martes, 15 de septiembre de 2015

Preceptistas del siglo XVI: Francisco Cascales




            Francisco Cascales nació en Murcia y fue bautizado en la parroquia de Fortuna el 13 de marzo de 1564. Se ignora en qué escuela cursó sus primeras letras y en qué universidad española completó su educación.
            Sabemos que hacia 1585 se alistó en el ejército de Flandes, donde permaneció varios años. Residió también en Francia y en Nápoles. Soldado y poeta, él mismo aludió en sus Cartas filológicas a su juventud errante y azarosa (“he andado las siete partidas del infante don Pedro, y no he dejado en el discurso de mi vida por andar las romerías de Ulises ni las estaciones de Apolunio Tineo”). En 1594 se encontraba en Murcia y ocupó en Cartagena una plaza de profesor de humanidades. En 1598 se publicó su Discurso de la ciudad de Cartagena. A partir de 1601 y hasta su muerte (el 30 de noviembre de 1642) residió en Murcia. El ayuntamiento de la ciudad le encargó escribir la historia de la ciudad en 1608. Fruto de este encargo fueron los Discursos históricos de Murcia y de su reino (1621).
            Lope de Vega, a quien debió conocer en la corte hacia 1614, le dedicó un cálido elogio en su Laurel de Apolo (1630). A ello correspondió Cascales con una epístola de sus Cartas filológicas (1634).
            La obra de Francisco Cascales cobra trascendencia en sus teorizaciones preceptivas que se encuentran en las Tablas poéticas y en su miscelánea erudita de las Cartas filológicas. Su estilo ameno y la claridad en la exposición de sus doctrinas lo convierten en una figura destacada en el humanismo español del siglo XVI.

            La redacción de las Tablas poéticas terminó en 1604, aunque vieron la luz en 1617. Constan de diez tablas divididas en dos partes de cinco tablas cada una, que tratan respectivamente de la poesía en general y de la poesía en especie. En esta obra Cascales utiliza la forma dialogada entre Pierio, que simboliza la curiosidad del profano, y Castalio, nombre poético que oculta al propio autor.
            La obra no constituye un tratado completo de arte poética. Cascales sigue en principio las ideas de Horacio, pero ello es el esquema de algunos pasajes de la obra. Las tablas son producto de un denso repertorio de doctrinas aristotélicas, inspiradas en su obra directamente o en las de sus comentaristas.
            Por esta filiación, las Tablas poéticas inciden en el principio de imitación. La poética es el arte de imitar con palabras, de representar y pintar al vivo las acciones de los hombres, la naturaleza de las cosas y los diferentes géneros de personas. Sometiéndose a este principio y a la doctrina aristotélica, Cascales pasa a estudiar la materia poética, todo cuanto puede recibir imitación.
            Se opone al simbolismo sacro, a la introducción de personas divinas, a los poetas didácticos y a la exposición en verso de doctrinas científicas o relatos históricos.

            Analiza los elementos esenciales de la poesía y define la forma poética como “la imitación que se hace con palabras”. Siguiendo la doctrina de Aristóteles, afirma categóricamente que el metro no es esencial a la poesía: “Hay buena poesía sin verso, pero no sin imitación”.
            Para Cascales la diferencia entre la poesía y la historia estriba en que los historiadores tienen amplia licencia, mientras que los poetas deben seguir unas estrechas leyes que no pueden quebrantarse. Aún así afirma que la fábula debe ser en verso.
           
            Aunque se declara enemigo de la poesía didáctica, admite la teoría pedagógica del arte, afirmando que la poesía tiene como fin “agradar y aprovechar imitando”. El poema debe ser agradable, pero también provechoso y moral.
            Cascales tiene presente de manera especial la poesía dramática. Sustenta la tesis de que leyendo las obras poéticas o presenciando las representaciones dramáticas, los hombres se acostumbran a tener misericordia y miedo. Los poemas nos enseñan el camino de la virtud mediante el ejemplo de los buenos y el final infeliz de los malos.

            La poesía se divide en tres especies: épica, escénica y lírica, que difieren en los instrumentos, las materias, la frase y los fines. En su definición de la poesía parece tener presente especialmente la poesía épica y la dramática: “la poesía es imitación de las acciones y vida del hombre, bien sea su fin alegre, bien sea doloroso”. Las acciones y la fábula son el blanco de la poesía. Se puede encontrar poesía que carezca de afectos y costumbres, pero no puede carecer de acción. La fábula es el alma de la poesía y consiste en la imitación de una acción “entera y de justa grandeza”. Por imitar la acción, Cascales entiende “representar al vivo algún hecho como debiera pasar, o como fingimos haber pasado según lo verosímil y necesario”. Esta es una doctrina aristotélica aplicable al poema épico y a la poesía dramática, aunque no resulta compatible con la lírica.
           
            Cascales considera más aptos los temas históricos que los de invención propia. Defiende el realismo artístico. Pero el preceptista no establece una identidad entre la historia y la poesía, sino que sigue la distinción aristotélica, por la que se considera que el historiador y el poeta son muy diferentes al escribir. El uno la escribe narrando y el otro imitando. La narración y la imitación siguen distintos caminos. El historiador mira un objeto particular, mientras que el poeta observa uno universal.

            Después de tratar la unidad de la fábula como suma de diversas acciones encaminadas a un mismo fin, Cascales afirma que el poeta debe mirar con atención los hechos principales y más maravillosos de la historia y tomar de ellos la mejor parte para componer la acción, desechando los hechos secundarios.
            El autor explica que la fábula debe ser una, entera y de “conveniente grandeza”, y diserta sobre la necesidad de atenerse con rigor a las normas y preceptos del arte poética.

            Las tablas III y IV de la primera parte están consagradas respectivamente al estudio de las Costumbres y de las Sentencias. La tabla V está dedicada al estudio de la Dicción, y en ella se analizan las clases de palabras, los cambios semánticos, los tropos y figuras, con lo que estamos ante un breve compendio de retórica. Después Cascales estudia la versificación castellana (tanto los metros italianos como los tradicionales). Se fija especialmente en la octava rima como arquetipo del metro heroico.

            Al hablar de la poesía, el preceptista presenta la claridad como la principal de sus virtudes. Censura la oscuridad intrincada y enigmática (“¿Cómo me puede agradar a mí la cosa que no entiendo?”).

            La segunda parte de las Tablas poéticas nos permite conocer la historia de las ideas estéticas en el siglo XVII.
            Podemos destacar cómo Cascales critica severamente la falta de unidad y la abundancia de digresiones que afecta a los libros de caballerías, aunque disculpa la fantasía de Ariosto en el Orlando furioso, sin compartir la admiración por el Amadís de sus modelos. Ni siquiera menciona esta obra.

            Por otra parte, Cascales, a propósito de si es o no lícito tratar temas religiosos en un poema épico, concluye que conviene que la materia épica se base en “historia verdadera de nuestra religión cristiana”. A pesar de eso, la materia no ha de ser muy sagrada.

            Cascales considera compatible la teoría pedagógica del arte y su fin moral con su objetivo principal de provocar admiración y deleite. Según comenta, la admiración es muy importante en cualquier especie de poesía, pero mucho más en la heroica. Esa admiración nace de las palabras, del orden y de la variedad. Todo ello sin transgredir la verosimilitud.

            En la tabla II de la segunda parte, el autor trata de las épicas menores: égloga, elegía y sátira.
            En la tabla III inicia el estudio de la poesía dramática, manifestando su disconformidad con la falta de reglas del teatro español. Recuerda a Aristóteles al definir la tragedia como la “imitación de una acción ilustre, entera y de justa grandeza, en suave lenguaje dramático, para limpiar las pasiones del ánimo por medio de la misericordia y miedo”. Censura la denominación de comedias con que se designa en España cualquier género de drama o tragedia. Quizás deberían denominarse “tragedias dobles” y eso a pesar de que carecen del efecto trágico capaz de suscitar terror o compasión.
            Cascales considera que la tragicomedia es un monstruo dramático, que va contra la naturaleza y contra el arte.
            A pesar de todo lo anterior, debemos señalar que este preceptista no considera la absoluta sumisión a la ley de las tres unidades aristotélicas. No menciona la unidad de lugar y, en cuanto a la de tiempo, extiende la acción a diez días.

            La tabla IV está dedicada a la comedia, la “imitación dramática de una entera y justa acción humilde y suave, que por medio del pasatiempo y la risa limpia el alma de los vicios”. El lenguaje que se utilice en la comedia debe ser por tanto humilde y familiar. Los personajes deben ser de condición humilde, ya que solo este tipo de hombres pueden provocar hilaridad al espectador.
            La tragicomedia tiene elementos contradictorios que son los fines de la tragedia y de la comedia (provocar el terror y la risa, respectivamente).
            Cascales considera que el teatro de Terencio es el modelo insuperable de la comedia antigua.

            La tabla V recoge el estudio de la poesía lírica, que se inicia con una exposición de sus doctrinas sobre el concepto y la palabra. Estudia también la canción y el soneto. La quinta y última tabla de la segunda parte cierra las Tablas poéticas.

            El diálogo de la obra es ameno y los conceptos y preceptos poéticos aparecen ordenados de una forma clara y sencilla. No hay afectación o pedantería. Las Tablas poéticas son un resumen de las doctrinas literarias y estéticas de los preceptistas del siglo XVI. Por esto, las doctrinas de Cascales carecen de originalidad y novedad.
            Aunque fueron escritas en 1609, al no ver la luz hasta 1617, ignora la definitiva desaparición y el descrédito de los libros de caballerías, al haberse publicado el Quijote. Condena el Arte de hacer comedias de Lope de Vega cuando la comedia española ha alcanzado su consagración. La originalidad de los escritores del barroco desbordará los límites impuestos a la creación literaria.

            Publicadas en Murcia en 1634, las Cartas filológicas de Cascales son una expresión genuina de la ambición de saber enciclopédico que caracteriza el humanismo europeo de los siglos XVI y XVII.
            En ellas el autor desdeña el cultivo de epístolas familiares y políticas y se interesa exclusivamente por las doctas, aquellas epístolas que contienen ciencia y sabiduría. Estas epístolas pueden ser de tres tipos: filosóficas, como las de Séneca y Platón, teológicas como las de San Jerónimo, y filológicas, como las de Varro, Valgio Rufo o Justo Lipsio.
            Utiliza el término “filológicas” como “eruditas”, partiendo del sentido de miscelánea y enciclopedia de los conocimientos humanos. Todas las materias que la erudición humanística del siglo XVII considera parte de las humanidades clásicas son objeto de atención en las Cartas filológicas.
            Las treinta epístolas que componen la obra son auténticas epístolas dirigidas a personajes existentes y reales. Pero debemos recordar que Cascales las escribe para divulgarlas posteriormente. A través de sus epístolas, Cascales, revestido de un sólido prestigio de humanista y erudito, interviene en las luchas literarias de su tiempo.
            El editor de las Cartas filológicas, Justo García Soriano, clasificó las epístolas contenidas en esta obra en seis clases o grupos, de acuerdo con las materias en que se inspiran:
a)      de polémicas y crítica literaria
b)      de erudición humanística
c)      de curiosidades y costumbres coetáneas
d)      pruebas de ingenio
e)      cartas político-morales o instrucciones
f)        cartas históricas y genealógicas
g)      la epístola décima de la década II constituye un grupo aparte, es un adjunto en el que Cascales envía una colección de epigramas latinos compuestos por él.
            Las más importantes son las que se agrupan bajo la primera denominación, porque son las que mejor permiten comprender las ideas estéticas y las polémicas literarias de la época. Quizá la más relevante sea la que el autor dirige al humanista Luis Tribaldos de Toledo sobre la oscuridad del Polifemo y las Soledades de Góngora, escrita en 1613 o 1614. Esta epístola constituye un documento característico de la sátira anticulterana. Cascales impugna el hermetismo y la oscuridad gongorina y abomina de esta “nueva secta de poesía ciega, enigmática y confusa, engendrada en mal punto y nacida en cuarta luna”. No escatima en elogios hacia el poeta de Córdoba, pero considera que su genio es un arbitrario capricho destinado a suscitar la maravilla y el estupor de sus contemporáneos.
            Recordemos que la clave central de su argumentación es su defensa de la claridad poética, apoyado en la opinión de los retóricos de la antigüedad clásica.
            A pesar de lo anterior, Cascales considera lícita la oscuridad poética cuando esta proviene de alguna doctrina exquisita o cuando una palabra ignorada oscurece la oración. Tampoco la considera viciosa cuando sirve para disimular algún concepto deshonesto o cuando se utiliza en los poemas satíricos.
            Lo que desazona al humanista murciano en Góngora es el hipérbaton y la audacia metafórica y no la utilización de cultismos.
            Muy importante es la epístola Al Apolo de España, Lope de Vega Carpio, en defensa de las comedias y representación dellas, que es una apología del arte escénico en contra de las frecuentes prohibiciones con que las autoridades eclesiásticas intentaban suprimir las representaciones teatrales.

            La aparición de las obras de Garcilaso con las anotaciones de Tomás Tamayo de Vargas dio origen a la epístola En defensa de ciertos lugares de Virgilio.

            La epístola dirigida al licenciado Andrés de Salvatierra, Sobre el lenguaje que se requiere en el púlpito entre los predicadores, también es interesante. Se trata de uno de los primeros textos del siglo XVII en que se debate la gradual infiltración del culteranismo en la elocuencia sagrada. Cascales rechaza la denominación de lenguaje culto vulgarmente aplicada al estilo gongorino. Las denominaciones de “crítico” y “culto” para el preceptista no deben aplicarse a la elocuencia sagrada y docta en sentido despectivo.

            Interesante desde el punto de vista gramatical es la epístola dirigida a Nicolás Dávila Sobre la ortografía castellana. Cascales ataca la ignorancia ortográfica de los españoles de su tiempo.

            Contra las letras y todo género de artes y ciencias es una imitación de la burlesca inventiva contra la sabiduría que desarrolla Erasmo en el Elogio de la locura.

            La obra de Cascales es un producto característico de la decadencia del humanismo español. Las Cartas son amenas y están escritas en un estilo correcto. Pero las ideas del autor son limitadas y eso hace que de sus reflexiones no se pueda sacar una conclusión universal y profunda.


            

No hay comentarios:

Publicar un comentario