jueves, 26 de noviembre de 2015

Diferencias sociales en “Los santos inocentes” (2)




            Esta novela no contiene ningún trasfondo político, pues Delibes no ataca las estructuras sociales o al sistema político, sino a lo que este tiene de deshumanizado e injusto, de ahí que la novela encierre una denuncia moral de una situación de desigualdad que considera injusta. El autor nos ofrece una serie de imágenes sin ofrecernos respuestas. El mundo que nos relata es así, y somos los lectores quienes tenemos que construir nuestra reflexión.
            Delibes nos presenta una conciencia de propiedad enfrentada a una conciencia de vasallaje. La acción se desarrolla en un latifundio que pertenece a una sola persona, que no suele vivir allí, y que es mantenido y explotado por alguien de su confianza. Por eso es deficiente el aprovechamiento de cultivos y pastos. En él viven criados, con una nula calidad de vida y faltos de instrucción. El cortijo es utilizado para fiestas (como la Comunión) y cacerías con invitados ilustres. Esta es la imagen que refleja la novela, pero en lo que Delibes centra su mirada es en cómo esto favorece las diferencias entre el modo de vida de los señores y el de los criados. Hasta tal punto que estos últimos son concebidos como parte de la propiedad. Un ejemplo claro lo tenemos en la dependencia que tiene el señorito Iván de Paco el Bajo. Asimismo, los señores son conscientes de la situación social inmovilista (“unos abajo, otros arriba”, dice el señorito Iván).
            Los inocentes carecen de todo: no tienen propiedades, ni casa, hasta el punto de que no pueden decidir sobre el futuro de sus hijos. Son personajes que se ven abocados a la resignación. Su relación con los señores es de vasallaje, un pacto de fidelidad (tal como Paco el Bajo le dice a su hija Nieves: “Tú en estas cosas de los señoritos oír, ver y callar”). Se produce así un mundo de contrastes: ostentación frente a miseria, prepotencia frente a sumisión, abuso frente a resignación, degradación de la naturaleza frente a arraigo en ella. La incomunicación entre ambos mundos lleva al desenlace trágico. El señorito Iván abate a la milana, que está en su territorio (lo que muestra la conciencia de propiedad) y Azarías lo mata por el valor que le da a lo poco que posee. Además, estos personajes tienen dos barreras fundamentales: la falta de instrucción y la religión. La educación es concebida como una forma de caridad por los señores y no como una necesidad o un derecho. Los señoritos reducen la educación a una mera alfabetización (como se ve en el episodio de las firmas), mientras que los sirvientes ven la posibilidad de un futuro mejor (por ejemplo, Paco el Bajo quiere que sus hijos vayan a la escuela). Por otro lado, la religión aparece como una actividad ritual al servicio de los aristócratas y como una fiesta a la que los humildes no pueden asistir (lo vemos en el deseo frustrado de Nieves de hacer la comunión, de lo que unos culpan a la falta de preparación y otros al Concilio, que plantea un concepto del cristianismo menos preocupado por el contacto con el poder y más entregado al amor al prójimo).
            Las grandes diferencias sociales nos llevan, pues, a una situación maniquea: de un lado los poderosos, los que están arriba, los que tienen el dinero y el poder; de otro lado, los humildes, que forman una masa opaca y sin voluntad, obediente y temerosa; y en medio, don Pedro y doña Purita, que ni son aceptados por los señores, ni encajan entre los humildes. Son la conexión entre esos dos mundos antagónicos.

            La conciencia de Delibes está teñida de preocupación social, por ello es pesimista cuando contempla la desigualdad y su manera de denunciar es poner su mirada compasiva al servicio de los inocentes.

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