domingo, 14 de febrero de 2016

La Lingüística hasta el siglo XIX



(Resumen a partir de Las grandes corrientes de la Lingüística, de Maurice Leroy)

            La Lingüística en el sentido que le damos hoy día tuvo su apogeo y florecimiento en la primera mitad del siglo XX y se originó por la renovación en el campo de los estudios del lenguaje que llevó a la constitución de la gramática comparada.
            Para desarrollar el tema del epígrafe debemos hacer un recorrido a través de diversos grupos y estudios desde la antigüedad hasta comienzos del siglo XIX: hindúes, griegos, latinos, para continuar por las épocas de la Edad Media y el Renacimiento hasta llegar al siglo XVIII.
            Los antiguos hindúes comenzaron a estudiar la lengua por motivos religiosos. Era importante que los textos sagrados, reunidos en el Veda, no sufriesen alteraciones cuando eran recitados durante los sacrificios, así que se conservaban de la forma más pura posible. El más célebre de los gramáticos hindúes fue Panini, que vivió en el siglo IV a.C, y que junto a otros gramáticos observó el valor y el empleo de las palabras y realizó descripciones fonéticas y gramaticales. Estos estudios fueron descubiertos en el siglo XVIII y constituyeron el punto de partida de la creación de la gramática comparada. Aún así eran estudios estáticos, limitados al sánscrito, clasificaciones de hechos que no buscaban explicación de los mismos.
            Los griegos estudiaron su lengua atentamente, tanto desde el punto de vista estético como filosófico, teniendo en cuenta por tanto el estilo y la adecuación del lenguaje al pensamiento.
            El principal problema que se presentaba a los filósofos griegos era definir las relaciones entre la noción y la palabra que la designa. El debate, que continuará hasta la escolástica medieval, consiste en saber si el lenguaje ha sido creado por la naturaleza o es resultado de una convención. Platón presentó este problema en el Cratilo, pero no llegaba a ninguna conclusión. También mostraba algunas tesis que aún aparecen en la lingüística contemporánea, como la relación entre significante y significado, la arbitrariedad del signo o el valor social del lenguaje. Aristóteles por su parte llevaría a la constitución de la gramática. Considerando que conocemos el mundo exterior, de la naturaleza, por las impresiones sobre nuestros sentidos y declarando que las palabras son los símbolos y no las imágenes exactas, Aristóteles fue el primero en intentar un análisis preciso de la estructura lingüística. Intentó elaborar una teoría de la frase, estableció una distinción entre las partes del discurso y realizó una enumeración de las categorías gramaticales. Por su parte, Dionisio de Tracia, entre los siglos II y I a.C., fue el modelo de referencia durante siglos.
            Entre los griegos se enfrentaron quienes deseaban construir un sistema gramatical fundándose en las analogías y quienes se basaban en las anomalías en la estructura de la lengua. Pero estas querellas resultaron estériles.
            Entre los latinos sobresale Varrón, que hizo un gran esfuerzo para definir la gramática a la vez como ciencia y como arte.
            Las concepciones de la antigüedad seguían dominando los estudios del lenguaje en la Edad Media. El cuadro gramatical de Dionisio de Tracia permaneció intacto hasta el Renacimiento. La escolástica hace revivir la controversia sobre la justeza de las palabras, con la oposición entre realistas (para los que las palabras son el reflejo de las ideas) y los nominalistas (que creen que los nombres han sido dados arbitrariamente a las cosas). Los modistae, por otra parte, consideraban que existe una estructura gramatical, única y universal, inherente a todas las lenguas y por lo tanto las reglas de la gramática son independientes de los lenguajes particulares en los cuales encuentran realización.
            En 1303 Dante redacta la obra De vulgari eloquentia, en la que considera las lenguas de si, oc y oil como integrantes de un mismo grupo y distingue catorce formas de dialectos italianos.
            Hay que esperar al siglo XVI para un clima más favorable para un estudio lingüístico serio. Se traducen libros sagrados a diferentes dialectos y el desprecio hacia las lenguas vulgares acaba por desaparecer. Las controversias teológicas hacen indispensable el conocimiento del hebreo, lengua semítica con una estructura diferente a la de las lenguas europeas, lo que trae consigo comparaciones lingüísticas. Se ve necesaria la clasificación de los hechos, a fin de ofrecerlos cómodamente reunidos a la observación y a la curiosidad.
            El diccionario polígloto más antiguo es de 1502 y es obra del italiano Ambrosio Capelino. En 1538 Guillaume Postel publica Linguarum duodecim characteribus differentium alphabetum. Ya en 1555 aparece Mithridates, de Conrado Gesner, del mismo género que el anterior. En 1592, Jérome Megiser publicaba un repertorio que ofrecía muestras de cuarenta lenguas, con 50 al año siguiente y que ascendía a 400 en 1603, en el Thesaurus Polyglottus, que incluye dialectos americanos.
            Desde el siglo XVI aparecía también el principio de la comunidad de origen, que permite clasificar las lenguas en familias.
            No olvidemos que por razones religiosas se consideraba el hebreo como la lengua primitiva, a partir de la cual se explicaban las otras.
            Escaligero presentaba el cuadro de las lenguas de Europa en Diatriba de Europaeorum linguis. En ellas distinguía once lenguas matrices de las que habían surgido propagines, así que estas estaban emparentadas entre sí. Las cuatro lenguas principales (“lenguas tronco”) se designaban con el nombre de Dios. Eran las lenguas eslavas (Boge), germánicas (Godt), romances (Deus) y griego (θɛȯç).
            A principios del siglo XVIII, Leibniz combatió la hipótesis del origen hebraico. En otro orden de cosas, recomendaba en el estudio del lenguaje humano remitirse a los documentos escritos de las épocas antiguas para compararlas con las lenguas modernas.
            Giambattista Vico publicó su Scienza nuova en 1725. Fue el primero en expresar la opinión de que tras el nombre de Homero se escondían varios rapsodas. Considera que la historia del género humano es cíclica y que se divide en tres etapas: teocrática, heroica y democrática. La lengua de la primera edad fue muda y los hombres se comunicaban entre sí por medio de signos, pero el primer lenguaje articulado fue simbólico y los hombres se expresaban en verso. El tercer estado de la lengua es la lengua humana compuesta de vocablos. Los pueblos son los que fijan el sentido de dichos vocablos. Por lo tanto, la interpretación de las leyendas primitivas es muy importante para conocer las sociedades antiguas, al igual que el estudio del simbolismo lingüístico lo es para la historia de las lenguas.
            El prestigio de Aristóteles se muestra en el éxito de la Grammaire générale et raisonnée de Port Royal. Este texto será la obra gramatical de referencia durante más de dos siglos. Arnauld, discípulo de Descartes pasa del razonamiento a la lengua. La gramática de Port-Royal quiere explicar los hechos, demostrar que el lenguaje está fundado en la razón, construir de forma lógica una especie de esquema del lenguaje, al que deben plegarse las múltiples apariencias de la lengua real.

            En el siglo XIX estos razonamientos perderán terreno por la ampliación del conocimiento de las cada vez más numerosas lenguas, por el interés hacia las lenguas vivas, hacia el habla y, sobre todo, por el desarrollo de un método histórico que trabaja sobre los hechos que observa. La formación y el progreso de la gramática comparada han hecho posible la elaboración del pensamiento lingüístico contemporáneo. 

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