En
casi todos los artículos que conforman la obra Castilla aparece un personaje con unas características físicas y
psicológicas muy destacadas. En unos casos es un personaje literario, en otras
una invención del autor. Y en todos los casos podríamos decir que se trata de
Azorín “disfrazado”.
En
Castilla, como en otras obras del 98,
el autor trata de desvelar lo auténticamente español (lo castizo) a través del
paisaje, la historia y la literatura. Históricamente, un hidalgo pertenecía a
la baja nobleza y gozaba, por tanto, de una serie de privilegios que lo
distanciaban del pueblo llano. Pero también, en la mayoría de los casos, su
“sangre azul” le traía más perjuicio que beneficio, pues estaba sometido a un código
de comportamiento que no solía corresponderse con su situación económica. Estos
hidalgos que pueblan las obras de los Siglos de Oro (los más célebres son el
tercer amo de Lázaro de Tormes y Alonso Quijano, el inmortal don Quijote)
representan los tópicos más puros de ese espíritu español que busca Azorín:
-
El afán de aparentar lo que no se es, con la
connotación de hipocresía: el amo de Lázaro ruega a este que, cuando mendigue,
nadie sepa que está a su servicio.
-
La penuria económica: un noble no podía trabajar con
sus manos porque iba en contra de las leyes del honor. A lo más que se atrevía
el mísero hidalgo del Lazarillo era a ser ayuda de cámara de otro noble de
rango superior.
-
Una característica positiva que hace de estos hidalgos
unos personajes entrañables es lo que de hecho llamamos “hidalguía”, su forma
de tratar a los inferiores (ya sean criados o escuderos). Hablan con ellos, los
respetan. En ningún caso estos criados son víctimas del maltrato físico o
psicológico por parte de sus amos, comparten con ellos comida (cuando la hay) y
conversación, y son ellos, los aparentemente más débiles, los que se encargan
de proteger y alimentar al orgulloso señor sin herir en ningún momento este
orgullo, aceptándolos y apiadándose de ellos.
Todas
estas características no se circunscriben a la literatura del Siglo de Oro,
también las encontramos en los personajes de la novela realista de Galdós (como
en Miau y Misericordia) y en toda la literatura española.
Las
características psicológicas apuntadas tienen su reflejo en el aspecto físico:
la “hidalguía” en el porte majestuoso, en la forma de caminar, de vestir, de
hablar… La miseria en el rostro demacrado, acentuado todo ello por los ropajes,
habitualmente negros.
No
solo es este un personaje en literatura, también en pintura, arte que fascina a
Azorín y que no duda en incluir en Castilla.
Así, en Lo fatal, mediante un hermoso
juego de ingenio, identifica al hidalgo del Lazarillo con el anónimo Caballero de la mano en el pecho del
Greco.
También
aparece otro pintor del Siglo de Oro y su obra más conocida, Velázquez y Las Meninas. La puerta de cuarterones
que hay en el fondo del cuadro se hace real en la casa imaginaria de Calisto y
Melibea; el cuadro completo decora el estudio del erudito ciego de La casa cerrada.
En Lo fatal encontramos al hidalgo por
antonomasia. De él dice el propio Azorín en otro artículo que es “el representante del espíritu español más
puro”. La primera parte del artículo nos presenta a los personajes y el
espacio que conocemos sobradamente: Lázaro, el hidalgo y la casa que ambos
comparten en Toledo. Con unos pocos trazos el autor nos da todos los detalles,
tanto físicos como psicológicos de los personajes. Lo que sigue es recreación
de Azorín. Nos traslada a Valladolid. El hidalgo ha prosperado. Tiene todo,
excepto salud. Su insomnio lo relaciona con otro personaje literario, el
caballero presa de la angustia que percibimos en un soneto de Góngora. Una
característica que comparten muchos de los personajes incluidos en Castilla es “la vuelta”, el retorno a
los orígenes (La casa cerrada, Una flauta
en la noche, La fragancia del vaso, Cerrera, Cerrera). También nuestro
hidalgo regresa a Toledo. Quiere saber qué ha sido de su antiguo criado. Han
pasado dieciocho años (los mismos que tiene la hija de Calisto y Melibea) y
Azorín no nos dice nada de si la encuentra o no. El lector sabe que Lázaro está
en Toledo y que, al igual que su antiguo amo, ya no sufre penurias económicas,
pero también (como él) ha tenido que pagar un precio a cambio de la tranquilidad
económica. Lázaro y el hidalgo son, pues, prototipos de la literatura española
y universal, opuestos y complementarios.
Y si bien es
en Lo fatal donde mejor definido
aparece este “tipo” literario, siguen apareciendo “caballeros” en el resto de
la obra.
En Cerrera, cerrera el protagonista es
también un hidalgo del Siglo de Oro tomado por Azorín de una obra de Cervantes,
el entremés La tía fingida. Una nueva
característica es que este hidalgo solitario ha disfrutado de un matrimonio más
o menos feliz en sus primeros años, pero en su madurez y vejez se ve abocado a
la soledad y a la melancolía. Es asimismo un hombre contemplativo. También vive
en una “vieja ciudad”, también abandona su pueblo natal, regresa a él y torna a
abandonarlo. Es un destierro voluntario, si queremos, pero que lo identifica al
latino Ovidio, a Garcilaso, al romano que conocimos en los antiguos baños de
León. Al final del artículo otro dato nos acerca todavía más a esta idea: el
hidalgo ha sido visto en Italia.
Como
conclusión, reiteramos que este hidalgo castellano “representativo del espíritu español más puro”, con sus
contradicciones, con su carácter complejo, es el propio Azorín, la
representación literaria del hombre español, de su sufrimiento, de su
decadencia, condenado a no encontrar el equilibrio en épocas convulsas, pero al
mismo tiempo, de la búsqueda de soluciones, de la esperanza, a pesar de su
inherente “dolorido sentir”.
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