sábado, 30 de enero de 2016

Vida, amor y muerte en la poesía de Miguel Hernández




            En la obra de Miguel Hernández destacan tres grandes temas que aparecen expresados en sus versos Llegó con tres heridas:/la del amor, /la de la muerte, / la de la vida. Estos tres temas configuran el universo poético del poeta. Por otra parte, su poesía estará íntimamente ligada a su propia experiencia vital.
            En esta pregunta trataremos cada uno de estos grandes temas en la poesía de Miguel Hernández: el amor y la dicotomía vida/muerte.
            Con respecto al tema del amor, recordemos que en Miguel Hernández hay una estrecha relación entre su biografía amorosa y su obra poética. El poeta oriolano se casó con Josefina Manresa, su gran amor desde joven, y tuvo dos hijos. El primero de ellos murió en octubre de 1938 y el segundo nació en enero de 1939.
            Josefina Manresa no fue su único amor, ya que en su segundo viaje a Madrid Miguel Hernández mantuvo relaciones con Maruja Mallo (que pertenecía al círculo de Pablo Neruda) y en Murcia con María Cegarra, poetisa de La Unión y perteneciente al círculo cartagenero de Carmen Conde. Algunos poemas de El rayo que no cesa podrían estar dedicados a Cegarra, ya que contienen símbolos mineros.
            El amor en la poesía de Miguel Hernández no tiene la intensidad de otros poetas como Pedro Salinas o Pablo Neruda. Aún así, es uno de sus grandes temas permanentes en toda su obra, junto a los otros dos núcleos temáticos que se mencionan en el título de la vida y la muerte. Los poemarios Perito en lunas, El rayo que no cesa y Cancionero y Romancero de ausencias reflejan su trayectoria amorosa.
            En Perito en lunas encontramos poemas influenciados por Góngora y la Generación del 27. En este poemario, Miguel Hernández utiliza un lenguaje hermético donde prima la palabra poética. Las octavas reales que lo componen presentan una pasión amorosa nutrida de representaciones eróticas mediante símbolos de la naturaleza propia del paisaje levantino: palmeras, sandías, higueras,… que son referentes de la vitalidad, la sensualidad y la sexualidad reprimidas. Podemos destacar en este sentido el poema Negros ahorcados por violación.
            El rayo que no cesa, de 1936, es su gran poemario amoroso. Coincide con la publicación de otros poemarios de grandes poetas del amor, como Salinas y Jorge Guillén. Es un momento de máximo esplendor de la lírica amorosa. El amor es para Miguel Hernández el rayo, el cuchillo que provoca la herida y la pena. Estamos ante poemas de desamor.
            En Cancionero y romancero de ausencias abandona el hermetismo de su lírica anterior y opta por la lírica tradicional con estructuras paralelísticas. Empieza a escribirlo en 1939 y lo termina en la prisión de Ocaña, en Toledo. El amor ahora es ausencia. La amada es inalcanzable, recordada y deseada desde la soledad del poeta. La antítesis entre la luz (libertad) y la oscuridad (la cárcel) muestra el deseo insatisfecho del autor.
            En lo que respecta a los temas de la vida y la muerte, debemos recordar que hasta El rayo que no cesa su poesía se impregna de vitalismo y de optimismo, de ahí la presencia de la naturaleza. La muerte que aparece hasta entonces es una muerte literaria, como la del atardecer. Los lugares levantinos de su infancia son exaltados con el animismo o personificación de la naturaleza (como en “la espiga aplaude al día”). En la naturaleza de Miguel Hernández no hay muerte, sino que es una naturaleza contemplada. Cuando el poeta conoce la muerte de forma directa con la pérdida de amigos, familiares y a través de los horrores de la guerra, aparecerá una verdadera relación vida-muerte en su poesía. A partir de entonces concibe la vida como pena, como herida (de ahí su identificación con el símbolo del toro y su destino trágico: “como el toro he nacido para el luto”), aunque aspira a conocer la alegría. Con la muerte de su amigo Ramón Sijé, Miguel Hernández conoce la muerte de cerca y es entonces cuando su poesía se llena de rabia y la vida, desde una concepción quevedesca, se convierte en un morir a cada instante.
            A raíz de la muerte de sus hermanas, de amigos como Sijé y, sobre todo, de su primogénito, junto a la idea de la muerte como consecuencia de la guerra, hablamos de muerte real  en su poesía. Un ejemplo de lo que mencionamos es El tren de los heridos de El hombre acecha y los poemas dedicados a su hijo en Cancionero y romancero de ausencias.
            Cuando pasa la guerra, los poemas se oscurecen con la tristeza. Conoce la cárcel, la soledad, la enfermedad, y esto no provoca en él odio, sino que canta con nostalgia al hijo (en Hijo de la luz) y a la esposa. Es ahora un hombre resignado (como podemos observar en Suave aliento suave) con poemas tiernos y melancólicos. Finalmente vuelve al amor, porque no hay redención si no se ha querido (como en Vuelo). El presentimiento de muerte se hace certeza, y encontramos la imagen manriqueña del mar, que es el morir.

            La poesía de Miguel Hernández, amorosa por excelencia, estuvo llena de vida desde el principio y, poco a poco, se fue llenando también de muerte. Vida y muerte configuraron su biografía y su producción literaria hasta que el 28 de marzo de 1942 la muerte venció a la vida y al amor. Sin embargo, Miguel Hernández siguió vivo en sus poemas, a los que nunca renunció, ni cuando le regalaron la libertad a cambio (Mañana no seré yo: / otro será el verdadero. / Y no seré más allá/ de quien quiera su recuerdo).

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