sábado, 10 de septiembre de 2016

La prosa doctrinal: Baltasar de Gracián




            La prosa en el siglo XVII en España sigue sin ruptura de la del siglo XVI. El centro generador de la cultura sigue siendo el humanismo, aunque había evolucionado hacia un neoescolasticismo racionalista y un neoestoicismo de influencia senequista. El hombre es el centro de atención de la época y la lengua es el instrumento para acceder a las artes y las ciencias, pero empiezan a estudiarse los aspectos sociales y psicológicos y en la prosa predominará una visión satírica, así como surgirá la preocupación por la conducta y el autocontrol.
            La cultura adquiere importancia como medio de operar sobre la opinión pública, para controlarla y mantenerla. El escritor entonces tiene una motivación formativa y didáctica. La prosa del siglo XVII es una etapa más del humanismo del XVI. Es una prolongación de esa prosa humanista, por ejemplo, la permanencia del género epistolar (del que es ejemplo la obra Cartas Filológicas de Francisco Cascales), aunque con perspectivas típicas del Barroco como la polemización o el sentido crítico. También es humanista el estudio de la lengua (como en el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias).
            Se mantiene por otra parte la prosa religiosa que los místicos y ascetas del XVI habían elevado a categoría artística. Así encontramos las visiones de Sor María de Ágreda, La mística ciudad de Dios. Ejemplos de esta literatura serían las Oraciones evangélicas de fray Hortensio de Paravicino, una serie de sermones que explican el Evangelio, o la obra de Miguel de Molinos, la Guía espiritual.
            Por otra parte, aunque no existe una separación tajante entre ambos movimientos, debemos recordar los conceptos tradicionales de culteranismo y conceptismo, que se utilizan para diferenciar estilos o formas de escritura. La distinción entre ambos gira alrededor del concepto de “oscuridad”.
            Fuera del gongorismo, la oscuridad era menos estimada que el concepto de “dificultad”. Lo más apreciado era la dificultad en referencia al asunto y al pensamiento. El deleite indagatorio se buscará no mediante la oscuridad formal, sino por medio de la dificultad, sutileza o complicación del concepto. Veremos cómo Gracián no aboga por la oscuridad, pero se opone a la claridad y dirá que “jugar a juego descubierto, ni es de utilidad ni de gusto”.
            Gracián propone lo difícil como un litigio que hay que vencer. Tiene el propósito de aturdir o deslumbrar a los entendimientos.

            Nos centraremos ahora en la vida y obras de Baltasar Gracián (1601-1658), que perteneció a la Compañía de Jesús. Fue profesor en Calatayud, donde conoció a Juan de Lastanosa, auténtico hombre renacentista, que se convertirá en su mecenas.
Los jesuitas se opusieron a la labor literaria de Gracián y el General de la Compañía le prohibió llevarse sus libros cuando cambiara de residencia.

            Los comienzos literarios de Gracián fueron con El héroe. Después publica El político y El discreto. Después aparecerán Oráculo manual y Agudeza y arte de ingenio. A partir de 1651 aparecerán las distintas partes de El criticón, por la que fue condenado a ayuno de pan y agua:
1)      El Héroe se publicó en 1637. En esta obra el autor trata de sacar un tipo de hombre que aventaje al rey por sus dotes: “Emprendo formar con un libro enano un varón gigante”, un “milagro en perfección”. Distribuidos en veinte “primores” o cualidades, aparece un modelo de hombre atendiendo a la voluntad, el afecto, el gusto, la gracia, etc. Las características de este hombre tienen raíces en Séneca (prudencia), en Esopo (sagacidad), en Homero (lo bélico), en Aristóteles (filósofo), en Tácito (en cuanto a lo político) y en Castiglione (cortesano). La obra exige el ingenio del lector para ser interpretada. Aparecen metáforas y largos rodeos conceptuales. La obra es el germen de los posteriores escritos de Gracián. En ella se establece el esquema ético y literario que se mantendrá posteriormente.
2)      El político don Fernando el Católico, de 1640, tiene como intención realizar la biografía del rey aragonés como ejemplo de las cualidades del héroe como político (“maestro del arte de reinar”). Los motivos se centran en una contraposición entre el pasado (el rey Fernando) y un presente decepcionante (el del rey Felipe IV), a pesar de los obligados elogios al príncipe. Se trata de un verdadero tratado de filosofía política, que toma a Fernando el Católico como arquetipo. Esta es la única obra de Gracián que no se divide en capítulos, aunque se puede observar una estructura de cinco partes en ella, que corresponden a la ascendencia, la juventud, la crianza, el reinado y la muerte del rey. La obra supuso la culminación de la biografía política del Barroco.
3)      Agudeza y arte de ingenio, de 1642, es un complejo tratado donde se exponen los recursos del conceptismo, deseando superar las retóricas al uso, que repetían la preceptiva grecolatina.
4)      El Discreto apareció en 1646 y busca formar al gran hombre de Estado. La obra trata de una serie de ejercicios para alcanzar la discreción, la capacidad de discernimiento. El discreto es en parte el sustituto del cortesano renacentista vertido hacia el dominio interior. Un entendido que comienza con el conocimiento propio (“El primer paso del saber es saberse”). La obra fue acusada de ser oscura. Se divide en veinticinco capítulos o “realces” en los que se presentan las características del hombre discreto, el hombre virtuoso.
5)      El oráculo manual, de 1647, expone paráfrasis de las ideas expresadas en obras anteriores. Es una especie de antología de trescientos aforismos comentados. Esta fue la obra de mayor éxito de Gracián, especialmente fuera de España. Es un libro de difícil lectura debido a que el autor utiliza en él todas las formas de agudeza verbal y conceptual.
6)      El Criticón (1651-1657) es la obra culmen de Gracián. En ella se eleva a símbolo la vida del hombre, se representan todas sus fases, estados y posibilidades. Está dividida en tres partes: en Primavera de la niñez, Critilo, el hombre juicioso, naufraga en las costas de Santa Elena, donde encuentra a Andrenio, el hombre de la naturaleza, y ambos emprenden el camino de la vida guiados respectivamente por el instinto y la razón; en Otoño de la varonil edad llegan a Francia y encuentran a la ninfa de las Artes y las Letras; en Invierno de la vejez observan desde una colina de Roma la rueda del tiempo, la fragilidad de la vida, la muerte, pero pasando ellos por la tela de la Inmortalidad, lo que supone la supervivencia de la memoria de los hombres. Recordemos que esta es la obra alegórica más importante del siglo XVII.
7)      El Comulgatorio, de 1655, es un libro de carácter religioso. Es un intento adoctrinador para el practicante católico, con textos y experiencias de sus predicaciones y de su labor como profesor de la Sagrada Escritura. La motivación del texto es triple: “docere, delectare et movere”.
           
            Además, podemos señalar algunas obras menores, como prólogos en obras ajenas y 32 cartas en las que podemos observar el carácter del autor.

Resulta difícil trazar las líneas de pensamiento de Gracián. El autor va de lo general a lo particular, del hombre a las ideas y reacciones. Sí que encontramos en su obra un optimismo cristiano.
            En lo que se refiere a su estilo, podemos encontrar uno familiar en las cartas, un estilo oratorio con sus variantes académica y religiosa, uno más fluido cuando realiza descripciones y otro condensado y lacónico.

            Las fuentes de las que bebe la obra de Gracián son la Biblia y los autores griegos y latinos, italianos, franceses y españoles.

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