viernes, 9 de diciembre de 2016

Poesía española en la segunda mitad del siglo XX (cronología)




            En 1944 Dámaso Alonso publica Hijos de la ira, una obra de corte existencial en verso libre, que tuvo una gran influencia en los poetas jóvenes como Leopoldo Panero, Luis Rosales y Felipe Vivanco. Fue considerada el inicio de la “poesía desarraigada”.
            Luis Rosales publica en 1949 el poema unitario en verso libre La casa encendida. El poeta entremezcla en esta obra lirismo y narración, existencialismo e imaginación.
            En 1950 Blas de Otero publica su segundo poemario, Ángel fieramente humano, en el que se empieza a insinuar la preocupación social. En 1955 publica el poemario Pido la paz y la palabra, obra clave en su evolución, ya que por primera vez sus versos abordan directamente la realidad social y el compromiso político que lo convertirán en uno de los poetas más leídos del momento.
            En 1952 José Hierro publica su poemario Quinta del 42, un libro intimista, en el que comienza la exploración de la vía solidaria.
            Con solo 19 años, Claudio Rodríguez obtiene el premio Adonais en 1953 con el poemario Don de la ebriedad, reflejo de su adolescencia.
            Gabriel Celaya publica en 1955 el poemario Cantos íberos, que ha sido considerada “biblia” de la poesía social. Celaya se integra en la estética del compromiso.
Jaime Gil de Biedma publica en 1959 Compañeros de viaje, su primer poemario importante. Formó parte de la llamada escuela de Barcelona junto con Carlos Barral y José Agustín Goytisolo. A pesar de su escasa obra, es el poeta de la generación de los 50 que más ha influido en las generaciones posteriores. Publicó el Diario de un artista seriamente enfermo (1974) sobre su convalecencia de una tuberculosis. El libro reapareció póstumamente con el título de Retrato del artista en 1956 (1991) en su versión íntegra. En 1975 recoge toda su poesía en Las personas del verbo y declara que da por concluida su carrera como escritor. Sus poemas recrean la biografía del autor, sus experiencias cotidianas y la realidad social (los años del franquismo) en la que vivió. Celebran el hedonismo y las borracheras, cantan a los cuerpos deseados y reflexionan sobre el paso del tiempo. Todo ello con una solvente utilización de registros coloquiales y discursivos introducidos en estructuras métricas impecables.
El debutante Francisco Brines gana en 1959 el premio Adonais con su poemario Las brasas. En su escritura el poeta tiende a un equilibrio clásico y a un tono melancólico, que intenta dominar la angustia ante la muerte mediante la asunción con serenidad de lo inevitable. Recibe influencias de Cernuda, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado.
En 1965 Ángel González publica el poemario Palabra sobre palabra. Su obra es una mezcla de intimismo y poesía social. Trata temas cotidianos con un lenguaje coloquial y utilizando la ironía. Los tres temas que se repiten en su obra son el paso del tiempo, el amor y el civismo.
José Ángel Valente publica en 1966 el poemario La memoria y los signos, en el que se presenta una constante en la obra de este poeta: el enfrentamiento hombre-vida, hombre-historia. Ante una época de infamia y desprecio, Valente muestra su fe poética en las palabras.
Pere Gimferrer debuta en 1966 con el poemario Arde el mar, compuesto por quince poemas. Fue uno de los autores incluidos en la antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles (1970), autores que rechazaban la poesía social y el intimismo becqueriano y que apostaban por el esteticismo (con ambientes lujosos y exóticos, en la línea del Modernismo). En 1996 su poemario Mascarada fue recibido con expectación. Contiene referencias coprofágicas y críticas directas al que fue Presidente del Gobierno Felipe González.
Como hemos mencionado, Josep María Castellet publica en 1970 la antología Nueve novísimos poetas españoles, en la que incluye a Pere Gimferrer, Leopoldo María Panero, Antonio Martínez Carrión, Ana María Moix, Guillermo Carnero, Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, José María Álvarez y Vicente Molina Foix. A juicio de Castellet, ellos son los poetas más renovadores de los años 60. Este grupo se caracterizaba por la libertad formal, técnicas como la escritura automática o el collage, la influencia de los medios de comunicación, el humor, la ironía y la exageración.
En 1974 el valenciano Juan Gil-Albert publica el poemario La meta-física. Influyó poderosamente en la lírica posterior. Mezclaba en su poesía lo neoclásico con la expresión autobiográfica.
Luis Antonio de Villena publica en 1981 el poemario Huir del invierno, con el que obtiene el Premio de la Crítica. El título es simbólico y se refiere tanto al real, al frío, como a la vejez, el miedo o la mansedumbre. Huir de estos será buscar el calor, la juventud o el valor.
Luis Alberto de Cuenca publica en 1985 el poemario La caja de plata, que fue Premio de la Crítica. Su poesía es una poesía “transculturalista”, en la que lo trascendental convive con lo cotidiano.
En 1986 Jon Juaristi publica el irónico poemario Diario de un poeta recién cansado, título en el que recuerda la obra de Juan Ramón Jiménez. Cultiva la llamada poesía de la experiencia o “nueva sentimentalidad”.
Leopoldo María Panero publica en 1987 los Poemas del manicomio de Mondragón, en los que aborda su paso por diversos psiquiátricos y su vivencia de la locura. Es una escritura radical y terrible, que utiliza imágenes deslumbrantes y juega con el lenguaje.
Luis García Montero, el poeta más reconocido dentro de la tendencia poética llamada “nueva sentimentalidad”, publica en 1987 su poemario Diario cómplice, en el que se presenta una historia de amor en el escenario de la vida cotidiana. A través de las imágenes que utiliza nos muestra el paso del tiempo y los entresijos de la relación amorosa. Incluye además poemas de corte existencial y moral.
En 1998 José Antonio Muñoz Rojas obtiene el Premio Nacional de Poesía por Objetos perdidos, compuesto por veintiséis poemas en los que aparece una reflexión sobre la vejez, la pérdida y el sentido de la vida. Este poemario es el cierre de una trilogía (junto a Ardiente jinete y Cantos a Rosa).


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