Al
hablar de la relación entre Miguel Hernández y la naturaleza, la crítica
coincide en afirmar que entre el poeta y la naturaleza se produce una fusión:
primero como un ser cósmico, telúrico y posteriormente, a partir de Viento del pueblo, como un ser social.
Ferris
afirma que “la naturaleza es la escuela
de Miguel Hernández”. Los primeros años del poeta están ligados a ella.
Nace en una vivienda rústica, hoy desaparecida, en el marco de una población
rural, perteneciente a la Vega Baja y rica en cultivos. El espacio limitado y
el aumento de la familia obligan al traslado a la casa en la que hoy se ubica
la Casa Museo. En ella encontramos un patio con un pozo, establos para los
animales (su padre era tratante de ganado), que el poeta sacaba a pastar, y
desde esa vivienda observaba el poeta la Sierra de la Muela. Estos son los
primeros contactos con una naturaleza a la que se ve vinculada su infancia. Es
una naturaleza viva, que le va a proporcionar el conocimiento de la vida: el
paso del tiempo, el cambio de las estaciones, los nombres de animales y
plantas, el nacimiento y la muerte de los seres vivos.
En
estos primeros años asiste al colegio de Nuestra Señora de Monserrate y
posteriormente a las Escuelas del Ave María, a la que asistían los niños pobres
y dependientes del Colegio de Santo Domingo de los jesuitas. Deja de asistir al
colegio y empieza a leer a los clásicos (Virgilio, Horacio, Garcilaso,
Góngora,…) en la llamada “Cueva Forat”.
A
los quince años comienza a escribir sus primeros versos. Estamos ante una
poesía sensorial y cotidiana, pues el poeta convierte en materia poética la
realidad circundante, local y sin universalidad. Son poemas-ensayos escritos
con mucho entusiasmo y fruto de sus grandes dotes de observación; poemas
inmaduros dada la formación autodidacta del poeta. Ahora sus lecturas están
guiadas por el canónigo Almarcha y su amigo Carlos Fenol, y accede a ellas a
través de la biblioteca de Orihuela. Zorrilla, Campoamor, Bécquer, Espronceda y
Rubén Darío son ahora sus modelos a imitar. Miguel Hernández reconoce que sus
versos adolescentes están creados con muchas lecturas que imita e incluso
copia. El Poema oriental es una
imitación de la Sonatina de Rubén
Darío: el mismo número de estrofas, la temática, el vocabulario y el escapismo
modernista. Federico Balart le aporta el uso del dodecasílabo y los paisajes
locales y Salvador Rueda, los paisajes coloristas: el azul del cielo oriolano,
el verde de la vegetación y, sobre todo, el amarillo, asociado al símbolo del
limón, que será fundamental en sus primeros versos para expresar la amargura y
que serena su estridencia en Perito en
lunas y en El rayo que no cesa.
Así
en los versos de Miguel Hernández van apareciendo el huerto, descrito de forma minuciosa y casi realista; la palmera, que irá desde la referencia al
paisaje levantino a las connotaciones eróticas de Perito en lunas; la higuera,
que es un símbolo fálico; el limonero,
del que afirma que le influyó más que ningún poeta; la luna, símbolo de la fecundidad; la flora, nardos, azucenas, claveles, rosas; la fauna, oveja, toro, ruiseñor, gallo, expresión de la pasión
amorosa; el agua, el río Segura y el
Mediterráneo, que en palabras de Leopoldo de Luis, refleja su levantismo; la lluvia, vinculada a la sangre,
acompañada a veces de truenos (como
en la Elegía primera a Federico
García Lorca), de rayos, símbolo de
amor trágico en El rayo que no cesa y
en tormentas, como en la Elegía a Ramón Sijé; el viento que anticipa los valores de paz
y libertad de Viento del pueblo; el sol, motor de la vida; los bueyes, que nos hablarán de la labor de
arar la tierra y, en su etapa comprometida, de un pueblo manso; la siega y las espigas, que son una reivindicación del trabajo campesino, y la tierra, elemento básico que nos habla
del inicio del hombre, nacido del barro (“Me
llamo barro aunque Miguel me llame”). La tierra es madre, es fecundidad y
seno de muerte, es un motivo primigenio que cruza su obra. Desde el primer
poema que publica (Pastoril) hasta
los poemas finales, Miguel Hernández se acerca a la naturaleza para convertirla
en materia poética.
La
naturaleza está también presente en su teatro y en su prosa, en sus dramas El labrador de más aire e Hijos de la piedra y en un artículo
publicado en La verdad y que lleva
por título Momento campesino.
El
motivo de la naturaleza se acompaña de un léxico
con algunos regionalismos (no fonéticos), la polisemia, los cultismos que
aprende de los clásicos, y los neologismos. Miguel Hernández se caracteriza por
un rebuscamiento léxico que conduce al hermetismo poético. Consciente de su
rusticidad (y así se lo reconoce a Juan Ramón Jiménez), sabe que la única
manera de escribir poesía es con este rebuscamiento. Estilísticamente utiliza
imágenes muy variadas y visuales, preferentemente metáforas, que nacen de forma
innata del poeta y serán cada vez más elaboradas. Son prácticamente el único
recurso que utiliza para crear su propio mundo, basado en lo material y lo
humilde. Y todo ello, en versos que van desde el bisílabo hasta el alejandrino
y en estrofas variadas como el romance, la redondilla, la octava o el soneto. Y
aunque la crítica afirma que hay un desgarrón entre el paisaje y el hombre en Perito en lunas, los elementos naturales
no abandonan los versos del poeta.
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