domingo, 11 de octubre de 2015

Antología de textos para comentar el petrarquismo




Tan gentil y tan honesta luce
mi dama cuando a alguien saluda,
que toda lengua temblando enmudece,
y no se atreven los ojos a mirarla.
Ella pasa, sintiéndose alabada,
benignamente de humildad vestida;
pareciera ser algo venido
del cielo a la tierra a mostrar un  milagro.
Se muestra tan agradable a quien la mira,
que por los ojos procura al corazón gran dulzura,
incomprensible para quien no la experimenta.
Y parece que de sus labios surgiera
un espíritu suave de amor pleno
que al alma va diciendo: ¡Suspira!

 (Dante Alighieri, Soneto dedicado a Beatriz)


Amor lloraba, y yo con él gemía,
del cual mis pasos nunca andan lejanos,
viendo, por los efectos inhumanos,
que vuestra alma sus nudos deshacía.
Ahora que al buen camino Dios os guía,
con fervor alzo al cielo mis dos manos
y doy gracias al ver que los humanos
ruegos justos escucha, y gracia envía.
Y si, tornando a la amorosa vida,
por alejaros del deseo hermoso,
foso o lomas halláis en el sendero,
es para demostrar que es espinoso,
y que es alpestre y dura la subida
que conduce hacia el bien más verdadero.
(Petrarca)


¡Oh celos, de amor terrible freno
qu’en un punto me vuelve y tiene fuerte;
hermanos de crüel amarga muerte
que, vista, turbas el cielo sereno!
¡Oh serpiente nacida en dulce seno
de hermosas flores, mi esperanza es muerte:
tras próspero comienzo, adversa suerte,
tras süave manjar, recio veneno!
¿De cuál furia infernal acá saliste,
oh crüel monstruo, oh peste de mortales,
que tan tristes, crudos mis dias heciste?
Torna ya sin aumentar mis males;
desdichado miedo, ¿a qué veniste?,
que bien bastaba amor con sus pesares.

(Garcilaso de la Vega, soneto XXXIX, a partir de un soneto de Sannazaro)


Alma mía gentil, que partiste
tan pronto de esta vida descontenta,
reposa allá en el Cielo eternamente,
y viva yo aquí en la tierra siempre triste.
Si allá en el asiento etéreo, en donde subiste,
memoria de esta vida se consiente,
no te olvides de aquel amor ardiente
que yá en los ojos míos tan puro viste.
Y si vieras que puede merecerte
alguna cosa el dolor que me quedó
del pesar, sin remedio, de perderte;
ruega a Dios que tus años recortó,
que tan pronto de aquí me lleve a verte,
quan pronto de mis ojos te llevó.

(Luis de Camoes)


Dígame quién lo sabe: ¿cómo es hecha
la red de Amor, que a tanta gente prende?
¿Y cómo, habiendo tanto que la tiende,
no está del tiempo ya rota o deshecha?
¿Y cómo es hecho el arco que Amor flecha,
pues hierro ni valor se le defiende?
¿Y cómo o dónde halla, o quién le vende,
de plomo, plata y oro tanta flecha?
Y si dicen que es niño, ¿cómo viene
a vencer los gigantes? Y si es ciego,
¿cómo toma al tirar cierta la mira?
Y si, como se escribe, siempre tiene
en una mano el arco, en otra el fuego,
¿cómo tiende la red y cómo tira?

(Hernando de Acuña, Soneto sobre la red de amor)


Bebiendo a largos tragos el fulgor amoroso
que exhala la belleza de tus ojos, me ciego.
Turbada la razón y el alma, no disfruto,
y, como ebrio de amor, se tambalea mi cuerpo.
Me late el corazón en las sienes, se enfría
mi calor natural de miedo, mis sentidos
deshechos se eterizan, y quedas satisfecha
de adquirir, por mi muerte, fama de crueldad.
Tu mirar fulminante me traspasa la piel,
el corazón, el cuerpo, con sus rayos cual saetas
que me alcanzan el alma; y, si quiero dolerme
o pedir compasión de este mal que recibo,
de tal modo me oprime tu crueldad la voz
que no me atrevo a hablar por temor a tus ojos.

(Pierre de Ronsard)


Derrochador de encanto, ¿por qué gastas
en ti mismo tu herencia de hermosura?
Naturaleza presta y no regala,
            y, generosa, presta al generoso.            
Luego, bello egoísta, ¿por qué abusas
de lo que se te dio para que dieras?
Avaro sin provecho, ¿por qué empleas
             suma tan grande, si vivir no logras?            
Al comerciar así sólo contigo,
defraudas de ti mismo a lo más dulce.
             Cuando te llamen a partir, ¿qué saldo            
podrás dejar que sea tolerable?
Tu belleza sin uso irá a la tumba;
usada, hubiera sido tu albacea.


(William Shakespeare, Soneto de amor IV)

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