domingo, 23 de septiembre de 2012

Poesía hispanoamericana del siglo XX




El panorama de la poesía hispanoamericana conforme avanza el siglo XX se va haciendo confuso y heterogéneo. Esa confusión nace del número de autores que cultivan la lírica, desde México hasta Argentina, y de la multiplicidad de corrientes que se mezclan. Las etiquetas necesarias para catalogar la poesía serían tantas que hacen difícil cualquier clasificación.

En líneas generales, la poesía hispanoamericana contemporánea no alcanza la altura a la que llegó la poesía modernista. Neruda, Vallejo, Borges, responden mejor a la sensibilidad de ese tiempo, pero su poesía es inferior al menos en ámbito de resonancia a la de los modernistas. Los poetas de aquella escuela siguen siendo los maestros indiscutibles en cada país: Lugones en Argentina, Freyre en Bolivia, Santos Chocano en Perú, Amado Nervo en México,… El caso de Gabriela Mistral en Chile es distinto, aunque su obra posee elementos modernistas.

Pedro Henríquez Ureña señaló una posible ordenación cronológica de las corrientes líricas del siglo XX, al dividir la poesía en tres períodos:

a)  La época de transición (también llamada postmodernismo o época de liquidación del modernismo). Abarca, aproximadamente, la segunda década del siglo (1910-1920) y se caracteriza por una producción lírica que, en parte, continúa la anterior y, en parte, se orienta hacia nuevas modalidades.
b)      La época de los “ismos”, las siguientes dos décadas (1920-1935). Se presenta algo rezagada con respecto a Europa.
c)      La poesía actual, desde 1940 hasta ahora. Tiene un matiz conservador.

Enrique Anderson Imbert hace una clasificación similar que resume con los nombres de normalidad (primer grupo), anormalidad (2º grupo) y escándalo (tercer grupo).

            En lo que parecen estar de acuerdo todos los críticos es en una clasificación en tres períodos, que se corresponden respectivamente con la superación del modernismo, la influencia vanguardista y la búsqueda de nuevos caminos hasta el final de siglo.

    Los poetas modernistas

No podemos comprender la poesía hispanoamericana del siglo XX sin partir de los años finales del siglo XIX, cuando tiene su auge el modernismo. Hacia 1880 se observa un fenómeno nuevo en el terreno literario en Hispanoamérica. Aparece un grupo de poetas que consigue revolucionar el lenguaje y la forma de la poesía. Se trata de Salvador Díaz Mirón y Manuel  Gutiérrez Nájera, en México; de Julián del Casal en Cuba; y de José Asunción Silva, en Colombia. Pero fue la edición de Azul (1888) del nicaragüense Rubén Darío lo que dio a este movimiento mayor ímpetu y fue su autor quien definió y dio nombre al movimiento modernista.

            Rubén Darío destaca tres notas esenciales en el modernismo: 1ª el rechazo de cualquier mensaje o enseñanza en el arte; 2ª el acento en la belleza como la más alta meta; y 3ª la necesidad de liberar la poesía de sus formas tradicionales. Estos ideales se extienden por los países hispanoamericanos de manos de Rubén Darío a través de numerosas revistas por él fundadas (Revista de América, en Buenos Aires; Revista de Costa Rica; Azul, en México, o La Biblioteca, en Argentina), u otras como Cosmópolis, en Venezuela, Revista Moderna, en México o Pluma y lápiz, en Chile. La aparición de estas revistas, en sí misma, supone un fenómeno nuevo. La consigna de “el arte por el arte” se convierte en lema y se difunde por todo el continente.

            El punto culminante del modernismo se alcanza con la aparición de tres volúmenes de poesía: Prosas Profanas, 1896, de Rubén Darío; Las montañas de oro, 1897, de Leopoldo Lugones; y Castalia Bárbara, 1899, de Ricardo Jaimes Freyre. A partir de 1900, el modernismo comienza a romperse en cierto número de tendencias: la religiosa y meditativa en la poesía de Amado Nervo y de Julio Herrera y Reissig; la sensual de Delmira Agustini; la americanista de José Santos Chocano. En general, el modernismo siguió siendo el estilo dominante de la poesía hispanoamericana hasta los movimientos de vanguardia de los años 20.

            Un aspecto significativo del modernismo fue el de revolucionar la actitud de los poetas latinoamericanos con respecto al arte y a la sociedad. Hasta entonces los literatos habían considerado la Literatura como un arma para las luchas sociales o políticas, pero los modernistas buscaron valores que no estuvieran sujetos a los vaivenes temporales, que fueran eternos, y los encontraron en el arte. La angustia existencial que prende en los intelectuales europeos de comienzos del XX la superan los modernistas entregándose a la contemplación de las ideas eternas. El artista es el miembro más envidiable de la sociedad. Hay un rechazo de las convenciones superficiales, de las normas de conducta y de las leyes morales impuestas por la sociedad. Tanto Juan Ramón Jiménez como Federico de Onís consideraron el modernismo como un aspecto de la profunda crisis religiosa que se produjo en la cultura occidental con el cambio de siglo. Todo esto produce el descontento en los poetas y la adopción de unos comportamientos lejanos de los normales: José Asunción Silva tenía fama de tomar drogas y de estar enamorado de su hermana, y al final se suicidó; Delmira Agustini fue asesinada,…

            Los modernistas se inspiraron en la tradición española, pero, sobre todo, en Francia: del Parnasianismo tomaron el culto a la perfección y los símbolos exóticos de cisnes y princesas; de Verlaine, la musicalidad; de Mallarmé y el Simbolismo, la transformación de la realidad del mundo en síntesis verbales o de símbolos. Estas influencias les llevan a la consideración del arte como un elemento cosmopolita, universal, y a la creación de espacios exóticos lejanos de las circunstancias concretas y particulares que les ha tocado vivir. Los poetas más destacados del movimiento son Rubén Darío, José Asunción Silva, Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, Ricardo Jaimes Freyre y Julio Herrera y Reissig.

            Rubén Darío (1867-1916) comenzó su vida literaria tempranamente. Entre los siete y los trece años escribió sus primeros versos e inició su vida bohemia. En 1886 está en Chile, donde publica Abrojos, colección de poemas de corte tradicional en los que se observan las huellas de Musset, Heine, Campoamor o Espronceda. Pero el primer libro importante es Azul, “un puñado de cuentos y poesías que podían calificarse de parnasianas”, aparecido en 1888. Como señaló Valera, se aprecia en él la influencia francesa y de otras literaturas europeas, pero lo que destaca es el lenguaje magistral, los versos renovadores, la rica adjetivación. El libro se estructuraba en tres partes: Cuentos en prosa, El año lírico (cuatro poemas dedicados a las estaciones del año: Primaveral, Estival, Autumnal, Invernal) y Anagké.

            Desde 1890 viaja por Europa. En 1896 publica Prosas Profanas, donde forja una poesía totalmente original por el léxico, por el tono y por el sentido. Pretende salir “en defensa de las ideas nuevas, de la libertad del arte, de la aristocracia literaria”. Era un arte minoritario, casi hermético, con una profunda base de conocimientos eruditos sobre mitología, arte, literatura y cultura general. En esta obra destacan los aspectos más característicos del modernismo: preciosismo, exotismo, fantasía refinada; canta el amor errante y cosmopolita. Destaca la renovación formal: búsqueda del sentido musical de las palabras, nuevas combinaciones métricas, cambios de acentuación, rimas internas, dislocaciones y choques de sonidos, asonancias, prosas rítmicas. Prosas profanas posee también una coherencia interna: el cosmopolitismo de las formas y de los temas sirve para ofrecer una visión estética de la historia y de la mitología. Esta visión estética le hace tratar el resto de los temas desde una perspectiva en la que la vida es realzada por la belleza.

            En 1905 publica Cantos de vida y esperanza. Su tono es más humano e intimista. Aparece la melancolía, la muerte, el dolor de vivir, sus más íntimas angustias. La preocupación por lo social es palpable, así como la cultura hispánica y la defensa de la hispanidad ante el amenazante imperialismo anglosajón.

            El canto errante, de 1907, presenta más autocrítica. Los temas son variados: paisajes, actitud moral, civil y política, exaltación del arte, esteticismo, sentimiento del tiempo e inquietud religiosa. Canto a la Argentina y otros poemas (1914) muestra su emoción americana junto a su sueño cosmopolita.

            El colombiano José Asunción Silva, a pesar de que se burlaba de los rubendarianos, compartió con ellos muchas características y las antologías lo incluyen entre los poetas del Modernismo. En sus poemas parece querer alcanzar una región fuera del tiempo (como señaló Unamuno en el prólogo de las Poesías completas), en la nostalgia de la niñez o en algún oasis del desierto de su vida adulta. La mezcla de sensaciones como la tristeza o la melancolía con el júbilo de los placeres, fiestas y bailes, son algunas de sus características. Se han señalado tres etapas en sus poesías: la primera es la postura del romántico, con influencias de Bécquer o Heine; la segunda está marcada por un pesimismo profundo; y la tercera es la etapa del dolor vivo. El poema más significativo es “Nocturno”, también “Día de difuntos”, “Los maderos de San Juan” y “Gotas amargas”.

            El mexicano Salvador Díaz Mirón, según Anderson Imbert, “entró al modernismo por la ventana”, dado su carácter violento y altivo. Político, fue condenado a la cárcel por matar a un hombre en defensa de “su honor” en una campaña electoral. Como poeta, tiene una primera etapa de influencia romántica (“Mística”, “Confidencias”), que da paso a unos momentos de amargura y mayor profundidad reflexiva. De esta época es Lascas, 1901, colección de poemas escritos a lo largo de diez años, donde a las formas modernistas añade detalles realistas inusuales. En la etapa final de su vida muestra obsesión por la renovación poética.

            El mexicano Manuel Gutiérrez Nájera ejemplifica los aspectos más sofisticados y actuales del modernismo. Toda su obra lírica se recoge en Poesías, 1896, que muestra un tono aristocrático, nostálgico, y un culto a la elegancia y al refinamiento. Nájera es el poeta del color, de la imagen y de los sentidos.

            El cubano Julián del Casal presenta un refinamiento y un amor a lo artificial. Sus obras poéticas destacadas son Hojas al viento, Nieve y Rimas. Su preocupación por un lenguaje armonioso y emotivo, la búsqueda de la musicalidad en los versos, la valoración de los adjetivos y la visión del poeta como un ser solitario que aguarda la inspiración, son sus rasgos principales.

            El boliviano Ricardo Jaimes Freyre es el poeta de la angustia espiritual, a pesar de ser uno de los modernistas más afortunados (hijo de un diplomático, desempeñó él mismo cargos políticos como ministro y embajador de su país). En un primer período como poeta, recibe la influencia de Rubén Darío, con quien funda en Buenos Aires la Revista de América. Su obra culminante es Castalia Bárbara, para la que se inspiró en la mitología nórdica, lo mismo que había hecho Darío con la griega. Escribió en verso libre, lo que da a sus poemas un ritmo de repetición.

            El uruguayo Julio Herrera y Reissig es uno de los mejores intérpretes del modernismo por su dedicación completa a la búsqueda de la estética y de la belleza. Sus dos principales colecciones son Los éxtasis de la montaña, 1907, y Sonetos vascos, 1906.

  La lírica postmodernista

La liquidación del modernismo la sitúan muchos críticos en el soneto del mexicano Enrique González Martínez “Tuércele el cuello al cisne”, que aparece en su colección Los senderos ocultos (1911), en el que recomendaba evitar toda forma y lenguaje que no fueran acordes con el “ritmo latente de la vida profunda”. Este soneto solo era una manifestación más a favor de la depuración de la retórica, de lo superfluo, frívolo y decorativo que tenía el modernismo, pero ya Rubén Darío en Cantos de vida y esperanza no era ajeno a esa nueva sensibilidad.

El fin del modernismo no es fácil de precisar, ni siquiera apelando a la muerte de Darío en 1916. Entre el modernismo más característico y la irrupción de los movimientos de vanguardia, que decretan su extinción definitiva, transcurren algunos años, que suponen lo que se ha llamado postmodernismo.

Entre las distintas corrientes que confluyen en esta época, la que se perfila con mayor nitidez es la que, nacida de las posiciones más extremas del modernismo, permite enlazar con el vanguardismo. Esta corriente tendría en Leopoldo Lugones y Julio Herrera y Reissig sus máximos cultivadores. El primero en sus libros de madurez (Lunario sentimental) se anticipa al metaforismo desaforado de los ultraístas de los años 20; el segundo (La torre de las esfinges) abunda en el lenguaje barroco, en los neologismos y en las imágenes sorprendentes.

El modernismo no evolucionó en este único sentido. En los diez primeros años del siglo XX se produce una reacción moderada frente al modernismo, que no rompe con la poesía de Rubén, pero que introduce nuevos elementos estéticos y amplía el cuadro de posibilidades creadoras. Lleva los temas a lugares ignorados por los modernistas: la vida campesina, el suburbio, la intimidad hogareña; recursos olvidados por el modernismo vuelven a retomarse ahora: la ironía, el verso desnudo de retoricismo, la lengua  humanizada hasta llegar a lo prosaico.

No se puede hablar de una actitud antimodernista: se trata del propio modernismo que se disuelve en distintas tendencias, y de otras tendencias nuevas (americanismo, poesía del entorno), que ahora afloran.

De estas tendencias, Federico de Onís, en su Antología de la poesía española e hispanoamericana, 1934 (reeditada en 1961) hizo referencia a seis:

  1.  reacción hacia la sencillez lírica;
  2.  reacción hacia la tradición clásica;
  3.   reacción hacia el romanticismo;
  4.  reacción hacia el prosaísmo sentimental;
  5.  reacción hacia la ironía sentimental; y
  6.  poesía femenina.


Excepto la última, los límites entre estas tendencias son difíciles de fijar. Ninguna  de ellas estuvo ausente del modernismo anterior, ni ninguna desaparecerá totalmente con la irrupción del vanguardismo. Llamaremos la atención sobre dos poetas:

            El argentino Leopoldo Lugones parte del modernismo formal más entusiasta (Las montañas de oro, 1897, y Lunario sentimental, 1909), con variedad y musicalidad en los versos, rima, encabalgamiento, imágenes, etc. Pero esos recursos formales se acompañan con dos temas tradicionales: la patria y el paisaje, que aparecen en otras colecciones como Odas seculares, Romancero, Romances del Río Seco. La poesía de Lugones es la poesía de la América rural amenazada por los inmigrantes y por la industrialización. Para él, la verdadera Argentina estaba en el campo y en las estancias gauchescas. 

            El peruano José Santos Chocano tuvo una vida turbulenta: encarcelado por sus ideas políticas, revolucionario en México, apoyó a Pancho Villa, en Guatemala colaboró con el dictador Estrada Cabrera, condenado a muerte, mató a un hombre en un duelo y murió asesinado cuando viajaba en tranvía. Su americanismo es el reflejo de esta vida agitada, salvado por ser uno de los primeros poetas que celebraron la historia, el paisaje y los habitantes indígenas del continente. Selva virgen, Cantos del Pacífico, Alma América.

            El mejor resumen de este período postmodernista lo hace Anderson Imbert:

            “Imposible clasificar la nueva poesía. Si uno se atiene a los mejores poetas de esta generación, se oirán distintos acordes. Algunos poetas se desvían hacia un trato más directo con la vida y la naturaleza. Son sencillos, humanos, sobrios (Fernández Moreno). Otros tienen un aire de sabiduría, de haber ido lejos y estar de vuelta con muchos secretos clásicos (Alfonso Reyes). Los más efusivos confiesan sinceramente lo que les pasa, sus angustias, sus exaltaciones (Gabriela Mistral). Están los de sentido humorístico, como si los hijos sospecharan que había algo de ridículo y cursi en la tradición familiar modernista (José Z. Tallet). Los hay cerebrales, especulativos (Martínez Estrada). O los de alma devota (López Velarde)1. Y los criollistas, los nativistas, los apretados contra su tierra (Silva Valdés). Y los de emoción civil y política (Andrés Eloy Blanco)”.

            Es en Argentina donde primero se depuran los artificios modernistas. Enrique Banchs y Baldomero Fernández Moreno, que canta las cosas más vulgares de la vida (el hogar, la casa, la esposa, los hijos, los libros, el trabajo) son los representantes de esta tendencia.

            En Uruguay, después de la generación modernista, destaca Juana de Ibarbouru.

         En Chile el modernismo apenas había dado algún poeta importante, pero en esta época la poesía explota. Gabriela Mistral consigue el primer Premio Nobel para la literatura hispanoamericana; Vicente Huidobro será uno de los más ruidosos vanguardistas; luego Pablo Neruda.

            En México destaca Alfonso Reyes, por la importancia de su obra poética.

      En Perú  destaca César Vallejo, educado en la estética modernista, que abandona pronto el cosmopolitismo para adentrarse en lo nacional, en lo regional, en lo popular e indigenista. Sus temas son el amor erótico u hogareño, la vida cotidiana, la desilusión, la amargura y el sufrimiento.

            Las poetisas

            La tendencia temática intimista favoreció el desarrollo de una poesía de las experiencias emotivas que alcanzó una nutrida representación femenina. La aparición de un numeroso grupo de poetisas en la América hispana a principios del siglo XX constituye uno de los hechos más notables de la historia de esta cultura. No sólo por la cantidad, asombrosa para la época, sino también por la calidad. Las antologías reúnen hasta 150 poetisas (Elena Pecas contabiliza solo en Argentina más de 150).

            La chilena Gabriela Mistral (seudónimo de Lucila Godoy Alcayaga, con el que expresó su admiración por los poetas Gabriele D’Annunzio y Frédéric Mistral)) obtuvo el Premio Nobel en 1945. Su producción no es muy extensa, pero es considerada por algunos críticos como la más alta expresión de la poesía femenina en lengua castellana. Su gran tema es el amor, y todos sus poemas son variaciones de este tema. Los primeros libros tienen tintes autobiográficos (Desolación): el despertar al amor, el pudor de no poder decirle al hombre lo que siente, el miedo de no merecer al amado, el sobresalto de perderlo, el desconsuelo y la humillación (el primer hombre al que amó se suicidó). Más adelante G. Mistral extiende su tema amoroso a un objetivo más universal: amor a Dios, a la Naturaleza, a la madre y al hijo frustrado (Tala). En Lagar el amor se estiliza a la tierra y a sus hombres.

            La argentina Alfonsina Storni presenta una poesía personalísima, independiente, fruto descarnado, sin veladuras ni disfraces, de su lucha interior, de sus esperanzas, de sus fracasos. La fuerza de toda su poesía es el amor desde el sueño ideal, el amor puro, pasando por la pasión y entrega total, hasta caer en el desengaño y el odio. Al final queda como esencia el amor al hijo y al amigo. Acabó suicidándose. Algunos títulos: La inquietud del rosal (canta la pureza de los sentimientos), Languidez con ocre (nos lleva a la realidad externa, a la desilusión y desesperanza del amor), Mundo de siete pozos (la poesía del cerebro sustituye a la poesía de los sentimientos). A. Storni pasa de la vinculación al modernismo a la poesía de vanguardia.

            En Uruguay destacan dos poetisas: Delmira Agustini y Juana de Ibarbouru. La primera, todavía adolescente, asombró y escandalizó a la sociedad burguesa con unos libros (El libro blanco, Cantos de la mañana, Los cálices vacíos) en los que, saltando todas las barreras del pudor, se cantaba al amor en sus más turbadores momentos. Por vez primera una mujer joven abría su corazón con impúdica desenvoltura, y en su lenguaje audaz y sugestivo sacaba a la luz sus íntimos sentires: anhelos sexuales, ansias frenéticas de goces, concupiscencias larvadas. Su trágico fin (murió asesinada por su marido) contribuyó a su fama.

            Juana de Ibarbouru fue coronada en 1925 como “Juana de América”. En su poesía destacan las imágenes de lo vegetal y lo animal con el goce de existir, en una obra poética que pasa por los ciclos orgánicos (nacimiento, juventud, madurez y vejez; y por las cuatro estaciones del año). Su poesía está cargada de metáforas y es un obstinado narcisismo. Algunas obras son Las lenguas de diamante, rosa de los vientos o Perdida.

            La cubana Dulce María Loynaz vivió siempre en La Habana, en el ambiente ilustrado y culto creado por sus padres. Los Loynaz tuvieron correspondencia con García Lorca y fueron visitados por J.R.Jiménez y Gabriela Mistral. En 1919 aparecieron en el periódico La Nación sus primeros versos publicados: Vesperal e Invierno.  Su obra poética, enmarcada en la corriente posmodernista, se caracteriza por un profundo carácter introspectivo, mediante el cual intenta dar voz al sujeto femenino, y por la creación de un mundo simbólico altamente sugerente. En su obra destacan Versos 1920-1938, Poemas sin nombre, considerada su obra cumbre, Últimos días de una casa y una Antología lírica de 1993.

La poesía de vanguardia

Hacia 1918 en Europa, y un poco más tarde en América (en la década de 1920 a 1930), estalla una revolución que afecta a todas las esferas del arte. En lo literario esa revolución se llama “movimientos de vanguardia”. Desde mucho antes de la guerra mundial, a la que algunos consideran causa de este brote de innovación, la literatura que se hacía en el mundo era cada vez más insolente. Tal renovación partió de la pintura. Movimientos como el fauvismo, el expresionismo, el cubismo, el futurismo, el dadaísmo, el surrealismo, etc, traspasaron los umbrales del lienzo y llegaron al papel. No sólo se liberó a los versos de las ataduras formales, sino que llevaron el irracionalismo a su última consecuencia. Negaron la lógica, negaron el espacio y el tiempo. La inestabilidad de la civilización, el poder de la violencia, el desprecio al hombre, el absurdo de la existencia, el desengaño ante la “seriedad” del arte, se convertirán en sus principios.

En Hispanoamérica los experimentos poéticos recibieron un gran impulso, quizás debido a la posición aislada de los poetas, los cuales se encontraban libres de las críticas de los lectores. Hubo casos de poetas que desarrollaron su obra de modo aislado, por propia satisfacción y sin ningún pensamiento de fama o reconocimiento público, como Enrique Banchs, argentino, o José María Eguren, peruano.

Pero esto no fue lo normal. Desde 1900, los poetas tuvieron un gran número de revistas mediante las cuales se mantuvieron en contacto con el arte que se estaba realizando en Europa. En todas partes se hacía hincapié en las innovaciones y los experimentos. Después de la guerra europea, surge en Hispanoamérica un nuevo impulso nacionalista y la confianza de los intelectuales que ven en la decadencia de la civilización europea el comienzo de su futura fortuna artística.

Los movimientos europeos como el futurismo, el dadaísmo, el cubismo o el surrealismo calaron en Hispanoamérica, con fuerza y difusión diferentes. El futurismo, como en Europa, trajo temas del mundo y la vida contemporánea; el dadaísmo tuvo menor difusión, porque no había una burguesía fuerte a la que fustigar; el cubismo dejó honda huella en Vicente Huidobro, a quien hay que reconocer su papel de pionero de la vanguardia en estos países. Los poemas de Huidobro expresan una visión romántica de la vida a pesar de lo extraño y desconcertante de la técnica empleada. Con la aparición de César Vallejo se produjo el cambio a la nueva sensibilidad que exigían las técnicas vanguardistas. Estas técnicas fueron hispanizadas por los poetas del movimiento ultraísta. Entre ellos se encontraba Jorge Luis Borges, que, cuando regresa a Argentina, se convierte en una de las principales figuras de los círculos literarios de su país. El surrealismo fue la vanguardia que dejó más honda huella en Hispanoamérica, al considerarse como un movimiento de libertad interior.

            No hablamos de estos movimientos en los países hispanoamericanos en el mismo sentido que en Europa. Los poetas se apoderaron de las técnicas y teorías extranjeras, pero las modificaron o las desarrollaron de un modo personal.

            Conviene citar tres focos vanguardistas en Hispanoamérica: 
  1. a)    El grupo que colabora en la revista Contemporáneos, en México, centrado en las técnicas surrealistas: Xavier Villaurrutia, José Gorostiza y Bernardo Ortiz de Montellano, director de la revista.
  2. b)     El grupo ultraísta de Buenos Aires, reunido alrededor de Borges, que se difunde en revistas como Proa y Prisma, Martín Fierro y Sur, que ofrecieron a los lectores argentinos lo mejor de la literatura contemporánea mundial.
  3. c)      El grupo cubano de la Revista Avance, que dio lugar al movimiento de poesía afrocubana, con Nicolás Guillén. El estilo repercutió en Puerto Rico, en la obra de Luis Palés Matos, e incluso en Ecuador.


       Vicente Huidobro

            Pasa por ser el padre del creacionismo. Es uno de los primeros poetas que se puso a la vanguardia de la literatura europea. Su poesía se presenta como aniquiladora del mundo real y, en el hueco que deja, levanta otro mundo ideal. La poesía es una creación absoluta. “El poeta es un pequeño Dios”, dirá Huidobro. Si Apollinaire había hablado de la poesía como una “servidumbre” a la naturaleza, Huidobro señalará “Non serviam”, título de su primer manifiesto; “no he de ser tu esclavo, Naturaleza; tendré mis árboles, mis montañas, mis ríos y mis mares, mi cielo y mis estrellas. Seré tu amo”. Más adelante confesará: “la primera condición de un poeta es la de crear, la segunda crear, y la tercera crear”. Algunos de sus títulos: Poemas árticos, Temblor del cielo y Altazor (publicado en 1931, pero escrito a lo largo de los diez años anteriores, consta de fragmentarios chisporroteos reflexivos e imaginísticos, en los que pueden observarse los sentimientos de libertad e individualismo característicos y constantes desde el Romanticismo a lo largo del siglo XX)  o El viaje en paracaídas, extenso poema que desarrolla la peripecia de un ángel caído que, en su descenso hacia la nada en un paracaídas, lanza desafíos y expresiones de angustia, al mismo tiempo que juega con las palabras hasta llegar a la incoherencia.

            Huidobro rechazó el futurismo (por demasiado extrovertido) y el surrealismo (su medio era un simulado automatismo) y avanza por la estética del creacionismo, que se hunde en la intimidad. Su lema fue “Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol”. Hasta su muerte se mantuvo fiel a esta estética, que no le impidió dar cuenta de una inquietud metafísica cada vez más acusada y ser uno de los primeros testigos lúcidos del absurdo contemporáneo.

            Jorge Luis Borges

            Fue el mejor teórico del movimiento ultraísta y su principal difusor. A su vuelta a Argentina, fijó los principios de la nueva práctica poética: reducción de la lírica a la metáfora, como su elemento primordial; tachadura de las frases, nexos, adjetivos y elementos inútiles; abolición del ornamentismo, etc. Borges (Fervor de Buenos Aires) demuestra en su poesía un culto a la metáfora misma y una preferencia por los temas de siempre: amor, muerte, dolor, soledad, naturaleza; pero, desde un principio, estos temas quedan trascendidos por preocupaciones metafísicas: el tiempo, el sentido del universo, la personalidad del hombre. Son los mismos condicionantes que pueblan su obra narrativa.

            Los principios estéticos borgianos se pueden reducir a dos: a) fe en la creación, lo que le hace renovar constantemente sus hallazgos poéticos; b) pesimismo nihilista derivado de las limitaciones que envuelven al poeta. La literatura de Borges evoluciona en tres etapas: 1) El ultraísmo (1918-1930), con Fervor de Buenos Aires o Luna de enfrente; 2) El rechazo del ultraísmo (1930-1958), con la mayor de sus obras en prosa; 3) El reencuentro con la poesía personal (1959 hasta su muerte, en 1986), cuando destacan El hacedor; El otro, el mismo; Elogio de la sombra o La rosa profunda.

            La poesía indigenista

            Entre las diversas muestras de la americanización de la vanguardia, la más interesante es la poesía negra o afroantillana. El Caribe fue su ámbito de mayor difusión.

            El interés por la negritud obedece a muchos factores, entre los que no se descarta la aspiración hacia el primitivismo que se había visto en Europa a fines del siglo XIX, al entrar en crisis los valores tradicionales. El espectáculo de la decadencia de Occidente, que se ejemplifica con la primera guerra mundial, confiere importancia a lo instintivo, a la naturaleza, a las culturas africanas y primitivas. Este primitivismo se había dejado sentir intensamente en la música (jazz) y en la pintura (fauvismo).

            En este ambiente nace la poesía afroantillana, urgida por la búsqueda de definiciones nacionales. Nicolás Guillén (con el portorriqueño Palés Matos y el cubano Emilio Ballagas) será el máximo representante.

            Nicolás Guillén transitó los caminos del postmodernismo, y posteriormente los de las vanguardias, pero pronto su negrismo dejó apartadas las preocupaciones formales para adentrarse en las preocupaciones sociales y políticas. West Indies Ltd., Cantos para soldados y sones para turistas, El son entero, La paloma de vuelo popular son obras que muestran el compromiso con los hermanos de raza, con los desheredados del mundo y sitúan al poeta frente al imperalismo y la injusticia. También abundan los temas del amor y del misterio de la muerte.


  Poetas destacados

     César Vallejo

            Su poesía merece especial atención, tanto por su calidad como por su difícil adscripción a las corrientes literarias de la época. Formado en los clásicos castellanos, en el romanticismo y en el modernismo, terminó de forjar la idea del poeta como aristócrata del espíritu, ajeno al materialismo reinante y como personificación de la rebeldía frente a los valores establecidos.

            En 1918 publicó su primer libro de poemas, Los heraldos negros, donde la herencia modernista se manifestaba en cierta ornamentación retórica y en una imaginería derivada de Rubén Darío y de Herrera Reissig. El tono del libro distaba de ofrecer una visión armónica del Universo (el sentimiento dominante es la tristeza y la soledad del hombre ante su destino, la muerte), y eso se expresaba por medio de irregularidades métricas y rítmicas, de adjetivos insólitos, de imágenes difíciles.

            Esto justifica la frecuente distinción en la obra de Vallejo de una poesía accesible, comunicativa, manifestación de sus experiencias personales, frente a otra hermética, de simbolismo complejo, orientada hacia la captación de lo inefable. En Los heraldos negros predominaría la primera.

            Con Trilce (1922) volaron en pedazos las tradiciones literarias. Sus versos son libres, en los metros y ritmos, liberados de la sintaxis y de la lógica; sus poemas son irracionales, ininteligibles. Grafías arbitrarias, encabalgamientos abruptos contribuyen a presentar la ansiedad del poeta ante la intuición del caos insuperable. La diferencia con los poetas de vanguardia es que la poesía de Vallejo no está deshumanizada. Su emoción, su protesta ante la injusticia, su sentimiento de fraternidad con los oprimidos se levantan entre la libertad de la versificación.

            En 1923 Vallejo se establece en París, donde se relaciona con escritores y artistas de vanguardia. Con Juan Larrea colaboró en la fugaz revista Favorables París poema; escribe la novela El tungsteno y viaja por España y la Unión Soviética. Su conversión al marxismo es decisiva para su poesía última, reunida en Poemas humanos, que incluye poemas que recuerdan a Trilce junto a otros que recuperan la capacidad comunicativa de la palabra. En estos últimos, Vallejo manifiesta su acuciante solidaridad con el ser humano oprimido y desheredado: la realidad social del Perú, los atropellos e injusticias. Las asociaciones insólitas y las imágenes extrañas no impiden que las reflexiones se hagan coherentes.

            Su obra póstuma, recogida bajo el título mencionado de Poemas humanos, incluye España, aparta de mí este cáliz, en el que se coloca al lado de los republicanos en la guerra civil, es decir, al lado de las víctimas, ya que la preocupación central sigue siendo el hombre. Quizás la novedad esté en la aparición de una cierta esperanza, en la aspiración a una sociedad futura sin opresión ni miseria.

            Pablo Neruda

            Con su poesía se pueden establecer cinco escalones. En el primero (Crepusculario) el tono es modernista, de lenguaje convencional, de formas tradicionales, pero ya se pone de manifiesto una sensibilidad abierta hacia el sufrimiento de los demás y un anhelo de comunión panteísta que se ve empañado en ocasiones por el sentimiento del fracaso.

            En el segundo (Veinte poemas de amor y una canción desesperada) aparece la poesía personal de Neruda, menos literatura, más sinceridad; hay un intento de romper con las formas tradicionales (sintaxis, ortografía) en Tentativa del hombre infinito. Neruda se va liberando de las convenciones poéticas, se decide por el verso libre, prodiga las imágenes insólitas, en un lenguaje cada vez más rico en significados, capaz de expresar la amargura y el dolor de existir en tinieblas.

            En el tercero encontramos al poeta cabal, volcán imaginativo que el crítico no puede desentrañar. Residencia en la tierra es la obra cumbre, que entusiasmó a los lectores intelectuales, presentaba un conjunto de intuiciones, de metáforas, de imágenes difíciles de desentrañar. Abundó en imágenes visionarias, en asociaciones inéditas y en enumeraciones caóticas, para dar cuenta de su desolación existencial, de sus obsesiones de descomposición y de muerte, de sus vivencias sombrías.

            El cuarto demuestra el espectáculo de la muerte y de la injusticia, el despertar de la conciencia política en su estancia en España en los años anteriores a la guerra (España en el corazón). Neruda aprovechó las circunstancias para polemizar con Juan Ramón Jiménez a favor de una poesía “impura”, “penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y azucena”. Una poesía humanizada, que buscaba el encuentro con la realidad del sufrimiento, de la degradación y de la muerte. El poeta va desnudando las imágenes y aumentando el tono  de oratoria. Sus metáforas nacen unidas a conceptos y valores universales: Tercera residencia y Canto general. En Canto general Neruda ha descubierto “la sangre en las calles”, la historia que reclama la atención del poeta, del gran testigo llamado a convertirse en el cronista por excelencia. Su poesía adquiere un carácter épico-narrativo, proclive a un prosaísmo consciente. Reniega de su etapa anterior y abandona la expresión subjetiva a favor de otra llana para convertirse en portavoz de su pueblo, de América, de la raza, de la naturaleza, del universo.

            En el quinto (Odas elementales) Neruda rechaza su propio pasado, su angustiosa visión del mundo hundido, su trágica soledad, su altivo surrealismo. Ahora el poeta quiere llegar a los hombres sencillos, a las masas, en una actitud elemental que busca la voz adecuada para cantar en tono menor las cosas más insignificantes. Neruda es el poeta proletario que resalta la utilidad (no la belleza) de los objetos y de la poesía en tono didáctico y moralizador.

            En su obra posterior (Cien sonetos de amor, Memorial de Isla Negra, Fin de mundo) predomina una síntesis de sus preocupaciones, de sus sentimientos personales y de las inquietudes sociales.

            Octavio Paz

            Es considerado en México como el mejor teórico hispanoamericano del surrealismo y, por algunos años, uno de sus poetas más representativos. Pero, antes de que esto ocurriese, la labor de Octavio Paz era considerable: había colaborado en varias revistas y había dado a conocer una importante producción poética que reunió en el volumen titulado Libertad bajo palabra.

            Su iniciación poética tuvo que ver con las lecturas de los poetas españoles del momento y con la recuperación de los clásicos castellanos, pero, siguiendo una evolución ideológica característica de los años 30, mantuvo preocupaciones sociopolíticas, que abandonó cuando se produjo el pacto entre Hitler y Stalin. Desde entonces fue constante en sus críticas a los regímenes totalitarios e incansable en su defensa de la libertad, tanto en la vida como en las manifestaciones artísticas.

            Cuando entró en contacto con el surrealismo (al viajar a París en 1945), este movimiento le interesó porque en él vio culminado el rechazo de la herencia racionalista. El surrealismo, desde la óptica de Paz es una visión del mundo. Del surrealismo francés resaltó los valores de la imaginación, del amor y de la libertad; veía en él una reacción contra el conformismo y la rutina, y un intento de transformar la realidad por medio del amor y de la literatura. Esta práctica surrealista está presente en las obras de los años cuarenta y cincuenta: ¿Águila o sol?, Semillas para un himno, Piedra de sol (un poema concebido como un viaje interior a través del espacio, el tiempo, la conciencia, la realidad y el sueño) y La estación violeta. Esta etapa (hasta 1962), Salamandra, está dominada por acusadas preocupaciones existenciales, por el tono angustiado que se extiende por todo el mundo, tras la Segunda Guerra Mundial, y agudiza el sentimiento del caos o del absurdo.

            Entre 1962 y 1968 vivió en La India, y el variado pensamiento oriental enriqueció sus meditaciones sobre el mundo, la vida y el arte. La poesía se convirtió en un arte gozoso y de plenitud, en una comunión con los otros y con la naturaleza: Ladera este, Hacia el comienzo. En estos años meditó sobre las aportaciones de los grandes protagonistas de la poesía moderna (Mallarmé, Apollinaire) y se apoyó en las teorías lingüísticas y semiológicas para definir la poesía como una continuidad encarnada en la realidad del lenguaje: el sentido del poema radica en las relaciones que las palabras establecen en el propio poema. Blanco, Topoemas y Discos visuales son libros de esta etapa. Con Vuelta y Pasado en claro regresa a las inquietudes de antaño.  
           
            José Lezama Lima

            Nació en La Habana en 1910, hijo de un coronel, quedó huérfano de padre a los nueve años y dedicó sus poemas a su madre, hasta que ella falleció en 1964. Licenciado en Derecho, colaboró con las revistas Verbum (1937) y Orígenes (1944-57).

            Su formación literaria le llevó a crear un mundo libresco en el que renacen las figuras de la mitología grecolatina, los clásicos españoles (Cervantes, Góngora, Quevedo, Gracián) y los poetas franceses Valéry y Mallarmé.

            Sus primeros libros de poesía le darán a conocer en Cuba: Muerte de Narciso (1937), Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949) y Dador (1960). A esto habría que añadir sus libros de ensayos y el libro que le consagra internacionalmente, su novela Paradiso, de 1966, una narración barroca y erótica.

            Rafael Conte destaca la cultura universal y totalmente antiacadémica de Lezama, con constantes referencias pertenecientes a todos los países y a todas las épocas históricas. Su apelación al barroquismo hispánico le sirve para conectar con la amplia y desbordada naturaleza americana, para crear un lenguaje innovador, donde cada palabra quiere aportar todos los sentidos posibles.

            Su Poesía Completa se publica en La Habana en 1970, donde quedan recogidos desde los sonetos al verso libre, con respeto hacia los signos de puntuación y cuyo interés radica, sobre todo, en las palabras inesperadas que incluye en sus poemas.

  La poesía de final de siglo

Otra corriente, a cuyos cultivadores Mario Benedetti llamó “los poetas comunicantes”, pretenderá conseguir una comunicación directa con cualquier lector. Esto se traducirá en el empleo de un lenguaje coloquial, a fin de representar inquietudes compartidas por la mayoría: existenciales, religiosas o políticas.

            Esta corriente comienza su desarrollo en los años cincuenta y se presenta como una reacción frente al absurdo, frente a la alienación que padece el hombre contemporáneo. Los problemas políticos y sociales son tan acuciantes que no pueden ser olvidados. La diferencia de estos poetas con los precedentes es su actitud frente a la propia tarea.

            El chileno Nicanor Parra, el poeta más significativo, pone el énfasis en lo antipoético, en la oposición a la tradición. Empezó escribiendo poemas sencillos, sentimentales, pero su originalidad se percibe en Poemas y antipoemas (1954) Su poesía es antirromántica, antiheroica, antisacerdotal. En los antipoemas prima lo popular frente a lo aristocrático, el lenguaje ordinario y conversacional, las anécdotas simples y banales. Parra prefirió las vidas rutinarias de los ambientes rurales y trató de reflejarlas sin gestos dramáticos: La cueca larga, Canciones rusas, Camisa de fuerza.

            Ernesto Cardenal, el más conocido poeta nicaragüense, se inició en el subjetivismo neorromántico (La ciudad deshabitada, Proclama del conquistador). Desde 1949 buscó su inspiración en temas históricos y sociales (Hora 0, Epigramas, El estrecho dudoso, Homenaje a los indios americanos). Su poética es coloquial y realista, antiacadémica y comprometida. Emplea el verso libre. Las preocupaciones religiosas, inseparables de su condición de sacerdote, ocupan un lugar importante en su poesía y se funden con las sociales.

            Mario Benedetti es partidario de la expresión clara y directa. Se advierte en su obra poética, reunida en Inventario, una evolución desde las preocupaciones existenciales hasta el compromiso político. Interesa especialmente su reflexión pesimista sobre una clase media uruguaya en profunda crisis y sobre el tedio de la vida ordinaria en los centros urbanos que se reflejan en sus Poemas de oficina. Su crítica se acentuó en la poesía de Vientos del exilio.

            Además de estos tres, son muchos los poetas que contribuyen al desarrollo de una poesía en contacto y relación permanente con la realidad circundante. En Chile, contrasta el coloquialismo íntimo de Efraín Barquero con el lenguaje complejo que utiliza Enrique Lihn (que parte del movimiento de la antipoesía para llegar al irrealismo y al textualismo), que escribe una poesía atormentada; en Argentina, el regreso a lo auténtico, a lo individual, a los problemas sociales del país, se advierte en César Fernández Moreno, con Argentino hasta la muerte, y Juan Gelman escribe una poesía urbana y política, que se expresa en un lenguaje coloquial; en Cuba se percibe el impacto de la revolución castrista en Pablo Armando Fernández. El humor y la ironía sirven para afrontar el absurdo en la poesía del mexicano Jaime Sabines, que convierte en poesía cada instante de su vida y toca la temática amorosa, la existencial, la elegíaca, la política y la cotidiana. También el humor y la ironía se encuentran en la poesía del peruano Antonio Cisneros. En Ecuador, Jorge Enrique Adoum llega a un barroquismo expresivo cuando quiere representar la identificación del poeta con las fuerzas telúricas de la Naturaleza, es el poeta de la desilusión y de la tristeza. En México, Rosario Castellanos recoge en su poesía la preocupación por los más desfavorecidos, y José Emilio Pacheco une la tradición y la experimentación para reflexionar, en un estilo antirretórico, sobre el tiempo como agente de la destrucción universal.


            NOTAS
1.- El poeta mexicano Ramón López Velarde escribió el libro de poemas La sangre devota (1916), al que siguió Zozobra (1919), que marcaron en su país la transición entre el modernismo y las nuevas corrientes de la vanguardia poética. 

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