Pierre de Ronsard nació en el castillo de la Possonière, en Francia, en 1524. Su vida
parecía estar destinada a la diplomacia o a las armas, pero una precoz
sordera sobrevenida en 1540 lo hizo renunciar a sus ambiciones. Estudió las lenguas y literaturas antiguas en
el colegio de Cogueret, donde junto a sus compañeros Jean-Antoine de Baïf y Joachim
du Bellay construyó las bases de la Pléyade, un grupo de poetas que tenía el objetivo de satisfacer el ideal
renacentista y de producir en Francia obras dignas de rivalizar con las de Grecia y Roma. Las principales obras
de Ronsard (al que se conoció como “príncipe de los poetas y poeta de los
príncipes”) son Amores, Odas, La Francíada, Églogas, Elegías y Discursos.
Tres fueron los amores que vivió intensamente Ronsard: Casandra Salviati
(que le inspirará los Sonetos a Casandra),
Maríe Dupin (para quien escribirá una continuación de los Amores) y, por último y quizás el más significativo, Helena de
Surgère, a quien dedicó una gran parte de su poesía. Podemos destacar, de 1574,
los Sonetos para Helena, un
cancionero petrarquista imbuido de epicureísmo.
Con un tratamiento consolidado del amor por la mujer terrenal, el poeta
francés ya no posee conflictos de cosmovisión: su
época corresponde al pleno renacimiento. Dios ya ha pasado a
otro plano, y ya no hay nada de qué avergonzarse respecto a amar a mujeres no
divinizadas. Así, la Helena de Ronsard ya no es comparada a la Virgen María,
como lo hizo Dante o como lo haría Petrarca con Laura, sino que lo es ahora con
la Helena de la mitología. El remitirse a comparaciones
con el mundo antiguo es un tópico conformado en Ronsard, cuando era una
sugerencia estilística en Petrarca. Con el advenimiento de las nuevas fuentes de conocimiento y de las nuevas disciplinas
que se iban desprendiendo de la filosofía (Studia Humanitatis:
Gramática, Filosofía moral, Retórica, Poética e Historia como nuevas disciplinas), surge también como tópico conformado en Ronsard
la comparación constante de situaciones y sentimientos con la naturaleza, como vemos aquí:
"Hoy, primero de mayo, quiero, Helena, jurarte
que, por Cástor y Pólux, tus hermanos gemelos,
por la vid que se abraza rodeando los olmos,
por los prados, los bosques erizados de verde,
por la nueva estación que renace a la vida,
por el blando cristal que los ríos se llevan
y por ese milagro, ruiseñor, de los pájaros,
sólo tú vas a ser mi postrera ventura.
Sólo tú me enamoras y este amor es mi obra,
no fue azar el prendarme de tus jóvenes años;
para mí solamente tal pasión reivindico.
Me confieso hacedor de mi propia fortuna.
La virtud que te ofrezco es señal de constancia,
si me engaña virtud, adiós, bella señora."
Cástor y Pólux eran hermanos de la Helena de la mitología, así que podemos
observar que Ronsard se remite a temas de la antigüedad. También se observa en los
cuartetos la comparación con la naturaleza y sus apreciadas características: en
el Renacimiento, de hecho, se
tenía otro tópico literario que se basaba en la pretensión de un paraíso, a la
muerte de los hombres, similar al mundo terrenal pero imperecedero (Locus Amoenus).
Ronsard culmina el soneto afirmando que la situación que está viviendo con
Helena (similar en cuanto a la relación Hombre-Mujer a la de Petrarca) ha sido
elegida valientemente por él, y será valientemente por él afrontada hasta el
final ("Me confieso hacedor de mi propia fortuna"). Respecto a este
tema, el de su fortaleza inicial que acarrea una decisión inamovible de
persistir en el objetivo del amor de Helena, valga la comparación con otro de
sus propios sonetos, que muestra otra actitud del yo lírico para con
su amada:
"Ay, señora, me muero, ya no tengo esperanza;
quedo herido hasta el tuétano, ya no soy lo que era
hace sólo unos días, tanto puede el dolor
extremado que vence y sujeta a su imperio.
Ya no puedo tocar ni gustar, ver ni oír,
soy del todo insensible, una pálida sombra,
un sepulcro es mi cuerpo. Desdichado el amante,
desdichado el que deja que le burle el Amor.
Sed Aquiles, curad las heridas que hicisteis,
soy un Télefo que anda su camino de muerte,
por piedad, obrad en mí vuestro inmenso poder,
acudid a traerme vuestro pronto remedio.
Si cruel destruís al que es vuestro siervo
no tendréis el laurel por hacerme morir."
Como es frecuente, existen aquí comparaciones con aquel mundo mitológico
(podemos destacar la comparación con Aquiles en el verso noveno, por ejemplo).
Lo que se observa con mayor claridad es el cambio de actitud en el yo
lírico entre el primer soneto y este segundo, en el que aquellos bríos
iniciales parecen haber sido vencidos por la desesperanza reinante en este
soneto, como se ve desde sus primeras palabras ("...ya no tengo
esperanza...").
Ronsard es uno de los ejemplos más trascendentes de la puerta que ha
abierto Petrarca: el amor hacia la mujer y el
sufrimiento es más notorio y descriptivo en el renacentista que en el primer
humanista:
"CANCION
Cuando converso aquí cerca de vos
mi corazón se agita;
tiemblan todos mis nervios, mis rodillas
y hasta el pulso me falla.
todo se desbarata ante mi Helena,
mi penar caro y dulce (…)"
Pero, en los mismos términos, el renacentista le debe las características
literarias al primer humanista.
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