El
amor en tiempos del cólera nos presenta una amplísima galería de
personajes a los que Gabriel García Márquez dota de vida. Los describe como un
cronista omnisciente, que no permite separar autor de narrador, pues forma
parte de la colectividad utilizando la primera persona del plural y haciendo
aparecer a su mujer Mercedes en el relato. Es una omnisciencia selectiva, que
se adentra en la mente de un personaje para contárnoslo todo sobre él y luego
saltar a la mente de otro. Este perspectivismo, que Vargas Llosa llama “mudas
continuas”, se mueve en las conciencias de los tres personajes principales: Juvenal, Florentino y Fermina. La capacidad de introspección
psicológica de este narrador es tal que profundiza hasta en lo que sus propios
personajes desconocen. Tal es el caso de la relación entre Leona y Florentino
(“Fue la verdadera mujer de su vida, aunque ellos no lo supieron nunca”). El
autor cuida incluso la onomástica de sus criaturas, que van desde Florentino y
Fermina, que estaban destinados a estar juntos por sus nombres, pasando por
nombres de Papas o simbólicos como Jeremiah de Saint Amour, sin olvidad los
autóctonos como Juvenal o Tránsito.
Al
inicio de la novela nos encontramos con el triángulo amoroso formado por tres
ancianos: Juvenal Urbino, médico de
80 años renuente a jubilarse. Seguía siendo el hombre más atildado de la
ciudad, oía poco por el oído derecho y se apoyaba en un bastón con empuñadura
de plata para disimular la incertidumbre de sus pasos. Le fallaba la memoria,
pero lo compensaba con notas escritas en papelitos sueltos que se confundían en
sus bolsillos, al igual que el material médico iba revuelto en su maletín.
Vestía como en sus años mozos (un chaleco cruzado por un reloj, barba al estilo
de la de Pasteur nácar, del mismo color que su cabello bien planchado con raya
en el centro). Hombre de rutina, seguía el mismo esquema diario (medicinas
secretas, preparación de sus clases, ejercicios, aseo, desayuno, clases,
acontecimientos sociales, almuerzo en casa, siesta en la terraza, lectura,
visita de enfermos,…) con la excepción de los domingos en los que iba a misa a
la catedral, descansaba y leía. Solo salía si había alguna urgencia. Odiaba a
los animales y tenía una intensa actividad pública, por lo que consigue grandes
logros para la sociedad, como el acueducto, el alcantarillado o el mercado
cubierto. Estaba casado con Fermina Daza,
de 72 años, amante de los animales y de las flores tropicales. Se habían
acostumbrado el uno al otro y ya no podían vivir separados. Florentino Ariza tenía 76 años y era un
anciano servicial y serio. Tenía un cuerpo óseo y derecho, piel parda y
lampiña, ojos ávidos con gafas redondas de montura blanca y bigote con punteras
engomadas algo pasadas de moda. Disimulaba su calvicie. Vestía con paños oscuro
con chaleco, un lazo de cinta de seda en el cuello, sombrero de fieltro y
paraguas negro que le servía de bastón. Gentil y soltero empedernido, era el
Presidente de la Compañía Fluvial del Caribe.
En
medio de este triángulo amoroso cobra un papel protagonista el loro de lengua negra y cabeza amarilla,
que solo sabía decir blasfemias a los marineros y al que el doctor Juvenal
enseñó a ladrar como un mastín, porque es el causante de la muerte de este.
Irónicamente, él, que odia a los animales, muere por salvar a uno.
A
través de la técnica del flashback, el narrador nos transporta 51 años, 9 meses
y 4 días antes. Florentino era el más solicitado socialmente, el que mejor
bailaba la música de moda, recitaba poesía sentimental y llevaba serenatas a
las novias de sus amigos. Físicamente era escuálido, con espejuelos de miope y
estreñido crónico. Tenía una muda única,
heredada de su padre, que su madre mantenía como nueva. Fermina Daza estudiaba
en el colegio de la Presentación, donde las señoritas de sociedad aprendían el
arte y oficio de ser esposas diligentes y sumisas. Se conocieron cuando él
llevó un telegrama a su padre, al pasar por el cuarto de costura. Sus miradas
se cruzaron y el amor trastornó tanto a Florentino que ya no hacía bien su
trabajo. Inició así un cortejo hasta que consiguió mantener una relación
epistolar y que ella se comprometiera con él. Todo acabó cuando su padre
descubrió esa relación al ser expulsada del colegio por estar escribiéndole una
carta a su amado. Lorenzo Daza mandó a su hija a un viaje del olvido, que duró
un año y tres meses. A su regreso se devolvieron las cartas y ya no volvió a
verla hasta la muerte del doctor Juvenal. Ella sintió al verlo el “abismo del
desencanto”, pero él no la había olvidado. El doctor Juvenal era un soltero
codiciado que regresaba de París de estudiar Medicina y Cirugía. Hombre
innovador, cívico, maniático y con sentido del humor retardado. Creía que el
amor era fruto de una equivocación clínica. Al contrario que Florentino, no
sintió ninguna emoción cuando conoció a Fermina. Recordaba el camisón celeste
con bordes de encaje, el pelo suelto y los ojos febriles, pero estaba tan
obsesionado por el cólera que ni se fijó en ella. También la vio por primera vez,
a través del cuarto de costura, cuando fue a reconocerla como médico. En su
segundo encuentro, Fermina cerró de golpe la ventana, por lo que su padre le
dijo que su hija tenía el carácter de una mula. Él se interesó por ella hasta
que lo aceptó. No la amaba, se había casado con ella porque le gustaba su
altivez, su seriedad, su fuerza y su vanidad. Mientras la besaba por primera
vez pensó que “no había obstáculo para inventar un amor”. La llegada de los
hijos y la infidelidad del doctor con Barbara
Lynch, mulata alta y elegante de huesos grandes, fueron algunos de los
escollos que tuvieron que superar juntos.
Entre
los personajes secundarios, que se nos describen en la narración de la larga
vida de los personajes tenemos a la familia
Urbino formada por doña Blanca,
mujer hermosa e inteligente, que se había convertido en una viuda amarga y
enemiga del mundo, lo que evidenciaba en el autoritarismo que ejercía sobre
Fermina, y sus dos hermanas, que eran carne de convento. También tenemos a la familia Daza, cuyo cabeza era Lorenzo Daza, hombre de recursos, que
vivía bien, pero sin oficio conocido. Florentino Ariza lo recuerda como un
hombre ordinario con panza, manos bastas y habla enfática. Su hermana Escolástica, celestina de los amores
entre Florentino y Fermina, la criada Gala
Placidia, Hildebranda Sánchez, hija de Lisímaco
Sánchez, hermano de la madre de Fermina, blanca y maciza con el pelo de
mulata, acabó casándose con un militar, que la amó con locura, por despecho,
pues también vivió un amor imposible. En la familia Ariza tiene un papel importante Tránsito Ariza, madre de Florentino, que tenía un negocio de
mercería y cuando fue haciendo dinero se convirtió en prestamista de las
señoras arruinadas. Era confidente y consejera de su hijo hasta que enfermó y
perdió la cabeza. Don Pío Quinto Loayza
era el padre de Florentino, y su mujer lo maldijo por no poder tener hijos. No
lo reconoció, pero se ocupó económicamente de él. León XII Loayza, su hermano, se parecía físicamente a Nerón y tenía
dotes para el canto. Director de la Compañía Fluvial del Caribe, fue el
responsable del ascenso social de Florentino. Tenía fama de avaro por su
modesta forma de vivir.
Cuando
Fermina se casó, Florentino cayó en una depresión. Su única ocupación eran los
folletines de amor. Emprendió un viaje del olvido que le hizo perder la
virginidad e iniciar una serie de relaciones secretas con mujeres con las que
nunca se comprometió y a las que no daba importancia porque, como él siempre
decía, le era fiel a Fermina: Rosalba,
muchacha que viajaba en el mismo barco, lo asaltó y le hizo perder la
virginidad; la viuda de Nazaret, las
pajaritas huérfanas de noche, con las que iba al hotel y solía vestir como
hombres para disimular; Ausencia
Santander, de la que aprendió que el amor no se puede enseñar y que
mantenía una relación con Rosendo de la
Rosa, capitán de buque fluvial; la pajarita
desamparada que conoce en un tranvía de mulas y vestía una túnica sin
adornos, propia de una enferma que se ha escapado de un manicomio; Leona Cassiani, prostituta a la que le
dio empleo y gracias a la cual ascendió Florentino; Sara Noriega, maestra a la que el novio dejó plantada a una semana
de la boda y con la que escribió un poema para participar en los Juegos
Florales; Olimpia Zuleta, asesinada
por su marido chatarrero cuando descubrió la infidelidad por el dibujo que
sobre su vientre había hecho Florentino; América
Vicuña, joven de catorce años que estudiaba para maestra y había sido
encomendada por su familia a Florentino. Fue la única con la que tomó
precauciones. Se suicidó por la relación entre Florentino y Fermina; Prudencia Pitre, agente de comercio,
que se hubiera casado con él y que afirmaba que uno de sus cuatro hijos era de
Florentino.
Otros personajes son Lotario Thugut, telegrafista y mentor de Florentino en el oficio; las pájaras, como llamaba a las
prostitutas que trabajaban en el hotel del puerto; la hermana Franca de la Luz, superiora del colegio en el que
estudiaba Fermina y mediadora del doctor Juvenal ante ella, alemana viril con
acento metálico y mirada imperativa; Beny
Centeno, fotógrafo belga, autor del retrato eterno de Fermina y su prima;
el doctor Lácides Olivella y su
mujer Aminta de Champs, a cuyas
bodas de plata asiste el matrimonio Urbino el mismo día en que se muere Jeremiah de Saint Amour, fotógrafo
amigo del doctor, que jugaba al ajedrez con él, se suicidó porque no quería
envejecer, y que mantuvo una relación secreta con una mujer mulata que limpiaba su laboratorio una
vez a la semana; los hijos de Fermina, Marco
Aurelio y Ofelia, que recordaba
a doña Blanca; Lucrecia del Real,
amiga de la viuda Fermina y, según el diario La Justicia, amante del doctor; el capitán Diego Samaritano, que le tenía afecto a los manatíes e
izó la bandera del cólera para salvar el amor de los ancianos; mantenía una
relación con Zenaida Neves, a la que
llamaba “mi energúmena” por su aspecto descomunal.
Finalmente
encontramos los personajes terciarios, que solo se mencionan al hilo de la
narración y que son: el comisario,
el estudiante de Medicina, Euclides (el niño nadador que ayuda a
Florentino en su proyecto de rescatar un buque), los alumnos del Hospital de la Misericordia, el médico amigo del doctor Juvenal, las amigas de pintura de la joven Fermina, el pianista Romeo Lussichi (que le lleva una
serenata a Fermina de parte del doctor), los amigos de Florentino, Juan B.
Elbers (precursor de la navegación fluvial), la pareja a la que Florentino les escribía las cartas de amor y que le
hicieron padrino de su primer hijo, Brígida
Zuleta (amante fugaz de Florentino), el doctor Adonai (dentista de Florentino), Andrea Varón (otra amante), los pasajeros del barco, el hombre
con los pollos en los bolsillos, los cazadores
de manatíes, personajes políticos y personajes del caso de tráfico de armas y
botas de Lorenzo Daza.
interesante
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Un saludo.
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