La
obra Castilla es una colección de
ensayos diversos, en los que se observa cierta coherencia en su temática y sus
imágenes. Azorín explicaba que con este libro trataba de captar algo del
espíritu de Castilla a través de la historia de lo diario y no de los grandes
acontecimientos, todo ello matizado por el poder del tiempo.
Hay
una serie de temas constantes en este autor desde 1907 hasta 1914: la
definición del “ser español”, los paisajes y pueblos de España/Castilla y su
intrahistoria, y la decadencia de Castilla/España. Estos temas se tratan desde
una filosofía del tiempo heredada de Nietzsche (el “eterno retorno” que se
plasma en Las nubes, por ejemplo) y
desde un pesimismo característico del 98 heredado de Schopenhauer: para qué la
vida si es una marcha inexorable hacia la nada (como en Cerrera, cerrera), así como desde el debate España versus Europa.
El
problema de España presentado a través de la dicotomía de tradición/progreso
está en los primeros cuatro artículos de Castilla.
La
metafísica sentimental de Azorín que se observa en su obsesión por el problema
del tiempo aparece en otros cinco artículos. El “eterno retorno” deviene en una
sensación angustiosa, en un “dolorido sentir”.
La
búsqueda del “ser español” en las constantes históricas, la continuidad
nacional tamizada por la concepción del tiempo propia de Azorín aparece en tres
de los ensayos. Destacan Lo fatal, en
el que aparece el hidalgo español que esconde su pobreza por honor (personaje
que aparece a partir del Lazarillo,
El Greco y Góngora), y La fragancia del
vaso, que sigue la vida de Constanza, la protagonista de una de las Novelas ejemplares de Cervantes, La ilustre fregona.
Finalmente,
todos los enfoques mencionados son tratados a partir de la metaliteratura o
literatura dentro de la literatura. Azorín se inspira en los textos literarios,
los reescribe y los trabaja como material histórico, elabora metatextos.
En
Las nubes continúa La Celestina:
Calixto y Melibea se casaron —como sabrá el
lector si ha leído La Celestina— a pocos días de ser descubiertas las rebozadas
entrevistas que tenían en el jardín.
La pareja
tiene una hija, Alisa. Y ante ella llega un mancebo persiguiendo un halcón.
En
Lo fatal acude al escudero-hidalgo
del capítulo III del Lazarillo, y
recuerda su casa:
No hay
tapices, ni armarios, ni mesas, ni sillas, ni bancos, ni armas. Nada; todo está
desnudo, blanco y desierto.
Azorín
eleva al escudero a la condición de hidalgo que vive en un caserón de
Valladolid. Acopió riqueza y mala salud, por lo que tuvo que regresar a Toledo,
donde visita a Lázaro, holgadamente establecido. Y en casa de este hay un
retrato del hidalgo realizado por El Greco. Al describir el retrato concluye:
Sus ojos están hundidos, cavernosos, y en
ellos hay –como en quien ve la muerte cercana- un fulgor de eternidad.
Del
Lazarillo proviene el hambre (una
realidad que nunca cambia) en el episodio de Lo fatal.
En
La fragancia del vaso acude a La ilustre fregona cervantina. Han
pasado veinticinco años desde la boda de Constanza. Vive en Burgos y decide
visitar Toledo. Pero solo queda como testigo de su juventud la Argüello, que
ahora está ciega, sorda y ha perdido la memoria.
Han pasado veinticinco años. La historia la
cuenta Cervantes en La ilustre fregona. Quince años tenía Constanza cuando
salió del mesón; cuarenta tiene ahora…
[…] La vieja no
comprendía nada. Al cabo de un rato de vanos esfuerzos, se ha marchado, tan
lentamente como ha venido, apoyada en su palo.
En
Cerrera, cerrera acude al episodio L
de la primera parte del Quijote y reelabora La
tía fingida, una novela atribuida a Cervantes. Azorín resume el argumento
de dicha novela después de una descripción en que nos sitúa en el tiempo y el
espacio y nos presenta a los protagonistas. El artículo es una continuación a
partir del extraño matrimonio con que concluye La tía fingida. Habrá un desenlace desgraciado que no se suaviza
con una felicidad doméstica. La moza que se casó con el estudiante de Salamanca
se fue siguiendo su natural instinto,
así que el estudiante vive solo en algún lugar de La Mancha.
En
este artículo, las cartas cerradas provocan incertidumbre y desasosiego:
Un día, al regresar al anochecer el hidalgo
a su casa, encontrase con una carta. Conoció la letra del sobre; durante un
instante permaneció absorto, inmóvil. Aquella misma noche se ponía en camino. A
la tarde siguiente llegaba a una ciudad lejana y se detenía, en una sórdida
callejuela, ante una mísera casita. En la puerta estaba un criado que guardaba
la mula de un médico.
Y
todo ello sin olvidar las referencias literarias, ya que acude a diferentes
fuentes en otros artículos.
En
Ventas, posadas y fondas recurre al
Duque de Rivas, Galdós (el paisaje de Ángel
Guerra) y Clarín.
En
Una ciudad, un balcón acude a la Celestina, al Poema de Mío Cid, al romance de Blancaflor
y a El donado hablador, la novela
picaresca de Jerónimo Alcalá. Azorín mira a través de un catalejo y ve aparecer
personajes, paisajes e historias.
En
Las nubes cita y comenta a Campoamor
(Vivir es ver pasar)
En
Lo fatal se inspira en un poema de
Góngora:
Repetido latir, si no vecino,
Distinto oyó de can, siempre despierto
En
Cerrera, cerrera alude a los diálogos
de Vives y se inspira para las reflexiones existenciales en la Elegía XII de la
Tristia de Ovidio.
Por
otra parte, un verso del Poema de Mío Cid
preside Una lucecita roja.
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