miércoles, 19 de noviembre de 2014

La figura del Cid en la literatura



              La figura del Cid ha gozado en la literatura española de una gran tradición. Para establecer un remoto origen de la leyenda cidiana debe partirse de las Crónicas, que han permitido conocer numerosos cantares de gesta. Son varias las que recogen con mayor o menor amplitud los hechos del Cid, pero el conjunto de los cantares sobre Rodrigo Díaz de Vivar formando un verdadero ciclo no lo encontramos hasta el siglo XIV, en la llamada Crónica de Castilla. Según ella el ciclo cidiano se componía del Cantar del rey Fernando y las Mocedades de Rodrigo, que servía de introducción al Cantar del rey don Sancho o Cerco de Zamora, y de una nueva refundición del Mío Cid. Estos poemas forman una unidad, ya que giran alrededor de un tema: la muerte del rey Fernando, en la que se halla presente el Cid. En un clima de altercados promovidos por la división de sus estados, el monarca confía a Rodrigo la protección de sus hijos, a los que hace jurar obediencia al caballero. Todo ello refleja la dignidad que alcanzó el Cid en la vida real.
            Estos cantares de gesta van cambiando a través de las sucesivas refundiciones. El caso más conocido es el del Poema del Cid, que se conserva en un manuscrito del siglo XIV que lleva el nombre de Per Abat.
            Fue refundido en la Primera Crónica General de Alfonso X, de 1289, con cambios a partir de la toma de Valencia.
            Aparece posteriormente otro poema, el de las Mocedades de Rodrigo. Es de carácter más novelesco y muestra un Cid arrogante y pendenciero. Su interés se centra en los amores de Rodrigo y Jimena.
            Aún tuvo más fortuna la refundición en verso de este cantar, que Menéndez Pidal fecha en el siglo XV.
            Los romances, que condensan las escenas más emotivas y de mayor interés de las antiguas gestas, ocuparán el lugar de los cantares, una vez que estos pierden importancia. El romancero del Cid es bastante amplio. Entre otros, encontramos el romance del juramento que el Cid toma al rey Alfonso VI, En Santa Gadea de Burgos (recogido por Menéndez Pidal como el de la Jura de Santa Gadea).

En Santa Gadea de Burgos 
do
juran los hijosdalgo, 
allí toma juramento 
el Cid al rey castellano, 
sobre un cerrojo de hierro 
y una ballesta de palo. 
Las juras eran tan recias 
que al buen rey ponen espanto.
—Villanos te maten, rey, 
villanos, que no hidalgos; 
abarcas traigan calzadas, 
que no zapatos con lazo; 
traigan capas aguaderas, 
no capuces ni tabardos; 
con camisones de estopa, 
no de holanda ni labrados; 
cabalguen en sendas burras, 
que no en mulas ni en caballos, 
las riendas traigan de cuerda, 
no de cueros fogueados; 
mátente por las aradas, 
no en camino ni en poblado; 
con cuchillos cachicuernos, 
no con puñales dorados; 
sáquente el corazón vivo, 
por el derecho costado, 
si no dices la verdad 
de lo que te es preguntado: 
si tú fuiste o consentiste 
en la muerte de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes 
que el rey no las ha otorgado. 
Allí habló un caballero 
de los suyos más privado: 
—Haced la jura, buen rey, 
no tengáis de eso cuidado, 
que nunca fue rey traidor, 
ni Papa descomulgado. 
Jura entonces el buen rey 
que en tal nunca se ha hallado. 
Después habla contra el Cid 
malamente y enojado: 
—Mucho me aprietas, Rodrigo, 
Cid, muy mal me has conjurado, 
mas si hoy me tomas la jura, 
después besarás mi mano. 
—Aqueso será, buen rey, 
como fuer galardonado, 
porque allá en cualquier tierra 
dan sueldo a los hijosdalgo. 
—¡Vete de mis tierras, Cid, 
mal caballero probado, 
y no me entres más en ellas, 
desde este día en un año! 
—Que me place —dijo el Cid—. 
que me place de buen grado, 
por ser la primera cosa 
que mandas en tu reinado. 
Tú me destierras por uno 
yo me destierro por cuatro.
Ya se partía el buen Cid 
sin al rey besar la mano; 
ya se parte de sus tierras, 
de Vivar y sus palacios: 
las puertas deja cerradas, 
los alamudes echados, 
las cadenas deja llenas 
de podencos y de galgos; 
sólo lleva sus halcones, 
los pollos y los mudados. 
Con el iban los trescientos 
caballeros hijosdalgo; 
los unos iban a mula 
y los otros a caballo; 
todos llevan lanza en puño, 
con el hierro acicalado, 
y llevan sendas adargas 
con borlas de colorado. 
Por una ribera arriba 
al Cid van acompañando; 
acompañándolo iban 
mientras él iba cazando.

El romance Afuera, afuera, Rodrigo muestra la entrevista del Cid con la infanta Urraca, sitiada en Zamora.
—¡Afuera, afuera, Rodrigo,   el soberbio castellano! 
Acordársete debría   de aquel buen tiempo pasado 
que te armaron caballero   en el altar de Santiago, 
cuando el rey fue tu padrino,   tú, Rodrigo, el ahijado; 
mi padre te dio las armas,   mi madre te dio el caballo, 
yo te calcé espuela de oro   porque fueses más honrado; 
pensando casar contigo,   ¡no lo quiso mi pecado!, 
casástete con Jimena,   hija del conde Lozano; 
con ella hubiste dineros,   conmigo hubieras estados; 
dejaste hija de rey   por tomar la de un vasallo.
En oír esto Rodrigo   volvióse mal angustiado: 
—¡Afuera, afuera, los míos,   los de a pie y los de a caballo, 
pues de aquella torre mocha   una vira me han tirado!, 
no traía el asta hierro,   el corazón me ha pasado; 
¡ya ningún remedio siento,   sino vivir más penado!

            El Poema de Mío Cid inspira también algunos romances, como De concierto están los condes, sobre la traición de los Infantes de Carrión

De concierto están los condes
hermanos Diego y Fernando,
afrentar quieren al Cid,
muy gran traición han armado,
quieren volverse a sus tierras,
sus mujeres demandando;
y luego les dice el Cid,
cuando se las ha entregado:
—Mirad, yernos, que tratedes
como a dueñas hijasdalgo
mis hijas, pues que a vosotros
por mujeres las he dado. 
Ellos ambos le prometen
de obedecer su mandado.
   Ya cabalgaban los condes;
y el buen Cid está a caballo
con todos sus caballeros
que le van acompañando;
por las huertas y jardines
va riendo y festejando.
Por espacio de una legua
el Cid los ha acompañado;
cuando dellas se despide,
lágrimas le van saltando.
Como hombre que ya sospecha
la gran traición que han armado,
llamó a su sobrino Ordoño,
y en secreto le ha mandado 
que vaya tras de los condes
cubierto y disimulado.
   Los condes con sus mujeres,
por sus jornadas andando,
en el robladal de Corpes
dentro del monte han entrado;
espeso es y muy oscuro,
de altos árboles poblado.
Mandan ir toda su gente
adelante muy gran rato;
quedándose con sus mujeres
tan solos Diego y Fernando.
De sus caballos descienden,
las riendas les han quitado;
sus mujeres que lo ven
muy gran llanto han levantado.
Apéanlas de las mulas;
ambas las han desnudado;
cada uno azota la suya,
con riendas de su caballo;
danles muchas espoladas,
en sangre las han bañado; 
con palabras injuriosas,
mucho las han denostado.
Los cobardes caballeros
allí se las han dejado.
—De vueso padre, señoras,
en vos ya somos vengados;
que vosotras no sois tales
para connusco casaros
Ahora pagáis las deshonras
que el Cid a nós hubo dado
cuando soltara el león
y procurara matarnos.

o Tres cortes armara el rey, sobre el juicio de aquellos por la deshonra de las hijas del Cid.

En el tiempo de aquel sol,
llamado Cid Ruy Díaz,
de las virtudes crisol,
fuerte esquadra y caracol
de sus muy famosos días,
en aquella noble grey
y clara generación
por cumplir la justa ley,
tres cortes armara el rey,
todas tres a una sazón.

Todas tres fueron mandadas
hazer para bien mirar,
si en sus cibdades pobladas
avía gentes maltratadas
por falta de administrar,
y porque sabios y errados
hablassen sin turbación
por ser letrados y agudos.
Las unas armara en Burgos,
las otras armó en León.

Y porque nadie quedasse
que a las sus cortes no fuesse
y cada uno hablasse
y pidiesse y demandasse
lo que menester oviesse,
muy determinado y ledo  
de oýr qualquier petición,
por hazello muy más cedo,
las otras armó en Toledo,
donde los hidalgos son.

Porque allí fuesse ayuntado
todo su gran vassallaje,
proveydo y remediado
el que fuesse agraviado
de chico o grande linaje,
hízolas no con cobdicia
de tesoro ni favor,
ni sin punto de malicia,
para complir de justicia
al chico con el mayor.

Porque nadie se quexasse,
puso tiempo limitado,
que quien quisiesse llegasse
y sin temor procurasse
lo que cumpliesse a su estado;
para efecto d’este caso
y derecha aclaración
sin maraña ni sin lazo,
treynta días da de plazo,
treynta días que más no.

En aquel tiempo nombrado
los mandó el rey ayuntar
y venir a su llamado,
que por fuerça, que por grado,
se cumpliesse su mandar
y que luego se cumpliesse
como mandó de señor
y ninguno lo torciesse,
y el que a la postre viniesse
que lo diessen por traydor.

Que lo diessen por traydor
y assí fuesse apregonado
que fuesse grande señor,
que de otra suerte menor,
de alto o pequeño estado,
todos fueron ayuntados
por cumplir la subjeción
y por no ser acusados,
veyntenueve son passados,
los condes llegados son.

Demostrando gran contento
por la corte ellos andavan,
creyendo sin más atento
que su falso pensamiento
era tal qual desseavan;
estavan regozijados
pensando en su gran trayción,
los grandes todos llegados,
treynta días son passados
y el buen Cid no viene, non.

Como el buen Cid no venía
sus contrarios murmuravan,
mostravan grande alegría
porque avía passado el día
y plazo que le assinavan;
este caso más no ahondes
que ya está claro su error
y el derecho nos escondes.
Allí hablaran los condes:
“Señor, daldo por traydor.

Mandaldo dar por traydor
y por falso y alevoso,
pues sin miedo ni temor,
no ha temido, señor,
siendo vos tan poderoso,
pues quebrantó vuestra ley
con modo de presumpción
ante toda aquella grey”.
Respondiérales el rey:
“Esso non faría, non.

Aquesso no faré yo,
ni en mi corte tal se miente,
porque cierto d’ello estó,
que muy venturoso só
en alcançar tal sirviente;
porqu’es valiente guerre[r]o,
generoso y de loor,
por lo qual dezir os quiero:
qu’el buen Cid es cavallero,
de batallas vencedor.

Ha sido tal cavallero,
que merece su persona
ser honrrada y ser primero,
de virtuosos minero,
merecedor de corona;
él es tal que sin deportes
es norte sobre los nortes,
pues que en todas las mis cortes
no lo avía otro mejor.

No lo ay otro mejor,
pues de muchos reyes moros
siempre a sido vencedor
y grande destruydor
de sus vidas y tesoros”.
Estando todos mirando
el rey que tanto lo honrró,
sus palabras contemplando,
ellos en aquesto estando,
el buen Cid que assomó.

Assomó tan rel[u]ziente
como la clara mañana,
con orden tan excelente
qu’estava toda la gente
mirándolo muy de gana;
delante y en los primeros
assomó con su guión
como esforçados guerreros,
con trezientos cavalleros,
todos hijosdalgo son.

Todos son ahipalgados,
escogidos sin ultraje,
todos son muy señalados,
todos nobles muy honrados,
todos de sangre y linaje;
no se vio un onor tamaño
como el Cid metió y tal flor,
alegres y sin engaño,
todos vestidos de un paño,
de un paño y de una color.

Venían tan relumbrando
que no ay nadie que lo crea,
las adargas blanqueando,
doze trompetas tocando
y todos de una librea;
venía un gran rey David
con la gente muy feroz,
vestido para aver lid,
sin que fuera el gran Cid
que traýa un albornoz.

Entró con este apellido
en ordenança y compás,
con estado tan subido,
de todos bien recebido
y d’el buen rey, mucho más;
entr[ó] el Campeador a ley,
con que pesó a más de dos,
dixo delante su grey:
“Mantégavos dios, el rey,
y a vosotros salveos Dios.

Salveos dios, grandes señores,
y a mis amigos y hermanos,
officiales, labradores,
grandes, chicos y menores,
gente honrrada y cibdadanos;
tu enemistad no la escondes
[en] tu casa de Carrión,
que no hablo yo a los condes,
que mis enemigos son”.

            Los romances más famosos, sin embargo, giran en torno a los amores del Cid y doña Jimena y su boda.
            Entre las obras dramáticas inspiradas por el tema cidiano encontramos Comedia del Cid, doña Sol y doña Elvira de Alfonso Hurtado de Velarde, en los siglos de oro. Un exponente más reciente lo hallamos en la pieza teatral Las hijas del Cid, de Eduardo Marquina.

            El Poema de Mío Cid consta de 3735 versos, con predominio de los de catorce sílabas, divididos en dos hemistiquios y repartidos en tiradas asonantadas monorrimas, de extensión variable.
            Se distribuye el poema en tres partes, delimitadas por los versos 1085

Aquis conpieça la gesta   de mio Çid el de Bivar

            Y los versos 2276 y 2277

Las coplas deste cantar   aquis van acabando.
El Criador vos vala   con todos los sos santos.

            Las tres partes se denominan Cantar del destierro, Cantar de las bodas y Cantar de la afrenta de Corpes.
            En la primera parte el Cid entra en escena con su desgracia. Acusado injustamente por algunos envidiosos, es desterrado por Alfonso VI, sale de Burgos y se dirige a tierras aragonesas. Tras vencer a los reyes moros Fariz y Galve, se pone al servicio del rey moro de Zaragoza, y derrota al conde Ramón Berenguer de Barcelona.
            La segunda parte se refiere a las hazañas del Cid hasta la conquista de Valencia. Rodrigo enviará ricos presentes al rey de Castilla, suplicando poder llevarse a su mujer y a sus hijas, a las que dejó en Burgos, en el monasterio de Cardeña. El rey se lo concede y arregla el casamiento de las hijas del Cid con los infantes de Carrión.
             La tercera parte comienza con las muestras de la cobardía de los yernos del Cid. Tras otros incidentes, de los cuales salen los Infantes avergonzados y llenos de rencor, solicitan al Cid permiso para trasladarse a sus tierras. Lo concede el Cid, y los infantes, al llegar al robledo de Corpes, atan a sus mujeres a unos árboles, las azotan y las abandonan.
            Félix Muñoz, primo suyo, las encuentra y las lleva a Valencia. El Cid apela al rey para que castigue a los infantes. En las cortes de Toledo, estos son vencidos por los caballeros del Cid, que casa después a sus hijas con los infantes de Aragón y Navarra.
            Se dice que el Poema de Mío Cid se caracteriza por su fuerte contenido histórico, ya que los errores a este respecto son mínimos y, en cierta manera, se pueden explicar.
            Pero hay que tener en cuenta que las gestas son esencialmente historias para el pueblo llano, que junto a los datos admite leyendas. El pasado no tiene solo un valor informativo, sino también ejemplar.
            Por otra parte, el poeta buscaría suscitar emociones en el público. Acomodaría, por tanto, la verdad histórica a una eficacia poética.
            El Cantar del Cid que hoy leemos inventa el episodio de los judíos y las arcas de arena (procedente de otro recogido en el Disciplina clericales de Pedro Alfonso), el del león escapado de la jaula (que pone de relieve la cobardía de los infantes de Carrión) y el de la afrenta de Corpes.
            Llama la atención que en una obra de la que se destaca su exactitud histórica figure como principal el episodio de las bodas de las hijas del Cid con los infantes de Carrión y su público repudio. Una acción semejante hubiese significado la deshonra y, sin embargo, los infantes históricos figuran en lugar destacado en la corte de Alfonso VI años después de la muerte del Cid.
            Menéndez Pidal supone la existencia de un poema anterior, del siglo XII. En este se hablaría de esponsales y no de bodas.
            La ruptura de esponsales, que obliga tan solo a la devolución de regalos y dote, pudo realizarse a raíz del segundo destierro del Cid (que no aparece en el Cantar), y quizá con ocasión de la prisión (de la que consta noticia) de doña Jimena con sus hijas en San Esteban de Gormaz, lugar en el que en el poema pernoctan las hijas del Cid.
            Al pasar por allí, llegarían noticias del nuevo destierro y los infantes, rompiendo los esponsales, abandonarían a las hijas del Cid. Este, perdonado de nuevo en 1092, reclamaría la condena civil de los Carrión.
            Por otra parte se creyó ficticio el personaje de Diego Téllez, labrador que recoge en su casa a las hijas del Cid tras la afrenta de Corpes. Pero Menéndez Pidal lo identificó como un personaje del mismo nombre que era señor de Sepúlveda en 1086.

            El anuncio de que los infantes de Navarra y de Aragón solicitan en matrimonio a doña Elvira y doña Sol pone fin al poema.

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