jueves, 12 de marzo de 2015

“Castilla” de Azorín




            José Martínez Ruiz, Azorín (1873-1967), nació en Monóvar (Alicante). Realizó sus primeros estudios en Yecla y Valencia, aunque pronto se trasladó a Madrid, donde comenzó a publicar en prensa, una actividad que nunca abandonaría. Aunque estudió Derecho en las universidades de Valencia, Granada y Salamanca, no ejerció esa carrera.
            Participó en política y llegó a ser diputado y subsecretario de Instrucción Pública. Sin embargo su trayectoria fue oscilante, ya que del radicalismo revolucionario de su juventud evolucionó pronto hacia posturas netamente conservadoras.
            A partir de 1902 se convierte progresivamente en un escritor maduro. En esta época crea al personaje Antonio Azorín, que irá adquiriendo tintes biográficos, hasta que su apellido se convierta en el seudónimo definitivo del escritor.
            Azorín cultivó varios géneros: crítica literaria, novela, ensayo, teatro,…, y todos ellos concebidos de una manera peculiar.
            Todas sus novelas tienen el mismo soporte argumental. Son una serie de notas vivaces e inconexas con predominio absoluto de la descripción sobre la acción. Al género narrativo pertenecen por ejemplo La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) o Las confesiones de un pequeño filósofo (1904).
            Escribió también pequeñas narraciones, algunas de las cuales forman parte de volúmenes de cuentos, como Bohemia (1897), Blanco en azul (1929) o Cavilar o contar (1942). Otras se incorporan en forma de capítulo a sus libros de ensayo como Castilla o Los pueblos. Su labor como crítico también queda recogida en obras como Clásicos y modernos o Al margen de los clásicos.
            En cambio, su obra dramática no alcanzó el éxito esperado. La mayoría de sus obras no llegaron a representarse. Azorín intentó introducir elementos fuera de lo común, muy cercanos al surrealismo. Algunos títulos que podemos destacar son Brandy, mucho brandy, Old Spain y Lo invisible.
            En 1924 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua Española.
            Vivió algunas temporadas en Francia (entre otras, durante la guerra civil) y murió en Madrid.

            La obra de la que nos ocupamos, Castilla, fue publicada en 1912 en Madrid, en la imprenta de la Revista de Archivos. Se la considera un breve ensayo-cuento periodístico en el que se medita sobre el paisaje en busca de la expresión del espíritu nacional.
            Al año siguiente de su publicación, Azorín recibió un homenaje en Aranjuez. Tras la calurosa acogida de la crítica, el libro se editó varias veces en América y España. Se tradujo al francés, se publicó como homenaje en el Instituto de la Cultura Hispánica, y sus capítulos serán los más recogidos en las antologías que se realicen del autor.
            En cuanto a la estructura, Castilla está formada por catorce artículos breves que muestran, en una primera impresión, una notable variedad temática. Sin embargo, ya en el prólogo, Azorín afirma que la intención de la obra es “aprisionar una partícula del espíritu de Castilla”, por lo que la obra tiene así cierta coherencia y unidad.
            Estos catorce trabajos se pueden dividir además en cuatro grupos:
a)      Artículos I-IV (Los ferrocarriles; El primer ferrocarril castellano; Ventas, posadas y fondos; Los toros). Son ensayos costumbristas-historicos basados en la estructura de los libros de viajes, aunque sin viajero protagonista. El tema principal es la dialéctica entre España y Europa, en relación con el progreso. Los viajeros españoles ven el ferrocarril europeo; los extranjeros vienen a construir el español; los españoles no se deciden a hacer los ferrocarriles con el ancho de la vía de los europeos; la rudeza de los españoles menosprecia el refinamiento de comodidad doméstica, que los ingleses llaman confort; en los toros se marca aún más el indigenismo español,…
b)      Artículos V-VII (Una ciudad y un balcón; La catedral; El mar). El tema principal que los une es la meditación sobre el tiempo y la contemplación del paisaje. Los tres manifiestan un claro aire poético. En los tres encontramos una única sensación que domina a todas las demás y que se manifiesta por una frase-estribillo:
-         En Una ciudad y un balcón es el lema garcilasiano “No me podrán quitar el dolorido sentir”, que abre y cierra el texto.
-         En La catedral es una serie de adjetivos que se repiten: fina, frágil, sensitiva.
-         En El mar es una frase: “No se puede ver el mar”
Esta única sensación de cada texto se ve desde un personaje anónimo que viene a ser el “yo” del poeta y que se sitúa en un lugar alto desde donde se vigila el espacio y el tiempo.
c)      Artículos VIII-XI (Las nubes; Lo fatal; La fragancia del vaso; Cerrera, cerrera). Son recreaciones de obras literarias clásicas, en las que Azorín cambia el final y estudia el tema personal de los protagonistas. En Las nubes continúa La Celestina, cambiando radicalmente su desenlace. Lo fatal continúa el Lazarillo con un final posible, pero poco probable. La fragancia del vaso continúa La ilustre fregona, con un final posible y bastante probable. Cerrera, cerrera continúa La tía fingida.
d)      Artículos XII-XIV (Una flauta en la noche; Una lucecita roja; La casa cerrada). Son cuentos melancólicos de personajes inventados, pero de ambiente castellano, en los que destaca la huella del paso del tiempo en el hombre. La técnica empleada en los dos primeros es la misma que en Una ciudad y un balcón: el estudio sucesivo de un individuo o una familia en distintas fechas. En La casa cerrada el paso del tiempo se ve desde el presente ya que son recuerdos de un ciego al volver a la casa donde vivió sus mejores días.

Temas

            Los principales temas que podemos desarrollar en Castilla son cinco: el tiempo, la presencia de la muerte, los primores de lo vulgar, España y su paisaje y los clásicos.
            El tiempo es el verdadero protagonista, no solo de esta obra, sino de todas las novelas, ensayos y obras de teatro de Azorín, así como de los demás miembros de su generación: aparece en la poesía de Machado, en la angustia de Unamuno, en Baroja,… pero en ninguno con el carácter obsesivo ni con la variedad de matices que veremos en Azorín.
            El autor tiene una conciencia dolorosa del tiempo, quizás por su aguda sensibilidad para percibir el tránsito de las cosas hacia la nada, su irremediable fugacidad. Toda su obra se halla impregnada de nostalgia, el recuerdo melancólico de lo que desapareció para siempre, hombres, ciudades, hechos: “Del pasado dichoso solo podemos conservar el recuerdo; es decir, la fragancia del vaso”.
            En sus obras lucha contra el tiempo, intenta plasmar con todo detalle las pequeñas realidades para aprehenderlas en una eternidad estática. Azorín triunfa así sobre la fugacidad del tiempo, perpetúa lo momentáneo. Como afirma Ortega y Gasset, Azorín anula el movimiento en el que se desgasta la vida; así para salvar el mundo que camina hacia la destrucción, lo “petrifica estéticamente”:
            “El arte de Azorín consiste en suspender el movimiento de las cosas haciendo que la postura en que las sorprende se perpetúe indefinidamente como un perenne eco sentimental. De ese modo, lo pasado no pasa totalmente. De ese modo se desvirtúa el poder corruptor del tiempo. Se trata, pues, de un artificio análogo al de la pintura”.
            Junto a la idea de la inevitable caducidad de lo terreno, hallamos, expresada con la misma insistencia, la de su absoluta inmutabilidad. Desaparecen los hombres, pero permanece lo humano. Lo individual es perecedero, pero hay también una realidad universal que al ser eterna enlaza el pasado con el presente y el presente con el futuro. Pues bien, lo que hace Azorín es buscar esa realidad inalterable, no en lo grandioso, sino en los menudos hechos de la vida cotidiana, que, al repetirse incesantemente, aseguran la continuidad de lo humano.
            Esta idea enlaza con el carácter reiterativo de las vivencias humanas y con las teorías del “eterno retorno” de Nietzsche. La vida es un ciclo que se repite indefinidamente, y esa vuelta lleva implícita la variación. Al sentir la vuelta de las cosas a través del tiempo, siempre hay algo que cambia y algo que permanece. En Castilla, para formular este pensamiento, utiliza las nubes como símbolo: “Vivir es “ver volver”. Es ver volver todo un retorno, perdurable, eterno; ver volver todo –angustias, alegrías, esperanzas- como esas nubes fugaces e inmutables”.
            Lo que más atormenta a Azorin y lo que le une a otros miembros de su generación es la obsesiva conciencia de la falta de finalidad. Así, el Calixto de Las nubes llega a la conclusión de que “nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada”.
            La asociación de ruinas con el tiempo, la muerte y el desengaño es idéntica a la de los escritores barrocos, pero en Azorín hay un elemento novedoso: junto a las ruinas aparecen árboles, imagen de la esperanza. Los chopos simbolizan el flujo interminable, inagotable de la vida. Junto a la muerte encarnada en las piedras del palacio, los chopos emanan vida; podrán morir, pero surgirán otros, que escaparán a la muerte y al tiempo.

            En cuanto a la presencia de la muerte, otro de los temas que obsesiona a Azorín, muy en relación con el paso del tiempo, es el de la muerte. La reiteración de este tema es una muestra de simbolismo decadentista. No obedece a un decadentismo moral, sino existencial; es decir, el hombre frente a lo imponderable, su lucha agónica y la aceptación de su trágico destino.
            Aunque la muerte tiene un alcance universal, aparece ligada más estrechamente a nuestros viejos pueblos. La vida en ellos es más lenta, y paradójicamente, se percibe con mayor intensidad el tránsito hacia la aniquilación.

            Por otra parte encontramos los primores de lo vulgar. Como hemos dicho, Azorín busca la permanencia en los pequeños hechos de la vida cotidiana. Prescinde de los grandes hechos para posar sus ojos en los pequeños detalles. Y es a esta predilección por el arte miniaturista a lo que llama Ortega y Gasset “primores de lo vulgar”.
            Para expresar la realidad vulgar de los pueblos, de sus tipos, de sus costumbres, Azorín realiza dos procesos:
-         Analiza en todos sus detalles lo real.
-         Recompone idealmente esas notas, de modo que brota otra realidad correlativa a la primera, aunque más sólida y consistente, perdurable.
            Con Azorín los objetos toman protagonismo; parecen animados de una vida propia, poseen un enorme poder para sugerir estados de ánimo; son capaces de producir emociones diferentes y de suscitar todo tipo de sentimientos.
            Sin embargo, las cosas que Azorín describe no pertenecen a una realidad concreta, ni son captadas por los sentidos; esos pueblos, ciudades, paisajes de España son imágenes encontradas en otros textos escritos. De ahí que Azorín pasa de pintar “cosas” a pintar “su idea” de las cosas.

            España y su paisaje es un eje esencial en los autores de la Generación del 98 y en Castilla porque a través del paisaje se pretende recoger el espíritu de Castilla y la sensación de poder del tiempo. Hay que tener en cuenta que Castilla llevó a cabo la unificación de España y se puso a la cabeza de la monarquía española. Así, cuando Azorín y los demás miembros de la generación hablan de Castilla se refieren, por metonimia, a España, a esa España castiza que hay que recuperar.
            En la visión de España que tenían estos escritores podemos observar dos épocas:
            - En la primera etapa estos escritores se sienten unidos por una inquietud común: reconstruir España. Para ello examinan el estado de la patria, indagan las causas de su decadencia, proponen remedios para sus males. En esta primera época se produce un violento ataque a la tradición.
            - La segunda etapa surge del fracaso de los propósitos reformistas. Los escritores no han sido capaces de cambiar el país y deciden centrarse estrictamente en lo literario, en la contemplación. Esta contemplación se realiza a través de su historia, su literatura y su paisaje. Hay que comprender y valorar el pasado nacional y así profundizar en la tradición cultural española.
            A esta segunda etapa pertenece Castilla. Azorín mira a España desde su obsesión por el tiempo, por la fugacidad de la vida, con el deseo de fijar en el recuerdo las cosas que pasaron. Revive el pasado, con sus viejos hidalgos, con sus catedrales y sus castillos, sus ciudades y sus pueblos, por cuyas calles transitan Fray Luis o Celestina o el Lazarillo… Realiza un incesante esfuerzo por encontrar la esencia de España en su historia, o mejor en su intrahistoria porque, aun sin emplear ese término, Azorín coincide con Unamuno en su interés por esos aspectos cotidianos, sencillos y profundos del pasado: “Los grandes hechos son una cosa y los menudos hechos son otra. Se historian los primeros, se desdeñan los segundos. Y los segundos forman la sutil trama de la vida cotidiana”.
            Azorín ha dedicado multitud de libros a analizar el alma de España y, dentro de esta, la tradición y el alma de Castilla, vistas a través de sus tipos humanos, de sus clásicos, de su historia… Frente a todos ellos adopta esa actitud lírica que ha hecho que Ortega lo definiese como un “sensitivo de la historia”. Así se sitúa también frente al paisaje mostrando la profunda belleza de la inmensa llanura castellana.
            Su técnica es la de un pintor impresionista, que capta la luz y el color y que encuentra relaciones entre la realidad física y la espiritual. Mira el paisaje con ojos entrecerrados, proyectando sobre lo que ve su sensibilidad melancólica. “El paisaje somos nosotros; el paisaje es nuestro espíritu, sus melancolías, sus placideces, sus anhelos”. En estas palabras se ve de una manera clara el subjetivismo de Azorín, la identificación de paisaje y alma que se refleja en sus obras.
            Dos son los paisajes entre los que se reparte fundamentalmente su atención:
-         La vida andaluza: frente a las yermas estepas castellanas Azorín descubre en Andalucía un paisaje suave, claro y plácido, pero ensombrecido por la tragedia de sus gentes. Tiene bellas evocaciones del ambiente y la fragancia de ciudades andaluzas como Sevilla. Sin embargo, se hace eco repetidamente de la pobreza y la desolación que reina en sus pueblos y en sus campos. El labriego aparece triste, silencioso, resignado en su miseria. La vida se presenta monótona, gris, opaca.
-         El paisaje castellano: Castilla es España, a ella van unidas sus reflexiones críticas en torno al ser de España y su meditación sobre el tiempo. Son esos paisajes castellanos, las viejas ciudades y pueblos castellanos, con sus callejas estrechas, sus caserones vetustos y sus ancianas vestidas de negro, los que parecen invitar a Azorín a meditar sobre el tiempo y la eternidad; a través de ellos intenta aprehender las raíces últimas de la raza, las tradiciones milenarias, las huellas del pasado.
            Pero, frente a Castilla, frente al paisaje y los pueblos castellanos, encontramos la angustia y el sentido crítico. No todo es belleza, bondad en la vida tradicional del campo, de los pueblos españoles. Hay también atraso, miseria, dolor, ignorancia, merecedores de queja y de condena. Los personajes que encarnan para Azorín la Castilla en decadencia son el hidalgo, que encubre su pobreza con el honor, el pícaro, el galeote y el mendigo. El labriego, el hombre sentado en su balcón, el estudiante de la universidad de Salamanca… todos los personajes que aparecen en Castilla, simbolizan el “escepticismo desolado” de los miembros de su generación.
            El tema de España se enfoca, de esta manera, con tintes subjetivos. Azorín proyecta sobre sus personajes (sobre la realidad española) los anhelos y las angustias existenciales propias de su generación.

            Otro de los temas es el de los clásicos en Azorín. Es uno de los temas que aparecen en Castilla y en otras obras, el de la literatura inspirada en lecturas pasadas por un filtro sentimental e ideológico, que le dan la historia, los hechos y el argumento. Algunas son lecturas que tienen un valor o significado especial para Azorín: la Celestina, el Lazarillo, etc.
            Azorín es el miembro de la generación del 98 que más ha potenciado a los clásicos. Su intención es traer ante el público el valor de los clásicos olvidados. El autor opta por indagar en el espíritu español a través de la literatura, pero al mismo tiempo nunca deja de insistir en lo que para él es quizás el problema histórico de más trascendencia: la decadencia de Castilla, encarnada en el hidalgo, que encubre su pobreza con honor, en el pícaro, en el mendigo…
            La obra preferida por Azorín en la literatura medieval es El libro de buen amor por su descripción fiel de la vida del siglo XIV y por ser el protagonista un enamorado de la vida y de la acción, como él mismo.
            Igualmente, Azorín siente admiración por la vida y obra de Cervantes y, más específicamente, por el Quijote. A cada paso nos encontramos con artículos sobre el inmortal libro, Azorín insiste en que la filosofía de don Quijote es la del pueblo.
            Azorín no crea, recrea. Elabora directamente desde sus lecturas y desde sus recuerdos. En La catedral cita unos versos de Rubén Darío, en Lo fatal comenta un soneto de Góngora… Otras veces utiliza el argumento de una obra clásica. Así, en Las nubes aparecen Calixto y Melibea, que son personajes de la Celestina, en Lo fatal el hidalgo es el que aparece en el Lazarillo de Tormes; La fragancia del vaso continúa el relato de La ilustre fregona de Cervantes, y Cerrera, cerrera se basa en un capítulo del Quijote.

            En cuanto al estilo de Azorín en Castilla podemos señalar varios puntos:
a)      La técnica impresionista. El objetivo del autor es percibir lo esencial de la vida a través del detalle, de aquello que por ser habitual puede pasar inadvertido. Sin embargo, no lo hace con afán de reunir la mayor cantidad de datos sino que escogerá unos pocos y nos hará ver su profunda significación: “Queremos que un solo detalle dé la sensación de las cosas”.
b)      Intertextualidad. En su obra encontramos una gran cantidad de referencias literarias y de citas de otros textos: escritores costumbristas, guías y libros de viajes, autores y obras medievales (Arcipreste de Hita, Mío Cid), del siglo XVI (Garcilaso, Fray Luis), barrocos (Lope, Góngora) o del siglo XIX (Larra, Mesonero), entre otros.
c)      Sintaxis simple. Predominan las oraciones yuxtapuestas y coordinadas y se evita la subordinación. Las frases son breves, dando lugar a un estilo sencillo, claro y preciso.
d)      Arcaísmos y palabras tradicionales y terruñeras. Son una forma de recuperar el tiempo, de reconstruirlo, trayendo de nuevo a la memoria las antiguas denominaciones: yanta (comida), sobrado (desván), enfoscarse (oscurecer), etc.
e)      Topónimos (nombres de lugares) y antropónimos (nombres de personas) con capacidad de evocar un ambiente o una época con su simple mención: Calisto, Melibea o Cervantes.
f)       Estilo nominal. Con frecuencia el texto se articula a través de yuxtaposición de sintagmas nominales: “Venían aquí a aposentarse caballeros, clérigos, soldados, estudiantes”.
g)      Aposiciones explicativas: “En la noche, junto al mar, es también visión profunda la de los faros: faros que se levantan en la costa, faros construidos sobre un acantilado, faros que surgen…”
h)      Asíndeton (supresión de nexos), que refuerza la fluidez: “Anuncios de coñacs, de jabones, de velas de cera, de quincallería, de vinos”.
i)        Adjetivación. Encontramos enumeraciones bimembres y trimembres que aportan diversos matices descriptivos (colores, texturas, formas, luces…) relacionados con la técnica impresionista.
j)       Uso de los verbos en primera persona del plural, implicando al lector en la mirada del autor y en imperativo, invitando al lector a entrar en la realidad presentada.
k)      Presente histórico. Aparecen en muchas ocasiones verbos en presente que se refieren a acciones pasadas. Con esto Azorín intenta dotar al texto de inmediatez, concediéndole un carácter casi intemporal.
l)        Mecanismos de cohesión léxica, que permiten dotar al conjunto de un sutil juego de interrelaciones:
-         Repeticiones anafóricas: “las nubes nos dan una sensación de inestabilidad y eternidad. Las nubes son…”
-         Hiponimia: “Al pie de los cipreses se abren las rosas; un denso aroma de jazmines y magnolias embalsaman el aire”.
-         Sinónimos conceptuales y contextuales: “Destruyeron el caserío, arrasaron la muralla, demolieron el templo”.
-         Sustitutos léxicos pronominales: “las nubes son siempre varias y siempre las mismas. Sentimos mirándolas cómo nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas permanecen eternas”.
m)    Símbolos. Azorín utiliza elementos del paisaje para evocar el tema del tiempo:
-         Las nubes, el cielo, el horizonte.
-         Los olores y los sonidos, que le traen recuerdos.
-         El agua. El río representa el paso del tiempo; el mar, la eternidad.
-         Las flores nacen y mueren y simbolizan lo pasajero de la belleza.
-         Los chopos, que reviven el espíritu guerrero.
-         Pero, sobre todo, el paso del tiempo y su imparable avance viene marcado por el sonido de las campanas.

            

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