La noción de mimesis. Poesía e Historia
“Mímesis”
es el vocablo con el que Platón y Aristóteles se refieren a la relación entre
Literatura y Realidad. Ambos pensadores tendrán dos maneras muy diferentes de
contemplar esta cuestión, ya que Platón es un moralista y un filósofo del
Estado y Aristóteles es más analítico. Platón sancionará el que la Literatura
sea un engaño y justificará que se expulse a los poetas de la república.
Aristóteles se preocupa de la relación literatura-realidad en términos
estéticos y técnicos.
Platón
en sus diálogos solo realiza dos intervenciones acerca de lo que sea la
literatura, en Ion y en La República, en el libro X. En el
primero se muestra más idealista que en el segundo. Para él el problema
fundamental estriba en que la literatura es mentira y por ello los poetas deben
ser expulsados. El problema de fondo es un debate de la Grecia clásica acerca
de los filósofos, los sofistas y los poetas. Para los griegos, estos últimos
eran un paradigma, que no estaba bien deslindado. Homero era poeta y pensador,
fuente de mitos y de doctrina, una autoridad. Por tanto el poeta había ocupado
la función social que correspondía al filósofo. Platón señalará que el discurso
verdadero es el del filósofo, ya que este tiene como objeto la verdad de las
cosas. El problema era que para los griegos alguien como Homero era algo más
que un poeta. Para Platón la poesía era materia de falsedad.
En
la Ilíada comienza a aparecer un tipo
de hombre que está sujeto a lo que los dioses quieran hacer con él, pero al
mismo tiempo es dueño de su destino. En la obra se empieza a dar un grito de
emancipación intelectual. El gran tema de la tragedia griega (como en Edipo Rey) es el tema de la libertad. La
literatura griega está creando un hombre como centro de la obra. En este
contexto hay que situar el discurso de Platón
y su idea de que la poesía no puede ser el fundamento de la verdad. Para
explicarlo, el filósofo da dos tipos de razones:
-
La primera razón es ontológica. Platón considera la poesía como una realidad de tercer
grado (la realidad de primer grado es la idea, la de segundo grado es la
concreción o el fenómeno, la realidad de tercer grado es la palabra. Ni
concepto ni objeto, es lenguaje). Al no existir una relación directa, sino
mediata y arbitraria, el lenguaje es un mecanismo mentiroso, falaz, engañoso y
peligroso. Es el principal instrumento de manipulación del hombre. El modo de
ser del lenguaje no da el ser a las cosas, sino su apariencia.
-
La segunda razón es ética. La poesía facilita que los jóvenes se eduquen en valores
distintos a los verdaderos.
La
primera formulación de la relación literatura-realidad es definir la literatura
como un fenómeno engañoso respecto a la realidad misma, a su objeto de
representación.
Aristóteles trata la cuestión de una
manera diferente, como un analista o un sistematizador. A él le interesa dar
cuenta de todas las realidades físicas y metafísicas y la Poética será una
realidad más. El filósofo señala que no existía hasta entonces una teoría sobre
lo común a lo literario. Tan solo había poemas, pero no una teoría sobre todas
sus especies.
Aristóteles
será el fundador de la teoría de la poesía. Unirá objetos que son distintos en
una unidad que es la Poética (“Hablemos
de la Poética en sí y de sus especies, del efecto que cada uno tiene de sus
partes”). El verso no separa a la poesía (literatura), el poeta no lo es porque
escriba en verso, sino por ser un imitador, el realizar una mímesis verbal de
las actividades humanas. El criterio fundamental de Aristóteles es la
definición de poesía, que es lo que hoy sería literatura.
La
Poética
de Aristóteles es el tratado sobre literatura más influyente de la teoría
literaria de occidente. Es un tratado muy corto, con carácter aforístico o
sentencioso, en una especie de teoría concentrada. Sobre el carácter corto y
fragmentario de este tratado se han dado varias hipótesis:
-
Porque solo se ha conservado una parte, apuntes
fragmentarios de los discípulos.
-
Porque se ha perdido la parte de la lírica y parte de
la poética.
-
Por la propia lógica de la obra. Aristóteles hablaría
de lo que quería hablar.
Aristóteles
establece que la literatura es mímesis o representación de las realidades
externas, imitación del mundo del hombre, imitación de caracteres humanos.
El
personaje no es persona, es la visión literaria de la persona, el modo de ser
la persona como objeto literario. Es una imitación verbal. Por eso, según
Aristóteles, ha entrado el teatro como parte fundamental de la literatura. La
relación de la literatura con la realidad es una relación de representación
ficcional, de imitación ficcional, no un espejo, con respecto a la realidad.
Para
este filósofo la imitación de acciones humanas hecha con la palabra, dotada de
armonía y ritmo, es la literatura, es lo que une los distintos tipos de la
misma. Para llegar a esta caracterización, Aristóteles procede con un orden
lógico de separación de las distintas artes. La imitación es común a muchas de
ellas. Para él el fenómeno de la imitación o representación de las cosas es un
fenómeno connatural al hombre. Desde que nacemos aprendemos imitando,
representando las acciones o los objetos.
Lotman
dice que el mejor modo de explicar este rasgo de representación literaria es
apelar al juego. Jugar es imitar.
El
instinto de imitación es común a todas las artes. Aristóteles creará un
criterio de división para la clasificación de todas las artes. En ellas hay dos
grandes grupos que son previas a lo que se va a establecer: artes visuales y artes auditivas (que se corresponden con lo que en el Neoclasicismo
europeo Lassing llamó Artes del Espacio y Artes del Tiempo). Hay artes que se
desarrollan en el espacio o que tienen a este como unidad central: son las
Artes Visuales, cuya concepción es sintética. Y hay otras artes que se
proyectan sobre el tiempo: son las Artes Auditivas. En ellas entran la
Literatura o la música. Finalmente se podría hablar de artes narrativas y no
narrativas.
Aristóteles
establece un triple criterio en su Poética
para distinguir unas artes por otras. Las artes se diferencian por el
procedimiento o medio de imitación; otras se diferencian por el objeto o cosa
imitada, y otras artes se diferencian por el modo de imitar:
-
Por el procedimiento
o medio de imitación, distingue verbales frente a no verbales. En la poesía
se imita con el ritmo y la armonía de la palabra. Por tanto la Poesía es un
arte fundamentalmente verbal.
-
Por el objeto o
cosa imitada, distingue superior frente a inferior, situando la tragedia y
la epopeya en el arte superior, y la comedia en el arte inferior. Por el
objeto, las costumbres, la realidad imitada puede ser de mayor o menor calidad
en el estatus social, y eso diferencia la tragedia (con personajes nobles) de
la comedia (con personas de clase social baja).
-
Por modo de
imitación o modalidad discursiva, Aristóteles distingue Actuante de No
actuante. Unas veces tenemos que el poeta habla de sí mismo y otras veces pone
en boca de otros lo que dice. Dicho de otra forma, un modo narrativo o no
actuante frente a uno actuante. Este tercer criterio es el que separaría la
tragedia de la epopeya. La diferencia estriba en el carácter actuante de la
primera, en virtud del cual no es el poeta el que habla, sino los personajes.
Después,
Aristóteles establecerá que la Poesía es “una
mímesis de acciones humanas por medio de la palabra artística (armoniosa y
rítmica)”.
Con
respecto al concepto de mímesis, debemos recordar que la literatura imita por
medio de su carácter verbal. Aristóteles relaciona la lírica con el canto y no
con la imitación de acciones humanas, y la concibe como un medio o
procedimiento. Pero el término mimesis significa representación o imitación.
Aristóteles establecerá tres tesis:
1º)
Mímesis no es realismo
2º)
Mímesis es cultura o depende de la óptica o visión del mundo
3º)
La mímesis clásica es entendida como composición artística o como tecne.
Bruck nos recuerda que el Renacimiento produjo una restricción
del campo de la mimesis en cuanto a la representación, pero también en cuanto a
la imitación de lo real. Cuando Aristóteles habla del concepto de mímesis lo
vincula al rasgo de lo verosímil. Durante mucho tiempo se entendió que la
mímesis verosímil representaba el espejo de la realidad, de la naturaleza. Para
el Renacimiento, desde la Escolástica, la voz naturaleza no significaba solo la
realidad física y natural de naturaleza humana, sino la estructura del mundo,
el orden natural de las cosas. La literatura se limitaba a revelar el orden del
mundo, no a crearlo. Todos los teóricos del Renacimiento se plantean el
problema de si la literatura es una creación del mundo o una imitación del
mundo.
Para
M.Bal el concepto de mímesis es un
concepto semiótico, porque no se debería traducir por “imitación”, sino por
“representación de acciones humanas” en el mismo sentido que un signo es
representación de un objeto (aliquid stat
pro aliquo).
La
literatura no copia la realidad, sino que la representa, y esta representación
puede ser realista o no realista. El concepto de mímesis nos lleva a que esta,
como representación, está al margen de que la modalidad de esa representación
sea realista o no realista. Toda representación literaria es ficción y su
estatuto funcional no se ve comprometido por la oposición verdad/no verdad en
términos históricos. Su estatuto funcional es independiente de esa verdad o no
verdad (así, no es más verdad una novela sobre la guerra civil que otra sobre
una guerra entre Marte y Venus).
Por
lo tanto, mímesis es representación ficcional, no imitación o copia de lo que
ha ocurrido en el mundo, de la realidad. La vinculación del concepto
aristotélico de mímesis como fiel a la realidad fue motivada por la sustitución
de “imitación de acción” por “imitación de la naturaleza”. Este concepto de
naturaleza esconde un principio de orden ideológico: la literatura no se revela
contra la naturaleza, sino que la imita.
Félix Martínez Bonati, en su obra Estructura de la obra literaria, dice
que el concepto de mímesis así entendido “no
implica realidad alguna ni la excluye”. Imitar con palabras es hacer de las
palabras mundo, un mundo que ellas conllevan. Esta representación del mundo es
imagen, es representación. Otra posibilidad de la frase es su efectiva función
de apuntar hacia objetos reales, su realización en el mundo, su aplicación al
mundo real. En este plano se determina la frase tenida como hecho verdadero o
falso. La imitación será fiel o inadecuada, pero no será falsa. Martínez Bonati
señala que imitar con las palabras es construir mundo. Una vez constituido ese
mundo, no se puede predicar de él, sino que es un mundo ficcional; no falso,
sino ficticio. Su ser ficticio es diferente o anterior a su realización como
imagen del mundo real. Lo que se dice en la obra literaria no es ni verdad ni
mentira, sino ficción. Lo que un autor dice en una novela es verdad, yo lo
siento como verdadero aunque no fuera verdad.
Un
concepto de mímesis equivalente al concepto realista iría en este sentido. La
frase literaria crea mundo y, como mundo, crea existencia; y, como existencia,
es real. Y luego esta podrá estar más o menos adecuada con la realidad. Es
fundamental que lo que estamos leyendo nos emocione, aunque no sea verdad.
De
todo ello podemos entresacar varias ideas. La primera es que “Mímesis” no es
realismo ni se identifica con la mímesis realista. El modo realista es un modo
concreto de ser mímesis, igual que el fantástico. La ficción puede ser más o
menos real, pero no por ser menos real es más o menos verdadera. La segunda
idea es que “Mímesis” es imagen del mundo. Está unida a una concepción del mundo.
Las literaturas han representado el mundo de acuerdo con su propia perspectiva
ideológica y cultural.
La
tesis central de Averbach en su obra
Mímesis es que esta está impregnada
de cultura. En la Odisea la realidad
tiene un carácter no simbólico, la realidad es un objeto en sí que se impone.
En la cultura judía las cosas no están por lo que son, sino por lo que
representan y así la Biblia muestra
un mundo vertical que posee una economía descriptiva importante.
La
tercera idea que podíamos entresacar de todo esto es que el clasicismo
prefigura un concepto de mímesis muy unido al tecne, a la composición
artística, donde lo importante es esa composición u organización de la fábula.
Lo importante no será el orden de la realidad, sino su versión.
La
mímesis no implica solo la creación del mundo, sino que muchas veces ese mundo
es solo una versión, la ejercitación sobre un modelo existente.
En
cuanto al concepto de verosimilitud
dentro de la doctrina sobre poesía e historia, recordemos que Aristóteles se
refiere varias veces en su Poética al
concepto de verosímil. El autor dice que “no
es obra de un poeta el decir lo que ha sucedido, sino que podría suceder, y lo
que es posible según lo que es verosímil o necesario. Pues el historiador y el
poeta no difieren por decir las cosas en verso o no […], sino que difieren en
que uno dice lo que ha ocurrido y el otro que podía ocurrir. Y por eso la
poesía es más filosófica y noble que la historia, pues la poesía dice más bien
las cosas generales y la historia las particulares”. Es el concepto de
verosimilitud lo que marca la generalidad.
Hay
aquí varias ideas. De un lado, la presentación, por primera vez en la historia,
del concepto de verosimilitud. Y Aristóteles plantea a través de este concepto
dos problemas que se interrelacionan. La primera cuestión es la ficcionalidad como rasgo inherente al
carácter literario. Se imagina una historia como posible, pero no
necesariamente real. La segunda cuestión es la del carácter típico o tipo de la
literatura, la literatura como generalidad.
Respecto
a la primera cuestión, recordemos que Aristóteles plantea que la mímesis no es historia,
imitación de lo real, sino imaginación. La literatura crea en función no de lo
ocurrido, sino de lo posible.
La
Pragmática literaria dirá que el
estatuto de ficcionalidad es fundamentalmente un problema pragmático y no
semántico. El emisor y el receptor se ponen de acuerdo en suspender el criterio
de verdad acerca de las cosas sobre las que uno escribe y el otro lee. El
receptor juega a creer que es verdad lo que no lo es, aunque se le presente
como si lo fuera. El receptor imagina y hace el esfuerzo de desdoblarse en
creer que lo que lee es verdadero, aunque sabe que no lo es, pero lo cree
posible. Si no le otorgase crédito, la reopción literaria no tendría lugar como
tal recepción.
Aristóteles
dirá que este crédito no esta solo en función de lo posible, sino también en
función de lo necesario. El concepto de la necesidad para Pozuelo Yvancos es
una lógica interna de la obra. Tiene que ver con la causalidad de los
acontecimientos de la fábula. Unas cosas no están solo detrás de otras, sino
que están por otras. Tiempo y causa-efecto son dos vertientes de lo mismo (por
ejemplo: el disparo, la víctima, el móvil y la investigación policial son unas
causa y efecto de otras).
El
problema de la temporalidad o sucesión, o el problema de la puesta en intriga o
fábula, y el problema de la causalidad interna (causa-efecto) son tres
versiones de una misma cosa. La narratividad es lógica y es la única manera que
tiene el hombre de vivir el tiempo. Este es una categoría narrativa.
El
concepto de necesidad es el
complementario del de similitud,
porque atrae el problema en los términos de una verosimilitud interna, aquello
que es necesario que ocurra porque es efecto de unas causas, por la lógica de
la narración.
Con
respecto a la generalidad de la experiencia, el carácter típico, la historia trata de lo real empírico, de lo
ocurrido, lo verídico, y la literatura de lo posible, lo verosímil. Es el
problema de la literatura como interpretación de la vida humana, como
representación del hombre; esto es, el problema de la universalidad de la
experiencia. La literatura, poniéndoles nombre a los personajes, está hablando
del hombre.
Frente
a la Historia y sus hechos concretos, el arte lo es porque plantea fenómenos
que exceden esa necesidad.
El
fenómeno de lo verosímil se define en términos de crédito que el receptor
otorga.
Umberto Eco planteó el problema de la
literatura como programa de creación. Engels
definía el realismo como la representación fiel de caracteres típicos en
circunstancias típicas. Fadeev
consideraba que en el arte era preciso elegir las mejores cualidades y los
mejores sentimientos del hombre. La literatura, para ser más general, necesita
ser particular. El carácter general, la tipicidad, adviene como un a posteriori estético, con el resultado
de la identificación del receptor con el individuo hasta hacer que este
individuo no tenga tanta importancia por sus rasgos individuales, sino típicos.
La tipicidad es el resultado de la producción estética.
La ficcionalidad como rasgo semántico y pragmático.
Concepto de ficcionalidad
La
primera cuestión que habría que tratar a la hora de fijar el concepto de
ficcionalidad en la teoría literaria actual es la cuestión de su extensión.
Hay
dos posturas, quienes ven la ficcionalidad como un rasgo de naturaleza
ontológica, inherente a la literatura, que penetra en su construcción artística
y que es un rasgo de semántica textual, y hay otros que definen la
ficcionalidad desde un punto de vista pragmático, un acuerdo de convenio que no
forma parte de la estructura del texto, sino de su uso.
Quienes
defienden la primera posición dicen que la ficcionalidad no es un rasgo a
asignar a posteriori convenido entre
los receptores, es un rasgo inherente a su estructura ontológica, a su
distinción, a la definición propia de literatura.
Amburger dice que el problema de la
ficcionalidad es un estatuto ontológico, perteneciente al ser mismo de la
literatura. Lo que define a la literatura es el ser ficticio. Este teórico ve
la ficción como sinónimo de
poeticidad. Los rasgos formales de naturaleza lingüística no son suficientes
para definir el ser de la literatura, tampoco lo es el verso, ni los criterios
formales ni los estéticos.
Existe
una propiedad de lo que es la literatura, una cualidad definitoria que es el
ser ficción. Esta es una propiedad lógica, que pertenece al estatuto interno de
la literatura.
En
el uso no literario del lenguaje lo que se manifiesta es una polaridad entre
“objeto del enunciado” y “sujeto de la enunciación”, en virtud del cual alguien
dice algo por medio de. Lo importante es que alguien lo diga y que lo diga. Sin
embargo, según Amburger, en la literatura se rompe la creación de enunciados de
realidad y se crean enunciados ficcionales, en los que los objetos o enunciados
de sujeto están dotados de autonomía respecto al sujeto de la enunciación y no
son entendidos como actos de ese sujeto, sino como mundo, cuyos personajes y
objetos son ellos así mismo sujetos. Se constituye un mundo ficticio en el que
las gentes hacen y dicen cosas que creo que hacen y dicen.
Según
Amburger, la ficción épica no es un objeto para la narración. No es el
producto, sino la producción. El novelista cuenta personas y cosas que se
constituyen como mundo en el momento de la narración. La narración es una
producción, una creación de mundo.
Esta
tesis, mediante la cual la ficción es la razón misma de su estructura como
creación de mundo trae el problema de la ficcionalidad a términos de
Aristóteles.
Searle y Schmidt, en un estudio titulado Estatuto
lógico de la ficción narrativa, se plantean el problema de la ficcionalidad
y mantienen una tesis diferente a la de Amburger. Para Searle el autor de una
narración ficcional simula realizar actos de habla. Sería un juego, una
simulación, una convención. El autor haría “como si”, fingiría actuar hablando.
Los dos autores mencionados conciben la ficcionalidad como un acuerdo o convención que se establece
entre los productores y los receptores de los signos. La ficcionalidad es un
juego en virtud del cual los actos ilocucionarios son simulados, no tienen la
virtud de ser entendidos como realidad, salvo en la esfera de una recepción
específica, la literaria, que los entiende como realidad y, al mismo tiempo,
sabe que no lo son, porque como receptores conocemos que es una realidad
simulada.
Recordemos
que Searle dice que en el lenguaje se ejecutan tres tipos de actos a la vez:
locutivo, ilocutivo y perlocutivo.
En
la literatura, como comunicación, se dan unas reglas fundamentales, de las
cuales la más importante es que se suspende la consideración del actuar
ilocucionario (el tipo de acción que yo hago al decir lo que digo) como un
actuar serio. Es un juego o una simulación en la que el autor imagina que dice,
no dice, o me invita a mí a imaginar que alguien dice. Y en ese decir
interviene en su responsabilidad puramente imaginaria.
Es
posible concebir textos que, emitidos como literarios, dejan de ser percibidos
como tales y viceversa. Schmidt señala que lo literario de ese texto radica en
su dimensión pragmática. La ficcionalidad es un rasgo pragmático, porque
depende del acuerdo entre los comunicantes, la interpretación de lo ficticio
como verdadero y, al mismo tiempo, ficticio.
Martínez
Bonati se opone a la tesis de los dos autores anteriores. Para él la literatura
es una construcción de verdad como cualquier otra. Lo que ocurre es que el
hablar literario es un hablar imaginario. No es que el autor finja, es que el
autor de la ficción no habla, sino que reproduce actos de habla de otros que no
son él. Las frases de una novela son actos plenos y serios de lenguaje, pero
son imaginarios. Es un hablar pleno y verdadero, pero de otro narrario. Lo
fundamental del acto ilocucionario es escribir ficciones. Para Martínez Bonati,
las frases de una novela son actos plenos, completos y serios de lenguaje,
efectivos y no fingidos, pero son imaginarios y, en consecuencia, no son actos
del autor de la novela.
Booth dice en Retórica de la ficción que un autor puede elegir el tipo de
retórica que empleará, pero no puede decidir el empleo o no de la retórica. El
autor siempre adopta una retórica,
en virtud de la cual el hombre escritor se oculta detrás de la literatura, crea
un mundo que es suyo, pero no le pertenece, porque lo que un lector lee o
interpreta puede ser muy diferente de lo que el escritor quería decir.
No
hay ningún rasgo de naturaleza formal que parezca justificar la distinción de
la narración ficcional de la no ficcional. Pratt defiende la tesis pragmática.
Analiza la incapacidad de distinguir la narración ficcional de la no ficcional.
Esta distinción viene dada por el uso.
Martínez
Bonati piensa que la ficcionalidad forma parte de la estructura de la obra
literaria. Lo imaginario es construir mundo ficticio, pero también construir un
lenguaje imaginario que tiene una significación inmanente.
Bonati
parte de la distinción entre la frase real auténtica, pseudofrase y frase
imaginaria. La primera es aquella de la comunicación entre un hablante y un
oyente acerca de algo, la frase normal que es realmente dicha con respecto a la
situación en que se dice. La pseudofrase es un icono, la representación de un
signo lingüístico. La frase imaginaria, que significa la literatura, reproduce esta
idea de pseudofrase como un hablar de la literatura en que se dan
representaciones de frases. La literatura se define como una construcción de
pseudofrase sin contexto ni situación concretas, una construcción de un hablar
que icónicamente se representa a sí mismo, imaginadas las frases sin
determinación externa de su situación comunicativa.
La
convención que da lugar a la literatura estriba en aceptar esas pseudofrases
como frases auténticas, con sentido. El poema y la obra literaria crean su
propia situación, y en esa situación representan frases que dicen hechos. En
una obra se crea mundo, con sus personajes que son un hablar. Lo que el
personaje dice, lo dice el personaje. Y hay un hablar, un actuar y unas
circunstancias. Estas tres dimensiones son la situación de ese mundo, que es el
objeto de una comunicación entre un autor y un lector, siendo la literatura lo
comunicado por la comunicación.
Podemos
resumir esta parte de la teoría de Bonati
teniendo en cuenta los puntos siguientes:
-
La obra literaria comunica lenguaje, no se comunica a
través del lenguaje.
-
La obra literaria es lo comunicado.
-
La obra literaria crea inmanentemente su propia
situación comunicativa.
-
La obra literaria es una representación o un icono, una
pseudofrase a la que llamamos “frase imaginaria”.
La
teoría de la mímesis de Ricoeur, que
aparece en su obra Tiempo y relato,
es quizá la más elaborada y coherente de toda la crítica. Parte de Aristóteles,
explicando lo que es mímesis y ficción.
Ricoeur
investiga sobre el concepto de mímesis aristotélico que él concibe como
sinónimo de una teoría de la fábula.
Ambos conceptos serían lo mismo. La fábula es el elemento principal de la
tragedia. La fábula es, en Aristóteles, la ordenación o estructuración, y
selección de los hechos. La literatura selecciona algunos rasgos de una
historia, los pone en un orden determinado y construye una fábula. Se produce
la ordenación de los hechos con una finalidad, la catarsis. La fábula es una
actividad de composición y es sinónimo de mímesis. Esta se define como la
actividad de composición que acaba siendo sinónimo de poiesis.
Las cosas
existen en la obra porque nacen con la narración.
Ricoeur
explica la categoría de lo verosímil entendida necesariamente ligada al
concepto de necesidad. La necesidad es la coherencia, cohesión, causalidad
interna de una composición.
La mímesis
literaria no reproduce, crea. El espacio de lo verosímil se desarrolla en la
lógica de la narración como una lógica inmanente al mundo que crea.
La
verosimilitud depende de la construcción artística, lo que Ricoeur llama la
configuración, la mímesis II, que depende de los materiales existentes en el
mundo, en una especie de lógica de los mundos posibles. Esos elementos de los
mundos son materiales de prefiguración, que constituyen la mímesis I. La
mímesis III es el lugar del receptor, un lugar en virtud del cual solo en el
acto de recepción se constata esa construcción artística que no existe
independientemente de esa construcción, y que puede justificar las lecturas no
adecuadas.
La triple mímesis resuelve el problema de
la Pragmática y la Semántica. La mímesis, la ficcionalidad, es ambas cosas,
pero introduce una Mímesis III que da cuenta de la necesidad que tiene el acto
mimético de crear un sistema de producción o creación de mundo, que ningún otro
sistema crea del mismo modo. Un libro existe en tanto en cuanto alguien lo lee.
Realismo y Naturalismo
Con
respecto al Realismo, destaca la
obra de Fernando Lázaro Carreter titulada El
Realismo como concepto crítico literario.
Especialmente
lúcidos son los conceptos de este autor sobre la noción de realismo, la
estética de nuestro tiempo, en un momento en que la ausencia de distanciamiento
crítico y la confusión que rodea las cuestiones de estética en esta época han
aparecido, a decir de algunos, varias “necedades” en la bibliografía actual
acerca del realismo. Por tanto, según muchos críticos, los trabajos de Lázaro Carreter
merecen una especial consideración. El problema del realismo ocupa un lugar
preferente entre los trabajos de este autor, y así encontramos: El realismo como concepto crítico-literario,
Ortega y Gasset. Esbozo de su poética
y Los novelistas de1902 (Unamuno, Baroja,
«Azorín»). Un rasgo peculiar se presenta en estos artículos: se sitúan
directamente en el dominio de la estética.
El concepto de realismo es un problema estético. Y en ese nivel se sitúa la
reflexión de Lázaro Carreter. La cuestión del realismo ha dado lugar a un
grado extremo de confusión por la ambigüedad con que suele usarse el término.
Como dice este autor, al término realismo, tan claro en apariencia, le ha
llegado cierta ambigüedad. Y a esa ambigüedad, que comporta también erosión, ha
venido a sumarse el patriotismo de la escuela española de filología, que ha
venido reclamando el realismo como una de las señas de identidad de la
literatura española. Desde el Cantar de
mío Cid, según Menéndez Pidal y sus continuadores, lo español estaría
marcado por un realismo ausente en las obras correspondientes europeas (como en
la Chanson de Roland, por ejemplo).
Presumían así los filólogos españoles de la modernidad de nuestra literatura,
inserta ya en sus orígenes. Tal reivindicación crítica del realismo de la
literatura española exasperaba a Ortega y Gasset, que vio en el realismo una
falacia de la crítica, en general, y un rasgo de patrioterismo hispánico, en lo
inmediato. Lázaro Carreter retoma la reflexión orteguiana acerca del realismo.
Si Ortega había radicalizado su rechazo a la tópica complacencia en el realismo
hispánico al extremo de igualar el realismo con el idealismo, Lázaro Carreter busca
un dominio específico del realismo. Distingue entre la naturalidad expresiva y la verdad
del contenido. La naturalidad expresiva es una forma de realismo, pero no
el realismo. No existe el lenguaje realista. El realismo consiste en la
coherencia de los rasgos que caracterizan a lo fabulado. El resultado de esta
posición es atractivo porque es dinámico. El realismo no se deja fijar. Lo que
no impide a Lázaro Carreter ofrecer una primera exposición de una ley histórica
de la narrativa, que ofrece dos grandes tesis: que el realismo pierde vigor con
la reiteración y que continuamente surgen fórmulas sustitutivas de renovación
del realismo. Esta concepción se funda sobre la suposición de una multiplicidad
de métodos para alcanzar el realismo. La conclusión es que caben tantos
realismos como autores u obras convirtamos en objeto de nuestra crítica y que
debemos definir a cada paso el alcance del realismo, entendido como “el trozo de realidad sobre el cual informa y
la poética de la mímesis que adopta frente a otras poéticas”. Quizás sea
una conclusión demasiado sumaria y abstracta. Ya había advertido Lázaro Carreter
en sus trabajos que el hallazgo de una solución al problema del realismo es
incompatible con el método indagatorio que se dispone a seguir. La
relevancia de esta aproximación teórica al realismo se funda en la
clarificación de cuestiones de fondo y en las observaciones sobre obras concretas
(y así tenemos el ejemplo que ofrece sobre el Quijote y el Persiles y
su verosimilitud). Uno de los juicios que le merece ese interés sobre
Ortega y Gasset parece traslucir el interés propio: “Uno de los problemas que más intensa y originalmente preocupó a Ortega,
como teórico de la literatura, es el de averiguar cómo una materia tan tozudamente
inartística como es la vida común de los hombres puede penetrar en el terreno
artístico y transustanciarse en belleza”. En sus trabajos al hablar de
dimensión artística Lázaro Carreter suele señalar los rasgos lírico-poéticos,
cuya esencia es incompatible con el realismo. A propósito de los
novelistas de 1902, como denomina a Unamuno, Baroja y Azorín, podemos leer
la mejor muestra de esta crítica del realismo. Lázaro Carreter señala el
rechazo del realismo galdosiano que alimentaron estos escritores y cómo
ellos suscitaron una forma nueva de realismo, lo que la crítica ha dado en llamar
subjetivismo, un realismo más
atento a cómo la realidad se refleja en el individuo que a reflejar
la realidad misma. El subjetivismo surgiría de la
convicción de que el lenguaje no puede reproducir el mundo (“el lenguaje sólo puede dar testimonio de la
conciencia individual, porque en ella se funda, y no en el mundo”). En otras
palabras, el subjetivismo y el objetivismo del siglo XX son esas fórmulas sustitutivas en
la renovación del realismo.
La cuestión es
cómo debemos entender la inmanencia.
El mismo Lázaro Carreter señala que el problema radica en saber con exactitud
qué es un ámbito estrictamente literario. En las últimas décadas de estudios
literarios se han confrontado dos grandes concepciones del ámbito literario: la formalista
y la estética. La primera entiende
que el ámbito del estudio literario ha de quedar reducido al interior del
texto, al lenguaje. Esta orientación ha dado lugar al método estructural o
funcional y también al auge de la retórica, y de hecho muchas veces retórica y
estructuralismo resultan una sola cosa, como ocurre con narratólogos (Genette)
o neorretóricos (el grupo m). La segunda, la orientación estética, entiende que
la creación literaria es un fenómeno inserto en la unidad de la cultura, determinada
por la reflexión de la humanidad en el cumplimiento de su proyecto genérico, lo
que le permite una autonomía relativa: autonomía, porque desarrolla sus propias
tendencias, la dinámica propia de sus géneros e imágenes; relativa, porque
esa dinámica es la misma que se produce en los otros ámbitos culturales y está
sujeta a los avances y limitaciones de las sociedades humanas, es decir a la
dinámica histórica. En la obra de Lázaro Carreter encontramos momentos de
adhesión a las dos concepciones de la inmanencia. En cierta forma, se adhiere a
la primera línea inmanentista, esto es, reivindica la Semiótica como método
para las disciplinas humanísticas, alimenta ilusiones acerca del avance del
inmanentismo en Europa en los años sesenta y setenta, o certifica que cierta
argumentación es más correcta “porque no
rebasa el marco de la literatura, donde los hechos son controlables con
nuestros hábitos de lingüistas y filólogos”. Pero también a lo largo de su
obra pueden encontrarse signos de crisis de esa inmanencia material (material
porque se limita al material verbal de la obra literaria). Esos momentos de
crisis no son aspectos aislados sino que conforman una tendencia que avanza
hacia lo que podríamos definir como una historia estético-literaria. La
reivindicación del autor como un momento de la obra; la aproximación a una
concepción de la historia superadora de la filología al uso, es decir,
positivista; la continuidad y superación de la corriente de pensamiento
estético español representada por su lectura de Ortega y Gasset y por su
crítica del realismo, entre otros momentos; las referencias al pensamiento de
Bajtín buscando una concepción superior del lenguaje y una poética para la
novela; y, en último término, la reivindicación radical de la inmanencia son
muestras suficientes de que esa concepción estética de la inmanencia domina al
Lázaro Carreter estudioso de la literatura. De estas mismas obras pueden entresacarse
la definición de una manera de operar más acorde con esa inmanencia estética: “serán más idóneo los que operen con menos
apelaciones a lo extraliterario […] los que permiten verificación en la serie
literaria, y los que proporcionan soluciones conciliables con las de otros
problemas vecinos”. Aunque resulta más clarificador la concepción de Lázaro
Carreter de la literatura misma. A propósito del lugar que corresponde a la literatura
en la educación, nuestro autor escribió numerosas páginas en las que podemos
leer una declaración nada complaciente con un sentido técnico de la inmanencia:
“Debe enseñarse a ver cuanto dice la
obra, pero también los espacios que dibuja con sus silencios. Todo artista,
como todo hombre en el ejercicio de su albedrío, contrae una responsabilidad;
un joven ciudadano tiene que ser adiestrado para explorarla con justicia,
proporcionándole los códigos sociales o psicológicos o políticos o morales con
que tuvo que contar el escritor. Es así como el saber histórico literario
alcanza sentido e ilumina nuestro presente y habilita para el autoanálisis del
comportamiento”. Incluso la apelación a la frase de Flaubert resulta
significativa. La forma y
el contenido son
una sola cosa. Cuanto más aguda sea la idea, más aguda sonará la
frase. La exactitud del pensamiento contribuye a la de la palabra. La
concepción formalista de la inmanencia parte del presupuesto contrario. Genette
y otros llamaban a fijarse exclusivamente en el significante ignorando el
significado. En conclusión, el principio de la obra en sí reúne al mismo tiempo
la contribución del pensamiento de Lázaro Carreter a su tiempo y la carga de
futuro que contiene. Entendido desde el dogma formalista ese principio ha
quedado obsoleto. Entendido desde la perspectiva de la estética se ve sometido
a la proscripción de la actualidad. Pero para esto también encontramos palabras
en el mismo Lázaro Carreter: Está muy
claro que el neoidealismo no constituye una fórmula actual, pero debemos
abstenernos de creer que la última palabra es la palabra final. […] tantos
fenómenos de regreso o de rectificación como hoy se observan deberían hacer más
cautos a quienes, para calificarse, deben proscribir. Naturalmente quedan
otros aspectos del pensamiento literario de Lázaro que merecerían una
exposición detenida.
En
lo que se refiere al Naturalismo,
debemos recordar que este no se entiende sino en dos puntos de contexto: el
advenimiento de las teorías científicas y la influencia que sobre las artes
humanas tienen las artes naturales, que son desarrollo del método positivo. El
positivismo de Comte intenta una
objetividad para la ciencia, intenta crear la realidad del hecho que se impone
por sí mismo. Las cosas son, las cosas están, y quien las mira debe intentar
que su mirada evite la perspectiva y se dedique solo al ser de las cosas. Este
método positivo influye mucho en la segunda mitad del siglo XIX, porque crea
una dimensión desconocida hasta entonces: la posibilidad de trasladar al
terreno de lo que llamaríamos actividades no experimentales, o del espíritu,
las exigencias, objetivo y métodos de las ciencias positivas, experimentales y
naturales. Surge así el método
histórico-positivista, que quiere crear una historia de la literatura, de
las ideas. Se prescindiría del valor y se ofrecerían solo datos.
Aparece
en el XIX la historia literaria como método, el método histórico-positivo y la
crítica textual o ciencia de los textos. En este doble contexto (teoría
científica e historia literaria) surge el Naturalismo. La influencia más
particular sobre el Naturalismo la da el método
histórico-determinista de Hipólito
Taine. La crítica artística debe evitar juicios de valor y estudiar los
hechos del modo como el botánico estudia las plantas.
En
el preámbulo a una historia de la literatura inglesa, Taine resume algunas
ideas generales. Todas ellas tienen en común
el concepto de que el hombre es historia y se interpreta como historia.
Los datos históricos son indicios para comprender al hombre como dimensión
histórica.
Según
Taine, el hombre y las formas generales de pensamiento están determinados por
tres fuerzas: la raza, de naturaleza
genética, el medio (geográfico,
climatológico, etc.) y el momento.
Estas tres fuerzas determinan a los individuos y determinan lo que Taine llama
el estado moral de una civilización. Las condiciones de ese estado son la
pertenencia a una estirpe.
Donde
mejor se desarrolla el Naturalismo es en la obra de Emile Zola y donde mejor se puede observar el Naturalismo es en la
novela. En el ensayo de Zola La novela
experimental (titulado en español El
Naturalismo) se encuentran las bases teóricas de la novela naturalista.
En
España podemos decir que Clarín se hizo eco de las cuestiones básicas del
Naturalismo, al igual que Pardo Bazán. En Francia fueron Balzac, Stendhal y
Flaubert. Este movimiento no llegó a la novela rusa.
La
novela naturalista en España fue estudiada por Baquero Goyanes. Las teorías naturalistas influyeron en la novela
sobre todo en la caracterización de los personajes y en la determinación del
ambiente social. El momento histórico y social son factores determinantes que
anulan o limitan la voluntad, el libre albedrío. La criatura humana está sujeta
a leyes de conducta y evolución semejantes a las de los demás seres y se deben
aplicar al hombre los nuevos descubrimientos de la sociología, la psicología o
la pedagogía.
Para
Zola, la novela es un ámbito de experimentación. Sus novelas son una
investigación sobre una familia. En el ensayo que mencionábamos, Zola intenta
presentar las bases teóricas del Naturalismo. Para él hay que sustituir el
idealismo romántico de la voluntad individual por la idea del determinismo
social, y se propone llevar a la teoría literaria las tesis de Claude Bernard,
un médico que escribió Introducción al
estudio de la medicina experimental.
Zola
presenta así una serie de tesis o ideas:
-
La primera idea es que el novelista, como el
científico, ha de ser un observador y un experimentador. La novela ha de ser
experimental en el sentido de investigar
los hechos hasta extraer la lógica causal o determinante que hace que nos dé
lugar a los otros: verificar, experimentar, pero buscando los cómos y los
porqués.
-
La segunda idea es que el objetivo final de la novela
naturalista es contribuir al progreso de las ciencias experimentales desde la
tesis de que los seres vivos pueden ser explicados con las mismas leyes que la
bioquímica o la física. La novela es un medio científico de experimentación de
los seres vivos. A la literatura, a la novela, le corresponde analizar los actos pasionales y de
comportamiento como modo de contribuir a esa gran ciencia experimental.
Las
leyes fundamentales a las que llega Zola son las de la herencia, que determian tipos humanos (como el melancólico o el
satírico) y el medio ambiente. Eso
configura en la novela naturalista un rasgo eminentemente primario y radical en
la caracterización, ha suprimido el libre albedrío.
Hay
otra vertiente del Naturalismo que tiene como objeto la relevancia de las
cosas, de los objetos como sensaciones. Esa vertiente es la obra de Zola El vientre de París. El autor describe
entre frutas, verduras, carnes, pescados, embutidos y quesos, la vida cotidiana
de la sociedad parisina en torno al nuevo mercado central de Les Halles, un
gigantesco edificio metálico con muros de cristal. Narra la historia de
Florent, inspector de pescado en el mercado central, cuya verdadera vocación es
la docencia y la política.
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