Pablo vio un zapato de María Fulgencia. Lo vio, lo tomó y lo tuvo. No lo
había soltado el pico de un águila desde el cielo, como la sandalia de la
«Bella de las mejillas de rosa» del cuento egipcio, sino que lo cogieron sus
manos de la tierra. Tampoco era un zapato, sino un borceguí de tafilete. Y no
vio un borceguí, sino el par. Se había quedado solo en el estudio haciendo una
copia, y al salir asomose a la sala. La muñeca del sofá le llamó tendiéndole
sus bracitos; y en la alfombra del estrado estaban las botinas de la Monja. ¡Qué altas y
suaves! Muy juntas, un poco inclinadas por el gracioso risco del tacón.
Sumergió su índice en la punta; allí había un tibio velloncillo. La señora
necesitaba algodones para los dedos; y el suyo salió con un fino aroma de
estuche de joyero. Pies infantiles; y arriba, la bota se ampliaba para ceñir la
pierna de mujer. Se acercó el borceguí a los ojos, emocionándose de tenerlo
como si la señora, toda la señora, vestida y calzada, descansase en sus manos.
Y de repente se le cayó. La señora estaba a su lado, mirándole. Le había
sorprendido como la primera mañana de lección. Para disculparse le mostró en su
solapa una gota de tinta, y dijo que entró buscando agua y un paño...
-¿Tinta? ¡Y aquí también, en esa mano! Tráigame usted mismo
un limón. No es menester que baje al huerto. Hay cuatro o cinco muy hermosos en
los fruteros.
Fue Pablo al comedor y vino con un limón como un fragante ovillo de luz.
La fruta juntaba sus manos y sus respiraciones. Recibían y
transpiraban el mismo aroma, pulverizado en el aire húmedo y ácido de su risa.
Y entre los dos rasgaron los gajos sucosos. María Fulgencia los exprimió encima
de la mancha y de los dedos de Pablo. Pero tuvo que llevarle al tocador.
(Fragmento del
episodio V de El obispo leproso, novela de Gabriel Miró, 1925)
Nos
encontramos ante un fragmento literario, por lo que debemos recordar que cuando
hablamos desde un punto de vista pragmático tratamos de los diferentes
elementos y mecanismos que forman parte de la comunicación y, concretamente,
del macroacto de habla que supone cada uno de los establecimientos de dicha
comunicación.
Consideramos
la pragmática como la ciencia que se ocupa del establecimiento de un diálogo,
de lo que llamamos un macroacto de habla en tanto que implica y es
comunicación.
En
el caso de los textos literarios nos encontramos ante lo que se ha llamado
“pacto narrativo”, terminología usada por varios autores y que recoge por
ejemplo José María Pozuelo en su Teoría
del lenguaje literario.
Mediante
ese pacto, un emisor-autor real de un texto ficcional se sitúa fuera del
macroacto de habla presentado. El receptor-lector real de ese texto acepta esa
historia verosímil o no como si fuera real.
Desde
el punto de vista del comentario y del macroacto de habla que supone este
texto, nos interesa considerar los elementos que forman parte de la obra
literaria en su propio marco.
Recordemos
que el texto literario supone precisamente la existencia de un mundo propio, y
su conocimiento proviene del texto mismo, que es quien lo crea.
Estamos
ante una superestructura principalmente narrativa, aunque vemos que se combinan
tres géneros (narración, descripción y diálogo). La narración comienza in medias res. El comienzo y el final
truncados nos señalan que es tan solo un fragmento inserto en un texto
narrativo más amplio.
Tanto
el autor real como el narrador (que puede o no ser una proyección del anterior)
se sitúan en una posición de superioridad con respecto a los
receptores-lectores, aunque partamos de la idea de que el narrador no conoce el
desenlace de la historia que cuenta.
Debemos
recordar que la narración supone la existencia de una serie de acciones ya
pasadas, incluso cuando son narradas en presente.
En
el fragmento que nos ocupa asistimos a una escena entre dos personajes, Pablo y
María Fulgencia. Esta sorprende a Pablo curioseando entre sus cosas,
concretamente cuando toma un borceguí en sus manos. La excusa del personaje
masculino (haberse manchado de tinta) lleva a otra microestructura textual
basada en otro elemento: un limón que abren entre los dos.
Hay
una macroestructura textual, que es la relación entre Pablo y María Fulgencia,
compuesta por dos ejes temáticos que girarían alrededor de dos elementos
materiales, el borceguí y el limón.
El concepto de
microestructura puede considerarse desde un punto de vista semántico, pero
también como base estructural. En este sentido podríamos señalar una división
del fragmento en diversas partes. Desde el principio (Pablo vio un zapato de María Fulgencia) hasta la línea 15 asistimos
a la emoción del personaje masculino desde que ve ese zapato hasta que se
atreve a examinarlo. Se produce un cambio brusco en esta situación (de repente se le cayó), que supone un
enlace con la microestructura siguiente mediante la excusa dada por Pablo (dijo que entró
buscando agua y un paño...). La tercera
parte está marcada formalmente por el cambio desde la voz del narrador a la
inclusión del diálogo (-¿Tinta?), que
da lugar también al episodio del limón, donde se produce la alternancia entre
el diálogo y los fragmentos o párrafos narrativos.
De lo
anterior deducimos que aparecen tres voces distintas en el texto: la del
narrador, la de María Fulgencia y la de Pablo.
Podemos
señalar que la intercambiabilidad emisor-receptor característica de la
conversación solo aparece reflejada en una ocasión a lo largo de este
fragmento:
-¡No puede usted!
-¿No puedo? ¡Sí que puedo!
El
narrador, que utiliza la tercera persona, es heterodiegético. Podemos
considerarlo omnisciente porque es capaz de plasmar las emociones de los
personajes. Así, Pablo está emocionándose
de tener el borceguí. Incluso se nos presentan sus deducciones (La señora
necesitaba algodones para los dedos) y sus
apreciaciones (¡Qué altas y suaves!).
Por
otra parte, el narrador se nos presenta como el dominador absoluto en la forma
de tratar y presentar las acciones, ya que además de los rasgos anteriores,
alterna el estilo directo con el indirecto y el indirecto libre, según conviene
o interesa. Así encontramos que los verba
dicendi aparecen o no, según los casos: “dijo que entró buscando agua y un paño...”, “-¿Tinta? ¡Y aquí también, en esa mano!” o “-¿Y para partirlo? No vaya. No vaya otra vez.”
Los
personajes de Pablo y María Fulgencia son los dos actantes. Ambos tienen una
relación profesional en el terreno de la educación, como profesora y alumno.
En este
sentido, María Fulgencia se encuentra en una situación de poder frente a Pablo.
Esta situación supone la existencia de una presuposición, una idea que proviene
del conocimiento del mundo tradicional. Ese poder frente a Pablo queda marcado
por las actitudes y sentimientos del muchacho. Así, cuando ella le sorprende
con el borceguí, él se disculpa, y cuando María Fulgencia lo lleva al tocador,
Pablo se aturdió más y quiso crecerse…
Podemos
añadir que la relación entre ambos es distante desde un punto de vista formal,
ya que en las intervenciones los personajes utilizan el tratamiento de respeto:
“Tráigame usted mismo un limón” o “No vaya otra vez”, por ejemplo.
Ese
respeto que existe sobre todo por parte de Pablo queda reflejado incluso en las
palabras del narrador (como si la señora…).
Debemos
señalar no obstante que alterna en la voz del narrador ese tratamiento con la
aparición del nombre de pila, que implica mayor confianza, de María Fulgencia e
incluso de lo que podríamos denominar mote (“la Monja”), que aparece además resaltado tipográficamente.
La acción
se sitúa en el ámbito doméstico, pero con una consideración didáctica. Las
clases, las lecciones de María Fulgencia a Pablo son en la casa, de manera que
él ha salido del estudio donde se encontraba “haciendo una copia” a la sala
donde encuentra los borceguíes.
Un
recuerdo de los dos personajes (Le había
sorprendido como la primera mañana de lección) nos devuelve como lectores a
la relación entre ambos. Esa misma relación y ese mismo ámbito sirven como
excusa de la indiscreción (le mostró en
su solapa una gota de tinta).
Los dos
contextos sirven como cadenas isotópicas en el texto. Muestran y explican el
contraste entre la relación aparente entre Pablo y María Fulgencia y la que los
lectores podemos presuponer en el episodio del limón: “Recibían y transpiraban el mismo aroma, pulverizado en el aire húmedo y
ácido de su risa. Y entre los dos rasgaron los gajos sucosos”.
Y si
podemos dudar de una relación distinta por parte del personaje femenino,
podemos presuponer unos sentimientos amorosos y de admiración en Pablo, que se
muestra aturdido y quiere “crecerse”.
Por los
rasgos que se nos muestran en lo referente al lugar donde se dan las lecciones,
podemos hablar de la existencia de otras implicaturas y presuposiciones. Así
podemos interpretar que María Fulgencia es una institutriz, una mujer encargada
de la educación de Pablo y que vive en la misma casa familiar. Si es así, se
explicarían algunos aspectos que suponen un cierto nivel económico en el
entorno de Pablo. Hay estancias diferentes (estudio, sala, huerto, comedor,
tocador), pero además aparecen elementos como “la alfombra del estrado” que
suponen amplitud.
En otro
sentido debemos recordar la distinción entre la voz del narrador y la de los
personajes, pero en general podemos señalar que el lenguaje utilizado es el
español culto que se muestra a través de la sintaxis, del tratamiento de los
estilos narrativos y a través del vocabulario, donde destacan “borceguí”,
“tafilete”, “risco” o “velloncito”. Por otra parte hay dos referencias también
cultas sobre un cuento egipcio (la
sandalia de la «Bella de las mejillas de rosa») y sobre mitología griega
(ese “velloncito”).
Por
último, podríamos señalar el predominio en el texto de las funciones poética,
referencial y emotiva, así como la posibilidad de que en el texto exista la
intención de que nos sintamos identificados con el personaje de Pablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario