A
mediados del siglo XIX el movimiento romántico se encuentra en decadencia. El
positivismo se convierte en la ideología dominante. Es un sistema filosófico
que entronca con el racionalismo, el empirismo y la crítica kantiana. El
término “positivo” se refiere a lo experimentalmente demostrable, de manera que
presta atención exclusivamente a los hechos, intenta clasificarlos y
relacionarlos entre sí. Así, se observan directamente los hechos y se
experimenta, de forma que se puedan comprobar las relaciones entre causa y
efecto.
El
fundador del pensamiento positivista fue Augusto Comte en su Curso de filosofía positiva. En su obra
plantea una serie de postulados como que no existe nada absoluto, de lo único
que puede ocuparse el conocimiento es de los hechos y sus relaciones. Los
hechos no son más que los fenómenos que se pueden comprobar por la experiencia
y la única experiencia posible es la de los sentidos.
El
positivismo es la filosofía que mejor se adapta al espíritu burgués. Es la
época en que la burguesía se ha lanzado a la conquista del poder político y
social y a la afirmación y consolidación del poder económico. Los ideales de
esta clase social se mueven entre dos polos difíciles de conjugar: libertad y
orden. Libertad para los negocios, intervenir en la vida del país a través de
partidos políticos y parlamentos y así imponer sus ideas. Orden para defender
el derecho de la propiedad y los derechos que se derivan de ella.
En el terreno
de la literatura la burguesía impone el gusto por la novela, que posee rasgos
comunes en los diferentes países europeos. Se produce un tipo de narración que
es testimonio de ambientes y retratos de individuos.
La narrativa
de esta época presenta equilibrados sociología e intimismo, la descripción de
la estructura colectiva y el retrato individual. La novela del XIX se interesa
sobre todo por el individuo en tensa dialéctica con la sociedad. Reproduce ante
el lector al hombre dotado de libertad, capaz de superar el caos y establecer
un sentido a su vida.
Formalmente
esta novela presenta unas notas características, como las descripciones ricas,
amplias y profundas; los personajes descritos físicamente, pero también en
movimiento y razonando los motivos de su conducta. Con el realismo desaparecen
los personajes paradigmáticos, las lecciones morales, los cuidados diálogos y
las descripciones primorosas. La novela realista no quiere ser más que la
visión de la vida misma, por encima de cualquier tesis aparente. De ahí que su
tono sea enérgico y pesimista a la vez.
Hacia 1830
puede hablarse ya de un modelo cultural realista en Francia, surgido a partir
de una serie de condicionamientos ideológicos y literarios. Se podría hablar de
un cambio revolucionario experimentado en una sociedad en la que una clase
social (la burguesía) ha arrancado el poder a otra (la aristocracia) y ha
convertido en dominantes sus modos de producción y sus gustos culturales. Por
otra parte, el desengaño se convierte en una fuente del realismo.
Una vez
impuesto el realismo, la novela se convierte en el género literario por
antonomasia. Algunos críticos opinan que la novela moderna es la historia de
una búsqueda de valores auténticos degradados en una sociedad degradada. El
enfrentamiento entre el individuo y la sociedad se hace patente en los
argumentos de la novela realista, donde la fuerza de la realidad acaba
imponiéndose al individuo, que fracasa. El sentimiento fundamental que acaba
revelándose es el de la impotencia, que se da a pesar de la lucha del
individuo. Con los últimos realistas europeos, se abrirán los interrogantes
sobre el sentido de la vida y la sospecha de un mundo absurdo.
Los románticos
y los realistas tienen en común la sensación de que el mundo escapa a la
voluntad del hombre y lo domina. Los realistas se disponen al conocimiento.
Comprenden el enfrentamiento yo-realidad y lo encaran para conocer sus causas.
Aunque el
enfrentamiento individuo-realidad estructura la novela realista, la respuesta
al conflicto varía en las distintas fases del movimiento.
Para la
primera generación realista, que nace tras la revolución de 1830, la respuesta
es la necesaria integración del individuo en la sociedad, aun a costa de la
renuncia del individuo a la satisfacción de sus objetivos. En escritores como
Balzac existe una confianza absoluta en que las condiciones de vida de la época
tienen que superarse. Esta actitud es la que adoptan también los protagonistas
de la novela rusa (como el Raskolnikov de Crimen
y castigo de Dostoievski), que representan la lucha del individuo problemático
contra la realidad y su integración final en ella. La lucha no debe romper los
vínculos sociales, ya que más allá de estos solo existe la locura, el suicidio
o el crimen.
A partir de
1848 en Francia se impone el modelo del naturalismo. Para algunos este cambio
se debe a una intensificación en el proceso de aprehensión de la realidad, para
otros se trata de la desintegración de lo universal. A partir de 1848 la
burguesía ya no puede permitir esa autocrítica que podía poner en peligro los
valores sobre los que se sustentaba.
El naturalismo
supone un cambio de actitud con respecto al realismo. Este representa el modelo
que se impone tras la revolución burguesa y expresa un pacto posible entre la
libertad individual y la disciplina colectiva, un compromiso entre el deseo
personal y la realidad social. El naturalismo pone en cuestión este compromiso.
Expresa la crisis del individualismo burgués. La novela naturalista analiza el
comportamiento del individuo como factor del medio físico en que se desenvuelve.
La narrativa
realista en Francia comienza con
Henry Beyle (Stendhal), que puso su ideal en la energía del espíritu libre,
para lo cual incluso la acción es algo secundario. Sus protagonistas sueñan con
el dominio del mundo desde la oscuridad de su propia vida vulgar. Sus novelas
se convierten en una introspección de la interioridad. Su estilo es exacto,
lacónico. Stendhal busca la realidad sobria y sin ilusiones.
Sus dos
grandes novelas son El rojo y el negro
(1831) y La cartuja de Parma (1839).
En la primera de las obras mencionadas, el rojo es el símbolo de las armas, a
lo que se hubiera dedicado el joven Julián Sorel si las circunstancias lo
hubieran permitido, y el negro es el símbolo de la sotana que debe vestir como
única forma de abrirse camino en la vida. En esta obra Stendhal plasma la
tragedia de la ambición del espíritu que ansía dominar la sociedad que
desprecia, solo por el afán de comprobar su superioridad. La cartuja de Parma es más compleja en su argumento, aunque la
peripecia solo cobra sentido por ser la vida del protagonista, Fabricio del
Dongo.
La obra de
Honoré de Balzac se impone como una unidad humana. La comedia humana, su máxima obra, es la representación del
individuo en medio del gran tejido vivo de la sociedad, vista también como un
enorme individuo hecho de células humanas. Balzac pinta los tipos acentuando
sus rasgos. La lucha por la vida, el poder o el dinero figuran en casi todas
sus novelas.
Con Flaubert
se produce un cambio sutil en la novelística francesa del XIX. Su posición con
respecto a los temas tratados es más fría. Su análisis se preocupa más de la
individualidad. Su descripción del mundo es minuciosa. Afirma no interesarse
más que por la belleza de la imaginación y por la exactitud de la expresión,
mientras se mantiene neutral ante los motivos humanos que presenta. Hay en ello
una raíz moral: la elevación del individuo para liberar el alma de las
cuestiones o partidismos cotidianos, y para ello toma como instrumento el
ejercicio ascético del arte, la persecución de una perfección formal. Escribe
despacio y corrigiendo sin cesar (recordemos que tardó seis años en escribir Madame Bovary).
Con el tiempo
las notas realistas se acentúan hasta llegar a un punto en que es más
importante demostrar que describir, lo que abre el camino al naturalismo, del
que Zola será el representante más típico. Presenta y refleja lo feo, grosero y
monstruoso de la vida. Pretendía también demostrar en sus relatos algunas tesis
científicas, como la ley de la herencia. Zola es un magnífico pintor de lo
colectivo, como en Germinal.
En Inglaterra estamos en la época de la
primera industrialización y la del cambio social. Surgen grandes fábricas y
masas de población que viven en míseras condiciones, sometidas a una
explotación constante. Los niños no se libran de dicha explotación. La novela
de la época va unida a esa situación social.
Charles
Dickens será el autor de unas estampas de costumbres muy vivas, que publicaría
con el título de Esbozos. En ellas se
verá su vena de fotógrafo literario. Su obra pinta las maneras, los gestos y
los dichos de toda una época.
Los Documentos póstumos del Club Pickwick,
que nacieron como adornos literarios para un dibujante, es uno de sus mejores
libros. Escrito como una parodia de las novelas inglesas del siglo XVIII, es
una obra divertida, que toma como base el ambiente social inglés. Su otra
característica es la creación de tipos inolvidables, como Oliver Twist (con un ambiente sombrío y donde prima la desolación
de su protagonista) o David Copperfield.
No podemos olvidar su obra Cuento de
Navidad.
Thackeray
escribió La feria de las vanidades.
Lo que más llama la atención en esta obra es el diseño de su mundo narrativo,
con una frialdad objetivadora, en la que predomina la presentación directa de
hechos y ambientes y se eliminan comentarios morales. Es una novela sin héroe.
No hay que
olvidar a las hermanas Bronte: Charlotte, que escribió Jane Eyre, Emily, con Cumbres
borrascosas, y Anne. Su literatura nació en un ambiente cerrado, sin
conexión con un público o con un tiempo concretos.
Todos los
esquemas sobre la novelística europea del siglo XIX trascienden por la inaudita
floración de narradores rusos, lo
que constituye en sí mismo un período diferenciado. Son realistas movidos por
preocupaciones sociales, con un sentido poético profundo que plantean emociones
humanas libres de fronteras temporales o espaciales.
Este período
comienza con Gogol, quien inaugura el realismo ruso.
Dostoievski
desborda las clasificaciones. Su carácter y su condena a muerte conmutada por
su confinamiento en Siberia influirán en su obra. Sus mejores obras revelan un
alma. Su primera etapa había sido romántica y sentimental, pero con Crimen y castigo se inicia otro nivel
más amplio en su creación. La mayor capacidad de este autor es la hipnosis, el
implicar al lector en la pasión del personaje. En la cima narrativa de
Dostoievski se sitúan también El jugador
y Los hermanos Karamazov.
Tolstoi es
otro de los grandes autores rusos. Dejó sus bienes materiales para seguir su
filosofía humanitaria. Esa recta moral se refleja en su obra. Sus grandes
novelas son Guerra y paz y Ana Karenina.
Entre Tolstoi
y Dovstoievski y la crisis del realismo ruso encontramos la figura de Chejov,
que comenzó publicando cuentos humorísticos, y después fue alternándolos con
relatos de mayor alcance. Es el auténtico creador de cuentos del siglo XIX.
En el realismo
portugués, el novelista más importante fue Eça de Queiroz, con El crimen del padre Amaro, de intención
anticlerical, en la que el sacerdote queda desdibujado frente a los otros
personajes.
Por último, la
novela realista o verista en Italia
se mezcla con la tradición y el impulso poético. Se considera a Niccolo
Tommaseo el primer gran novelista de este movimiento.
Hay que
recordar que en España el modelo
realista más importante es Galdós. Durante el período de la Restauración, el
país se abrió a las corrientes culturales europeas, al mismo tiempo que se
producía una profunda reflexión sobre la tradición española. La novela realista
aparece a partir de 1870, y se considera que a partir de 1880 hay una segunda
fase, la del naturalismo español. Entre los autores de esta época en nuestro
país podemos señalar a Pedro Antonio de Alarcón, con cuentos (como El clavo), novelas breves (entre las que
se encuentra El sombrero de tres picos)
y novelas amplias (como por ejemplo, El
escándalo); Juan Valera, para quien la novela es poesía en prosa, escribió
por ejemplo Juanita la larga; Emilia
Pardo Bazán, que es considerada como naturalista en algunos casos, aunque
siempre respetaba el decoro en las escenas violentas o escabrosas, escribió Los pazos de Ulloa.
Pero el autor
más importante junto con Galdós dentro del realismo en España es Leopoldo alas,
Clarín, con La Regenta.
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