domingo, 3 de noviembre de 2013

Vida y muerte en la poesía de Miguel Hernández





            En el poema “Llego con tres heridas” de Cancionero y romancero de ausencias se resume el ámbito temático de Miguel Hernández: vida, amor y muerte. La biografía del poeta va íntimamente ligada a su creación poética, especialmente en los últimos años de su vida. Va incorporando vivencias a la poesía y su vida se va nutriendo de poesía.
            Hasta El rayo que no cesa se impregna de vitalismo y optimismo, de ahí su amor a la naturaleza, que es fuente de experiencia. Los lugares levantinos de su infancia (la colina de San Miguel, el huerto de su casa oriolana,…) son exaltados con lo que se ha llamado animismo o personificación de esa naturaleza (“la espiga aplaude al día”). Esta naturaleza, adornada de bucolismo virgiliano es un tópico de Miguel Hernández. Aquí no hay muerte, tan solo el atardecer que termina con la belleza del paisaje de la tarde. Si hay algo de pena aquí es más literaria que fingida. Estamos ante una vida contemplada, ajena. Solo cuando conoce la muerte de forma directa con la pérdida de amigos o familiares y con los horrores de la guerra, existe una verdadera relación vida-muerte en su poesía. Es entonces cuando Miguel Hernández concibe la vida como pena, como herida. Es un hombre a caballo entre la luz y la sombra, entre la alegría y la pena, pero siempre lleno de vitalismo y queriendo alcanzar la alegría. De ahí la identificación del poeta con el símbolo del toro y su destino trágico (“Como el toro he nacido para el luto”). En Viento del pueblo afirma “Varios tragos es la vida/y un solo trago es la muerte” (Sentado sobre los muertos), lo que define muy bien el vitalismo trágico de Miguel Hernández.
            En El rayo que no cesa la muerte es el amor (cuchillo, rayo), que es fuerza destructora contra la que lucha constantemente por tener plenitud por cuanto viva. La muerte le llega al poeta cuando se le niega el amor. Estamos ante un poemario de desamor, del amor como destino trágico del hombre, de ahí la cercanía de la muerte. Con la muerte de su amigo Ramón Sijé conoce la muerte de cerca y es entonces cuando su poesía se llena de rabia inconsolable y otorga lirismo a conceptos nada líricos. Es una muerte quevedesca, un morir a cada instante (“Hoy se está yendo sin parar un punto:/ soy un fue, y un será, y un es cansado”). La diferencia es que para Miguel Hernández la muerte es tragedia y para Quevedo tragicomedia.
            A raíz de la muerte de sus tres hermanas, de algunos amigos como Sijé y sobre todo de su primogénito y de la muerte como consecuencia de la guerra, hablamos ya de muerte real en la poesía de Miguel Hernández. Sirven de ejemplo los poemas de El hombre acecha como El tren de los heridos. En el Cancionero le dice a su hijo muerto “Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío” (A mi hijo), coincidencia trágica con el hecho de que el poeta muriera con los ojos abiertos, ejemplo de la vida trágica del poeta.
            Cuando pasa la guerra, los poemas se oscurecen con la tristeza. Conoce la cárcel, la soledad y la enfermedad (dice en el Cancionero, Ausencia en todo veo), pero no provocan en él el odio, sino que canta con nostalgia y melancolía al hijo (Hijo de la luz) y a la esposa. Miguel Hernández es ahora un hombre resignado (“Todo lo he perdido, tierra,/ todo lo has ganado” afirma en Suave aliento suave). Sus últimos poemas son más tiernos y melancólicos. El poeta vuelve al amor porque no hay redención si no se ha querido. El amor pone alas al poeta, que se pregunta en Vuelo: “solo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto/ que sea como el pájaro más leve y fugitivo”).
 

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