Esta
novela no contiene ningún trasfondo político, pues Delibes no ataca las
estructuras sociales o al sistema político, sino a lo que este tiene de
deshumanizado e injusto, de ahí que la novela encierre una denuncia moral de
una situación de desigualdad que considera injusta. El autor nos ofrece una
serie de imágenes sin ofrecernos respuestas. El mundo que nos relata es así, y
somos los lectores quienes tenemos que construir nuestra reflexión.
Delibes
nos presenta una conciencia de propiedad enfrentada a una conciencia de
vasallaje. La acción se desarrolla en un latifundio que pertenece a una sola
persona, que no suele vivir allí, y que es mantenido y explotado por alguien de
su confianza. Por eso es deficiente el aprovechamiento de cultivos y pastos. En
él viven criados, con una nula calidad de vida y faltos de instrucción. El
cortijo es utilizado para fiestas (como la Comunión) y cacerías con invitados
ilustres. Esta es la imagen que refleja la novela, pero en lo que Delibes
centra su mirada es en cómo esto favorece las diferencias entre el modo de vida
de los señores y el de los criados. Hasta tal punto que estos últimos son
concebidos como parte de la propiedad. Un ejemplo claro lo tenemos en la
dependencia que tiene el señorito Iván de Paco el Bajo. Asimismo, los señores
son conscientes de la situación social inmovilista (“unos abajo, otros arriba”, dice el señorito Iván).
Los
inocentes carecen de todo: no tienen propiedades, ni casa, hasta el punto de que
no pueden decidir sobre el futuro de sus hijos. Son personajes que se ven
abocados a la resignación. Su relación con los señores es de vasallaje, un
pacto de fidelidad (tal como Paco el Bajo le dice a su hija Nieves: “Tú en estas cosas de los señoritos oír, ver
y callar”). Se produce así un mundo de contrastes: ostentación frente a
miseria, prepotencia frente a sumisión, abuso frente a resignación, degradación
de la naturaleza frente a arraigo en ella. La incomunicación entre ambos mundos
lleva al desenlace trágico. El señorito Iván abate a la milana, que está en su
territorio (lo que muestra la conciencia de propiedad) y Azarías lo mata por el
valor que le da a lo poco que posee. Además, estos personajes tienen dos
barreras fundamentales: la falta de instrucción y la religión. La educación es
concebida como una forma de caridad por los señores y no como una necesidad o
un derecho. Los señoritos reducen la educación a una mera alfabetización (como
se ve en el episodio de las firmas), mientras que los sirvientes ven la
posibilidad de un futuro mejor (por ejemplo, Paco el Bajo quiere que sus hijos
vayan a la escuela). Por otro lado, la religión aparece como una actividad
ritual al servicio de los aristócratas y como una fiesta a la que los humildes
no pueden asistir (lo vemos en el deseo frustrado de Nieves de hacer la
comunión, de lo que unos culpan a la falta de preparación y otros al Concilio,
que plantea un concepto del cristianismo menos preocupado por el contacto con
el poder y más entregado al amor al prójimo).
Las
grandes diferencias sociales nos llevan, pues, a una situación maniquea: de un
lado los poderosos, los que están arriba, los que tienen el dinero y el poder;
de otro lado, los humildes, que forman una masa opaca y sin voluntad, obediente
y temerosa; y en medio, don Pedro y doña Purita, que ni son aceptados por los
señores, ni encajan entre los humildes. Son la conexión entre esos dos mundos
antagónicos.
La
conciencia de Delibes está teñida de preocupación social, por ello es pesimista
cuando contempla la desigualdad y su manera de denunciar es poner su mirada
compasiva al servicio de los inocentes.
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