La figura del Cid ha gozado en la
literatura española de una gran tradición. Para establecer un remoto origen de
la leyenda cidiana debe partirse de las Crónicas,
que han permitido conocer numerosos cantares de gesta. Son varias las que
recogen con mayor o menor amplitud los hechos del Cid, pero el conjunto de los
cantares sobre Rodrigo Díaz de Vivar formando un verdadero ciclo no lo
encontramos hasta el siglo XIV, en la llamada Crónica de Castilla. Según ella el ciclo cidiano se componía del Cantar del rey Fernando y las Mocedades de Rodrigo, que servía de
introducción al Cantar del rey don Sancho
o Cerco de Zamora, y de una nueva
refundición del Mío Cid. Estos poemas
forman una unidad, ya que giran alrededor de un tema: la muerte del rey
Fernando, en la que se halla presente el Cid. En un clima de altercados
promovidos por la división de sus estados, el monarca confía a Rodrigo la
protección de sus hijos, a los que hace jurar obediencia al caballero. Todo
ello refleja la dignidad que alcanzó el Cid en la vida real.
Estos
cantares de gesta van cambiando a través de las sucesivas refundiciones. El
caso más conocido es el del Poema del Cid,
que se conserva en un manuscrito del siglo XIV que lleva el nombre de Per Abat.
Fue
refundido en la Primera Crónica General
de Alfonso X, de 1289, con cambios a partir de la toma de Valencia.
Aparece
posteriormente otro poema, el de las Mocedades
de Rodrigo. Es de carácter más novelesco y muestra un Cid arrogante y
pendenciero. Su interés se centra en los amores de Rodrigo y Jimena.
Aún
tuvo más fortuna la refundición en verso de este cantar, que Menéndez Pidal
fecha en el siglo XV.
Los
romances, que condensan las escenas más emotivas y de mayor interés de las
antiguas gestas, ocuparán el lugar de los cantares, una vez que estos pierden
importancia. El romancero del Cid es bastante amplio. Entre otros, encontramos
el romance del juramento que el Cid toma al rey Alfonso VI, En Santa Gadea de Burgos (recogido por
Menéndez Pidal como el de la Jura de
Santa Gadea).
En Santa Gadea de Burgos
do juran los hijosdalgo,
allí toma juramento
el Cid al rey castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo.
Las juras eran tan recias
que al buen rey ponen espanto.
do juran los hijosdalgo,
allí toma juramento
el Cid al rey castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo.
Las juras eran tan recias
que al buen rey ponen espanto.
—Villanos te maten, rey,
villanos, que no hidalgos;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
traigan capas aguaderas,
no capuces ni tabardos;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
cabalguen en sendas burras,
que no en mulas ni en caballos,
las riendas traigan de cuerda,
no de cueros fogueados;
mátente por las aradas,
no en camino ni en poblado;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
sáquente el corazón vivo,
por el derecho costado,
si no dices la verdad
de lo que te es preguntado:
si tú fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano.
villanos, que no hidalgos;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
traigan capas aguaderas,
no capuces ni tabardos;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
cabalguen en sendas burras,
que no en mulas ni en caballos,
las riendas traigan de cuerda,
no de cueros fogueados;
mátente por las aradas,
no en camino ni en poblado;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
sáquente el corazón vivo,
por el derecho costado,
si no dices la verdad
de lo que te es preguntado:
si tú fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
de los suyos más privado:
—Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
ni Papa descomulgado.
Jura entonces el buen rey
que en tal nunca se ha hallado.
Después habla contra el Cid
malamente y enojado:
—Mucho me aprietas, Rodrigo,
Cid, muy mal me has conjurado,
mas si hoy me tomas la jura,
después besarás mi mano.
—Aqueso será, buen rey,
como fuer galardonado,
porque allá en cualquier tierra
dan sueldo a los hijosdalgo.
—¡Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no me entres más en ellas,
desde este día en un año!
—Que me place —dijo el Cid—.
que me place de buen grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno
yo me destierro por cuatro.
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
de los suyos más privado:
—Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
ni Papa descomulgado.
Jura entonces el buen rey
que en tal nunca se ha hallado.
Después habla contra el Cid
malamente y enojado:
—Mucho me aprietas, Rodrigo,
Cid, muy mal me has conjurado,
mas si hoy me tomas la jura,
después besarás mi mano.
—Aqueso será, buen rey,
como fuer galardonado,
porque allá en cualquier tierra
dan sueldo a los hijosdalgo.
—¡Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no me entres más en ellas,
desde este día en un año!
—Que me place —dijo el Cid—.
que me place de buen grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno
yo me destierro por cuatro.
Ya se partía el buen Cid
sin al rey besar la mano;
ya se parte de sus tierras,
de Vivar y sus palacios:
las puertas deja cerradas,
los alamudes echados,
las cadenas deja llenas
de podencos y de galgos;
sólo lleva sus halcones,
los pollos y los mudados.
Con el iban los trescientos
caballeros hijosdalgo;
los unos iban a mula
y los otros a caballo;
todos llevan lanza en puño,
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Por una ribera arriba
al Cid van acompañando;
acompañándolo iban
mientras él iba cazando.
sin al rey besar la mano;
ya se parte de sus tierras,
de Vivar y sus palacios:
las puertas deja cerradas,
los alamudes echados,
las cadenas deja llenas
de podencos y de galgos;
sólo lleva sus halcones,
los pollos y los mudados.
Con el iban los trescientos
caballeros hijosdalgo;
los unos iban a mula
y los otros a caballo;
todos llevan lanza en puño,
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Por una ribera arriba
al Cid van acompañando;
acompañándolo iban
mientras él iba cazando.
El romance Afuera, afuera, Rodrigo muestra la
entrevista del Cid con la infanta Urraca, sitiada en Zamora.
—¡Afuera, afuera, Rodrigo, el
soberbio castellano!
Acordársete debría de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino, tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas, mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro porque fueses más honrado;
pensando casar contigo, ¡no lo quiso mi pecado!,
casástete con Jimena, hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros, conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey por tomar la de un vasallo.
Acordársete debría de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino, tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas, mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro porque fueses más honrado;
pensando casar contigo, ¡no lo quiso mi pecado!,
casástete con Jimena, hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros, conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey por tomar la de un vasallo.
En oír esto Rodrigo volvióse
mal angustiado:
—¡Afuera, afuera, los míos, los de a pie y los de a caballo,
pues de aquella torre mocha una vira me han tirado!,
no traía el asta hierro, el corazón me ha pasado;
¡ya ningún remedio siento, sino vivir más penado!
—¡Afuera, afuera, los míos, los de a pie y los de a caballo,
pues de aquella torre mocha una vira me han tirado!,
no traía el asta hierro, el corazón me ha pasado;
¡ya ningún remedio siento, sino vivir más penado!
El
Poema de Mío Cid inspira también
algunos romances, como De concierto están
los condes, sobre la traición de los Infantes de Carrión
De concierto están
los condes
hermanos Diego y Fernando,
afrentar quieren al Cid,
muy gran traición han armado,
quieren volverse a sus tierras,
sus mujeres demandando;
y luego les dice el Cid,
cuando se las ha entregado:
—Mirad, yernos, que tratedes
como a dueñas hijasdalgo
mis hijas, pues que a vosotros
por mujeres las he dado.
Ellos ambos le prometen
de obedecer su mandado.
Ya cabalgaban los condes;
y el buen Cid está a caballo
con todos sus caballeros
que le van acompañando;
por las huertas y jardines
va riendo y festejando.
Por espacio de una legua
el Cid los ha acompañado;
cuando dellas se despide,
lágrimas le van saltando.
Como hombre que ya sospecha
la gran traición que han armado,
llamó a su sobrino Ordoño,
y en secreto le ha mandado
que vaya tras de los condes
cubierto y disimulado.
Los condes con sus mujeres,
por sus jornadas andando,
en el robladal de Corpes
dentro del monte han entrado;
espeso es y muy oscuro,
de altos árboles poblado.
Mandan ir toda su gente
adelante muy gran rato;
quedándose con sus mujeres
tan solos Diego y Fernando.
De sus caballos descienden,
las riendas les han quitado;
sus mujeres que lo ven
muy gran llanto han levantado.
Apéanlas de las mulas;
ambas las han desnudado;
cada uno azota la suya,
con riendas de su caballo;
danles muchas espoladas,
en sangre las han bañado;
con palabras injuriosas,
mucho las han denostado.
Los cobardes caballeros
allí se las han dejado.
—De vueso padre, señoras,
en vos ya somos vengados;
que vosotras no sois tales
para connusco casaros
Ahora pagáis las deshonras
que el Cid a nós hubo dado
cuando soltara el león
y procurara matarnos.
hermanos Diego y Fernando,
afrentar quieren al Cid,
muy gran traición han armado,
quieren volverse a sus tierras,
sus mujeres demandando;
y luego les dice el Cid,
cuando se las ha entregado:
—Mirad, yernos, que tratedes
como a dueñas hijasdalgo
mis hijas, pues que a vosotros
por mujeres las he dado.
Ellos ambos le prometen
de obedecer su mandado.
Ya cabalgaban los condes;
y el buen Cid está a caballo
con todos sus caballeros
que le van acompañando;
por las huertas y jardines
va riendo y festejando.
Por espacio de una legua
el Cid los ha acompañado;
cuando dellas se despide,
lágrimas le van saltando.
Como hombre que ya sospecha
la gran traición que han armado,
llamó a su sobrino Ordoño,
y en secreto le ha mandado
que vaya tras de los condes
cubierto y disimulado.
Los condes con sus mujeres,
por sus jornadas andando,
en el robladal de Corpes
dentro del monte han entrado;
espeso es y muy oscuro,
de altos árboles poblado.
Mandan ir toda su gente
adelante muy gran rato;
quedándose con sus mujeres
tan solos Diego y Fernando.
De sus caballos descienden,
las riendas les han quitado;
sus mujeres que lo ven
muy gran llanto han levantado.
Apéanlas de las mulas;
ambas las han desnudado;
cada uno azota la suya,
con riendas de su caballo;
danles muchas espoladas,
en sangre las han bañado;
con palabras injuriosas,
mucho las han denostado.
Los cobardes caballeros
allí se las han dejado.
—De vueso padre, señoras,
en vos ya somos vengados;
que vosotras no sois tales
para connusco casaros
Ahora pagáis las deshonras
que el Cid a nós hubo dado
cuando soltara el león
y procurara matarnos.
o Tres cortes armara el rey, sobre el
juicio de aquellos por la deshonra de las hijas del Cid.
En el tiempo de aquel
sol,
llamado Cid Ruy Díaz,
de las virtudes
crisol,
fuerte esquadra y
caracol
de sus muy famosos
días,
en aquella noble grey
y clara generación
por cumplir la justa
ley,
tres cortes armara el
rey,
todas tres a una
sazón.
Todas tres fueron
mandadas
hazer para bien
mirar,
si en sus cibdades
pobladas
avía gentes
maltratadas
por falta de administrar,
y porque sabios y
errados
hablassen sin
turbación
por ser letrados y
agudos.
Las unas armara en
Burgos,
las otras armó en
León.
Y porque nadie
quedasse
que a las sus cortes
no fuesse
y cada uno hablasse
y pidiesse y
demandasse
lo que menester oviesse,
muy determinado y
ledo
de oýr qualquier
petición,
por hazello muy más
cedo,
las otras armó en
Toledo,
donde los hidalgos
son.
Porque allí fuesse
ayuntado
todo su gran
vassallaje,
proveydo y remediado
el que fuesse
agraviado
de chico o grande
linaje,
hízolas no con
cobdicia
de tesoro ni favor,
ni sin punto de
malicia,
para complir de
justicia
al chico con el
mayor.
Porque nadie se
quexasse,
puso tiempo limitado,
que quien quisiesse
llegasse
y sin temor
procurasse
lo que cumpliesse a
su estado;
para efecto d’este
caso
y derecha aclaración
sin maraña ni sin
lazo,
treynta días da de
plazo,
treynta días que más
no.
En aquel tiempo
nombrado
los mandó el rey
ayuntar
y venir a su llamado,
que por fuerça, que
por grado,
se cumpliesse su
mandar
y que luego se
cumpliesse
como mandó de señor
y ninguno lo
torciesse,
y el que a la postre
viniesse
que lo diessen por
traydor.
Que lo diessen por
traydor
y assí fuesse
apregonado
que fuesse grande
señor,
que de otra suerte
menor,
de alto o pequeño
estado,
todos fueron
ayuntados
por cumplir la
subjeción
y por no ser
acusados,
veyntenueve son
passados,
los condes llegados
son.
Demostrando gran
contento
por la corte ellos
andavan,
creyendo sin más
atento
que su falso
pensamiento
era tal qual
desseavan;
estavan regozijados
pensando en su gran
trayción,
los grandes todos
llegados,
treynta días son
passados
y el buen Cid no
viene, non.
Como el buen Cid no
venía
sus contrarios
murmuravan,
mostravan grande
alegría
porque avía passado
el día
y plazo que le
assinavan;
este caso más no
ahondes
que ya está claro su
error
y el derecho nos
escondes.
Allí hablaran los
condes:
“Señor, daldo por
traydor.
Mandaldo dar por
traydor
y por falso y
alevoso,
pues sin miedo ni
temor,
no ha temido, señor,
siendo vos tan
poderoso,
pues quebrantó
vuestra ley
con modo de
presumpción
ante toda aquella
grey”.
Respondiérales el
rey:
“Esso non faría, non.
Aquesso no faré yo,
ni en mi corte tal se
miente,
porque cierto d’ello
estó,
que muy venturoso só
en alcançar tal
sirviente;
porqu’es valiente
guerre[r]o,
generoso y de loor,
por lo qual dezir os
quiero:
qu’el buen Cid es
cavallero,
de batallas vencedor.
Ha sido tal
cavallero,
que merece su persona
ser honrrada y ser
primero,
de virtuosos minero,
merecedor de corona;
él es tal que sin
deportes
es norte sobre los
nortes,
pues que en todas las
mis cortes
no lo avía otro
mejor.
No lo ay otro mejor,
pues de muchos reyes
moros
siempre a sido
vencedor
y grande destruydor
de sus vidas y
tesoros”.
Estando todos mirando
el rey que tanto lo
honrró,
sus palabras
contemplando,
ellos en aquesto
estando,
el buen Cid que
assomó.
Assomó tan
rel[u]ziente
como la clara mañana,
con orden tan
excelente
qu’estava toda la
gente
mirándolo muy de
gana;
delante y en los
primeros
assomó con su guión
como esforçados
guerreros,
con trezientos
cavalleros,
todos hijosdalgo son.
Todos son
ahipalgados,
escogidos sin
ultraje,
todos son muy
señalados,
todos nobles muy
honrados,
todos de sangre y
linaje;
no se vio un onor
tamaño
como el Cid metió y
tal flor,
alegres y sin engaño,
todos vestidos de un
paño,
de un paño y de una
color.
Venían tan
relumbrando
que no ay nadie que
lo crea,
las adargas
blanqueando,
doze trompetas
tocando
y todos de una
librea;
venía un gran rey
David
con la gente muy
feroz,
vestido para aver
lid,
sin que fuera el gran
Cid
que traýa un
albornoz.
Entró con este
apellido
en ordenança y
compás,
con estado tan
subido,
de todos bien
recebido
y d’el buen rey,
mucho más;
entr[ó] el Campeador
a ley,
con que pesó a más de
dos,
dixo delante su grey:
“Mantégavos dios, el
rey,
y a vosotros salveos
Dios.
Salveos dios, grandes
señores,
y a mis amigos y
hermanos,
officiales,
labradores,
grandes, chicos y
menores,
gente honrrada y
cibdadanos;
tu enemistad no la
escondes
[en] tu casa de
Carrión,
que no hablo yo a los
condes,
que mis enemigos
son”.
Los
romances más famosos, sin embargo, giran en torno a los amores del Cid y doña
Jimena y su boda.
Entre
las obras dramáticas inspiradas por el tema cidiano encontramos Comedia del Cid, doña Sol y doña Elvira
de Alfonso Hurtado de Velarde, en los siglos de oro. Un exponente más reciente
lo hallamos en la pieza teatral Las hijas
del Cid, de Eduardo Marquina.
El
Poema de Mío Cid consta de 3735
versos, con predominio de los de catorce sílabas, divididos en dos hemistiquios
y repartidos en tiradas asonantadas monorrimas, de extensión variable.
Se
distribuye el poema en tres partes, delimitadas por los versos 1085
Aquis conpieça la gesta de mio
Çid el de Bivar
Y
los versos 2276 y 2277
Las coplas deste cantar aquis
van acabando.
El Criador vos vala con todos
los sos santos.
Las
tres partes se denominan Cantar del
destierro, Cantar de las bodas y Cantar
de la afrenta de Corpes.
En
la primera parte el Cid entra en escena con su desgracia. Acusado injustamente
por algunos envidiosos, es desterrado por Alfonso VI, sale de Burgos y se
dirige a tierras aragonesas. Tras vencer a los reyes moros Fariz y Galve, se
pone al servicio del rey moro de Zaragoza, y derrota al conde Ramón Berenguer
de Barcelona.
La
segunda parte se refiere a las hazañas del Cid hasta la conquista de Valencia.
Rodrigo enviará ricos presentes al rey de Castilla, suplicando poder llevarse a
su mujer y a sus hijas, a las que dejó en Burgos, en el monasterio de Cardeña.
El rey se lo concede y arregla el casamiento de las hijas del Cid con los
infantes de Carrión.
La tercera parte comienza con las muestras de
la cobardía de los yernos del Cid. Tras otros incidentes, de los cuales salen
los Infantes avergonzados y llenos de rencor, solicitan al Cid permiso para trasladarse
a sus tierras. Lo concede el Cid, y los infantes, al llegar al robledo de
Corpes, atan a sus mujeres a unos árboles, las azotan y las abandonan.
Félix
Muñoz, primo suyo, las encuentra y las lleva a Valencia. El Cid apela al rey
para que castigue a los infantes. En las cortes de Toledo, estos son vencidos
por los caballeros del Cid, que casa después a sus hijas con los infantes de
Aragón y Navarra.
Se
dice que el Poema de Mío Cid se
caracteriza por su fuerte contenido histórico, ya que los errores a este
respecto son mínimos y, en cierta manera, se pueden explicar.
Pero
hay que tener en cuenta que las gestas son esencialmente historias para el
pueblo llano, que junto a los datos admite leyendas. El pasado no tiene solo un
valor informativo, sino también ejemplar.
Por
otra parte, el poeta buscaría suscitar emociones en el público. Acomodaría, por
tanto, la verdad histórica a una eficacia poética.
El
Cantar del Cid que hoy leemos inventa
el episodio de los judíos y las arcas de arena (procedente de otro recogido en
el Disciplina clericales de Pedro
Alfonso), el del león escapado de la jaula (que pone de relieve la cobardía de
los infantes de Carrión) y el de la afrenta de Corpes.
Llama
la atención que en una obra de la que se destaca su exactitud histórica figure
como principal el episodio de las bodas de las hijas del Cid con los infantes
de Carrión y su público repudio. Una acción semejante hubiese significado la
deshonra y, sin embargo, los infantes históricos figuran en lugar destacado en
la corte de Alfonso VI años después de la muerte del Cid.
Menéndez
Pidal supone la existencia de un poema anterior, del siglo XII. En este se
hablaría de esponsales y no de bodas.
La
ruptura de esponsales, que obliga tan solo a la devolución de regalos y dote,
pudo realizarse a raíz del segundo destierro del Cid (que no aparece en el
Cantar), y quizá con ocasión de la prisión (de la que consta noticia) de doña
Jimena con sus hijas en San Esteban de Gormaz, lugar en el que en el poema
pernoctan las hijas del Cid.
Al
pasar por allí, llegarían noticias del nuevo destierro y los infantes,
rompiendo los esponsales, abandonarían a las hijas del Cid. Este, perdonado de
nuevo en 1092, reclamaría la condena civil de los Carrión.
Por
otra parte se creyó ficticio el personaje de Diego Téllez, labrador que recoge
en su casa a las hijas del Cid tras la afrenta de Corpes. Pero Menéndez Pidal
lo identificó como un personaje del mismo nombre que era señor de Sepúlveda en
1086.
El
anuncio de que los infantes de Navarra y de Aragón solicitan en matrimonio a
doña Elvira y doña Sol pone fin al poema.
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