En el poema “Llego
con tres heridas” de Cancionero y
romancero de ausencias se resume el ámbito temático de Miguel Hernández:
vida, amor y muerte. La biografía del poeta va íntimamente ligada a su creación
poética, especialmente en los últimos años de su vida. Va incorporando
vivencias a la poesía y su vida se va nutriendo de poesía.
Hasta El rayo que
no cesa se impregna de vitalismo y optimismo, de ahí su amor a la
naturaleza, que es fuente de experiencia. Los lugares levantinos de su infancia
(la colina de San Miguel, el huerto de su casa oriolana,…) son exaltados con lo
que se ha llamado animismo o personificación de esa naturaleza (“la espiga aplaude al día”). Esta
naturaleza, adornada de bucolismo virgiliano es un tópico de Miguel Hernández.
Aquí no hay muerte, tan solo el atardecer que termina con la belleza del
paisaje de la tarde. Si hay algo de pena aquí es más literaria que fingida. Estamos
ante una vida contemplada, ajena. Solo cuando conoce la muerte de forma directa
con la pérdida de amigos o familiares y con los horrores de la guerra, existe
una verdadera relación vida-muerte en su poesía. Es entonces cuando Miguel
Hernández concibe la vida como pena, como herida. Es un hombre a caballo entre
la luz y la sombra, entre la alegría y la pena, pero siempre lleno de vitalismo
y queriendo alcanzar la alegría. De ahí la identificación del poeta con el
símbolo del toro y su destino trágico (“Como
el toro he nacido para el luto”). En Viento
del pueblo afirma “Varios tragos es
la vida/y un solo trago es la muerte” (Sentado
sobre los muertos), lo que define muy bien el vitalismo trágico de Miguel
Hernández.
En El rayo que no
cesa la muerte es el amor (cuchillo, rayo), que es fuerza destructora
contra la que lucha constantemente por tener plenitud por cuanto viva. La
muerte le llega al poeta cuando se le niega el amor. Estamos ante un poemario
de desamor, del amor como destino trágico del hombre, de ahí la cercanía de la
muerte. Con la muerte de su amigo Ramón Sijé conoce la muerte de cerca y es
entonces cuando su poesía se llena de rabia inconsolable y otorga lirismo a
conceptos nada líricos. Es una muerte quevedesca, un morir a cada instante (“Hoy se está yendo sin parar un punto:/ soy
un fue, y un será, y un es cansado”). La diferencia es que para Miguel
Hernández la muerte es tragedia y para Quevedo tragicomedia.
A raíz de la muerte de sus tres hermanas, de algunos
amigos como Sijé y sobre todo de su primogénito y de la muerte como
consecuencia de la guerra, hablamos ya de muerte real en la poesía de Miguel
Hernández. Sirven de ejemplo los poemas de El
hombre acecha como El tren de los
heridos. En el Cancionero le dice
a su hijo muerto “Te has negado a cerrar
los ojos, muerto mío” (A mi hijo),
coincidencia trágica con el hecho de que el poeta muriera con los ojos
abiertos, ejemplo de la vida trágica del poeta.
Cuando pasa la guerra, los poemas se oscurecen con la
tristeza. Conoce la cárcel, la soledad y la enfermedad (dice en el Cancionero, Ausencia en todo veo), pero no provocan en él el odio, sino que
canta con nostalgia y melancolía al hijo (Hijo
de la luz) y a la esposa. Miguel Hernández es ahora un hombre resignado (“Todo lo he perdido, tierra,/ todo lo has
ganado” afirma en Suave aliento suave).
Sus últimos poemas son más tiernos y melancólicos. El poeta vuelve al amor
porque no hay redención si no se ha querido. El amor pone alas al poeta, que se
pregunta en Vuelo: “solo quien ama vuela. Pero ¿quién ama
tanto/ que sea como el pájaro más leve y fugitivo”).
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