lunes, 10 de marzo de 2014

Los personajes en “El amor en tiempos del cólera”




            El amor en tiempos del cólera nos presenta una amplísima galería de personajes a los que Gabriel García Márquez dota de vida. Los describe como un cronista omnisciente, que no permite separar autor de narrador, pues forma parte de la colectividad utilizando la primera persona del plural y haciendo aparecer a su mujer Mercedes en el relato. Es una omnisciencia selectiva, que se adentra en la mente de un personaje para contárnoslo todo sobre él y luego saltar a la mente de otro. Este perspectivismo, que Vargas Llosa llama “mudas continuas”, se mueve en las conciencias de los tres personajes principales: Juvenal, Florentino y Fermina. La capacidad de introspección psicológica de este narrador es tal que profundiza hasta en lo que sus propios personajes desconocen. Tal es el caso de la relación entre Leona y Florentino (“Fue la verdadera mujer de su vida, aunque ellos no lo supieron nunca”). El autor cuida incluso la onomástica de sus criaturas, que van desde Florentino y Fermina, que estaban destinados a estar juntos por sus nombres, pasando por nombres de Papas o simbólicos como Jeremiah de Saint Amour, sin olvidad los autóctonos como Juvenal o Tránsito.
            Al inicio de la novela nos encontramos con el triángulo amoroso formado por tres ancianos: Juvenal Urbino, médico de 80 años renuente a jubilarse. Seguía siendo el hombre más atildado de la ciudad, oía poco por el oído derecho y se apoyaba en un bastón con empuñadura de plata para disimular la incertidumbre de sus pasos. Le fallaba la memoria, pero lo compensaba con notas escritas en papelitos sueltos que se confundían en sus bolsillos, al igual que el material médico iba revuelto en su maletín. Vestía como en sus años mozos (un chaleco cruzado por un reloj, barba al estilo de la de Pasteur nácar, del mismo color que su cabello bien planchado con raya en el centro). Hombre de rutina, seguía el mismo esquema diario (medicinas secretas, preparación de sus clases, ejercicios, aseo, desayuno, clases, acontecimientos sociales, almuerzo en casa, siesta en la terraza, lectura, visita de enfermos,…) con la excepción de los domingos en los que iba a misa a la catedral, descansaba y leía. Solo salía si había alguna urgencia. Odiaba a los animales y tenía una intensa actividad pública, por lo que consigue grandes logros para la sociedad, como el acueducto, el alcantarillado o el mercado cubierto. Estaba casado con Fermina Daza, de 72 años, amante de los animales y de las flores tropicales. Se habían acostumbrado el uno al otro y ya no podían vivir separados. Florentino Ariza tenía 76 años y era un anciano servicial y serio. Tenía un cuerpo óseo y derecho, piel parda y lampiña, ojos ávidos con gafas redondas de montura blanca y bigote con punteras engomadas algo pasadas de moda. Disimulaba su calvicie. Vestía con paños oscuro con chaleco, un lazo de cinta de seda en el cuello, sombrero de fieltro y paraguas negro que le servía de bastón. Gentil y soltero empedernido, era el Presidente de la Compañía Fluvial del Caribe.
            En medio de este triángulo amoroso cobra un papel protagonista el loro de lengua negra y cabeza amarilla, que solo sabía decir blasfemias a los marineros y al que el doctor Juvenal enseñó a ladrar como un mastín, porque es el causante de la muerte de este. Irónicamente, él, que odia a los animales, muere por salvar a uno.
            A través de la técnica del flashback, el narrador nos transporta 51 años, 9 meses y 4 días antes. Florentino era el más solicitado socialmente, el que mejor bailaba la música de moda, recitaba poesía sentimental y llevaba serenatas a las novias de sus amigos. Físicamente era escuálido, con espejuelos de miope y estreñido crónico.  Tenía una muda única, heredada de su padre, que su madre mantenía como nueva. Fermina Daza estudiaba en el colegio de la Presentación, donde las señoritas de sociedad aprendían el arte y oficio de ser esposas diligentes y sumisas. Se conocieron cuando él llevó un telegrama a su padre, al pasar por el cuarto de costura. Sus miradas se cruzaron y el amor trastornó tanto a Florentino que ya no hacía bien su trabajo. Inició así un cortejo hasta que consiguió mantener una relación epistolar y que ella se comprometiera con él. Todo acabó cuando su padre descubrió esa relación al ser expulsada del colegio por estar escribiéndole una carta a su amado. Lorenzo Daza mandó a su hija a un viaje del olvido, que duró un año y tres meses. A su regreso se devolvieron las cartas y ya no volvió a verla hasta la muerte del doctor Juvenal. Ella sintió al verlo el “abismo del desencanto”, pero él no la había olvidado. El doctor Juvenal era un soltero codiciado que regresaba de París de estudiar Medicina y Cirugía. Hombre innovador, cívico, maniático y con sentido del humor retardado. Creía que el amor era fruto de una equivocación clínica. Al contrario que Florentino, no sintió ninguna emoción cuando conoció a Fermina. Recordaba el camisón celeste con bordes de encaje, el pelo suelto y los ojos febriles, pero estaba tan obsesionado por el cólera que ni se fijó en ella. También la vio por primera vez, a través del cuarto de costura, cuando fue a reconocerla como médico. En su segundo encuentro, Fermina cerró de golpe la ventana, por lo que su padre le dijo que su hija tenía el carácter de una mula. Él se interesó por ella hasta que lo aceptó. No la amaba, se había casado con ella porque le gustaba su altivez, su seriedad, su fuerza y su vanidad. Mientras la besaba por primera vez pensó que “no había obstáculo para inventar un amor”. La llegada de los hijos y la infidelidad del doctor con Barbara Lynch, mulata alta y elegante de huesos grandes, fueron algunos de los escollos que tuvieron que superar juntos.
            Entre los personajes secundarios, que se nos describen en la narración de la larga vida de los personajes tenemos a la familia Urbino formada por doña Blanca, mujer hermosa e inteligente, que se había convertido en una viuda amarga y enemiga del mundo, lo que evidenciaba en el autoritarismo que ejercía sobre Fermina, y sus dos hermanas, que eran carne de convento. También tenemos a la familia Daza, cuyo cabeza era Lorenzo Daza, hombre de recursos, que vivía bien, pero sin oficio conocido. Florentino Ariza lo recuerda como un hombre ordinario con panza, manos bastas y habla enfática. Su hermana Escolástica, celestina de los amores entre Florentino y Fermina, la criada Gala Placidia, Hildebranda Sánchez, hija de Lisímaco Sánchez, hermano de la madre de Fermina, blanca y maciza con el pelo de mulata, acabó casándose con un militar, que la amó con locura, por despecho, pues también vivió un amor imposible. En la familia Ariza tiene un papel importante Tránsito Ariza, madre de Florentino, que tenía un negocio de mercería y cuando fue haciendo dinero se convirtió en prestamista de las señoras arruinadas. Era confidente y consejera de su hijo hasta que enfermó y perdió la cabeza. Don Pío Quinto Loayza era el padre de Florentino, y su mujer lo maldijo por no poder tener hijos. No lo reconoció, pero se ocupó económicamente de él. León XII Loayza, su hermano, se parecía físicamente a Nerón y tenía dotes para el canto. Director de la Compañía Fluvial del Caribe, fue el responsable del ascenso social de Florentino. Tenía fama de avaro por su modesta forma de vivir.
            Cuando Fermina se casó, Florentino cayó en una depresión. Su única ocupación eran los folletines de amor. Emprendió un viaje del olvido que le hizo perder la virginidad e iniciar una serie de relaciones secretas con mujeres con las que nunca se comprometió y a las que no daba importancia porque, como él siempre decía, le era fiel a Fermina: Rosalba, muchacha que viajaba en el mismo barco, lo asaltó y le hizo perder la virginidad; la viuda de Nazaret, las pajaritas huérfanas de noche, con las que iba al hotel y solía vestir como hombres para disimular; Ausencia Santander, de la que aprendió que el amor no se puede enseñar y que mantenía una relación con Rosendo de la Rosa, capitán de buque fluvial; la pajarita desamparada que conoce en un tranvía de mulas y vestía una túnica sin adornos, propia de una enferma que se ha escapado de un manicomio; Leona Cassiani, prostituta a la que le dio empleo y gracias a la cual ascendió Florentino; Sara Noriega, maestra a la que el novio dejó plantada a una semana de la boda y con la que escribió un poema para participar en los Juegos Florales; Olimpia Zuleta, asesinada por su marido chatarrero cuando descubrió la infidelidad por el dibujo que sobre su vientre había hecho Florentino; América Vicuña, joven de catorce años que estudiaba para maestra y había sido encomendada por su familia a Florentino. Fue la única con la que tomó precauciones. Se suicidó por la relación entre Florentino y Fermina; Prudencia Pitre, agente de comercio, que se hubiera casado con él y que afirmaba que uno de sus cuatro hijos era de Florentino.
             Otros personajes son Lotario Thugut, telegrafista y mentor de Florentino en el oficio; las pájaras, como llamaba a las prostitutas que trabajaban en el hotel del puerto; la hermana Franca de la Luz, superiora del colegio en el que estudiaba Fermina y mediadora del doctor Juvenal ante ella, alemana viril con acento metálico y mirada imperativa; Beny Centeno, fotógrafo belga, autor del retrato eterno de Fermina y su prima; el doctor Lácides Olivella y su mujer Aminta de Champs, a cuyas bodas de plata asiste el matrimonio Urbino el mismo día en que se muere Jeremiah de Saint Amour, fotógrafo amigo del doctor, que jugaba al ajedrez con él, se suicidó porque no quería envejecer, y que mantuvo una relación secreta con una mujer mulata que limpiaba su laboratorio una vez a la semana; los hijos de Fermina, Marco Aurelio y Ofelia, que recordaba a doña Blanca; Lucrecia del Real, amiga de la viuda Fermina y, según el diario La Justicia, amante del doctor; el capitán Diego Samaritano, que le tenía afecto a los manatíes e izó la bandera del cólera para salvar el amor de los ancianos; mantenía una relación con Zenaida Neves, a la que llamaba “mi energúmena” por su aspecto descomunal.

            Finalmente encontramos los personajes terciarios, que solo se mencionan al hilo de la narración y que son: el comisario, el estudiante de Medicina, Euclides (el niño nadador que ayuda a Florentino en su proyecto de rescatar un buque), los alumnos del Hospital de la Misericordia, el médico amigo del doctor Juvenal, las amigas de pintura de la joven Fermina, el pianista Romeo Lussichi (que le lleva una serenata a Fermina de parte del doctor), los amigos de Florentino, Juan B. Elbers (precursor de la navegación fluvial), la pareja a la que Florentino les escribía las cartas de amor y que le hicieron padrino de su primer hijo, Brígida Zuleta (amante fugaz de Florentino), el doctor Adonai (dentista de Florentino), Andrea Varón (otra amante), los pasajeros del barco, el hombre con los pollos en los bolsillos, los cazadores de manatíes, personajes políticos y personajes del caso de tráfico de armas y botas de Lorenzo Daza.

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