El panorama de la poesía hispanoamericana
conforme avanza el siglo XX se va haciendo confuso y heterogéneo. Esa confusión
nace del número de autores que cultivan la lírica, desde México hasta
Argentina, y de la multiplicidad de corrientes que se mezclan. Las etiquetas
necesarias para catalogar la poesía serían tantas que hacen difícil cualquier
clasificación.
En líneas generales, la poesía
hispanoamericana contemporánea no alcanza la altura a la que llegó la poesía
modernista. Neruda, Vallejo,
Borges, responden mejor a la sensibilidad de ese tiempo, pero su poesía es
inferior al menos en ámbito de resonancia a la de los modernistas. Los poetas
de aquella escuela siguen siendo los maestros indiscutibles en cada país: Lugones en Argentina, Freyre en Bolivia, Santos Chocano en Perú, Amado Nervo en México,… El caso de Gabriela Mistral en Chile es distinto, aunque su obra
posee elementos modernistas.
Pedro Henríquez Ureña señaló una posible ordenación cronológica
de las corrientes líricas del siglo XX, al dividir la poesía en tres períodos:
a) La época de transición (también llamada postmodernismo o
época de liquidación del modernismo). Abarca, aproximadamente, la segunda
década del siglo (1910-1920) y se caracteriza por una producción lírica que, en
parte, continúa la anterior y, en parte, se orienta hacia nuevas modalidades.
b) La época
de los “ismos”, las siguientes dos décadas (1920-1935). Se presenta algo
rezagada con respecto a Europa.
c) La poesía
actual, desde 1940 hasta ahora. Tiene un matiz conservador.
Enrique Anderson Imbert hace una clasificación similar que resume
con los nombres de normalidad (primer grupo), anormalidad (2º grupo) y escándalo (tercer grupo).
En lo que parecen estar de acuerdo todos los críticos es en una clasificación
en tres períodos, que se corresponden respectivamente con la superación del
modernismo, la influencia vanguardista y la búsqueda de nuevos caminos hasta el
final de siglo.
Los
poetas modernistas
No podemos comprender la poesía
hispanoamericana del siglo XX sin partir de los años finales del siglo XIX,
cuando tiene su auge el modernismo. Hacia 1880 se observa un fenómeno nuevo en
el terreno literario en Hispanoamérica. Aparece un grupo de poetas que consigue
revolucionar el lenguaje y la forma de la poesía. Se trata de Salvador Díaz Mirón y Manuel
Gutiérrez Nájera, en México; de Julián
del Casal en Cuba; y de José Asunción Silva, en
Colombia. Pero fue la edición de Azul (1888) del nicaragüense Rubén Darío lo que dio a este movimiento mayor
ímpetu y fue su autor quien definió y dio nombre al movimiento modernista.
Rubén Darío destaca tres notas esenciales en el modernismo: 1ª el rechazo de
cualquier mensaje o enseñanza en el arte; 2ª el acento en la belleza como la
más alta meta; y 3ª la necesidad de liberar la poesía de sus formas
tradicionales. Estos ideales se extienden por los países hispanoamericanos de
manos de Rubén Darío a través de numerosas revistas por él fundadas (Revista
de América, en Buenos Aires; Revista
de Costa Rica; Azul,
en México, o La Biblioteca,
en Argentina), u otras como Cosmópolis,
en Venezuela, Revista Moderna,
en México o Pluma y lápiz,
en Chile. La aparición de estas revistas, en sí misma, supone un fenómeno nuevo.
La consigna de “el arte por el arte” se convierte en lema y se difunde por todo
el continente.
El punto culminante del modernismo se alcanza con la aparición de tres
volúmenes de poesía: Prosas
Profanas, 1896, de Rubén
Darío; Las montañas de
oro, 1897, de Leopoldo
Lugones; y Castalia
Bárbara, 1899, de Ricardo
Jaimes Freyre. A partir de 1900, el modernismo comienza a romperse en
cierto número de tendencias: la religiosa y meditativa en la poesía de Amado Nervo y de Julio
Herrera y Reissig; la sensual de Delmira
Agustini; la americanista de José
Santos Chocano. En general, el modernismo siguió siendo el estilo dominante
de la poesía hispanoamericana hasta los movimientos de vanguardia de los años
20.
Un aspecto significativo del modernismo fue el de revolucionar la actitud de
los poetas latinoamericanos con respecto al arte y a la sociedad. Hasta
entonces los literatos habían considerado la Literatura como un arma para las
luchas sociales o políticas, pero los modernistas buscaron valores que no
estuvieran sujetos a los vaivenes temporales, que fueran eternos, y los
encontraron en el arte. La angustia existencial que prende en los intelectuales
europeos de comienzos del XX la superan los modernistas entregándose a la
contemplación de las ideas eternas. El artista es el miembro más envidiable de
la sociedad. Hay un rechazo de las convenciones superficiales, de las normas de
conducta y de las leyes morales impuestas por la sociedad. Tanto Juan Ramón
Jiménez como Federico de Onís consideraron el modernismo como un aspecto de la
profunda crisis religiosa que se produjo en la cultura occidental con el cambio
de siglo. Todo esto produce el descontento en los poetas y la adopción de unos
comportamientos lejanos de los normales: José Asunción Silva tenía fama de
tomar drogas y de estar enamorado de su hermana, y al final se suicidó; Delmira
Agustini fue asesinada,…
Los modernistas se inspiraron en la tradición española, pero, sobre todo, en
Francia: del Parnasianismo tomaron el culto a la perfección y los símbolos
exóticos de cisnes y princesas; de Verlaine, la musicalidad; de Mallarmé y el
Simbolismo, la transformación de la realidad del mundo en síntesis verbales o
de símbolos. Estas influencias les llevan a la consideración del arte como un
elemento cosmopolita, universal, y a la creación de espacios exóticos lejanos
de las circunstancias concretas y particulares que les ha tocado vivir. Los
poetas más destacados del movimiento son Rubén Darío, José Asunción Silva,
Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, Ricardo Jaimes
Freyre y Julio Herrera y Reissig.
Rubén Darío (1867-1916) comenzó su vida
literaria tempranamente. Entre los siete y los trece años escribió sus primeros
versos e inició su vida bohemia. En 1886 está en Chile, donde publica Abrojos, colección de
poemas de corte tradicional en los que se observan las huellas de Musset,
Heine, Campoamor o Espronceda. Pero el primer libro importante es Azul, “un puñado de
cuentos y poesías que podían calificarse de parnasianas”, aparecido en 1888.
Como señaló Valera, se aprecia en él la influencia francesa y de otras literaturas
europeas, pero lo que destaca es el lenguaje magistral, los versos renovadores,
la rica adjetivación. El libro se estructuraba en tres partes: Cuentos en prosa, El año lírico (cuatro poemas dedicados a las
estaciones del año: Primaveral, Estival, Autumnal, Invernal) y Anagké.
Desde 1890 viaja por Europa. En 1896 publica Prosas
Profanas, donde forja una poesía totalmente original por el léxico, por
el tono y por el sentido. Pretende salir “en defensa de las ideas nuevas, de la
libertad del arte, de la aristocracia literaria”. Era un arte minoritario, casi
hermético, con una profunda base de conocimientos eruditos sobre mitología,
arte, literatura y cultura general. En esta obra destacan los aspectos más
característicos del modernismo: preciosismo, exotismo, fantasía refinada; canta
el amor errante y cosmopolita. Destaca la renovación formal: búsqueda del
sentido musical de las palabras, nuevas combinaciones métricas, cambios de
acentuación, rimas internas, dislocaciones y choques de sonidos, asonancias,
prosas rítmicas. Prosas
profanas posee también
una coherencia interna: el cosmopolitismo de las formas y de los temas sirve
para ofrecer una visión estética de la historia y de la mitología. Esta visión
estética le hace tratar el resto de los temas desde una perspectiva en la que
la vida es realzada por la belleza.
En 1905 publica Cantos de
vida y esperanza. Su tono es más humano e intimista. Aparece la
melancolía, la muerte, el dolor de vivir, sus más íntimas angustias. La preocupación
por lo social es palpable, así como la cultura hispánica y la defensa de la
hispanidad ante el amenazante imperialismo anglosajón.
El canto errante, de
1907, presenta más autocrítica. Los temas son variados: paisajes, actitud
moral, civil y política, exaltación del arte, esteticismo, sentimiento del
tiempo e inquietud religiosa. Canto
a la Argentina y otros poemas (1914)
muestra su emoción americana junto a su sueño cosmopolita.
El colombiano José Asunción
Silva, a pesar de que se burlaba de los rubendarianos, compartió con ellos
muchas características y las antologías lo incluyen entre los poetas del
Modernismo. En sus poemas parece querer alcanzar una región fuera del tiempo
(como señaló Unamuno en el prólogo de las Poesías
completas), en la nostalgia de la niñez o en algún oasis del desierto
de su vida adulta. La mezcla de sensaciones como la tristeza o la melancolía
con el júbilo de los placeres, fiestas y bailes, son algunas de sus
características. Se han señalado tres etapas en sus poesías: la primera es la
postura del romántico, con influencias de Bécquer o Heine; la segunda está
marcada por un pesimismo profundo; y la tercera es la etapa del dolor vivo. El
poema más significativo es “Nocturno”, también “Día de difuntos”, “Los maderos
de San Juan” y “Gotas amargas”.
El mexicano Salvador Díaz
Mirón, según Anderson Imbert, “entró al modernismo por la ventana”, dado su
carácter violento y altivo. Político, fue condenado a la cárcel por matar a un
hombre en defensa de “su honor” en una campaña electoral. Como poeta, tiene una
primera etapa de influencia romántica (“Mística”, “Confidencias”), que da paso
a unos momentos de amargura y mayor profundidad reflexiva. De esta época es Lascas, 1901, colección
de poemas escritos a lo largo de diez años, donde a las formas modernistas
añade detalles realistas inusuales. En la etapa final de su vida muestra
obsesión por la renovación poética.
El mexicano Manuel Gutiérrez
Nájera ejemplifica los
aspectos más sofisticados y actuales del modernismo. Toda su obra lírica se
recoge en Poesías,
1896, que muestra un tono aristocrático, nostálgico, y un culto a la elegancia
y al refinamiento. Nájera es el poeta del color, de la imagen y de los
sentidos.
El cubano Julián del Casal presenta un refinamiento y un amor a
lo artificial. Sus obras poéticas destacadas son Hojas al viento, Nieve y Rimas.
Su preocupación por un lenguaje armonioso y emotivo, la búsqueda de la
musicalidad en los versos, la valoración de los adjetivos y la visión del poeta
como un ser solitario que aguarda la inspiración, son sus rasgos principales.
El boliviano Ricardo Jaimes
Freyre es el poeta de la
angustia espiritual, a pesar de ser uno de los modernistas más afortunados
(hijo de un diplomático, desempeñó él mismo cargos políticos como ministro y
embajador de su país). En un primer período como poeta, recibe la influencia de
Rubén Darío, con quien funda en Buenos Aires la Revista de América. Su
obra culminante es Castalia
Bárbara, para la que se inspiró en la mitología nórdica, lo mismo que
había hecho Darío con la griega. Escribió en verso libre, lo que da a sus
poemas un ritmo de repetición.
El uruguayo Julio Herrera y
Reissig es uno de los mejores
intérpretes del modernismo por su dedicación completa a la búsqueda de la
estética y de la belleza. Sus dos principales colecciones son Los éxtasis de la montaña,
1907, y Sonetos vascos,
1906.
La
lírica postmodernista
La liquidación del modernismo la sitúan
muchos críticos en el soneto del mexicano Enrique
González Martínez “Tuércele
el cuello al cisne”, que aparece en su colección Los senderos ocultos (1911),
en el que recomendaba evitar toda forma y lenguaje que no fueran acordes con el
“ritmo latente de la vida profunda”. Este soneto solo era una manifestación más
a favor de la depuración de la retórica, de lo superfluo, frívolo y decorativo
que tenía el modernismo, pero ya Rubén
Darío en Cantos de vida y esperanza no era ajeno a esa nueva sensibilidad.
El fin del modernismo no es fácil de
precisar, ni siquiera apelando a la muerte de Darío en 1916. Entre el
modernismo más característico y la irrupción de los movimientos de vanguardia,
que decretan su extinción definitiva, transcurren algunos años, que suponen lo
que se ha llamado postmodernismo.
Entre las distintas corrientes que
confluyen en esta época, la que se perfila con mayor nitidez es la que, nacida
de las posiciones más extremas del modernismo, permite enlazar con el
vanguardismo. Esta corriente tendría en Leopoldo
Lugones y Julio Herrera y Reissig sus máximos cultivadores. El primero
en sus libros de madurez (Lunario sentimental) se anticipa al
metaforismo desaforado de los ultraístas de los años 20; el segundo (La
torre de las esfinges) abunda en el lenguaje barroco, en los
neologismos y en las imágenes sorprendentes.
El modernismo no evolucionó en este único
sentido. En los diez primeros años del siglo XX se produce una reacción
moderada frente al modernismo, que no rompe con la poesía de Rubén, pero que
introduce nuevos elementos estéticos y amplía el cuadro de posibilidades
creadoras. Lleva los temas a lugares ignorados por los modernistas: la vida
campesina, el suburbio, la intimidad hogareña; recursos olvidados por el
modernismo vuelven a retomarse ahora: la ironía, el verso desnudo de
retoricismo, la lengua humanizada hasta llegar a lo prosaico.
No se puede hablar de una actitud
antimodernista: se trata del propio modernismo que se disuelve en distintas
tendencias, y de otras tendencias nuevas (americanismo, poesía del entorno),
que ahora afloran.
De estas tendencias, Federico de Onís, en su Antología de la poesía española
e hispanoamericana, 1934 (reeditada en 1961) hizo referencia a seis:
- reacción hacia la sencillez lírica;
- reacción hacia la tradición clásica;
- reacción hacia el romanticismo;
- reacción hacia el prosaísmo sentimental;
- reacción hacia la ironía sentimental; y
- poesía femenina.
Excepto la última, los límites entre estas
tendencias son difíciles de fijar. Ninguna de ellas estuvo ausente del
modernismo anterior, ni ninguna desaparecerá totalmente con la irrupción del
vanguardismo. Llamaremos la atención sobre dos poetas:
El argentino Leopoldo Lugones parte del modernismo formal más
entusiasta (Las montañas de oro, 1897, y Lunario sentimental,
1909), con variedad y musicalidad en los versos, rima, encabalgamiento,
imágenes, etc. Pero esos recursos formales se acompañan con dos temas
tradicionales: la patria y el paisaje, que aparecen en otras colecciones como Odas seculares, Romancero,
Romances del Río Seco. La
poesía de Lugones es la poesía de la América rural amenazada por los
inmigrantes y por la industrialización. Para él, la verdadera Argentina estaba
en el campo y en las estancias gauchescas.
El peruano José Santos Chocano tuvo una vida turbulenta: encarcelado
por sus ideas políticas, revolucionario en México, apoyó a Pancho Villa, en
Guatemala colaboró con el dictador Estrada Cabrera, condenado a muerte, mató a
un hombre en un duelo y murió asesinado cuando viajaba en tranvía. Su
americanismo es el reflejo de esta vida agitada, salvado por ser uno de los
primeros poetas que celebraron la historia, el paisaje y los habitantes
indígenas del continente. Selva
virgen, Cantos del Pacífico, Alma América.
El mejor resumen de este período postmodernista lo hace Anderson Imbert:
“Imposible clasificar la nueva poesía. Si uno se atiene a los mejores poetas de
esta generación, se oirán distintos acordes. Algunos poetas se desvían hacia un
trato más directo con la vida y la naturaleza. Son sencillos, humanos, sobrios
(Fernández Moreno). Otros tienen un aire de sabiduría, de haber ido
lejos y estar de vuelta con muchos secretos clásicos (Alfonso Reyes).
Los más efusivos confiesan sinceramente lo que les pasa, sus angustias, sus
exaltaciones (Gabriela Mistral). Están los de sentido humorístico, como
si los hijos sospecharan que había algo de ridículo y cursi en la tradición
familiar modernista (José Z. Tallet). Los hay cerebrales, especulativos
(Martínez Estrada). O los de alma devota (López Velarde)1.
Y los criollistas, los nativistas, los apretados contra su tierra (Silva
Valdés). Y los de emoción civil y política (Andrés Eloy Blanco)”.
Es en Argentina donde primero se depuran los artificios modernistas. Enrique Banchs y Baldomero
Fernández Moreno, que canta las cosas más vulgares de la vida (el hogar, la
casa, la esposa, los hijos, los libros, el trabajo) son los representantes de
esta tendencia.
En Uruguay, después de la generación modernista, destaca Juana de Ibarbouru.
En Chile
el modernismo apenas había dado algún poeta importante, pero en esta época la
poesía explota. Gabriela
Mistral consigue el primer
Premio Nobel para la literatura hispanoamericana; Vicente Huidobro será uno de los más ruidosos
vanguardistas; luego Pablo
Neruda.
En México destaca Alfonso
Reyes, por la importancia de su obra poética.
En Perú destaca César Vallejo, educado en la
estética modernista, que abandona pronto el cosmopolitismo para adentrarse en
lo nacional, en lo regional, en lo popular e indigenista. Sus temas son el amor
erótico u hogareño, la vida cotidiana, la desilusión, la amargura y el
sufrimiento.
Las poetisas
La tendencia temática intimista favoreció el desarrollo de una poesía de las
experiencias emotivas que alcanzó una nutrida representación femenina. La
aparición de un numeroso grupo de poetisas en la América hispana a principios
del siglo XX constituye uno de los hechos más notables de la historia de esta
cultura. No sólo por la cantidad, asombrosa para la época, sino también por la
calidad. Las antologías reúnen hasta 150 poetisas (Elena Pecas contabiliza solo
en Argentina más de 150).
La chilena Gabriela Mistral (seudónimo de Lucila Godoy Alcayaga,
con el que expresó su admiración por los poetas Gabriele D’Annunzio y Frédéric
Mistral)) obtuvo el Premio Nobel en 1945. Su producción no es muy extensa, pero
es considerada por algunos críticos como la más alta expresión de la poesía
femenina en lengua castellana. Su gran tema es el amor, y todos sus poemas son
variaciones de este tema. Los primeros libros tienen tintes autobiográficos (Desolación):
el despertar al amor, el pudor de no poder decirle al hombre lo que siente, el
miedo de no merecer al amado, el sobresalto de perderlo, el desconsuelo y la
humillación (el primer hombre al que amó se suicidó). Más adelante G. Mistral
extiende su tema amoroso a un objetivo más universal: amor a Dios, a la
Naturaleza, a la madre y al hijo frustrado (Tala). En Lagar el amor se estiliza a la tierra y a
sus hombres.
La argentina Alfonsina Storni presenta una poesía personalísima,
independiente, fruto descarnado, sin veladuras ni disfraces, de su lucha
interior, de sus esperanzas, de sus fracasos. La fuerza de toda su poesía es el
amor desde el sueño ideal, el amor puro, pasando por la pasión y entrega total,
hasta caer en el desengaño y el odio. Al final queda como esencia el amor al
hijo y al amigo. Acabó suicidándose. Algunos títulos: La inquietud del rosal (canta la pureza de los sentimientos), Languidez con ocre (nos lleva a la realidad externa, a la
desilusión y desesperanza del amor), Mundo
de siete pozos (la poesía
del cerebro sustituye a la poesía de los sentimientos). A. Storni pasa de la
vinculación al modernismo a la poesía de vanguardia.
En Uruguay destacan dos poetisas: Delmira
Agustini y Juana de Ibarbouru. La primera,
todavía adolescente, asombró y escandalizó a la sociedad burguesa con unos
libros (El libro blanco, Cantos de la mañana, Los cálices vacíos)
en los que, saltando todas las barreras del pudor, se cantaba al amor en sus
más turbadores momentos. Por vez primera una mujer joven abría su corazón con
impúdica desenvoltura, y en su lenguaje audaz y sugestivo sacaba a la luz sus
íntimos sentires: anhelos sexuales, ansias frenéticas de goces, concupiscencias
larvadas. Su trágico fin (murió asesinada por su marido) contribuyó a su fama.
Juana de Ibarbouru fue coronada en 1925 como “Juana de
América”. En su poesía destacan las imágenes de lo vegetal y lo animal con el
goce de existir, en una obra poética que pasa por los ciclos orgánicos
(nacimiento, juventud, madurez y vejez; y por las cuatro estaciones del año).
Su poesía está cargada de metáforas y es un obstinado narcisismo. Algunas obras
son Las lenguas de
diamante, rosa de los vientos o Perdida.
La cubana Dulce María Loynaz vivió siempre en La Habana, en el
ambiente ilustrado y culto creado por sus padres. Los Loynaz tuvieron
correspondencia con García Lorca y fueron visitados por J.R.Jiménez y Gabriela
Mistral. En 1919 aparecieron en el periódico La
Nación sus primeros versos
publicados: Vesperal e Invierno.
Su obra poética, enmarcada en la corriente posmodernista, se caracteriza por un
profundo carácter introspectivo, mediante el cual intenta dar voz al sujeto
femenino, y por la creación de un mundo simbólico altamente sugerente. En su
obra destacan Versos
1920-1938, Poemas sin nombre, considerada
su obra cumbre, Últimos
días de una casa y una Antología lírica de 1993.
La poesía de vanguardia
Hacia 1918 en Europa, y un poco más tarde
en América (en la década de 1920 a 1930), estalla una revolución que afecta a
todas las esferas del arte. En lo literario esa revolución se llama
“movimientos de vanguardia”. Desde mucho antes de la guerra mundial, a la que
algunos consideran causa de este brote de innovación, la literatura que se
hacía en el mundo era cada vez más insolente. Tal renovación partió de la
pintura. Movimientos como el fauvismo, el expresionismo, el cubismo, el
futurismo, el dadaísmo, el surrealismo, etc, traspasaron los umbrales del
lienzo y llegaron al papel. No sólo se liberó a los versos de las ataduras
formales, sino que llevaron el irracionalismo a su última consecuencia. Negaron
la lógica, negaron el espacio y el tiempo. La inestabilidad de la civilización,
el poder de la violencia, el desprecio al hombre, el absurdo de la existencia,
el desengaño ante la “seriedad” del arte, se convertirán en sus principios.
En Hispanoamérica los experimentos
poéticos recibieron un gran impulso, quizás debido a la posición aislada de los
poetas, los cuales se encontraban libres de las críticas de los lectores. Hubo
casos de poetas que desarrollaron su obra de modo aislado, por propia
satisfacción y sin ningún pensamiento de fama o reconocimiento público, como Enrique Banchs, argentino, o José María Eguren, peruano.
Pero esto no fue lo normal. Desde 1900,
los poetas tuvieron un gran número de revistas mediante las cuales se
mantuvieron en contacto con el arte que se estaba realizando en Europa. En
todas partes se hacía hincapié en las innovaciones y los experimentos. Después
de la guerra europea, surge en Hispanoamérica un nuevo impulso nacionalista y
la confianza de los intelectuales que ven en la decadencia de la civilización
europea el comienzo de su futura fortuna artística.
Los movimientos europeos como el
futurismo, el dadaísmo, el cubismo o el surrealismo calaron en Hispanoamérica,
con fuerza y difusión diferentes. El futurismo, como en Europa, trajo temas del
mundo y la vida contemporánea; el dadaísmo tuvo menor difusión, porque no había
una burguesía fuerte a la que fustigar; el cubismo dejó honda huella en Vicente Huidobro, a quien hay
que reconocer su papel de pionero de la vanguardia en estos países. Los poemas
de Huidobro expresan una visión romántica de la vida a pesar de lo extraño y
desconcertante de la técnica empleada. Con la aparición de César Vallejo se produjo el cambio a la nueva
sensibilidad que exigían las técnicas vanguardistas. Estas técnicas fueron
hispanizadas por los poetas del movimiento ultraísta. Entre ellos se encontraba Jorge Luis Borges, que, cuando
regresa a Argentina, se convierte en una de las principales figuras de los
círculos literarios de su país. El surrealismo fue la vanguardia que dejó más
honda huella en Hispanoamérica, al considerarse como un movimiento de libertad
interior.
No hablamos de estos movimientos en los países hispanoamericanos en el mismo
sentido que en Europa. Los poetas se apoderaron de las técnicas y teorías
extranjeras, pero las modificaron o las desarrollaron de un modo personal.
Conviene citar tres focos vanguardistas en Hispanoamérica:
- a) El grupo que colabora en la revista Contemporáneos, en México, centrado en las técnicas surrealistas: Xavier Villaurrutia, José Gorostiza y Bernardo Ortiz de Montellano, director de la revista.
- b) El grupo ultraísta de Buenos Aires, reunido alrededor de Borges, que se difunde en revistas como Proa y Prisma, Martín Fierro y Sur, que ofrecieron a los lectores argentinos lo mejor de la literatura contemporánea mundial.
- c) El grupo cubano de la Revista Avance, que dio lugar al movimiento de poesía afrocubana, con Nicolás Guillén. El estilo repercutió en Puerto Rico, en la obra de Luis Palés Matos, e incluso en Ecuador.
Vicente Huidobro
Pasa por ser el padre del creacionismo.
Es uno de los primeros poetas que se puso a la vanguardia de la literatura
europea. Su poesía se presenta como aniquiladora del mundo real y, en el hueco
que deja, levanta otro mundo ideal. La poesía es una creación absoluta. “El
poeta es un pequeño Dios”, dirá Huidobro. Si Apollinaire había hablado de la
poesía como una “servidumbre” a la naturaleza, Huidobro señalará “Non serviam”, título de
su primer manifiesto; “no he de ser tu esclavo, Naturaleza; tendré mis árboles,
mis montañas, mis ríos y mis mares, mi cielo y mis estrellas. Seré tu amo”. Más
adelante confesará: “la primera condición de un poeta es la de crear, la
segunda crear, y la tercera crear”. Algunos de sus títulos: Poemas árticos, Temblor del
cielo y Altazor (publicado en 1931, pero escrito a lo
largo de los diez años anteriores, consta de fragmentarios chisporroteos
reflexivos e imaginísticos, en los que pueden observarse los sentimientos de
libertad e individualismo característicos y constantes desde el Romanticismo a
lo largo del siglo XX) o El viaje en paracaídas,
extenso poema que desarrolla la peripecia de un ángel caído que, en su descenso
hacia la nada en un paracaídas, lanza desafíos y expresiones de angustia, al
mismo tiempo que juega con las palabras hasta llegar a la incoherencia.
Huidobro rechazó el futurismo (por demasiado extrovertido) y el surrealismo (su
medio era un simulado automatismo) y avanza por la estética del creacionismo,
que se hunde en la intimidad. Su lema fue “Hacer un poema como la naturaleza
hace un árbol”. Hasta su muerte se mantuvo fiel a esta estética, que no le
impidió dar cuenta de una inquietud metafísica cada vez más acusada y ser uno
de los primeros testigos lúcidos del absurdo contemporáneo.
Jorge Luis Borges
Fue el mejor teórico del movimiento ultraísta y su principal difusor. A su
vuelta a Argentina, fijó los principios de la nueva práctica poética: reducción
de la lírica a la metáfora, como su elemento primordial; tachadura de las
frases, nexos, adjetivos y elementos inútiles; abolición del ornamentismo, etc.
Borges (Fervor de Buenos Aires) demuestra en su poesía un culto a
la metáfora misma y una preferencia por los temas de siempre: amor, muerte,
dolor, soledad, naturaleza; pero, desde un principio, estos temas quedan
trascendidos por preocupaciones metafísicas: el tiempo, el sentido del
universo, la personalidad del hombre. Son los mismos condicionantes que pueblan
su obra narrativa.
Los principios estéticos borgianos se pueden reducir a dos: a) fe en la
creación, lo que le hace renovar constantemente sus hallazgos poéticos; b)
pesimismo nihilista derivado de las limitaciones que envuelven al poeta. La
literatura de Borges evoluciona en tres etapas: 1) El ultraísmo (1918-1930), con Fervor de Buenos Aires o Luna
de enfrente; 2) El rechazo del ultraísmo (1930-1958), con la mayor de
sus obras en prosa; 3) El reencuentro con la poesía personal (1959 hasta su
muerte, en 1986), cuando destacan El
hacedor; El otro, el mismo; Elogio de la sombra o La
rosa profunda.
La poesía indigenista
Entre las diversas muestras de la americanización de la vanguardia, la más
interesante es la poesía negra o afroantillana. El Caribe fue su ámbito de
mayor difusión.
El interés por la negritud obedece a muchos factores, entre los que no se
descarta la aspiración hacia el primitivismo que se había visto en Europa a
fines del siglo XIX, al entrar en crisis los valores tradicionales. El
espectáculo de la decadencia de Occidente, que se ejemplifica con la primera
guerra mundial, confiere importancia a lo instintivo, a la naturaleza, a las
culturas africanas y primitivas. Este primitivismo se había dejado sentir
intensamente en la música (jazz) y en la pintura (fauvismo).
En este ambiente nace la poesía afroantillana, urgida por la búsqueda de
definiciones nacionales. Nicolás
Guillén (con el portorriqueño Palés Matos y el cubano Emilio Ballagas) será el máximo
representante.
Nicolás Guillén transitó los caminos del postmodernismo, y posteriormente los
de las vanguardias, pero pronto su negrismo dejó apartadas las preocupaciones
formales para adentrarse en las preocupaciones sociales y políticas. West Indies Ltd., Cantos para
soldados y sones para turistas, El son entero, La paloma de vuelo popular son obras que muestran el compromiso
con los hermanos de raza, con los desheredados del mundo y sitúan al poeta
frente al imperalismo y la injusticia. También abundan los temas del amor y del
misterio de la muerte.
Poetas destacados
César Vallejo
Su poesía merece especial atención, tanto por su calidad como por su difícil
adscripción a las corrientes literarias de la época. Formado en los clásicos
castellanos, en el romanticismo y en el modernismo, terminó de forjar la idea
del poeta como aristócrata del espíritu, ajeno al materialismo reinante y como
personificación de la rebeldía frente a los valores establecidos.
En 1918 publicó su primer libro de poemas, Los
heraldos negros, donde la herencia modernista se manifestaba en cierta
ornamentación retórica y en una imaginería derivada de Rubén Darío y de Herrera
Reissig. El tono del libro distaba de ofrecer una visión armónica del Universo
(el sentimiento dominante es la tristeza y la soledad del hombre ante su
destino, la muerte), y eso se expresaba por medio de irregularidades métricas y
rítmicas, de adjetivos insólitos, de imágenes difíciles.
Esto justifica la frecuente distinción en la obra de Vallejo de una poesía
accesible, comunicativa, manifestación de sus experiencias personales, frente a
otra hermética, de simbolismo complejo, orientada hacia la captación de lo
inefable. En Los heraldos
negros predominaría la
primera.
Con Trilce (1922) volaron en pedazos las
tradiciones literarias. Sus versos son libres, en los metros y ritmos,
liberados de la sintaxis y de la lógica; sus poemas son irracionales,
ininteligibles. Grafías arbitrarias, encabalgamientos abruptos contribuyen a
presentar la ansiedad del poeta ante la intuición del caos insuperable. La
diferencia con los poetas de vanguardia es que la poesía de Vallejo no está
deshumanizada. Su emoción, su protesta ante la injusticia, su sentimiento de
fraternidad con los oprimidos se levantan entre la libertad de la
versificación.
En 1923 Vallejo se establece en París, donde se relaciona con escritores y
artistas de vanguardia. Con Juan Larrea colaboró en la fugaz revista Favorables París poema;
escribe la novela El
tungsteno y viaja por
España y la Unión Soviética. Su conversión al marxismo es decisiva para su
poesía última, reunida en Poemas
humanos, que incluye poemas que recuerdan a Trilce junto a otros que recuperan la
capacidad comunicativa de la palabra. En estos últimos, Vallejo manifiesta su
acuciante solidaridad con el ser humano oprimido y desheredado: la realidad
social del Perú, los atropellos e injusticias. Las asociaciones insólitas y las
imágenes extrañas no impiden que las reflexiones se hagan coherentes.
Su obra póstuma, recogida bajo el título mencionado de Poemas humanos, incluye España, aparta de mí este cáliz,
en el que se coloca al lado de los republicanos en la guerra civil, es decir,
al lado de las víctimas, ya que la preocupación central sigue siendo el hombre.
Quizás la novedad esté en la aparición de una cierta esperanza, en la
aspiración a una sociedad futura sin opresión ni miseria.
Pablo Neruda
Con su poesía se pueden establecer cinco escalones. En el primero (Crepusculario)
el tono es modernista, de lenguaje convencional, de formas tradicionales, pero
ya se pone de manifiesto una sensibilidad abierta hacia el sufrimiento de los
demás y un anhelo de comunión panteísta que se ve empañado en ocasiones por el
sentimiento del fracaso.
En el segundo (Veinte poemas de amor y una canción desesperada)
aparece la poesía personal de Neruda, menos literatura, más sinceridad; hay un
intento de romper con las formas tradicionales (sintaxis, ortografía) en Tentativa del hombre infinito.
Neruda se va liberando de las convenciones poéticas, se decide por el verso
libre, prodiga las imágenes insólitas, en un lenguaje cada vez más rico en
significados, capaz de expresar la amargura y el dolor de existir en tinieblas.
En el tercero encontramos al poeta cabal, volcán imaginativo que el crítico no
puede desentrañar. Residencia
en la tierra es la obra
cumbre, que entusiasmó a los lectores intelectuales, presentaba un conjunto de
intuiciones, de metáforas, de imágenes difíciles de desentrañar. Abundó en
imágenes visionarias, en asociaciones inéditas y en enumeraciones caóticas,
para dar cuenta de su desolación existencial, de sus obsesiones de
descomposición y de muerte, de sus vivencias sombrías.
El cuarto demuestra el espectáculo de la muerte y de la injusticia, el
despertar de la conciencia política en su estancia en España en los años
anteriores a la guerra (España en el corazón). Neruda aprovechó
las circunstancias para polemizar con Juan Ramón Jiménez a favor de una poesía
“impura”, “penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y azucena”. Una
poesía humanizada, que buscaba el encuentro con la realidad del sufrimiento, de
la degradación y de la muerte. El poeta va desnudando las imágenes y aumentando
el tono de oratoria. Sus metáforas nacen unidas a conceptos y valores
universales: Tercera
residencia y Canto general. En Canto general Neruda ha descubierto “la sangre en
las calles”, la historia que reclama la atención del poeta, del gran testigo
llamado a convertirse en el cronista por excelencia. Su poesía adquiere un
carácter épico-narrativo, proclive a un prosaísmo consciente. Reniega de su
etapa anterior y abandona la expresión subjetiva a favor de otra llana para
convertirse en portavoz de su pueblo, de América, de la raza, de la naturaleza,
del universo.
En el quinto (Odas elementales) Neruda rechaza su propio pasado,
su angustiosa visión del mundo hundido, su trágica soledad, su altivo
surrealismo. Ahora el poeta quiere llegar a los hombres sencillos, a las masas,
en una actitud elemental que busca la voz adecuada para cantar en tono menor
las cosas más insignificantes. Neruda es el poeta proletario que resalta la
utilidad (no la belleza) de los objetos y de la poesía en tono didáctico y
moralizador.
En su obra posterior (Cien sonetos de amor, Memorial de Isla Negra, Fin
de mundo) predomina una síntesis de sus preocupaciones, de sus
sentimientos personales y de las inquietudes sociales.
Octavio Paz
Es considerado en México como el mejor teórico hispanoamericano del surrealismo
y, por algunos años, uno de sus poetas más representativos. Pero, antes de que
esto ocurriese, la labor de Octavio Paz era considerable: había colaborado en
varias revistas y había dado a conocer una importante producción poética que
reunió en el volumen titulado Libertad
bajo palabra.
Su iniciación poética tuvo que ver con las lecturas de los poetas españoles del
momento y con la recuperación de los clásicos castellanos, pero, siguiendo una
evolución ideológica característica de los años 30, mantuvo preocupaciones
sociopolíticas, que abandonó cuando se produjo el pacto entre Hitler y Stalin.
Desde entonces fue constante en sus críticas a los regímenes totalitarios e
incansable en su defensa de la libertad, tanto en la vida como en las
manifestaciones artísticas.
Cuando entró en contacto con el surrealismo (al viajar a París en 1945), este
movimiento le interesó porque en él vio culminado el rechazo de la herencia
racionalista. El surrealismo, desde la óptica de Paz es una visión del mundo.
Del surrealismo francés resaltó los valores de la imaginación, del amor y de la
libertad; veía en él una reacción contra el conformismo y la rutina, y un
intento de transformar la realidad por medio del amor y de la literatura. Esta
práctica surrealista está presente en las obras de los años cuarenta y
cincuenta: ¿Águila o sol?,
Semillas para un himno, Piedra de sol (un
poema concebido como un viaje interior a través del espacio, el tiempo, la
conciencia, la realidad y el sueño) y La
estación violeta. Esta etapa (hasta 1962), Salamandra, está
dominada por acusadas preocupaciones existenciales, por el tono angustiado que
se extiende por todo el mundo, tras la Segunda Guerra Mundial, y agudiza el
sentimiento del caos o del absurdo.
Entre 1962 y 1968 vivió en La India, y el variado pensamiento oriental
enriqueció sus meditaciones sobre el mundo, la vida y el arte. La poesía se
convirtió en un arte gozoso y de plenitud, en una comunión con los otros y con
la naturaleza: Ladera este,
Hacia el comienzo. En estos años meditó sobre las aportaciones de los
grandes protagonistas de la poesía moderna (Mallarmé, Apollinaire) y se apoyó
en las teorías lingüísticas y semiológicas para definir la poesía como una
continuidad encarnada en la realidad del lenguaje: el sentido del poema radica
en las relaciones que las palabras establecen en el propio poema. Blanco, Topoemas y Discos
visuales son libros de
esta etapa. Con Vuelta y Pasado
en claro regresa a las
inquietudes de antaño.
José Lezama Lima
Nació en La Habana en 1910, hijo de un coronel, quedó huérfano de padre a los
nueve años y dedicó sus poemas a su madre, hasta que ella falleció en 1964.
Licenciado en Derecho, colaboró con las revistas Verbum (1937) y Orígenes (1944-57).
Su formación literaria le llevó a crear un mundo libresco en el que renacen las
figuras de la mitología grecolatina, los clásicos españoles (Cervantes,
Góngora, Quevedo, Gracián) y los poetas franceses Valéry y Mallarmé.
Sus primeros libros de poesía le darán a conocer en Cuba: Muerte de Narciso (1937), Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949) y Dador (1960). A esto habría que añadir sus
libros de ensayos y el libro que le consagra internacionalmente, su novela Paradiso, de 1966, una
narración barroca y erótica.
Rafael Conte destaca la cultura universal y totalmente antiacadémica de Lezama,
con constantes referencias pertenecientes a todos los países y a todas las
épocas históricas. Su apelación al barroquismo hispánico le sirve para conectar
con la amplia y desbordada naturaleza americana, para crear un lenguaje
innovador, donde cada palabra quiere aportar todos los sentidos posibles.
Su Poesía Completa se publica en La Habana en 1970, donde
quedan recogidos desde los sonetos al verso libre, con respeto hacia los signos
de puntuación y cuyo interés radica, sobre todo, en las palabras inesperadas
que incluye en sus poemas.
La poesía de final de siglo
Otra corriente, a cuyos cultivadores Mario
Benedetti llamó “los poetas
comunicantes”, pretenderá conseguir una comunicación directa con cualquier
lector. Esto se traducirá en el empleo de un lenguaje coloquial, a fin de
representar inquietudes compartidas por la mayoría: existenciales, religiosas o
políticas.
Esta corriente comienza su desarrollo en los años cincuenta y se presenta como
una reacción frente al absurdo, frente a la alienación que padece el hombre
contemporáneo. Los problemas políticos y sociales son tan acuciantes que no
pueden ser olvidados. La diferencia de estos poetas con los precedentes es su
actitud frente a la propia tarea.
El chileno Nicanor Parra,
el poeta más significativo, pone el énfasis en lo antipoético, en la oposición
a la tradición. Empezó escribiendo poemas sencillos, sentimentales, pero su
originalidad se percibe en Poemas
y antipoemas (1954) Su
poesía es antirromántica, antiheroica, antisacerdotal. En los antipoemas prima
lo popular frente a lo aristocrático, el lenguaje ordinario y conversacional,
las anécdotas simples y banales. Parra prefirió las vidas rutinarias de los
ambientes rurales y trató de reflejarlas sin gestos dramáticos: La cueca larga, Canciones rusas,
Camisa de fuerza.
Ernesto Cardenal, el más
conocido poeta nicaragüense, se inició en el subjetivismo neorromántico (La
ciudad deshabitada, Proclama del conquistador). Desde 1949 buscó su
inspiración en temas históricos y sociales (Hora 0, Epigramas, El
estrecho dudoso, Homenaje a los indios americanos). Su poética es
coloquial y realista, antiacadémica y comprometida. Emplea el verso libre. Las
preocupaciones religiosas, inseparables de su condición de sacerdote, ocupan un
lugar importante en su poesía y se funden con las sociales.
Mario Benedetti es partidario de la expresión clara y
directa. Se advierte en su obra poética, reunida en Inventario, una
evolución desde las preocupaciones existenciales hasta el compromiso político.
Interesa especialmente su reflexión pesimista sobre una clase media uruguaya en
profunda crisis y sobre el tedio de la vida ordinaria en los centros urbanos
que se reflejan en sus Poemas
de oficina. Su crítica se acentuó en la poesía de Vientos del exilio.
Además de estos tres, son muchos los poetas que contribuyen al desarrollo de
una poesía en contacto y relación permanente con la realidad circundante. En Chile,
contrasta el coloquialismo íntimo de Efraín
Barquero con el lenguaje
complejo que utiliza Enrique
Lihn (que parte del
movimiento de la antipoesía para llegar al irrealismo y al textualismo), que
escribe una poesía atormentada; en Argentina, el regreso a lo auténtico, a lo
individual, a los problemas sociales del país, se advierte en César Fernández Moreno, con Argentino hasta la muerte,
y Juan Gelman escribe una poesía urbana y política,
que se expresa en un lenguaje coloquial; en Cuba se percibe el impacto de la
revolución castrista en Pablo
Armando Fernández. El humor y la ironía sirven para afrontar el absurdo en
la poesía del mexicano Jaime
Sabines, que convierte en poesía cada instante de su vida y toca la
temática amorosa, la existencial, la elegíaca, la política y la cotidiana.
También el humor y la ironía se encuentran en la poesía del peruano Antonio Cisneros. En Ecuador, Jorge Enrique Adoum llega a un barroquismo expresivo
cuando quiere representar la identificación del poeta con las fuerzas telúricas
de la Naturaleza, es el poeta de la desilusión y de la tristeza. En México, Rosario Castellanos recoge en su poesía la preocupación
por los más desfavorecidos, y José
Emilio Pacheco une la
tradición y la experimentación para reflexionar, en un estilo antirretórico,
sobre el tiempo como agente de la destrucción universal.
NOTAS
1.- El poeta mexicano Ramón López Velarde escribió el libro de poemas La sangre devota (1916), al que siguió Zozobra (1919), que marcaron en su país la
transición entre el modernismo y las nuevas corrientes de la vanguardia
poética.
Es cierto muy buena respuesta
ResponderEliminarMuchas gracias
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