miércoles, 28 de marzo de 2012

El mito de don Juan



           Don Juan es un mito genuinamente español nacido a partir del drama atribuido a Tirso de Molina, seudónimo del fraile mercedario Fray Gabriel Téllez (Madrid, 1584? – Soria, 1648), El burlador de Sevilla y convidado de piedra. Esta obra se ha conservado en un tomo colectivo de dramaturgos del sigo XVII, impreso en Barcelona en 1630, con el título Doce comedias nuevas de Lope de Vega Carpio y otros autores, segunda parte. Pero hay que recordar que A. Rodríguez López-Vázquez adjudica la paternidad de la obra al cómico murciano Andrés de Claramonte. Esta teoría se puede resumir de la siguiente forma: habría una versión original del mito titulada Tan largo me lo fiáis, cuyo autor sería Claramonte, que fue afinando los caracteres de los personajes tras las sucesivas representaciones, hasta llegar a la versión que conocemos de El Burlador de Sevilla.  La obra comienza cuando Don Juan que vivía en Nápoles acababa de seducir a la duquesa Isabela, quitándole su honor y a la vez burlándose de su amigo el duque Octavio, ya que Don Juan se hizo pasar por él. Don Pedro Tenorio, tío de Don Juan, es el embajador de España y recibe órdenes del rey de arrestar al culpable del deshonor de Isabela. Don Juan le confiesa ser el culpable y, furioso, Don Pedro le dice que le va a dar muerte pero Don Juan responde rindiéndose a sus pies, gesto que conmueve a Don Pedro, quien lo ayuda a huir. Después Don Pedro le dice al rey que no pudo evitar la fuga del culpable pero que según las confesiones de Isabela el culpable es el duque Octavio. El rey ordena que Don Octavio sea arrestado pero Don Pedro sabiendo la verdad no lo puede encarcelar y lo deja huir. En la playa de Tarragona Tisbea, una pescadora que al ver la embarcación llama a otros pescadores para que salven a los dos hombres que hay en ella, los ayuda. Tisbea cuida a Don Juan para que se recupere y luego él, como buen burlador, la seduce robándole su honor. Ella al ver que Don Juan huye, se arroja al mar. Mientras tanto en Sevilla el rey Alfonso XI, enterado del hecho ocurrido en Nápoles producido a causa de Don Juan ordena a su hombre de confianza, Don Diego Tenorio, padre de Don Juan, que lo destierre. Pero Don Juan se encuentra en Sevilla con don Octavio. Aparece el marqués de La Mota que es el amor de Doña Ana, hija del Comendador Don Gonzalo Ulloa. Don Juan intenta burlarse de Doña Ana haciéndose pasar por el marqués, pero ella se da cuenta del engaño, da voces y aparece su padre Don Gonzalo a defenderla. En el forcejeo Don Juan lo mata y después huye. El marqués de la Mota es culpado y detenido por órdenes del rey. Don Juan asiste a la boda de Aminta y Patricio. Entonces le cuenta a Patricio que Aminta se le entregó y que ya no era una mujer con honor, Patricio le cree y se va. Luego Don Juan seduce a Aminta prometiéndole matrimonio y ella cae en su juego. Conocidos los desmanes del Burlador, son muchos los que reclaman justicia y  el rey manda apresar a Don Juan, pero él se refugia en la iglesia en la que está sepultado el Comendador. Al ver la estatua que había sido colocado en honor al Comendador Don Juan se ríe y la desafía invitándola a comer esa noche con él. La estatua acude a la cita y le pide a Don Juan que en retribución vaya a comer con ella la siguiente noche en la capilla. Don Juan se presenta y al darle la mano a la estatua un fuego lo recorre por todo el cuerpo, mientras confiesa a la estatua que él no ha deshonrado a Doña Ana y luego se siente hundir en el sepulcro y muere. Catalinón, el criado del burlador, llega a la corte del rey y anuncia la muerte de Don Juan. Al oír esto Don Octavio pide la mano de Isabela al rey y el marqués de la Mota pide la mano de Doña Ana, lo que pone fin a la obra.
            El título completo de la obra que nos ocupa es El Burlador de Sevilla y convidado de piedra. Las dos partes del título nos hacen pensar en un libertino (al estilo de El rufián dichoso de Cervantes) y en la lucha contra lo sobrenatural que aparecía en alguna conseja popular antigua en la que un joven irrespetuoso tropieza con una calavera y la invita a cenar con él. La calavera acude y convida a su vez al muchacho para que cene en su sepultura. Según las versiones, al acudir, el mancebo muere o se salva gracias a la protección de la Virgen María o de algún santo.
Se intentó hacer ver que el origen de esta figura literaria se encontraba en la Italia del Renacimiento, pero al parecer las comedias toscanas en donde el personaje aparece son posteriores al drama de Tirso de Molina. Concretamente, un estudioso hispanista italiano llamado Farinelli quiso profundizar en el personaje teatral cuya historia personal se presentaba como símbolo de la historia de España. Este estudioso situaba el origen de la leyenda en una representación de la historia del conde Leoncio llevada a cabo por los jesuitas alemanes en 1615. En esta representación, un conde pervertido por las doctrinas de Maquiavelo y que no cree en la vida eterna, al pasar por un cementerio, le da una patada a una calavera a la que invita a cenar, si es que “aún vive eternamente”. Al sentarse a la mesa con unos amigos, se presenta un personaje huesudo que asegura ser convidado también. El esqueleto dice ser el abuelo del conde, que viene a mostrar a su nieto la inmortalidad del alma y se lo lleva consigo despedazado.
Como señalábamos antes, en España existen romances y leyendas que narran el convite de un difunto. En algunas versiones, la calavera es sustituida por una estatua.
En el terreno literario y, concretamente el dramático, es posiblemente El infamador de Juan de la Cueva (1543-1612) el antecedente más directo de la obra que nos ocupa, ya que en él se muestran ya los valores negativos del infamador de mujeres que adornan a Don Juan. En el siglo XVII encontramos personajes que seducen y burlan a las mujeres  y el tema del muerto que ataca al vivo para vengarse de una ofensa en numerosas obras teatrales, de las que citaremos tan sólo algunas. Así, La fianza satisfecha (de entre 1612 y 1615) de Lope de Vega en que aparece el personaje Leonido que no respeta ni a las mujeres ni a las convenciones sociales, tanto es así que se ha dicho que “los más atroces desafueros de Don Juan Tenorio parecen travesuras al lado de las satánicas pasiones de Leonido”. Este personaje, ante el espectador, intenta violar a su hermana, la hiere en la cara por ofrecer resistencia, apalea a su cuñado, abofetea y le saca los ojos a su padre, reniega del Cristianismo y cuenta que ha querido afrentar incluso a su madre. Pero los finales de las obras difieren. Tirso condena a Don Juan a las penas eternas, mientras que Lope convierte y salva a Leonido, que muere como mártir, crucificado y con una corona de espinas. De Calderón de la Barca es No hay cosa como callar (1639). En ella, Don Juan, libertino irresponsable, se ha enamorado perdidamente de una belleza que ha visto por casualidad en una iglesia. La habría seguido a su casa para identificarla si no se hubiera metido imprudentemente en una riña callejera para respaldar a un caballero desconocido agredido por tres hombres. Antes de que don Juan pueda informarse del nombre de este caballero, llega la justicia. Huye don Juan a su casa. Allí le avisa su padre, don Pedro, de que tiene que partir para Fuenterrabía, donde ha de incorporarse a su regimiento. Poca distancia ha viajado don Juan cuando cae en la cuenta de que su criado Barzoque ha olvidado su documentación de militar. De noche, los dos vuelven a casa y entran silenciosamente en la habitación de don Juan. En ella descubre, dormida en una silla, a la hermosa dama que ha visto en la iglesia. En la oscuridad, la viola y, llevando consigo sus papeles, se pone de nuevo en camino para el norte. Con la violación termina el acto primero. El público sabe ya que la víctima es Leonor, hermana de don Diego, el cual es el caballero a quien le ha salvado la vida don Juan. Mientras don Diego vivía en el sagrado de una embajada (puesto que uno de los agresores estaba gravemente herido y podía morir), ha estallado un incendio en su casa. Sola en ella con su criada, Leonor se ha acogido en la casa vecina de don Pedro. El anciano la ha hospedado en la habitación desocupada de su hijo, después de prometerle que le daría entera satisfacción si se menoscabara su honor durante su estancia en la casa. Durante la violación, Leonor ha conseguido tomar posesión de una venera que llevaba su violador desconocido. Además de ser una concha gallega que solían llevar los peregrinos que regresaban de Santiago de Compostela, la venera era la insignia de los Caballeros de Santiago, la orden militar de que formaba parte don Juan; era también, en este caso, un medallón de oro que contenía un retrato en miniatura. Esta venera de don Juan es el medio por el que Leonor espera establecer la identidad de su asaltante; contiene el retrato de una mujer desconocida, que más tarde resultará ser Marcela, novia de don Juan. El segundo acto nos presenta el abatimiento de Leonor y sus vanos esfuerzos por hacer que Marcela le confiese el nombre del caballero a quien había dado el medallón. En la escena central nos lleva el dramaturgo a un sitio en la carretera entre Fuenterrabía y Madrid, donde don Juan, en vías de regresar de la guerra, está divirtiendo a un compañero de armas, don Luis, contándole cómo ha llegado a violar en su propio dormitorio a una bella desconocida. Puesto que la ha conocido carnalmente, ya no le tiene amor. No sabe don Juan que su interlocutor es el prometido de su víctima, tampoco sabe don Luis que ha sido Leonor la víctima de su compañero. En el tercer acto, los dos militares están ya de vuelta en Madrid. Llorando y sin darle explicación alguna, Leonor informa a don Luis de que ya no podrá casarse con él. A raíz de otra refriega callejera, en la que es perseguido por la justicia, se refugia el protagonista en la casa donde viven don Diego y Leonor. Pronto todos los personajes se encuentran en esta casa escondiéndose los unos de los otros. Leonor comprende que su deshonrador no puede ser otro que don Juan; se encara con él para comunicarle lo que sabe. Se ofrece a meterse en un convento si él promete callar su deshonra. Don Juan consiente en encubrir lo sucedido; pero, siempre indiscreto, en seguida empieza a explicarle por qué no puede casarse con ella, pasando a recitar los sucesos de aquella noche vergonzosa. Leonor le hace callar, pero no antes de que sus últimas palabras, oídas por don Diego, despierten recelos en éste. Estando ya todos los personajes en escena, Leonor le recuerda a don Pedro su promesa de darle satisfacción, promesa que el anciano reafirma. Entonces Leonor rompe el silencio, empezando a narrar en detalle lo sucedido la noche del incendio; la interrumpe don Juan para evitar que le comprometa. Sabiendo que le han de matar su padre y el hermano de Leonor si ella termina su historia, don Juan se resuelve a casarse con Leonor porque, con palabras del título de la obra, «no hay cosa como callar». Cada uno de los personajes, en sendos apartes, reconoce su interés personal en callar lo que sabe. Termina la comedia no con los desposorios convencionales, sino con una universal conspiración de silencio. Puede ser que Leonor y don Juan vayan a contraer un matrimonio mortífero que conduzca a la tragedia porque si algún participante en la conspiración de silencio dice una palabra acerca de aquella noche, los hombres ofendidos —don Pedro, don Diego y hasta don Luis— seguramente tomarán una venganza sangrienta en don Juan y su mujer. La violación de Leonor ha perjudicado el honor de todos los hombres asociados con ella. El final de esta comedia, al igual que el de tantas de Calderón, no promete la felicidad conyugal, sino desdichas y la posibilidad de efusión de sangre. La comedia anuncia una potencial tragedia. Es la contigüidad de lo trágico y lo cómico, que se encuentra en muchas comedias calderonianas.
Antes de llegar al don Juan de Zorrilla, con quien el mito cobra una enorme fuerza, este tema conocerá otras versiones importantes es España, aunque responderá a sensibilidades diferentes. La primera de ellas es La venganza en el sepulcro (1660-70), de Alonso de Córdova y Maldonado. Es un drama curioso, con un comienzo ya extraño. Don Juan sigue por el campo a doña Ana y le hace una propuesta de amor, pero lo asombroso es que empieza vanagloriándose de su pasado engañador. Es el único don Juan que aparece sin progenitor contra el que rebelarse, ya que ha muerto, y se dedica a viajar acompañado de un criado. La mujer en este caso tampoco es corriente entre las víctimas de don Juan, ya que en vez de caer ante la acometida verbal del caballero, busca engañarle para que la deje marcharse en paz, y lo cita en Sevilla. Es también la primera vez en el mito en que el criado sirve de celestina, ya que no sólo le entrega la carta, sino que también explica el sentimiento que su amo tiene por doña Ana. Pero la dama, que accedió a sus súplicas cuando estaba sola, le desprecia ahora que está a salvo en su casa. Don Juan muestra violencia, pero también enamoramiento. Por primera vez en la historia del personaje, don Juan se declara obsesionado por una mujer. En esta obra, por otra parte, la tendencia homicida del personaje parece imponerse continuamente sobre la amorosa. Don Juan morirá como castigo y doña Ana se casará con el Marqués de la Mota. La segunda de las obras a que nos referíamos es No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague y Convidado de piedra (1722), de Antonio de Zamora. Este don Juan tiene características distintas, por ejemplo la ira que le arrebata continuamente. El criado en Zamora es consejero, cobarde y avaricioso como corresponde al prototipo, pero tiene también detalles desagradables de infidelidad. Por otra parte, el autor de esta versión carga las tintas en el trato que con su progenitor tiene don Juan. La cólera del personaje le relaciona con el diablo. El Burlador de Sevilla sentía por el infierno una creencia lejana porque estaba convencido de que tenía tiempo de evitarlo con un acto de contrición, pero el de Zamora se siente atraído por él, como si la soberbia que le inspira le hiciese más proclive a seguir el camino del gran rebelde que fue Satanás. Así, se enfrenta a la estatua del Comendador haciendo alusión a la mansión del más allá, tras tocarle irónicamente la barba. Aun así, don Gonzalo le irá abriendo caminos de salvación que el seductor despreciará, aunque al final habrá una diferencia con el don Juan de Tirso, una incierta frase (“Dichoso tú si aprovechas/ la eternidad de un instante”), a la que el personaje parece contestar haciéndolo efectivamente. Al menos en apariencia, la condena ya no es definitiva, como en las obras anteriores. Se abre paso así la visión que dará Zorrilla, la salvación de don Juan con la colaboración de doña Inés. Pero el creador del don Juan romántico fue Espronceda y no Zorrilla. Publicado por entregas en una revista de su tiempo (1837), El estudiante de Salamanca muestra una admiración por el personaje que no existía en las versiones anteriores. Para Espronceda, don Juan no es un matón, no ve la necesidad de matar a alguien por razón tan nimia como el honor de una mujer. En esta obra la mujer amada cobrará un protagonismo mayor y aunque todavía no sea artífice de la salvación del personaje como en Zorrilla, ya no es objetivo transitorio. Esta mujer, llamada Elvira, tiene un valor testimonial, ya que el poeta la presenta abandonada por el seductor y sufriendo por el amor que constituyó toda su vida. Aparece en forma vaga y etérea la mujer que va a llevar a su destino fatal a este don Juan, pero Félix se ve animado por la posibilidad de que se trate de una trampa para arrastrarle al infierno. La aventura tiene más atractivo que la posibilidad de añadir un trofeo más a su lista. La obsesión de mantener el nombre y fama del caballero obliga a don Félix tanto como su ansia erótica. Espronceda multiplica las advertencias con que un Dios, más comprensivo que en las versiones anteriores, se empeña en salvar el alma de este don Juan. La figura femenina le recuerda varias veces el “plazo” y la “deuda”, pero don Félix reafirma siempre su hedonismo, y la mujer se doblega ante la fatalidad. Su intento de salvarlo ha fracasado por la obsesión pecadora del caballero. Ni siquiera el encontrarse con su propio entierro disuade a don Félix, que sólo se estremece un instante al oír su propio nombre. Don Félix/don Juan insiste en la persecución de la dama y a sus advertencias responde con decisión y seguridad teológica de que su alma tiene paradero seguro ya marcado por la vida que ha llevado. El protagonista no cree que con su pasado pueda esperar nada bueno en el futuro extraterreno. No se arrepiente de sus pecados ni de su vida anterior y se niega a aceptar el momento en que puede pedir perdón. Es el único en la tradición donjuanesca. Como vivió, murió. Y, según sus propias palabras, sin más datos ni más estudios que El Burlador de Sevilla y No hay plazo que no se cumpla, en 1844, José Zorrilla escribe Don Juan Tenorio. Sigue especialmente a Zamora en algunas escenas e incluso en la elección del nombre del rival, añadiéndole el apellido Mejía, aunque con la originalidad de personificar en un solo ser a toda la sociedad que envidia a Tenorio e intenta colocarse a su altura. Al entablar esta competencia, su personaje cobra más fuerza. Quizá lo que distingue preferentemente al don Juan de Zorrilla de los que le han precedido es su fracaso ante sí mismo. Es el primer caso en que el personaje se enamora totalmente y pierde las armas que le permitían mantener la cabeza firme mientras las mujeres perdían la suya. La forma en que se muestra esa debilidad es reveladora, el autor le hace traicionarse cuando habla con Brígida. Don Gonzalo le niega la mano de su hija cerrando las puertas que quería abrir don Juan con su arrepentimiento, y esas puertas se cerrarán definitivamente cuando el destino le obligue a matar a don Gonzalo y don Luis. Los guardias recién llegados se aglomeran junto a los cadáveres. Salen de sus aposentos Brígida y doña Inés, que se entera de la muerte de su padre y, angustiada, llama al ser amado para apoyarse en él. Pero ese ser amado es precisamente el asesino. Ese amor es más fuerte que el asesinato y seguirá tras la muerte de ella. Cuando un tiempo después don Juan vuelve del exilio, sigue enamorado, mantiene íntegra la pasión por la única mujer a la que de verdad ha querido. Y ella ha firmado un “contrato” con Dios, quedando en prenda, en el limbo como rehén hasta que él se salve. Y así será: don Juan se salva gracias a la intercesión de doña Inés.
Aún en el terreno literario son incontables las variaciones que sobre el personaje de don Juan se han realizado en diversos géneros literarios por autores españoles y extranjeros. De 1665 es la tragicomedia de Molière Dom Juan ou le Festin de Pierre. Basándose en la obra del español Tirso de Molina El burlador de Sevilla y convidado de piedra, la obra presenta a un personaje infiel, seductor, libertino, blasfemo, valiente e hipócrita: Don Juan, un noble vividor que habita en Sicilia, colecciona conquistas amorosas, seduciendo a jóvenes de la nobleza y a sirvientas con el mismo éxito. Lo único que le interesa es la conquista y abandona a las mujeres tan pronto las goza. Sus conquistas le valen algunas enemistades y le obligan a batirse en algunos duelos, de los que, por otro lado, tampoco huye. Plantea sus relaciones sexuales con las personas de su entorno con un cierto cinismo, y cuestiona los dogmas religiosos. Le gustan los desafíos, además del sexo con mujeres, hasta aceptar ese desafío final: la cena con la estatua del Comendador que se lo llevará al más allá. La obra pareció a algunos religiosos de la época una apología del libertinaje. Molière alimenta la ambigüedad sobre sus intenciones al describir a un personaje que no es totalmente negativo. Es inteligente y valiente. En sus duelos verbales contra Sganarelle, contra su acreedor y contra su padre, gana de lejos. Por otro lado, su cinismo y su hipocresía están hechas para repugnar al espectador. De hecho, la obra es una reflexión sobre el libertinaje y sus excesos. Molière es partidario del libre pensamiento, pero respeta las convicciones religiosas. Ataca fundamentalmente todas las formas de hipocresía, como la del libertino Don Juan capaz de todo para satisfacer sus apetitos. El final de Don Juan sirve de conclusión y moraleja: el cinismo y la hipocresía del personaje se castigan con la muerte. El personaje de Sganarelle actúa de contrapunto, sirve para dar humanidad y comicidad a una obra que sin él sería bastante negra. De 1787 es el libreto del abate Lorenzo da Ponte de Don Giovanni, ópera de Mozart de la que hablaremos posteriormente. En esta obra, el protagonista no se arrepiente y es condenado al infierno. El poema épico Don Juan (1821) fue escrito por Lord Byron. En esta obra Byron proyecta en el personaje algunos aspectos de su propia personalidad, al simbolizar en él casi el derecho al amor libre, sin trabas ni normas morales o sociales. Su don Juan viaja desde la capital sevillana a países como Grecia o Constantinopla hasta acabar en Inglaterra. En 1834, Prosper Merimée publicó Las almas del purgatorio, que recogía las dos leyendas sevillanas más famosas, la del Tenorio y la de Mañara, y deja patente su gusto por lo fantástico y su atracción por el sur y por España. De Alejandro Dumas padre, autor de Los tres mosqueteros es Don Juan de Marana o la caída de un ángel (1837), definida como “misterio en cinco actos”. El autor identifica al héroe con el personaje sevillano histórico D. Miguel de Mañara, cuya conversión piadosa de sus últimos años tiene similitud con los rasgos esenciales de la psicología de Don Juan: una juventud disipada y un aparatoso arrepentimiento final. En esta versión, una monja llamada Sor Marta es realmente un ángel bajado a la tierra para salvar a don Juan, pero será éste, con su enorme poder de seducción, el que haga abdicar a Sor Marta de su condición angélica, para reducirla a la estricta de enamorada mujer. En 1861, Baudelaire dedica el poema 15 de Las flores del mal a este personaje (Don Juan en los infiernos). En 1884 y 1885 se publican los dos tomos de La Regenta de Clarín. En esta novela el autor se muestra admirador del Don Juan Tenorio de Zorrilla y nos presenta a un donjuán provinciano y positivista, don Álvaro Mesía, que corteja a Ana Ozores. El mito de don Juan es uno de los temas favoritos de los escritores del 98. Azorín nos muestra al personaje en la novela Don Juan (1922), en la que nos presenta al seductor viviendo en retiro, en paz, entregado a la caridad. Entre 1926 y 1929 son dignas de mención tres piezas teatrales dedicadas a este motivo: Las galas del difunto (1926) en la que Valle Inclán crea un don Juan esperpéntico, Don Juan de Mañara (1927) de Antonio y Manuel Machado, con un protagonista poético y romántico y El hermano Juan o el mundo es teatro (1929), de Miguel de Unamuno, en el que el autor hace una interpretación propia del hombre angustiado en una obra algo estática. De 1940 es el ensayo de Gregorio Marañón Don Juan. Ensayo sobre el origen de su leyenda, en el que analiza el personaje, poniendo en duda su virilidad. La obra Don Juan (1963), de Gonzalo Torrente Ballester, se encuentra entre la novela y el ensayo y en ella se intentan explicitar las razones de su donjuanismo, relacionadas con la disyuntiva entre libre albedrío y predestinación. El último don Juan en llegar a la escena ha sido djuan@simétrico.es, de Jesús Campos García. Fue estrenada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el 13 de noviembre de 2008. En esta versión, don Juan es un profesor de informática y doña Inés acaba de abandonar el convento. Ambos son piratas informáticos que entran a formar parte de una secta llamada “Los hackers de Cristo”. Lo más relevante de esta versión quizá es que Inés se convierte en burladora. Para el autor y director, la visión de don Juan no se sostiene en nuestros días, ya que “es un personaje impresentable, asesino y maltratador, que se tiene como modelo para los hombres y es admirado por las mujeres. En el siglo XXI poco hubiéramos ganado manteniendo este don Juan clásico”. La relación amorosa se basa aquí en la amistad.

En el diccionario de la RAE se recogen los términos donjuán (seductor de mujeres), donjuanear (hacer de donjuán), donjuanesco (propio o característico de un donjuán) y donjuanismo (conjunto de caracteres y cualidades propias de don Juan Tenorio, personaje de ficción).

En el terreno de la psicología y la sociología se habla del síndrome del donjuanismo como la necesidad de seducir en serie, aunque en ocasiones se plantea su existencia como una forma de encubrir una identidad confusa, bien por encubrir la homosexualidad, bien por no tener definido un modelo femenino que les lleve a priorizar la fidelidad sobre el deseo de conquista.

En el terreno musical, debemos destacar sobre todo la ópera en dos actos Don Giovanni de Mozart, sobre el libreto del abate Lorenzo Da Ponte basado en la obra atribuida a Tirso de Molina. Fue estrenada el 29 de octubre de 1787 en el Teatro Nacional de Praga. En esta obra don Juan no se arrepiente y es condenado al infierno. Pero esta no es la única versión musical del mito que nos ocupa. El 5 de febrero del mismo año de 1787, en el Teatro San Moisé de Venecia, se había estrenado Don Giovanni (Tenorio) o sia Il convitato de pietra, drama giocoso en un acto de Giusseppe Gazzaniga con libreto de Giovanni Bertati basado igualmente en la obra de Tirso. Liszt compuso una fantasía para dos pianos, Reminiscencias de don Juan (1841), inspiradas en la ópera de Mozart. Richard Strauss compuso el poema sinfónico Don Juan (1888). En 1967, se representa el ballet Don Juan, de Antón García Abril, con Antonio Gades. José Saramago fue el autor del libreto de Don Giovanni o el disoluto absuelto, ópera en un acto de Azio Corghi, estrenada en marzo de 2006.

En el terreno artístico son también numerosas las representaciones del mito de don Juan. Una de las más importantes se produce durante el simbolismo, en 1878, Fox Madox Brown realiza el lienzo titulado The fainding of don Juan by Haidee, que se encuentra en el Museo de Orsay de París.


Del pintor ruso Ilya Repin, enmarcado en el realismo, es Don Juan y doña Ana o convidado de piedra (1885)


En Sevilla, en la plaza de Refinadores, junto a los jardines de Murillo, podemos encontrar una estatua de Don Juan Tenorio (1975), obra del escultor Nicomedes Díaz Piquero y pedestal de Juan Carlos Alonso, en donde aparecen textos de la obra de Zorrilla.


          En el terreno cinematográfico, encontramos una versión de Don Juan Tenorio realizada por Ricardo Baños, estrenada en 1922 en Barcelona. De 1926 es la película norteamericana Don Juan, un musical, dirigida por Alan Crosland y protagonizada por John Barrymore. En 1934 se estrenó La vida privada de don Juan, dirigida por Alexander Korda y que fue la última película de Douglas Fairbanks. Errol Flynn protagonizó en 1949 Las aventuras de don Juan, dirigida por Vincent Sherman.


Una de las versiones más curiosas del mito fue la película española Don Juan Tenorio, dirigida por Alejandro Perla, de 1952. Fue una adaptación de una representación teatral del Teatro Nacional María Guerrero de Madrid, con decorados diseñados por Salvador Dalí.
            De 1956 es El amor de don Juan, que protagonizaron Fernandel y Carmen Sevilla y que fue dirigida por John Berry, en la que el criado de don Juan, al ser éste apresado, debe hacerse pasar por él.
En 1973 se estrena la película francesa dirigida por Roger Vadim y protagonizada por Brigitte Bardot  Si don Juan fuese una mujer. En ella el personaje cuenta a su primo, un joven cura, sus maquiavélicas y cínicas aventuras.


           En 1991, González Suárez rueda Don Juan en los infiernos, protagonizada por Fernando Guillén, Charo López y Héctor Alterio.


           En 1995 se estrena otra película norteamericana dirigida por Jeremy Leven y protagonizada por Marlon Brando y Johnny Depp. La historia transcurre a partir de que a la consulta de un psiquiatra llega un paciente que se cree el mismísimo don Juan y cuenta delirantes historias.


           En 2001 Víctor Barrera dirige el drama Amar y morir en Sevilla, versión del Don Juan Tenorio protagonizada por Antonio Doblas y Ana Ruiz.


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