jueves, 7 de enero de 2016

Notas sobre el sefardí



(resumen de Los problemas del estudio de la lengua sefardí, de Katia Smid Liubliana)

Podemos ver distintas fuentes que afirman que la palabra Sefarad en hebreo significa España. Muhamed Nezirovic, autor de El refranero judeoespañol de Sarajevo (2007) indica que el nombre S'farad en hebreo significa "el país occidental" y señala que a partir del siglo VIII con el nombre Sefarad se da nombre a la Península Ibérica. Así que Sefarad es el nombre con el que los judíos tradicionalmente conocen España o la Península Ibérica.
El sustantivo Sefardí significa judío oriundo de España o descendiente de los judíos que vivieron en la Península Ibérica antes de su expulsión de 1492. El adjetivo Sefardí se aplica a las personas, la lengua, la literatura y la cultura de los judíos descendientes de los que vivieron en España hasta 1492, cuando los Reyes Católicos decretaron su expulsión. No obstante debemos recordar que los primeros judíos salieron de España en la segunda mitad del siglo XIV (1391), puesto que en la Península ya se respiraba un clima de hostilidad antisemita.
Tras la expulsión algunos grupos de judíos se establecieron en Portugal, de donde también fueron expulsados en 1497. Para la lengua que hablaron se utiliza el término judeoportugués. Muchos de ellos se instalaron en los Países Bajos y siguieron en contacto con el mundo hispano hasta la separación de Flandes en 1789. Algunos grupos de judíos se establecieron en el sur de Francia. Otros eligieron como destino Navarra, cuyos monarcas decretaron la expulsión de los hebreos en 1498. Los que salieron por mar se establecieron en los países del norte de África. La mayoría de los expulsados se dirigió hacia el este. Unos se establecieron en ciudades de Italia como Ferrara o Venecia; otro grupo muy numeroso fue acogido por el Imperio Otomano y se estableció en los grandes centros urbanos (Salónica, Constantinopla o Esmirna), en el territorio de los actuales Estados de Turquía, Grecia, Albania, Bulgaria, Rumanía, Bosnia, Croacia y Macedonia.
Hay que destacar la fundación por parte de Charles Netter de la Alliance Israélite Universelle en Francia en 1860. Una red de escuelas de esta Alliance se estableció en Turquía, Grecia, Bulgaria y Macedonia, de manera que el francés tuvo una influencia enorme sobre las variantes de la lengua sefardí en esos países.
Durante la Segunda Guerra Mundial murió un número altísimo de sefardófonos, así que a partir de ese momento la existencia de la lengua sefardí es discutible.
La lengua sefardí tiene varias denominaciones, dependiendo del país donde se habla. Kalrni Baruch fue el primer hispanista en la exYugoslavia que estudió la lengua sefardí. Utilizaba las denominaciones ladino, romance y judeoespañol:
Los sefardíes llaman a la lengua de estos textos (o sea su lengua literaria) 'ladino', y el traducir de los textos hebraicos 'enladinar'. Parece que esta expresión se usaba también para designar el habla común, a diferencia del hebreo que en la vida de los sefardíes siempre fue y es de especial importancia.
En la obra de Moisén Almosnino encontramos la denominación de romance. Pero este vocablo no es popular. Al habla cotidiana se le llama Zudio (en Bosnia, jidió). Alica KnezoviC diferencia entre el judeoespañol escrito y hablado. Para la lengua escrita (ladino) son característicos el arcaísmo, la riqueza del vocabulario, la purificación de los barbarismos y, en la traducción, el uso estricto de la sintaxis hebrea. Por el contrario, la lengua hablada, el judeoespañol, absorbe mayores influencias de las lenguas del medio en que vivían los sefardíes.
El estudioso más importante es Max Leopold Wagner que explica el término ladino y señala la aparición de la palabra en el Poema de Mío Cid. “Ladino” es la lengua española en oposición al hebreo, y, sobre todo, el español de los libros religiosos; “enladinar” quiere decir traducir textos hebraicos al español. Los versos 2768-2769 de la obra mencionada:

Quando esta falsedad dizien los de Carrión
Un moro latinado bien gelo entendió

demuestran que ya entonces ladino era el español en oposición al hebreo o árabe.
Wagner menciona también la denominación furgón: "... y el judeo-español quedó reducido a ser un Sargón, como los judíos mismos lo llaman muchas veces." La denominación se refiere a una especie de coiné (lengua común) sefardí que se formó cuando desaparecieron las antiguas diferencias regionales y en la cual los judíos españoles (especialmente comerciantes) se entendían perfectamente.
Un grupo de investigadores completa el problema de diferentes maneras: así, Coloma Lleal hace una descripción muy concisa de la lengua estudiada. El judezmo sería la variante hispánica hablada por los sefardíes (los judíos que se establecieron en distintas zonas mediterráneas después de la expulsión del suelo peninsular decretada en 1492), modalidad también conocida como sefardí, atendiendo a la denominación genérica de sus hablantes, como judeoespañol, término descriptivo que pone de relieve su adscripción al área lingüística hispana, y como ladino, con el que con frecuencia la denominan sus propios hablantes para diferenciarla del hebreo, y que parte de la tradición medieval según la cual ladinar significaba 'expresarse en romance' o 'traducir al romance'. Por otra parte, David M. Bunis enumera los nombres del idioma, que desde la Edad Media los sefardíes han utilizado para referirse a su lengua. Así encontramos nombres tempranos como romance, lengua vulgar, ladino, y spanyol, a los que se añadieron después hakitía en Marruecos y franko, judezmo, jidyó y judyó, lingwa judía, Zudeo-espanyol, Zargón y otros en el Imperio Otomano. En Israel se le llama sobre todo spanyolit, ladino y Zudeo-espanyol, y en otras partes quizás el término más utilizado a nivel popular sea 'ladino', mientras que quienes estudian el idioma suelen preferir 'judeoespañol' o 'judezmo'. Ana Riaño expone el problema de las diversas denominaciones y se inclina por la conveniencia de la denominación de lengua sefardí, del mismo modo que decimos que la lengua de los ingleses es el inglés y no el english. Como propio de la bibliografía académica española queda el vocablo judeoespañol.
Parece apropiado hablar de la lengua sefardí, el sefardí o usar el vocablo judeoespañol y reservar ladino para la lengua de los textos religiosos. Otras denominaciones son interesantes como muestra de las variantes de esta lengua en que aparece el nombre mismo del idioma.
Desde la década de 1960 se ha atribuido al término ladino un nuevo significado. En el Primer simposio de estudios sefardíes en Madrid (1964) Haim Vidal Sephiha proclamó que el ladino no se habla. Este término se ha reservado para el español empleado en las traducciones y libros de carácter religioso. Con su tesis titulada Le ladino. Judéo-espagnol calque (1973) presenta la idea del judeoespañol calco.
Calcar significa "copiar o reproducir algo con gran exactitud y servilismo" y los sinónimos de esta palabra son copiar, reproducir, duplicar, trasladar, plagiar, imitar, repetir. Calco significa "copia que se obtiene calcando". Los judíos españoles en la España medieval tradujeron los textos sagrados hebreos al español y realizaron un tipo de traducción servil, porque no se debe cambiar o transformar de cualquier modo el texto sagrado. Las traducciones al ladino son literales y mantienen todas las características (sobre todo sintácticas) de la lengua original hebrea. A este tipo de traducciones en ladino la escuela de Sephiha le atribuye la denominación de ladino. Sephiha llama al resultado de ese sistema de traducción "lengua calco" o "lengua copia" y para él esa lengua, el ladino, es una lengua diferente de la lengua sefardí normal, que llama judesmo. Con su teoría ha impuesto la diferencia entre dos tipos de judeoespañol, "judeoespañol calco" o ladino y "judeoespañol vernáculo" o judesmo.
Algunas investigaciones de Iacob M. Hassán, Moshe Lazar e Isaac Jerusalmi comprueban que no se debe llamar ladino únicamente a la traducción calco de textos sagrados en lengua romance, sino a todo ladinamiento, todo lo que fue escrito "en cristiano". Hassán argumenta la denominación con el hecho de que el ladino con el sentido de técnica de traducción servil no es una lengua diferente, sino un nivel estilístico de la misma lengua.

En cuanto a los sistemas gráficos, podemos hablar de la utilización de una grafía aljamiada hebraica y una grafía latinada.
Los judíos de España para escribir el romance utilizaron el alfabeto hebreo, el alefato, en su forma manuscrita llamada 'caligrafía rasí'. La palabra rasí se puede escribir con mayúscula, porque es la sigla de las iniciales de Rabbi Shelomo Ishaki, cuyos comentarios se imprimieron con este tipo de letra. “Rasí es alifato hebreo de tipos semicursivos, utilizado frecuentemente para escribir textos sefardíes aljamiados". (Enciclopedia Universal Multimedia, l999/2000). Aquí hay que subrayar el uso de la palabra aljamía que es el nombre que los musulmanes daban a las lenguas de los cristianos peninsulares y se refiere a los textos en romance, pero transcritos con caracteres arábigos o hebreos. Después de la expulsión de 1492 los judíos siguieron utilizando la grafía aljamiada, hasta que los hablantes entraron en contacto con el francés, el italiano, el turco moderno, el inglés y el español a finales del siglo XIX y en el siglo XX, y empezaron a escribir su idioma en el alfabeto latino. En 1928, en Turquía, Mustafa Kemal Atatürk ordenó por ley que la caligrafía árabe tradicional se reemplazara por el alfabeto latino en el turco moderno. Así los judíos empezaron a publicar sus obras en letras latinas. En Salónica los sefardíes siguieron imprimiendo sus publicaciones en caracteres rasíes tradicionales hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando se cerraron las imprentas judías de la ciudad. En Bosnia la lengua sefardí se escribía en aljamía hebraica, pero a partir de 1924 algunas revistas empezaron a utilizar el alfabeto latino, porque había mucha gente que ya no sabía leer los textos aljamiados. También en Bosnia se ha encontrado un documento en que la lengua sefardí está escrita en alfabeto cirílico. La cuestión que se plantea al leer los textos sefardíes aljamiados es si la grafía de una lengua semítica, que no anota las vocales, puede representar adecuadamente todos los sonidos de una lengua romance.
Por otra parte, aunque muchos textos sefardíes están escritos en letras latinas, las transcripciones difieren entre sí. Los que escriben en la lengua sefardí no tienen un sistema unificado para transcribir la lengua en letras latinas y los textos transcritos se distinguen entre un país y otro.
La trascripción de la lengua sefardí sirve para representar por escrito un discurso oral, por ejemplo la lengua sefardí hablada, o transcribir los textos en aljamía hebraica en caracteres latinos.
Hay que tener en cuenta que la comunidad lingüística sefardí está fragmentada y cada fragmento rodeado de una lengua distinta. También esta lengua tiene influencia sobre la elección del sistema de la trascripción de la lengua sefardí. Existen varios sistemas de trascripción (español, francés, hebraico, turco,...). Jacob M. Hassán proponía que la ortografía se basara en lo posible en la del español normativo. La grafía de la lengua sefardí dentro de un contexto de la filología hispánica tiene que estar en concordancia con la tradición de lectura del español y así ser legible y comprensible para un hispanista.

A la hora de investigar la lengua sefardí encontramos varios enfoques. Así Max Leopold Wagner entre 1909 y 1914 publicó su teoría histórica y lingüística sobre los sefardíes. El español hablado por los sefardíes en Oriente fue el de la época de la expulsión, el de fines del siglo XV y de la primera mitad del siglo XVI. El autor enumera rasgos arcaicos de la pronunciación del judeoespañol como la conservación de las consonantes sonoras del antiguo español o la distinción entre el fonema oclusivo bilabial sonoro /b/ y el fricativo bilabial sonoro /v/ sobre todo en posición inicial, según la procedencia latina. También señala la existencia del grupo /dz/, como en  dodze (doce) o tredze (trece). Wagner piensa que los sefardíes de Constantinopla y de Asia proceden, en su mayoría, de las dos Castillas, mientras que los de Macedonia, Grecia, Bosnia, Serbia y parte de Bulgaria fueron principalmente oriundos de Aragón y Cataluña. Wagner distingue dos grupos principales: el occidental (Salónica, Macedonia, Bosnia, Serbia, Bulgaria Occidental) y el oriental (Adrianópolis, Constantinopla, Bursa, Esrnirna, Rodas). Los rasgos principales del grupo occidental son que la /e/ final se pronuncia como /i/,  la /a/ final se pronuncia como una /e/ relajada y se conserva el fonema fricativo labiodental sordo /f/ inicial.
Por otra parte encontramos a la investigadora inglesa Cynthia M. Crews que tuvo la oportunidad de vivir con familias sefardíes, escuchar, aprender y escribir su lengua. Realizó su investigación sobre los sefardíes en los Balcanes en la década de 1930 antes de la Segunda Guerra Mundial. En su tesis publicada en 1935 presentó las características de la lengua sefardí de Constantinopla, Salónica, Bucarest, Bitola y Skopje. Primero presenta una descripción de las características de la variante estudiada y la compara con otros estudios anteriores de este tipo. Como ejemplos del estudio añade textos escritos en la variante examinada. Los textos fonéticamente transcritos son sobre todo cuentos y consejas que ofrecen también muchas posibilidades para un estudio literario.
En un artículo titulado La lengua sefardí, Ana Riaño expone las principales peculiaridades que definen a esta lengua. La base es el habla castellano-andaluza de los siglos XV y XVI. Algunos de sus rasgos están relacionados con el castellano preclásico, como algunos sonidos que se han mantenido en la lengua sefardí, pero no en el español moderno (/S/fricativo postalveolar sordo, /z/ fricativo alveolar sonoro, la conservación de la diferencia entre el sonido oclusivo bilabial sonoro /b/ y el fricativo bilabial sonoro /p/ que a veces se realiza como fricativo labiodental sonoro, etc.). Algunos rasgos han ido más allá de las realizaciones a las que ha llegado el español moderno como por ejemplo el seseo y el yeísmo.
El judeoespañol es una lengua que combina materiales tanto del español medieval (hebreo-arameo, griego y árabe), como de fuentes lingüísticas nuevas con las que los judíos entraron en contacto tras la expulsión: hebreo, árabe, norteafricano, turco, griego, búlgaro, rumano, serbocroata, francés, italiano.
David M. Bunis hace un repaso de las características del judeoespañol en cada período, con ejemplos escritos u orales. Dedica una gran parte a la estructura compositiva del idioma. Dice que el idioma hablado y escrito por los sefardíes en el período moderno se caracteriza por la preservación de elementos medievales, las modificaciones internas y los neologismos y las incorporaciones tomadas de las nuevas fuentes lingüísticas que los judíos encontraron tras dejar España. Según este autor algunos de los fenómenos característicos del habla de los sefardíes se pueden ejemplificar con la terminología de diferentes esferas del vocabulario. Bunis ofrece ejemplos de la terminología contemporánea del cuerpo y sus elementos. Algunas palabras sefardíes son idénticas a sus equivalentes españoles modernos (dedo, palma, garganta, unya, paladal, frente). Los fenómenos del sistema de sonidos, gramática y léxico medievales que ya no se encuentran en el español moderno estándar son: el fonema fricativo labiodental sordo /f/ inicial se conserva; el fonema oclusivo bilabial sonoro /b/ y el fricativo labiodental sonoro /v/ se conservan como fonemas distintos (como en bokal (bocal), vokal (vocal)); se conserva el grupo de consonantes medievales /mb/: lombo (lomo, espalda).
En el transcurso de los siglos los sefardíes en el Imperio Otomano y en el norte de África modificaron algunos de los elementos hispánicos; El /we/ inicial se resuelve en /gwe/: gweso (hueso). Se elimina la /e/ inicial cuando va seguida de /S/ + consonante: spalda (espalda). En lo que concierne la gramática, también hay diferencias entre el habla judía y el español cristiano. Así los sefardíes otomanos utilizan el sufijo /iko/ para el diminutivo, en lugar de los españoles /illo/ e /ito/. En el habla judía las palabras y los sufijos de origen hispánico se combinan a veces para formar nuevas palabras: pecho +la terminación para formar nombres abstractos -dura: petdura (seno, regazo).
En La innovación fonológica del judeoespañol (1992), Ralph Penny trata de explicar la cuestión de los dialectos. La convicción de que el judeoespañol es una mezcla de dialectos le parece imprecisa. Penny formula dos premisas; la primera, que los judíos provenientes de distintas partes de la Península hablaban de distinta manera antes de 1492, y la segunda, que las redes sociales que unían a los judíos antes de 1492 se trastornaron profundamente a raíz de la expulsión. El concepto del judeoespañol como 'mezcla de dialectos' no explicaría la razón por la que algunos elementos de la mezcla sobreviven y otros desaparecen. Penny presenta la teoría de contacto de dialectos del sociolingüista inglés Peter Trudgill con la que argumenta su premisa y enumera los elementos no castellanos del judeoespañol. Los más frecuentes son el yeísmo, el seseo, el zezeo o la aparición del grupo /mb/ en vez de /m/ (como en lombu (lobo), palomba (paloma), etc.)
Basándose en trabajos sociolingüísticos sobre las redes sociales y sus efectos lingüísticos, argumenta que en el caso del judeoespañol la innovación lingüística es observable en los primeros tiempos de la expulsión. Penny enumera como innovaciones la palatalización de la /a/final en /e/ (kaze (casa), meze (mesa)), la pérdida de la /e/ inicial seguida de /S/ +consonante (skalera (escalera), skrivir (escribir), spada (espada), spantarse (espantarse)), la convergencia total de los fonemas vibrante simple alveolar sonoro y vibrante múltiple alveolar sonoro, con pérdida del vibrante (enterarse (enterrarse), fieru-ieru (hierro)), el cambio del nasal alveolar sonoro /n/ inicial en nasal bilabial sonoro /m/ (muzotros (nosotros), mos (nos), muestro (nuestro)), el cierre de la /e/ final en /i/ (tardi (tarde), nochi (noche)), o la metátesis de /rd/ en /dr/, como en akudrarsi (acordarse).
Esas innovaciones "no se observan en ninguna otra variedad del romance hispánico", según Penny, quien las considera debidas al trastorno de las redes sociales a consecuencia de la expulsión de 1492.  

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