El S. XVIII, comienza para España con el fin de
la Guerra de Sucesión (1714), tras la cual los Borbones acceden al trono
español. Este conflicto pondrá veto a las intenciones expansionistas de
Francia. Será un siglo de relativa paz, lo que influirá en el desarrollo del
movimiento intelectual que llamamos “Ilustración”.
El comercio y el tráfico
trasatlántico conducen a la burguesía a su apogeo, que culminará con la primera
tentativa industrial. Todo esto va a generar una reflexión generalizada que
conducirá a un cambio importante: la desaparición de la sociedad estamental y
la aparición de la sociedad de clases.
De
la mano de la prosperidad económica, vendrá la voluntad de progreso, y esto
conducirá al avance en las ciencias, al auge de la investigación y el rechazo
de religiosidades supersticiosas y fanáticas, de la superchería intelectual y
del oscurantismo moral. Este es el llamado “siglo
de las luces”, por el afán de iluminar
hasta el último rincón del conocimiento y la vida con la razón de carácter
crítico. Es el siglo de la confianza en la humanidad.
De
todo lo dicho se desprenden dos características fundamentales de la literatura
de este siglo: El criticismo,
(no debe aceptarse lo que se nos ofrece, sea materia política, religiosa,
social, etc. sin tamizarlo con la razón y
la cultura), que es herencia del racionalismo del S.XVII, para el que el
origen de la certeza es la duda; y el
didactismo, (debe poder enseñarse todo avance que tenga lugar, la
instrucción de la población asegura la cultura y prosperidad de un estado).
La
Ilustración en España
Reflejo de esta preocupación
cultural son las instituciones que se crean en nuestro país durante el Siglo de
las luces:
·
Real Academia Española.
Inaugurada por Felipe V en 1713. Su primer presidente fue el Marqués de
Villena, don Juan Manuel Martínez Pacheco. La finalidad de la Academia es velar por la
pureza del idioma, de ahí que su lema sea "Limpia, fija y da
esplendor".
·
Biblioteca Nacional. Fue
fundada en 1712 por el mismo monarca, con libros de antiguas bibliotecas y
colecciones que se trajeron de Francia. La Biblioteca recibe un
ejemplar de todos los libros que se publican en España.
·
También se fundaron en este siglo la Real Academia
de la Historia (1738), el Jardín Botánico (1755, por el rey
Fernando VI) y el Museo del Prado (el proyecto
fue aprobado en 1786).
Aparte de esta apuesta institucional,
la burguesía busca sus propios medios de acceso al conocimiento mediante tertulias, premios
literarios, reducción en el precio de los libros, reducción del analfabetismo,
o la edición de diarios con suplementos literarios.
Los
cambios y el panorama literario
Se pueden
distinguir tres etapas o movimientos estéticos que se suceden en el siglo
XVIII:
·
Reacción contra el Barroco, que parte de una
perpetuación de un estilo ya decadente, en formas y temas. La
producción literaria es escasa. Como autor destaca Fray Benito Jerónimo
Feijoo.
·
Triunfo de la
Ilustración. La literatura se somete al imperio de la razón. Los escritores aceptan el estilo nuevo, más
severo y moderado que apostará por la claridad, y que recibe el nombre de Neoclásico. La producción literaria es
escasa: apenas se escriben novelas, la prosa se destaca en los ensayos; la
poesía no ofrece interés y muy pocas obras de teatro tuvieron éxito. Esta etapa
ocupa desde mediados del siglo hasta las últimas décadas. Autores importantes
de esta etapa, en sus diferentes géneros fueron José Cadalso, Gaspar
Melchor de Jovellanos, Leandro Fernández de Moratín, Félix María Samaniego y
Tomás de Iriarte.
·
Prerromanticismo. A finales de
siglo comienza un movimiento de rechazo hacia las rígidas normas neoclásicas
que traerá a principios del siglo XIX el Romanticismo. Se define por sus
ambientes lúgubres y sombríos, sus temas sentimentales o filantrópicos, su
angustia ante la existencia, y su sintaxis peculiar: repeticiones,
exclamaciones e interrogaciones retóricas. Un autor como José María Blanco White es representante de esta etapa.
En lo que se refiere a
la prosa en esta época, es importante insistir sobre el carácter didáctico de la
literatura, ya que esto explica el auge de géneros como el ensayo, destinado a la difusión
de las nuevas ideas y a las mentalidades curiosas de la burguesía, ya que son
los escritores y lectores principales. Este género nuevo es impulsado desde
Francia, concretamente con la figura de Michel
de Montaigne, quien en el siglo XVI recoge sus reflexiones e ideas bajo el título de Essais (ensayos, intentos), de ahí su
nombre.
El ensayo encuentra su mejor representante en Fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764). Su
primera obra relevante fue el Teatro Crítico Universal editado en
Madrid en 1726. La palabra “teatro” del
título equivale a exposición global,
no a arte escénico.
José
Cadalso Vázquez (1741-1782), redacta las Cartas Marruecas entre 1768 y 1774. Aparecen periódicamente en el Correo
de Madrid. Forman una colección de 90 cartas, en las que escribe Gazel (marroquí amigo del embajador de
su país en España) a su maestro africano Ben
Beley. Nuño, amigo español de Gazel, bajo el que reconocemos rasgos del
autor, será su guía. Estas cartas tratan de varios temas: el estúpido orgullo español, la nobleza sin
mérito, la decadencia de España, el lujo superfluo, los galicismos de nuestra
lengua, etc. Vemos un precedente de los Artículos
de Larra. Sus Noches lúgubres se
publican por vez primera en el Correo de
Madrid.
Gaspar Melchor de Jovellanos
(1744-1811) trató a autores, como Feijoo y Cadalso, y a políticos como
Campomanes y Olavide, que impulsó su obra literaria. Se dio a conocer por sus
discursos, en la línea ilustrada y reformista de su tiempo. Entre sus obras
destaca el Informe sobre la ley agraria (1784),
que pretendía que las leyes garantizasen la libertad económica en la
transmisión y cultivo de tierras y productos. En este punto sigue la escuela de
Quesnay (pensador francés), deudora del
liberalismo de Adam Smith, cuya obra
leyó Jovellanos.
Casi
en los albores del siglo XIX escribió José
María Blanco White (1775-1841). Afincado en Londres, allí firma en El
Español (1810-14) unas “Reflexiones
generales sobre la Revolución Española”, varios artículos con el seudónimo
de “Juan Sintierra”. Escribe también en la revista Variedades o mensajero de Londres
(1823-1825) otra serie de artículos, Impresiones
de Inglaterra, comentarios sobre La Celestina ,
o breves ensayos narrativos (Las intrigas
venecianas por ejemplo). Es un escritor prerromántico por su visión más
emocional que racional de su tiempo y de su propia peripecia interior.
Desde finales
del siglo XVII, encontramos una literatura de viajes. Escritos de Moratín, Jovellanos o Iriarte en forma de cartas, diarios y
libros, que defienden valores hispánicos en materia de arte, literatura,
cultura en general o incluso sus peculiaridades geográficas.
Algunos cultivan
la novela utópica, como la anónima Descripción
de la Sinapia ,
península en la tierra austral, donde Sinapia es anagrama de Hispania. Pudo
escribirse a fines del siglo XVII o en el último tercio del XVIII, y apareció
entre los papeles de Campomanes.
Pinta un país dividido en nueve zonas, donde no existe propiedad privada y
donde la sociedad se jerarquiza tras elegir sus gobernantes. Toda una fantasía
política para la época que nos da una muestra de las metas ideológicas de la
Ilustración.
Por otra parte, hay que señalar que los
poetas de este movimiento adoptan
dos grupos de temas: el bucólico o pastoril y la fábula. Las características de la
literatura en verso de esta época son la sencillez en la forma, frente a las
exuberancias postbarrocas y la elevación estilística sin excesos ornamentales
así como la utilidad de los temas. Esta es la característica esencial: la utilidad. Así los autores
cultivan la poesía didáctica.
En la poesía
bucólica o pastoril se ensalza la naturaleza, un entorno del que se
resalta lo que la razón aprecia y gusta: valora “lo ameno”. Se canta a la amistad
o al vino, como en Ocios de mi juventud,
de José Cadalso.
Juan Meléndez
Valdés (1754-1817) Conoció a Cadalso y a Jovellanos quienes pusieron a
su alcance las ideas ilustradas e hicieron de guía en su labor de escritor.
Pronto aparecen los temas ilustrados: la crítica de la aristocracia, la
autenticidad de la vida del campo, la figura de Dios como creador, el progreso
social, etc. Destaca de esta etapa su epístola El filósofo en el campo. El neoclasicismo de Meléndez Valdés se
refleja en odas como la IX A la Fortuna.
En el siglo XVIII se
cultivó la fábula con el objetivo de
formar al lector. La fábula se define como relato muy breve, de intención moral
o filosófica; es un género didáctico en general, que remata con una sentencia o
consejo, y que frecuentemente es puesta en boca de animales para acentuar la enseñanza,
ya que se caracteriza en estos los vicios y virtudes humanas.
Tomás
de Iriarte (1750-1791), además de las fábulas literarias, escribió
otras obras e hizo traducciones literarias del francés. Sus Epístolas son un buen ejemplo de la
poesía al servicio de la trasmisión de conocimientos.
Félix
María Samaniego (1745-1801) es conocido por su obra Fábulas Morales, 157 relatos distribuidos
en nueve libros, que escribió para los alumnos del seminario de Vergara.
Samaniego ridiculiza los defectos humanos imitando a los grandes fabulistas
Fedro, Esopo y La Fontaine. Aunque las
fábulas de Samaniego están escritas en verso, su carácter es prosaico, dados
los asuntos que trata y su finalidad didáctica.
En
lo que se refiere a la producción dramática, no es una etapa muy fértil, a
pesar de los intentos de “contrarreformar” las libertades y excesos del teatro
barroco. La mayoría del público está hecho a lo espectacular del teatro
precedente, y este nuevo arte escénico, mucho más moderado, didáctico y
moralizante no es muy popular, a pesar del apoyo que institucionalmente recibe.
Su cronología lo lleva desde la desintegración de la comedia nacional barroca hasta
el teatro prerromántico. Por un lado tendremos la recuperación de una tradición
escénica, la Tragedia ,
y por otro lado un teatro que pretende renovación y reforma. Entre ambas formas
aparecen una serie de géneros menores que tratan de hacerse con el favor del
público: comedia de figurón (que perpetúa el modelo de comedia de enredo), de
santos (teatro religioso), de magia (de tema fantástico), de jaques y
bandoleros (de aventuras más o menos ficticias), mitológicas (al estilo
barroco, ya en decadencia), musicales (zarzuelas y melodramas), etc.
A
imitación del modelo clásico, hay un intento de retomar la Tragedia , pero la empresa
es un fracaso. Al carácter puramente formal, y a la ausencia de un público
demandante de tales muestras escénicas, se suma el acceso a la literatura de mentes
teóricas, no puramente artísticas, que desconocen todo de la construcción
dramática eficiente. El didactismo no
puede por sí solo interesar desde un escenario. Sin embargo la Tragedia dará sus frutos
en el teatro histórico romántico con la recuperación de los personajes heroicos
del pasado histórico: Don Pelayo, Guzmán el Bueno, etc. La mejor pieza de este
estilo es La Raquel, de Vicente García
de la Huerta (1734-1787).
El gran
logro de Leandro Fernández de Moratín
(1760-1828), por otra parte, fue la creación de una comedia genuina y original
que se conoce como comedia Moratiniana. Este logro resulta de la fusión entre
la comedia sentimental (de excesos emotivos), y la comedia urbana (que
incorpora la sátira de costumbres). La sátira de raíz intelectual vertebrará el
planteamiento y nudo de sus obras, y el componente sentimental actuará como
catalizador del desenlace.
El tema central de toda su obra será
la hipocresía como forma de vida. Divide este asunto en dos: los casamientos
impuestos o concertados (donde destacan sus obras La
Mojigata , El viejo
y la niña, y su composición maestra El
sí de las niñas) y el estado del teatro de su propio tiempo (donde destaca La comedia nueva, o el café).
Además,
el siglo XVIII asiste a la conversión de los entremeses, forma de teatro breve,
de tono cómico en Sainetes. El sainete se construye en verso octosílabo y con
préstamos de canciones al estilo de las zarzuelas. Este género, el más popular,
tiene un representante de excepción en Ramón
de la Cruz ,
(1733-1794). Definido por él mismo como “pintura exacta”de la cotidianeidad y
de las costumbres, nos ofrece sus retratos en piezas como El fandango del candil, El
sarao, Manolo, La cesta del barquillero, etc., ambientadas
en el Madrid castizo de la época.
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