DOÑA FRANCISCA.-Haré lo que mi
madre me manda, y me casaré con usted.
DON DIEGO.- ¿Y después, Paquita?
DOÑA FRANCISCA.-Después... y
mientras me dure la vida, seré mujer de bien.
DON DIEGO.-Eso no lo puedo yo
dudar... Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su
compañero y su amigo, dígame usted, estos títulos ¿no me dan algún derecho para
merecer de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que usted me diga la causa
de su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para
emplear método en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi
conato y mis diligencias pudiesen tanto.
DOÑA FRANCISCA.- ¡Dichas para
mí!... Ya se acabaron.
DON DIEGO.-
¿Por qué?
DOÑA FRANCISCA.-Nunca diré por
qué.
DON DIEGO.-Pero ¡qué obstinado,
qué imprudente silencio!... Cuando usted misma debe presumir que no estoy
ignorante de lo que hay.
DOÑA FRANCISCA.-Si usted lo
ignora, señor don Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si, en efecto, lo
sabe usted, no me lo pregunte.
DON DIEGO.-Bien está. Una vez que
no hay nada que decir, que esa aflicción y esas lágrimas son voluntarias, hoy
llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer.
DOÑA FRANCISCA.-Y daré gusto a mi
madre.
DON DIEGO.-Y vivirá usted
infeliz.
DOÑA FRANCISCA.-Ya lo sé.
DON DIEGO.-Ve aquí los frutos de
la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que
desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las
juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se
obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia
alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de
quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no
digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal
que se presten a pronunciar, cuando se lo manden, un sí perjuro, sacrílego,
origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente
educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un
esclavo.
El texto
anterior es un fragmento perteneciente a la Escena VIII del Acto III de El sí de las
niñas, la obra de teatro más conocida de Leandro Fernández de Moratín
(1760-1828), uno de los más importantes escritores españoles el siglo XVIII y
el representante por excelencia del teatro neoclásico. Recordemos que este
autor utilizaba el teatro como forma de diversión, pero también como forma de
instrucción moral, al mismo tiempo que consideraba que la acción debía imitar
de forma verosímil la realidad.
Esta obra fue
estrenada el 24 de enero de 1806 en Madrid y se representó hasta la cuaresma
del mismo año. Tuvo un enorme éxito. Es una comedia en prosa que se estructura
en tres actos.
Se trata de un
texto literario, y concretamente de un fragmento que pertenece al género
dramático. El sí de las niñas trata
sobre doña Paquita, una joven de dieciséis años que será obligada por su madre
doña Irene a casarse con don Diego, un rico caballero de cincuenta y nueve
años. Este caballero ignora que en realidad doña Paquita está enamorada de un
tal “don Félix”, un joven llamado en realidad don Carlos y que es sobrino de
don Diego. Con este triángulo amoroso se desarrolla el argumento de la obra de
Moratín. El tema principal de la obra es la opresión que sufren las muchachas,
la educación de las mujeres (la mala educación), que les lleva a contraer
matrimonios sin amor por no contradecir los deseos de las familias, ya que han
sido forzadas en esa educación para obedecer y no ejercer la libertad de
elegir.
En este
fragmento don Diego intenta que doña Francisca le explique la causa de su tristeza,
pero esta se niega y don Diego lo achaca a la perversa educación impartida a
las jóvenes de la época.
Asistimos a la
aceptación por parte de doña Francisca del matrimonio con el anciano don Diego,
a pesar de estar enamorada de su sobrino Carlos. Respetar la voluntad materna
le hace reprimir sus sentimientos.
En cuanto a la
estructura, recordemos que tradicionalmente hay tres partes en un texto
dramático: exposición, nudo y desenlace. Este fragmento expone el conflicto en
el que se debate la protagonista: la imposibilidad de decir la verdad y la
necesidad de acatar decisiones ajenas.
La obra de El sí de las niñas respeta la regla de
las tres unidades (lugar, tiempo y acción), aunque en este fragmento no puede
apreciarse. Está escrito en forma de diálogo, que es la forma de expresión
característica del texto teatral. La intervención de cada personaje viene
precedida por su nombre. En el fragmento aparecen conversando los dos
protagonistas de la obra, don Diego y doña Francisca. No aparece ninguna
acotación. A través de la conversación don Diego trata de llegar a la verdad, a
la sinceridad de los sentimientos de Paquita.
El fragmento puede
dividirse en tres partes: la presentación del conflicto (matrimonio por
obediencia materna), búsqueda de la verdad a través del diálogo y una reflexión
concluyente.
Con respecto
al contenido y la forma, desde el comienzo quedan contrastadas dos posturas: la
de Paquita, obediente y conservadora y la de don Diego, dialogante y racional: “Haré lo que mi madre me manda, y me casaré
con usted.” Con sucesivas preguntas trata de convencerla para que sea
sincera. Domina, como suele ser frecuente en la conversación, la función
apelativa, tal como podemos observar en la presencia de los vocativos (Paquita; señor don Diego), en el uso del
modo imperativo (Ve aquí los frutos de la
educación), en el futuro de mandato (será
usted mi mujer) y en las oraciones interrogativas (¿Y después, Paquita?; ¿Por qué?).
También
podemos encontrar elementos emotivos propios de la función expresiva, como lo
demuestran los diminutivos (Paquita),
las oraciones exclamativas (¡Dichas para
mí!... ¡qué obstinado, qué imprudente silencio!...) los adjetivos
valorativos (obstinado, imprudente
perjuro) y un vocabulario de gran valor connotativo (esclavo, pérfida, sacrílego).
Como es frecuente
en el teatro neoclásico, esta obra tiene una función didáctica, especialmente
evidente en el último parlamento de don Diego, dedicado más al público de la
sala que a doña Francisca, para avisarle sobre los resultados de una mala
educación.
Para concluir
podemos señalar que este fragmento es un buen ejemplo del teatro neoclásico, un
periodo llamado así por la vuelta a los valores clásicos, presentes en la
aceptación de la regla de las tres unidades. En este fragmento dominan más los
aspectos racionales y argumentativos que líricos. Con ellos se pretende educar
no solo al personaje, sino también al espectador. Hay una fuerte crítica hacia
la sociedad conservadora, que prefiere reprimir los sentimientos de las jóvenes
con tal de seguir las convenciones y tradiciones. Don Diego, el único personaje sensato, hará posible el desenlace feliz.
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