sábado, 30 de junio de 2012

Intertexto lector: Doña Truhana




             Esta actividad está dirigida a 3º de E.S.O. y mediante ella se plantea la relación entre las fuentes clásicas de la Literatura en Europa, un texto de Don Juan Manuel, otro de La Fontaine y otro de Samaniego. Ello permite comprobar la existencia de diferentes versiones de una misma historia a lo largo del tiempo, así como su producción en lugares entre los cuales hay cierta distancia.

            Acerca del estudio de los géneros literarios, pueden establecerse múltiples relaciones (principalmente el cuento y la fábula). Para ello se parte de la tradición (Esopo, Fedro). Y hay que destacar que este ejercicio, que a los alumnos no suele plantearles grandes dificultades, puede servir de toma de contacto para, conforme avance el curso, aplicar estos principios a textos y relaciones de mayor dificultad, tales como las que pueden establecerse entre Lope de Vega, Shakespeare y Molière. A partir de estos autores, podrán establecerse relaciones también entre Literatura y cine.

            El texto de don Juan Manuel se incluye en la programación de 3º de ESO. Las otras versiones implican acercarse a una muestra de la Literatura europea y anunciar algunos aspectos de siglos posteriores, concretamente el XVIII.

            La versión de Esopo se titula La lechera y la cántara y es la siguiente:

           La hija de un granjero acababa de ordeñar las vacas y volvía a casa con la cántara de la leche a la cabeza.Mientras caminaba, iba pensando: La leche de esta cántara me proporcionará nata; yo la convertiré en mantequilla e iré a venderla al mercado; con el dinero que me den, compraré huevos, de los que saldrán pollitos que llenaran todo el corral; cuando sean mayores, venderé algunos y con el dinero me compraré un vestido nuevo con el que iré al mercado y todos los hombres me admirarán y se enamorarán de mí, pero yo les diré que no con la cabeza, sin comprometerme con ninguno.Olvidando la cántara que llevaba en la cabeza, unió la idea al pensamiento y movió la cabeza. Cayó la cántara, se rompió, la leche se derramó por el suelo y los sueños se desvanecieron.
 
           Moraleja: No contéis los polluelos hasta que hayan salido del huevo. 


            Para el estudio de El Conde Lucanor, se usa la versión en castellano moderno de Enrique Moreno Báez, que es la siguiente:

De lo que sucedió a una mujer llamada doña Truhana

Otra vez habló el conde Lucanor con Patronio, su consejero, del siguiente modo:
                - Patronio, un hombre me ha aconsejado que haga una cosa, y aun me ha dicho cómo podría hacerla, y os aseguro que es tan ventajosa que, si Dios quisiera que saliera como él dijo, me convendría mucho, pues los beneficios se encadenan unos con otros de tal manera que al fin son muy grandes.
                Entonces refirió a Patronio en qué consistía. Cuando hubo terminado, respondió Patronio:
                - Señor conde Lucanor, siempre oí decir que era prudente atenerse a la realidad y no a lo que imaginamos, pues muchas veces sucede a los que confían en su imaginación lo mismo que sucedió a doña Truhana.
                El conde le preguntó qué le había sucedido.
                - Señor conde –dijo Patronio-, hubo una mujer llamada doña Truhana, más pobre que rica, que un día iba al mercado llevando sobre su cabeza una olla de miel. Yendo por el camino, empezó a pensar que vendería aquella olla de miel y que compraría con el dinero una partida de huevos, de los cuales nacerían gallinas, y que luego, con el dinero en que vendería las gallinas, compraría ovejas, y así fue comprando con las ganancias hasta que se vio más rica que ninguna de sus vecinas. Luego pensó que con aquella riqueza que pensaba tener casaría a sus hijos e hijas e iría acompañada por la calle de yernos y nueras, oyendo a las gentes celebrar su buena ventura, que la había traído a tanta prosperidad desde la pobreza en que antes vivía. Pensando en esto se empezó a reír con la alegría que le bullía en el cuerpo y, al reírse, se dio con la mano un golpe en la frente, con lo que cayó la olla en tierra y se partió en pedazos. Cuando vio la olla rota, empezó a lamentarse como si hubiera perdido lo que pensaba haber logrado si no se rompiera. De modo que, por poner su confianza en lo que imaginaba, no logró nada de lo que quería.
                Vos, señor conde Lucanor, si queréis que las cosas que os dicen y las que pensáis sean un día realidad, fijaos bien en que sean posibles y no fantás ticas, dudosas y vanas, y, si quisiereis intentar algo, guardaos muy bien de aventurar nada que estiméis por la incierta esperanza de un galardón de que no estéis seguro.
                Al conde agradó mucho lo que dijo Patronio, hízolo así y le salió muy bien. Y como don Juan gustó de este ejemplo, lo mandó poner en este libro y escribió estos versos:

En las cosas ciertas confiad
Y las fantásticas evitad.

           
            El texto de La Fontaine es el siguiente:

La lechera y el jarro de leche

                Una lechera caminaba por un sendero del bosque. Llevaba un gran cántaro de leche sobre la cabeza.
                La muchacha era joven y alegre, y llevaba una ampli falda que le permitía andar con comodidad. Además se había puesto unas sandalias planas, con las que caminaba cómodamente por el sendero lleno de piedras.
                Y, dirigiéndose hacia el mercado donde pensaba vender la leche, la muchacha iba pensando así:
                “Por esta jarra de leche me pagarán bastante dinero. Con él podré comprar cien huevos por lo menos. Los llevaré a casa y los colocaré en un lugar calentito, para que, después de incubados, salgan los cien pollitos de ellos.
                Aunque la astuta zorra consiga llevarme algunos, me quedarán muchos que podré cuidar con facilidad en casa, pues se comerán las sobras de las comidas. Ya me imagino cómo acudirán a mí cuando les llame.
                Cuando sean un poco mayores los llevaré al mercado y los cambiaré por un cerdo joven. Como estos animales no necesitan muchos cuidados, en muy poco tiempo lograré que engorde, y ya se sabe que se paga mucho por un cerdo gordo y bien cebado.
                Lo llevaré al mercado, y con el dinero que me den por él, podré comprar una vaca y un ternero. Los pondré en el establo y les cuidaré muy bien. La vaca me dará mucha leche y el ternerito irá creciendo con el tiempo.
                Tengo ganas de ver corretear al ternero entre las ovejas del ganado….”
                Pero he aquí que la joven lechera, olvidándose de que llevaba un cántaro en la cabeza, e imaginando las correrías del ternerito, se puso ella también a saltar por el camino, de manera que el cántaro cayó al suelo y se quebró, desparramándose toda la leche por el camino.
                La chica quedó consternada ante esta desgracia, y con la cabeza baja, dio media vuelta y emprendió el regreso hacia su casa.
                ¡Adiós, huevos! ¡Adiós, pollitos! ¡Adiós, cerdo! ¡Adiós, ternerito! Todas estas cosas habían estado en su imaginación, y por distraerse demasiado había perdido lo único que tenía en realidad: la leche.

            Por último, el texto de Samaniego es el que se recoge a continuación:

La Lechera

                Llevaba en la cabeza
                una Lechera el cántaro al mercado
                con aquella presteza,
                aquel aire sencillo, aquel agrado
                que va diciendo a todo el que lo advierte:
                ¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!

                Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento
que alegre le ofrecía
inocentes ideas de contento.
Marchaba sola la feliz Lechera
y decía entre sí de esta manera:

Esta leche, vendida,
en limpio me dará tanto dinero;
y con esta partida,
un canasto de huevos comprar quiero
para sacar cien pollos, que al estío
merodeen cantando el pío-pío.

Del importe logrado
de tanto pollo, mercaré un cochino:
con bellota, salvado,
berza y castaña, engordará sin tino;
tanto, que puede ser que yo consiga
el ver cómo le arrastra la barriga.

Llevarélo al mercado,
sacaré de él, sin duda, buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero
que salte y corra toda la campaña,
desde el monte cercano a la cabaña.

Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
¡Qué compasión! ¡Adiós, leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero!

¡Oh loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría,
no sea que saltando de contento
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre tu cantarilla la esperanza.

No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna,
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.

No anheles impaciente el fin futuro:
Mira que ni el presente está seguro.

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