(Una clase magistral de Fernando Pérez Cárceles, traductor de lieder de Schubert, Schumann y Mahler)
En el personaje del Cid Campeador hay que distinguir tres facetas del mismo: El Cid histórico, el Cid legendario y el Cid literario, los cuales mezclamos cuando hablamos del hidalgo Rodrigo Díaz de Vivar (1.043-1.099). Nosotros vamos a hablar del Cid literario y de sus secuelas.
Los llamados cantares de gesta son una serie de obras en verso que cuentan las hazañas de un héroe. En un principio la trasmisión era oral por juglares quienes los recitaban de memoria o bien se acompañaban musicalmente ellos mismos o por ministriles.
Los cantares de gesta surgieron entre los siglos XII y XIII. Además del El Poema de Mío Cid o Cantar del Mío Cid, que se conserva casi completo, nos han llegado fragmentos del Cantar de Roncesvalles y del Cantar de las Mocedades de Rodrigo.
Las características de los cantares de gesta de la literatura española son:
- Su carácter anónimo, pues el autor no los firmó;
- Su gran vitalidad, pues sus temas pervivieron en la literatura posterior: romancero, comedia nacional, drama neoclásico, romántico y moderno, en la lírica, en la novela, música, etc.
- Su realismo, pues se compusieron en fechas cercanas a los hechos que cuentan y apenas aparecen elementos fantásticos. Los lugares son plenamente identificables por el auditorio. Se diferencian notablemente de otros grandes cantares de gesta europeos como la Chanson de Roland y el Cantar de los Nibelungos.
La primera gran obra literaria de la literatura española es el Cantar de Mío Cid, escrito en 1.140, aunque la copia que se conserva es de Pero Abad de 1.207. Su autor, desconocido, debió ser de la comarca de Medinaceli. Su significado en la literatura española es inmenso tanto como representante único del género medieval como por los valores históricos y estéticos. Canta las gestas en idioma castellano de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Está escrito en series: tiradas de un número indefinido de versos asonantes entre sí. Los versos están divididos en dos hemistiquios y sus versos suelen tener de 13 a 16 sílabas.
Su autor escribe con gran sencillez con un estilo lleno de encanto. Se nos presenta al Cid como un hombre de conducta intachable: es valiente, astuto, prudente, amoroso padre de familia, con gran conciencia de su honra y un fuerte sentimiento religioso.
El Cantar del Mío Cid se divide en tres partes:
1ª) Destierro del Cid. El Cid es desterrado por el rey Alfonso VI a causa de intrigas cortesanas (nada que ver con la jura de Santa Águeda o Santa Gadea). Episodio del empréstito de 600 marcos dado por los judíos[1] para el mantenimiento de su mujer e hijas en San Pedro de Cardeña. Conquista de Castejón y Alcocer y enfrentamiento con el conde de Barcelona.
2ª) Conquista de Valencia. Petición al rey de que a doña Jimena y a sus hijas salir del monasterio para instalarse en Valencia. El rey Alfonso VI propone casar las hijas del Cid con Don Fernando y Don Diego, infantes de Carrión. Las bodas se celebran en Valencia.
3ª) La afrenta de Corpes. Se abre con el episodio del león: mientras duerme el Cid, escapa su león, causando el pánico entre los infantes de Carrión. La cobardía de ellos se confirma en la batalla contra el rey Búcar de Marruecos. Los infantes de Carrión se vuelven a sus tierras con sus mujeres. En el robledal de Corpes las golpean y abandonan, por considerarlas impropias de su condición social. El Cid pide al rey que vengue la afrenta, pues al haber sido quien ordenó la boda, es sobre el propio rey en quien recaese la misma. Alfonso VI convoca Cortes en Toledo. Los infantes son derrotados y sus hijas son casadas con los infantes de Navarra y Aragón.
Un hecho literario español único en su género respecto a los demás países lo constituye el Romancero, conjunto de poemas llamados romances que presentan características muy distintas. Coinciden en la forma: un número indefinido de octosílabos, de rima asonante en los versos pares. Los más antiguos son anónimos, escritos a partir del siglo XIV y son recogidos en el siglo XVI en el llamado Romancero viejo. En el Siglo de Oro, autores como Lope de Vega, Góngora y Quevedo, entre otros, escribieron romances que entraron a formar parte del Romancero nuevo.
Romances sobre el Cid:
- Ramón Menéndez Pidal: Flor nueva de romances viejos. Colección Austral. Contiene treinta y un romances.
- Romancero viejo. Ed. Planeta. Editado por Juan Alcina. Contiene catorce romances numerados del 102 al 115 respectivamente.
- Romancero general (1600, 1604 y 1605). Edición de Ángel González Palencia (Horcajo de Santiago, 1889 - Olivares de Júcar, 1949). Publicado por el CSIC en 1947. Contiene 54 romances.
Con respecto al texto de Menéndez Pidal, el Romancero viejo coincide en doce romances, y entre el Romancero general y el texto de Menéndez Pidal la coincidencia es de cinco solamente. Uno de ellos es el del episodio del león: Romance nº 25 en Flor nueva de romances viejos y Romance nº 555 en Romancero general.
Acabado de yantar
la faz en somo la mano,
durmiendo está el señor Cid
en el su precioso escaño.
[...]
Cuando unas voces oyeron,
que atronaban los palacios,
diciendo: «Guarda el león!
Mal muera quien lo ha soltado!»
Parece que en la Edad Media en muchos palacios había costumbre de tener leones como signo de valor. En el Romancero viejo encontramos el romance nº 46 titulado Romance de Don Manuel de León. En él se nos narra como una dama de la corte real, doña Ana de Mendoza, arroja un guante a una leonera donde había cuatro leones y reta a los caballeros a que lo recojan, y a quien lo haga le dará su amor. Entra nuestro don Manuel y recoge el guante y al entregárselo a la dama, le reprende por su ligereza que pone en peligro la vida de un hombre. No obstante, la dama cumple su promesa. Este tema traspasa el tiempo y el espacio y así nos encontramos la balada El guante escrita en 1797 por Friedrich von Schiller (1759-1805), tal vez el dramaturgo más importante de Alemania, autor de Don Carlos, María Estuardo, Los bandidos y Wallenstein. Schiller se inspiró en una obra francesa y por ello el rey es Francisco I, la dama se llama Cunegunda y el protagonista es el Caballero Delorges. En esta ocasión Delorges cuando devuelve el guante, rechaza a la damisela.
Francisco de Quevedo escribió un romance satírico sobre este episodio titulado Pavura de los condes de Carrión y en el cual emplea a veces un lenguaje antiguo:
Medio día era por filo,
que rapar podía la barba,
cuando, después de mascar,
el Cid sosiega la panza.
La gorra sobre los ojos
y floja la martingala,
boquiabierto y cabizbajo,
roncando como una vaca.
Gúardale el sueño Bermudo
y sus dos yernos le guardan,
apartándolo las moscas
del pescuezo y de la cara,
cuando una voces, salidas
por fuerza de la garganta,
no dichas de voluntad
sino de miedo pujadas,
se oyeron en el palacio,
se escucharon en la cuadra,
diciendo, «¡guardá: el león!»,
y en esto entró por la sala.
Apenas Diego y Fernando
le vieron tender la zarpa,
cuando lo hicieron sabidoras
de su temor a sus bragas.
El mal olor de los dos
al pobre león engaña,
y por cuerpos muertos deja
los que tal perfume lanzan.
A venir acatarrado
el león, a los dos mata;
pues de miedo del perfume
no les siguió las espaldas.
El menor, Fernán González,
detrás de un escaño a gatas,
por esconderse, abrumó
sus costillas con las tablas.
Diego, más determinado,
por un boquerón se ensarta
a esconderse, donde van
de retorno las viandas.
Bermudo, que vio el león,
revuelta al brazo la capa,
y sacando un asador
que tiene humos de espada,
en la defensa se puso.
Despertó al Cid la borrasca,
y abriendo entrambos los ojos
empedrados de legañas,
tal grito la dio al león
que le aturde y le acobarda,
que hay leones enemigos
de voces y de palabras.
Envióle a su leonera
sin que le diese fianzas;
por sus yernos preguntó,
receloso de desgracias.
Allí respondió Bermudo,
«Señor, no receléis nada,
pues se guardan vuesos yernos
en Castilla, como en Pascua».
Y remeciendo el escaño,
a Fernán González hallan
devanando en su bohemio,
hecho ovillo en la botarga.
Las narices del buen Cid
a saberlo se adelantan,
que le trajeron las nuevas
los vapores de sus calzas.
Salió cubierto de tierra
y lleno de telarañas;
corrióse el Cid de mirarlo,
y en esta guisa le fabla:
«Agachado estabais, conde,
y tenéis mucha más traza
de home que aguardó jeringa
que del que espera batalla.
Connusco habedes yantando,
¡Oh, que mala pro vos faga,
pues tan presto bajó el miedo
los yantares a las ancas!
Sacárades a Tizona,
que ella vos asegurara,
pues en vos no es rabiseca,
según la humedad que anda».
Gil Díaz, el escudero,
que al Cid contino acompaña,
con la mano en las narices
todo sepultado en bascas,
trayendo detrás de sí
a Diego, el yerno que falta,
con una mano le enseña,
mientras con otra se tapa.
«Vedes aquí, señor mío,
un fijo de vuesa casa,
el conde de Carrión,
que esconde mal su crianza.
de dónde yo le he sacado,
sus vestidos vos lo parlan;
y a voces sus palominos
chillan, señor, lo que pasa.
Más cedo podréis tomar
a Valencia y sus murallas,
que ningún cabo al conde
por no haber de do le asgan.
Si no merece de yerno
el nombre por esta causa,
tenga el de servidor vueso,
pues tanta parte le alcanza».
Sañudo le mira el Cid,
con mal talante le encara:
«de esta vez, amigos condes,
descubierto habéis la caca.
¿Pavor de un león hobistes,
estando con vuesas armas,
fincando en compaña mía,
que para seguro basta?
Por san Millán que me corro,
mirándovos de esa traza,
y que de lástima y asco
me revolvéis las entrañas.
El que de infanzón se precia,
face en el pavor y el ansia
de las tripas corazón,
ansí el refrán vos lo canta.
Mas vos en esta presura,
sin acatar vuesa casta,
hacéis del corazón tripas,
que el puro temor vos vacia.
Ya que Colada no os fizo
valiente aquesta vegada,
fágavos colada limpio:
echaos, buen conde, en colada».
«Calledes, el Cid, callades»
-Dijo, con la voz muy baja-,
«y la cosa que es secreta,
tan pública no se faga.
Si non fice valentía,
fice cosa necesaria;
y si probáis lo que fice,
lo tendredes por fazaña.
Más ánimo es menester
para echarse en la privada,
que para vencer a Búcar
ni a mi leones que salga:
ánimo sobrado tuve».
más en esto el Cid le ataja,
porque, sin un incensario,
ninguno a escuchar la guarda:
«Id, infante, a doña Sol,
Vuesa esposa desdichada,
y decidla que vos limpie,
mientras vos busco una ama.
Y non habléis ende más;
y obedeced, si os agrada,
aquel refrán que aconseja:
la caca, conde, callarla».
¡¡¡Una sorpresa mayúscula: El Cid torero!!! Veamos unos ejemplos:
El Cid Campeador lanceando otro toro. Dibujo de Francisco de Goya: Museo del Prado (D.4353r-v).
Tarde de toros en Madrid de Nicolás Fernández de Moratín.
Suspenso el concurso entero
Entre dudas se embaraza,
Cuando en un potro ligero
Vieron entrar en la plaza
Un bizarro caballero.
[...]
Suena un rumor placentero
Entre el vulgo de Madrid:
No habrá mejor caballero,
Dicen, en el mundo entero,
Y algunos le llaman Cid.
Crece la algazara, y él
Torciendo las riendas de oro,
Marcha al combate cruel:
Alza al galope, y al toro
Busca en sonoro tropel.
[...]
Como el bruto se abalanza
En terrible ligereza;
Mas rota con gran pujanza
La alta nuca, la fiereza
Y el último aliento lanza.
Otra más: Mojiganga[2] del Cid para fiestas del Señor. Obra de teatro del siglo XVII conservada en el manuscrito 14518 de la Biblioteca Nacional. El Cid torero sale a hombros:
Viva el Cid que es toreador,
Mayor de aquesta ciudad.
(Cogen en brazos al Cid y con estos
versos se entran y dan fin).
Nota: los datos sobre el Cid-torero los he tomado del artículo de José María Díez Borque: El Cid torero: de la literatura al arte. Publicado por la Universidad Complutense.
Teatro
- Las mocedades del Cid de Guillén de Castro.
- Las hazañas del Cid de Guillén de Castro.
- El Cid de Corneille. Tal vez la obra más importante de Corneille, el cual se apoya en Guillén de Castro. Se resalta el dilema amor-deber. La traducción que he manejado ha sido la de Carlos Ramírez de Dampierre (Cátedra) en versos alejandrinos.
- Las almenas de Toro de Lope de Vega.
- El cobarde más valiente de Tirso de Molina.
- El amor es un potro desbocado de Luis Escobar.
- Auto sacramental del Cid. Manuscrito 15354 de la Biblioteca Nacional. Personajes alegóricos: El Cid es Cristo; Jimena, la Iglesia, el padre del Cid, Dios Padre, y el padre de Jimena, el demonio.
- Comedia del rey don Sancho y reto de Zamora por don Diego Ordóñez (1579) de Juan de la Cueva.
- Los tres blasones de España de Rojas Zorrilla.
- El rey don Alfonso el de la mano horadada de Vélez de Guevara.
- El caballero sin nombre de Mira de Amescua.
- La jura de Santa Gadea drama en verso de Eugenio de Hartzenbusch.
- Anillos para una dama de Antonio Gala.
Otras:
- La leyenda del Cid de José Zorrilla.
- El Cid novela de Manuel Fernández y González, el rey de los folletines, que pretendía ser el Alejandro Dumas español, pero su calidad es escasa.
- La hazaña del Mío Cid, novela de Vicente Huidobro
Filmografía
- El Cid (1961). Película norteamericana dirigida por Anthony Mann e interpretada por Charlton Heston y Sofía Loren. Música de Miklos Rosza.
Rodada en España en los estudios de Samuel Bronston y exteriores, como Peñíscola. Se utilizaron los servicios de Ramón Menéndez Pidal como asesor. El NoDo de entonces nos dio la imagen del filólogo durante el rodaje del juramento de Santa Gadea.
- Ruy, el pequeño Cid (1980) serie de dibujos animados de RTVE.
Música
- Le Cid. Ópera en 4 actos de Jules Massenet (Montaud, 1842-París, 1912) y libreto de Adolphe Philippe d'Ennery/Louis Gallet/Edouard Blau según la obra de Pierre Corneille. Fue estrenada en la Ópera de París el 30 de noviembre de 1885.
- Der Cid. Drama lírico en 3 actos de Peter Cornelius (Maguncia, 1824-1874), según texto de Guillén de Castro y Victor Aymé Huber. Estrenado el 21 de mayo de 1865 en Weimar.
- Il Cid. Tragedia lírica en 3 actos con música de Giovanni Pacini y libreto de Achille de Lauzières. Estrenada el 12 de marzo de 1853 en la Scala de Milán.
- Rodrigue et Chimène. Ópera incompleta en 3 actos de Claude Debussy y libreto de Catulle Méndez.
Audición musical
8) Miklos Rozsa: Obertura. Banda sonora de la película El Cid.
9) Jules Massenet: Aragonesa. Ballet perteneciente a la ópera El Cid.
[1] Un souvenir de Burgos es el arca del Cid que, como sabemos, estaba lleno de arena en vez de oro.
[2] La mojiganga es una pieza menor propia del Siglo de Oro. Es una obra en verso de tipo burlesco, con raigambre carnavalesco y que algunas veces se acompañaba de danzas y músicas. Se solía representar como fin de fiesta. Evolucionó y se convirtió en lo que conocemos como entremés. Podemos considerar que el teatro de calle y el mimo es una consecuencia de la mojiganga. Sorprendentemente encontramos en Calderón un autor de mojigangas.
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