(Artículo publicado en la Revista Azaraque, nº 4, junio de 2014, págs 30 y 31)
“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría
todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos
son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va
al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las
florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente “¿Platero?”, y
viene a mí con un trotecillo alegre que
parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…”
Así
comienza el libro de Juan Ramón Jiménez Platero
y yo, de cuya publicación se cumplen ahora cien años. Aunque para celebrar
este centenario hay que hacer una salvedad. En 1914 se publicó la que se conoce
como la “edición menor”, porque en ella se recogen solo 64 capítulos de los 136
que tenía escritos el autor. La selección fue hecha por los editores de la
época. En 1917 la editorial Calleja publicó la obra completa, compuesta por
esos 136 capítulos y dos más que había escrito Juan Ramón Jiménez en 1915 y
1916.
Una
curiosidad sobre el libro es que el autor utilizó en su composición la
ortografía normativa, a diferencia de lo que haría en obras posteriores.
En
apariencia, Platero y yo es un libro
sencillo, que cuenta la vida y la muerte de un burro. Pero el autor en un
prólogo a la edición explicaba “Yo nunca
he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los
libros que lee el hombre”, así que decidió “Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma”.
El
burro Platero es una síntesis de todos los burros plateros que conoció Juan
Ramón Jiménez en su infancia. Sus recuerdos le dieron el personaje y el libro
completo. Ese animal le sirvió para expresar líricamente sus emociones,
traspasar la naturaleza y denunciar algunos defectos sociales. La mayor representación
de la realidad social negativa son los niños pobres que aparecen en la obra, y
la falta de afecto a la hora de educar a los niños se expresa a través de los
castigos escolares, con esas “dos horas
de rodillas en el patio”, el dar con esa “larga caña seca en las manos” o dar tirones de orejas.
El
libro y su temática quedan resumidas en el subtítulo de la obra, Elegía andaluza, que el autor incluyó en esa
“advertencia a los hombres” de la edición de 1914 para niños. Juan Ramón
Jiménez dedicó Platero y yo a la
memoria de Aguedilla “la pobre loca de la
calle de Sol que me mandaba moras y claveles”.
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