La
prosa en el siglo XVII en España sigue sin ruptura de la del siglo XVI. El
centro generador de la cultura sigue siendo el humanismo, aunque había
evolucionado hacia un neoescolasticismo racionalista y un neoestoicismo de
influencia senequista. El hombre es el centro de atención de la época y la
lengua es el instrumento para acceder a las artes y las ciencias, pero empiezan
a estudiarse los aspectos sociales y psicológicos y en la prosa predominará una
visión satírica, así como surgirá la preocupación por la conducta y el
autocontrol.
La
cultura adquiere importancia como medio de operar sobre la opinión pública,
para controlarla y mantenerla. El escritor entonces tiene una motivación
formativa y didáctica. La prosa del siglo XVII es una etapa más del humanismo
del XVI. Es una prolongación de esa prosa humanista, por ejemplo, la
permanencia del género epistolar (del que es ejemplo la obra Cartas Filológicas de Francisco
Cascales), aunque con perspectivas típicas del Barroco como la polemización o
el sentido crítico. También es humanista el estudio de la lengua (como en el Tesoro de la lengua castellana de
Sebastián de Covarrubias).
Se
mantiene por otra parte la prosa religiosa que los místicos y ascetas del XVI
habían elevado a categoría artística. Así encontramos las visiones de Sor María
de Ágreda, La mística ciudad de Dios.
Ejemplos de esta literatura serían las Oraciones
evangélicas de fray Hortensio de Paravicino, una serie de sermones que
explican el Evangelio, o la obra de Miguel de Molinos, la Guía espiritual.
Por
otra parte, aunque no existe una separación tajante entre ambos movimientos,
debemos recordar los conceptos tradicionales de culteranismo y conceptismo, que
se utilizan para diferenciar estilos o formas de escritura. La distinción entre
ambos gira alrededor del concepto de “oscuridad”.
Fuera
del gongorismo, la oscuridad era menos estimada que el concepto de
“dificultad”. Lo más apreciado era la dificultad en referencia al asunto y al
pensamiento. El deleite indagatorio se buscará no mediante la oscuridad formal,
sino por medio de la dificultad, sutileza o complicación del concepto. Veremos
cómo Gracián no aboga por la oscuridad, pero se opone a la claridad y dirá que “jugar a juego descubierto, ni es de
utilidad ni de gusto”.
Gracián
propone lo difícil como un litigio que hay que vencer. Tiene el propósito de
aturdir o deslumbrar a los entendimientos.
Nos
centraremos ahora en la vida y obras de Baltasar
Gracián (1601-1658), que perteneció a la Compañía de Jesús. Fue profesor en
Calatayud, donde conoció a Juan de Lastanosa, auténtico hombre renacentista,
que se convertirá en su mecenas.
Los jesuitas
se opusieron a la labor literaria de Gracián y el General de la Compañía le
prohibió llevarse sus libros cuando cambiara de residencia.
Los
comienzos literarios de Gracián fueron con El
héroe. Después publica El
político y El discreto.
Después aparecerán Oráculo manual
y Agudeza y arte de ingenio. A
partir de 1651 aparecerán las distintas partes de El criticón, por la que fue condenado a ayuno de pan y agua:
1)
El Héroe
se publicó en 1637. En esta obra el autor trata de sacar un tipo de hombre que
aventaje al rey por sus dotes: “Emprendo
formar con un libro enano un varón gigante”, un “milagro en perfección”. Distribuidos en veinte “primores” o
cualidades, aparece un modelo de hombre atendiendo a la voluntad, el afecto, el
gusto, la gracia, etc. Las características de este hombre tienen raíces en
Séneca (prudencia), en Esopo (sagacidad), en Homero (lo bélico), en Aristóteles
(filósofo), en Tácito (en cuanto a lo político) y en Castiglione (cortesano).
La obra exige el ingenio del lector para ser interpretada. Aparecen metáforas y
largos rodeos conceptuales. La obra es el germen de los posteriores escritos de
Gracián. En ella se establece el esquema ético y literario que se mantendrá
posteriormente.
2)
El político
don Fernando el Católico, de 1640, tiene como intención realizar la
biografía del rey aragonés como ejemplo de las cualidades del héroe como
político (“maestro del arte de reinar”).
Los motivos se centran en una contraposición entre el pasado (el rey Fernando)
y un presente decepcionante (el del rey Felipe IV), a pesar de los obligados
elogios al príncipe. Se trata de un verdadero tratado de filosofía política,
que toma a Fernando el Católico como arquetipo. Esta es la única obra de
Gracián que no se divide en capítulos, aunque se puede observar una estructura
de cinco partes en ella, que corresponden a la ascendencia, la juventud, la
crianza, el reinado y la muerte del rey. La obra supuso la culminación de la
biografía política del Barroco.
3)
Agudeza y arte
de ingenio, de 1642, es un complejo tratado donde se exponen los
recursos del conceptismo, deseando superar las retóricas al uso, que repetían
la preceptiva grecolatina.
4)
El Discreto
apareció en 1646 y busca formar al gran hombre de Estado. La obra trata de una
serie de ejercicios para alcanzar la discreción, la capacidad de
discernimiento. El discreto es en parte el sustituto del cortesano renacentista
vertido hacia el dominio interior. Un entendido que comienza con el
conocimiento propio (“El primer paso del
saber es saberse”). La obra fue acusada de ser oscura. Se divide en
veinticinco capítulos o “realces” en los que se presentan las características
del hombre discreto, el hombre virtuoso.
5)
El oráculo
manual, de 1647, expone paráfrasis de las ideas expresadas en obras
anteriores. Es una especie de antología de trescientos aforismos comentados.
Esta fue la obra de mayor éxito de Gracián, especialmente fuera de España. Es
un libro de difícil lectura debido a que el autor utiliza en él todas las
formas de agudeza verbal y conceptual.
6)
El Criticón
(1651-1657) es la obra culmen de Gracián. En ella se eleva a símbolo la vida
del hombre, se representan todas sus fases, estados y posibilidades. Está
dividida en tres partes: en Primavera de
la niñez, Critilo, el hombre juicioso, naufraga en las costas de Santa
Elena, donde encuentra a Andrenio, el hombre de la naturaleza, y ambos
emprenden el camino de la vida guiados respectivamente por el instinto y la
razón; en Otoño de la varonil edad
llegan a Francia y encuentran a la ninfa de las Artes y las Letras; en Invierno de la vejez observan desde una
colina de Roma la rueda del tiempo, la fragilidad de la vida, la muerte, pero
pasando ellos por la tela de la Inmortalidad, lo que supone la supervivencia de
la memoria de los hombres. Recordemos que esta es la obra alegórica más
importante del siglo XVII.
7)
El
Comulgatorio, de 1655, es un libro de carácter religioso. Es un intento
adoctrinador para el practicante católico, con textos y experiencias de sus
predicaciones y de su labor como profesor de la Sagrada Escritura. La
motivación del texto es triple: “docere,
delectare et movere”.
Además,
podemos señalar algunas obras menores, como prólogos en obras ajenas y 32
cartas en las que podemos observar el carácter del autor.
Resulta
difícil trazar las líneas de pensamiento de Gracián. El autor va de lo general
a lo particular, del hombre a las ideas y reacciones. Sí que encontramos en su
obra un optimismo cristiano.
En
lo que se refiere a su estilo, podemos encontrar uno familiar en las cartas, un
estilo oratorio con sus variantes académica y religiosa, uno más fluido cuando
realiza descripciones y otro condensado y lacónico.
Las
fuentes de las que bebe la obra de Gracián son la Biblia y los autores griegos
y latinos, italianos, franceses y españoles.
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