sábado, 24 de marzo de 2012

El mito de don Quijote



“El Quijote es el representante de la bondad, de la virtud, de la fe, defensor de los valores eternos, inclinado a la idealización del mundo, la poesía” (Nerlich, 2001).

            Vida y hechos del ingenioso caballero don Quijote de La Mancha se publicó en dos partes. El 20 de diciembre de 1604, Cervantes se encuentra en Valladolid y allí se le da licencia y privilegio para poder imprimir su obra. La primera edición de la primera parte de que tenemos noticia es la de Juan de la Cuesta, impresa en Madrid en 1605, que gozó de éxito inmediato y que fue traducida al inglés y al francés. El 30 de marzo de 1615 se da licencia para poder imprimir y vender la segunda parte, que es impresa igualmente por Juan de la Cuesta. Un año antes había aparecido un “Quijote” apócrifo a nombre de un tal Alonso Fernández de Avellaneda, que provocó que Cervantes rematara la última parte de su libro a fin de contestar al “Quijote” espúreo. La segunda parte fue traducida al francés y al italiano.
            El argumento de la obra es conocido. El hidalgo manchego Alonso Quijano pierde el juicio a fuerza de leer libros de caballerías y, con el nombre de don Quijote de La Mancha, decide abandonar su aldea para actuar como caballero andante en defensa de los débiles. Su dama será Dulcinea del Toboso. Su primera salida acaba con la paliza que le propinan unos mercaderes. Tras el escrutinio de su biblioteca, dirigido por el cura de su pueblo, se lanza de nuevo en busca de aventuras en compañía de Sancho Panza, al que nombra su escudero. Suceden, entre otras, las aventuras de los molinos, el encuentro con los cabreros, la del yelmo de Mambrino y la de los galeotes. Don Quijote se queda en Sierra Morena para hacer penitencia por su dama, imitando a Amadís, y envía a Sancho con una carta para Dulcinea. Se descubre así su paradero y el cura y el barbero consiguen devolverle al pueblo. La segunda parte nos cuenta la tercera salida de don Quijote, quien después de vencer al Caballero de los Espejos (el bachiller Sansón Carrasco), de enfrentarse con los leones y de bajar a la cueva de Montesinos, llega a la corte de los Duques. Estos se divierten a su costa (aquí encontramos el episodio de Clavileño o el gobierno de Sancho en la ínsula Barataria) hasta que don Quijote se marcha a Barcelona, donde es vencido por Sansón Carrasco, disfrazado esta vez de Caballero de la Blanca Luna, quien le ordena volver al pueblo. Ya en su casa, enferma y muere después de recobrar el juicio y de renegar de los libros de caballerías.
Cervantes escribió un libro divertido, rebosante de comicidad y humor, con el ideal clásico del prodesse et delectare, instruir y deleitar. El autor afirmó varias veces que su primera intención era mostrar a los lectores de la época los disparates de las novelas de caballerías. En efecto, el Quijote ofrece una parodia de las disparatadas invenciones de tales obras. Pero significa mucho más que una invectiva contra los libros de caballerías. Por la riqueza y complejidad de su contenido y de su estructura y técnica narrativa, la novela admite muchos niveles de lectura, e interpretaciones tan diversas como considerarla una obra de humor, una burla del idealismo humano, una destilación de amarga ironía, un canto a la libertad o muchas más. También constituye una lección de teoría y práctica literarias, porque en ella se discute sobre libros existentes y acerca de cómo escribir otros futuros ya desde la primera parte en, por ejemplo, el escrutinio de la biblioteca de don Quijote. Teoría y ficción se integran con perfecta armonía en diversos episodios, como la cueva de Montesinos. Entre otras aportaciones más, el Quijote ofrece un panorama de la sociedad española en su transición de los siglos XVI al XVII, con personajes de todas las clases sociales, representación de las más variadas profesiones y oficios, muestras de costumbres y creencias populares. Sus dos personajes centrales, don Quijote y Sancho, constituyen una síntesis poética del ser humano. Sancho representa el apego a los valores materiales, mientras que don Quijote ejemplifica la entrega a la defensa de un ideal libremente asumido. Son dos figuras complementarias, que muestran la complejidad de la persona, materialista e idealista a la vez.
Don Quijote ha sufrido, como cualquier obra clásica, todo tipo de interpretaciones y críticas. Miguel de Cervantes proporcionó en 1615, por boca de Sancho, el primer informe sobre la impresión de los lectores, entre los que «hay diferentes opiniones: unos dicen: 'loco, pero gracioso'; otros, 'valiente, pero desgraciado'; otros, 'cortés, pero impertinente'» (capítulo II de la segunda parte), pareceres que ya contienen las dos tendencias interpretativas posteriores: la cómica y la seria. Sin embargo, la novela fue recibida en su tiempo como un libro de entretenimiento, como regocijante libro de burlas o como una divertidísima y fulminante parodia de los libros de caballerías. Intención que, al fin y al cabo, quiso mostrar el autor en su prólogo, si bien podía saber que había tocado un tema mucho más profundo que se salía de cualquier proporción. Toda Europa leyó la obra como una sátira. Los ingleses, desde 1612 en la traducción de Thomas Shelton. Los franceses, desde 1614 gracias a la versión de César Oudin. Los italianos desde 1622, los alemanes desde 1648 y los holandeses desde 1657, en la primera edición ilustrada. La comicidad de las situaciones prevalecía sobre la sensatez de muchos parlamentos. La interpretación dominante en el siglo XVIII fue la didáctica: el libro era una sátira de diversos defectos de la sociedad y, sobre todo, pretendía corregir el gusto por los libros de caballerías. Junto a estas opiniones, estaban las que veían en la obra un libro cómico de entretenimiento sin mayor trascendencia. La Ilustración realizó las primeras ediciones críticas de la obra, la más sobresaliente de las cuales fue la de John Bowle, en 1781. El idealismo neoclásico hizo a muchos señalar numerosos defectos en la obra, en especial, atentados contra el buen gusto, pero también contra la ortodoxia del buen estilo. El neoclásico Diego Clemencín destacó de manera muy especial en esta faceta. Pronto empezaron a llegar las lecturas profundas, graves y esotéricas. En 1675, el jesuita francés René Rapin consideró que Don Quijote encerraba una invectiva contra el poderoso duque de Lerma. El acometimiento contra los molinos y las ovejas por parte del protagonista sería, según esta lectura, una crítica a la medida del Duque de rebajar, añadiendo cobre, el valor de la moneda de plata y de oro, que desde entonces se conoció como moneda de molino y de vellón. Por extensión, sería una sátira de la nación española. Esta lectura que hace de Cervantes desde un antipatriota hasta un crítico del idealismo, del empeño militar o del mero entusiasmo, resurgirá a finales del siglo XVIII en los juicios de, por ejemplo, Voltaire y Lord Byron. Para éste último, Don Quijote había asestado con una sonrisa un golpe mortal a la caballería en España. A esas alturas, Henry Fielding ya había convertido a don Quijote en un símbolo de la nobleza y en modelo admirable de ironía narrativa y censura de costumbres sociales. La mejor interpretación dieciochesca de Don Quijote la ofrece la narrativa inglesa de aquel siglo, que es, al mismo tiempo, el de la entronización de la obra como ejemplo de neoclasicismo estético, equilibrado y natural. Algo tuvo que ver el valenciano Gregorio Mayáns y Siscar que en 1738 escribió, a manera de prólogo a la traducción inglesa de ese año, la primera gran biografía de Cervantes. Por otra parte, José Cadalso señaló en sus Cartas marruecas en 1789 que en Don Quijote «el sentido literal es uno y el verdadero otro muy diferente». El Romanticismo alemán trató de descifrar el significado verdadero de la obra. Friedrich von Schlegel asignó a Don Quijote el rango de precursora culminación del arte romántico en su Diálogo sobre la poesía de 1800 (honor compartido con el Hamlet de Shakespeare). En 1802, Friedrich W. J. Schelling, en su Filosofía del arte, estableció los términos de la más influyente interpretación moderna, basada en la confrontación entre idealismo y realismo, por la que don Quijote quedaba convertido en un luchador trágico contra la realidad grosera y hostil en defensa de un ideal que sabía irrealizable. A partir de ese momento, los románticos alemanes vieron en la obra la imagen del heroísmo patético. El poeta Heinrich Heine contó en 1837, en el prólogo a la traducción alemana de ese año, que había leído Don Quijote con afligida seriedad en un rincón del jardín Palatino de Dusseldorf, apartado en la avenida de los Suspiros, conmovido y melancólico. Don Quijote pasó de hacer reír a conmover, de la épica burlesca a la novela más triste. Los filósofos Hegel y Schopenhauer proyectaron en los personajes cervantinos sus preocupaciones metafísicas. El Romanticismo inició la interpretación figurada o simbólica de la novela, y pasó a un segundo plano la lectura satírica. Al poeta inglés Samuel Taylor Coleridge don Quijote se le antojaba ser «una sustancial alegoría viviente de la razón y el sentido moral», abocado al fracaso por falta de sentido común. El don Quijote triste se prolonga hasta los albores del siglo XX. El poeta Rubén Darío lo invocó en su Letanía de Nuestro Señor don Quijote con este verso: «Ora por nosotros, señor de los tristes» (Cantos de vida y esperanza, 1905) y lo hace suicidarse en su cuento DQ, compuesto el mismo año, personificando en él la derrota de 1898. No fue difícil que la interpretación romántica acabara por identificar al personaje con su creador. Las desgracias y sinsabores quijotescos se leían como metáforas de la vapuleada vida de Cervantes y en la máscara de don Quijote se pretendía ver los rasgos de su autor, ambos viejos y desencantados. El poeta y dramaturgo francés Alfred de Vigny imaginó a un Cervantes moribundo que declaraba in extremis haber querido pintarse en su Caballero de la Triste Figura. Durante el siglo XIX, el personaje cervantino se convierte en un símbolo de la bondad, del sacrificio solidario y del entusiasmo. Representa la figura del emprendedor que abre caminos nuevos. El novelista ruso Iván Turgénev en su ensayo Hamlet y Don Quijote (1860), confronta a los dos personajes como arquetipos humanos antagónicos: el extravertido y arrojado frente al ensimismado y reflexivo. Este don Quijote encarna toda una moral que, más que altruista, es plenamente cristiana. Dostoievski lo comparó con Jesucristo, afirmando que «de todas las figuras de hombres buenos en la literatura cristiana, sin duda, la más perfecta es Don Quijote». El príncipe Mishkin de su novela El idiota (1869) está fraguado en el molde cervantino, ya que es un personaje inteligente y de buen corazón. Gogol, Pushkin y Tolstoi vieron en don Quijote un héroe de la bondad extrema y un espejo de la maldad del mundo. El siglo romántico no sólo estableció la interpretación grave de Don Quijote, sino que lo empujó al ámbito de la ideología política. La idea de Herder de que en el arte se manifiesta el espíritu de un pueblo (el Volksgeist) se propagó por toda Europa y se encuentra en autores como Thomas Carlyle y Taine, para quienes don Quijote reflejaba los rasgos de la nación en que se engendró: para los románticos conservadores, la renuncia al progreso y la defensa de un tiempo y unos valores sublimes aunque caducos, los de la caballería medieval y los de la España imperial de Felipe II. Para los liberales, la lucha contra la intransigencia de esa España sombría y sin futuro. Estas lecturas políticas siguieron vigentes durante decenios, hasta que el régimen surgido de la Guerra Civil en España privilegió la primera, imbuyendo la historia de nacionalismo tradicionalista. El siglo XX recuperó la interpretación jocosa como la más ajustada a la de los primeros lectores, pero no dejó de ahondarse en la interpretación simbólica. Muchos creadores formularon su propio acercamiento, desde Kafka (este autor se ve atraído sobre todo por el personaje del escudero, al que dedica el cuento La verdad sobre Sancho Panza, en el que Sancho se ve obligado a crear a don Quijote para poder sobrevivir) y Jorge Luis Borges hasta Milan Kundera. Thomas Mann inventó en su Viaje con Don Quijote (1934) a un caballero sin ideales, hosco y algo siniestro alimentado por su propia celebridad, y Vladimir Nabokov desarrolló un célebre y polémico curso, en el que destacaba que en torno al Quijote se desarrolla un choque de opiniones, toda una comparsa gazmoña y erudita que busca ahogar las pretensiones sencillas de su autor como fue la de contar una historia entretenida con un personaje fuera de serie. A este respecto el escritor ruso escribe: “Se ha dicho del Quijote que es la mejor novela de todos los tiempos. Esto es una tontería, por supuesto. La realidad es que no es ni siquiera una de las mejores novelas del mundo, pero su protagonista, cuya personalidad es una invención genial de Cervantes, se cierne de tal modo sobre el horizonte de la literatura, coloso flaco sobre un jamelgo enteco, que el libro vive y vivirá gracias a la auténtica vitalidad que Cervantes ha insuflado en el personaje central de una historia muy deshilvanada y chapucera, que sólo se tiene en pie porque la maravillosa intuición artística de su creador hace entrar en acción a don Quijote en los momentos oportunos del relato”. Puede que el principal problema consista en que Don Quijote no es uno, sino dos libros difíciles de reducir a una unidad de sentido. El loco de 1605 causa más risa que suspiros, pero el sensato anciano de 1615, perplejo ante los engaños que todos urden en su contra, exige al lector trascender el significado de sus palabras y aventuras mucho más allá de la comicidad primaria. Abundan las interpretaciones panegiristas y filosóficas en el siglo XIX. Las interpretaciones esotéricas se iniciaron en dicho siglo con las obras de Nicolás Díaz de Benjumea La estafeta de Urganda (1861), El correo del Alquife (1866) o El mensaje de Merlín (1875), sobre el desencanto del Quijote. Identifica al protagonista con el propio Cervantes haciéndole todo un librepensador republicano. En el siglo XX podemos recordar algunas visiones del mito que nos ocupa. En 1905, con motivo del centenario de la obra cervantina, Unamuno publica Vida de don Quijote y Sancho, en la que el autor tiñe de espiritualidad la locura del caballero. En 1914 se publican las Meditaciones del Quijote, de Ortega y Gasset, que acude al personaje para clarificar a través suyo el presente español. El destino de don Quijote es el nuestro. Dominique Aubier en 1967 afirma que Don Quijote (Q´jot en arameo significa verdad) se escribió en el marco de una preocupación ecuménica. En recuerdo de una España tierra de encuentro de las tres religiones reveladas, Cervantes propondría al futuro un vasto proyecto cultural colocando en su centro el poder del verbo. Podemos recordar que en El canon occidental (1994), Harold Bloom dedicó diecinueve páginas a la figura de Cervantes, cuyas ideas centrales resumió y repitió en Cómo leer y por qué (2000). En 2005, Francisco Márquez Villanueva concede tanto valor a Cervantes como a don Quijote en Cervantes en letra viva. En el terreno de la historieta, con motivo del cuarto Centenario de la obra, Francisco Ibáñez publica Mortadelo de La Mancha.
La obra de Cervantes ha generado multitud de obras musicales. La Ouverture burlesque sur Don Quichotte para orquesta de cuerda y clavicémbalo de Telemann (1681-1767) es la primera obra en formato de cámara de carácter programático escrita sobre la novela de Cervantes, compuesta por una obertura y siete secciones cuyo nombre va acorde con el episodio de la novela en la que se fundamenta. Guardando el formato de suite, a la obertura le sucede «El sueño de don Quijote», minueto de melodía ingenua que recuerda el galopar del caballo. Escenas como la tercera, centrada en el «Ataque a los molinos», ha sido de las más utilizadas por los músicos de todas las épocas junto con los «Suspiros por Dulcinea», pasaje transido por la melancolía en el que se deja sentir delicadamente el suspiro de amor del hidalgo. Estos números dejan paso, posteriormente, a descripciones como el galope de Rocinante y el trote del burro de Sancho, que se interpretan enlazadas y que apuntan ese carácter de comicidad que subyace en el concepto de la obra. Debe ser considerada como una de las composiciones más logradas del siglo XVIII, y en la que se mantiene de forma bastante fidedigna la estructura de la novela. Musicalmente conserva características propias del barroco tardío con algunos avances del estilo galante. Posteriormente Telemann escribiría una segunda obra sobre el tema de el Quijote, la serenata Dom Quichotte auf der Hochzeit des Camacho, fechada en 1761. Del músico barroco inglés Henry Purcell (1659-1695) es la ópera The Comical History of Don Quixote. Estrenado en Viena en 1771, Antonio Salieri compuso un intermedio en un acto titulado Don Quijote en las bodas de Camacho. De 1827 datan dos obras sobre este personaje. Mendelssohn (1809-1847) compone la ópera en dos actos basada en el capítulo XX de la segunda parte del Quijote Las bodas de Camacho, que fue estrenada en Berlín. Manuel García (1775-1832) compuso la ópera Don Quijote, basada en los capítulos XXIII-XLVI de la primera parte. Fue estrenada en Nueva York en 1827 y reestrenada en Tomelloso en 2005 con motivo del cuarto centenario de la publicación del Quijote. La Marche héroique de Don Quichotte del compositor E. Gandolfo, realizada para orquesta de cuerda, fue editada en 1892 y responde fielmente al carácter heroico que se indica en el título, atendiendo a su textura percusiva que, en minúsculos bloques, se va imponiendo a lo largo de la obra y que de forma descriptiva representa la figura de don Quijote en su largo caminar. Richard Strauss (1864-1949) compuso en 1897 el poema sinfónico Don Quijote, op.35. De 1902 es La venta de don Quijote, zarzuela de un acto de Ruperto Chapí (1851-1909) y con libreto de Carlos Fernández Shaw, en la que Cervantes decide escribir su novela después de asistir a las aventuras de don Alonso en la venta. Manuel de Falla (1876-1946) compuso El retablo de Maese Pedro, ópera de cámara en un acto en que se narra el episodio del capítulo XXVI de la segunda parte y que fue estrenada en Sevilla en 1923. Los muñecos del retablo representan ante don Quijote una historia ambientada en la época de Carlomagno, el rescate llevado a cabo por don Gaiferos de su esposa, raptada por los moros. El hombre de La Mancha, de Mitch Leigh, es una comedia musical estrenada en Broadway en 1965 y dio origen a la película del mismo título. De José Luis Turina es la ópera en clave futurista Don Quijote en Barcelona, que fue estrenada en 2000 en el Liceu de la Ciudad Condal con montaje de la Fura dels Baus.
En el terreno artístico encontramos también múltiples visiones del Quijote. Uno de los ilustradores más famosos de la obra fue el francés Gustave Doré (1832-1883).


           Hacia 1868, Honoré Daumier realizó la obra Don Quijote y SanchoPanza, que se encuentra en la Neue Pinakothek de Munich.


           Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) realizó  Don Quijote en 1955.



          Durante su extensa trayectoria, Salvador Dalí realizó varias obras sobre el personaje del Quijote, utilizando diferentes técnicas: un aguafuerte firmado en plancha y realizado hacia 1971, y otra realizada con tinta de aproximadamente la misma época.


          Por otra parte, debemos recordar las obras escultóricas, entre las que destacan las estatuas de bronce de Don Quijote y Sancho Panza, realizadas por el escultor Lorenzo Coullaut Valera (1876-1932) entre 1925 y 1930, que forman parte del monumento a Cervantes de la Plaza de España en Madrid.


          De Salvador Dalí es la escultura Don Quijote sentado, de 1974.


          En el terreno cinematográfico, existen diversas adaptaciones (películas, series y documentales) sobre don Quijote, de las que mencionaremos tan sólo algunas. La primera de ellas es Aventures de Don Quichotte de la Manche (1903), de Ferdinand Zecca y Lucien Nonguet para la productora francesa Pathé, que duraba dieciséis minutos. Se estrenó en España en 1905 con motivo del III Centenario de la publicación de la obra cervantina. Una de las más célebres adaptaciones del clásico de Cervantes es la realizada por Rafael Gil en 1948, declarada en su momento de interés nacional, aunque rebaja el sentido crítico de la novela. Fue protagonizada por Rafael Rivelles.


         En 1972, encontramos dos versiones de la obra. La primera de ellas El hombre de La Mancha es la adaptación cinematográfica del musical del mismo título, dirigida por Arthur Hiller y protagonizada por Peter O’Toole y Sofía Loren. La segunda de ellas era Don Quijote cabalga de nuevo que constituye una versión pretendidamente cómica del mítico libro, y que fue protagonizada por Cantinflas y Fernando Fernán Gómez y dirigida por Roberto Gavaldón.
            En 1979, se produjo la serie televisiva de dibujos animados Don Quijote de La Mancha, que estaba compuesta por 39 episodios y que fue obra de Cruz Delgado.


           Manuel Gutiérrez Aragón realizó dos versiones de la obra. En 1992, una serie de televisión interpretada por Fernando Rey y Alfredo Landa, titulada El Quijote de Cervantes, y en 2002 la que puede considerarse la segunda parte del serial televisivo, El caballero don Quijote, interpretada por Juan Luis Galiardo.


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