miércoles, 12 de octubre de 2016

El hidalgo castellano en “Castilla” de Azorín





            En casi todos los artículos que conforman la obra Castilla aparece un personaje con unas características físicas y psicológicas muy destacadas. En unos casos es un personaje literario, en otras una invención del autor. Y en todos los casos podríamos decir que se trata de Azorín “disfrazado”.
            En Castilla, como en otras obras del 98, el autor trata de desvelar lo auténticamente español (lo castizo) a través del paisaje, la historia y la literatura. Históricamente, un hidalgo pertenecía a la baja nobleza y gozaba, por tanto, de una serie de privilegios que lo distanciaban del pueblo llano. Pero también, en la mayoría de los casos, su “sangre azul” le traía más perjuicio que beneficio, pues estaba sometido a un código de comportamiento que no solía corresponderse con su situación económica. Estos hidalgos que pueblan las obras de los Siglos de Oro (los más célebres son el tercer amo de Lázaro de Tormes y Alonso Quijano, el inmortal don Quijote) representan los tópicos más puros de ese espíritu español que busca Azorín:
-         El afán de aparentar lo que no se es, con la connotación de hipocresía: el amo de Lázaro ruega a este que, cuando mendigue, nadie sepa que está a su servicio.
-         La penuria económica: un noble no podía trabajar con sus manos porque iba en contra de las leyes del honor. A lo más que se atrevía el mísero hidalgo del Lazarillo era a ser ayuda de cámara de otro noble de rango superior.
-         Una característica positiva que hace de estos hidalgos unos personajes entrañables es lo que de hecho llamamos “hidalguía”, su forma de tratar a los inferiores (ya sean criados o escuderos). Hablan con ellos, los respetan. En ningún caso estos criados son víctimas del maltrato físico o psicológico por parte de sus amos, comparten con ellos comida (cuando la hay) y conversación, y son ellos, los aparentemente más débiles, los que se encargan de proteger y alimentar al orgulloso señor sin herir en ningún momento este orgullo, aceptándolos y apiadándose de ellos.
            Todas estas características no se circunscriben a la literatura del Siglo de Oro, también las encontramos en los personajes de la novela realista de Galdós (como en Miau y Misericordia) y en toda la literatura española.
            Las características psicológicas apuntadas tienen su reflejo en el aspecto físico: la “hidalguía” en el porte majestuoso, en la forma de caminar, de vestir, de hablar… La miseria en el rostro demacrado, acentuado todo ello por los ropajes, habitualmente negros.
            No solo es este un personaje en literatura, también en pintura, arte que fascina a Azorín y que no duda en incluir en Castilla. Así, en Lo fatal, mediante un hermoso juego de ingenio, identifica al hidalgo del Lazarillo con el anónimo Caballero de la mano en el pecho del Greco.


También aparece otro pintor del Siglo de Oro y su obra más conocida, Velázquez y Las Meninas. La puerta de cuarterones que hay en el fondo del cuadro se hace real en la casa imaginaria de Calisto y Melibea; el cuadro completo decora el estudio del erudito ciego de La casa cerrada.


En Lo fatal encontramos al hidalgo por antonomasia. De él dice el propio Azorín en otro artículo que es “el representante del espíritu español más puro”. La primera parte del artículo nos presenta a los personajes y el espacio que conocemos sobradamente: Lázaro, el hidalgo y la casa que ambos comparten en Toledo. Con unos pocos trazos el autor nos da todos los detalles, tanto físicos como psicológicos de los personajes. Lo que sigue es recreación de Azorín. Nos traslada a Valladolid. El hidalgo ha prosperado. Tiene todo, excepto salud. Su insomnio lo relaciona con otro personaje literario, el caballero presa de la angustia que percibimos en un soneto de Góngora. Una característica que comparten muchos de los personajes incluidos en Castilla es “la vuelta”, el retorno a los orígenes (La casa cerrada, Una flauta en la noche, La fragancia del vaso, Cerrera, Cerrera). También nuestro hidalgo regresa a Toledo. Quiere saber qué ha sido de su antiguo criado. Han pasado dieciocho años (los mismos que tiene la hija de Calisto y Melibea) y Azorín no nos dice nada de si la encuentra o no. El lector sabe que Lázaro está en Toledo y que, al igual que su antiguo amo, ya no sufre penurias económicas, pero también (como él) ha tenido que pagar un precio a cambio de la tranquilidad económica. Lázaro y el hidalgo son, pues, prototipos de la literatura española y universal, opuestos y complementarios.
Y si bien es en Lo fatal donde mejor definido aparece este “tipo” literario, siguen apareciendo “caballeros” en el resto de la obra.
En Cerrera, cerrera el protagonista es también un hidalgo del Siglo de Oro tomado por Azorín de una obra de Cervantes, el entremés La tía fingida. Una nueva característica es que este hidalgo solitario ha disfrutado de un matrimonio más o menos feliz en sus primeros años, pero en su madurez y vejez se ve abocado a la soledad y a la melancolía. Es asimismo un hombre contemplativo. También vive en una “vieja ciudad”, también abandona su pueblo natal, regresa a él y torna a abandonarlo. Es un destierro voluntario, si queremos, pero que lo identifica al latino Ovidio, a Garcilaso, al romano que conocimos en los antiguos baños de León. Al final del artículo otro dato nos acerca todavía más a esta idea: el hidalgo ha sido visto en Italia.

Como conclusión, reiteramos que este hidalgo castellano “representativo del espíritu español más puro”, con sus contradicciones, con su carácter complejo, es el propio Azorín, la representación literaria del hombre español, de su sufrimiento, de su decadencia, condenado a no encontrar el equilibrio en épocas convulsas, pero al mismo tiempo, de la búsqueda de soluciones, de la esperanza, a pesar de su inherente “dolorido sentir”.

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