miércoles, 13 de mayo de 2015

Costumbrismo, realismo y naturalismo en Hispanoamérica




            Costumbrismo

            Es el reflejo que de la vida cotidiana y de los tipos humanos característicos de una época presenta la obra de algunos autores localizados en el tiempo entre 1830 y 1868 aproximadamente.
            Un rasgo característico del costumbrismo es el humor criollo.
            Como autores costumbristas podemos señalar a los autores venezolanos Daniel Mendoza (1823-1867), Nicanor Bolet Peraza (1838-1906) y, al más importante, Arístides Rojas (1826-1894). Rojas era, además de escritor, historiador y folclorista. Escribió Estudios indígenas (1878), además de realizar una recopilación de leyendas históricas venezolanas, editada en 1890.

            Realismo

            El realismo es un sistema estético que asigna como fin a las obras artísticas o literarias el describir o reflejar la realidad sin atenuación o idealización.
            El concepto crítico de realismo designa la intencionalidad representativa de cualquier forma artística y el grado de aproximación de la última a los términos de la realidad que intenta reproducir.
            Lo que se encuentra en la base del arte realista es el concepto aristotélico de mimesis o imitación, que proporciona al lector el placer de un reconocimiento de lo real en el producto artístico. A partir de ahí tiene que comenzar una sistemática relativización del término que se mueve ahora en el mundo de la expresión artística, que usará de la imitación en razón de su peculiar ideología y de su propio concepto de la realidad.
            El realismo define una constante del arte del siglo XIX, principalmente referida a la novela, género nacido como expresión y consumo de la burguesía triunfante.
            Se incorporó a la narrativa el lenguaje coloquial y el estilo directo, en algunos casos con gran acierto como en la Linterna mágica (1860-1890), serie novelística de José Tomás de Cuéllar (1830-1890).
            Entre 1875 y 1910 se gestó la madurez de la novela mexicana, gracias principalmente a Rafael Delgado, Emilio Rabasa y Ángel de Campo.
            La obra de mayor talla fue la de Emilio Rabasa (1856-1930), compuesta por un ciclo novelístico en cuatro partes: La bola, La gran ciencia, El cuarto poder y Moneda falsa. La corrupción del protagonista está narrada en primera persona, lo que hace que la novela sea uno de los textos más modernos de su tiempo.
            Además de Emilio Rabasa, encontramos otros autores realistas mexicanos como Ángel de Campo (1868-1908), José Tomás Cuéllar (1830-1894) y Rafael Delgado (1853-1914).
            Ángel de Campo era escritor y periodista. Para la prensa escribió con el seudónimo de Micrós. La mayor parte de su producción consistió en artículos de costumbres de tono satírico, a través de los cuales intentó una crítica de la vida nacional mexicana. Su obra periodística se recoge en tres volúmenes: Ocios y apuntes (1890), Cosas vistas (1894) y Cartones (1897). Su carácter sentimental le llevó a escribir Rumba, una historia dolorosa de los ambientes mexicanos en la que utilizó procedimientos naturalistas y que apareció como folletín en El nacional.
            José Tomás Cuéllar fue escritor y diplomático. Utilizó el seudónimo Facundo en muchas de sus obras. Su producción literaria se inscribe en una línea posromántica, en la que aparecen también elementos realistas y costumbristas. La colección de novelas que publicó entre 1869 y 1890 se denomina La linterna mágica. Entre esas novelas sobresalen Ensalada de pollos, Historia de Chucho el ninfo, Isolina la exfigurante, Las jamonas, Las gentes que “son así”, Gabriel el cerrajero, Baile y cochino, Los mariditos y Los fuereños y la nochebuena. En sus narraciones predomina el tono picaresco, la tendencia a la caricatura y la intención doctrinaria. Por otra parte se produce cierta aglomeración de personajes típicos por el afán de representar totalmente los ambientes costumbristas y pintorescos de las clases medias.
            Rafael Delgado vivió casi siempre en Orizaba, que era una ciudad aferrada a las tradiciones locales. Trabajó como profesor. Escribió poesía, teatro y crítica literaria, pero su principal producción se da en la novela. Entre sus obras podemos destacar La calandria (1891), Angelina (1895), Los parientes ricos (1903) e Historia vulgar (1904). Habría que añadir una recopilación de Cuentos y notas, de 1902. Delgado elegía historias sencillas en las que podía observarse el ritmo y el ambiente de la vida provinciana. En su narrativa también puede destacarse el cuidado con que el autor registra los pormenores, así como la maestría al realizar las descripciones. Se le ha criticado en cierto sentido un exceso de emotividad que le inclinaría a lugares comunes.

            Naturalismo

            Este movimiento literario se inició en Francia durante la segunda mitad del siglo XIX.
            El naturalismo hizo suya la filosofía del determinismo, que presentaba al individuo configurado por sus instintos y pasiones, por su situación económica y social.
            Dentro de este movimiento las novelas eran planteadas como documentos: querían ser una historia real del presente social o histórico, un testimonio literario de validez objetiva afín a las pruebas y demostraciones de las ciencias.
            En Hispanoamérica el movimiento tuvo una amplia resonancia, aunque no pareció cuajar en obras que superaran el programa estético de la intención revulsiva, por lo que produjo más bien novelas truculentas. Aún así, algunas de estas novelas conmovieron los medios sociales con cierto aire de escándalo. La escritora peruana Glorinda Matto de Turner fue incluso víctima del escarnio social y sufrió la persecución de sus obras.
            Los chilenos Augusto D’Halmar y Luis Orrego Luco, el mexicano Federico Gamboa y el argentino Eugenio Cambaceres son los autores más conocidos del naturalismo, aunque fue el argentino quien logró mayor identificación con esta escuela, con sus novelas estereotipadas.
            La importancia del naturalismo en Hispanoamérica estriba en que inició el ciclo nativista de la narrativa al llamar la atención sobre los problemas sociales y al revocar la narrativa de estirpe romántica. Por lo tanto, más que estrictamente creativa, la función del naturalismo fue crítica y gestadora.
            En cuanto a los autores más importantes y que ya hemos enumerado, señalaremos que la novelista peruana Glorinda Matto de Turner (1854-1909) se sitúa en su primera etapa literaria en la órbita del “tradicionismo” o tradicionalismo creado por Ricardo Palma con sus Tradiciones peruanas (1884-1886). Matto reflejaba el opresivo ambiente social de la sierra en su novela Aves sin nido (1889), dedicada a González Prada, y que anticipa los elementos de la narrativa indigenista de denuncia. Sobre temas similares escribió Índole (1890) y Herencia (1895).
            El escritor y diplomático chileno Augusto D’Halmar (1882-1950) se llamaba Augusto Goéminne Thomson. Fundó el periódico Luz y sombra con Alfredo Melossi. En 1904, bajo el estímulo ideológico del novelista ruso, fundó una colonia tolstoiana en el sur de Chile. Fue uno de los componentes del círculo artístico e intelectual de los Diez, fundado por Pedro Prado en 1915. En 1936 publicó el ensayo Lo que no se ha dicho sobre la actual revolución española e intervino en un comité de ayuda a la república en España. En sus últimos años colaboró asiduamente en la revista Atenea.
            D’Halmar fue el mejor exponente de la prosa chilena. Su primera novela, Juana Lucero (1902), fue un “experimento” realizado según la estética naturalista, que alcanzó en su tiempo una gran resonancia. Posteriormente se sintió atraído por temas y ambientes exóticos, captados con estilo impresionista y en prosa poética. A esta orientación responden las colecciones de cuentos La lámpara en el molino (1914), Los alucinados, Gatita (ambos de 1917) y Nirvana (1918), así como las novelas La sombra del humo en el espejo, relato de sus viajes por Oriente, y Pasión y muerte del cura Deusto, de ambiente andaluz (ambas publicadas en 1924). Cabe agregar obras ensayísticas como La Mancha de don Quijote (1934), el volumen de memorias Rubén Darío y los americanos en París (1941) y Los 21 (1948).
            El novelista mexicano Federico Gamboa (1864-1939) ejerció también como diplomático y fue director de la Academia Mexicana. Escribió varias novelas de corte naturalista, libros autobiográficos o de memorias y piezas teatrales (entre estas destaca La venganza de la gleba, de 1905). Lo más sobresaliente de su obra fue su producción novelística, de la que podemos citar Suprema ley (1896), Metamorfosis (1899), Santa (su novela más popular y conseguida, de 1903, que aborda el tema de la prostitución con propósitos edificantes), Reconquista (1908) y La llaga (1910). Recibió la influencia de Zola y Goncourt, a quienes admiraba, aunque esta influencia estaba matizada por sentimientos religiosos. Entre sus libros de memorias destacan Impresiones y recuerdos (1893) y Mi diario, compuesto por cinco volúmenes (de 1907 a 1938).
            El novelista chileno Luis Orreco Luco (1866-1948) era un narrador histórico y costumbrista, que se inspiró en el naturalismo francés. Un idilio nuevo (1900) y Casa grande (1908) son obras características, de ambiente burgués, en las que los conflictos y pasiones proceden de taras y complejos psíquicos. Es autor también de A través de la tempestad, de 1914.
            El novelista y periodista argentino Eugenio Cambaceres (1843-1890) fue diputado y propugnó la separación entre la iglesia y el Estado. Fue un gran admirador de Francia. Destacó como periodista por su prosa satírica y ágil, que utiliza el lenguaje coloquial porteño con la intención de dar un colorido local a sus crónicas. Estas se reúnen en dos libros breves: Potpurrí (1881) y Música sentimental (1884), publicados en París como obras anónimas bajo el subtítulo de Silbidos de un vago. Era un excelente narrador y asimiló en sus novelas los fundamentos de estilo y doctrina de Zola. Por ello se le considera el introductor del naturalismo en Hispanoamérica.
            En 1885 publicó Sin rumbo, y dos años más tarde En la sangre, dos novelas de prosa áspera y directa, desconocida en su tiempo, en las que alcanza las manifestaciones del ambiente porteño. Destaca por su intención social.


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