Entre finales
del siglo XIX y principios de XX, Europa vivió una serie de cambios que
desembocaron en la llamada crisis de la conciencia burguesa. Los valores
establecidos hasta entonces se tambalearon y fue necesario sustituirlos por
otros nuevos. Las esperanzas que se habían puesto en la clase burguesa como motor
de cambio social se desvanecieron.
Hubo un rápido
crecimiento industrial (en lo que se conoce como la segunda revolución
industrial) que contribuyó al auge de la burguesía; por su parte, las clases
obreras se organizaban (en movimientos como el socialismo o el anarquismo)
frente al capital. Las tensiones internacionales aumentaban: Alemania pretendía
lograr su hegemonía en Europa, Estados Unidos y Japón mostraban su poder en el
mundo, en los imperios austrohúngaro y turco surgían convulsiones. El resultado
de todo esto fue la I Guerra Mundial (1914-1918).
En el ámbito
científico y del pensamiento se vivió la crisis del positivismo y del
racionalismo. La razón no era suficiente para conocer ni el mundo ni al ser
humano. Surgieron corrientes como la Filosofía irracionalista y vitalista (que
defendía que la razón es insuficiente para conocer el mundo, hace falta la
intuición), el Psicoanálisis (para el que el ser humano se mueve por impulsos
que hay que buscar en el inconsciente), el Existencialismo (que plantea que el
ser humano está abocado a la muerte y eso le conduce a la angustia) o el
Marxismo (para el que la historia es una lucha de clases y para resolver la
angustia que provoca hay que transformar el mundo mediante una revolución).
Siguiendo estas teorías, numerosos escritores del siglo XX interpretarán la
literatura como un arma para la transformación social, lo que es una novedad
frente a otras épocas.
Se produjeron
numerosos descubrimientos y avances técnicos. El positivismo decimonónico es
sustituido por la idea de indeterminación de Heisenberg. Se considera que una
teoría no puede ser tenida por verdadera solo atendiendo a si es útil. Destaca
la teoría de la relatividad de Einstein, la teoría atómica de Rutheford, los
estudios de radioactividad de los Curie, los rayos X. En el terreno de la medicina
destacan los antibióticos.
Durante el
primer tercio del siglo XX se desarrollan en Europa las vanguardias, movimientos
estéticos que se caracterizan por querer romper los moldes existentes y mostrar
cierta provocación frente a la tradición, por la búsqueda de la experimentación
formal, por concebir el arte como algo minoritario o por la exclusión del
sentimiento en el arte. El Futurismo se basará principalmente en la velocidad, despreciando
lo humano y lo relacionado con el sentimiento, el Cubismo tratará de descomponer
la realidad y recomponerla simultaneando planos, rechazando todo sentimiento,
el Expresionismo deformará la realidad, el Dadaísmo defenderá el absurdo, el
Surrealismo defenderá lo fantástico y lo irracional.
En España los
movimientos de vanguardia se iniciaron más tarde, en torno a 1920. Además
aparecerán dos nuevos movimientos: el Creacionismo, que desea crear nuevas
realidades en el poema (especialmente a través de imágenes nuevas) y el
Ultraísmo, en el que se mezclan varios movimientos.
A
principios del siglo XX España era un país rural, con un gran atraso en el sector
agrario, por lo que se produjo un éxodo rural a ciudades como Madrid o
Barcelona, e incluso a América. Por su parte, la industria dependía del
exterior en cuanto a materias primas y a tecnología. En España la Segunda
Revolución Industrial tuvo una importancia relativa.
La oligarquía,
formada por terratenientes y financieros, mantuvo el poder a través del
caciquismo en los pueblos. Mediante los caciques locales, se controlaba la
política y las elecciones. Los salarios eran bajos y los precios subían.
El año 1898
marca la cima de la crisis política que afectaba a la Península. El desastre
del 98, con la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Filipinas y Puerto Rico)
fue el colofón. A pesar de todo, la política no varió en este principio de
siglo (se siguió con el turno de partidos: liberales y conservadores). Las
tensiones sociales se agravaron en la Semana Trágica de Barcelona (1909) y en
la huelga general de 1917.
Durante la I
Guerra Mundial, España se mantuvo neutral, pero la población se dividió en
aliadófilos y germanófilos. En estos
años la economía española experimentó una fuerte recuperación, gracias a la
salida de multitud de productos hacia las zonas combatientes; sin embargo, tras
la contienda, la crisis se acentuó. A ello se añadió es desastre de Annual
(1921) en la guerra de Marruecos. Los «felices 20» solo fueron felices en las
capas sociales superiores. En esta fecha aparece el mayor de los esperpentos, Luces
de bohemia.
En 1923 el general
Primo de Rivera implantó una dictadura que duró hasta 1930. La destitución del dictador no fue suficiente
para que los movimientos progresistas le perdonaran al rey su apoyo a la
dictadura. En 1931 se proclamó la Segunda República tras el triunfo en las
urnas y se fuerza el exilio de Alfonso XIII. El gobierno progresista emprende reformas.
En 1933 ganan las elecciones los conservadores y su contrarreformismo provocó
huelgas generales reprimidas duramente por el ejército. En 1936 ganó el Frente
Popular. El desacuerdo conservador lleva a algunos militares a urdir un
levantamiento. Empieza la Guerra Civil, que durará hasta 1939.
Ante la crisis
de la conciencia burguesa la actitud de los intelectuales es de inconformismo y
rebeldía, y presenta dos manifestaciones: el Modernismo y la Generación del 98.
Hacia 1914 se puede hablar de una nueva generación, la del 14 o novecentismo,
que se propone afrontar los problemas de España desde una postura más
intelectualista y cuyo guía es Ortega y Gasset. Las vanguardias intervienen a
partir de 1920 gracias a Ramón Gómez de la Serna, inspirado por la idea de la
“deshumanización del arte” de Ortega. Todo ello sentará las bases de la llamada
generación del 27. Este grupo comenzó con un arte deshumanizado, con una
profunda admiración por Góngora y con la figura de Juan Ramón Jiménez como
maestro, pero hacia 1930 evoluciona hacia una literatura más humanizada y
comprometida.
En lo que se
refiere a los conceptos de Modernismo y Generación del 98, los críticos se
dividen entre los que rechazan el concepto de Generación del 98 y su oposición
al Modernismo y los autores que lo admiten, aunque con matizaciones.
Con el término
modernista se ha aludido a la época y a la actitud de ciertos autores de
principios de siglo que se mostraban inconformistas. En esta acepción se
incluirían tanto los escritores del 98 como los considerados tradicionalmente
modernistas por su especial atención a la estética. Todos buscaban la
renovación del lenguaje literario, una renovación total de la vida y el arte a
través de su postura antiburguesa y de la recuperación de la belleza del
lenguaje literario. Hay autores del 98 que comenzaron con un estilo muy cercano
al Modernismo, como el poeta Antonio Machado en Soledades y Valle-Inclán
en las Sonatas.
El Modernismo es
un movimiento literario que surge en Hispanoamérica. Su máximo representante es
Rubén Darío. Este movimiento se caracteriza por el esteticismo (o búsqueda de
la belleza) y el escapismo (en forma de evasión). El término modernista fue
utilizado al principio de forma despectiva para aludir a los jóvenes de fines
del siglo XIX que pretendían romper con la estética realista. Su actitud era de
rebeldía y provocación, y se mostraban inconformistas con su propia clase
social, la burguesía, en la que se habían puesto las esperanzas de una mejora
social.
Los temas
modernistas muestran dos orientaciones: el llamado Modernismo exterior y el
Modernismo interior. El interior expresa la intimidad del poeta y se acerca al
Romanticismo en sus sentimientos de melancolía, tristeza y hastío. Los
ambientes que presentan son otoñales y solitarios. El exterior se evade en el
tiempo y en el espacio (hacia la época clásica y la Edad Media, recogiendo leyendas,
mitología, lugares lejanos o exóticos). Lo americano se trata como una forma
más de evasión hacia el pasado o de búsqueda de raíces; lo español, rechazado
en un primer momento, se aceptará como acercamiento a lo común hispánico. Los
ambientes serán refinados y aristocráticos y existe un cosmopolitismo cuyo
centro será París. El cisne será el símbolo de la belleza.
El lenguaje
modernista se encuentra en consonancia con el deseo de alcanzar la belleza. El
léxico es muy variado e incluye voces extranjeras, cultismos, arcaísmos,
neologismos, etc. Se usan palabras que hacen referencia al lujo y al
refinamiento (escarlata, púrpura, malaquita). Se buscan valores
sensoriales. Son abundantes las referencias léxicas al color, a la luz y al
sonido. Las sinestesias y las aliteraciones son frecuentes (como en el verso Los
suspiros se escapan de su boca de fresa).
También aparecen imágenes originales y sorprendentes.
El Modernismo
español se caracteriza por su tendencia al intimismo y al simbolismo y por su
menor preocupación por el esplendor formal. Los modernistas más destacados en España
son Manuel Machado, Francisco Villaespesa y Eduardo Marquina. Otros autores
reciben influencias del Modernismo en su primera etapa, como Antonio Machado o
Valle Inclán.
Por otra parte,
el nombre de generación del 98 fue propuesto por Azorín para referirse a una
serie de escritores que tenían en común un espíritu de protesta y un profundo amor
al arte. Hoy se considera que pertenecen a esta generación Unamuno, Baroja,
Maeztu, Azorín, Valle Inclán y Antonio Machado.
Todos los
autores nacieron con diez años de diferencia, fueron autodidactas en su
formación, participaron en actos colectivos (como la protesta por el premio
Nobel a Echegaray), y aunque tuvieron una evolución ideológica distinta,
redactaron un Manifiesto en 1903 en el que denunciaban los problemas de España.
El acontecimiento que los aglutinaba fue el llamado “desastre del 98”. Cada uno
adoptará, no obstante, un estilo personal.
En cuanto a los
temas, el fundamental es el problema de España. El pesimismo que trajo consigo
la pérdida de las últimas colonias provocó que los autores buscaran respuestas
más filosóficas que prácticas. Reflejaron la situación de atraso del país, y
para ello propusieron en un primer momento “europeizar España”. Posteriormente,
encontraron más acertado ahondar en las raíces de España y hablaron de
“españolizar Europa”.
La búsqueda de las raíces les
condujo a valorar la historia, pero sobre todo la historia de las gentes
sencillas (lo que Unamuno llamó “intrahistoria”). Castilla y el paisaje
castellano llamaron la atención de estos autores, que lo reflejarán de manera
lírica (el paisaje aparentemente pobre de la Meseta les servirá para proyectar
su estado de ánimo). Los temas existenciales y religiosos también llamaron su
atención. Son considerados precursores del existencialismo por su obsesión por
el paso del tiempo, la muerte o el sentido de la existencia. En este sentido
estuvieron influenciados por Schopenhauer, Nietzche y Kierkegaard.
El estilo es
sobrio y aparentemente sencillo, pero muy cuidado. Los autores usan palabras
tradicionales rescatadas del pueblo, a las que denominan terruñeras. Se muestran
subjetivos y utilizan el lirismo.
El grupo del 98
reconoció su admirción por Galdós o Bécquer, y reconocieron la influencia de
clásicos como Quevedo, Cervantes o Larra. En su afán de buscar la esencia de lo
español, recuperó leyendas y tradiciones, y recurrió a menudo a lo medieval. Innovaron
en cuanto a los géneros literarios, a los que confieren mayor flexibilidad (un
ejemplo serían las llamadas nivolas de Unamuno).
Debemos
centrarnos en el teatro anterior a 1936.
Y en este punto podemos recordar el ensayo de Émile Zola «El Naturalismo en el
teatro» donde insistió en la necesidad de retratar las costumbres y los
problemas humanos mediante el análisis psicológico de los caracteres, dando así
el primer paso para inaugurar el teatro del siglo XX. Tiempo después
coexistirían en Europa diversas maneras de entender el teatro: el simbolista
con su misterio poético, el expresionista que distorsionaba la realidad o el
teatro vanguardista que intentó romper con cualquier premisa tradicional.
En España la
situación del teatro fue muy precaria. Por un lado, la escena española no tuvo
renovadores del teatro como Bertold Brecht o Beckett; por otro, las grandes
actrices y actores, junto a los empresarios impusieron sus gustos tradicionales
y la burguesía que sustentaba el teatro no deseaba grandes cambios. Ni entendía
ni era partidaria de ese teatro innovador. Además, el nuevo teatro atacaba a la
sociedad aburguesada y los empresarios no estaban dispuestos a perder sus
beneficios, así que no se arriesgarían con producciones innovadoras. Podemos
decir que, entre todos los géneros literarios, el dramático es el que se
encuentra más condicionado por los intereses comerciales. Por ello, los
dramaturgos que quieren triunfar deben amoldarse a los gustos del público. El
teatro imperante fue básicamente de entretenimiento: tragedias rurales, dramas
modernistas en verso o teatro cómico.
Debido a todos
los factores mencionados, el teatro español del primer tercio del siglo XX se
divide en dos grandes bloques: el teatro comercial y el renovador. Dentro del
primer bloque encontramos la comedia benaventina, el teatro cómico y el teatro
poético. En el teatro renovador, encontramos algunas muestras de autores como
Unamuno, Azorín, García Lorca y Valle Inclán.
El teatro que
triunfa, desde un punto de vista comercial es el continuador de las tendencias
anteriores. La llamada Alta comedia o comedia benaventina tuvo como
máximo representante a Jacinto Benavente, Premio Nobel de Literatura en 1922.
Su teatro era continuador del realismo del siglo XIX, aunque renovando la
escenografía. Refleja el modo de vida de la burguesía y se permite una crítica
suave de sus costumbres. Estas obras suelen situarse en salones lujosos e
incluyen cierta ironía y humor. Su gran virtud era el dominio del lenguaje. Sus
obras más destacadas fueron Los intereses creados (1907) y La
Malquerida (1913). Pérez de Ayala comentó que Benavente hacía un teatro
«sin acción y sin pasión, y por ende sin motivaciones ni caracteres, y lo que
es peor, sin realidad verdadera. Es un teatro meramente oral».
El teatro
cómico, por otra parte, estaba pensado exclusivamente para entretener al
público mediante un humor facilón y burlesco. En esta tendencia destaca Carlos
Arniches con su «tragedia grotesca». Su obra recoge sainetes ambientados en un
Madrid pintoresco y chulapo en el que los personajes reproducen el lenguaje de
las clases populares, destacando entre su producción La señorita de Trevélez
(1916). Otros autores destacados son los hermanos Quintero, quienes se
dedicaron al teatro regionalista andaluz, basado en patrones repetitivos en el
que destaca Las de Caín (1908). Por otra parte, debemos señalar también al
inventor de un nuevo género, el astracán: Pedro Muñoz Seca que parodió
el teatro romántico escrito en verso y que solo pretendía hacer reír. Su obra
más popular fue La venganza de don Mendo (1918).
En cuanto al
teatro poético, estaba escrito en verso y ligado al Modernismo. Estética e ideológicamente
era conservador. En él se cantaban las glorias y pérdidas de la España
Imperial. Sus autores más aplaudidos fueron Eduardo Marquina con la obra En
Flandes se ha puesto el sol (1910) y Francisco Villaespesa con El
alcázar de las perlas (1911).
Junto al
anterior hay un teatro renovador, crítico con la sociedad y experimental en sus
formas y estructura dramáticas, que no tuvo la atención mayoritaria del
público. Son varios los intentos de renovación teatral que rompían con los elementos
del teatro comercial, entre los que cabe destacar:
a. El teatro de Unamuno, que
redujo los personajes al máximo, se centró en las pasiones y el esquematismo de
la acción. Fedra (1911) y El Otro (1927) son dos de sus obras más
representativas.
b. El antirrealismo de Azorín
incluyó lo subconsciente, lo onírico y lo fantástico. Abordó temas como la
felicidad, el tiempo y la muerte en la trilogía Lo invisible.
c. El teatro de Federico García
Lorca partió del teatro modernista, utilizó la farsa, el teatro donde se
rompía la lógica del espacio y del tiempo, y recuperó la tragedia. Ejemplo de
esta última son Bodas de sangre, Yerma o La casa de Bernarda
Alba. Además podemos mencionar su obra El público.
d. El teatro de Valle-Inclán
comenzó con el simbolismo y el modernismo, evolucionó hacia expresiones de lo
trágico pasando por la farsa, hasta llegar a su creación más innovadora, el
esperpento. La ausencia de obligaciones comerciales le permitió indagar en
propuestas mucho más innovadoras. Jugó con el cubismo y el expresionismo, así
como con la técnica de la iluminación de otras artes plásticas. Quiso fusionar
el teatro y el cine en un nuevo arte escénico, «el Teatro nuevo, moderno. La
visualidad. Más de los sentidos corporales; pero es arte. Un nuevo Arte. El
nuevo arte plástico. Belleza viva. Y algún día se unirán y completarán el
Cinematógrafo y el Teatro por antonomasia, los dos Teatros en un solo Teatro».
Centrándonos en
la figura de Ramón María del Valle lnclán,
podemos recordar su inconformismo y una permanente persecución de nuevas formas
literarias. La evolución de su escritura está marcada por un giro desde el
compromiso estético al compromiso ético. Luces de bohemia es un ejemplo
fundamental para el estudio de la conciencia artística de su autor, al servicio
de la expresión del desencanto, de la denuncia de los vicios nacionales por
excelencia (en la línea de Quevedo y Larra). Valle ofrece en su obra el
testimonio de una época en que la realidad española conducía a lo que podríamos
llamar «mentalidad esperpéntica».
Debemos señalar
en Valle Inclán un profundo conocimiento de los clásicos, en especial de
Quevedo. La conciencia lingüística de Valle Inclán no tiene parangón entre los
hombres de su tiempo; nadie como él supo acuñar términos, forzar las
posibilidades de los ya existentes, o poner en circulación palabras difuntas,
resucitadas a la luz de su discurso. Al principio de su producción dominan las
influencias francesas, a las que fue añadiendo otras germánicas.
La vida de este
autor transcurrió en uno de los momentos más conflictivos de la historia de
España, puesto que asistió a las dos experiencias republicanas, a las guerras
carlistas, al abandono del trono por dos reyes, a la Dictadura de Primo de
Rivera... Su mentalidad fue cambiando, paralelamente al desarrollo de la mentalidad
obrera y sindicalista, y hay que destacar en él la gradual toma de conciencia
de que la realidad española necesitaba soluciones drásticas.
En sus escritos
podemos rastrear elementos importantes para conocer su interpretación de la
historia y de la realidad que le tocó vivir. La clave «esperpéntica»
caracteriza una visión vigorosa y valiente de su época. Se mostró desde un
principio antiburgués. Consideraba a esa civilización mecanizada y fea, al
tiempo que mostraba su repulsa del liberalismo. Ensalzaba los viejos valores de
una sociedad rural arcaizante. Hacia 1910 se proclama «carlista por estética».
Pero, a partir de 1915, dará un giro radical: se sigue oponiendo a lo mismo,
pero ya no desde un tradicionalismo idílico, sino desde posiciones
revolucionarias. Sus declaraciones en este sentido se hacen más frecuentes
desde 1920 (año de Luces de bohemia). Se enfrentó con la Dictadura de
Primo de Rivera. Al proclamarse la República, llega a pedir para España «una
dictadura como la de Lenin». Y en 1933 ingresa en el Partido Comunista.
La personalidad
de Valle se manifiesta, ideológicamente, en una evolución desde unas posturas
conservadoras en su juventud hacia una progresiva radicalización de su
pensamiento y un creciente interés por el clasismo social, patente en su
actuación pública y su obra de los últimos años (la comparación, por ejemplo,
de las dos versiones de Luces de Bohemia testimonia una llamativa
radicalización política desde 1920 hasta 1924). En 1922 fue objeto de un
homenaje público. Sostuvo una lucha verbal con el Directorio de Primo de Rivera,
al que «esperpentizó» en La hija del capitán. En 1929 fue encarcelado
por negarse a pagar una multa impuesta por los incidentes provocados en el Palacio
de la Música. Valle Inclán combatió el teatro mediocre de su época, protestando
de viva voz en el transcurso de las representaciones, protagonizando escándalos
en los estrenos, ejerciendo de «hombre de teatro».
Literariamente
la vida de Valle-Inclán transcurre en momentos de gran importancia para las
letras occidentales. La estética busca la originalidad, que cristalizará en la
sucesión rápida de distintas escuelas, tendencias y movimientos
interrelacionados, pero conformados de manera que resulta incalificable e
inclasificable.
Valle Inclán
cultivó la poesía, la novela y el teatro. Su carácter revolucionario se
manifiesta especialmente en su obra literaria última, con la que se encumbra a
la vanguardia de los grandes escritores del siglo XX. Este genial «hidalgo
libertario» tenía un insobornable orgullo de artista, que le costó penurias
económicas; su desprecio por lo fácil y lo mediocre era absoluto, como también
lo era su honestidad estética; si su teatro revolucionario se adelanta a muchos
grandes renovadores de la escena occidental, tampoco se quedó atrás en la
concepción y cultivo de la novela; sus ideas se confirman plenamente en la
evolución del género.
La obra
literaria de Valle Inclán sigue una evolución que le lleva de un modernismo
elegante y nostálgico de tiempos pasados hasta una literatura de hondo
contenido crítico basada en la distorsión de la realidad. Este cambio en sus
obras viene uniformado por una misma postura estética que se aleja de las
formas burguesas, en lo social, y de las formas realistas, en lo artístico. Si
en sus comienzos compartió con Rubén Darío el gusto por el Modernismo, su
inquietud le llevó a fraguar un «arte de ruptura». Por otra parte, su asombroso
dominio del idioma hace de él uno de los grandes creadores que ha habido en
nuestra lengua.
Por otra parte,
las actitudes y posturas de Valle tienen poco que ver con las de los
tradicionalmente denominados «noventayochistas». Dado que el 98 no es una
estética, hay que reconocer que Valle Inclán superó el Modernismo, llegó a un
estilo propio y original, y abrió nuevos caminos para la literatura en español.
La evolución de
la obra de Valle no presenta fracturas importantes, a pesar de su evidente
disparidad. Existe un verdadero abismo entre las Sonatas y el Ruedo
Ibérico, pero bajo todas las diferencias se aprecia siempre la mano de un
genio único. Valle Inclán cultivó todos los géneros con acierto. Atendiendo a
la evolución cronológica de la obra de Valle Inclán, suelen admitirse tres etapas
en ella: modernista, de transición y de
los esperpentos.
Hasta 1907,
aproximadamente, la ambientación y el estilo de sus obras era modernista, con lirismo,
estilización evasión e idealismo. Así lo vemos en su producción lírica como Aromas
de leyenda. En cuanto a su producción narrativa, cuando en 1895 edita Valle
Inclán el volumen de cuentos Femeninas se nota el intento de ofrecer al
lector una nueva forma de narrar en la que se pone una mayor atención en los
valores formales. En la obra predomina el esteticismo. Entre 1897 y 1904
escribirá diferentes obras (Epitalamio, Jardín umbrío, Corte
de amor o Flor de santidad) ambientadas en la Galicia primitiva y
mítica, donde la mezcla perfecta de lo real y lo legendario, de lo
aristocrático y lo popular es normal. Este género está dominado por el
esteticismo de las Sonatas (Sonata de Otoño, Sonata de Estío,
Sonata de Primavera y Sonata de Invierno), novelas en las que
prevalece la exaltación de un mundo decadente visto con mirada nostálgica. La
obra dramática de Valle Inclán de esta primera etapa representa los caminos
fallidos de su dramaturgia. Cenizas, «drama en tres actos» (1899),
reelaborada bajo el título de El yermo de las almas, «episodios de la
vida íntima» (1908), y El marqués de Bradomín, «coloquios románticos»
(1906), versión teatral de las Sonatas, se inscriben dentro de un
decadentismo convencional. Cuento de abril (1910) y Voces de
gesta (1911) podrían considerarse como parte del teatro «poético». En la
primera, que se sitúa en la Provenza medieval y trata del amor desgraciado de
un trovador por una princesa, se advierten los tópicos del modernismo. La
segunda, que pretende lograr un tono épico, se sitúa en el País Vasco y se
puede relacionar con las novelas de la guerra carlista.
Entre 1907 y
1920 encontramos dos trilogías de Valle-Inclán: las Comedias bárbaras y
las novelas de La Guerra carlista. En La Guerra carlista escrita
entre 1908 y 1909 (Los cruzados de la causa, El resplandor de la
hoguera y Gerifaltes de antaño), encontramos el contraste entre el
canto al heroísmo y la denuncia de la brutalidad. Con las Comedias bárbaras
(Águila de blasón, Romance de lobos y Cara de plata)
encuentra Valle una primera vía de superación del realismo y el esteticismo, y
da el primer paso hacia su aportación más valiosa y original al teatro moderno
español y europeo, el esperpento. Lo característico de esta trilogía, en la que
perviven elementos modernistas, es el sustrato de pasiones primitivas y
violentas sobre el que se levanta un universo mítico dominado por la muerte y
el mal junto a la fuerza elemental del sexo. En este clima donde todo nos
parece bárbaro y descomunal, la acción deja de estar al servicio de una idea,
el espacio escénico rebasa las posibilidades del escenario tradicional «a la
italiana» como exigencia intrínseca a la propia estructura dramática y los
personajes se liberan de la psicología para aparecer movidos por terribles
fuerzas misteriosas. El punto de vista del autor se debate entre la nostalgia
por lo ya perdido y la crítica de dicho mundo. Una Galicia mítica sirve de
marco a esta trilogía, lo mismo que a El embrujado y a Divinas
palabras, culminación de este ciclo en los umbrales del esperpento. El
tratamiento de lo diabólico, de lo monstruoso, del tema de la crueldad en esta
obra difícilmente encuentra término de comparación en la dramaturgia contemporánea.
La acción gira en torno a la lujuria, representada por Mari-Gaila, y la
avaricia con que esta y su cuñada, Marica del Reino, se disputan la explotación
del enano hidrocéfalo Laureaniño el Idiota a la muerte de su madre, que ya
obtenía beneficios exhibiéndolo por ferias y caminos. En esta obra desciende
Valle en busca de una realidad «bruta», de unas manifestaciones humanas
«elementales», más allá de las apariencias civilizadas. Paralelamente, Valle
desarrolla la tendencia a la esquematización y la deformación caricaturesca en
las obras que integran el ciclo de la farsa: Farsa infantil de la cabeza de
dragón (1909), La marquesa Rosalinda (1912), Farsa italiana de la
enamorada del rey (1920) y Farsa y licencia de la reina castiza
(1920). En este ciclo utiliza elementos del cuento tradicional, del teatro de
marionetas, de la commedia dell’arte; su vuelta a la farsa, cada vez más
«grotesca» y menos «sentimental» desde La cabeza del dragón (la única
del ciclo en prosa) hasta La Reina castiza. Esta última obra, escrita el
mismo año que Divinas palabras y Luces de Bohemia, representa la
resolución del ciclo de la farsa en el esperpentismo. Toda huella del
modernismo ha desaparecido. Unos personajes convertidos en fantoches en medio
de un lenguaje distorsionado hasta lo absurdo representan los distintos «tipos»
(reyes, cortesanos, ministros, espadones y pueblo) que integran el retablo de
la España isabelina.
Entre 1920 y
1936 se produce la etapa de los esperpentos. Valle desmitifica la España
contemporánea mostrando las deficiencias que imposibilitan a sus habitantes
poder llevar una vida digna. El esperpento es la mayor aportación de Valle al
teatro europeo del primer tercio del siglo XX y es un precedente del nuevo
teatro experimental de Brecht. A partir de 1920 la obra de Valle se centrará en
la denuncia de un mundo dominado por lo deforme y lo absurdo; denuncia que
llevará a cabo también con un lenguaje deformado.
En 1920, Valle
Inclán utiliza el término “esperpento” como calificativo de Luces de bohemia;
en 1921 publica Los cuernos de don Friolera con igual designación; igual
sucede en 1927 con La hija del capitán, y en 1930 agrupa estas dos
últimas piezas más Las galas del difunto en «Martes de Carnaval»:
Esperpentos. Son estas las cuatro obras a las que Valle dio este nombre, a
pesar de lo cual la mayoría de los críticos consideran también esperpentos
otras. Frente a la Galicia mítica de las Comedias bárbaras y al grotesco
mundo dieciochesco de las Farsas, Valle elige para sus esperpentos como tema a
la España contemporánea y como procedimiento la deformación desmitificadora. Es
las cuatro piezas denominadas así por el autor encontramos imágenes de la
patria reflejadas en el espejo cóncavo de la nueva estética. A esta etapa
pertenecen las novelas Tirano Banderas (1926) y la trilogía El ruedo
ibérico (La corte de los milagros, Viva mi dueño y Baza
de espadas) y La pipa de kif (1919), en su producción lírica.
Recordemos, a
pesar de la división establecida en etapas, que Valle no abandona enteramente
ninguna corriente cultivada al superarla, sino que conserva de ella los
elementos que le interesan por su eficacia expresiva para la evolución de su literatura
hacia el esperpento.
Luces
de bohemia
Esta obra
aparece publicada por primera vez en la revista «España» en 1920. En esa
primera edición la obra no está completa. En 1924 se publica en libro, con tres
escenas añadidas (la II, la VI y la XI de la versión definitiva).
La obra cuenta
la última noche de la vida de Max Estrella, poeta miserable y ciego. Como punto
de partida, Valle se inspiró en la figura y en la muerte del novelista Alejando
Sawa, el mismo que inspiró a Baroja el Villasús de El árbol de la ciencia.
Pero, a partir de esa figura real, Luces de bohemia cobra unas
dimensiones que trascienden la anécdota del fracaso y la muerte de un escritor
mediocre. La obra va a convertirse en una parábola trágica y grotesca de la
imposibilidad de vivir en una España deforme, injusta, opresiva, absurda; una
España donde no encuentran sitio la pureza, la honestidad o el noble.
Desde nuestra
perspectiva actual, Luces de Bohemia se nos presenta como un texto muy original.
Pero no lo es tanto, ya que Valle, en realidad, compone su obra recogiendo
materiales y técnicas que eran comunes a los dramaturgos de su época y
conocidas por el público de su tiempo. La originalidad de Valle reside en saber
combinar todos esos materiales para darnos una visión coherente, desesperanzada
de la España de su tiempo. Las fuentes de las que se vale el autor para la
construcción de su obra son las siguientes:
a) La propia realidad
El personaje
protagonista (Max Estrella) está directamente inspirado en el escritor
Alejandro Sawa. Algunos de los aspectos biográficos de este autor aparecen en
la construcción del personaje de Valle: es poeta y prosista, residió en Francia
(donde se casó y tuvo una hija), frecuentó en Madrid los ambientes bohemios,
trabó amistad con Valle y con Rubén Darío y murió ciego, loco y pobre. El
protagonista de Luces de bohemia comparte con Sawa muchos rasgos: el
oficio de Max Estrella es la literatura, su esposa se llama Madame Collet
(francesa), tiene una sola hija (Claudinita), la obra es un recorrido por la
noche madrileña, aparece Rubén Darío en la obra, Max Estrella es ciego, pobre
como las ratas y con una tendencia a la locura que se manifiesta en varios
momentos del drama.
Pero la
presencia de la realidad en la obra no se reduce al protagonista, sino que es
una constante conseguida por el autor mediante tres mecanismos diferentes: aparición
de personajes reales, alusiones a personalidades de la vida española (como
Maura) y a circunstancias históricas.
b) Literaturización
El texto está
repleto de referencias literarias: aparecen personajes relacionados con el
mundo literario, así como personajes ficticios de otras obras (el Marqués de
Bradomín, por ejemplo), también frases de obras clásicas y recreaciones de
escenas (los sepultureros, por ejemplo), deformaciones que tienen sus
antecedentes en Quevedo y en la literatura paródica, lenguaje de los sainetes,
o la ceguera que recuerda al Lazarillo o a Homero.
Con todos esos
elementos, Valle-Inclán construye su obra y la dota de originalidad al
pretender ofrecernos un retrato de la sociedad española de principios de siglo
mediante la aplicación de su estética deformada, una deformación que es
aplicada a todos los aspectos de la vida y a todos los niveles sociales.
En lo que se
refiere al género de Luces de Bohemia, adquiere forma de texto
dramático, pero algunos datos nos hacen pensar que Valle no pensaba seriamente
en la posibilidad de su representación, ya que son múltiples los espacios
dramáticos, las acotaciones sirven para que el autor narre y opine sobre los
personajes y las acciones, y fue publicada como libro, sin que haya constancia
de que se intentara representar.
Sin embargo, Luces
de bohemia es teatro. Para Francisco Ruiz Ramón, Valle Inclán anticipa lo
que en la segunda mitad del siglo XX se ha llamado «teatro en libertad». En el
texto podemos encontrar rasgos que nos permiten su inclusión en la tragedia o
no. Es una tragedia en tanto que el protagonista se enfrenta a un destino que
lo supera, pertenece a una clase superior intelectualmente y muere. Pero no es
una tragedia si atendemos al uso en ocasiones del lenguaje coloquial y vulgar,
a la aparición de personajes de clases bajas y a la inclusión de pasajes
cómicos y humorísticos.
Es imposible
incluir la obra dentro de uno de los géneros teatrales clásicos. La razón de
esta dificultad nos la da el propio autor en la escena XII. Valle Inclán es
consciente de lo inclasificable de su obra, de ahí la denominación que nos
propone: el esperpento.
Características del
esperpento y su reflejo en Luces de Bohemia
El esperpento es
un nuevo concepto estético que pretendía reflejar la realidad más profunda de
los seres humanos distorsionando o exagerando los rasgos físicos y ambientales
con la finalidad de hacer el retrato emocional de la sociedad española de su
tiempo. Valle Inclán cree que una realidad nacional deformada, sórdida y
ridícula solo podrá reflejarse con total exactitud por medio de una estética
igualmente deformada, y para ilustrarlo habla de los espejos del Callejón del
Gato, en Madrid, en la escena XII de la obra. La matemática perfecta a la que
se refiere es la utilización de una estética que deforma de manera sistemática
los rasgos de los personajes y el entorno que los rodea, exagerándolos y
ridiculizándolos para mostrar la degradación espiritual y social en la que
viven. Gracias a esta deformación exacta, matemática, de la realidad, Valle
reflejará con exactitud la vida española, muy deformada por la injusticia, la
miseria, la opresión y la incultura.
Con el
esperpentismo Valle «descoyunta» la realidad con objeto de lograr distanciar de
ella al espectador, a fin de que este tome conciencia y llegue a un compromiso
por el más perjudicado de una realidad vital absurda y burguesa. Ofrecernos
«una visión sistemáticamente deformada de la vida española» es el principio
estético, el punto de partida o la intención última del autor. La deformación
de la realidad es considerada la aportación más novedosa del autor y su obra;
ahora bien, esta técnica no es exclusiva de Valle. Existe una importante
tradición artística de la degradación de la realidad (podríamos mencionar la
obra de Goya, Munch o Quevedo).
Por otra parte, no
es una forma exclusivamente dramática porque Valle empleará rasgos
esperpénticos en otras obras suyas, como sucede en la novela Tirano Banderas.
Valle logra la
estética del esperpento a través de diferentes procedimientos, como son
la degradación de los personajes (los presenta como seres ridículos,
deshumanizándolos), la esperpentización de espacios y ambientes (se presentan
sucios y chabacanos), el uso del contraste (entre lo grave y lo burlesco, o
entre lo doloroso y lo grotesco) y el uso continuado de la ironía, el humor y
el sarcasmo (hay una risa “agria” que sirve a los personajes de consuelo ante
el hambre y el mal gobierno).
Principales temas en Luces
de Bohemia
El argumento de Luces de bohemia consiste en la
dramatización de la última noche de la vida de Máximo Estrella. A partir de
esta anécdota, Valle nos quiere dar una imagen de la España de su tiempo,
dominada por la miseria, la locura y la violencia. La peregrinación de Max
Estrella es un «viaje al fondo de la noche». Max desciende a los abismos de la
injusticia y de la miseria. Y no sabemos si lo que lo mata es el frío, el
hambre, el alcohol o su corazón cansado, o si es el dolor por el espectáculo
que tiene en torno. Algunos críticos han pensado que lo Valle pretende
reflejar la vida española como un infierno, y por esa razón afirman que la
obra, en algunos momentos, presenta contactos con la Divina Comedia de
Dante. En su peregrinación «infernal», en su descenso a los infiernos, Max va
acompañado por Don Latino, como Dante iba acompañado por el poeta Virgilio. El
infierno en Dante es descrito como un círculo, mientras que el viaje de Max
también es circular. En la escena XI exclama: «Latino, sácame de este círculo
infernal.» Y luego afirma: «Nuestra vida es un círculo dantesco.» Pero, en todo
caso, el infierno de Dante se ha trasladado a Madrid y ha pasado por los
espejos del callejón del Gato.
El tema principal es el enfrentamiento entre dos
mundos: el de las víctimas del poder y el de los poderosos. Entre las víctimas
del poder estarán los dos únicos personajes verdaderamente trágicos de la obra:
el preso y la madre del niño muerto, también los bohemios, con Max a la cabeza.
Los poderosos son los que explotan a los demás o son cómplices del poder
justificando sus decisiones: el Ministro, Serafín el Bonito, el librero
Zaratustra o Don Latino.
Otros temas que
aparecen son la muerte (las referencias al suicidio aparecen desde el
principio), la religión, la realidad social y política (con las críticas a la
represión y a la burguesía) y la literatura.
En
lo referente a la estructura de la obra, Luces de Bohemia se compone de
quince escenas yuxtapuestas, cada una de las cuales constituye una unidad
dramática en sí misma. La acción se desarrolla linealmente. Además, en la obra
se repiten una serie de motivos que dan unidad a esa sucesión de escenas (la
pareja protagonista, el décimo de lotería, las alucinaciones de Max estrella y
las muertes que se suceden).
Por otra
parte, podemos destacar la división de algunos críticos, que consideran las
escenas I a XII como la primera parte y las tres últimas escenas como un
“epílogo”, tras la muerte del protagonista.
Por lo que se refiere al tiempo y al espacio, el
escaso tiempo dramático condensa un amplio tiempo histórico o real, con
referencias históricas y literarias en un confuso anacronismo (la pérdida de
las últimas colonias, la semana trágica de Barcelona, el reinado de Alfonso
XIII o la coexistencia de modernistas y ultraístas).
El tiempo dramático de la acción
apenas rebasa las 24 horas, el tiempo de Max Estrella es menor, ya que muere
antes del amanecer. No hay saltos temporales, como decíamos, sino que se sigue
un desarrollo cronológico lineal (salvo en las escenas VI y VII que son simultáneas).
Debemos señalar también la
existencia de la elipsis que se produce entre la escena XII, con la muerte de
Max, y la XIII.
Frente a la condensación temporal de la obra, Valle
sitúa el argumento en una multiplicidad de espacios. Son espacios reales que
Valle deformará por medio de las acotaciones para que se carguen de
significación esperpéntica. Cada escena transcurre en un lugar distinto
del anterior, de esta manera Valle puede mostrarnos, gracias a unos
protagonistas itinerantes, un panorama amplio de la España de su época,
ambientes y personajes. Solamente se repiten dos espacios en la obra: la casa
de Max, en las escenas I y XIII, y la taberna de Pica Lagartos, en las escenas
III y XV. Ambos lugares son muy importantes, ya que se relacionan con los temas
del destino trágico de los seres humanos y la miseria moral y económica de la
sociedad.
En Luces de bohemia aparecen más de cincuenta
personajes. Algunos de ellos se inspiran en seres reales. De los personajes de Luces
de Bohemia dijo Valle: «Son enanos o patizambos que juegan una tragedia.»
Para la mayoría de ellos, la expresión es justa, y ello corresponde a aquella
mirada «desde arriba». Sin embargo, algunos de esos personajes escapan a la
condición de peleles y cobran una considerable talla humana como la madre del
niño muerto y el preso. Ante la tragedia colectiva que representan estos dos
personajes en sus vidas, Valle Inclán los presenta en toda su terrible
desolación: son víctimas, y ante ellas el autor solo puede mostrar respeto y
rabia.
El resto de los personajes podríamos clasificarlos en arquetípicos
(como el albañil), animales (el perro de don Latino, por ejemplo) y
representantes de clases sociales (poderosos, comerciantes, pueblo, marginados
y bohemios).
Los más importantes, como es obvio,
son don Latino y Max Estrella. Este es un personaje complejo y contradictorio. El personaje esperpéntico nace a imagen y
semejanza del héroe clásico, pero la deformación es precisa, en un tiempo en
que el heroísmo ya no es posible. Por ello es preciso que el alcohol, la
bohemia, la miseria y la ceguera sean sus características, y también que al
final tenga una muerte mísera. Por eso acaba, a la puerta de su casa, muerto
por el frío, la borrachera, la tristeza y el desencanto. Algunas de las
características de Max son la ceguera (que le permite “ver” lo que otros no
pueden ver), el ser expoliado, crítico ante la injusticia social, solidario y
egoísta al mismo tiempo y la degradación a que se ve sometido. En él se mezclan
el humor y la queja, la dignidad y la indignidad. Junto a su orgullo, tiene
amarga conciencia de su mediocridad. Su resentimiento de fracasado es ridículo
y patético. Su muerte es ridícula y su velatorio, grotesco y cruel. Max se
muere en la calle y sus últimas palabras son: «¡Buenas noches!».
Don Latino de Híspalis, por su parte, es la «otra cara
de la moneda». Es una caricatura de la bohemia, un tipo miserable por su
deslealtad y porque es un canalla, tal como se ve en las últimas escenas.
Estafa y roba a su amigo pero no tiene inconveniente en declararse su «perro
fiel». Don Latino es el personaje más esperpéntico de toda la obra. En Don
Latino llegan al extremo varios de los rasgos más típicamente esperpénticos:
animalización, cosificación y deformación. Se trata de un modelo de la lucha
por la supervivencia.
En cuanto al lenguaje en la obra, es rico y variado. Aparecen
diversos tonos y modalidades con el fin de caracterizar a los personajes, al
servicio de la parodia o de la intención crítica. En los diálogos, se ajusta el
lenguaje al carácter, la clase social y la cultura de cada uno de ellos. La
abundancia de personajes y su variedad social es el recurso que empleará el
autor para reflejar todas las formas de expresión de la sociedad española de la
época, fundamentalmente del habla madrileña. Los hablantes cultos utilizan un
lenguaje con frecuentes citas literarias, en el que abundan las exclamaciones y
las ironías. Los funcionarios y subalternos son poco espontáneos y muy
rutinarios. Reproducen sentencias oficiales y frases sacadas del lenguaje
periodístico. Los hablantes del pueblo suelen utilizar vulgarismos («cuála»,
por ejemplo) y acortan los nombres comunes o propios (como Don Lati). Las réplicas
se suceden con exactitud.
El lenguaje de las acotaciones es un lenguaje
literario. Valle convierte las acotaciones de sus obras en material literario,
así que, además de su natural función referencial, cumplen también una función
poética dentro del texto dramático. Muchas acotaciones son imposibles de
materializar en un escenario. Por otra parte, estas acotaciones permitían a los
lectores visualizar, como si se tratase de una novela, una obra dramática de
difícil representación, porque la dificultad de su puesta en escena y los
problemas de censura, hacían poco probable que fuere estrenada en un teatro
comercial. Las descripciones de los personajes proceden a rápidas pinceladas (por
ejemplo, «La niña Pisa Bien, despintada, pingona, marchita, se materializa bajo
un farol con su pregón de golfa madrileña»). La luz es una parte importante en
el esperpento, ya que es la principal fuente de deformación al causar la
sombra. La iluminación en la obra es poca, aunque está presente desde el
principio. Son muy importantes la adjetivación y los sustantivos en las
acotaciones que crean combinaciones esperpénticas. Un lugar importante tienen
las comparaciones («los tres visitantes, reunidos como tres pájaros en
una rama, ilusionados y tristes»). El campo semántico más interesante es el de lo
grotesco (grotesco, ronco, alocada, feo, lóbrega, cueva, cementerio, muerte, espectro,
arañar, arrancar...).
Modernismo y 98 en Luces de
Bohemia
En la obra de Valle Inclán podemos señalar algunas
características de ambos movimientos. Así, del Modernismo observamos la aparición
del cosmopolitismo y las influencias de otros países, con las referencias a París
y Alemania. La función poética de las acotaciones también podría señalarse como
característica del Modernismo, al igual que el estilo refinado (Los espejos
multiplicadores están llenos de un interés folletinesco, en su fondo, con una
geometría absurda), los
neologismos y los cultismos. De la generación del 98 podemos observar el
uso de la prosa con el objetivo de analizar la realidad política y social, el
estilo sobrio, los localismos y arcaísmos (casticismos y gitanismos), el
problema de España (con la crítica implícita en el esperpento), el paisaje
madrileño, las referencias literarias y los problemas existenciales.
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