La
formación de palabras de naturaleza pragmática surge por la utilización de un
código gramatical.
Una
pragmática lingüística como pragmática asociada a la gramática de una lengua
intenta poner de manifiesto en qué medida los elementos del código gramático se
ven condicionados por cuestiones de naturaleza pragmática. Cuando se describe
el código de funcionamiento de una lengua, su semántica se hace abstracción. Se
formulan reglas no consideradas por el componente pragmático con el recurso de
considerar al hablante y al oyente como ideales que suponen la vía por medio de
la cual se hace abstracción. Es como si no existiera. La tarea o función que la
pragmática desempeña en relación con el código gramatical de una lengua, en el
caso de que no adoptemos esa perspectiva, es la de mediatizar el comportamiento
del mismo código en cuestión. Los códigos gramáticos son en realidad
componentes pragmáticos no exentos o componentes gobernados desde
consideraciones de tipo pragmático. Esa es una constante general del
funcionamiento de cualquier código que afecta al funcionamiento de las llamadas
reglas de formación de palabras.
Todos
los modelos coinciden en que los mecanismos de formación de palabras son un
medio sistemático para aumentar de forma económica el conjunto de elementos
léxicos o disposición de un hablante. Económico en términos psicolingüísticos.
Un hablante conoce esta forma, un número determinado de formas léxicas, de manera
más económica de lo que sería conocerla de manera individual o atomizada; es
fácilmente entendible que sería mayor el coste de retener en la memoria un
número (aproximadamente dos mil) de formas léxicas no relacionadas entre sí,
sin plantear relaciones entre ellas, que se supone que es el léxico que tenemos
en nuestra memoria, frente a unas pocas reglas gramáticas.
La
existencia de estas reglas permite suponer que se hace más sencillo el trabajo
si se tiene en cuenta que se conocen una a una las piezas léxicas. Conocer un
número determinado de piezas léxicas supone entender unas piezas que se conocen
individualmente frente a otras que se conocen por medio de determinadas reglas.
Esta
manera de plantear los hechos parece lógica. Es el conocimiento, por ejemplo, de
que la fórmula “sustantivo+ero” es igual a “oficio”, a persona relacionada con
lo denotado por el sustantivo “panadero”, “fontanero”, etc.
Los
distintos modelos gramáticos se plantean como un modelo que permite aumentar
con poco coste el caudal de elementos léxicos que tiene a su disposición. Todo
se ha formalizado con mayor o menor grado: las reglas de formas prefijadas, sufijadas
y formas compuestas; es decir, se han diseñado reglas que pretenden dar cuenta
de cómo, combinando palabras, se forman palabras compuestas (“cochecama”).
Frente
a estos hay otros elementos: los infijos (sufijos y prefijos), que no existen
en cuanto a que no existen solos, sin una palabra (“pre-ver” o “zapat-ero”).
Se
han diseñado reglas más o menos afortunadas de factura bastante diferente según
el modelo de que se trate:
El que fabrica X/SN à
(X – ERO/N)
Todos
estos modelos coinciden en que hay determinadas palabras que poseen estructuras
diferentes y en virtud de las cuales es posible tener en cuenta estas estructuras
complejas.
Todas
ellas carecen del punto de vista de un interés pragmático que contribuye a
aclarar el funcionamiento y el interés de este tipo de mecanismos.
Las
cuestiones a las que hacemos referencia no constituyen una objeción. Conocer
para qué sirven estos mecanismos de formación de palabras no es posible sino a
través de lo gramatical.
De
los trabajos a los que nos referimos parece desprenderse una conclusión no
exactamente acertada. Los hablantes de una lengua, cuando existe una regla de
formación de palabras determinada, tenemos dos opciones: actualizarla y
producir una forma derivada, en el sentido más general del término
(“zapat-ero”); o bien producir una forma analítica que transmite los mismos
contenidos, pero no de forma derivada (“persona que vende zapatos”). Esta
conclusión es más evidente en los modelos generativos en los que se aplican
muchos elementos.
Nuestro
comportamiento parece suponerse con la intención de producir una forma derivada
o no.
Se
tiene en cuenta que entre esta opción analítica o sintética hay una igualación
fundamental que explica determinados funcionamientos de la acción de palabras.
Las formas derivadas son palabras que tienen igual función específica que
cualquier palabra no derivada, una función designativa que denota una entidad
que puede ser identificada de manera descriptiva; esta es la distinción que hay
entre que
1)
alguien fabrique zapatos y
2)
alguien que sea zapatero.
En
una describimos la entidad y en la segunda designamos esa entidad de la
realidad.
La
distinción se basa en que las formas derivadas producen palabras mediante las
cuales denotamos entidades de la realidad y esta dimensión funcional básica
determina elementalmente el propio funcionamiento de las reglas de formación de
palabras, en aspectos tan distintos como el tipo de relación posible entre los
elementos que intervienen en una regla de formación de palabras, las
situaciones en que pueden ser usadas. Cualquier regla de formación de palabras
debe estar sometida, restricción que no se indica. Es una relación de
constancia que excluye el carácter momentáneo y además a una relación de
pertinencia entre los elementos relacionados. Por ejemplo, “zapatero”,
“carnicero”, “panadero”, etc. obedece a una regla que en el aspecto morfológico
señala que los sustantivos de sustancias se forman sobre una base y que
significan “fabricar”, “vender”, etc.
Es
necesario que se haga de manera habitual. Esta es una restricción que supone
que no se incluye en las restricciones no gramáticas, sino pragmáticas. Solo lo
que va a durar se designa de manera duradera. Solo en la medida en que tenemos
en consideración un elemento designativo supone que se designa aquello que se
está quieto para tener persistencia.
Las
reglas de formación de palabras deben incluir normas de restricción
pragmáticas.
Los
muy diferentes modelos gramaticales se han formalizado y han explicado la
estructura interna de las formas compuestas.
Reglas
de este tipo formuladas de esta manera no pueden alcanzar a explicar el porqué
de la producción o no de determinadas palabras, que presentan singularidades
que no son explicables a partir de estas reglas. Esas singularidades tienen
mucho que ver con las formas derivadas, palabras con función designativa:
Ejemplo: zapatero
(designa)/ el que vende zapatos (describe)
En
la línea de Berrendonner, la suplencia de entidades de la realidad, de objetos
de la realidad mediante signos lingüísticos, mediante palabras (mecanismos
designativos), es lógico que cubra mejor aquello que es especialmente relevante
en términos colectivos.
Este
principio general de la necesaria relevancia de lo suplido tiene una básica
aplicación. Una regla de formación de palabras es un mecanismo, una instrucción
que indica cómo determinadas formas morfológicas (formas que pertenecen a una
categoría gramatical) con un determinado contenido semántico (por ejemplo el de
objeto-localización) dan lugar a una condensación formal que es lo que llamamos
“derivar”.
A
esta parte no pragmática habrá que añadir otra general pragmática que indique
que tales aglomeraciones de dos formas en una sola se dan solo cuando la
relación existente entre esos dos elementos es una relación colectivamente
relevante desde el punto de vista de la identificación de los objetos
denotados.
Por
ejemplo es una forma sintagmática normal “piso central”. “Central” es una forma
adjetiva. Se compone de una indicación locativa y el sufijo “-al”. Su función
es designativa, no descriptiva.
Formas
como “central” son formas derivadas que tienen indicaciones de localización (en
este caso, “piso”).
Sin
embargo, en un enunciado anómalo como “pato central”, ese adjetivo no es
relevante para designar entidades que se mueven.
Tan
solo en la medida en que esa relación de localización/objeto está sometida a la
restricción de la relevancia colectiva, podremos explicar la normalidad o
anormalidad de un enunciado.
Formas
como “sumarizar” o “neutralizar” no tienen relevancia en ámbitos distintos a,
por ejemplo, la lingüística del texto. “Brabanear”, por ejemplo, es “utilizar
un instrumento agrícola para arar”.
Dependiendo
de las metalenguas de profesiones, la pertinencia variará. Es lógico que en
metalenguas diferentes existan formas diferentes formadas sin embargo con unas
mismas reglas.
En
otro sentido, la relevancia o la pertinencia de una relación puede tener un
alcance bastante más restringido, restringido exclusivamente al momento de la
comunicación.
Si
el contexto y la situación comunicativa lo garantizan bastará la categorización
de los hablantes (de una realidad o forma determinada).
Dependerá
de la importancia y fortuna de la situación comunicativa y de su difusión el
que lo que puede ser una relación comunicativa normal acabe siendo una relación
colectivamente relevante.
La
restricción de la necesaria relevancia de la relación que vincule los elementos
de la comunicación puede ser puesta en relación con la “máxima de claridad” de
Grice, que establece en términos generales que los interlocutores desean
entenderse.
Esa
voluntad de entendimiento comunicativo implica que ningún hablante utilizaría
formas derivadas, produciría formas designativas en el convencimiento de que su
interlocutor no compartiera la relevancia de la comunicación.
Mediante
una fórmula descriptiva podría entenderse.
La
opción entre una forma derivada a su versión analítica tiene que ver con la
“máxima de cantidad”.
Por
último la utilización de estos mecanismos de formación de palabras tiene que
ver con la “máxima de relevancia”, que aludía a la necesidad de ser pertinente
en los intercambios comunicativos en modos distintos. Tendría que considerarse
el funcionamiento de los mecanismos de tematización y rematización.
Habría
una base conocida (tema) y una parte que se aportaría a la comunicación (rema).
Normalmente
en la organización discursiva, la posición de tema la ocupan los elementos
primeros de la cadena discursiva y la posición de rema los elementos últimos.
Por
ejemplo, en una forma con sufijo:
Tema à
lexema, palabra base
Rema à
sufijo
En
“golpe de pelota” (descriptiva), “golpe” es el elemento que puede ser
tematizado y “de pelota” tiene la condición de rema.
En
“pelotazo”, “pelot” es lexema y “azo” tiene condición de rema.
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