viernes, 23 de marzo de 2012

mitos de literatura universal: el Cid

EL MITO DEL CID

            En el personaje del Cid Campeador hay que distinguir varias facetas: la histórica, la legendaria y la literaria, las cuales mezclamos cuando hablamos del hidalgo Rodrigo Díaz de Vivar (1043-1099). Alrededor de esta figura se crearon leyendas que dieron lugar a un mito.
            La figura del Cid ha gozado en la Literatura española de una gran tradición. Para establecer un remoto origen de la leyenda cidiana debe partirse de las Crónicas, que han permitido conocer numerosos cantares de gesta. Son varias las que recogen con mayor o menor amplitud los hechos del Cid, pero el conjunto de los cantares sobre Rodrigo Díaz de Vivar formando un verdadero ciclo no lo encontramos hasta el siglo XIV, en la llamada Crónica de Castilla. Según ella el ciclo cidiano se componía del Cantar del rey Fernando y las Mocedades de Rodrigo, que servía de introducción al Cantar del rey don Sancho o Cerco de Zamora, y de una nueva refundición del Mío Cid. Estos poemas forman una unidad, ya que giran alrededor de un tema: la muerte del rey Fernando, en la que se halla presente el Cid. En un clima de altercados promovidos por la división de sus estados, el monarca confía a Rodrigo la protección de sus hijos, a los que hace jurar obediencia al caballero. Todo ello refleja la dignidad que alcanzó el Cid en la vida real.
            Estos cantares de gesta van cambiando a lo largo de las sucesivas refundiciones. Hay que tener en cuenta que las gestas son esencialmente historias para el pueblo llano, que junto a los datos históricos admite leyendas. El poeta buscaría suscitar emociones en el público y, por tanto, acomodaría  la verdad histórica a una eficacia poética. El caso más conocido es el del Poema del Cid, que se conserva en un manuscrito del siglo XIV que lleva el nombre de Per Abat.
            Fue refundido en la Primera Crónica General de Alfonso X, de 1289, con cambios a partir de la toma de Valencia.
            El “Poema de Mío Cid” consta de 3375 versos repartidos en tiradas asonantadas monorrimas, de extensión variable. Se distribuye el poema en tres partes, delimitadas por los versos 1085 (Aquis conpieça la gesta    de mio Çid el de Bivar), 2276 (Las coplas deste cantar    aquis van acabando) y 2277 (El Criador nos vala    con todos los sos santos), y que se denominan “Cantar del destierro”, “Cantar de las Bodas” y “Cantar de la Afrenta de Corpes”.
En la primera parte el Cid entra en escena con su desgracia. Acusado injustamente por algunos envidiosos, es desterrado por Alfonso VI, sale de Burgos y se dirige a tierras aragonesas. Tras vencer a los reyes moros Fariz y Galve, se pone al servicio del rey moro de Zaragoza y derrota al conde Ramón Berenguer de Barcelona.
La segunda parte se refiere a las hazañas del Cid hasta la conquista de Valencia. Rodrigo enviará ricos presentes al rey de Castilla, suplicando poder llevarse a su mujer y a sus hijas, a las que dejó en Burgos, en el monasterio de Cardeña. El rey se lo concede y arregla el casamiento de las hijas del Cid con los infantes de Carrión.
La tercera parte comienza con las muestras de la cobardía de los yernos del Cid. Tras otros incidentes, de los cuales salen los infantes avergonzados y llenos de rencor, solicitan al Cid permiso para trasladarse a sus tierras. Lo concede el Cid, y los infantes, al llegar al robledo de Corpes, atan a sus mujeres a unos árboles, las azotan y las abandonan. Félix Muñoz, primo suyo, las encuentra y las lleva a Valencia. El Cid apela al rey para que castigue a los infantes. En las Cortes de Toledo, estos son vencidos por los caballeros del Cid, que casa después a sus hijas con los infantes de Aragón y Navarra.
Sabemos que el “Cantar del Cid” que hoy leemos inventa y modifica episodios. La España de aquella época estaba dividida en dos, la cristiana y la musulmana. El Cid luchó junto al rey Sancho de Castilla. La leyenda recoge que cuando el rey muere, nuestro personaje hace jurar a Alfonso VI que no ha tenido nada que ver con su muerte, pero al parecer este episodio nunca ocurrió. En cuanto al destierro, el Cid había acudido a Sevilla por orden del nuevo monarca para cobrar los tributos al rey musulmán. Ante el ataque del ejército de Granada, el Cid lucha al lado de los sevillanos. Tras obtener la victoria, el hidalgo esperaba grandes halagos por parte de Alfonso VI, pero como éste no reconoció sus méritos, comenzó su andadura en solitario por Castilla. Hubo un segundo destierro del que no se habla en el Poema, después de que el Cid no acudiera a una batalla junto al rey Alfonso VI. En 1087, juró no volver a servir a ningún rey y su intención era convertirse en príncipe de Valencia. El Cantar inventa el episodio de los judíos y las arcas de arena, el del león escapado de la jaula y el de la afrenta de Corpes. Parece que en los palacios había costumbre de tener leones como signo de valor. En cuanto al episodio de Corpes, llama la atención que en una obra de estas características figure como principal el episodio de las bodas de las hijas del Cid (cuyos verdaderos nombres eran Cristina y María) con los infantes de Carrión y su público repudio. Una acción semejante hubiera significado la deshonra. Sin embargo, los infantes históricos figuran en lugar destacado en la corte de Alfonso VI años después de la muerte del Cid. Sí podría hablarse de una ruptura de esponsales a raíz del segundo destierro del Cid. Las hijas del Cid se casaron con un conde de Barcelona y un príncipe de Navarra. En el poema, el anuncio de que los infantes de Navarra y Aragón solicitan en matrimonio a doña Elvira y doña Sol pone fin a la historia del personaje. Debemos recordar también que el Cid tuvo un hijo que murió en el campo de batalla muy joven y que, como otros aspectos, no aparece en el libro. Por último, hay que señalar que la destreza del personaje con la lanza (y no con la espada como cuenta el Cantar) fue la que le valió el sobrenombre de  Campeador.
            Aparece posteriormente otro poema, el de las Mocedades de Rodrigo. Es de carácter más novelesco y muestra un Cid arrogante y pendenciero. Su interés se centra en los amores de Rodrigo y Jimena.
            Aún tuvo más fortuna la refundición en verso de este cantar, fechado en el siglo XV.
            Los romances, que condensan las escenas más emotivas y de mayor interés de las antiguas gestas, ocuparán el lugar de los cantares, una vez que éstos pierden importancia. El romancero del Cid es bastante amplio, ya que encontramos hasta 54 en el Romancero general (1600) Entre otros, encontramos el romance del juramento que el Cid toma al rey Alfonso VI, “En Santa Gadea de Burgos” (recogido como “La jura de Santa Gadea”). El romance “Afuera, afuera, Rodrigo” muestra la entrevista del Cid con la infanta Urraca, sitiada en Zamora. El “Poema de Mío Cid” inspira también algunos romances, como “De concierto están los condes”, sobre la traición de los infantes de Carrión, o “Tres cortes amara el rey”, sobre el juicio de aquellos por la deshonra de las hijas del Cid.
            Los romances más famosos, sin embargo, giran en torno a los amores del Cid y doña Jimena y su boda.
            Francisco de Quevedo escribió un romance satírico sobre el episodio del león titulado Pavura de los condes de Carrión, en el que emplea en ocasiones un lenguaje antiguo (“Medio día era por filo,/ que rapar podía la barba,/ cuando , después de mascar,/ el Cid sosiega la panza”)
            Nicolás Fernández de Moratín, en Tarde de toros en Madrid menciona al personaje (“No habrá mejor caballero,/ dicen, en el mundo entero,/ y algunos le llaman Cid”).
            Entre las obras dramáticas inspiradas por el tema cidiano, debemos recordar que el personaje sube a las tablas en 1579 con Comedia del rey don Sancho y reto de Zamora por don Diego Ordóñez, de Juan de la Cueva. Encontramos “Comedia del Cid, doña Sol y doña Elvira” de Alfonso Hurtado de Velarde, en los Siglos de Oro. Del siglo XVI es el Auto sacramental del Cid, con personajes alegóricos, donde el Cid es Cristo, doña Jimena, la iglesia, el padre del Cid representa a Dios Padre, y el padre de Jimena al demonio. Uno de los máximos exponentes del personaje es Las mocedades del Cid de Guillén de Castro, quien la escribió entre 1605 y 1615. Rodrigo, admirado por la infanta Urraca y doña Jimena, es armado caballero con todos los honores por el rey Fernando I de Castilla. Poco después, el ya anciano padre de Rodrigo, Diego Laínez, sufre la afrenta deshonrosa de una bofetada por parte del arrogante conde Lozano, padre de Jimena. Diego Laínez pide a su hijo que limpie su honra matando al conde Lozano. El joven Rodrigo lo hace, con lo que arruina la posible unión con Jimena, pese a que ambos se saben enamorados. Rodrigo va a casa de Jimena y le ruega que le quite la vida vengando con ello a su padre, pero la joven es incapaz de hacerlo. Sin embargo, la influencia de Jimena ante el rey provoca que Rodrigo sea castigado y parte a buscar fortuna ganando batallas ante cuatro reyes moros, que lo reconocen como «mío Cid», esto es «mi señor». Uno de los reyes musulmanes es enviado como heraldo ante el rey de Castilla y el propio Fernando I adopta para el Cid este apelativo. Continúa Jimena pidiendo castigo para el Cid y sus quejas se expresan con los versos del «romance de doña Lambra», plagado de imágenes líricas que comparan al Cid con un gavilán y a ella con una paloma. Mientras tanto el Cid ha emprendido peregrinación a Santiago, a quien ofreció sus victorias. En una escena en la que el de Vivar aparece con un rosario en la mano es puesto a prueba por un leproso que al cabo resulta ser san Lázaro. El santo le insufla su aliento divino y predice su futuro como héroe invicto y ganador de batallas después de muerto. El mismo Lázaro le ordena volver ante el rey por un asunto urgente, pues el rey de Aragón ha enviado a su campeón para defender en combate singular la plaza de Calahorra. El vencedor de la justa obtendrá, además, la mano y dote de Jimena. El Cid vence y se consuma la unión con Jimena y el encumbramiento del héroe castellano.
            La obra de Guillén de Castro gozó de difusión internacional gracias a la versión que realizó Pierre Corneille, Le Cid, en 1636. La acción se sitúa en Sevilla en el Siglo XI (nótese el anacronismo, pues Sevilla aún estaba en poder de los musulmanes en tiempos del Cid). Rodrigo y Jimena son dos nobles jóvenes que se aman y desean casarse. Sus padres respectivos, Don Diego y Don Gómez, son rivales, puesto que se disputaban el cargo de preceptor para hijo del rey, y fue don Diego quien lo asumió. El conde de Gormaz, lleno de rabia, insulta y abofetea a Don Diego, quien en un principio intenta convencerlo de que no había necesidad de enemistad ya que sus hijos iban a casarse, era demasiado anciano para combatir y luego de recibir el deshonor de una bofetada por parte de su rival solicita a su hijo le lave la afrenta. Rodrigo reta al conde y lo mata en duelo. Jimena acude al rey para pedir castigo para quien ha matado a su padre, sin dejar de amarlo. La noche siguiente, Rodrigo consigue una importante victoria frente a los moros. Jimena vuelve a solicitar castigo para el culpable, y consigue que un campeón, Don Sancho, pueda retar a Rodrigo en un duelo del que ella será el trofeo. Rodrigo desarma a su rival y le ordena que vaya entregar su propia espada a Jimena. Ésta, al ver la espada de Rodrigo en manos de don Sancho, lo cree muerto y confiesa en voz alta sus sentimientos hacia el asesino de su padre. El rey la saca de su error, ordena un año de luto, pasado el cual deberá casarse con Rodrigo. El texto trata principalmente dos temas: la venganza y el amor trágico. La fuerza homicida de la venganza se detiene a tiempo, frenada por el amor de Jimena por Rodrigo y por el buen sentido del rey. El amor aparece como una fuerza irresistible y únicamente templado por los deberes familiares.
            Entre los dramas de historia de España de Lope de Vega, encontramos Las almenas de Toro (1612-13), la única de sus obras que trata el tema del Cid.
            Conservamos también una curiosa obra teatral del siglo XVII, la Mojiganga del Cid para fiestas del Señor, en la que es fundamental el triunfo final del Cid como torero.
            De 1635 es la obra de Tirso de Molina El cobarde más valiente.
            Rojas Zorrilla publicó en la segunda parte de su teatro (1645), entre otras, la obra Los tres blasones de España. La tercera jornada de la obra se sitúa en la época en que Calahorra es liberada del dominio musulmán por el Cid.
            En 1662, se publica como comedia burlesca El rey don Alfonso el de la mano horadada, atribuida a Vélez de Guevara.
            Debemos recoger también el drama en verso de Hartzenbusch La jura de Santa Gadea (1845), donde el personaje del Cid aparece tierno y sensible sin perder por ello su parte de héroe.
Un exponente más reciente, de 1908, lo hallamos en la pieza teatral Las hijas del Cid de Eduardo Marquina, leyenda trágica en cinco actos.
A mediados del siglo XX, en 1959, el actor Luis Escobar hizo una adaptación de Las mocedades del Cid, titulada El amor es un potro desbocado.
 Anillos para una dama es una obra de Antonio Gala, que fue estrenada en 1973. El libro comienza en la Iglesia de Santa María de Valencia, dos años después de la muerte del Cid. La obra está dividida en dos actos. En el primero, Jimena y Minaya muestran el afecto que el uno siente por el otro. Jimena se ve obligada a acudir al rey Alfonso VI por el inicio de los ataques de las hordas almorávides. Cuando el Rey se presenta en Valencia, Jimena le pide su consentimiento  para casarse con Minaya. En el segundo acto, Jimena es encerrada en el alcázar de Valencia por el rey, según este, para que reflexione sobre la posibilidad de boda con Minaya. Estando encerrada en el alcázar habla con su hija sobre la boda ya que ésta se opone. Mientras tanto las hordas almorávides continúan con sus ataques a Valencia. El rey se reúne con Jimena y le permite que Minaya sea su amante pero no su esposo, o si fuera su esposo que se casara pero guardando el matrimonio en secreto. Jimena y Minaya al final se separan y no se sabe si se vuelven a ver, primero sale Minaya desalojando las tropas y en dirección Toledo, después Jimena en dirección San Pedro de Cardeña.
Otra obra importante en Literatura sobre el Cid es La leyenda del Cid, de Zorrilla, una especie de extensa paráfrasis de todo el romancero del Cid en aproximadamente diez mil versos. En la segunda mitad del siglo XIX Manuel Fernández y González escribió una narración de carácter folletinesco basada en las aventuras y leyendas del personaje,  llamada El Cid. En el siglo XX aparecen versiones poéticas modernas del Cantar de Mío Cid, como las que realizaron Pedro Salinas, en verso, y Camilo José Cela. Por otra parte, una de las obras del poeta chileno Vicente Huidobro es La hazaña del Mío Cid (1929), que como él mismo se encarga de señalar, es una «novela escrita por un poeta». En los años ochenta José Luis Olaizola publicó el ensayo El Cid el último héroe, y en el año 2000 el catedrático de historia y novelista José Luis Corral escribió una novela desmitificadora sobre el personaje, titulada El Cid. En 2007 Agustín Sánchez Aguilar publicó la leyenda del Cid, adaptándola a un lenguaje más actual, pero sin olvidar la épica de las hazañas del caballero castellano.
En el terreno musical, el Cid aparece en óperas y dramas líricos, de los que citamos los más importantes. Peter Cornelius dedicó la segunda de sus óperas, Der Cid (1865), al héroe castellano. Se trata de un drama lírico en tres actos, según texto de Guillén de Castro y Víctor Aymé Huber, en el que Cornelius trató de apartarse de la influencia musical de Richard Wagner. Se estrenó el 21 de mayo de 1865 en Weimar. Le Cid es una ópera en cuatro actos de Jules Massenet y libreto de Adolphe Philippe d’Ennery, Louis Gallet y Edouard Blau, según la obra de Pierre Corneille. Fue estrenada en París el 30 de noviembre de 1885. Por otra parte, Il Cid es una tragedia lírica en tres actos con música de Giovanni Pacini y libreto de Achille de Lauzières, y fue estrenada el 12 de marzo de 1853, en Milán. Por último, mencionaremos una ópera incompleta, en tres actos de Claude Debussy y libreto de Catulle Méndez, titulada Rodrigue et Chimène.]
En el terreno artístico, encontramos un grabado taurino de Goya, que se puede ver en el Museo del Prado, titulado El Cid Campeador lanceando otro toro.


Dalí es autor de una litografía, donde representa al personaje montado a caballo. El dibujo corresponde a una serie titulada Five spanish inmortals.


En el Parque Balboa de San Diego, se encuentra una estatua del Cid. También en San Francisco. Ambas son de Anna Hyatt Huntington, quien realizó un total de cuatro sobre la misma figura.


El Ayuntamiento de Burgos rediseñó a principios de los años cincuenta del siglo XX la «Plaza del Mío Cid» (antigua plaza de San Pablo) y el puente de San Pablo, convertido en Vía Cidiana, celebrándose el 24 de julio de 1955 la inauguración del conjunto, en la forma de un gran homenaje al Cid. La estatua ecuestre en bronce del Cid fue esculpida por Juan Cristóbal González Quesada. La inscripción del lado izquierdo presenta al victorioso Campeador como «un milagro de los grandes milagros del Creador»; la del lado derecho, «en España dentro en Valencia» [«Ya vie mio Çid que dios le iba valiendo / dentro en Valencia no es poco el miedo», Poema del Cid], recuerda el gozo habido entre los enemigos de la cristiandad a su muerte.
El Cid se dispone a salir de la ciudad de Burgos, camino del destierro, a lomos de Babieca, barba florida y capa al viento, blandiendo firme la Tizona (que hasta más adelante no ganó la Colada), flanqueado por los suyos, ocho de los cuales permanecen firmes como estatuas de piedra sobre el puente de San Pablo.


En 1961 se estrenó la versión cinematográfica más popular del Cid. Fue dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren. Se trata de una superproducción histórica de Samuel Bronston rodada en España (en Peñíscola por ejemplo). La película presenta al Cid de la leyenda antes que al de la Historia; comete abundantes anacronismos, que se hacen patentes en la arquitectura, armamento masculino e indumentaria femenina, y todo ello pese a que el asesor histórico del film fue Ramón Menéndez Pidal.


 En 1980 se estrena en TVE la serie de animación Ruy, el pequeño Cid, donde se relatan las imaginarias aventuras de un Cid niño. La serie estaba compuesta por 26 episodios de 30 minutos de duración cada uno.


En 1983 se realizó en España una parodia sobre la vida del Cid llamada El Cid cabreador dirigida por Juan José Alonso Millán en la que el papel del protagonista estaba interpretado por Ángel Cristo y el de doña Jimena por Carmen Maura. En esta película, Urraca secuestra y seduce al Cid, con lo que se transforma en el cid cabreador.


En 2003 se realizó una película animada llamada El Cid: La leyenda. Fue dirigida por José Pozo y obtuvo el Goya a la mejor película de animación de 2004.





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