jueves, 14 de noviembre de 2013

La Literatura de la Ilustración




         El S. XVIII, comienza para España con el fin de la Guerra de Sucesión (1714), tras la cual los Borbones acceden al trono español. Este conflicto pondrá veto a las intenciones expansionistas de Francia. Será un siglo de relativa paz, lo que influirá en el desarrollo del movimiento intelectual que llamamos “Ilustración”.
El comercio y el tráfico trasatlántico conducen a la burguesía a su apogeo, que culminará con la primera tentativa industrial. Todo esto va a generar una reflexión generalizada que conducirá a un cambio importante: la desaparición de la sociedad estamental y la aparición de la sociedad de clases.
            De la mano de la prosperidad económica, vendrá la voluntad de progreso, y esto conducirá al avance en las ciencias, al auge de la investigación y el rechazo de religiosidades supersticiosas y fanáticas, de la superchería intelectual y del oscurantismo moral. Este es el llamado “siglo de las luces”, por el afán de iluminar hasta el último rincón del conocimiento y la vida con la razón de carácter crítico. Es el siglo de la confianza en la humanidad.
            De todo lo dicho se desprenden dos características fundamentales de la literatura de este siglo: El criticismo, (no debe aceptarse lo que se nos ofrece, sea materia política, religiosa, social, etc. sin tamizarlo con la razón y  la cultura), que es herencia del racionalismo del S.XVII, para el que el origen de la certeza es la duda; y el didactismo, (debe poder enseñarse todo avance que tenga lugar, la instrucción de la población asegura la cultura y prosperidad de un estado).

La Ilustración en España
            Reflejo de esta preocupación cultural son las instituciones que se crean en nuestro país durante el Siglo de las luces:
·         Real Academia Española. Inaugurada por Felipe V en 1713. Su primer presidente fue el Marqués de Villena, don Juan Manuel Martínez Pacheco. La finalidad de la Academia es velar por la pureza del idioma, de ahí que su lema sea "Limpia, fija y da esplendor".
·         Biblioteca Nacional. Fue fundada en 1712 por el mismo monarca, con libros de antiguas bibliotecas y colecciones que se trajeron de Francia. La Biblioteca recibe un ejemplar de todos los libros que se publican en España.
·         También se fundaron en este siglo la Real Academia de la Historia (1738), el Jardín Botánico (1755, por el rey Fernando VI) y el Museo del Prado (el proyecto fue aprobado en 1786).
Aparte de esta apuesta institucional, la burguesía busca sus propios medios de acceso al conocimiento mediante tertulias, premios literarios, reducción en el precio de los libros, reducción del analfabetismo, o la edición de diarios con suplementos literarios. 

Los cambios y el panorama literario
           
Se pueden distinguir tres etapas o movimientos estéticos que se suceden en el siglo XVIII:
·         Reacción contra el Barroco, que parte de una perpetuación de un estilo ya decadente, en formas y temas. La producción literaria es escasa. Como autor destaca Fray Benito Jerónimo Feijoo.
·         Triunfo de la  Ilustración. La literatura se somete al imperio de la razón.  Los escritores aceptan el estilo nuevo, más severo y moderado que apostará por la claridad, y que recibe el nombre de Neoclásico. La producción literaria es escasa: apenas se escriben novelas, la prosa se destaca en los ensayos; la poesía no ofrece interés y muy pocas obras de teatro tuvieron éxito. Esta etapa ocupa desde mediados del siglo hasta las últimas décadas. Autores importantes de esta etapa, en sus diferentes géneros fueron José Cadalso, Gaspar Melchor de Jovellanos, Leandro Fernández de Moratín, Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte.
·         Prerromanticismo. A finales de siglo comienza un movimiento de rechazo hacia las rígidas normas neoclásicas que traerá a principios del siglo XIX el Romanticismo. Se define por sus ambientes lúgubres y sombríos, sus temas sentimentales o filantrópicos, su angustia ante la existencia, y su sintaxis peculiar: repeticiones, exclamaciones e interrogaciones retóricas. Un autor como José María Blanco White es representante de esta etapa.
            En lo que se refiere a la prosa en esta época, es importante insistir sobre el carácter didáctico de la literatura, ya que esto explica el auge de géneros como el ensayo, destinado a la difusión de las nuevas ideas y a las mentalidades curiosas de la burguesía, ya que son los escritores y lectores principales. Este género nuevo es impulsado desde Francia, concretamente con la figura de  Michel de Montaigne, quien en el siglo XVI recoge sus reflexiones e ideas bajo el título de Essais (ensayos, intentos), de ahí su nombre.
El ensayo encuentra su mejor representante en Fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764). Su primera obra relevante fue el Teatro Crítico Universal editado en Madrid en 1726. La palabra “teatro” del título equivale a exposición global, no a arte escénico.
José Cadalso Vázquez (1741-1782), redacta las Cartas Marruecas entre 1768 y 1774. Aparecen periódicamente en el Correo de Madrid. Forman una colección de 90 cartas, en las que escribe Gazel (marroquí amigo del embajador de su país en España) a su maestro africano Ben Beley. Nuño, amigo español de Gazel, bajo el que reconocemos rasgos del autor, será su guía. Estas cartas tratan de varios temas: el estúpido orgullo español, la nobleza sin mérito, la decadencia de España, el lujo superfluo, los galicismos de nuestra lengua, etc. Vemos un precedente de los Artículos de Larra. Sus Noches lúgubres se publican por vez primera en el Correo de Madrid.
Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) trató a autores, como Feijoo y Cadalso, y a políticos como Campomanes y Olavide, que impulsó su obra literaria. Se dio a conocer por sus discursos, en la línea ilustrada y reformista de su tiempo. Entre sus obras destaca el Informe sobre la ley agraria (1784), que pretendía que las leyes garantizasen la libertad económica en la transmisión y cultivo de tierras y productos. En este punto sigue la escuela de Quesnay (pensador francés), deudora del liberalismo de Adam Smith, cuya obra leyó Jovellanos.

            Casi en los albores del siglo XIX escribió José María Blanco White (1775-1841). Afincado en Londres, allí firma en El Español (1810-14) unas “Reflexiones generales sobre la Revolución Española”, varios artículos con el seudónimo de “Juan Sintierra”. Escribe también en la revista Variedades o mensajero de Londres (1823-1825) otra serie de artículos, Impresiones de Inglaterra, comentarios sobre La Celestina, o breves ensayos narrativos (Las intrigas venecianas por ejemplo). Es un escritor prerromántico por su visión más emocional que racional de su tiempo y de su propia peripecia interior.
Desde finales del siglo XVII, encontramos una literatura de viajes. Escritos de Moratín, Jovellanos o Iriarte en forma de cartas, diarios y libros, que defienden valores hispánicos en materia de arte, literatura, cultura en general o incluso sus peculiaridades geográficas.
Algunos cultivan la novela utópica, como la anónima Descripción de la Sinapia, península en la tierra austral, donde Sinapia es anagrama de Hispania. Pudo escribirse a fines del siglo XVII o en el último tercio del XVIII, y apareció entre los papeles de Campomanes. Pinta un país dividido en nueve zonas, donde no existe propiedad privada y donde la sociedad se jerarquiza tras elegir sus gobernantes. Toda una fantasía política para la época que nos da una muestra de las metas ideológicas de la Ilustración.
Por otra parte, hay que señalar que los poetas de este movimiento adoptan dos grupos de temas: el bucólico o pastoril y la fábula. Las características de la literatura en verso de esta época son la sencillez en la forma, frente a las exuberancias postbarrocas y la elevación estilística sin excesos ornamentales así como la utilidad de los temas. Esta es la característica esencial: la utilidad. Así los autores cultivan la poesía didáctica.
En la poesía bucólica o pastoril se ensalza la naturaleza, un entorno del que se resalta lo que la razón aprecia y gusta: valora “lo ameno”. Se canta a la amistad o al vino, como en Ocios de mi juventud, de José Cadalso.
Juan Meléndez Valdés (1754-1817) Conoció a Cadalso y a Jovellanos quienes pusieron a su alcance las ideas ilustradas e hicieron de guía en su labor de escritor. Pronto aparecen los temas ilustrados: la crítica de la aristocracia, la autenticidad de la vida del campo, la figura de Dios como creador, el progreso social, etc. Destaca de esta etapa su epístola El filósofo en el campo. El neoclasicismo de Meléndez Valdés se refleja en odas como la IX A la Fortuna.
En el siglo XVIII se cultivó la fábula con el objetivo de formar al lector. La fábula se define como relato muy breve, de intención moral o filosófica; es un género didáctico en general, que remata con una sentencia o consejo, y que frecuentemente es puesta en boca de animales para acentuar la enseñanza, ya que se caracteriza en estos los vicios y virtudes humanas.
Tomás de Iriarte (1750-1791), además de las fábulas literarias,  escribió otras obras e hizo traducciones literarias del francés. Sus Epístolas son un buen ejemplo de la poesía al servicio de la trasmisión de conocimientos.
Félix María Samaniego (1745-1801) es conocido por su obra Fábulas Morales, 157 relatos distribuidos en nueve libros, que escribió para los alumnos del seminario de Vergara. Samaniego ridiculiza los defectos humanos imitando a los grandes fabulistas Fedro, Esopo y La Fontaine.  Aunque las fábulas de Samaniego están escritas en verso, su carácter es prosaico, dados los asuntos que trata y su finalidad didáctica.
En lo que se refiere a la producción dramática, no es una etapa muy fértil, a pesar de los intentos de “contrarreformar” las libertades y excesos del teatro barroco. La mayoría del público está hecho a lo espectacular del teatro precedente, y este nuevo arte escénico, mucho más moderado, didáctico y moralizante no es muy popular, a pesar del apoyo que institucionalmente recibe. Su cronología lo lleva desde la desintegración de la comedia nacional barroca hasta el teatro prerromántico. Por un lado tendremos la recuperación de una tradición escénica, la Tragedia, y por otro lado un teatro que pretende renovación y reforma. Entre ambas formas aparecen una serie de géneros menores que tratan de hacerse con el favor del público: comedia de figurón (que perpetúa el modelo de comedia de enredo), de santos (teatro religioso), de magia (de tema fantástico), de jaques y bandoleros (de aventuras más o menos ficticias), mitológicas (al estilo barroco, ya en decadencia), musicales (zarzuelas y melodramas), etc.
            A imitación del modelo clásico, hay un intento de retomar la Tragedia, pero la empresa es un fracaso. Al carácter puramente formal, y a la ausencia de un público demandante de tales muestras escénicas, se suma el acceso a la literatura de mentes teóricas, no puramente artísticas, que desconocen todo de la construcción dramática eficiente. El didactismo  no puede por sí solo interesar desde un escenario. Sin embargo la Tragedia dará sus frutos en el teatro histórico romántico con la recuperación de los personajes heroicos del pasado histórico: Don Pelayo, Guzmán el Bueno, etc. La mejor pieza de este estilo es  La Raquel, de Vicente García de la Huerta (1734-1787).
            El gran logro de Leandro Fernández de Moratín (1760-1828), por otra parte, fue la creación de una comedia genuina y original que se conoce como comedia Moratiniana. Este logro resulta de la fusión entre la comedia sentimental (de excesos emotivos), y la comedia urbana (que incorpora la sátira de costumbres). La sátira de raíz intelectual vertebrará el planteamiento y nudo de sus obras, y el componente sentimental actuará como catalizador del desenlace.
El tema central de toda su obra será la hipocresía como forma de vida. Divide este asunto en dos: los casamientos impuestos o concertados (donde destacan sus obras La Mojigata, El viejo y la niña, y su composición maestra El sí de las niñas) y el estado del teatro de su propio tiempo (donde destaca La comedia nueva, o el café).
            Además, el siglo XVIII asiste a la conversión de los entremeses, forma de teatro breve, de tono cómico en Sainetes. El sainete se construye en verso octosílabo y con préstamos de canciones al estilo de las zarzuelas. Este género, el más popular, tiene un representante de excepción en Ramón de la Cruz, (1733-1794). Definido por él mismo como “pintura exacta”de la cotidianeidad y de las costumbres, nos ofrece sus retratos en piezas como El fandango del candil, El sarao, Manolo, La cesta del barquillero, etc., ambientadas en el Madrid castizo de la época.



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