (nominativo) y a otro regido que si no llevaba preposición era el acusativo y si llevaba la preposición, era cualquier forma de dativo, ablativo o acusativo.

            Restos de la declinación latina en español

Nominativo
            Se ha conservado en algunos nombres propios destinados a ser agentes de verbos. Los más significativos son los de origen eclesiástico o francés: Dios, Pilatos, Marcos, Longinos, etc. Se le añaden a estos nombres otros venidos del catalán y términos dialectales. Hay nominativos en muchos cultismos (pubis, detritus, virus, etc.) que no afectan a la estructura de la lengua.
            Muchos de estos nominativos son galicismos, otros podrían ser tecnicismos. Es el caso de “juez” que se explica desde un acusativo. En toponimia quedan algunos fósiles en nominativo, como Santocildes

Vocativo

            Los herederos en español son escasos. En latín sus funciones eran usurpadas por el nominativo.
            Menéndez Pidal señalaba la persistencia de Yagüe, Sixte y Iessucriste: Yagüe>Jacobe, en el siglo XIII “Sancti Yagüe” que es el moderno Santiago. En un refrán andaluz aparece “San Sixte, busca las uvas donde las viste”. Otros estudiosos añaden la forma “maese”, inspirada en un vocativo.

Genitivo

            La sustitución del genitivo por el acusativo con de acarreó la pérdida de este caso. En español quedan algunos restos, como los días de la semana (martescondestable), algún extranjerismo (capuz scholae>capiscol) o algún dialectalismo (candelorum>candelor).
            En cuanto a los topónimos son frecuentes los restos de genitivo en las formaciones de nombre común+nombre propio en genitivo, que se usaron para indicar el poseedor de una villa, como Villa Valerii>Villavaler. El genitivo plural se emplea para designar poseedores colectivos, como en Gothorum>Toro. Los hagiotopónimos abundan en construcciones de nombre común+nombre propio en genitivo y en ellas se elide el sustantivo (ermita, monasterio) y queda el nombre del santo: Sancti victoris>Sanchechores. Otras veces en toponimia el genitivo sirve para describir los exteriores del lugar, como en rivi angulu>Riaño, Rianjo. También quedan restos en la antroponimia, ya que un modo de formar el apellido del individuo era poner el nombre del padre en genitivo precedido del nombre del individuo (Sancia Poncii>Pontius, Ponce). El genitivo –ici es el antecedente de los apellidos en –ez.

Ablativo

            El acusativo ocupó sus puestos. En cuanto a las pervivencias del ablativo, se encuentran en algunos sintagmas de carácter adverbial (hoc anno>hogaño). En la toponimia de la península Ibérica queda algún rastro de construcciones en ablativo, como Somonte o Solago, que se explican por el uso de in o sub+acusativo.

            Evolución de las declinaciones latinas

            La primera declinación (nombre en –a) se conservó porque tenía la característica del género femenino. Quedó reducida a un singular en –a y un plural en –as.
            Nombres de la quinta declinación (-ies, -es) pasaron a la primera. Esto favoreció los hechos analógicos: caria en vez de caries, o saniam y sanies (moderno saña). La primera declinación se enriqueció con algunos nombres de la tercera, así cinis se convirtió en cinera, de donde el castellano cendra y el asturiano cerna. Algunos nombres en –x crean femeninos de esta declinación (tenax>tenaza).
            La aparición de –a en las voces que mantienen género femenino se aplica por la pretensión de cohonestar el género gramatical y la forma que lo expresa. En otros casos, la dualidad latina de género se ha mantenido y las voces son unas veces masculinas y otras femeninas. Se incorporaron a esta declinación algunas voces griegas que, o no eran femeninas, o no tenían la terminación de tales (anphora, por ejemplo).
            La segunda declinación latina se mantuvo como heredera del género masculino. En ella se vació íntegramente la cuarta (temas en –u), ya que se confundió fonéticamente con la segunda (marum-dominum). Muchos sustantivos de la tercera pasaron a la segunda: los femeninos abies>abeto, los neutros que adoptaron forma masculina (vas>vasum>vaso). También se incorporaron a esta declinación algunos sustantivos de la quinta (scabies>escazo). Pertenecen a esta declinación todos los neutros en –o y los falsos nominativos.
            Las declinaciones tercera y quinta se confundieron en sus formas de acusativo (legem, leges; rabiem, rabies). Hasta los temas en –i hicieron un acusativo plural en –es, que eliminó al de –is.
            Dieron forma a los sustantivos que terminaban en consonante. Se enriqueció con los casos de apócope final (apóstol), con los galicismos en –e o con las voces patrimoniales que han cambiado la –o latina en –e (colpu>golpe).
            Los tipos morfológicos en español que resultan de la evolución latina se pueden agrupar en:
1)      –a/-as
2)      –o/-os

3)      –e/-es, consonante/-es.

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