Costumbrismo
Es
el reflejo que de la vida cotidiana y de los tipos humanos característicos de
una época presenta la obra de algunos autores localizados en el tiempo entre
1830 y 1868 aproximadamente.
Un
rasgo característico del costumbrismo es el humor criollo.
Como
autores costumbristas podemos señalar a los autores venezolanos Daniel Mendoza
(1823-1867), Nicanor Bolet Peraza (1838-1906) y, al más importante, Arístides
Rojas (1826-1894). Rojas era, además de escritor, historiador y folclorista.
Escribió Estudios indígenas (1878),
además de realizar una recopilación de leyendas históricas venezolanas, editada
en 1890.
Realismo
El
realismo es un sistema estético que asigna como fin a las obras artísticas o
literarias el describir o reflejar la realidad sin atenuación o idealización.
El
concepto crítico de realismo designa la intencionalidad representativa de
cualquier forma artística y el grado de aproximación de la última a los
términos de la realidad que intenta reproducir.
Lo
que se encuentra en la base del arte realista es el concepto aristotélico de mimesis o imitación, que proporciona al
lector el placer de un reconocimiento de lo real en el producto artístico. A
partir de ahí tiene que comenzar una sistemática relativización del término que
se mueve ahora en el mundo de la expresión artística, que usará de la imitación
en razón de su peculiar ideología y de su propio concepto de la realidad.
El
realismo define una constante del arte del siglo XIX, principalmente referida a
la novela, género nacido como expresión y consumo de la burguesía triunfante.
Se
incorporó a la narrativa el lenguaje coloquial y el estilo directo, en algunos
casos con gran acierto como en la Linterna
mágica (1860-1890), serie novelística de José Tomás de Cuéllar (1830-1890).
Entre
1875 y 1910 se gestó la madurez de la novela mexicana, gracias principalmente a
Rafael Delgado, Emilio Rabasa y Ángel de Campo.
La
obra de mayor talla fue la de Emilio Rabasa (1856-1930), compuesta por un ciclo
novelístico en cuatro partes: La bola, La
gran ciencia, El cuarto poder y Moneda
falsa. La corrupción del protagonista está narrada en primera persona, lo
que hace que la novela sea uno de los textos más modernos de su tiempo.
Además
de Emilio Rabasa, encontramos otros autores realistas mexicanos como Ángel de
Campo (1868-1908), José Tomás Cuéllar (1830-1894) y Rafael Delgado (1853-1914).
Ángel
de Campo era escritor y periodista. Para la prensa escribió con el seudónimo de
Micrós. La mayor parte de su
producción consistió en artículos de costumbres de tono satírico, a través de
los cuales intentó una crítica de la vida nacional mexicana. Su obra
periodística se recoge en tres volúmenes: Ocios
y apuntes (1890), Cosas vistas
(1894) y Cartones (1897). Su carácter
sentimental le llevó a escribir Rumba,
una historia dolorosa de los ambientes mexicanos en la que utilizó
procedimientos naturalistas y que apareció como folletín en El nacional.
José
Tomás Cuéllar fue escritor y diplomático. Utilizó el seudónimo Facundo en muchas de sus obras. Su
producción literaria se inscribe en una línea posromántica, en la que aparecen
también elementos realistas y costumbristas. La colección de novelas que
publicó entre 1869 y 1890 se denomina La
linterna mágica. Entre esas novelas sobresalen Ensalada de pollos, Historia de Chucho el ninfo, Isolina la
exfigurante, Las jamonas, Las gentes que “son así”, Gabriel el cerrajero, Baile
y cochino, Los mariditos y Los
fuereños y la nochebuena. En sus narraciones predomina el tono picaresco,
la tendencia a la caricatura y la intención doctrinaria. Por otra parte se
produce cierta aglomeración de personajes típicos por el afán de representar
totalmente los ambientes costumbristas y pintorescos de las clases medias.
Rafael
Delgado vivió casi siempre en Orizaba, que era una ciudad aferrada a las
tradiciones locales. Trabajó como profesor. Escribió poesía, teatro y crítica
literaria, pero su principal producción se da en la novela. Entre sus obras
podemos destacar La calandria (1891),
Angelina (1895), Los parientes ricos (1903) e Historia
vulgar (1904). Habría que añadir una recopilación de Cuentos y notas, de 1902. Delgado elegía historias sencillas en las
que podía observarse el ritmo y el ambiente de la vida provinciana. En su
narrativa también puede destacarse el cuidado con que el autor registra los
pormenores, así como la maestría al realizar las descripciones. Se le ha
criticado en cierto sentido un exceso de emotividad que le inclinaría a lugares
comunes.
Naturalismo
Este
movimiento literario se inició en Francia durante la segunda mitad del siglo
XIX.
El
naturalismo hizo suya la filosofía del determinismo, que presentaba al
individuo configurado por sus instintos y pasiones, por su situación económica
y social.
Dentro
de este movimiento las novelas eran planteadas como documentos: querían ser una
historia real del presente social o histórico, un testimonio literario de
validez objetiva afín a las pruebas y demostraciones de las ciencias.
En
Hispanoamérica el movimiento tuvo una amplia resonancia, aunque no pareció
cuajar en obras que superaran el programa estético de la intención revulsiva,
por lo que produjo más bien novelas truculentas. Aún así, algunas de estas
novelas conmovieron los medios sociales con cierto aire de escándalo. La
escritora peruana Glorinda Matto de Turner fue incluso víctima del escarnio
social y sufrió la persecución de sus obras.
Los
chilenos Augusto D’Halmar y Luis Orrego Luco, el mexicano Federico Gamboa y el
argentino Eugenio Cambaceres son los autores más conocidos del naturalismo,
aunque fue el argentino quien logró mayor identificación con esta escuela, con
sus novelas estereotipadas.
La
importancia del naturalismo en Hispanoamérica estriba en que inició el ciclo
nativista de la narrativa al llamar la atención sobre los problemas sociales y
al revocar la narrativa de estirpe romántica. Por lo tanto, más que
estrictamente creativa, la función del naturalismo fue crítica y gestadora.
En
cuanto a los autores más importantes y que ya hemos enumerado, señalaremos que
la novelista peruana Glorinda Matto de Turner (1854-1909) se sitúa en su
primera etapa literaria en la órbita del “tradicionismo” o tradicionalismo
creado por Ricardo Palma con sus Tradiciones
peruanas (1884-1886). Matto reflejaba el opresivo ambiente social de la
sierra en su novela Aves sin nido
(1889), dedicada a González Prada, y que anticipa los elementos de la narrativa
indigenista de denuncia. Sobre temas similares escribió Índole (1890) y Herencia
(1895).
El
escritor y diplomático chileno Augusto D’Halmar (1882-1950) se llamaba Augusto
Goéminne Thomson. Fundó el periódico Luz
y sombra con Alfredo Melossi. En 1904, bajo el estímulo ideológico del
novelista ruso, fundó una colonia tolstoiana
en el sur de Chile. Fue uno de los componentes del círculo artístico e
intelectual de los Diez, fundado por Pedro Prado en 1915. En 1936 publicó el
ensayo Lo que no se ha dicho sobre la
actual revolución española e intervino en un comité de ayuda a la república
en España. En sus últimos años colaboró asiduamente en la revista Atenea.
D’Halmar
fue el mejor exponente de la prosa chilena. Su primera novela, Juana Lucero (1902), fue un
“experimento” realizado según la estética naturalista, que alcanzó en su tiempo
una gran resonancia. Posteriormente se sintió atraído por temas y ambientes
exóticos, captados con estilo impresionista y en prosa poética. A esta
orientación responden las colecciones de cuentos La lámpara en el molino (1914), Los
alucinados, Gatita (ambos de 1917) y Nirvana
(1918), así como las novelas La sombra
del humo en el espejo, relato de sus viajes por Oriente, y Pasión y muerte del cura Deusto, de
ambiente andaluz (ambas publicadas en 1924). Cabe agregar obras ensayísticas
como La Mancha de don Quijote (1934),
el volumen de memorias Rubén Darío y los
americanos en París (1941) y Los 21
(1948).
El
novelista mexicano Federico Gamboa (1864-1939) ejerció también como diplomático
y fue director de la Academia Mexicana. Escribió varias novelas de corte
naturalista, libros autobiográficos o de memorias y piezas teatrales (entre
estas destaca La venganza de la gleba,
de 1905). Lo más sobresaliente de su obra fue su producción novelística, de la
que podemos citar Suprema ley (1896),
Metamorfosis (1899), Santa (su novela más popular y
conseguida, de 1903, que aborda el tema de la prostitución con propósitos
edificantes), Reconquista (1908) y La llaga (1910). Recibió la influencia
de Zola y Goncourt, a quienes admiraba, aunque esta influencia estaba matizada
por sentimientos religiosos. Entre sus libros de memorias destacan Impresiones y recuerdos (1893) y Mi diario, compuesto por cinco volúmenes
(de 1907 a 1938).
El
novelista chileno Luis Orreco Luco (1866-1948) era un narrador histórico y
costumbrista, que se inspiró en el naturalismo francés. Un idilio nuevo (1900) y Casa
grande (1908) son obras características, de ambiente burgués, en las que
los conflictos y pasiones proceden de taras y complejos psíquicos. Es autor
también de A través de la tempestad,
de 1914.
El
novelista y periodista argentino Eugenio Cambaceres (1843-1890) fue diputado y
propugnó la separación entre la iglesia y el Estado. Fue un gran admirador de
Francia. Destacó como periodista por su prosa satírica y ágil, que utiliza el
lenguaje coloquial porteño con la intención de dar un colorido local a sus
crónicas. Estas se reúnen en dos libros breves: Potpurrí (1881) y Música
sentimental (1884), publicados en París como obras anónimas bajo el
subtítulo de Silbidos de un vago. Era
un excelente narrador y asimiló en sus novelas los fundamentos de estilo y
doctrina de Zola. Por ello se le considera el introductor del naturalismo en
Hispanoamérica.
En
1885 publicó Sin rumbo, y dos años
más tarde En la sangre, dos novelas
de prosa áspera y directa, desconocida en su tiempo, en las que alcanza las
manifestaciones del ambiente porteño. Destaca por su intención social.
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