domingo, 9 de octubre de 2016

De armas y letras




            La literatura y la milicia han mantenido a lo largo del tiempo una fructífera relación. Las armas son la acción y las letras, el pensamiento. Ambos oficios, el de la literatura y el de las armas, eran dignas de un caballero. Este tópico fue conocido anteriormente como sapientia et fortitudo (sabiduría y valor).
A partir del Renacimiento, se armonizó la idea del poeta-soldado. Uno de los puntos de arranque del tema que tratamos y un momento de inflexión (recordemos que en la Edad Media encontramos representantes de este tópico) fue El Cortesano (1528) de Castiglione, traducido al español por Boscán en 1534. En el capítulo IX (que lleva como subtítulo Cómo al perfecto cortesano le conviene ser ornado y ataviado en el ánima como en el cuerpo, y qué ornato debe ser este), Castiglione asegura que las letras dan la inmortalidad como testimonio y fuente de conocimiento. El cortesano debía conocer el latín y el griego, leer poesía y oratoria y practicar la escritura, aunque no se le diera bien.
De la concepción del saber como deleite, se pasó a tener muy en cuenta este aspecto en la formación de un caballero.
            Antes de hacer un repaso de autores de la literatura en español que caben en este tópico, podríamos recordar dos fragmentos donde es posible hallar esta lucha del ser humano entre su pensamiento (las letras) y su capacidad de acción (las armas). El primero de ellos es un soliloquio de Hamlet, el personaje de Shakespeare que reflexiona sobre el conflicto entre mantenerse pasivo frente a una situación que le afecta y el inicio de acciones que solucionen su problema:
Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas, de mayores alientos e importancia, por esta consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción.
            El segundo fragmento pertenece a El ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha de Cervantes:
 “… rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama”.
            Entre los autores que cumplían esta doble condición de soldado y escritor podemos mencionar a don Juan Manuel, el Marqués de Santillana, Jorge Manrique, Alvar Núñez de Vaca, Bernal Díaz del Castillo, Garcilaso de la Vega, Alonso de Ercilla, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, José Cadalso, el Duque de Rivas, Rafael García Serrano y Miguel Hernández.
            Don Juan Manuel (1282-1348) vivió en una época agitada, en la que se sucedían las disputas políticas entre Castilla y Aragón, al tiempo que avanzaba la Reconquista. El autor se vio implicado en disputas de alto nivel. Su periodo más guerrero se produce a partir de 1327, cuando su padre se declara en rebeldía contra el rey Alfonso XI. Don Juan Manuel acabará ayudando al rey en la Batalla de Salado de 1340 y en el sitio de Algeciras de 1344. Desde entonces hasta su muerte se dedica plenamente a la literatura.
            La obra más importante de don Juan Manuel es El Conde Lucanor, de 1335, en el que resulta muy interesante el prólogo general del autor:
Este libro hizo don Juan, hijo del muy noble infante don Manuel, deseando que los hombres hiciesen en este mundo tales obras que les fuesen aprovechamiento de las honras y de las haciendas y de sus estados, y fuesen más allegados a la carrera en la cual pudiesen salvar las almas. Y puso en él los ejemplos más provechosos que él supo de las cosas que acaecieron, para que los hombres puedan hacer esto que dicho es. Y será maravilla si de cualquier cosa que acaezca a cualquier hombre no se halla en este libro su semejanza en lo que acaeció a otro.
[…] Y los libros que él hizo son éstos, los cuales él ha hecho hasta aquí: La crónica abreviada, El libro de los sabios, El libro de la caballería, El libro del infante, El libro del caballero y del escudero, El libro del conde, El libro de la caza, El libro de las máquinas de guerra, El libro de los cantares. Y estos libros están en el monasterio de los frailes predicadores, que él hizo en PeñafielPero, una vez que hayan visto los libros que él hizo, por las menguas que en ellos hallen, no echen la culpa a la su intención, sino échenla a la mengua de su entendimiento, por la cual se atrevió a entremeterse a hablar de tales cosas. Pero Dios sabe que lo hizo con la intención de que se aprovechasen de lo que él diría a las gentes que no fuesen muy letradas ni muy sabedoras. Y por ende hizo todos los sus elogios en romance; y esto es señal cierta de que los hizo para los legos y de no muy gran saber.
[…] Por ende, yo, don Juan, hijo del infante don Manuel, adelantado mayor de la frontera y del reino de Murcia, hice este libro compuesto con las más hermosas palabras que yo pude, y entre las palabras metí algunos ejemplos de que se podrían aprovechar los que los oigan. 
[…] Y pues el prólogo está acabado, de aquí adelante comenzaré la materia del libro, a manera de un gran señor que hablaba con su consejero. Y decían al señor, conde Lucanor, y al consejero, Patronio.

            El Marqués de Santillana (1398-1458) fue un hombre influyente en la política del siglo XV. España vivía entonces inmersa en la lucha de tres reinos: Navarra, Castilla y Aragón. Fiel al rey Juan II, consiguió su título tras la primera batalla de Olmedo de 1445. Participó también en el sitio de Torija, en la invasión de Aragón y en la conquista de Huelma. Su pasión por las letras le llevó a reunir una notable biblioteca y a escribir una extensa obra poética, centrada en serranillas, dezires y canciones.
Santillana, desde el reino de Castilla, cantó la derrota en Ponza frente a los genoveses de Alfonso V de Aragón como un golpe justo de fortuna ante los que consideraba peligros de la expansión aragonesa:
«Ca d'otra menra los unos serían
 monarcas del mundo e grandes señores,
 e otros languiendo de fambre morrían»

A partir de la toma definitiva de Nápoles en 1443, se lamentaría el Marqués de Santillana en un soneto de que las hazañas del rey no hubieran sido debidamente cantadas por cronistas ni poetas:
Calla la pluma e luce la espada
en vuestra mano, rey muy virtüoso;
vuestra excelencia non es memorada
e Calíope fuelga e ha reposo.
Yo plango e lloro non ser comendada
vuestra eminencia e nombre famoso,
e redarguyo la mente pesada
de los vivientes, non poco enojoso;
porque non cantan los vuestros loores
e fortaleza de memoria digna,
a quien se humilian los grandes señores,
a quien la Italia soberbia se inclina.
Dejen el carro los emperadores
a la vuestra virtud cuasi divina.

            Jorge Manrique (1440-1479) es un ejemplo claro de soldado y poeta. Tres hechos marcan la historia durante esta época: el final de la guerra de los cien años, el inicio de la guerra de las dos rosas en Inglaterra y la caída de Constantinopla en 1453. El matrimonio de los Reyes Católicos se produce en 1475. Jorge Manrique luchó al servicio de la reina Isabel, también al de su padre, al que dedicó las Coplas.

El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos y aflicciones
contra moros.

Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramasteis
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganasteis
por las manos;
y con esta confianza
y con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que esta otra vida tercera
ganaréis."

No tengamos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura.

            Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1507-1559) fue descubridor y defensor de los indígenas de América. Era también escritor y nos acercó a su obra a través de sus Naufragios y comentarios. Tras ser esclavo de los seminolas y los sioux, fue tenido por chamán por pueblos de Nuevo México.
[…] bien pensé que mis obras y servicios fueran tan claros y magnificentes como fueron los de mis antepasados y que no tuviera yo necesidad de hablar para ser contado entre los que con entera fe y gran cuidado administran y tratan los cargos de vuestra majestad y les hace merced.
 Habla de muchas y muy extrañas tierras que anduve perdido y en cueros/ pudiese saber y ver ansí en el sitio de las tierras y provincias y distancias de ellas/  cómo en los mantenimientos y animales que en ellas se crían/ y las diversas costumbres de muchas y muy bárbaras naciones...
           
            Bernal Díaz del Castillo (nacido entre 1492 y 1498 y muerto en 1584) se unió a la expedición de Hernán Cortés como soldado y fue el cronista del hecho en Historia verdadera de la conquista de Nueva España (cuya redacción comenzó treinta años después de los hechos narrados). La importancia de esta obra radica en la trascendencia de lo que allí ocurría, así como en el escenario en el que se encontraban, dado la cercanía del autor con lo que narraba. En ella además encontramos un retrato directo de cada personaje (Cortés, Moctezuma, Cuautemoc, etc.), así como descripciones de elementos como el gigantesco Popocatepetl, en cuyo cráter entraron para conseguir azufre:
            “Y todavía Diego de Ordaz con sus dos compañeros fue su camino hasta llegar arriba y los indios que iban en su compañía se le quedaron en lo bajo, que no se atrevieron a subir que comenzó el volcán a echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio quemadas y livianas y mucha ceniza y temblaba toda aquella sierra y montaña adonde está el volcán y questuvieron quedos sin dar más paso adelante hasta que de ahí a una hora sintieron que había pasado aquella llamarada y no echaba tanta ceniza ni humo, y que subieron hasta la boca, que era redonda y que habría en el anchor un cuarto de legua y que desde allí parescía la gran ciudad de México y toda la laguna y todos los pueblos questan en ella poblados…” (Capítulo LXXXVIII). 

            Garcilaso de la Vega (1501-1536) estuvo al servicio de Carlos I y luchó en la guerra de las Comunidades. Es la época de la expansión del imperio. Murió tras ser herido en el asalto de una fortaleza en Le Muy y dejó como legado su producción de églogas, elegías, canciones, epístolas y sonetos. Además influyó de manera notable en poetas posteriores.
"Si de mi baja lira
tanto pudiese el son, que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento,
y la furia del mar y el movimiento;
y en ásperas montañas
con el suave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese
y al son confusamente los trajese;
no pienses que cantado
sería de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido;
ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes,
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados.
Mas solamente aquella
fuerza de tu beldad sería cantada,
y alguna vez con ella
también sería notada
el aspereza de que estás armada"...

            Alonso de Ercilla (1533-1594) viajó por Italia, Flandes e Inglaterra con Felipe II. Se embarcó hacia América en 1555 y allí los araucanos inspiran su obra cumbre, el poema épico de 37 cantos titulado La Araucana.
Chile, fértil provincia y señalada
en la región Antártica famosa,
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal y poderosa;
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida.

Es Chile norte sur de gran longura,
costa del nuevo mar, del Sur llamado;
tendrá del este a oeste de angostura
cien millas, por lo más ancho tomado;
bajo del polo Antártico en altura
de veinte y siete grados, prolongado
hasta do el mar océano y chileno
mezclan sus aguas por angosto seno.

Y estos dos anchos mares, que pretenden,
pasando de sus términos, juntarse,
baten las rocas y sus olas tienden,
mas es les impedido al allegarse;
por esta parte al fin la tierra hienden
y pueden por aquí comunicarse:
Magallanes, señor, fue el primer hombre
que, abriendo este camino, le dio nombre.

            Miguel de Cervantes (1547-1616) es uno de los más importantes escritores de la historia de la literatura. El 7 de octubre de 1571 participó en la batalla de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, según sus propias palabras. Era integrante de la armada Cristiana liderada por don Juan de Austria. Recibió dos arcabuzazos en el pecho y uno en la mano izquierda. Se dedicó a la literatura a partir de 1585, tras regresar a España, fecha en que se publica La Galatea.
            En la primera parte del Quijote, en el capítulo XXXVIII aparece el discurso de las armas y las letras que pronuncia el personaje:
—Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado, y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con solo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche para restaurarse de todas estas incomodidades en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de estrecha: que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas. Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recebir el grado de su ejercicio: lléguese un día de batalla, que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo que quizá le habrá pasado las sienes o le dejará estropeado de brazo o pierna. Y cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda habéis de responder que no tienen comparación ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. Todo esto es al revés en los letrados, porque de faldas (que no quiero decir de mangas) todos tienen en qué entretenerse. Así que, aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto se puede responder que es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, porque a aquellos se premian con darles oficios que por fuerza se han de dar a los de su profesión, y a estos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven, y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a éstas adherentes, que en parte ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante, en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida. Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado que, hallándose cercado en alguna fuerza y estando de posta o guarda en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Solo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. Y si este parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas no le queda al soldado más espacio del que concede dos pies de tabla del espolón; y con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno, y con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar: que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si este también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido, que tanto seré más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos.

Podríamos recordar algunas obras que influyeron en el discurso sobre las armas y las letras del Quijote, como la Silva de varia lección, de Pedro de Mexía (1540) o el Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam (1511).

Lope de Vega (1562-1635) fue militar, aunque tuvo escasa fortuna en esa carrera. Se alistó en la expedición de la conquista de la isla Terceira de las Azores en 1583 y estuvo en el galeón San Juan de la Armada Invencible. La época en que vivió Lope se caracteriza por el esplendor literario, pero también por la decadencia política y el fin de la supremacía española con la derrota de la Armada Invencible.
En la Dragontea, en el Canto II, Lope describe la vertiginosa actividad en el puerto inglés antes de la partida de Drake:
Húndese el puerto de contento y grita:
éste calafatea, aquél enjarcia,
cuál lastra, carga, sube, pone y quita
la vela nueva o la defensa marcia.
Éste el bizcocho, el agua solicita,
repara el árbol o la rota jarcia;
aquél, salada carne guarda en partes,
para el viernes mejor que para el martes.

Lope emplea repeticiones anafóricas en un escenario bélico:
A cuál derriba el brazo, a cuál la pierna
el valiente Quiñones encendido;
a cuál envía a la prisión eterna
de una punta de puño el pecho herido;
a cuál que sube arroja y desgobierna
casi a los brazos cuerpo a cuerpo asido
.

En su poesía, Lope recuerda la riqueza de acciones heroicas de las armas del reino:
¡Oh patria, cuántos hechos, cuántos nombres,
cuántos sucesos y victorias grandes,
cuántos ilustres y temidos hombres
de mar y tierra, en Indias, Francia y Flandes.

            Pedro Calderón de la Barca (1601-1681) fue soldado en su juventud y sacerdote en la vejez. Se alistó bajo las banderas del duque de Alba y estuvo en Flandes y en Italia. En España participó en Fuenterrabía y en la Guerra de Cataluña. A partir de 1642 se retiró como militar y cultivó más su vida literaria. De 1650 son los versos que siguen:
Este ejército que ves
vago al yelo y al calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que él adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira como procede.
Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado
tiene mejor cualidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho
no adorna el vestido el pecho
que el pecho adorna al vestido.
Y así, de modestia llenos,
a los más viejos verás
tratando de ser lo más
y de aparentar lo menos.
Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.
Aquí, en fin, la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la firmeza, la lealtad,
el honor, la bizarría,
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados;
que en buena o mala fortuna
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.

            El escritor ilustrado y militar José Cadalso (1741-1782) vivió en la época del Despotismo Ilustrado, con la centralización del poder. Afín a las reformas de los ilustrados, vivió el Motín de Esquilache, donde salvó la vida al conde de O’Reilly. Sus dos obras clave son Cartas Marruecas y Noches lúgubres. A continuación recogemos un fragmento de la carta XXVIII, de Ben Beley a Gazel, donde trata del cultivo de las armas y las letras:
He leído muchas veces la relación que me haces de esas especies de locura que llaman deseo de la fama póstuma. Veo lo que me dices del exceso de amor pro­pio, de donde nace esa necedad de querer un hombre sobrevivirse a sí mismo. Creo, como tú, que la fama póstuma de nada sirve al muerto, pero puede servir a los vivos con el estímulo del ejemplo que deja el que ha fallecido.  Tal vez éste es el motivo del aplauso que logra.
En este supuesto, ninguna fama postuma es apreciable sino la que deja el hombre de bien. Que un guerrero transmita a la posteridad la fama de conquistador, con monumentos de ciudades  asaltadas, naves incendiadas, campos desbaratados, provincias despobladas, ¿qué ven­tajas producirá su nombre? Los siglos venideros sabrán que hubo un hombre que destruyó medio millón de hermanos suyos;  nada más.  Si  algo más  se produce de esta inhumana noticia, será tal vez enardecer el tierno pecho de algún joven príncipe; llenarle la cabeza de am­bición y el corazón de dureza; hacerle dejar el gobierno de su pueblo y descuidar la administración de la justicia para ponerse a la cabeza de cien mil hombres que espar­zan el terror y llanto por todas las provincias vecinas. Que un sabio sea nombrado con veneración por muchos siglos, con motivo de algún descubrimiento nuevo en las que se llaman ciencias, ¿qué fruto sacarán los hom­bres? Dar motivo de risa a otros sabios posteriores, que demostrarán ser engaño lo que el primero dio por punto evidente; nada más. Si algo más sale de aquí, es que los hombres se envanezcan de lo poco que saben, sin considerar lo mucho que ignoran.  
La fama póstuma del justo y bueno tiene otro mayor y mejor influjo en los corazones de los hombres, y puede causar superiores efectos en el género humano. Si nos hubiésemos aplicado a cultivar la virtud tanto como las armas y las letras, y si en lugar de las historias de los guerreros y los literatos se hubiesen escrito con exactitud las vidas de los hombres buenos, tal obra, ¡cuánto más provechosa sería! Los niños en las escuelas, los jue­ces en los tribunales, los reyes en los palacios, los pa­dres de familia en el centro de ellas, leyendo pocas hojas de semejante libro, aumentarían su propia bondad y la ajena, y con la misma mano desarraigarían la propia y la ajena maldad.

            Ángel Saavedra, el Duque de Rivas (1791-1865) fue soldado y poeta a la vez. Participó en la Guerra de la Independencia. Herido en Ocaña, escribió mientras se recuperaba un romance:
Con once heridas mortales,
hecha pedazos la espada,
el caballero sin aliento
y perdida la batalla,
manchado de sangre y polvo,
en noche oscura y nublada,
en Ontígola vencido
y deshecha mi esperanza,
casi en brazos de la muerte
el laso potro aguijaba
sobre cadáveres yertos
y armaduras destrozadas.

Y por una oculta senda
que el Cielo me depara,
entre sustos y congojas
llegar logré a Villacañas.

La hermosísima Filena,
de mi desastre apiadada,
me ofreció su hogar, su lecho
y consuelo a mis desgracias.

Registróme las heridas,
y con manos delicadas
me limpió el polvo y la sangre
que en negro raudal manaban.

Curábame las heridas,
y mayores me las daba;
curábame el cuerpo,
me las causaba en el alma.

Yo, no pudiendo sufrir
el fuego en que me abrazaba,
díjele; "Hermosa Filena,
basta de curarme, basta.

Más crueles son tus ojos
que las polonesas lanzas:
ellas hirieron mi cuerpo
y ellos el alma me abrasan.

Tuve contra Marte aliento
en las sangrientas batallas,
y contra el rapaz Cupido
el aliento ahora me falta.

Deja esa cura, Filena;
déjala, que más me agrabas;
deja la cura del cuerpo,
atiende a curarme el alma".

            Entre otros cargos, fue director de la Real Academia.

            Ya en el siglo XX encontramos autores como Rafael García Serrano (1917-1988), perteneciente a la generación literaria falangista. Su vida estuvo marcada por la guerra civil española. Su prosa se caracteriza por la búsqueda de un tono épico y el intento de teñirla de cierto humanismo.
«Yo sirvo en la literatura como serviría en una escuadra. Con la misma intensidad y el mismo objetivo. Cualquier otra cosa me parecería una traición».

Destaca sin duda en el siglo XX y a propósito de este tópico de armas y de letras la figura de Miguel Hernández (1910-1942). Durante la guerra civil española tomó partido por la República y estuvo como voluntario en el 5º Regimiento. Fue principalmente poeta, pero no hay que olvidar que realizó algunos textos en prosa, como El gorrión y el prisionero, cuento que quedó inconcluso:
- ¿Cómo se atreves a llegar hasta aquí, gorrión loco?
- Pío, pío, pío.
- ¿No te da miedo la prisión, no temes la mano del hombre, gorrión feliz?
- Pío, pío, pío.
- ¿No te has visto en la jaula jamás, gorrión sin pensamiento? Viéndote así, tan jovial, tan ligero, tan pequeño, me acuerdo de mi hijo.
- Pío, pío, pío.
- Oye, si sabes oír - continuó el preso -. Al cabo de un día y una noche me voy a morir. Me matarán. Dicen que soy una mala persona y que es preciso que muera. No sé qué habré hecho. Ni en sueños ni despierto me acuerdo de haber sembrado ni cosechado el mal. Sólo una mujer pudiera salvarme, pero su casa está lejos de aquí, en la región más soleada de estas tierras. Y habría de recorrerse mucha distancia y mucho pío para llegar hasta ella. Si tú pudieras llegar... Pero sólo hay un día y una noche de tiempo... Mañana no viviré... Lo siento por mi hijo ¡Quién tuviera tus alas, gorrión loco!
- Pío, pío, pío - repetía Pío-Pa -. Y entró de un salto en la celda y se posó sobre el hombre del preso. Adivinó el hombre con asombro que el ave le comprendía, y no se hubiera asombrado si supiera que un gorrión rodado sabe más que una rata de cárcel. Se proveyó al instante de lápiz y papel, que tenía consigo, y escribió de prisa unas cortas letras. En seguida buscó algo con que atar el papel, y hubo de desgarrar la tela de su camisa, y con un girón de la misma anudó el papel al cuello de Pío-Pa, que no cesaba de insistir en su pío, pío, pío.
- Adiós, gorrión loco. ¿Sabrás llegar hasta la mujer que [ilegible]? En la región más soleada de esta tierra, en una casa pintada de azul y blanco con una palmera y el mar a la puerta vive. ¿Llegarás hoy? ¿Volverás antes de mañana con mi salvación? Ya sabes que estoy destinado a morir cuando nazca el alba del nuevo día si no estás aquí a esa hora. Ya sabes.

            Aunque no debemos olvidar poemas como el siguiente:
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo sostiene.

Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.

Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.

Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.

Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué comer,
y el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse:
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.

Aunque le faltan las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.
Bravo como el viento bravo,
leve como el aire leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
y el vientre de tus mujeres.
No te hieran por la espalda,
vive cara a cara y muere
con el pecho ante las balas,
ancho como las paredes.

Canto con la voz de luto,
pueblo de mí, por tus héroes:
tus ansias como las mías,
tus desventuras que tienen
del mismo metal el llanto,
las penas del mismo temple,
y de la misma madera
tu pensamiento y mi frente,
tu corazón y mi sangre,
tu dolor y mis laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me parece.

Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.


            Los autores mencionados son solo una muestra del tópico de las armas y las letras. Por supuesto podríamos recordar a otros como Pero López de Ayala, Hernando del Pulgar, Gutierre de cetina, Bernardino de Mendoza, Hernando de Acuña o Dionisio Ridruejo.

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