viernes, 3 de abril de 2015

Literatura gauchesca: Martín Fierro




            La aparición y cristalización del género gauchesco se produce dentro del florecimiento lírico del Romanticismo y es muy original desde el punto de vista literario.
            Hilario Ascasubi (1807-1875), argentino opositor a Rosas y uno de los proscritos de su régimen, recupera y amplía el género poético de carácter popular que habían iniciado autores como Bartolomé Hidalgo.
            El momento culminante de la poesía gauchesca está representado por el Martín Fierro de José Hernández (1834-1886), otro de los escritores argentinos que, como Sarmiento y Alberdi, firmaron su moralidad en la adversión al poder que se caracteriza por la fuerza o por cualquier tipo de imposición. Por esa circunstancia Hernández fue adversario de Rosas, pero también de Sarmiento y de Mitre, aunque a este acabó por rendirle homenaje como “ilustrado escritor”. Nacido en el ambiente de la Pampa, José Hernández combatió como militar a las órdenes de diferentes jefes, estableció un estrecho contacto con los gauchos y posteriormente desarrolló una gran actividad como periodista en Buenos Aires, donde fue elegido diputado y, finalmente, ministro.
            Su conocimiento directo del medio rural lo llevó a adoptar una actitud polémica en relación con el género gauchesco, oponiendo a la visión pintoresca del gaucho, como se encontraba en la obra de Ascasubi y de del Campo, una decidida seriedad en el tratamiento del tema. Dicha actitud se desprende de la carta con que prologa la primera edición del Martín Fierro en la que afirma haberse esforzado por presentar “un tipo que personificará el carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de pensar, de sentir y de expresarse que les es particular dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imagen y de colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen y con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido ni suavizado”.
            Se trata de una postura opuesta a la de los poetas gauchescos que le precedieron. La suya es sobre todo una toma de posición de carácter social.
            José Hernández manifiesta en el Martín Fierro una visión personal bastante amarga de la sociedad argentina, sobre todo en la primera parte del poema, La ida, publicada en 1872.
            Su protesta contra un mundo injusto que hacía del gaucho un marginado de la sociedad se expresa aquí de forma evidente. La defensa del mundo rural como poseedor de incontaminados valores espirituales se une al propósito didáctico, a un empeño de elevación moral.
            En el poema la consecución de la injusticia reclama una reacción decidida contra todo lo que representa el orden constituido: ejército, gobierno, justicia, vida ciudadana,…
            El gaucho Martín Fierro es el punto de partida de la larga serie de rebeldes que poblaron largamente la narrativa hispanoamericana del siglo XX, punto de referencia para la formación del mito del hombre indómito y fiero espiritualmente rico, atento a las injusticias sociales, a la oposición política…
            El argumento del poema presenta al gaucho Martín Fierro cuando es arrancado del seno de su familia y de la Pampa por el gobierno y, enrolado en el ejército, es enviado a combatir a los bandos de indios del interior que no quieren renunciar a su modo de vida libre y salvaje.
            La existencia en los fuertes de la frontera es una sucesión de arbitrariedades y de injusticias. El gaucho llega a ser privado de su paga de soldado fraudulentamente y Martín Fierro acaba desertando por este motivo para volver tres años después a su aldea de origen. Allí se encuentra con que su rancho ha sido destruido, y su mujer y sus hijos han desaparecido. Entonces decide vengarse, se convierte en gaucho malo para hacer justicia por sí mismo mediante la fuerza. El resultado es que la autoridad constituida lo persigue y él mismo acaba por hundirse en el vicio, en el juego y en el alcohol, dándose a una vida de vagabundo, aunque sin abdicar en ningún momento de la nobleza intrínseca a su naturaleza.
            La necesidad instintiva de solidaridad en la persecución induce a Martín Fierro a unirse con otro perseguido, Cruz, y al final de La ida ambos se refugian entre los indios para huir de la justicia que los persigue.
            En el poema de José Hernández se capta claramente la intención de contraponer a un mundo injusto y violento (al que aporta su propio carácter o contribución el gaucho, a pesar de todo) otro mundo pacífico en el que triunfa la justicia sobre el fondo mítico de la Pampa.
            En definitiva, es la idealización  llevada a sus últimas consecuencias de un mundo que declina, y por eso mismo, embellecido por la nostalgia. La sugestión de las grandes extensiones argentinas y de la soledad tiene un lugar importante en la literatura de los proscritos como afirmación de lo que es positivo, sobre todo en Sarmiento, y da un rasgo poético genuino a la creación de Hernández.
            El paisaje se agiganta en el mito y la figura del gaucho afirma su individualidad, inconfundible en la literatura.
            Cuando en 1878 José Hernández publica La vuelta de Martín Fierro, segunda parte del poema,  se han producido algunos cambios y el rebelde se acerca a la sociedad de la que había huido, justificándose ante ella, seguro ahora de encontrar su comprensión. Es un acto de fe en la civilización que La ida no permitía suponer. La experiencia entre los indios es tan negativa para Martín Fierro que se vuelve su enemigo.
            La muerte de su amigo Cruz, el patético episodio del pequeño gringo prisionero y de la mujer cuyo hijito mata brutalmente un indio, desentierra en el gaucho los escondidos sentimientos humanos que hacen que acabe volviéndose contra los “salvajes”.
            Se trata de una revolución completa en sus convicciones que decide a Martín Fierro a reincorporarse al “mundo civilizado”.
            Al final, Martín Fierro retorna a ese mundo convirtiéndose en la aventura de un hombre argentino suspendido dramáticamente entre la atracción de la libertad original y la necesidad de implantar un orden social estable. José Hernández acaba por adoptar definitivamente esta última necesidad. La dedicatoria de La vuelta a Mitre es un nuevo testimonio de ello, aunque se adopte el pretexto de la admiración por el hombre de letras que había conquistado prestigio continental con la traducción de la Divina Comedia.
            Gran teatro de lo real y lo fantástico, Martín Fierro afirma su originalidad incluso en la expresión.
            Hernández eleva su lenguaje a dignidad literaria sin perseguir una pesada imitación del modo de hablar gaucho, sino más bien realizando una elección, a su gusto personal, una invención guiada por una rigurosa conciencia artística. José Hernández llega a una lengua original y verosímil, consiguiendo en el poema una constante unidad que hace de la obra una de las creaciones artísticas más válidas.
            Lo gauchesco continúa en la novela, en la obra de Eduardo Gutiérrez (1853-1890), con la serie de doce Aventuras de Juan Moreira, una historia truculenta de matanzas y raptos de gauchos malos. También en la obra de Roberto Payró, que tiene el humorismo de una moderna picaresca en Las divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira.
            El primer novelista uruguayo del modernismo, Eduardo Acevedo Díaz (1861-1924) recibe influencia gauchesca, al igual que sus coterráneos Zabala Muñiz y Javier de Vians.

            La cumbre del género será Don Segundo Sombra del poeta vanguardista Ricardo Güiraldes. En esta obra se presenta un personaje literario que es el retrato ideal y mítico del gaucho, con un concepto plenamente asentado de libertad y de individualismo absoluto.

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