Francisco
Cascales nació en Murcia y fue bautizado en la parroquia de Fortuna el 13 de
marzo de 1564. Se ignora en qué escuela cursó sus primeras letras y en qué
universidad española completó su educación.
Sabemos
que hacia 1585 se alistó en el ejército de Flandes, donde permaneció varios
años. Residió también en Francia y en Nápoles. Soldado y poeta, él mismo aludió
en sus Cartas filológicas a su
juventud errante y azarosa (“he andado
las siete partidas del infante don Pedro, y no he dejado en el discurso de mi
vida por andar las romerías de Ulises ni las estaciones de Apolunio Tineo”).
En 1594 se encontraba en Murcia y ocupó en Cartagena una plaza de profesor de
humanidades. En 1598 se publicó su Discurso
de la ciudad de Cartagena. A partir de 1601 y hasta su muerte (el 30 de
noviembre de 1642) residió en Murcia. El ayuntamiento de la ciudad le encargó
escribir la historia de la ciudad en 1608. Fruto de este encargo fueron los Discursos históricos de Murcia y de su
reino (1621).
Lope
de Vega, a quien debió conocer en la corte hacia 1614, le dedicó un cálido
elogio en su Laurel de Apolo
(1630). A ello correspondió Cascales con una epístola de sus Cartas filológicas (1634).
La
obra de Francisco Cascales cobra trascendencia en sus teorizaciones preceptivas
que se encuentran en las Tablas
poéticas y en su miscelánea erudita de las Cartas filológicas. Su estilo ameno y la claridad en la
exposición de sus doctrinas lo convierten en una figura destacada en el humanismo
español del siglo XVI.
La
redacción de las Tablas poéticas
terminó en 1604, aunque vieron la luz en 1617. Constan de diez tablas divididas
en dos partes de cinco tablas cada una, que tratan respectivamente de la poesía
en general y de la poesía en especie. En esta obra Cascales utiliza la forma
dialogada entre Pierio, que simboliza la curiosidad del profano, y Castalio,
nombre poético que oculta al propio autor.
La
obra no constituye un tratado completo de arte poética. Cascales sigue en
principio las ideas de Horacio, pero ello es el esquema de algunos pasajes de
la obra. Las tablas son producto de un denso repertorio de doctrinas
aristotélicas, inspiradas en su obra directamente o en las de sus
comentaristas.
Por
esta filiación, las Tablas poéticas
inciden en el principio de imitación. La poética es el arte de imitar con
palabras, de representar y pintar al vivo las acciones de los hombres, la
naturaleza de las cosas y los diferentes géneros de personas. Sometiéndose a
este principio y a la doctrina aristotélica, Cascales pasa a estudiar la
materia poética, todo cuanto puede recibir imitación.
Se
opone al simbolismo sacro, a la introducción de personas divinas, a los poetas
didácticos y a la exposición en verso de doctrinas científicas o relatos históricos.
Analiza
los elementos esenciales de la poesía y define la forma poética como “la
imitación que se hace con palabras”. Siguiendo la doctrina de Aristóteles,
afirma categóricamente que el metro no es esencial a la poesía: “Hay buena
poesía sin verso, pero no sin imitación”.
Para
Cascales la diferencia entre la poesía y la historia estriba en que los
historiadores tienen amplia licencia, mientras que los poetas deben seguir unas
estrechas leyes que no pueden quebrantarse. Aún así afirma que la fábula debe
ser en verso.
Aunque
se declara enemigo de la poesía didáctica, admite la teoría pedagógica del
arte, afirmando que la poesía tiene como fin “agradar y aprovechar imitando”.
El poema debe ser agradable, pero también provechoso y moral.
Cascales
tiene presente de manera especial la poesía dramática. Sustenta la tesis de que
leyendo las obras poéticas o presenciando las representaciones dramáticas, los
hombres se acostumbran a tener misericordia y miedo. Los poemas nos enseñan el
camino de la virtud mediante el ejemplo de los buenos y el final infeliz de los
malos.
La
poesía se divide en tres especies: épica, escénica y lírica, que difieren en
los instrumentos, las materias, la frase y los fines. En su definición de la
poesía parece tener presente especialmente la poesía épica y la dramática: “la
poesía es imitación de las acciones y vida del hombre, bien sea su fin alegre,
bien sea doloroso”. Las acciones y la fábula son el blanco de la poesía. Se
puede encontrar poesía que carezca de afectos y costumbres, pero no puede
carecer de acción. La fábula es el alma de la poesía y consiste en la imitación
de una acción “entera y de justa grandeza”. Por imitar la acción, Cascales
entiende “representar al vivo algún hecho como debiera pasar, o como fingimos
haber pasado según lo verosímil y necesario”. Esta es una doctrina aristotélica
aplicable al poema épico y a la poesía dramática, aunque no resulta compatible
con la lírica.
Cascales
considera más aptos los temas históricos que los de invención propia. Defiende
el realismo artístico. Pero el preceptista no establece una identidad entre la
historia y la poesía, sino que sigue la distinción aristotélica, por la que se
considera que el historiador y el poeta son muy diferentes al escribir. El uno
la escribe narrando y el otro imitando. La narración y la imitación siguen
distintos caminos. El historiador mira un objeto particular, mientras que el
poeta observa uno universal.
Después
de tratar la unidad de la fábula como suma de diversas acciones encaminadas a
un mismo fin, Cascales afirma que el poeta debe mirar con atención los hechos
principales y más maravillosos de la historia y tomar de ellos la mejor parte
para componer la acción, desechando los hechos secundarios.
El
autor explica que la fábula debe ser una, entera y de “conveniente grandeza”, y
diserta sobre la necesidad de atenerse con rigor a las normas y preceptos del
arte poética.
Las
tablas III y IV de la primera parte están consagradas respectivamente al
estudio de las Costumbres y de las Sentencias. La tabla V está dedicada al
estudio de la Dicción, y en ella se analizan las clases de palabras, los
cambios semánticos, los tropos y figuras, con lo que estamos ante un breve
compendio de retórica. Después Cascales estudia la versificación castellana
(tanto los metros italianos como los tradicionales). Se fija especialmente en
la octava rima como arquetipo del metro heroico.
Al
hablar de la poesía, el preceptista presenta la claridad como la principal de
sus virtudes. Censura la oscuridad intrincada y enigmática (“¿Cómo me puede
agradar a mí la cosa que no entiendo?”).
La
segunda parte de las Tablas poéticas
nos permite conocer la historia de las ideas estéticas en el siglo XVII.
Podemos
destacar cómo Cascales critica severamente la falta de unidad y la abundancia
de digresiones que afecta a los libros de caballerías, aunque disculpa la
fantasía de Ariosto en el Orlando furioso,
sin compartir la admiración por el Amadís
de sus modelos. Ni siquiera menciona esta obra.
Por
otra parte, Cascales, a propósito de si es o no lícito tratar temas religiosos
en un poema épico, concluye que conviene que la materia épica se base en
“historia verdadera de nuestra religión cristiana”. A pesar de eso, la materia
no ha de ser muy sagrada.
Cascales
considera compatible la teoría pedagógica del arte y su fin moral con su
objetivo principal de provocar admiración y deleite. Según comenta, la
admiración es muy importante en cualquier especie de poesía, pero mucho más en
la heroica. Esa admiración nace de las palabras, del orden y de la variedad.
Todo ello sin transgredir la verosimilitud.
En
la tabla II de la segunda parte, el autor trata de las épicas menores: égloga,
elegía y sátira.
En
la tabla III inicia el estudio de la poesía dramática, manifestando su
disconformidad con la falta de reglas del teatro español. Recuerda a
Aristóteles al definir la tragedia como la “imitación de una acción ilustre,
entera y de justa grandeza, en suave lenguaje dramático, para limpiar las
pasiones del ánimo por medio de la misericordia y miedo”. Censura la
denominación de comedias con que se designa en España cualquier género de drama
o tragedia. Quizás deberían denominarse “tragedias dobles” y eso a pesar de que
carecen del efecto trágico capaz de suscitar terror o compasión.
Cascales
considera que la tragicomedia es un monstruo dramático, que va contra la
naturaleza y contra el arte.
A
pesar de todo lo anterior, debemos señalar que este preceptista no considera la
absoluta sumisión a la ley de las tres unidades aristotélicas. No menciona la
unidad de lugar y, en cuanto a la de tiempo, extiende la acción a diez días.
La
tabla IV está dedicada a la comedia, la “imitación dramática de una entera y
justa acción humilde y suave, que por medio del pasatiempo y la risa limpia el
alma de los vicios”. El lenguaje que se utilice en la comedia debe ser por
tanto humilde y familiar. Los personajes deben ser de condición humilde, ya que
solo este tipo de hombres pueden provocar hilaridad al espectador.
La
tragicomedia tiene elementos contradictorios que son los fines de la tragedia y
de la comedia (provocar el terror y la risa, respectivamente).
Cascales
considera que el teatro de Terencio es el modelo insuperable de la comedia
antigua.
La
tabla V recoge el estudio de la poesía lírica, que se inicia con una exposición
de sus doctrinas sobre el concepto y la palabra. Estudia también la canción y
el soneto. La quinta y última tabla de la segunda parte cierra las Tablas poéticas.
El
diálogo de la obra es ameno y los conceptos y preceptos poéticos aparecen
ordenados de una forma clara y sencilla. No hay afectación o pedantería. Las Tablas poéticas son un resumen de
las doctrinas literarias y estéticas de los preceptistas del siglo XVI. Por
esto, las doctrinas de Cascales carecen de originalidad y novedad.
Aunque
fueron escritas en 1609, al no ver la luz hasta 1617, ignora la definitiva
desaparición y el descrédito de los libros de caballerías, al haberse publicado
el Quijote. Condena el Arte de hacer comedias de Lope de Vega
cuando la comedia española ha alcanzado su consagración. La originalidad de los
escritores del barroco desbordará los límites impuestos a la creación
literaria.
Publicadas
en Murcia en 1634, las Cartas
filológicas de Cascales son una expresión genuina de la ambición de
saber enciclopédico que caracteriza el humanismo europeo de los siglos XVI y
XVII.
En
ellas el autor desdeña el cultivo de epístolas familiares y políticas y se
interesa exclusivamente por las doctas, aquellas epístolas que contienen
ciencia y sabiduría. Estas epístolas pueden ser de tres tipos: filosóficas,
como las de Séneca y Platón, teológicas como las de San Jerónimo, y
filológicas, como las de Varro, Valgio Rufo o Justo Lipsio.
Utiliza
el término “filológicas” como “eruditas”, partiendo del sentido de miscelánea y
enciclopedia de los conocimientos humanos. Todas las materias que la erudición
humanística del siglo XVII considera parte de las humanidades clásicas son
objeto de atención en las Cartas
filológicas.
Las
treinta epístolas que componen la obra son auténticas epístolas dirigidas a
personajes existentes y reales. Pero debemos recordar que Cascales las escribe
para divulgarlas posteriormente. A través de sus epístolas, Cascales, revestido
de un sólido prestigio de humanista y erudito, interviene en las luchas
literarias de su tiempo.
El
editor de las Cartas filológicas,
Justo García Soriano, clasificó las epístolas contenidas en esta obra en seis
clases o grupos, de acuerdo con las materias en que se inspiran:
a)
de polémicas y crítica literaria
b)
de erudición humanística
c)
de curiosidades y costumbres coetáneas
d)
pruebas de ingenio
e)
cartas político-morales o instrucciones
f)
cartas históricas y genealógicas
g)
la epístola décima de la década II constituye un grupo
aparte, es un adjunto en el que Cascales envía una colección de epigramas
latinos compuestos por él.
Las
más importantes son las que se agrupan bajo la primera denominación, porque son
las que mejor permiten comprender las ideas estéticas y las polémicas
literarias de la época. Quizá la más relevante sea la que el autor dirige al
humanista Luis Tribaldos de Toledo sobre la oscuridad del Polifemo y las Soledades
de Góngora, escrita en 1613 o 1614. Esta epístola constituye un documento
característico de la sátira anticulterana. Cascales impugna el hermetismo y la
oscuridad gongorina y abomina de esta “nueva secta de poesía ciega, enigmática
y confusa, engendrada en mal punto y nacida en cuarta luna”. No escatima en
elogios hacia el poeta de Córdoba, pero considera que su genio es un arbitrario
capricho destinado a suscitar la maravilla y el estupor de sus contemporáneos.
Recordemos
que la clave central de su argumentación es su defensa de la claridad poética,
apoyado en la opinión de los retóricos de la antigüedad clásica.
A
pesar de lo anterior, Cascales considera lícita la oscuridad poética cuando
esta proviene de alguna doctrina exquisita o cuando una palabra ignorada
oscurece la oración. Tampoco la considera viciosa cuando sirve para disimular
algún concepto deshonesto o cuando se utiliza en los poemas satíricos.
Lo
que desazona al humanista murciano en Góngora es el hipérbaton y la audacia
metafórica y no la utilización de cultismos.
Muy
importante es la epístola Al Apolo de
España, Lope de Vega Carpio, en defensa de las comedias y representación dellas,
que es una apología del arte escénico en contra de las frecuentes prohibiciones
con que las autoridades eclesiásticas intentaban suprimir las representaciones
teatrales.
La
aparición de las obras de Garcilaso con las anotaciones de Tomás Tamayo de
Vargas dio origen a la epístola En
defensa de ciertos lugares de Virgilio.
La
epístola dirigida al licenciado Andrés de Salvatierra, Sobre el lenguaje que se requiere en el púlpito entre los predicadores,
también es interesante. Se trata de uno de los primeros textos del siglo XVII
en que se debate la gradual infiltración del culteranismo en la elocuencia
sagrada. Cascales rechaza la denominación de lenguaje culto vulgarmente
aplicada al estilo gongorino. Las denominaciones de “crítico” y “culto” para el
preceptista no deben aplicarse a la elocuencia sagrada y docta en sentido
despectivo.
Interesante
desde el punto de vista gramatical es la epístola dirigida a Nicolás Dávila Sobre la ortografía castellana. Cascales
ataca la ignorancia ortográfica de los españoles de su tiempo.
Contra las letras y todo género de artes y
ciencias es una imitación de la burlesca inventiva contra la sabiduría que
desarrolla Erasmo en el Elogio de la
locura.
La
obra de Cascales es un producto característico de la decadencia del humanismo
español. Las Cartas son amenas y
están escritas en un estilo correcto. Pero las ideas del autor son limitadas y
eso hace que de sus reflexiones no se pueda sacar una conclusión universal y
profunda.
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