domingo, 2 de marzo de 2014

Antología de textos



Antología de Textos para comentar
(1º de Bachillerato)

Poema de Mío Cid:

LA AFRENTA DE CORPES

112

En Valençia sedi  mio Çid con todos los sos,
con elle amos sos yernos  ifantes de Carrión.
Yazies en un escaño,  durmie el Campeador,
mala sobrevienta,  sabed, que les cuntió:
saliós de la red  e desatós el león.
En grant miedo se vieron  por medio de la cort;
enbraçan los mantos  los del Campeador,
e çercan el escaño,  e fincan sobre so señor.
Ferrant Gonçálvez,  ifant de Carrión,
non vido allí dos alçasse,  nin cámara abierta nin torre;
metiós sol esçaño,  tanto ovo el pavor.
Díag Gonçálvez  por la puerta salió,
diziendo de la boca:  “non veré Carrión!”
Tras una viga lagar  metiós con grant pavor;
el manto e el brial  todo suzio lo sacó.
En esto despertó  el que en buen ora naçió;
vido çercado el escaño  de sos buenos varones:
“Qués esto, mesnadas,  o qué queredes vos?”
-”Hya señor ondrado,  rebata nos dio el león.”
Mio Çid fincó el cobdo,  en pie se levantó,
el manto trae al cuello,  e adelinó pora el león;
el león quando lo vío,  assí envergonçó,
ante mio Çid la cabeça  premió e el rostro fincó.
Mio Çid don Rodrigo  al cuello lo tomó,
e liévalo adestrando,  en la red le metió.
A maravilla lo han  quantos que i son,
e tornáronse al palaçio  pora la cort.
Mio Çid por sos yernos  demandó e no los falló;
maguer los están llamando,  ninguno non responde.
Quando los fallaron,  assí vinieron sin color;
non vidiestes tal juego  commo iva por la cort;
mandólo vedar  mio Çid el Campeador,
Muchos tovieron por enbaídos  ifantes de Carrión,
fiera cosa les pesa  desto que les cuntió.

(Versos 2278 - 2310)

LA AFRENTA DE CORPES

112

Suéltase el león del Cid.-Miedo de los infantes de Carrión.- El Cid amansa al león.- Vergüenza de los Infantes.


                Estaba el Cid en Valencia con todos los suyos; sus yernos, los infantes de Carrión, le acompañan. El Campeador, sentado en su escaño, se había dormido, cuando sobrevino algo inesperado: el león se escapó de la jaula y se desató. Toda la corte estaba espantada. Los del Campeador embrazan los mantos y rodean el escaño donde dormía su señor (para proteger su sueño). Uno de los infantes, Fernán González, no hallaba dónde meterse, ni encontraba la puerta abierta en torre ni en cámara; al fin, a impulsos del miedo, se agazapó bajo el escaño. El otro, Diego González, salió de estampida gritando a voz en cuello:
                - ¡Ay, Carrión, no volveré a verte!
       Y fue a esconderse tras una viga de lagar, donde puso el manto y la túnica perdidos.
                Despertó a esto el que en buen hora nació, y vio que le rodeaban sus buenos varones.
                - ¿Qué ocurre, mesnadas, qué queréis aquí?
                - ¡Ay, honrado señor, el susto que el león nos ha dado!
        El Cid se acoda en el escaño; se levanta después, y con el manto prendido al cuello, como estaba, se va derecho para el león. Cuando el león le vio venir se atemorizó de manera que bajó la cabeza e hincó el hocico. El Cid don Rodrigo lo cogió por el cuello, y, cual si lo llevara por la rienda, lo metió en la jaula. Y todos los que tal vieron volvían a palacio maravillados.
                El Cid preguntó entonces por sus yernos, que nadie le daba razón, y aunque los estaban llamando no respondían. Cuando al fin dieron con ellos, estaban tan demudados que toda la corte se deshacía en risa, hasta que el Cid impuso respeto. Los infantes quedaron muy avergonzados y lamentando profundamente el suceso.  


Gonzalo de Berceo:

Milagros de Nuestra Señora - versos 525 a 564

V

Era un omne pobre que vivié de raziones,
non avié otras rendas nin otras furcïones
fuera quanto lavrava, esto poccas sazones:
tenié en su alzado bien poccos pepïones.

Por ganar la Gloriosa que él mucho amava,
partiélo con los pobres todo quanto ganava;
en esto contendié e en esto punnava,
por aver la su gracia su mengua oblidava.

Quando ovo est pobre d'est mundo a passar,
la Madre glorïosa vínolo combidar;
fablóli muy sabroso, queriélo falagar,
udieron la palavra todos los del logar.

«Tú mucho cobdiciest la nuestra compannía,
sopist pora ganarla bien buena maestría,
ca partiés tus almosnas, diziés Ave María,
por qué lo faziés todo yo bien lo entendía.

»Sepas que es tu cosa toda bien acabada,
ésta es en que somos la cabera jornada;
el Ite, missa est, conta que es cantada,
venida es la ora de prender la soldada.

»Yo so aquí venida por levarte comigo,
al regno de mi Fijo, que es bien tu amigo,
do se ceban los ángeles del buen candïal trigo;
a las Sanctas Virtutes plazerlis há contigo.»

Quando ovo la Gloriosa el sermón acabado,
desamparó la alma al cuerpo venturado,
prisiéronla de ángeles, un convento onrrado,
leváronla al Cielo, ¡Dios sea end laudado!

Los omnes que avién la voz ante oída,
tan aína vidieron la promesa complida:
a la Madre gloriosa que es tan comedida,
todos li rendién gracias, quisque de su partida.

Qui tal cosa udiesse serié malventurado
si de Sancta María non fuesse muy pagado,
si más no la onrrase serié desmesurado,
qui de ella se parte es muy mal engannado.

Aun más adelante queremos aguijar:
tal razón como ésta non es de destajar,
ca éstos son los árboles do devemos folgar,
en cuya sombra suelen las aves organar.

Arcipestre de Hita:

Serrana de Malangosto

Pasando yo una mañana
el puerto de Malangosto
asaltóme una serrana
tan pronto asomé mi rostro.
-Desgraciado, ¿dónde andas?
¿Qué buscas o qué demandas
por aqueste puerto angosto
?

Contesté yo a sus preguntas:
-Me voy para Sotos Albos.
Dijo: -¡El pecado barruntas
con esos aires tan bravos¡
Por aquesta encrucijada
que yo tengo bien guardada,
no pasan los hombres salvos.
Plantóseme en el sendero
la sarnosa, ruin y fea,
dijo: -¡Por mi fe, escudero!,
aquí me estaré yo queda;
hasta que algo me prometas,
 por mucho que tú arremetas,
 no pasarás la vereda.
Díjele: -¡Por Dios, vaquera,
no me estorbes la jornada;
deja libre la carrera;
para ti no traje nada.
 Me repuso: -Entonces torna,
por Somosierra trastorna,
que aquí no tendrás posada.
Y la Chata endiablada
¡que San Julián la confunda!
arrojóme la cayada.
Y, volteando su honda,
dijo afinando el pedrero:
-¡Por el Padre verdadero
tú me pagas hoy la ronda!
Nieve había, granizaba;
hablóme
la Chata luego
y hablando me amenazaba:
-Paga, o ya verás el juego!
Dije yo: -Por Dios, hermosa,
deciros quiero una cosa,
pero sea junto al fuego!
-Yo te llevaré a mi casa
y te mostraré el camino,
encenderé fuego y brasa
y te daré pan y vino.
Pero, ¡a fe!, prométeme algo
y te tendré por hidalgo.
¡Buena mañana te vino!
Yo, con miedo y arrecido,
le prometí un garnacha
y ofreció, para el vestido,
un prendedor y una plancha.
Dijo:-Yo doy más, amigo.
¡Anda acá, vente conmigo,
no tengas miedo a la escarcha!
Cogióme fuerte la mano
y en su pescuezo la puso;
como algún zurrón liviano
llevóme la cuesta ayuso.
-Desgraciado, no te espantes
que bien te daré que yantes
como es en la tierra uso
Me hizo entrar mucha aína
en su venta con henoto
y me dio hoguera de encina
mucho conejo de Soto
buenas perdices asadas
hogazas mal amasadas
y buena carne de choto.
De vino bueno un cuartero,
manteca de vacas, mucha,
mucho queso de ahumadero,
leche, natas y una trucha;
después me dijo: -¡Hadeduro
 comamos de este pan duro,
luego haremos una lucha.
Cuando el tiempo fue pasando
fuime desentumeciendo;
como me iba calentando
así me iba sonriendo.
Observóme la pastora;
dijo:-Compañero, ahora
creo que voy entendiendo.
La vaqueriza, traviesa,
dijo: -Luchemos un rato
levántate ya, de priesa;
quítate de encima el hato.
¡Por la muñeca me priso,
tuve que hacer cuanto quiso:
¡creo que me fue barato !
(Libro de Buen Amor)Arriba

Don Juan Manuel:

Lo que sucedió a un hombre bueno con su hijo

Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo que estaba muy preocupado por algo que quería hacer, pues, si acaso lo hiciera, muchas personas encontrarían motivo para criticárselo; pero, si dejara de hacerlo, creía él mismo que también se lo podrían censurar con razón. Contó a Patronio de qué se trataba y le rogó que le aconsejase en este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, ciertamente sé que encontraréis a muchos que podrían aconsejaros mejor que yo y, como Dios os hizo de buen entendimiento, mi consejo no os hará mucha falta; pero, como me lo habéis pedido, os diré lo que pienso de este asunto. Señor Conde Lucanor -continuó Patronio-, me gustaría mucho que pensarais en la historia de lo que ocurrió a un hombre bueno con su hijo.
El conde le pidió que le contase lo que les había pasado, y así dijo Patronio:
-Señor, sucedió que un buen hombre tenía un hijo que, aunque de pocos años, era de muy fino entendimiento. Cada vez que el padre quería hacer alguna cosa, el hijo le señalaba todos sus inconvenientes y, como hay pocas cosas que no los tengan, de esta manera le impedía llevar acabo algunos proyectos que eran buenos para su hacienda. Vos, señor conde, habéis de saber que, cuanto más agudo entendimiento tienen los jóvenes, más inclinados están a confundirse en sus negocios, pues saben cómo comenzarlos, pero no saben cómo los han de terminar, y así se equivocan con gran daño para ellos, si no hay quien los guíe. Pues bien, aquel mozo, por la sutileza de entendimiento y, al mismo tiempo, por su poca experiencia, abrumaba a su padre en muchas cosas de las que hacía. Y cuando el padre hubo soportado largo tiempo este género de vida con su hijo, que le molestaba constantemente con sus observaciones, acordó actuar como os contaré para evitar más perjuicios a su hacienda, por las cosas que no podía hacer y, sobre todo, para aconsejar y mostrar a su hijo cómo debía obrar en futuras empresas.
Este buen hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca de una villa. Un día de mercado dijo el padre que irían los dos allí para comprar algunas cosas que necesitaban, y acordaron llevar una bestia para traer la carga. Y camino del mercado, yendo los dos a pie y la bestia sin carga alguna, se encontraron con unos hombres que ya volvían. Cuando, después de los saludos habituales, se separaron unos de otros, los que volvían empezaron a decir entre ellos que no les parecían muy juiciosos ni el padre ni el hijo, pues los dos caminaban a pie mientras la bestia iba sin peso alguno. El buen hombre, al oírlo, preguntó a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos hombres, contestándole el hijo que era verdad, porque, al ir el animal sin carga, no era muy sensato que ellos dos fueran a pie. Entonces el padre mandó a su hijo que subiese en la cabalgadura.
Así continuaron su camino hasta que se encontraron con otros hombres, los cuales, cuando se hubieron alejado un poco, empezaron a comentar la equivocación del padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie, mientras el mozo, que podría caminar sin fatigarse, iba a lomos del animal. De nuevo preguntó el buen hombre a su hijo qué pensaba sobre lo que habían dicho, y este le contestó que parecían tener razón. Entonces el padre mandó a su hijo bajar de la bestia y se acomodó él sobre el animal.
Al poco rato se encontraron con otros que criticaron la dureza del padre, pues él, que estaba acostumbrado a los más duros trabajos, iba cabalgando, mientras que el joven, que aún no estaba acostumbrado a las fatigas, iba a pie. Entonces preguntó aquel buen hombre a su hijo qué le parecía lo que decían estos otros, replicándole el hijo que, en su opinión, decían la verdad. Inmediatamente el padre mandó a su hijo subir con él en la cabalgadura para que ninguno caminase a pie.
Y yendo así los dos, se encontraron con otros hombres, que comenzaron a decir que la bestia que montaban era tan flaca y tan débil que apenas podía soportar su peso, y que estaba muy mal que los dos fueran montados en ella. El buen hombre preguntó otra vez a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos, contestándole el joven que, a su juicio, decían la verdad. Entonces el padre se dirigió al hijo con estas palabras:
-Hijo mío, como recordarás, cuando salimos de nuestra casa, íbamos los dos a pie y la bestia sin carga, y tú decías que te parecía bien hacer así el camino. Pero después nos encontramos con unos hombres que nos dijeron que aquello no tenía sentido, y te mandé subir al animal, mientras que yo iba a pie. Y tú dijiste que eso sí estaba bien. Después encontramos otro grupo de personas, que dijeron que esto último no estaba bien, y por ello te mandé bajar y yo subí, y tú también pensaste que esto era lo mejor. Como nos encontramos con otros que dijeron que aquello estaba mal, yo te mandé subir conmigo en la bestia, y a ti te pareció que era mejor ir los dos montados. Pero ahora estos últimos dicen que no está bien que los dos vayamos montados en esta única bestia, y a ti también te parece verdad lo que dicen. Y como todo ha sucedido así, quiero que me digas cómo podemos hacerlo para no ser criticados de las gentes: pues íbamos los dos a pie, y nos criticaron; luego también nos criticaron, cuando tú ibas a caballo y yo a pie; volvieron a censurarnos por ir yo a caballo y tú a pie, y ahora que vamos los dos montados también nos lo critican. He hecho todo esto para enseñarte cómo llevar en adelante tus asuntos, pues alguna de aquellas monturas teníamos que hacer y, habiendo hecho todas, siempre nos han criticado. Por eso debes estar seguro de que nunca harás algo que todos aprueben, pues si haces alguna cosa buena, los malos y quienes no saquen provecho de ella te criticarán; por el contrario, si es mala, los buenos, que aman el bien, no podrán aprobar ni dar por buena esa mala acción. Por eso, si quieres hacer lo mejor y más conveniente, haz lo que creas que más te beneficia y no dejes de hacerlo por temor al qué dirán, a menos que sea algo malo, pues es cierto que la mayoría de las veces la gente habla de las cosas a su antojo, sin pararse a pensar en lo más conveniente.
Y a vos, Conde Lucanor, pues me pedís consejo para eso que deseáis hacer, temiendo que os critiquen por ello y que igualmente os critiquen si no lo hacéis, yo os recomiendo que, antes de comenzarlo, miréis el daño o provecho que os puede causar, que no os confiéis sólo a vuestro juicio y que no os dejéis engañar por la fuerza de vuestro deseo, sino que os dejéis aconsejar por quienes sean inteligentes, leales y capaces de guardar un secreto. Pero, si no encontráis tal consejero, no debéis precipitaros nunca en lo que hayáis de hacer y dejad que pasen al menos un día y una noche, si son cosas que pueden posponerse. Si seguís estas recomendaciones en todos vuestros asuntos y después los encontráis útiles y provechosos para vos, os aconsejo que nunca dejéis de hacerlos por miedo a las críticas de la gente.
El consejo de Patronio le pareció bueno al conde, que obró según él y le fue muy provechoso.
Y, cuando don Juan escuchó esta historia, la mandó poner en este libro e hizo estos versos que dicen así y que encierran toda la moraleja:

Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.

FIN

(Cuento II de El Conde Lucanor)

Jorge Manrique:

       Acordaos por Dios, señora,
     quánto ha que comencé
     vuestro seruicio,
     cómo vn día ni vna hora
  5  nunca dexo ni dexé
     de tal officio.
     Acordaos de mis dolores,
     acordaos de mis tormentos
     qu'e sentido,
 10  acordaos de los temores
     y males y pensamientos
     qu'e sufrido.
     
       Acordaos cómo en presencia,
     me hallaste siempre firme
 15  y muy leal,
     acordaos cómo en ausencia
     nunca pude arrepentirme
     de mi mal.
       Acordaos cómo soy vuestro
 20  sin jamás auer pensado
     ser ageno,
     acordaos cómo no muestro
     el medio mal qu'e passado
     por ser bueno.
     
 25    Acordaos que no sentistes,
     en mi vida vna mudança
     que hiziesse,
     acordaos que no me distes
     en la vuestra vna esperança
 30  que biuiesse.
       Acordaos de la tristura
     que siento yo por la vuestra
     que mostráys;
     acordaos ya, por mesura,
 35  del dolor qu'en mí se muestra
     y vos negáys.
     
       Acordaos que fuy sugeto
     y soy a vuestra belleza
     con razón;
 40  acordaos que soy secreto,
     acordaos de mi firmeza
     y afición.
     Acordaos de lo que siento
     quando parto y vos quedáys
 45  o vos partís;
     acordaos cómo no miento,
     aunque vos no lo pensáys
     según dezís.
     
       Acordaos de los enojos
 50  que m'aués hecho passar
     y los gemidos;
     acordaos ya de mis ojos,
     que de mis males llorar
     están perdidos.
 55  Acordaos de quánto's quiero,
     acordaos de mi desseo
     y mis sospiros;
     acordaos cómo si muero
     destos males que posseo,
 60  es por seruiros.
     
       Acordaos que lleuaréys
     vn tal cargo sobre vos
     si me matáys,
     que nunca lo pagaréys
 65  ant'el mundo ni ante Dios,
     aunque queráys;
     y aunque yo sufra paciente
     la muerte, y de voluntad
     mucho lo hecho,
 70  no faltará algún pariente
     que dé quexa a la'rmandad
     de tal mal hecho.
     
       Después que pedí justicia,
     torno ya pedir merced
 75  a la bondad,
     no por c'aya gran cobdicia
     de beuir, mas vos aued
     ya piedad;
     y creedme lo que os cuento,
 80  pues que mi mote sabéys
     que dize assý:
     Ni miento ni me arrepiento,
     ni jamás conosceréys
     ál en mí.
     
     [Cabo]
   
 85    Por fin, de lo que dessea
     mi seruir y mi querer
     y firme fe,
     consentid que vuestro sea,
     pues que vuestro quiero ser
 90  y lo seré.
     Y perded toda la dubda
     que tomastes contra mí
     d'ayer acá,
     que mi seruir no se muda
 95  aunque vos pensáys que sí,
     ni mudará.


Fernando de Rojas:

(La muerte de Celestina: Auto XII)

PÁRMENO.- ¿A dónde iremos, Sempronio? ¿A la cama a dormir o a la cocina a almorzar?

SEMPRONIO.- Ve tú donde quisieres, que, antes que venga el día, quiero yo ir a Celestina a cobrar mi parte de la cadena. Que es una puta vieja, no le quiero dar tiempo en que fabrique alguna ruindad con que nos excluya.

PÁRMENO.- Bien dices. Olvidádolo había. Vamos entrambos y, si en eso se pone, espantémosla de manera que le pese, que sobre dinero no hay amistad.

SEMPRONIO.- ¡Ce, ce, calla!, que duerme cabe esta ventanilla. Ta, ta, señora Celestina, ábrenos.

CELESTINA.- ¿Quién llama?

SEMPRONIO.- Abre, que son tus hijos.

CELESTINA.- No tengo yo hijos que anden a tal hora.

SEMPRONIO.- Ábrenos a Pármeno y Sempronio, que nos venimos acá almorzar contigo.

CELESTINA.- ¡Oh locos traviesos! Entrad, entrad. ¿Cómo venís a tal hora, que ya amanece? ¿Qué habéis hecho? ¿Qué os ha pasado? ¿Despidiose la esperanza de Calisto o vive todavía con ella, o cómo queda?

SEMPRONIO.- ¿Cómo, madre? Si por nosotros no fuera ya anduviera su alma buscando posada para siempre. Que, si estimarse pudiese a lo que de allí nos queda obligado, no sería su hacienda bastante a cumplir la deuda, si verdad es lo que dicen que la vida y persona es más digna y de más valor que otra cosa ninguna.

CELESTINA.- ¡Jesú! ¿Que en tanta afrenta os habéis visto? Cuéntamelo, por Dios.

SEMPRONIO.- Mira qué tanta que, por mi vida, la sangre me hierve en el cuerpo en tornarlo a pensar.

CELESTINA.- Reposa, por Dios, y dímelo.

PÁRMENO.- Cosa larga le pides, según venimos alterados y cansados del enojo que habemos habido. Harías mejor en aparejarnos a él y a mí de almorzar; quizá nos amansaría algo la alteración que traemos. Que cierto te digo que no querría ya topar hombre que paz quisiese. Mi gloria sería ahora hallar en quién vengar la ira que no pude en los que nos la causaron, por su mucho huir.

CELESTINA.- ¡Landre me mate si no me espanto en verte tan fiero! Creo que burlas. Dímelo ahora, Sempronio, tú, por mi vida: ¿qué os ha pasado?

SEMPRONIO.- Por Dios, sin seso vengo, desesperado; aunque para contigo por demás es no templar la ira y todo enojo, y mostrar otro semblante que con los hombres. Jamás me mostré poder mucho con los que poco pueden. Traigo, señora, todas las armas despedazadas, el broquel sin aro, la espada como sierra, el casquete abollado en la capilla. Que no tengo con que salir un paso con mi amo cuando menester me haya, que quedó concertado de ir esta noche que viene a verse por el huerto. Pues, ¿comprarlo de nuevo? ¡No mandó un maravedí en que caiga muerto!

CELESTINA.- Pídelo, hijo, a tu amo, pues en su servicio se gastó y quebró. Pues sabes que es persona que luego lo cumplirá, que no es de los que dicen «vive conmigo y busca quien te mantenga». Él es tan franco que te dará para eso y para más.

SEMPRONIO.- ¡Ja! Trae también Pármeno perdidas las suyas; a este cuento en armas se le irá su hacienda. ¿Cómo quieres que le sea tan importuno en pedirle más de lo que él de su propio grado hace, pues es harto? No digan por mí que, dándome un palmo, pido cuatro. Dionos las cien monedas, dionos después la cadena. A tres tales aguijones no tendrá cera en el oído. Caro le costaría este negocio. Contentémonos con lo razonable, no lo perdamos todo por querer más de la razón, que quien mucho abarca poco suele apretar.

CELESTINA.- ¡Gracioso es el asno! Por mi vejez, que, si sobre comer fuera, que dijera que habíamos todos cargado demasiado. ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué tiene que hacer tu galardón con mi salario, tu soldada con mis mercedes? ¿Soy yo obligada a soldar vuestras armas, a cumplir vuestras faltas? A osadas, que me maten si no te has asido a una palabrilla que te dije el otro día viniendo por la calle, que cuanto yo tenía era tuyo y que, en cuanto pudiese con mis pocas fuerzas, jamás te faltaría. Y que, si Dios me diese buena manderecha con tu amo, que tú no perderías nada. Pues ya sabes, Sempronio, que estos ofrecimientos, estas palabras de buen amor, no obligan. No ha de ser oro cuanto reluce, si no, más barato valdría. Dime, ¿estoy en tu corazón, Sempronio? Verás, si aunque soy vieja, si acierto lo que tú puedes pensar. Tengo, hijo, en buena fe, más pesar, que se me quiere salir esta alma de enojo. Di a esta loca de Elicia, como vine de tu casa, la cadenilla que traje para que se holgase con ella, y no se puede acordar dónde la puso, que en toda esta noche ella ni yo no habemos dormido sueño de pesar. No por su valor de la cadena, que no era mucho, pero por su mal cobro de ella y de mi mala dicha. Entraron unos conocidos y familiares míos en aquella sazón aquí. Temo no la hayan llevado diciendo «si te vi, burleme, etc.». Así que, hijos, ahora que quiero hablar con entrambos, si algo vuestro amo a mí me dio, debéis mirar que es mío; que de tu jubón de brocado no te pedí yo parte ni la quiero. Sirvamos todos, que a todos dará según viere que lo merecen. Que si me ha dado algo, dos veces he puesto por él mi vida al tablero. Más herramienta se me ha embotado en su servicio que a vosotros. Más materiales he gastado, pues habéis de pensar, hijos, que todo me cuesta dinero, aun mi saber, que no lo he alcanzado holgando, de lo cual fuera buen testigo su madre de Pármeno, Dios haya su alma. Esto trabajé yo; a vosotros se os debe esotro. Esto tengo yo por oficio y trabajo; vosotros, por recreación y deleite. Pues así, no habéis vosotros de haber igual galardón de holgar que yo de penar. Pero, aun con todo lo que he dicho, no os despidáis, si mi cadena parece, de sendos pares de calzas de grana, que es el hábito que mejor en los mancebos parece. Y si no, recibid la voluntad, que yo me callaré con mi pérdida. Y todo esto de buen amor, porque holgasteis que hubiese yo antes el provecho de estos pasos que no otra. Y si no os contentarais, de vuestro daño haréis.

SEMPRONIO.- No es ésta la primera vez que yo he dicho cuánto en los viejos reina este vicio de codicia. Cuando pobre, franca; cuando rica, avarienta. Así que adquiriendo crece la codicia y la pobreza codiciando, y ninguna cosa hace pobre al avariento sino la riqueza. ¡Oh Dios, y cómo crece la necesidad con la abundancia! ¿Quién la oyó esta vieja decir que me llevase yo todo el provecho, si quisiese, de este negocio, pensando que sería poco? Ahora que lo ve crecido no quiere dar nada, por cumplir el refrán de los niños, que dicen «de lo poco, poco; de lo mucho, nada».

PÁRMENO.- Dete lo que prometió o tomémosselo todo. Harto te decía yo quién era esta vieja, si tú me creyeras.

CELESTINA.- Si mucho enojo traéis con vosotros, o con vuestro amo o armas, no lo quebréis en mí, que bien sé dónde nace esto. Bien sé y barrunto de qué pie coxqueáis; no cierto de la necesidad que tenéis de lo que pedís, ni aun por la mucha codicia que lo tenéis, sino pensando que os he de tener toda vuestra vida atados y cautivos con Elicia y Areúsa, sin quereros buscar otras. Movéisme estas amenazas de dinero, ponéisme estos temores de la partición. Pues callad, que quien éstas os supo acarrear, os dará otras diez ahora que hay más conocimiento, y más razón, y más merecido de vuestra parte. Y si sé cumplir lo que se promete en este caso, dígalo Pármeno. ¡Dilo, di, no hayas empacho de contar cómo nos pasó cuando a la otra dolía la madre!

SEMPRONIO.- Yo dígole que se vaya y abájase las bragas; no ando por lo que piensas. No entremetas burlas a nuestra demanda, que con ese galgo no tomarás, si yo puedo, más liebres. Déjate conmigo de razones. A perro viejo, no cuz cuz. Danos las dos partes por cuenta de cuanto de Calisto has recibido; no quieras que se descubra quién tú eres. ¡A los otros, a los otros con esos halagos, vieja!

CELESTINA.- ¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere no lo busco; de mi casa me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. Si bien o mal vivo, Dios es el testigo de mi corazón. Y no pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos y a todos es igual. Tan bien seré oída, aunque mujer, como vosotros muy peinados. Déjame en mi casa con mi fortuna. Y tú, Pármeno, no pienses que soy tu cautiva por saber mis secretos y mi vida pasada, y los casos que nos acaecieron a mí y a la desdichada de tu madre. Aun así me trataba ella cuando Dios quería.

PÁRMENO.- ¡No me hinches las narices con esas memorias; si no, enviarte he con nuevas a ella, donde mejor te puedas quejar!

CELESTINA.- ¡Elicia, Elicia, levántate de esa cama! ¡Daca mi manto, presto!, que, por los santos de Dios, para aquella justicia me vaya bramando como una loca. ¿Qué es esto? ¿Qué quieren decir tales amenazas en mi casa? ¡Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza, con una gallina atada, con una vieja de sesenta años! ¡Allá, allá con los hombres como vosotros! ¡Contra los que ciñen espada mostrad vuestras iras, no contra mi flaca rueca! Señal es de gran cobardía acometer a los menores y a los que poco pueden. Las sucias moscas nunca pican sino los bueyes magros y flacos. Los gozques ladradores a los pobres peregrinos aquejan con mayor ímpetu. Si aquella que allí está en aquella cama me hubiese a mí creído, jamás quedaría esta casa de noche sin varón, ni dormiríamos a lumbre de pajas; pero, por aguardarte, por serte fiel, padecemos esta soledad. Y como nos veis mujeres, habláis y pedís demasías, lo cual, si hombre sintieseis en la posada, no haríais, que, como dicen, «el duro adversario entibia las iras y sañas».

SEMPRONIO.- ¡Oh vieja avarienta, muerta de sed por dinero!, ¿no serás contenta con la tercia parte de lo ganado?

CELESTINA.- ¿Qué tercia parte? Vete con Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces, no allegue la vecindad. No me hagáis salir de seso, no queráis que salgan a plaza las cosas de Calisto y vuestras.

SEMPRONIO.- Da voces o gritos, que tú cumplirás lo que prometiste o cumplirás hoy tus días.

ELICIA.- Mete, por Dios, el espada. Tenlo, Pármeno, tenlo, no la mate ese desvariado.

CELESTINA.- ¡Justicia, justicia, señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos rufianes!

SEMPRONIO.- ¿Rufianes o qué? Espera, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno con cartas.

CELESTINA.- ¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay, confesión, confesión!

PÁRMENO.- Dale, dale. Acábala, pues comenzaste, que nos sentirán. ¡Muera, muera! De los enemigos, los menos.

CELESTINA.- ¡Confesión!

ELICIA.- ¡Oh crueles enemigos! ¡En mal poder os veáis! ¿Y para quién tuvisteis manos? Muerta es mi madre y mi bien todo.

SEMPRONIO.- ¡Huye, huye, Pármeno, que carga mucha gente! ¡Guarte, guarte, que viene el alguacil!

PÁRMENO.- ¡Oh pecador de mí, que no hay por dó nos vamos, que está tomada la puerta!

SEMPRONIO.- ¡Saltemos de estas ventanas; no muramos en poder de justicia!

PÁRMENO.- ¡Salta, que yo tras ti voy!


Garcilaso de la Vega:

Soneto XIII

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!

Lazarillo de Tormes:

El ciego acostumbraba a poner cerca de sí un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto lo tomaba y daba un par de besos callados y lo volvía a su lugar. Mas duróme poco, que en los tragos conocía la falta, y por reservar su vino a salvo nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido. Mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno, que para aquel menester tenía hecha, la cual metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino lo dejaba a buenas noches. Mas como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y en adelante mudó propósito, y asentaba su jarro entre las piernas, y tapábalo con la mano, y así bebía seguro.

Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sutil, y delicadamente con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada.
Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo qué podía ser.

"No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no lo quitáis de la mano."
Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido.

Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando en el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, lo dejo caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me habia caído encima.

Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé. Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y sonriéndose decía: "¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud". Y otros donaires que a mi gusto no lo eran.

                                               (Tratado Primero)

Fray Luis de León:
Oda a Salinas

El aire se serena 
y viste de hermosura y luz no usada, 
Salinas, cuando suena 
la música estremada, 
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino 
el alma, que en olvido está sumida, 
torna a cobrar el tino 
y memoria perdida 
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce, 
en suerte y pensamientos se mejora; 
el oro desconoce, 
que el vulgo vil adora, 
la belleza caduca, engañadora.
Traspasa el aire todo 
hasta llegar a la más alta esfera, 
y oye allí otro modo 
de no perecedera 
música, que es la fuente y la primera.
Ve cómo el gran maestro, 
aquesta inmensa cítara aplicado, 
con movimiento diestro 
produce el son sagrado, 
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta 
de números concordes, luego envía 
consonante respuesta; 
y entrambas a porfía 
se mezcla una dulcísima armonía.
Aquí la alma navega 
por un mar de dulzura, y finalmente 
en él ansí se anega 
que ningún accidente 
estraño y peregrino oye o siente.
¡Oh, desmayo dichoso! 
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido! 
¡Durase en tu reposo, 
sin ser restituido 
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo, 
gloria del apolíneo sacro coro, 
amigos a quien amo 
sobre todo tesoro; 
que todo lo visible es triste lloro.
¡Oh, suene de contino, 
Salinas, vuestro son en mis oídos, 
por quien al bien divino 
despiertan los sentidos 
quedando a lo demás amortecidos!

Miguel de Cervantes:

Una verdad te quiero confesar, Cipión amigo: que me dio gran temor verme encerrado en aquel estrecho aposento con aquella figura delante, la cual te la pintaré como mejor supiere.
Ella era larga de más de siete pies; toda era notomía de huesos, cubiertos con una piel negra, vellosa y curtida; con la barriga, que era de badana, se cubría las partes deshonestas, y aun le colgaba hasta la mitad de los muslos; las tetas semejaban dos vejigas de vaca secas y arrugadas; denegridos los labios, traspillados los dientes, la nariz corva y entablada, desencasados los ojos, la cabeza desgreñada, la mejillas chupadas, angosta la garganta y los pechos sumidos; finalmente, toda era flaca y endemoniada.
                        (M. de Cervantes, El coloquio de los perros, 1613)


[...] quisiera que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y compañía, el acendradísimo caballero don Quijote de la Manchísima, y su escuderísimo Panza.
            -El Panza –antes que otro respondiese, dijo Sancho- aquí está, y el don Quijotísimo asimismo; y así podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieridísimis; que todos estamos pronto y aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos.
(Don Quijote, Parte II, capítulo XXXVIII)


CAPÍTULO XLII
De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas

Con el felice y gracioso suceso de la aventura de la Dolorida quedaron tan contentos los duques, que determinaron pasar con las burlas adelante, viendo el acomodado sujeto que tenían para que se tuviesen por veras; y así, habiendo dado la traza y órdenes que sus criados y sus vasallos habían de guardar con Sancho en el gobierno de la ínsula prometida, otro día, que fue el que sucedió al vuelo de Clavileño, dijo el duque a Sancho que se adeliñase y compusiese para ir a ser gobernador, que ya sus insulanos le estaban esperando como el agua de mayo. Sancho se le humilló y le dijo:
—Después que bajé del cielo, y después que desde su alta cumbre miré la tierra y la vi tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tan grande de ser gobernador, porque ¿qué grandeza es mandar en un grano de mostaza, o qué dignidad o imperio el gobernar a media docena de hombres tamaños como avellanas, que a mi parecer no había más en toda la tierra? Si vuestraI señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo, aunque no fuese más de media legua, la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo.
—Mirad, amigo Sancho —respondió el duque—: yo no puedo dar parte del cielo a nadie, aunque no sea mayor que una uña, que a solo Dios están reservadas esas mercedes y gracias. Lo que puedo dar os doy, que es una ínsula hecha y derecha, redonda y bien proporcionada y sobremanera fértil y abundosa, donde, si vos os sabéis dar maña, podéis con las riquezas de la tierra granjear las del cielo.
—Ahora bien —respondió Sancho—, venga esa ínsula, que yo pugnaré por ser tal gobernador, que, a pesar de bellacos, me vaya al cielo; y esto no es por codicia que yo tenga de salir de mis casillas ni de levantarme a mayores, sino por el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador.
—Si una vez lo probáis, Sancho —dijo el duque—, comeros heis las manos tras el gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y ser obedecido. A buen seguro que cuando vuestro dueño llegue a ser emperador, que lo será sin duda, según van encaminadas sus cosas, que no se lo arranquen como quiera, y que le duela y le pese en la mitad del alma del tiempo que hubiere dejado de serlo.
—Señor —replicó Sancho—, yo imagino que es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado.
—Con vos me entierren, Sancho, que sabéis de todo —respondió el duque—, y yo espero que seréis tal gobernador como vuestro juicio promete; y quédese esto aquí, y advertid que mañana en ese mesmo día habéis de ir al gobierno de la ínsula, y esta tarde os acomodarán del traje conveniente que habéis de llevar y de todas las cosas necesarias a vuestra partida.
—Vístanme —dijo Sancho— como quisieren, que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza.
—Así es verdad —dijo el duque—, pero los trajes se han de acomodar con el oficio o dignidad que se profesa, que no sería bien que un jurisperito se vistiese como soldado, ni un soldado como un sacerdote. Vos, Sancho, iréis vestido parte de letrado y parte de capitán, porque en la ínsula que os doy tanto son menester las armas como las letras, y las letras como las armas.
—Letras —respondió Sancho—, pocas tengo, porque aun no sé el abecé, pero bástame tener el Christus en la memoria para ser buen gobernador. De las armas manejaré las que me dieren, hasta caer, y Dios delante.
—Con tan buena memoria —dijo el duque—, no podrá Sancho errar en nada.
En esto llegó don Quijote y, sabiendo lo que pasaba y la celeridad con que Sancho se había de partir a su gobierno, con licencia del duque le tomó por la mano y se fue con él a su estancia, con intención de aconsejarle cómo se había de haber en su oficio.
Entrados, pues, en su aposento, cerró tras sí la puerta y hizo casi por fuerza que Sancho se sentase junto a él, y con reposada voz le dijo:
—Infinitas gracias doy al cielo, Sancho amigo, de que antes y primero que yo haya encontrado con alguna buena dicha te haya salido a ti a recebir y a encontrar la buena ventura. Yo, que en mi buena suerte te tenía librada la paga de tus servicios, me veo en los principios de aventajarme, y tú, antes de tiempo, contra la ley del razonable discurso, te vees premiado de tus deseos. Otros cohechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden, y llega otro y, sin saber cómo ni cómo no, se halla con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron; y aquí entra y encaja bien el decir que hay buena y mala fortuna en las pretensiones. Tú, que para mí sin duda alguna eres un porro, sin madrugar ni trasnochar y sin hacer diligencia alguna, con solo el aliento que te ha tocado de la andante caballería, sin más ni más te vees gobernador de una ínsula, como quien no dice nada. Todo esto digo, ¡oh Sancho!, para que no atribuyas a tus merecimientos la merced recebida, sino que des gracias al cielo, que dispone suavemente las cosas, y después las darás a la grandeza que en sí encierra la profesión de la caballería andante. Dispuesto, pues, el corazón a creer lo que te he dicho, está, ¡oh hijo!, atento a este tu Catón, que quiere aconsejarte y ser norte y guía que te encamine y saque a seguro puerto deste mar proceloso donde vas a engolfarte, que los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones.
»Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada.
»Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.
—Así es la verdad —respondió Sancho—, pero fue cuando muchacho; pero después, algo hombrecillo, gansos fueron los que guardé, que no puercos. Pero esto paréceme a mí que no hace al caso, que no todos los que gobiernan vienen de casta de reyes.
—Así es verdad —replicó don Quijote—, por lo cual los no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape.
»Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Inumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.
»Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y agüelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.
»Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes, antes le has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él hizo y corresponderás a lo que debes a la naturaleza bien concertada.
»Si trujeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta.
»Si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del “no quiero de tu capilla”, porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida.
»Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.
»Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.
»Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.
»Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.
»Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.
»Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.
»No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda.
»Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.
»Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.
»Al culpado que cayere debajo de tu juridición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.
»Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir para adorno del cuerpo.


Lope de Vega:

Desde que viene la rosada Aurora
hasta que el viejo Atlante esconde el día,
lloran mis ojos con igual porfía
su claro sol que otras montañas dora;

y desde que del caos adonde mora
sale la noche perezosa y fría,
hasta que a Venus otra vez envía,
vuelvo a llorar vuestro rigor, señora.

Así que ni la noche me socorre,
ni el día me sosiega y entretiene,
ni hallo medio en extremos tan extraños.

Mi vida va volando, el tiempo corre,
y mientras mi esperanza con vos viene,
callando pasan los ligeros años.

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Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.


Luis de Góngora:

Ándeme yo caliente 
  Y ríase la gente.
 
 Traten otros del gobierno 
Del mundo y sus monarquías, 
Mientras gobiernan mis días 
Mantequillas y pan tierno, 
Y las mañanas de invierno 
Naranjada y aguardiente, 
  Y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla 
El príncipe mil cuidados, 
Cómo píldoras dorados; 
Que yo en mi pobre mesilla 
Quiero más una morcilla 
Que en el asador reviente, 
  Y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas 
De blanca nieve el enero, 
Tenga yo lleno el brasero 
De bellotas y castañas, 
Y quien las dulces patrañas 
Del Rey que rabió me cuente, 
  Y ríase la gente.
Busque muy en hora buena 
El mercader nuevos soles; 
Yo conchas y caracoles 
Entre la menuda arena, 
Escuchando a Filomena 
Sobre el chopo de la fuente, 
  Y ríase la gente.
Pase a media noche el mar, 
Y arda en amorosa llama 
Leandro por ver a su Dama; 
Que yo más quiero pasar 
Del golfo de mi lagar 
La blanca o roja corriente, 
  Y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel, 
Que de Píramo y su amada 
Hace tálamo una espada, 
Do se junten ella y él, 
Sea mi Tisbe un pastel, 
Y la espada sea mi diente, 
  Y ríase la gente
(Letrilla, 1581)

___________________

LUIS DE GÓNGORA A FRANCISCO DE QUEVEDO

Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Belerofonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego.

Francisco de Quevedo:

FRANCISCO DE QUEVEDO A LUIS DE GÓNGORA

Yo te untaré mis obras con tocino,
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en puyas, cual mozo de camino.

Apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin christus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y, en la Corte, bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.
_____________


CALLADO FUEGO DE AMANTE
Salamandra frondosa y bien poblada
te vio la antigüedad, columna ardiente,
¡oh Vesubio, gigante el más valiente
que al cielo amenazó con diestra osada!
Después, de varias flores esmaltada,
jardín piramidal fuiste, y luciente
mariposa, en tus llamas inclemente,
y en quien toda Pomona fue abrasada.
Ya, fénix cultivada, te renuevas,
en eternos incendios repetidos,
y noche al sol y al cielo luces llevas.
¡Oh monte, emulación de mis gemidos:
pues yo en el corazón, y tú en las cuevas,
callamos los volcanes florecidos!
____________

SONETO  AMOROSO

Dejad que a voces diga el bien que pierdo,
si con mi llanto a lástima os provoco,
y permitidme hacer cosas de loco:
que parezco muy mal amante y cuerdo.
La red que rompo y la prisión que muerdo
y el tirano rigor que adoro y toco,
para mostrar mi pena son muy poco,
si por mi mal de lo que fui me acuerdo.
Óiganme todos: consentid siquiera
que, harto de esperar y de quejarme,
pues sin premio viví, sin juicio muera.
De gritar solamente quiero hartarme.
Sepa de mí, a lo menos, esta fiera
que he podido morir, y no mudarme.

_________________

CASAMIENTO  RIDÍCULO

Trataron de casar a Dorotea
los vecinos con Jorge el extranjero,
de mosca en masa gran sepulturero,
y el que mejor pasteles aporrea.
Ella es verdad que es vieja, pero fea;
docta en endurecer pelo y sombrero;
faltó el ajuar, y no sobró dinero,
mas trújole tres dientes de librea.
Porque Jorge después no se alborote
y tabique ventanas y desvanes,
hecho tiesto de cuernos el cogote,
con un guante, dos moños, tres refranes
y seis libras de zarza, llevó en dote
tres hijas, una suegra y dos galanes.

AMOR MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevaré el blanco día;
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonjera;
mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía;
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa:
Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.


Calderón de la Barca:
¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo, 
ya que me tratáis así 
qué delito cometí 
contra vosotros naciendo; 
aunque si nací, ya entiendo 
qué delito he cometido. 
Bastante causa ha tenido 
vuestra justicia y rigor; 
pues el delito mayor 
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber 
para apurar mis desvelos 
(dejando a una parte, cielos, 
el delito de nacer), 
qué más os pude ofender 
para castigarme más. 
¿No nacieron los demás? 
Pues si los demás nacieron, 
¿qué privilegios tuvieron 
qué yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas 
que le dan belleza suma, 
apenas es flor de pluma 
o ramillete con alas, 
cuando las etéreas salas 
corta con velocidad, 
negándose a la piedad 
del nido que deja en calma; 
¿y teniendo yo más alma, 
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel 
que dibujan manchas bellas, 
apenas signo es de estrellas 
(gracias al docto pincel), 
cuando, atrevida y crüel 
la humana necesidad 
le enseña a tener crueldad, 
monstruo de su laberinto; 
¿y yo, con mejor instinto, 
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira, 
aborto de ovas y lamas, 
y apenas, bajel de escamas, 
sobre las ondas se mira, 
cuando a todas partes gira, 
midiendo la inmensidad 
de tanta capacidad 
como le da el centro frío; 
¿y yo, con más albedrío, 
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra 
que entre flores se desata, 
y apenas, sierpe de plata, 
entre las flores se quiebra, 
cuando músico celebra 
de las flores la piedad 
que le dan la majestad 
del campo abierto a su huida; 
¿y teniendo yo más vida 
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión, 
un volcán, un Etna hecho, 
quisiera sacar del pecho 
pedazos del corazón. 
¿Qué ley, justicia o razón, 
negar a los hombres sabe 
privilegio tan süave, 
excepción tan principal, 
que Dios le ha dado a un cristal, 
a un pez, a un bruto y a un ave? 

(Monólogo de La vida es Sueño, Jornada I, Escena II)

Es verdad. Pues reprimamos
esta fiera condicion,
esta furia, esta ambicion,
por si alguna ve soñamos:
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta dispertar.
Sueña el Rey que es rey
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que á medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me ví.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

(Segundo monólogo de Segismundo, Jornada II)

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