En
1944 Dámaso Alonso publica Hijos de la
ira, una obra de corte existencial en verso libre, que tuvo una gran
influencia en los poetas jóvenes como Leopoldo Panero, Luis Rosales y Felipe
Vivanco. Fue considerada el inicio de la “poesía desarraigada”.
Luis
Rosales publica en 1949 el poema unitario en verso libre La casa encendida. El poeta entremezcla en esta obra lirismo y
narración, existencialismo e imaginación.
En
1950 Blas de Otero publica su segundo poemario, Ángel fieramente humano, en el que se empieza a insinuar la
preocupación social. En 1955 publica el poemario Pido la paz y la palabra, obra clave en su evolución, ya que por
primera vez sus versos abordan directamente la realidad social y el compromiso
político que lo convertirán en uno de los poetas más leídos del momento.
En
1952 José Hierro publica su poemario Quinta
del 42, un libro intimista, en el que comienza la exploración de la vía
solidaria.
Con
solo 19 años, Claudio Rodríguez obtiene el premio Adonais en 1953 con el
poemario Don de la ebriedad, reflejo
de su adolescencia.
Gabriel
Celaya publica en 1955 el poemario Cantos
íberos, que ha sido considerada “biblia” de la poesía social. Celaya se
integra en la estética del compromiso.
Jaime Gil de
Biedma publica en 1959 Compañeros de
viaje, su primer poemario importante. Formó parte de la llamada escuela de
Barcelona junto con Carlos Barral y José Agustín Goytisolo. A pesar de su
escasa obra, es el poeta de la generación de los 50 que más ha influido en las
generaciones posteriores. Publicó el Diario
de un artista seriamente enfermo (1974) sobre su convalecencia de una
tuberculosis. El libro reapareció póstumamente con el título de Retrato del artista en 1956 (1991) en su
versión íntegra. En 1975 recoge toda su poesía en Las personas del verbo y declara que da por concluida su carrera
como escritor. Sus poemas recrean la biografía del autor, sus experiencias
cotidianas y la realidad social (los años del franquismo) en la que vivió.
Celebran el hedonismo y las borracheras, cantan a los cuerpos deseados y
reflexionan sobre el paso del tiempo. Todo ello con una solvente utilización de
registros coloquiales y discursivos introducidos en estructuras métricas
impecables.
El debutante Francisco
Brines gana en 1959 el premio Adonais con su poemario Las brasas. En su escritura el poeta tiende a un equilibrio clásico
y a un tono melancólico, que intenta dominar la angustia ante la muerte
mediante la asunción con serenidad de lo inevitable. Recibe influencias de
Cernuda, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado.
En 1965 Ángel
González publica el poemario Palabra
sobre palabra. Su obra es una mezcla de intimismo y poesía social. Trata
temas cotidianos con un lenguaje coloquial y utilizando la ironía. Los tres
temas que se repiten en su obra son el paso del tiempo, el amor y el civismo.
José Ángel
Valente publica en 1966 el poemario La
memoria y los signos, en el que se presenta una constante en la obra de
este poeta: el enfrentamiento hombre-vida, hombre-historia. Ante una época de
infamia y desprecio, Valente muestra su fe poética en las palabras.
Pere Gimferrer
debuta en 1966 con el poemario Arde el
mar, compuesto por quince poemas. Fue uno de los autores incluidos en la
antología de Castellet Nueve novísimos
poetas españoles (1970), autores que rechazaban la poesía social y el
intimismo becqueriano y que apostaban por el esteticismo (con ambientes lujosos
y exóticos, en la línea del Modernismo). En 1996 su poemario Mascarada fue recibido con expectación.
Contiene referencias coprofágicas y críticas directas al que fue Presidente del
Gobierno Felipe González.
Como hemos
mencionado, Josep María Castellet publica en 1970 la antología Nueve novísimos poetas españoles, en la
que incluye a Pere Gimferrer, Leopoldo María Panero, Antonio Martínez Carrión,
Ana María Moix, Guillermo Carnero, Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa,
José María Álvarez y Vicente Molina Foix. A juicio de Castellet, ellos son los
poetas más renovadores de los años 60. Este grupo se caracterizaba por la
libertad formal, técnicas como la escritura automática o el collage, la
influencia de los medios de comunicación, el humor, la ironía y la exageración.
En 1974 el
valenciano Juan Gil-Albert publica el poemario La meta-física. Influyó poderosamente en la lírica posterior.
Mezclaba en su poesía lo neoclásico con la expresión autobiográfica.
Luis Antonio
de Villena publica en 1981 el poemario Huir
del invierno, con el que obtiene el Premio de la Crítica. El título es
simbólico y se refiere tanto al real, al frío, como a la vejez, el miedo o la
mansedumbre. Huir de estos será buscar el calor, la juventud o el valor.
Luis Alberto
de Cuenca publica en 1985 el poemario La
caja de plata, que fue Premio de la Crítica. Su poesía es una poesía “transculturalista”,
en la que lo trascendental convive con lo cotidiano.
En 1986 Jon
Juaristi publica el irónico poemario Diario
de un poeta recién cansado, título en el que recuerda la obra de Juan Ramón
Jiménez. Cultiva la llamada poesía de la experiencia o “nueva sentimentalidad”.
Leopoldo María
Panero publica en 1987 los Poemas del
manicomio de Mondragón, en los que aborda su paso por diversos
psiquiátricos y su vivencia de la locura. Es una escritura radical y terrible,
que utiliza imágenes deslumbrantes y juega con el lenguaje.
Luis García
Montero, el poeta más reconocido dentro de la tendencia poética llamada “nueva
sentimentalidad”, publica en 1987 su poemario Diario cómplice, en el que se presenta una historia de amor en el
escenario de la vida cotidiana. A través de las imágenes que utiliza nos
muestra el paso del tiempo y los entresijos de la relación amorosa. Incluye
además poemas de corte existencial y moral.
En 1998 José
Antonio Muñoz Rojas obtiene el Premio Nacional de Poesía por Objetos perdidos, compuesto por
veintiséis poemas en los que aparece una reflexión sobre la vejez, la pérdida y
el sentido de la vida. Este poemario es el cierre de una trilogía (junto a Ardiente jinete y Cantos a Rosa).
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