sábado, 13 de septiembre de 2014

Renovación de la novela en el siglo XX: Proust, Kafka, Joyce y T. Mann



            Durante el siglo XIX la novela, especialmente la realista, alcanzó un esplendor extraordinario. Uno de los primeros cultivadores de este movimiento en Francia fue Stendhal, autor de La cartuja de Parma  y Rojo y negro. Otros novelistas franceses destacados fueron Balzac (con La comedia humana) y Flaubert (con Madame Bovary). Como destacadas figuras del movimiento realista encontramos también a Dickens en Inglaterra, Dostoievski y Tolstoi en Rusia, o Galdós y Clarín en España. A esto se debe añadir la novela naturalista, que con la mezcla de materialismo y determinismo tan característica de la obra del francés Emile Zola, incide en los aspectos más sórdidos de la sociedad de la época. Se dice que el narrador realista se erige en “notario de la sociedad en la que vive”, la cual queda reflejada en sus libros de una forma casi científica, imparcial y objetiva, irónica o con una enorme carga crítica, pero siempre partiendo de la realidad que le es conocida.
            La calidad y cantidad de obras en el siglo XIX produjo la idea de que la novela como género estaba agotándose y no le quedaba más que la decadencia. Parecía imposible superar la maestría de esos autores, al mismo tiempo que parecía que ellos habían tratado ya todos los temas y cualquier obra nueva sería una repetición de lo ya expresado. Por ejemplo, si alguien quería tratar el adulterio de una mujer soñadora, romántica e insatisfecha en su matrimonio, debía competir con Madame Bovary de Flaubert, Ana Karenina de Tolstoi o La Regenta de Leopoldo Alas Clarín. La visión pesimista acerca de ese agotamiento supone la comprensión de la importancia de la renovación del género en el siglo XX.
            La aparición de grandes autores a comienzos del siglo XX permitirá la necesaria renovación del género novelístico. Aparecen nuevas formas de narrar y se da cabida a historias más complejas y técnicas más innovadoras: el abandono del orden cronológico, la ruptura de la estructura tradicional (planteamiento, nudo y desenlace), distintas perspectivas, protagonistas contradictorios, etc.
De acuerdo con el epígrafe de este tema, mencionaremos a cuatro de los más destacados escritores (Marcel Proust, Franz Kafka, James Joyce y Thomas Mann), aunque hubo muchos más que se podrían incluir en esta renovación.
            En los primeros años del siglo XX aparece una confrontación entre la vanguardia y una evolución de lo precedente. El germen vanguardista lo hallamos en 1894, con el estreno de Ubú rey de Alfred Jarry, precursora también del llamado teatro del absurdo. No obstante, no hubo una ruptura absoluta con toda la literatura anterior o una transición suave a la modernidad, sino bastantes matices. Thomas Mann, por ejemplo, estaba aún muy ligado a la novelística anterior, por lo que fue llamado “el último novelista del siglo XIX” y también “el primero del XX”.Franz Kafka sí escribe una obra “antirrealista”, diferente a la novela y el relato de buena parte del XIX. James Joyce se caracteriza por la “destrucción” del lenguaje narrativo convencional, con técnicas como el monólogo interior que apenas estaban esbozados en alguna novela realista.

            Marcel Proust (1871-1922) es el gran renovador de la novela francesa a comienzos del siglo XX. Su obsesión es el “yo literario”, con un cierto distanciamiento para poder universalizar experiencias. Es muy conocido el pasaje en que el olor y el sabor de una magdalena mojada en té le hacen recordar episodios del pasado ligados a esas sensaciones. Lo que trata de conseguir el novelista es estimular en los lectores experiencias parecidas, como recordar a alguien a través de una canción.
            Proust supo crear una obra muy personal, en cierto modo heredera de la novela psicológica, que se ha calificado como “impresionista” por el valor que da a todas las sensaciones descritas minuciosamente en períodos muy largos a veces, encadenando oraciones subordinadas, por ejemplo, algo poco frecuente en la novela francesa anterior. Su gran obra narrativa es el conjunto de novelas llamadas En busca del tiempo perdido, compuestas entre 1913 y 1922, y que consta de siete obras: Por el camino de Swann (1913), A la sombra de las muchachas en flor (1919), El mundo de Guermantes (1921 y 1922), Sodoma y Gomorra (1922 y 1923), La prisionera (1925), La fugitiva (1927) y El tiempo recobrado (1927). La prestigiosa editorial Gallimard, por consejo de André Gide, rechazó la publicación de la primera novela, pero sí publicó la segunda. Además de una crítica del esnobismo y el arribismo social de unos personajes decadentes, en En busca del tiempo perdido, Marcel Proust deja constancia de su homosexualidad de una manera velada en general, aunque de modo más explícito en Sodoma y Gomorra.
            Entre las obras de Proust consideradas “menores” destaca La Biblia de Amiens, traducción de textos de británico John Ruskin, impulsor de la teoría del “arte por el arte”.

            Thomas Mann (1875-1955) pertenecía una familia burguesa. Comenzó su carrera literaria escribiendo relatos para la revista Simplicissimus. Su primer cuento fue El pequeño señor Friedermann (1898). La obra que lo lanzó a la fama fue Los Buddenbrook (1901), historia de la decadencia de una familia burguesa. Esta obra (su título más recordado en la entrega del Premio Nobel de Literatura) entronca con la mejor novela realista anterior, de forma que en Alemania se decía de Mann que era “el último novelista del siglo XIX”, a lo que se añadió “y el primero del siglo XX”.
            Su interés por relacionar el arte con la vida lo lleva a escribir obras como Tristán, Muerte en Venecia (1912) y Doctor Fausto.
            Después de la primera guerra mundial (1914-1918) abordo la realización de La montaña mágica (1924). Concebida en su origen como una novela corta, la obra transcurre en un sanatorio antituberculoso. Aquí podemos observar la dimensión de Mann como pensador. Este extenso relato entronca con el Bildungsroman alemán (la novela de aprendizaje), aunque Mann la calificó como Zeitroman o “novela del tiempo”. La enfermedad, el sentido de la vida, la muerte, el destino de la civilización, la estética, la política, el sistema de valores por el que se rige el ser humano… Todos esos temas se plantean en esta obra ambientada en un sanatorio suizo. Curiosamente, Mann queria escribir la antítesis de Muerte en Venecia.
            En 1929 se le concedió el Premio Nobel de Literatura.
            El ascenso del nazismo obligó a Thomas Mann a exiliarse, comprometido con los valores de la democracia, pero además casado con una mujer de origen judío. Residió en Suiza desde 1933 a 1938 y de allí se trasladó a estados Unidos, donde vivió durante la segunda guerra mundial y obtuvo la nacionalidad norteamericana, aunque también había adquirido la checa. Su literatura del exilio, revestida de espiritualismo, está llena de referencias bíblicas, como se aprecia en José y sus hermanos. Su admiración a Goethe le llevó a escribir Doctor Fausto (1947), la historia de un músico que vende su alma al diablo. En esta obra algunos ven un símbolo del pueblo alemán vendiendo su alma a los nazis. En 1939 Mann ya había escrito Carlota en Weimar, una continuación del Werther de Goethe, aunque sin el personaje del joven suicida. La protagonista, Carlota, recuerda su relación con el infortunado Werther.
La última novela de Mann fue Las confesiones de Félix Krull, en la que desarrolla un irónico análisis de la condición humana.
Murió en el exilio en Zurich, en Suiza, en 1955.

            James Joyce (1882-1941) se caracteriza por romper con el lenguaje narrativo vigente hasta su época. Su evolución correrá pareja al desarrollo de los movimientos vanguardistas, incluso podemos encontrar en sus páginas algunos ecos del dadaísmo. Aún así, siempre cultivó un estilo muy personal, libre de dogmas y escuelas.
            James Joyce se dio a conocer con Dublineses (1914) y la novela en parte autobiográfica Retrato del artista adolescente (1916), pero su obra cumbre es Ulises (1922), llena de simbología y quizás uno de los relatos más influyentes en la evolución de la novela debido a la experimentación a la que el autor somete el lenguaje. Fue concebida como un reverso de La Odisea. Esta novela está escrita sin autocensura moral o política, de forma que fue calificada de obscena y anticatólica por varios sectores de la sociedad. Joyce narra en dieciocho capítulos veinticuatro horas en la vida de tres personajes de Dublín: Leopold Bloom, un judío dublinés que vaga por la ciudad retrasando el momento de regresar a casa (le consta la infidelidad de su esposa), Molly Bloom y el escritor Stephen Dedalus, que podría considerarse un trasunto del autor. Todas las modalidades del experimentalismo narrativo posterior se encuentran en esta novela, difícil de leer en algunos fragmentos (desorden del tiempo, mezcla de acción y reflexión, monólogo interior o utilización de todos los registros del lenguaje)
            De 1939 es Finnegans wake, un complejo relato donde se infiltran las ideas de Giambattista Vico, y que se convierte en un retrato psicológico del hombre contemporáneo. El título se inspira en una balada tabernaria irlandesa y también es una obra de compleja lectura.

            Franz Kafka (1883-1924) es un escritor en lengua alemana y sus obras son exponente de la angustia existencial de principios del siglo XX. Considerado uno de los padres de la llamada literatura del absurdo, parece inspirarse en el mundo de las pesadillas y los sueños obsesivos para construir unos desasosegante relatos donde se quiebra la lógica. Su obra más representativa es La metamorfosis, donde un modesto viajante (Gregorio Samsa) se convierte en un monstruoso bicho, provocando diversas reacciones en quienes lo rodean, desde la hostilidad hasta cierta compasión, pasando por el asco o la curiosidad malsana. La transformación sucede absurdamente, a causa de ese “porque sí” característico del autor.
            Kafka parte en sus obras de una situación inverosímil, que marca y vertebra todo el relato. Pero dentro de la historia todo posee una gran coherencia, de ahí lo más inquietante: ser un símbolo de una realidad amenazadora y demasiado cercana al lector. Aunque lo más leído y apreciado de su producción han sido sus relatos cortos y cuentos, es en las novelas extensas (El castillo y El proceso, fundamentalmente) donde Kafka desarrolla su anticipación a fenómenos propios del siglo XX, que se estaban gestando o aún no se habían producido: el fascismo, sobre todo en su versión hitleriana, y el comunismo bajo Stalin. El poder establecido es una fuerza impersonal y opresiva que dispone de un implacable engranaje, la burocracia ciega. Para el poder todos somos culpables de delitos que hemos cometido o cometeremos sin darnos cuenta, en los que no importa esa intencionalidad deliberada, y por los que debemos pagar. Tal vez esa culpabilidad nazca también de una sospechosa falta de delito: basta con que deseemos ser libres, lo que constituye el más horroroso de los crímenes. La novela de Georges Orwell 1984 viene a ser una secuela postkafkiana de esa crítica al totalitarismo en cualquiera de sus manifestaciones.


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