sábado, 14 de abril de 2012

Muerte en Venecia





 “Muerte en Venecia” (en alemán “Der Tod in Venedig”) es una novela de Thomas Mann publicada en 1912. A pesar de no ser muy extensa, es una obra de gran densidad, llena de matices y reflexiones, en la que el autor describe la decadencia personal y la muerte de un escritor, Gustav von Aschenbach, el cual se obsesiona por un bellísimo adoles­cente al que conoce en un hotel del Lido de Venecia. Está considerada una obra maes­tra de la narrativa de Mann, un escritor que ha marcado decisiva­mente la novelística de la primera mitad del siglo XX. Par­tiendo de una anécdota aparentemente simple, el autor ahonda en la compleja psicología de un artista insatisfecho que de pronto contempla la belleza abso­luta, lo que le produce fascinación, placer, vértigo, angustia y miedo a la vez, porque, como dijo el propio Mann, la belleza nos hace sufrir tanto como el dolor.

El escritor en crisis Gustav von Aschenbach, hastiado del verano en Múnich, la ciudad donde reside, decide marchar a la costa del mar Adriático, pero, también descontento, se traslada a Venecia, para pasar unos días en un hotel del Lido. La llegada no resulta en principio agradable (discute con un hosco gondolero que no sigue sus indica­ciones), pero, ya acomodado en su hospedaje, se dispone a disfrutar de su estancia.
De pronto se siente sobrecogido por la belleza casi sobrenatural de un muchacho, un adolescente andrógino que atiende al nombre de Tadzio. Al ins­tante todo deja de tener sentido o interés para el escritor, salvo el jovencito, quintaesencia de la belleza absoluta, espiado compulsivamente por un Aschen­bach que, sin embargo, rehúye cualquier tipo de contacto físico y ni siquiera se atreve a hablarle. La contemplación del hermoso joven se produce en el comedor, en la playa y en los paseos por una ciudad de Venecia en la que las autoridades tratan de ocultar una epidemia de cólera para no ahu­yentar a los numerosos visitantes.
Aunque los huéspedes del hotel comienzan a marcharse, pues los ru­mores sobre la epidemia se extienden, Aschenbach se queda porque la familia de Tadzio no ha pensado aún en hacer las maletas. Un anecdótico episodio (la actuación de unos artistas ambulantes ante los clientes del hotel) y un extraño sueño jalo­nan las últimas horas de Aschenbach, el cual acepta ser maquillado por un barbero para ocultar los estragos de la edad.
Gustav morirá en la playa del Lido, consumido por la enfermedad, mientras cree ver al hermoso joven haciéndole señas desde el agua para que se reúna con él.    

PERSONAJES: Dos son los personajes fundamentales en la obra: el escritor Gustav von Aschenbach y el joven Tadzio. El narrador on­misciente bucea en la compleja personalidad de Aschenbach para ofrecer al lector una verdadera “disección” psicológica de este hombre solitario, misántropo, envuelto en una egoísta rutina, neurótico y lleno de ma­nías, que aspira a una perfección y una plenitud que cree hallar en la be­lleza andrógina del adolescente Tadzio. Ciertos sucesos que cualquiera consi­deraría insignificantes o incluso cómicos, provocan la angustia de este hombre que huye de sí mismo, sin ser consciente de ello: es significativo el episodio del barco que lo conduce a Venecia, en el que un viejo maquillado y con el pelo teñido de rubio acompaña a unos jóvenes, vestido como si fuese uno de ellos; el ridículo de personaje despierta en Gustav von Aschenbach[1] una angustia casi insoportable. Curiosamente él hará casi lo mismo días después, cuando trate de “rejuvene­cerse” en manos del barbero que lo maquilla, a fin de resultar más agradable y menos viejo ante los ojos de Tadzio.
Del joven Tadzio sabemos muy poco, pues es siempre contemplado a distancia y a través de la mirada de Aschenbach: se trata de un joven polaco, perteneciente a una familia acomodada, quizás aristocrá­tica; probablemente es de salud enfermiza; como buen polaco, odia a los rusos; sus hermanas están sometidas a una rígida disciplina, y le gusta jugar en la arena con otros amigos de su edad, de los que Aschenbach se siente celoso.
El resto de personajes de la obra quedan en un segundo plano, aun­que casi todos ellos son necesarios por la relación que mantienen con el protagonista.

ESTRUCTURA: El tiempo es lineal. Toda la acción transcurre en un verano. La localización geográfica se desplaza desde la ciudad de Múnich a la de Venecia, donde sucede casi toda la novela, pasando por una brevísima estancia intermedia en una localidad del Adriático que no se nombra (se trataría de un pueblo de la costa croata bajo soberanía del Imperio Austro-húngaro). La acción se relaciona con las reflexiones y sensaciones del prota­gonista. En Múnich y la localidad adriática el personaje experimenta una angustia que no decrece en el barco por culpa del vejete pintarrajeado; Venecia le parece un espejismo de belleza, pues la ciu­dad a la que regresa después de unos años defrauda sus bellos recuerdos: cielo nublado, un bochorno sofocante, unas aguas pútridas, una epidemia que se extiende silenciosa aunque inexorablemente. Sin embargo Venecia es también el lugar en donde encuentra su ideal de belleza ab­soluta.
La realidad se contrapesa también con el extraño sueño que tiene poco antes de morir, e incluso con la alucinación previa a su muerte en la playa del Lido.

ESTILO: Todos los elementos de la novela sirven para trasladar al lector el mundo interior del personaje principal, el escritor Gustav von Aschen­bach. La antítesis “euforia – malestar”, tan frecuente en la obra, describe la personalidad fuertemente contradictoria de Aschenbach y explica su comportamiento a lo largo de la historia: Presa de febril excitación, con el aire triunfal de quien posee la verdad y, a la vez, con un resabio de disgusto en la lengua y un terror delirante en el corazón, el solitario recorría... Los pensamientos del personaje se intercalan durante toda la obra con las descripciones, los párrafos narrativos y los diálogos.
Las reflexiones del personaje (mundo interior) hallan con­trapeso en las sensaciones (mundo exterior). Destaca la vista, sobre todo por el juego de miradas que en algunos momentos se cruzan entre Aschenbach y Tadzio: al pasar junto a ese hombre canoso y de frente alta, el mucha­cho bajó modestamente los ojos y volvió a alzarlos al instante en dirección a él, abrién­dolos con la gracia y suavidad que le eran propias. Pero el resto de los sentidos también están presentes: un siniestro bochorno oprimía las callejas; el aire era tan espeso que los olores procedentes de las casas, tiendas y fondas – vaha­radas de aceite, nubes de perfume y muchos otros – flotaban inmóviles sin di­siparse. Y también abundan las sensaciones sonoras, especialmente las re­lativas a la voz humana, y concretamente a la de Tadzio.


Son evidentes en la novela las referencias al mundo clásico grecolatino y particularmente al pen­samiento griego. El amor que siente Aschenbach hacia el jovencito es de natu­raleza platónica, y la naturaleza de esa pasión está basada en las páginas del diálogo “Fedro”, sobre el amor y la belleza, identificadas como la misma cosa. Aschenbach ve en el joven un reflejo de la belleza absoluta, capaz de elevarlo a una dimensión casi divina.
El desagradable gondolero que lo conduce al Lido es un símbolo de Ca­ronte, el barquero de los muertos, y la laguna véneta, de aguas fétidas, un trasunto de la laguna Estigia. Lo apolíneo y lo dionisíaco van a enfrentarse a lo largo de la novela, pues si Tadzio representa lo luminoso, lo claro, y el propio As­chen­bach propende hacia lo apolíneo también (él, un amante del orden, es un hombre cuyo pensamiento siempre había estado dominado por la razón y la lógica), el sueño que padece es una representación de lo dionisíaco: en unos densos bosques, una horda salvaje realiza un extraño y grotesco ritual, que repugna a Aschenbach, aunque también ejerce sobre él una incomprensible atracción. Lo dionisíaco fascina a este hombre cere­bral y meticuloso, a quien deprime todo aquello que carece de orden o proporción.

 Se ha identificado al per­sonaje principal de “La muerte en Venecia” con el compositor Gustav Mahler. Además de la coincidencia del nombre propio, sabemos que Mahler era perfec­cionista, maníaco-depresivo y llegó a estar obsesionado con la idea de la muerte. Una foto del compositor podía haber inspirado al complejo Aschenbach. Sin embargo en otros aspectos difiere, pues nada hace sospechar que Mahler llegara a sentir una pasión obsesionante hacia un ado­lescente como la que agita los últimos días de la vida del personaje de Mann. Quizás la poderosa e inquietante música de Mahler que ilustra la versión cine­matográfica ha favorecido que asociemos al compositor austríaco con el perso­naje de Mann, aunque hay que señalar que Mahler murió días antes de la visita que en 1911 Thomas Mann hizo a Venecia y que inspiró su novela.
Según su esposa Katia, en unas declaraciones realizadas tras la muerte del autor, el mismo Thomas Mann habría sido Aschenbach, dado el carácter fuertemente autobiográfico que según ella tiene la novela. La obra parte de una estancia del matrimonio Mann en Venecia, más concreta­mente en un hotel del Lido, donde se hospedaba también una familia polaca. Mann quedó fascinado por un adolescente cuyos rasgos describe el autor tan minuciosa y magistralmente. Incluso la epidemia de cólera fue un hecho verídico tal como refleja el relato, si bien no afectó ni a Mann ni a su es­posa.
Al parecer, el personaje que inspiró a Tadzio fue el barón polaco Wladislaw Moes, al que de adolescente vio Mann en un hotel-balneario del Lido de Venecia. Moes contaba once años de edad cuando lo conoció el autor. Su familia lo llamaba afectuosamente Wadzio o incluso Adzio, así que Mann reprodujo el hipocorís­tico casi literalmente en su novela. Estos da­tos los conocemos gracias al traductor polaco Andrej Dolegowski, responsable de la traducción a la lengua polaca de estas y otras obras de Mann. Este hecho se publicó en la prensa alemana en 1965, diez años después de la muerte del novelista. Se da la circunstancia de que Wladislaw Moes tardó mucho tiempo en conocer que él había inspirado el personaje de la novela.
Asociado al tema de Tadzio estaría la polémica sobre la homosexuali­dad. En una entrevista que Mann concedió al cineasta y escritor Luchino Vis­conti en 1951, el novelista alemán negó que en “La muerte en Venecia” exis­tiera el relato de un amor homosexual. Mann quiso reflejar de algún modo la fascinación que un Goethe de sesenta años sintió hacia la jovencita Ulrike von Leventzow en Marienbad. Sin embargo decidió orientar la historia hacia un amor prohibido para someter a Aschenbach a una lucha interior aún mayor, y ejercer sobre el personaje una vuelta de tuerca más. Por lo demás, Thomas Mann confirmó la veracidad de muchos de los episodios de la novela.

Thomas Mann nació en la ciudad alemana de Lü­beck en 1875. Pertenecía a una familia burguesa que se trasladó a Múnich, en donde el autor cursó estudios universitarios. Comenzó su carrera literaria escri­biendo relatos para la revista “Simplicissimus”, siendo su primer cuento “El pe­queño señor Friedermann” (1898). La obra que lo lanzó a la fama fue “Los Buddenbrook”, historia de la decadencia de una familia burguesa.
En 1905 contrajo matrimonio con Katia Pringsheim, una mujer de ori­gen judío perteneciente a una familia de intelectuales. Tuvieron seis hijos.
Tras la Primera Guerra Mundial abordó la realización de “La montaña mágica”, una de sus creaciones literarias más importantes. La obra transcurre en un sanatorio antituberculoso y en ella podemos ver a la vez la talla de Mann como novelista pero también su dimensión de pensador.
En 1929 la Academia Sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura.
El ascenso del nazismo obliga a exiliarse a un Thomas Mann compro­metido con los valores de la democracia y que además estaba casado con una mujer de origen judío. Residió en Suiza desde 1933 hasta 1938 y de allí pasó a Esta­dos Unidos, en donde vivió durante la Segunda Guerra Mundial. Ob­tuvo la nacionalidad norteamericana. Su literatura del exilio, revestida de espiritualismo, está llena de referencias bíblicas, como se puede apre­ciar en “José y sus hermanos”. Su admiración hacia Goethe le lleva a escribir “Doctor Fausto” (1947), la historia de un músico que vende su alma al diablo: algunos han querido ver un símbolo del pueblo alemán vendiendo su alma a los nazis. Mann ya había escrito “Carlota en Weimar” (1939), continuación del “Werther” de Goethe, aunque sin el personaje del joven suicida. La protagonista ahora es Carlota, que recuerda su relación con el infortunado Werther.
La última novela de Thomas Mann fue “Las confesiones de Félix Krull”, en la que desarrolla un inteligente e irónico análisis de la condición humana. Murió en Zurich (Suiza) en 1955.

              En el caso de esta novela se da el fenómeno curioso de que, en la actualidad, nos cuesta mucho trabajo desligar la novela de Mann de la extraordinaria versión cinematográfica dirigida por el director italiano Luchino Visconti en 1971. La adaptación de la novela es de una gran fidelidad, salvo en el hecho de que Gustav von Aschen­bach es aquí un compositor en crisis. La belleza de las imágenes y la música obsesiva y obsesionante de Mahler contribuyen a transmitir al espectador el espíritu de la obra de Mann. El actor británico Dick Bogarde encarna a la perfección la compleja psicología de As­chenbach. Visconti, tras una ardua tarea de búsqueda y selección, escogió a un muchachito sueco llamado Bjorn Andresen para el papel de Tadzio


[1] Aschenbach significa “torrente de ceniza”.

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