José
Martínez Ruiz, Azorín (1873-1967),
nació en Monóvar (Alicante). Realizó sus primeros estudios en Yecla y Valencia,
aunque pronto se trasladó a Madrid, donde comenzó a publicar en prensa, una
actividad que nunca abandonaría. Aunque estudió Derecho en las universidades de
Valencia, Granada y Salamanca, no ejerció esa carrera.
Participó
en política y llegó a ser diputado y subsecretario de Instrucción Pública. Sin
embargo su trayectoria fue oscilante, ya que del radicalismo revolucionario de
su juventud evolucionó pronto hacia posturas netamente conservadoras.
A
partir de 1902 se convierte progresivamente en un escritor maduro. En esta
época crea al personaje Antonio Azorín, que irá adquiriendo tintes biográficos,
hasta que su apellido se convierta en el seudónimo definitivo del escritor.
Azorín
cultivó varios géneros: crítica literaria, novela, ensayo, teatro,…, y todos
ellos concebidos de una manera peculiar.
Todas
sus novelas tienen el mismo soporte argumental. Son una serie de notas vivaces
e inconexas con predominio absoluto de la descripción sobre la acción. Al
género narrativo pertenecen por ejemplo La
voluntad (1902), Antonio Azorín (1903)
o Las confesiones de un pequeño filósofo
(1904).
Escribió
también pequeñas narraciones, algunas de las cuales forman parte de volúmenes
de cuentos, como Bohemia (1897), Blanco en azul (1929) o Cavilar o contar (1942). Otras se
incorporan en forma de capítulo a sus libros de ensayo como Castilla o Los pueblos. Su labor como crítico también queda recogida en obras
como Clásicos y modernos o Al margen de los clásicos.
En
cambio, su obra dramática no alcanzó el éxito esperado. La mayoría de sus obras
no llegaron a representarse. Azorín intentó introducir elementos fuera de lo
común, muy cercanos al surrealismo. Algunos títulos que podemos destacar son Brandy, mucho brandy, Old Spain y Lo invisible.
En
1924 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua Española.
Vivió
algunas temporadas en Francia (entre otras, durante la guerra civil) y murió en
Madrid.
La
obra de la que nos ocupamos, Castilla,
fue publicada en 1912 en Madrid, en la imprenta de la Revista de Archivos. Se
la considera un breve ensayo-cuento periodístico en el que se medita sobre el
paisaje en busca de la expresión del espíritu nacional.
Al
año siguiente de su publicación, Azorín recibió un homenaje en Aranjuez. Tras
la calurosa acogida de la crítica, el libro se editó varias veces en América y
España. Se tradujo al francés, se publicó como homenaje en el Instituto de la
Cultura Hispánica, y sus capítulos serán los más recogidos en las antologías
que se realicen del autor.
En
cuanto a la estructura, Castilla está formada por catorce
artículos breves que muestran, en una primera impresión, una notable variedad
temática. Sin embargo, ya en el prólogo, Azorín afirma que la intención de la
obra es “aprisionar una partícula del
espíritu de Castilla”, por lo que la obra tiene así cierta coherencia y
unidad.
Estos
catorce trabajos se pueden dividir además en cuatro grupos:
a)
Artículos I-IV
(Los ferrocarriles; El primer ferrocarril
castellano; Ventas, posadas y fondos; Los toros). Son ensayos
costumbristas-historicos basados en la estructura de los libros de viajes,
aunque sin viajero protagonista. El tema principal es la dialéctica entre
España y Europa, en relación con el progreso. Los viajeros españoles ven el
ferrocarril europeo; los extranjeros vienen a construir el español; los
españoles no se deciden a hacer los ferrocarriles con el ancho de la vía de los
europeos; la rudeza de los españoles menosprecia el refinamiento de comodidad
doméstica, que los ingleses llaman confort;
en los toros se marca aún más el indigenismo español,…
b)
Artículos V-VII
(Una ciudad y un balcón; La catedral; El
mar). El tema principal que los une es la meditación sobre el tiempo y la
contemplación del paisaje. Los tres manifiestan un claro aire poético. En los
tres encontramos una única sensación que domina a todas las demás y que se
manifiesta por una frase-estribillo:
-
En Una ciudad y
un balcón es el lema garcilasiano “No
me podrán quitar el dolorido sentir”, que abre y cierra el texto.
-
En La catedral
es una serie de adjetivos que se repiten: fina, frágil, sensitiva.
-
En El mar es
una frase: “No se puede ver el mar”
Esta única sensación de cada texto se ve desde un personaje anónimo
que viene a ser el “yo” del poeta y que se sitúa en un lugar alto desde donde
se vigila el espacio y el tiempo.
c)
Artículos
VIII-XI (Las nubes; Lo fatal; La
fragancia del vaso; Cerrera, cerrera). Son recreaciones de obras literarias
clásicas, en las que Azorín cambia el final y estudia el tema personal de los
protagonistas. En Las nubes continúa La Celestina, cambiando radicalmente su
desenlace. Lo fatal continúa el Lazarillo con un final posible, pero
poco probable. La fragancia del vaso continúa
La ilustre fregona, con un final
posible y bastante probable. Cerrera,
cerrera continúa La tía fingida.
d)
Artículos
XII-XIV (Una flauta en la noche; Una
lucecita roja; La casa cerrada). Son cuentos melancólicos de personajes
inventados, pero de ambiente castellano, en los que destaca la huella del paso
del tiempo en el hombre. La técnica empleada en los dos primeros es la misma
que en Una ciudad y un balcón: el
estudio sucesivo de un individuo o una familia en distintas fechas. En La casa cerrada el paso del tiempo se ve
desde el presente ya que son recuerdos de un ciego al volver a la casa donde
vivió sus mejores días.
Temas
Los
principales temas que podemos desarrollar en Castilla son cinco: el tiempo, la presencia de la muerte, los primores
de lo vulgar, España y su paisaje y los clásicos.
El tiempo es el verdadero
protagonista, no solo de esta obra, sino de todas las novelas, ensayos y obras
de teatro de Azorín, así como de los demás miembros de su generación: aparece
en la poesía de Machado, en la angustia de Unamuno, en Baroja,… pero en ninguno
con el carácter obsesivo ni con la variedad de matices que veremos en Azorín.
El
autor tiene una conciencia dolorosa del tiempo, quizás por su aguda
sensibilidad para percibir el tránsito de las cosas hacia la nada, su
irremediable fugacidad. Toda su obra se halla impregnada de nostalgia, el
recuerdo melancólico de lo que desapareció para siempre, hombres, ciudades,
hechos: “Del pasado dichoso solo podemos
conservar el recuerdo; es decir, la fragancia del vaso”.
En
sus obras lucha contra el tiempo, intenta plasmar con todo detalle las pequeñas
realidades para aprehenderlas en una eternidad estática. Azorín triunfa así
sobre la fugacidad del tiempo, perpetúa lo momentáneo. Como afirma Ortega y
Gasset, Azorín anula el movimiento en el que se desgasta la vida; así para
salvar el mundo que camina hacia la destrucción, lo “petrifica estéticamente”:
“El arte de Azorín consiste en suspender el
movimiento de las cosas haciendo que la postura en que las sorprende se
perpetúe indefinidamente como un perenne eco sentimental. De ese modo, lo
pasado no pasa totalmente. De ese modo se desvirtúa el poder corruptor del
tiempo. Se trata, pues, de un artificio análogo al de la pintura”.
Junto
a la idea de la inevitable caducidad de lo terreno, hallamos, expresada con la
misma insistencia, la de su absoluta inmutabilidad. Desaparecen los hombres,
pero permanece lo humano. Lo individual es perecedero, pero hay también una
realidad universal que al ser eterna enlaza el pasado con el presente y el
presente con el futuro. Pues bien, lo que hace Azorín es buscar esa realidad
inalterable, no en lo grandioso, sino en los menudos hechos de la vida
cotidiana, que, al repetirse incesantemente, aseguran la continuidad de lo
humano.
Esta
idea enlaza con el carácter reiterativo de las vivencias humanas y con las
teorías del “eterno retorno” de Nietzsche. La vida es un ciclo que se repite
indefinidamente, y esa vuelta lleva implícita la variación. Al sentir la vuelta
de las cosas a través del tiempo, siempre hay algo que cambia y algo que
permanece. En Castilla, para formular
este pensamiento, utiliza las nubes como símbolo: “Vivir es “ver volver”. Es ver volver todo un retorno, perdurable,
eterno; ver volver todo –angustias, alegrías, esperanzas- como esas nubes
fugaces e inmutables”.
Lo
que más atormenta a Azorin y lo que le une a otros miembros de su generación es
la obsesiva conciencia de la falta de finalidad. Así, el Calixto de Las nubes llega a la conclusión de que “nuestro ser y todas las cosas corren hacia
la nada”.
La
asociación de ruinas con el tiempo, la muerte y el desengaño es idéntica a la
de los escritores barrocos, pero en Azorín hay un elemento novedoso: junto a
las ruinas aparecen árboles, imagen de la esperanza. Los chopos simbolizan el
flujo interminable, inagotable de la vida. Junto a la muerte encarnada en las
piedras del palacio, los chopos emanan vida; podrán morir, pero surgirán otros,
que escaparán a la muerte y al tiempo.
En
cuanto a la presencia de la muerte,
otro de los temas que obsesiona a Azorín, muy en relación con el paso del
tiempo, es el de la muerte. La reiteración de este tema es una muestra de
simbolismo decadentista. No obedece a un decadentismo moral, sino existencial;
es decir, el hombre frente a lo imponderable, su lucha agónica y la aceptación
de su trágico destino.
Aunque
la muerte tiene un alcance universal, aparece ligada más estrechamente a
nuestros viejos pueblos. La vida en ellos es más lenta, y paradójicamente, se
percibe con mayor intensidad el tránsito hacia la aniquilación.
Por
otra parte encontramos los primores
de lo vulgar. Como hemos dicho, Azorín busca la permanencia en los
pequeños hechos de la vida cotidiana. Prescinde de los grandes hechos para
posar sus ojos en los pequeños detalles. Y es a esta predilección por el arte
miniaturista a lo que llama Ortega y Gasset “primores
de lo vulgar”.
Para
expresar la realidad vulgar de los pueblos, de sus tipos, de sus costumbres,
Azorín realiza dos procesos:
-
Analiza en todos sus detalles lo real.
-
Recompone idealmente esas notas, de modo que brota otra
realidad correlativa a la primera, aunque más sólida y consistente, perdurable.
Con
Azorín los objetos toman protagonismo; parecen animados de una vida propia,
poseen un enorme poder para sugerir estados de ánimo; son capaces de producir
emociones diferentes y de suscitar todo tipo de sentimientos.
Sin
embargo, las cosas que Azorín describe no pertenecen a una realidad concreta,
ni son captadas por los sentidos; esos pueblos, ciudades, paisajes de España
son imágenes encontradas en otros textos escritos. De ahí que Azorín pasa de
pintar “cosas” a pintar “su idea” de las cosas.
España y su paisaje es un eje
esencial en los autores de la Generación del 98 y en Castilla porque a través del paisaje se pretende recoger el
espíritu de Castilla y la sensación de poder del tiempo. Hay que tener en
cuenta que Castilla llevó a cabo la unificación de España y se puso a la cabeza
de la monarquía española. Así, cuando Azorín y los demás miembros de la
generación hablan de Castilla se refieren, por metonimia, a España, a esa
España castiza que hay que recuperar.
En
la visión de España que tenían estos escritores podemos observar dos épocas:
-
En la primera etapa estos escritores se sienten unidos por una inquietud común:
reconstruir España. Para ello examinan el estado de la patria, indagan las
causas de su decadencia, proponen remedios para sus males. En esta primera
época se produce un violento ataque a la tradición.
-
La segunda etapa surge del fracaso de los propósitos reformistas. Los
escritores no han sido capaces de cambiar el país y deciden centrarse
estrictamente en lo literario, en la contemplación. Esta contemplación se
realiza a través de su historia, su literatura y su paisaje. Hay que comprender
y valorar el pasado nacional y así profundizar en la tradición cultural
española.
A
esta segunda etapa pertenece Castilla.
Azorín mira a España desde su obsesión por el tiempo, por la fugacidad de la
vida, con el deseo de fijar en el recuerdo las cosas que pasaron. Revive el
pasado, con sus viejos hidalgos, con sus catedrales y sus castillos, sus
ciudades y sus pueblos, por cuyas calles transitan Fray Luis o Celestina o el
Lazarillo… Realiza un incesante esfuerzo por encontrar la esencia de España en
su historia, o mejor en su intrahistoria porque, aun sin emplear ese término,
Azorín coincide con Unamuno en su interés por esos aspectos cotidianos,
sencillos y profundos del pasado: “Los
grandes hechos son una cosa y los menudos hechos son otra. Se historian los
primeros, se desdeñan los segundos. Y los segundos forman la sutil trama de la
vida cotidiana”.
Azorín
ha dedicado multitud de libros a analizar el alma de España y, dentro de esta,
la tradición y el alma de Castilla, vistas a través de sus tipos humanos, de
sus clásicos, de su historia… Frente a todos ellos adopta esa actitud lírica
que ha hecho que Ortega lo definiese como un “sensitivo de la historia”. Así se
sitúa también frente al paisaje mostrando la profunda belleza de la inmensa
llanura castellana.
Su
técnica es la de un pintor impresionista, que capta la luz y el color y que
encuentra relaciones entre la realidad física y la espiritual. Mira el paisaje
con ojos entrecerrados, proyectando sobre lo que ve su sensibilidad melancólica.
“El paisaje somos nosotros; el paisaje es
nuestro espíritu, sus melancolías, sus placideces, sus anhelos”. En estas
palabras se ve de una manera clara el subjetivismo de Azorín, la identificación
de paisaje y alma que se refleja en sus obras.
Dos
son los paisajes entre los que se reparte fundamentalmente su atención:
-
La vida andaluza:
frente a las yermas estepas castellanas Azorín descubre en Andalucía un paisaje
suave, claro y plácido, pero ensombrecido por la tragedia de sus gentes. Tiene
bellas evocaciones del ambiente y la fragancia de ciudades andaluzas como
Sevilla. Sin embargo, se hace eco repetidamente de la pobreza y la desolación
que reina en sus pueblos y en sus campos. El labriego aparece triste,
silencioso, resignado en su miseria. La vida se presenta monótona, gris, opaca.
-
El paisaje
castellano: Castilla es España, a ella van unidas sus reflexiones críticas
en torno al ser de España y su meditación sobre el tiempo. Son esos paisajes
castellanos, las viejas ciudades y pueblos castellanos, con sus callejas
estrechas, sus caserones vetustos y sus ancianas vestidas de negro, los que
parecen invitar a Azorín a meditar sobre el tiempo y la eternidad; a través de
ellos intenta aprehender las raíces últimas de la raza, las tradiciones
milenarias, las huellas del pasado.
Pero,
frente a Castilla, frente al paisaje y los pueblos castellanos, encontramos la
angustia y el sentido crítico. No todo es belleza, bondad en la vida
tradicional del campo, de los pueblos españoles. Hay también atraso, miseria,
dolor, ignorancia, merecedores de queja y de condena. Los personajes que
encarnan para Azorín la Castilla en decadencia son el hidalgo, que encubre su
pobreza con el honor, el pícaro, el galeote y el mendigo. El labriego, el
hombre sentado en su balcón, el estudiante de la universidad de Salamanca…
todos los personajes que aparecen en Castilla,
simbolizan el “escepticismo desolado” de los miembros de su generación.
El
tema de España se enfoca, de esta manera, con tintes subjetivos. Azorín
proyecta sobre sus personajes (sobre la realidad española) los anhelos y las
angustias existenciales propias de su generación.
Otro
de los temas es el de los clásicos en
Azorín. Es uno de los temas que aparecen en Castilla y en otras obras, el de la literatura inspirada en
lecturas pasadas por un filtro sentimental e ideológico, que le dan la
historia, los hechos y el argumento. Algunas son lecturas que tienen un valor o
significado especial para Azorín: la Celestina, el Lazarillo, etc.
Azorín
es el miembro de la generación del 98 que más ha potenciado a los clásicos. Su
intención es traer ante el público el valor de los clásicos olvidados. El autor
opta por indagar en el espíritu español a través de la literatura, pero al
mismo tiempo nunca deja de insistir en lo que para él es quizás el problema
histórico de más trascendencia: la decadencia de Castilla, encarnada en el
hidalgo, que encubre su pobreza con honor, en el pícaro, en el mendigo…
La
obra preferida por Azorín en la literatura medieval es El libro de buen amor por su descripción fiel de la vida del siglo
XIV y por ser el protagonista un enamorado de la vida y de la acción, como él
mismo.
Igualmente,
Azorín siente admiración por la vida y obra de Cervantes y, más
específicamente, por el Quijote. A cada paso nos encontramos con artículos
sobre el inmortal libro, Azorín insiste en que la filosofía de don Quijote es
la del pueblo.
Azorín
no crea, recrea. Elabora directamente desde sus lecturas y desde sus recuerdos.
En La catedral cita unos versos de
Rubén Darío, en Lo fatal comenta un
soneto de Góngora… Otras veces utiliza el argumento de una obra clásica. Así,
en Las nubes aparecen Calixto y
Melibea, que son personajes de la Celestina, en Lo fatal el hidalgo es el que aparece en el Lazarillo de Tormes; La
fragancia del vaso continúa el relato de La ilustre fregona de Cervantes, y Cerrera, cerrera se basa en un capítulo del Quijote.
En
cuanto al estilo
de Azorín en Castilla podemos señalar
varios puntos:
a)
La técnica
impresionista. El objetivo del autor es percibir lo esencial de la vida a
través del detalle, de aquello que por ser habitual puede pasar inadvertido.
Sin embargo, no lo hace con afán de reunir la mayor cantidad de datos sino que
escogerá unos pocos y nos hará ver su profunda significación: “Queremos que un solo detalle dé la
sensación de las cosas”.
b) Intertextualidad. En su obra
encontramos una gran cantidad de referencias literarias y de citas de otros
textos: escritores costumbristas, guías y libros de viajes, autores y obras
medievales (Arcipreste de Hita, Mío Cid), del siglo XVI (Garcilaso, Fray Luis),
barrocos (Lope, Góngora) o del siglo XIX (Larra, Mesonero), entre otros.
c) Sintaxis simple. Predominan las
oraciones yuxtapuestas y coordinadas y se evita la subordinación. Las frases
son breves, dando lugar a un estilo sencillo, claro y preciso.
d) Arcaísmos y palabras tradicionales y
terruñeras. Son una forma de recuperar el tiempo, de reconstruirlo,
trayendo de nuevo a la memoria las antiguas denominaciones: yanta (comida),
sobrado (desván), enfoscarse (oscurecer), etc.
e) Topónimos (nombres de lugares) y antropónimos (nombres de personas)
con capacidad de evocar un ambiente o una época con su simple mención: Calisto,
Melibea o Cervantes.
f) Estilo nominal. Con frecuencia el texto
se articula a través de yuxtaposición de sintagmas nominales: “Venían aquí a aposentarse caballeros,
clérigos, soldados, estudiantes”.
g) Aposiciones explicativas: “En la noche, junto al mar, es también
visión profunda la de los faros: faros que se levantan en la costa, faros
construidos sobre un acantilado, faros que surgen…”
h) Asíndeton (supresión de nexos), que
refuerza la fluidez: “Anuncios de coñacs,
de jabones, de velas de cera, de quincallería, de vinos”.
i)
Adjetivación.
Encontramos enumeraciones bimembres y trimembres que aportan diversos matices
descriptivos (colores, texturas, formas, luces…) relacionados con la técnica
impresionista.
j) Uso
de los verbos en primera persona del
plural, implicando al lector en la mirada del autor y en imperativo,
invitando al lector a entrar en la realidad presentada.
k) Presente histórico. Aparecen en muchas
ocasiones verbos en presente que se refieren a acciones pasadas. Con esto
Azorín intenta dotar al texto de inmediatez, concediéndole un carácter casi
intemporal.
l)
Mecanismos
de cohesión léxica, que permiten dotar al conjunto de un sutil juego de
interrelaciones:
-
Repeticiones anafóricas: “las nubes nos dan una sensación de inestabilidad y eternidad. Las
nubes son…”
-
Hiponimia: “Al
pie de los cipreses se abren las rosas; un denso aroma de jazmines y magnolias embalsaman
el aire”.
-
Sinónimos conceptuales y contextuales: “Destruyeron el caserío, arrasaron la
muralla, demolieron el templo”.
-
Sustitutos léxicos pronominales: “las nubes son siempre varias y siempre las mismas. Sentimos mirándolas
cómo nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas
permanecen eternas”.
m) Símbolos. Azorín utiliza elementos del
paisaje para evocar el tema del tiempo:
-
Las nubes, el cielo, el horizonte.
-
Los olores y los sonidos, que le traen recuerdos.
-
El agua. El río representa el paso del tiempo; el mar,
la eternidad.
-
Las flores nacen y mueren y simbolizan lo pasajero de
la belleza.
-
Los chopos, que reviven el espíritu guerrero.
-
Pero, sobre todo, el paso del tiempo y su imparable
avance viene marcado por el sonido de las campanas.
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